Miguel Ángel Quesada Pacheco

Actitudes y políticas lingüísticas en Centroamérica en el siglo xix Miguel Ángel Quesada Pacheco
Presidente de la Academia Argentina de las Letras (Argentina)

1. Introducción

Al entrar los actuales países centroamericanos en la era republicana, a partir del 15 de setiembre de 1821, la lengua española hablada en esta parte del Nuevo Mundo sufre un doble impacto. Por una parte, experimenta cambios en su estructura interna que marcan un hito en su historia. Por otra, los que tenían oportunidad de entrar en contacto con el mundo intelectual y lingüístico del momento, se enfrentaron, al igual que en otras latitudes del continente americano, con una serie de problemas en asuntos prácticos de lengua ni siquiera pensados, ni menos debatidos, en la época colonial. En lo que sigue se discutirán cuatro puntos fundamentales que ilustrarán el curso que dieron los pensadores de la época hacia el idioma y las consecuencias que se dejan ver hoy en día. El primero tiene que ver con el concepto de idioma que se manejaba en la época; es decir, las ideas lingüísticas reinantes en el área centroamericana del momento. El segundo punto, la actitud de los pensadores decimonónicos centroamericanos hacia el español y las políticas por seguir. El tercer punto tocará el concepto que se tenía de las lenguas aborígenes. El último punto tiene que ver con las consecuencias que desencadenaron dichos conceptos, actitudes y políticas lingüísticas en la Centroamérica actual.

Antes de tocar el tema, se podría mencionar que, al entrar la Capitanía General de Guatemala en una nueva etapa de su existencia, a partir del 15 de setiembre de 1821, se empieza un largo camino que llevaría a una unión más estrecha entre la escrituralidad y la oralidad (cfr. Österreicher 1994: 155), debido en buena medida a la estandarización lingüística. Así, se olvidan rasgos fonéticos, gramaticales y léxicos que fueron comunes a todas las clases sociales de la Colonia, para empezar una selección dictada, ya no por la Corona, sino por los mecanismos de poder procedentes de las nacientes y florecientes capitales del istmo centroamericano, y por las clases dominantes de cada país, las cuales llegan a tener acceso a los bienes materiales, a viajar y a recibir instrucción en regiones más lejanas. Enumero, a manera de ilustración, algunos de los cambios internos más notorios del español centroamericano a partir de la época independiente:

  1. Reducción de los cambios vocálicos pre-y postónicos (melitar, munumento, escrebir, etc.).
  2. Restitución etimológica de los cambios en las consonantes líquidas (comel, Alturo, delantar, etc.).
  3. Desaparición del pronombre átono enclítico al participio (dormídose, llamádose, etc.).
  4. Afianzamiento del voseo como tratamiento de solidaridad, afecto y confianza.
  5. Olvido del vocabulario característico de la administración colonial, para pasar al vocabulario de cada administración nacional, y su correspondiente diversificación.
  6. Incremento de los préstamos ideológicos del francés: libertad, fraternidad, liberal, etc., del término español con el significado de ‘extranjero’ y españolismo para designar la época colonial (que durante dicha época no tenía designación). A la vez, se acuña el término americanismo para designar los rasgos propios del español americano.
  7. Introducción de términos nuevos para actividades comerciales, políticas y culturales propias del siglo xix: léxico del café, léxico de las exportaciones, términos para el sistema escolar y universitario, etc.

Por otro lado, empieza un calvario para muchísimos grupos indígenas, los cuales, viéndose despojados de la protección de las antiguas Leyes de Indias, y debido a las nuevas reglas de la instrucción pública y de los derechos del ciudadano, de movilizarse por doquier, se ven obligados, conforme entran en contacto cada vez más estrecho con los nuevos mecanismos de poder, a olvidar sus lenguas ancentrales. A partir de la época independiente, se podría afirmar, se extinguen más lenguas que durante el mismo período colonial, entre las que se pueden citar el subtiava (Nicaragua), el chorotega (Honduras, Nicaragua y Costa Rica), el lenca (Honduras), el cacaopera (El Salvador), el pipil (El Salvador), el chánguena y el dorasque (Panamá) y muchas otras.

2. Ideas lingüísticas de América Central durante el siglo xix

Los movimientos filológicos decimonónicos y republicanos del continente americano se manifestaron en América Central a través de una tendencia más bien de corte conservador, cuyo interés primordial era mantener la lengua y literatura española e hispanoamericana unidas. Como en el resto del continente americano, reinaba un cierto temor ante la idea de una desarticulación de la lengua española en el Nuevo Mundo. De ahí que filólogos de la talla del guatemalteco Antonio Batres Járuegui afirmaran:1

Entre los elementos de cultura que trajo España a América, uno de los que deben perdurar es el de la lengua castellana, que en el siglo xvi se encontraba en todo su auge y esplendor, extendida por inmensos territorios y quilatada por sublimes ingenios.

Y al igual que en el resto del Nuevo Mundo, los filólogos centroamericanos fundamentaban su filosofía lingüística de acuerdo con los siguientes criterios:

  1. Hay una lengua común, el castellano, a uno y otro lado del Atlántico.
  2. La lengua cambia y, por consiguiente, puede corromperse y desmembrarse.
  3. Esta lengua común es una herencia que debe conservarse. Muchas palabras usadas por el pueblo, aunque obsolescentes en otros grupos sociales, deben respetarse y preservarse porque tienen abolengo.
  4. Si se quiere luchar en contra del cambio que lleva a la corrupción y a la diferenciación, hay que compartir esfuerzos para mantenerse firmes en el idioma común, a través de la literatura.
  5. El filólogo está en capacidad de llevar la lengua por buen camino.

Además, y al igual que en el resto del Nuevo Mundo, en la América Central decimonónica se manejaba un ideal de lengua que reflejaba el modelo peninsular de la época. Aquellos rasgos que se alejaran de dicho modelo eran considerados provincialismos o barbarismos. Los provincialismos podían tener carta de validez si no tenían equivalente en el modelo peninsular; valga decir, palabras que designaran objetos o aspectos culturales ausentes en España, y por lo general provenientes de otras lenguas. Según el filólogo nicaragüense Juan Eligio de la Rocha, en el español centroamericano había:

[…] provincialismos procedentes de lenguas aborígenes inferiores, vocales omitidas, silabeo, el hablar articulando apenas la consonante que hiere, acento falsete y de asonancia nasal, tomados de los antiguos nahuales, quichés, lencas, mangues, etc., abundan en Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.

(De la Rocha, cit. por Arellano 2002: 40).

Por su parte, los barbarismos eran palabras, expresiones o giros que, teniendo su contraparte en el modelo peninsular, debían descartarse.

3. Actitudes y políticas lingüísticas

Los filólogos centroamericanos apoyaron sus ideas en los lineamientos filológicos del gramático venezolano Andrés Bello,2 de acuerdo con el cual la unidad idiomática se podría lograr por medio de la educación idiomática prescriptiva, purista, obviamente partiendo del español peninsular como regla y modelo. Por lo tanto, había que «estudiar el idioma»; es decir, escribir gramáticas y diccionarios que condenaran todo tipo de expresión dialectal que atentara contra la unidad lingüística. Juan Eligio de la Rocha, el filólogo nicaragüense antes mencionado, es quien, a mediados del siglo xix, inicia la corriente purista en América Central, el cual apunta:

Preciso es que en Centroamérica se le dé impulso a la mejora del idioma de nuestros padres con un estudio positivo de él, pues los Estados y ciudades nuestras que hacen alarde de hablar mejor el español que sus vecinos, están equivocados.

(De la Rocha, cit. por Arellano 2002: 40).

De la Rocha, siguiendo a Bello, insiste en la educación lingüística por parte de los padres de familia; además, es partidario de la idea de que el castellano de la Península deberá servir de modelo para la corrección lingüística:

No está la primacía de hablar bien, como creen algunos pueblos semilustrados, en decir Juana y no La Juana, en decir chucho al perro, ni en nombrar nance al nancite, ni quisquil al chayote, ni traje al túnico, ni dundo al sencillo, ni hablar en secretos ni en charlas a gritos; sino en observar las reglas de la gramática, consultar el diccionario y procurar aproximarse al acentro sonoro, marcado abierto rotundo y claro de los castellanos, destruyendo los arcaísmos, resabios y todos los provincialismos que tengan equivalente en español. Las madres y los maestros de primeras escuelas son los apóstoles de esta mejora, la infancia sobre todo es la edad propia de corregir estos defectos ya bajo precepto o con correcciones o redículos suaves que hasta a los adultos mejoran.

(De la Rocha, cit. por Arellano 2002: 40, nota (b)).

Por eso De la Rocha impulsa la confección de una gramática normativa para uso de la juventud nicaragüense, publicada en 1858 (cit. por Arellano 1992: 16-17). Asimismo, es él quien propone la corrección gramatical en dos columnas, cuando afirma:

Es de desear que todos los maestros formen en sus escuelas índices de todos los defectos con su respectiva columna de corrección, y que todos los discípulos los lean con atención una vez por semana.

(cit. por Arellano 2002: 40, nota (b)).

A De la Rocha le sigue el filólogo costarricense Francisco Ulloa, quien por 1870 inicia la corriente purista en su país con la publicación de los Elementos de gramática de la lengua castellana, escritos expresamente para la enseñanza de la juventud en Costa Rica. En este libro el autor, siguiendo el método propuesto por De la Rocha, hace una larga lista de términos llamados «Barbarismos más comunes entre los costarricenses» (Ulloa 1872: 224-238). A manera de ilustración se citan las siguientes palabras:

No digáisDecid
Bítuma Víctima
Bolo Ebrio
Cuja Cama, lecho
Defeuto Defecto
Desbelitú Debilidad
Enculecarse Enclocarse
Engruesar Engrosar
Entonce Entonces
Jeder Heder
Mercar Comprar
Polbero Pañuelo

En 1892, el filólogo guatemalteco Antonio Batres Jáuregui publica su diccionario correctivo de guatemaltequismos. Batres estimaba lo siguiente:

«a falta de estudio, la carencia de centros destinados a conservar la pureza del lenguaje, y la indiferencia lastimosa con que, durante largos años, se viera todo lo que al idioma se refiere, han sido parte a que se corrompa de tal modo, que hay muchas frases y voces viciosas, que por desgracia emplean hasta personas cultas y educadas, sin contar con los innumerables vulgarismos que a cada paso ofenden el buen gusto.

(cit. por Sandoval 1941: XII).

En el mismo año, el filólogo costarricense Carlos Gagini publica el primer diccionario correctivo de costarriqueñismos y, siguiendo de cerca el mismo pensar de su colega guatemalteco, expresa:

Incontrovertible es la utilidad de los estudios críticos sobre el lenguaje vulgar de los pueblos hispano-americanos. La lengua castellana ha experimentado tales modificaciones en el Nuevo Mundo, son tan numerosas las corruptelas, los neologismos, extranjerismos y alteraciones sintácticas con que la desfigura el vulgo, que en muchos lugares no es ya sino una caricatura grotesca de aquella habla divina de Garcilaso, Carderón y Cervantes. Por otra parte, esos matices locales contribuyen sobre modo á romper la unidad del idioma común de nuestras Repúblicas, preparando la formación de dialectos y dificultando el comercio de ideas.

(Gagini 1892: I).

Un año después, en 1893, el filólogo nicaragüense Mariano Barreto publica la obra Vicios de nuestro lenguaje, y en 1900 saca a la luz sus Ejercicios ortográficos, en donde se registran más de 600 voces «mal escritas» (Arellano 1992: 22). Y, continuando con el modelo propuesto por De la Rocha, en 1906 sale a la luz el Pequeño Diccionario de provincialismos y barbarismos centroamericanos, del hondureño Próspero Mesa,3 quien dedica su obra a los escolares, y dispone su recopilación léxica en dos columnas, como se puede apreciar en los siguientes ejemplos:

ViciosCorrecciones
Bamba (Hond.) Peso [moneda]
Coche (Guat.) Cerdo
Chiches (Hond. y C. Rica) Eso es cómodo, fácil
Estampilla Sello de correo
Guambas (C. Rica) Tonto, imbécil
Guanaba (Guat. y Salv.) Guanábana
Gorguera Notabilidad
Jaracatal (Guat.) Multitud
Nacascolo Dividivi
Ñapa Propina
Tigre (el de América) Jaguar
Yagual (Hond.) Rodete de trapo
Zaite (Salv.) Aguijón

Se puede afirmar que, dentro del grupo de normativistas centroamericanos del siglo xix, sella el período el salvadoreño Salomón Salazar con la publicación del Diccionario de barbarismos y provcialismos centroamericanos (1907).

Como nota interesante, para América Central no se han recogido documentos que prueben la afiliación de algún filólogo o pensador a las ideas separacionisas que se dieron en el Cono Sur a partir de la primera mitad del siglo xix. Habrá que esperar a finales de dicho siglo para ver publicaciones que en cierta medida se salen de lo establecido, con una metodología menos academicista. Me refiero a dos autores centroamericanos.4 En orden cronológico se trata, en primer lugar, del filólogo hondureño Alberto Membreño, quien en 1895 lleva a la imprenta la primera edición de sus Hondureñismos. Si bien Membreño participa en las ideas de la corrupción lingüística y de los vicios del lenguaje de su época,5 en el prólogo de su libro manifiesta un plan diferente, y lo lleva a cabo con bastante coherencia:

Las Apuntaciones críticas, del señor Cuervo, el Diccionario de Chilenismos, del señor Rodríguez, el Diccionario de barbarismos y provincialismos de Costa Rica, del señor Gagini, y los Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala, del señor Batres Jáuregui, tienen por principal objeto purificar el habla castellana censurando los vicios que se han introducido en ella y tienden á pervertirla; la obrita de nosotros se concreta lo más á traducir nuestros provincialismos, palabras anticuadas é indígenas y uno que otro vocablo que hemos formado por onomatopeya.

(Membreño 1895/1982: V).

Y, tal como lo había expresado en el prólogo, Membreño enumera una lista de vocablos usados en Honduras, sin mezclar el método correctivo de sus antecesores ni definir las entradas con criterios normativos ni prescriptivos, con lo cual se adelanta décadas a una nueva etapa de la lexicografía centroamericana, cual es la descriptiva.

El segundo autor es el gramático costarricense Roberto Brenes Mesén (1905), quien mantiene una posición lingüística radical, basada en el concepto según el cual, la gramática no es ningún arte, sino una ciencia, y el estudio de la lengua debe basarse en la lengua del pueblo, no en la de los escritores (cfr. R. Brenes Mesén 1905). No obstante, se podría afirmar que los intentos de cambio de estos filólogos no dieron los frutos esperados en el ambiente purista de la época. Es bien entrado el siglo xx cuando se vislumbra una transición de lo prescriptivista a lo descriptivista, y cuando en casi todo el istmo los autores empiezan a fijar su mirada en el estudio científico y objetivo del idioma español, así como de sus variedades diatópicas y diastráticas.

4. Los filólogos centroamericanos y las lenguas aborígenes

Un punto bien conflictivo para los filólogos centroamericanos del siglo xix fue la presencia de lenguas aborígenes y su contacto con el español, y lo que se debería hacer para enfrentarse a esta disyuntiva. Se podría dividir a todos los pensadores de la época en dos grupos, según los que no se interesaron y los que se interesaron en el asunto.

Aquellos que no se interesaron, tampoco dejaron escritas las causas de su apatía. En consecuencia, nada se puede decir de ellos, los cuales —me atrevo a afirmar— son la gran mayoría de los intelectuales centroamericanos. Por su parte, entre aquellos que se interesaron, también se podrían subdividir entre los que vieron las lenguas indígenas como algo adyacente, que estaba ahí por fuerza, como por designio y producto de la colonización, y en cuya visión se puede vislumbrar una especie de categorización de las lenguas, siendo la castellana la primera entre todas; luego, las lenguas indígenas, las cuales, a su vez, estaban igualmente jerarquizadas. Como se vio en páginas anteriores, De la Rocha hablaba de «lenguas aborígenes inferiores», con lo cual implícitamente se refería a lenguas aborígenes superiores. Por otro lado, había una cierta aceptación en el incluir palabras de origen indígena en el español, según se desprende del siguiente razonamiento del guatemalecto Antonio Batres Jáuregui (1904: 8):6

No deben repelerse de los diccionarios aquellos numerosos vocablos que usan millones de gentes, para significar objetos o ideas peculiares de una respetable colectividad, por más que no se deriven del latín, del vascuence o del árabe, ya que da lo mismo el abolengo aimará, quechua, cackchiquel o mexicano, para el caso.

El segundo subgrupo de pensadores centroamericanos estaba compuesto por personas que deseaban reivindicar su identidad aborigen y darle el lugar merecido. Este grupo surge a partir de los fundamentos teóricos de la teoría indigenista, así como del nacionalismo americano de fines del siglo xix y principios del xx. Para ellos, el español centroamericano es un castellano forrado de rasgos de origen indígena. Por ejemplo, según el escritor salvadoreño Pedro Geoffroy, el náhuatl es el responsable de que el español salvadoreño no distinga la diferencia ibérica entre la <z> y la <s>, del yeísmo y de que la <j> se pronuncie suavemente; asimismo, este idioma es el responsable de algunas contracciones tales como vapué (vaya pues), puesi (pues sí), vua (voy a), idiay (y de ahí) y otras, así como la gran cantidad de palabras compuestas empleadas en dicho país centroamericano, muchas de las cuales, según el autor, son combinación de náhuat y español (Geoffroy 1987, 16-25). De pensamiento similar son algunos intelectuales nicaragüenses como Mario Cajina (1995), quien acuña el nombre de «españáhuat» al castellano hablado en su país, y Carlos Mántica (1989, 2000), el cual sugiere que hay un «náhuatl oculto» en el quehacer cotidiano lingüístico de los nicaragüenses (Mántica 2000: 36-38).

Por último, los pensadores del siglo xix hacían una clara distinción entre lo que era la filología y la lingüística. De acuerdo con el filólogo venezolano Julio Calcaño (1897: IX), hay una distinción entre lingüística, que es el estudio científico de las lenguas indígenas con ausencia de tradición escrita (o sea, prácticamente todas), y la filología, que estudia las lenguas con tradición escrita, tanto desde el punto de vista histórico como sincrónico; además, dentro del nivel sincrónico se pueden realizar estudios descriptivos y prescriptivos. Esta es la línea teórico-metodológica seguida por los centroamericanos que se interesaron por el estudio de las lenguas aborígenes, como es el caso del costarricense Carlos Gagini, quien en 1891 publicó un artículo bajo el título de «Estudios de lingüística» y cuyo contenido era un análisis comparativo de las lenguas indígenas de Costa Rica.

5. Reflejos de la mentalidad decimonónica en el concepto de español actual

No en vano se escribieron tantos textos correctivos del español en la Centroamérica del siglo xix, ni se hicieron distinciones tan tajantes entre el español y las lenguas indígenas.

En cuanto al español, aún florecen pensamientos puristas, desprecio por las hablas nacionales o regionales, y los encargados de las políticas lingüísticas continúan anidando la idea de lo pureza del español, dogmático. En una serie de encuestas piloto realizadas en todas las capitales de América Central,7 y cuyo tema se centraba en las actitudes de los centroamericanos hacia su propia habla y hacia el habla de los demás países del área, extraje algunas conclusiones que podrían ilustrar en buena medida las consecuencias que han traído para el istmo las políticas lingüísticas decimonónicas. De dichas encuestas,8 se desprenden, a grandes rasgos, las siguientes observaciones:

  1. Todos los entrevistados, salvo una persona, dijeron llamar a su lengua «español».9 En otras palabras, se mantiene fuertemente la idea de los filólogos decimonónicos respecto de una lengua común a uno y otro lado del Atlántico. Esto significa que hay plena conciencia entre los entrevistados, de que existe una sola lengua —llámese español o castellano— y que no está dividida en dialectos o sublenguas llamados «guatemalteco», «hondureño», etc., las cuales podrían haber ido en una dirección de «nacionalización» del idioma (algo así como lo que sucede en Valencia, España, con el catalán hablado allí).
  2. Casi todos los entrevistados definieron lo que se entiende por «hablar correctamente», con conceptos que reflejan claramente las políticas salvaguardadoras del siglo xix: hacer buen uso de la gramática, pronunciar bien, usar vocabulario adecuado (no decir «pisto» sino «dinero»), hablar con soltura, hablar con variedad (sinónimos), hablar con cortesía, formular bien las oraciones, seguir las normas de acentuación, etc. Además, a la pregunta de cuán importante era «hablar correctamente», todos los entrevistados respondieron que «mucha».
  3. Hay una ausencia total de valoración de las variantes dialectales del español, como si estas no fueran tan correctas como la lengua estándar. Se nota, además, una especie de gradación jerárquica según la cual la lengua estándar vale sobre cualquier manifestación oral local.
  4. La mitad de los entrevistados dio España como el país donde se habla «correctamente». Lo anterior está en estrecha relación con el ideal decimonónico, el cual apuntaba prácticamente a este país como modelo, el que debería dictar las normas del buen hablar, según el decir de los pensadores de la época.
  5. A la pregunta de si tuviera que cambiar de acento, el de cuál país preferiría, casi todos los entrevistados señalaron otros países que no fueran los mismos centroamericanos.10 Esto dice bastante de la baja percepción o autoestima que tienen los centroamericanos hacia su propia habla, lo cual, a mi juicio, no es otra cosa que el reflejo de una educación lingüística que ha minado y subestimado toda diferencia dialectal.
  6. A los entrevistados se les pidió mencionar tres países donde les gustaba como hablaban el español, y la mayor parte de ellos entrevistados mencionaron países fuera del istmo centroamericano,11 lo cual, otra vez, dice mucho de la baja estima que manifestaron los entrevistados por sus propias hablas.
  7. Igualmente, en la pregunta correspondiente al componente afectivo, los entrevistados dan menor puntaje cuando se trata de valorar positivamente un habla vecina, pero el puntaje aumenta conforme se trata de valorar negativamente dichas hablas. Lo anterior da a pensar que existe una especie de afección por lo que viene del exterior y desprecio por lo propio.
  8. Los entrevistados dan puntaje positivo a países hispanohablantes fuera del istmo, que asocian a elegancia, autoridad y riqueza; no obstante, el puntaje sube a favor de los países centroamericanos si se pregunta por hablas hispánicas asociadas a «vulgaridad» y «pobreza». En otras palabras, y al igual que en el punto anterior, parece haber una percepción más negativa de sus propias hablas que de las de los países fuera del área centroamericana.

Respecto de las lenguas aborígenes, la división decimonónica entre lingüística ‘estudio de las lenguas indígenas’ y filología ‘estudio de la lengua castellana’ pervive en la actualidad traducida en actitudes antagónicas y valorativas hacia dichas lenguas. Por ejemplo, la Constitución Política de Panamá denomina «idioma» al español, pero «lengua» a los idiomas indígenas;12 además, en América Central se habla de «lengua» para referirse al español, pero «dialectos» son las lenguas indígenas (cfr. Quesada Pacheco 2007: 170).

6. Para concluir

Lo expuesto en la presente ponencia nos da una visión rápida y general de las ideas lingüísticas en América Central durante el siglo xix, así como las consecuencias que se viven en nuestros días a causa de las políticas normativas y prescriptivistas de dicho siglo. El escritor y político salvadoreño José María Peralta Lagos, ya bien entrado el siglo xx, se vanagloriaba de que una gran mayoría de americanos deseaba la unión lingüística, expresada con las siguientes palabras:

Dichosamente somos legión en la América española los que apreciamos la riqueza y hermosura incomparable de la lengua de Castilla, y nos empeñamos por ello en conservarla pura, siendo muchos también los que comprendemos la importancia que para el futuro supone el mantener la unidad de un idioma que es el verbo de veinte naciones. […] Debemos hacer a un lado pretensiones ridículas y someterse en todo lo que al idioma se refiere a la autoridad indiscutible de la Real Academia Española.

(Peralta Lagos 1930: 5, 27).

Con el mismo pensamiento comulgaba el nicaragüense Alfonso Valle, quien afirmaba, en la Introducción a su Diccionario de Nicaraguanismos, que el vocabulario de su país se había corrompido tanto, que, «si Dios no lo remedia, va en camino de rebajarse a un dialecto bárbaro; tales las alteraciones y corrupciones que el vulgo aristocrático y el plebeyo le infieren con inaudito ensañamiento a la hermosa lengua castellana» (Valle 1948: II).

Se puede asegurar que en los albores del siglo xxi existen pensadores quienes solicitan el peso de la Real Academia en materia de política lingüística. Por esta razón, en muchos libros de enseñanza de la lengua materna, aún se insiste en rasgos estándares del español y se obvian los particulares de cada país. Esto pasa, por ejemplo, con el voseo, que brilla por su ausencia, mientras que el tuteo y el vosotros figuran como pronombres obligados en las gramáticas escolares. Lo mismo sucede con la distinción entre canté y he cantado, en cuyos textos se nota el modelo peninsular, no el americano. Por eso sigo con atención las reacciones de los centroamericanos ante la nueva política de la RAE con la reciente publicación de la GRAE, y a manera de hipótesis diré que muchísimos se sentirán profundamente decepcionados y hasta traicionados. La GRAE describe como parte integral del idioma español estructuras que otrora se juzgaban exentas de validez y hasta se miraban con desprecio; vale decir, el voseo, la pluralización del verbo haber (habían, hubieron), sin mencionar todos los rasgos fonéticos que han caracterizado por décadas a los centroamericanos, en cuenta la pronunciación asibilada del grupo tr en Costa Rica y la aspiración de /s/ en casi todo el istmo. En este sentido, la GRAE eleva con absoluto magisterio y desde una perspectiva muchísimo más amplia la aseveración de los filólogos decimonónicos, según la cual había una lengua común a ambos lados del Atlántico. Cierto, y por eso se toman en cuenta hoy en día todas sus manifiestaciones lingüísticas, sean de una parte o de otra del mar Océano.

Por otra parte, continúa la agonía de muchísimas lenguas indígenas centroamericanas. Las políticas educativas en materia de lengua no han favorecido, por lo menos hasta mitad del siglo xx, ni la enseñanza ni la preservación de idiomas minoritarios como el xinca de Guatemala, el pipil de El Salvador, el paya de Honduras, el rama de Nicaragua, el boruca de Costa Rica o el teribe de Panamá, los cuales, de haberse tomado en cuenta su valor, perfectamente habrían sobrevivido los embates de una celosa política unilingüística en el área centroamericana.

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Notas

  • 1. A. Batres Jáuregui (1904), El castellano en América. Guatemala: Imprenta de La República, p. 6. Volver
  • 2. Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como medioprovidencial de comunicación y vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español. (cit. por Quesada 1989: 135). Volver
  • 3. Esta obrita tiene el mérito de ser el primer diccionario concebido como de conjunto para América Central. Volver
  • 4. Omito aquí los nombres de José Joaquín Borda y Carl Berendt, quienes publicaron obras con metología distinta a la prescriptivista, por no se de origen centroamericano. Volver
  • 5. Tal como se puede apreciar en el mismo prólogo (Membreño 1895/1982: III – XIII). Volver
  • 6. A. Batres Jáuregui (1904), El castellano en América. Guatemala: Imprenta de La República, p. 8. Volver
  • 7. Se trata de un proyecto de investigación cuyo título reza «Actitudes lingüísticas en América y España», auspiciado por el Departamento de Lenguas Extranjeras de la Universidad de Bergen, Noruega, y el Consejo Noruego de Investigaciones. Para el área centroamericana se aplicaron 16 encuestas piloto en noviembre de 2009. Al final de la investigación se habrán aplicado 400 entrevistas por capital (en total 2400 entrevistas para América Central). Volver
  • 8. Los resultados de estas encuestas se pueden consultar en la página. Volver
  • 9. Solamente un informante de Managua, Nicaragua, dijo «castellano». Volver
  • 10. De 48 posibilidades dadas, solamente ocho correspondieron a países centroamericanos. Volver
  • 11. De las 48 posibilidades, únicamente doce correspondieron a países centroamericanos. Volver
  • 12. Véase, por ejemplo, los artículos 7, 10, 78 y 96 para «idioma», y los artículos 84 y 86 para «lengua». Se puede consultar en http://pdba.georgetown.edu/Constitutions/Panama/panama1994.html. Volver