El cacao de la quínua Fernando Iwasaki

(Perú)

Universidad Loyola Andalucía de Sevilla (España)
Academia Puertorriqueña de la Lengua Española (Puerto Rico)

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Resumen

La presente ponencia explora las paradojas entre centros y periferias, minorías y mayorías, a través de la diversa fortuna de palabras periféricas del español del siglo XVI o de voces empleadas por una mayoría de hispanohablantes americanos contemporáneos. Así, los márgenes en contacto con el español que se han tenido en cuenta, no coinciden con las fronteras geográficas o lingüísticas, sino con los espacios abiertos por el comercio, la industria o las modas, y su impacto en las palabras que abrigan, acarician y alimentan, como poncho, tayta y quínua.

El Perú es una de las periferias más crepitantes del español, porque ahí el castellano ha convivido durante siglos con el quechua y otras lenguas originarias, por no hablar de las voces chinas y japonesas que han arraigado en el acervo peruano, con resultados tan gustosos en el habla como en la gastronomía. Por lo tanto, puestos a reflexionar sobre «Márgenes en contacto con el español: lenguas de minorías y periferias», a mí me interesaría empezar poniendo en entredicho lo que entendemos por minorías y periferias, pues en los Andes el castellano fue hablado por una minoría hasta muy entrado el siglo XIX y las periferias andinas de Lima conservaron un español tan castizo, que en la propia España habría sido considerado marginal.

Por otro lado, en el mundo globalizado e hiperconectado en el que vivimos, los márgenes donde el español está en contacto con otras lenguas no tienen por qué ser periferias geográficas o zonas fronterizas, pues las redacciones de prensa, las cámaras de comercio, los gabinetes políticos y las editoriales que traducen al castellano los libros más vendidos, configuran otros márgenes por donde han entrado a nuestro acervo nuevas expresiones traducidas literalmente del inglés, como «hoja de ruta» (roadmap), «cruzar líneas rojas» (to cross the red lines), «construir el relato» (create a narrative) y, la más innecesaria de todas: fake, como sucedáneo de falso, postizo y fingido. Y que conste que el término fake news nació apenas en 20051, mientras que la expresión fake orgasm ya existía en inglés desde 19702. ¿Por qué nadie censura los orgasmos fingidos? Por la misma razón que triunfan las noticias falsas: porque nadie quiere que la realidad le arruine un buen... titular.

El primero de los márgenes que deseo explorar tuvo lugar durante el encuentro de las lenguas andinas con el español peninsular de los siglos XVI y XVII. El habla de los Andes siempre fue menospreciada desde Lima por la presencia de voces quechuas que nunca fueron del gusto de la racista burguesía limeña. Sin embargo, algunas de esas palabras que pasaban por quechuismos, no eran más que términos supérstites del castellano antiguo, ignorados en Lima y olvidados en España, como los casos de tayta y poncho.

La voz tayta -escrita con y griega- permanece en el imaginario peruano como el sustantivo quechua que designa al padre, aunque ni el Inca Garcilaso en sus Comentarios Reales (1609), ni el cronista Guamán Poma de Ayala en su Nueva Corónica (circa 1617), ni el anónimo autor del manuscrito quechua de Huarochirí (circa 1598) utilizaron jamás la palabra tayta como traducción quechua de «padre»3. Tampoco el cacique rebelde Túpac Amaru II fue llamado tayta en 1780 por sus seguidores, pero es posible que por entonces el Señor de los Temblores —patrón de Cuzco— sí fuera conocido como Taytacha Temblores. Años más tarde, durante la Guerra del Pacífico (1879-1883), Andrés Avelino Cáceres, el héroe peruano de la resistencia en los Andes, era vitoreado en todos los pueblos como «Tayta Cáceres» (Moreno, 1976: 59), y el novelista José María Arguedas entronizó el uso de tayta como padre desde su primer libro —Agua (1935)— hasta su novela, la póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971). De hecho, para dejar claro que el pequeño Ernesto era quechuahablante, nada más empezar Los ríos profundos (1958) Arguedas lo hizo hablar así:

—Tayta —le dije en quechua al indio—. ¿Tú eres cuzqueño?
—Manan —contestó—. De la hacienda

(Arguedas, 1958: 18)

Sin embargo, «taita» —del latín tata— ya aparecía en el Vocabulario (1495) de Nebrija como ‘padre de los niños’, en el Tesoro (1611) de Covarrubias como ‘el nombre con que el niño llama a su padre’ (Covarrubias, 1994: 909) y en el Diccionario de Autoridades (1739) como ‘nombre, con que el niño hace cariños, llamando à su padre’ (NTLLE)4. Llegados a este punto, podemos preguntarnos, ¿qué decía el Lexicón o vocabulario de la lengua general de los indios del Perú llamada Quichua del dominico fray Domingo de Santo Tomás, impreso en Valladolid en 1650?: «Taita, padre de niños: tata, o yayanc» (Santo Tomás, 1560: 98v.). Por lo tanto, «taita» —con i latina— es voz castellana y, como tal, no ha dejado de figurar en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE).

En cuanto a «poncho», prenda de abrigo que omito describir por ser universalmente conocida, solemos pensar que el sustantivo que lo designa proviene de una voz indígena —del mapuche según los chilenos y del quechua según los peruanos—, pero el origen castellano de la palabra «poncho» ha sido demostrado por el Marcos A. Morínigo, quien a través de un documento publicado por Toribio Medina en El veneciano Sebastián Caboto al servicio de España (1908), confirmó que en 1530 el sevillano Alonso de Santa Cruz declaró que los indios del Paraná «traían ponchos e orejeras» (Morínigo, 1955: 33-35 y Medina, 1908: II, 15). En consecuencia, es imposible que poncho sea una voz indígena originaria, pues los andaluces del siglo XVI ya la empleaban, como lo corrobora la entrada correspondiente del Diccionario etimológico (2008) de Joan Coromines: «Poncho: «especie de capote sin mangas», 1530» (Coromines, 2008: 441). ¿De dónde tomó la cita entrecomillada Coromines? Ignoramos la referencia, aunque fue en el Nuevo Diccionario de la Lengua Castellana (1846) de Vicente Salvá, donde apareció por primera vez la palabra:

«Poncho (...) Sayo sin mangas que se pone por la cabeza á modo de casulla. (Esta especie de manta cuadrilonga, es muy usada en la América meridional, particularmente en el Perú y Chile, para andar á caballo. Los hay de gran precio y también suelen usarlos las señoras).

(NTLLE)

La definición de «Sayo sin mangas que se pone por la cabeza á modo de casulla» se repitió tal cual en las ediciones del DRAE de 1862 y 1869, pero la edición de 1884 rescató la semejanza entre el poncho y el capote:

Poncho (...) Especie de sayo ó capote sin mangas y con una abertura por donde se saca la cabeza. ║Capote militar con mangas y esclavina y el cual se plegaba ajustándolo á la cintura.

(NTLLE)

Más adelante, las ediciones del DRAE de 1884, 1899, 1914, 1925, 1927, 1936, 1939 y 1947 incluyeron una etimología

‘Del arauc. pontho, ruana’

y otra acepción más:

‘Amér. Especie de capote para montar a caballo sin mangas, pero sujeto a los hombros, que ciñe y que cae a lo largo del cuerpo’.

(NTLLE)

Como las sucesivas definiciones de «poncho» no añadieron nada nuevo, quizá las entradas de «capote» y «casulla» nos permitan dilucidar si en España también se usaban ponchos como los andinos.

Así, advertimos que para Nebrija (1495) un «capote» era un ‘vestido rústico’ (NTLLE) y en la edición del DRAE de 1791 encontramos la acepción de «capote de monte»: ‘Especie de capa cerrada que llega sólo á medio muslo’ (NTLLE). Es decir, un poncho. ¿Y las casullas? Según leemos la definición del Diccionario de Autoridades (1729), otro poncho. Sacerdotal, pero poncho:

CASULLA. La última vestidura que se pone el Sacerdote sobre todas las otras, con que se adorna y se viste para celebrar el Santo Sacrificio de la Missa. Antiguamente eran cerradas hasta abaxo con una abertura para sacar la cabeza; pero por ser mui embarazosas, se fueron acomodando al usso que oy tienen, que es en forma de un capotillo, partido en dos mitades y abierto por los lados hacia abaxo, con una abertura redonda en medio, para entrar por ella la cabeza.

(NTLLE)

Como se puede apreciar, lo que en los Andes llamamos poncho, en España era un «capotillo». Covarrubias en su Tesoro anotó que había «muchos de diversas formas» y entre ellas citó los «capotillos de dos faldas» (Covarrubias 1994: 261), cuya entrada en el Diccionario de Autoridades (1729) no sólo describe al poncho con exactitud, sino que lo adjudicaba al campo andaluz:

CAPOTILLO DE DOS HALDAS Ó FALDAS. Casaquilla hueca abierta por los costados hasta abaxo, de forma que viene a quedar como en dos mitades, por estar cerrada por delante, con su abertura para meterla por la cabeza. Tiene mangas bobas, que se dexan caer á la espalda quando se quiere, por estar abiertas por debaxo del sobaco. Es trage mui común en la Mancha y Andalucía para los hombres del campo.

(NTLLE)

En su Diccionario de Peruanismos (1883), Juan de Arona registró la voz poncho como ‘manta o casulla usada para montar a caballo en casi toda la América española’ (Arona 1938: 327), pero enterado de una presunta etimología araucana sugerida por el padre Andrés Febres en su Diccionario Araucano-Español (1882), el lexicógrafo peruano barruntó que poncho podría ser un sustantivo castellano trasladado a los Andes y asumido como propio por sus hablantes:

El traductor habla de ponchos como de cosa anteriormente existente, como si sobre ese provincialismo se hubiera formado la araucanización pontho, cosa que nada tendría de extraño, porque los Vocabularios indígenas de América están llenos de palabras españolas desfiguradas, que se hallan en el quichua, en el aymará, en el guaraní y hasta en las lenguas o dialectos del Chaco argentino y de la Pampa, llamadas Lule la una y Lengua Pampa la otra.

(Arona, 1938: 327-328)

¿Qué significa que «poncho» fuera el «capotillo de dos faldas» en el habla andaluza del siglo XVI? Que sin duda se trataba de una voz del postergado español rural andaluz y —por lo tanto— formaba parte de la periferia del castellano, al igual que las hablas de los Andes, el Caribe o el Río de la Plata; esos márgenes donde arraigaron las palabras marginales del cariño, del comer y del vestir.

Y como el frío supone diversas prendas que cumplen la finalidad de abrigar, me ocuparé de otro margen donde los arrecidos hispanohablantes tuvimos que arrebujarnos con palabras inglesas, porque, aunque en Ushuaia, Lonquimay, Durango, Puno y Teruel siempre ha hecho mucho frío, el poncho no es suficiente. Así, los sustantivos que designan a esas prendas de punto con mangas que nos arropan el torso serrano, provienen todos del inglés. Me refiero al pulóver argentino, la chomba chilena, el suéter mexicano, la chompa peruana y el jersey español, voces que acreditan la influencia de los márgenes abiertos por el comercio y la industria textil anglosajona, porque ya hemos desterrado del vocabulario «sayo», «jubón», «justillo», «capotillo» y sobre todo «casaquilla», definida desde 1729 como: ‘la casaca que se hace ancha y hueca con sus mangas, que llega más debajo de la cintura’ (NTLLE). Todas esas voces fueron desplazadas del habla cotidiana porque las nuevas prendas eran más ceñidas y venían aureoladas por el prestigio del deporte, las marcas y la moda extranjera. Así, en el benemérito Diccionario Enciclopédico Ilustrado de la Lengua Española (1917) de José Alemany y Bolufer —vulgo Sopena— entró por primera vez la voz jersey como «camiseta, jubón o elástica de lana o de seda» (Alemany y Bolufer, 1950: II, 170), adelantándose en diez años a la definición de la RAE, que en 1927 la dejó en: ‘Especie de jubón de tejido elástico’ (NTLLE). A partir de entonces fueron entrando suéter (1970), chomba (1970), chompa (1983), rebeca (1984), cárdigan (1992) y pulóver (2014).

Merece la pena observar que el sustantivo rebeca tuvo su origen en la película Rebecca (1940) de Alfred Hitchcock, porque la protagonista utilizaba unas prendas que las hablantes españolas comenzaron a llamar así, tal como lo recogió el DRAE cuarenta años más tarde: ‘Chaquetilla femenina de punto, sin cuello, abrochada por delante, y cuyo primer botón está a la altura de la garganta’ (NTLLE).

Los casos de «chompa» y «chomba» son más curiosos, porque ambos provienen del jumper inglés; es decir, de las prendas tipo jersey, sweater y pullover; mientras que el jumper estadounidense viene a ser un vestido con peto para niñas, que en España ha entrado en el DRAE como «pichi», palabro cuya etimología preferiría no investigar. En cualquier caso, la prueba del linaje británico de la «chompa» la encontramos en Gibraltar —tan lejos de Londres y tan cerca de Cádiz— donde los llanitos la llaman champa.

Como se puede apreciar, existen márgenes donde el comercio, la industria, la publicidad y las exportaciones propician la entronización de ciertas voces en perjuicio de otras, que, sin ser ni periféricas ni minoritarias, resultan desplazadas por ignorancia, novelería o racismo. Es el caso flagrante de los alimentos autóctonos andinos, cuyos nombres quechuas originarios no hemos sabido ni asimilar ni defender desde el español, entregándonos con entusiasmo a fomentar el uso de su nomenclatura en inglés. Qué diferencia con la buena fortuna de la voz «cacao» proveniente del náhuatl cacáhuatl—, porque se dice cacao en todas las lenguas del planeta. Y si en el VI Congreso Internacional de la Lengua de Panamá metí el dedo en la olla para explicar por qué en España se impuso «patata» en lugar de papa (Iwasaki, 2013), diez años más tarde —y en Cádiz— me propongo explicar el cacao de la quínua, porque en España se han empeñado en escribir y pronunciar «quinoa».

La quínua fue mencionada por Pedro Cieza de León en la primera parte de la Crónica del Perú, publicada en Sevilla en 1553, cuando se ocupó de los recursos agrícolas de los indios de Quito:

Ay otro bastimento muy bueno, a quien llaman Quínua: la qual tiene la hoja ni más ni menos que bledo morisco: y cresce la planta dél casi vn estado de hombre: y echa vna semilla muy menuda: della es blanca y della es colorada. De la qual hazen breuajes: y también la comen guisada, como nosotros el arroz.

(Cieza 1984: 130)

El jesuita José de Acosta también dio cuenta de la presencia de la quínua durante el Inti Raymi o Fiesta del Sol, celebrada en los meses de junio.

En este mes se hacían gran suma de estatuas de leña labrada de quínua.

(Acosta 1979: 269)

El Inca Garcilaso fue mucho más prolijo, pues en sus Comentarios Reales (1609) se refirió a la quínua hasta en ocho ocasiones. A saber, para especificar que existía una quínua de oro en el jardín dorado del Coricancha (Garcilaso 2015: 177), para precisar que los indios sembraban la quínua junto al maíz (Garcilaso 2015: 221), para afirmar que la quínua era el alimento más importante de los collas (Garcilaso 2015: 228), para destacar que la quínua era esencial en el intercambio de alimentos de diversos pisos ecológicos (Garcilaso 2015: 352 y 353), para señalar que con quínua y maíz se preparaba una bebida (Garcilaso 2015: 443) y para recrearse en su descripción y en su propia nostalgia, pues el Inca encargó semillas de quínua mientras vivió en Montilla:

El segundo lugar de las mieses que se crían sobre la haz de la tierra dan a la que llaman quínua —y en español mijo o «arroz pequeño»—, porque en el grano y en el color se le asemeja algo. La planta en que se cría se asemeja mucho al bledo, así en el tallo como en la hoja y en la flor, que es donde se cría la quínua. Las hojas tiernas comen los indios y los españoles en sus guisados porque son sabrosas y muy sanas. También comen el grano en sus potajes, hechos de muchas maneras. De la quínua hacen los indios brevaje para beber como del maíz, pero es en tierras donde hay falta de maíz. Los indios herbolarios usan de la harina de la quínua para algunas enfermedades. El año de 1590 me enviaron del Perú esta semilla, pero llegó muerta: que, aunque se sembró en diversos tiempos, no nació.

(Garcilaso 2015: 437)

Muchos cronistas se ocuparon de la quínua, pero solo he querido citar a quienes publicaron sus obras en los mismos siglos XVI o XVII, documentando así el conocimiento de la quínua entre sus contemporáneos. Por otro lado, el conquistador Vasco de Guevara fundó el pueblo de Quínua el 3 de marzo de 1539, «y tuvo nombre Quínua, por una semilla que allí se daba de comer» (Jiménez de la Espada, 1965: 181). Casi 300 años más tarde, a las afueras de aquel pueblo —en la Pampa de la Quínua— el ejército de Bolívar derrotó al último virrey del Perú en 1824, consolidando así la independencia americana.

Finalmente, la voz quínua ha sido la única admitida en los diccionarios académicos de la RAE, desde la edición de 1925 hasta la de 1992. Así, la primera entrada de «quínua» en el DRAE decía literal:

QUÍNUA. (voz quichua). f. Amér. Merid. Planta anual, de hojas triangulares y racimos paniculares compuestos. Las hojas tiernas se comen como espinaca, y la semilla muy abundante y menuda como arroz, se usa en la sopa y sirve para hacer una bebida’.

(NTLLE)

La edición de 1992 apenas varió con respecto a las entradas anteriores, aunque se ahorró el recetario:

quínua. (de or. quechua). f. N.O. Argent., Bol. y Perú. Planta anual, de la familia de las quenopodiáceas, de hojas triangulares y racimos paniculares compuestos’.

(NTLLE)

Sin embargo, tanto en la edición de 2014 como en el DRAE en línea, se ha producido una mutación que se me antoja inexplicable, pues la definición de «quínua» ha quedado reducida a una línea:

f. Arg., Bol., Chile, Col., Ec., Méx. y Perú. quinoa.

(NTLLE)

¿Por qué «quinoa»? En el colmo del contradiós, ahora «quinoa» tiene su propia entrada:

‘quinoa. Tb. Quínoa. Del quechua kinúwa o kínua. 1. f. Planta anual de la familia de las quenopodiáceas, de la que hay varias especies, que tiene flores pequeñas dispuestas en racimos, hojas rómbicas, comestibles cuando están tiernas, y semillas muy abundantes y menudas, también comestibles. ║2. f. semilla de la quinoa’

(DRAE)

Como creo que he podido demostrar, desde 1553 Cieza de León, José de Acosta y el Inca Garcilaso de la Vega recogieron la voz quínua y así la trasladaron a sus crónicas, que fueron las más leídas hasta el siglo XVIII. Ellos jamás escribieron quinoa. Por otro lado, aquel pueblo ayacuchano se sigue llamando Quínua y en ningún libro de Historia del Perú se menciona a la Pampa de la Quinoa como escenario de una batalla memorable. Entonces, ¿de dónde sale «quinoa»? Del mismo sitio que «chompa», «suéter», «pulóver» y «jersey»: del inglés; pues para poder pronunciar quínua, los anglohablantes tienen que escribir quinoa. Y así, por culpa de este cacao, «quinoa» se ha colado en la norma.

El hablante es soberano, pero como tengo la oportunidad de cavilar sobre los márgenes en contacto con el español y acerca de minorías y periferias, al menos deseo compartir mi estupor, pues la mayoría de hispanohablantes decimos quínua y España es una periferia en el consumo de quínua. Sin embargo, los márgenes del comercio, las exportaciones y la ciencia —gracias al descubrimiento de la secuencia del genoma de la quínua en 20175— han entronizado la grafía inglesa quinoa y su equívoca pronunciación: en España por ignorancia y en ciertos sectores de Lima por racismo, alienación y huachafería.

Lo de Lima no tiene remedio, porque allá dicen quinoa para ningunear al quechua; pero en España todo se arreglaría si se descubriera que la pronunciación inglesa de «quinoa» es quínua, porque el hablante peninsular perspicaz podría aplicar una regla de tres directa: video es a vídeo, como «quinoa» es a quínua

Y si a pesar de las matemáticas el hablante peninsular siguiera diciendo «quinoa», siempre nos quedará Gibraltar; ese margen en contacto con el español que permanece a salvo del cacao de la quínua, porque esa periférica minoría que habla llanito con todo el aire de Cádiz, pronuncia quínua con británico acento quechua, tal como se puede apreciar en el impagable programa de Pepe’s Pot, donde el genial cocinero llanito nos enseña «How to make quínua croquetas pa’ los niños».

Bibliografía

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Notas