Al entrar los actuales países centroamericanos en la era republicana, a partir del 15 de setiembre de 1821, la lengua española hablada en esta parte del Nuevo Mundo sufre un doble impacto. Por una parte, experimenta cambios en su estructura interna que marcan un hito en su historia. Por otra, los que tenían oportunidad de entrar en contacto con el mundo intelectual y lingüístico del momento, se enfrentaron, al igual que en otras latitudes del continente americano, con una serie de problemas en asuntos prácticos de lengua ni siquiera pensados, ni menos debatidos, en la época colonial. En lo que sigue se discutirán cuatro puntos fundamentales que ilustrarán el curso que dieron los pensadores de la época hacia el idioma y las consecuencias que se dejan ver hoy en día. El primero tiene que ver con el concepto de idioma que se manejaba en la época; es decir, las ideas lingüísticas reinantes en el área centroamericana del momento. El segundo punto, la actitud de los pensadores decimonónicos centroamericanos hacia el español y las políticas por seguir. El tercer punto tocará el concepto que se tenía de las lenguas aborígenes. El último punto tiene que ver con las consecuencias que desencadenaron dichos conceptos, actitudes y políticas lingüísticas en la Centroamérica actual.
Antes de tocar el tema, se podría mencionar que, al entrar la Capitanía General de Guatemala en una nueva etapa de su existencia, a partir del 15 de setiembre de 1821, se empieza un largo camino que llevaría a una unión más estrecha entre la escrituralidad y la oralidad (cfr. Österreicher 1994: 155), debido en buena medida a la estandarización lingüística. Así, se olvidan rasgos fonéticos, gramaticales y léxicos que fueron comunes a todas las clases sociales de la Colonia, para empezar una selección dictada, ya no por la Corona, sino por los mecanismos de poder procedentes de las nacientes y florecientes capitales del istmo centroamericano, y por las clases dominantes de cada país, las cuales llegan a tener acceso a los bienes materiales, a viajar y a recibir instrucción en regiones más lejanas. Enumero, a manera de ilustración, algunos de los cambios internos más notorios del español centroamericano a partir de la época independiente:
Por otro lado, empieza un calvario para muchísimos grupos indígenas, los cuales, viéndose despojados de la protección de las antiguas Leyes de Indias, y debido a las nuevas reglas de la instrucción pública y de los derechos del ciudadano, de movilizarse por doquier, se ven obligados, conforme entran en contacto cada vez más estrecho con los nuevos mecanismos de poder, a olvidar sus lenguas ancentrales. A partir de la época independiente, se podría afirmar, se extinguen más lenguas que durante el mismo período colonial, entre las que se pueden citar el subtiava (Nicaragua), el chorotega (Honduras, Nicaragua y Costa Rica), el lenca (Honduras), el cacaopera (El Salvador), el pipil (El Salvador), el chánguena y el dorasque (Panamá) y muchas otras.
Los movimientos filológicos decimonónicos y republicanos del continente americano se manifestaron en América Central a través de una tendencia más bien de corte conservador, cuyo interés primordial era mantener la lengua y literatura española e hispanoamericana unidas. Como en el resto del continente americano, reinaba un cierto temor ante la idea de una desarticulación de la lengua española en el Nuevo Mundo. De ahí que filólogos de la talla del guatemalteco Antonio Batres Járuegui afirmaran:1
Entre los elementos de cultura que trajo España a América, uno de los que deben perdurar es el de la lengua castellana, que en el siglo xvi se encontraba en todo su auge y esplendor, extendida por inmensos territorios y quilatada por sublimes ingenios.
Y al igual que en el resto del Nuevo Mundo, los filólogos centroamericanos fundamentaban su filosofía lingüística de acuerdo con los siguientes criterios:
Además, y al igual que en el resto del Nuevo Mundo, en la América Central decimonónica se manejaba un ideal de lengua que reflejaba el modelo peninsular de la época. Aquellos rasgos que se alejaran de dicho modelo eran considerados provincialismos o barbarismos. Los provincialismos podían tener carta de validez si no tenían equivalente en el modelo peninsular; valga decir, palabras que designaran objetos o aspectos culturales ausentes en España, y por lo general provenientes de otras lenguas. Según el filólogo nicaragüense Juan Eligio de la Rocha, en el español centroamericano había:
[…] provincialismos procedentes de lenguas aborígenes inferiores, vocales omitidas, silabeo, el hablar articulando apenas la consonante que hiere, acento falsete y de asonancia nasal, tomados de los antiguos nahuales, quichés, lencas, mangues, etc., abundan en Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.
(De la Rocha, cit. por Arellano 2002: 40).
Por su parte, los barbarismos eran palabras, expresiones o giros que, teniendo su contraparte en el modelo peninsular, debían descartarse.
Los filólogos centroamericanos apoyaron sus ideas en los lineamientos filológicos del gramático venezolano Andrés Bello,2 de acuerdo con el cual la unidad idiomática se podría lograr por medio de la educación idiomática prescriptiva, purista, obviamente partiendo del español peninsular como regla y modelo. Por lo tanto, había que «estudiar el idioma»; es decir, escribir gramáticas y diccionarios que condenaran todo tipo de expresión dialectal que atentara contra la unidad lingüística. Juan Eligio de la Rocha, el filólogo nicaragüense antes mencionado, es quien, a mediados del siglo xix, inicia la corriente purista en América Central, el cual apunta:
Preciso es que en Centroamérica se le dé impulso a la mejora del idioma de nuestros padres con un estudio positivo de él, pues los Estados y ciudades nuestras que hacen alarde de hablar mejor el español que sus vecinos, están equivocados.
(De la Rocha, cit. por Arellano 2002: 40).
De la Rocha, siguiendo a Bello, insiste en la educación lingüística por parte de los padres de familia; además, es partidario de la idea de que el castellano de la Península deberá servir de modelo para la corrección lingüística:
No está la primacía de hablar bien, como creen algunos pueblos semilustrados, en decir Juana y no La Juana, en decir chucho al perro, ni en nombrar nance al nancite, ni quisquil al chayote, ni traje al túnico, ni dundo al sencillo, ni hablar en secretos ni en charlas a gritos; sino en observar las reglas de la gramática, consultar el diccionario y procurar aproximarse al acentro sonoro, marcado abierto rotundo y claro de los castellanos, destruyendo los arcaísmos, resabios y todos los provincialismos que tengan equivalente en español. Las madres y los maestros de primeras escuelas son los apóstoles de esta mejora, la infancia sobre todo es la edad propia de corregir estos defectos ya bajo precepto o con correcciones o redículos suaves que hasta a los adultos mejoran.
(De la Rocha, cit. por Arellano 2002: 40, nota (b)).
Por eso De la Rocha impulsa la confección de una gramática normativa para uso de la juventud nicaragüense, publicada en 1858 (cit. por Arellano 1992: 16-17). Asimismo, es él quien propone la corrección gramatical en dos columnas, cuando afirma:
Es de desear que todos los maestros formen en sus escuelas índices de todos los defectos con su respectiva columna de corrección, y que todos los discípulos los lean con atención una vez por semana.
(cit. por Arellano 2002: 40, nota (b)).
A De la Rocha le sigue el filólogo costarricense Francisco Ulloa, quien por 1870 inicia la corriente purista en su país con la publicación de los Elementos de gramática de la lengua castellana, escritos expresamente para la enseñanza de la juventud en Costa Rica. En este libro el autor, siguiendo el método propuesto por De la Rocha, hace una larga lista de términos llamados «Barbarismos más comunes entre los costarricenses» (Ulloa 1872: 224-238). A manera de ilustración se citan las siguientes palabras:
No digáis | Decid |
---|---|
Bítuma | Víctima |
Bolo | Ebrio |
Cuja | Cama, lecho |
Defeuto | Defecto |
Desbelitú | Debilidad |
Enculecarse | Enclocarse |
Engruesar | Engrosar |
Entonce | Entonces |
Jeder | Heder |
Mercar | Comprar |
Polbero | Pañuelo |
En 1892, el filólogo guatemalteco Antonio Batres Jáuregui publica su diccionario correctivo de guatemaltequismos. Batres estimaba lo siguiente:
«a falta de estudio, la carencia de centros destinados a conservar la pureza del lenguaje, y la indiferencia lastimosa con que, durante largos años, se viera todo lo que al idioma se refiere, han sido parte a que se corrompa de tal modo, que hay muchas frases y voces viciosas, que por desgracia emplean hasta personas cultas y educadas, sin contar con los innumerables vulgarismos que a cada paso ofenden el buen gusto.
(cit. por Sandoval 1941: XII).
En el mismo año, el filólogo costarricense Carlos Gagini publica el primer diccionario correctivo de costarriqueñismos y, siguiendo de cerca el mismo pensar de su colega guatemalteco, expresa:
Incontrovertible es la utilidad de los estudios críticos sobre el lenguaje vulgar de los pueblos hispano-americanos. La lengua castellana ha experimentado tales modificaciones en el Nuevo Mundo, son tan numerosas las corruptelas, los neologismos, extranjerismos y alteraciones sintácticas con que la desfigura el vulgo, que en muchos lugares no es ya sino una caricatura grotesca de aquella habla divina de Garcilaso, Carderón y Cervantes. Por otra parte, esos matices locales contribuyen sobre modo á romper la unidad del idioma común de nuestras Repúblicas, preparando la formación de dialectos y dificultando el comercio de ideas.
(Gagini 1892: I).
Un año después, en 1893, el filólogo nicaragüense Mariano Barreto publica la obra Vicios de nuestro lenguaje, y en 1900 saca a la luz sus Ejercicios ortográficos, en donde se registran más de 600 voces «mal escritas» (Arellano 1992: 22). Y, continuando con el modelo propuesto por De la Rocha, en 1906 sale a la luz el Pequeño Diccionario de provincialismos y barbarismos centroamericanos, del hondureño Próspero Mesa,3 quien dedica su obra a los escolares, y dispone su recopilación léxica en dos columnas, como se puede apreciar en los siguientes ejemplos:
Vicios | Correcciones |
---|---|
Bamba (Hond.) | Peso [moneda] |
Coche (Guat.) | Cerdo |
Chiches (Hond. y C. Rica) | Eso es cómodo, fácil |
Estampilla | Sello de correo |
Guambas (C. Rica) | Tonto, imbécil |
Guanaba (Guat. y Salv.) | Guanábana |
Gorguera | Notabilidad |
Jaracatal (Guat.) | Multitud |
Nacascolo | Dividivi |
Ñapa | Propina |
Tigre (el de América) | Jaguar |
Yagual (Hond.) | Rodete de trapo |
Zaite (Salv.) | Aguijón |
Se puede afirmar que, dentro del grupo de normativistas centroamericanos del siglo xix, sella el período el salvadoreño Salomón Salazar con la publicación del Diccionario de barbarismos y provcialismos centroamericanos (1907).
Como nota interesante, para América Central no se han recogido documentos que prueben la afiliación de algún filólogo o pensador a las ideas separacionisas que se dieron en el Cono Sur a partir de la primera mitad del siglo xix. Habrá que esperar a finales de dicho siglo para ver publicaciones que en cierta medida se salen de lo establecido, con una metodología menos academicista. Me refiero a dos autores centroamericanos.4 En orden cronológico se trata, en primer lugar, del filólogo hondureño Alberto Membreño, quien en 1895 lleva a la imprenta la primera edición de sus Hondureñismos. Si bien Membreño participa en las ideas de la corrupción lingüística y de los vicios del lenguaje de su época,5 en el prólogo de su libro manifiesta un plan diferente, y lo lleva a cabo con bastante coherencia:
Las Apuntaciones críticas, del señor Cuervo, el Diccionario de Chilenismos, del señor Rodríguez, el Diccionario de barbarismos y provincialismos de Costa Rica, del señor Gagini, y los Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala, del señor Batres Jáuregui, tienen por principal objeto purificar el habla castellana censurando los vicios que se han introducido en ella y tienden á pervertirla; la obrita de nosotros se concreta lo más á traducir nuestros provincialismos, palabras anticuadas é indígenas y uno que otro vocablo que hemos formado por onomatopeya.
(Membreño 1895/1982: V).
Y, tal como lo había expresado en el prólogo, Membreño enumera una lista de vocablos usados en Honduras, sin mezclar el método correctivo de sus antecesores ni definir las entradas con criterios normativos ni prescriptivos, con lo cual se adelanta décadas a una nueva etapa de la lexicografía centroamericana, cual es la descriptiva.
El segundo autor es el gramático costarricense Roberto Brenes Mesén (1905), quien mantiene una posición lingüística radical, basada en el concepto según el cual, la gramática no es ningún arte, sino una ciencia, y el estudio de la lengua debe basarse en la lengua del pueblo, no en la de los escritores (cfr. R. Brenes Mesén 1905). No obstante, se podría afirmar que los intentos de cambio de estos filólogos no dieron los frutos esperados en el ambiente purista de la época. Es bien entrado el siglo xx cuando se vislumbra una transición de lo prescriptivista a lo descriptivista, y cuando en casi todo el istmo los autores empiezan a fijar su mirada en el estudio científico y objetivo del idioma español, así como de sus variedades diatópicas y diastráticas.
Un punto bien conflictivo para los filólogos centroamericanos del siglo xix fue la presencia de lenguas aborígenes y su contacto con el español, y lo que se debería hacer para enfrentarse a esta disyuntiva. Se podría dividir a todos los pensadores de la época en dos grupos, según los que no se interesaron y los que se interesaron en el asunto.
Aquellos que no se interesaron, tampoco dejaron escritas las causas de su apatía. En consecuencia, nada se puede decir de ellos, los cuales —me atrevo a afirmar— son la gran mayoría de los intelectuales centroamericanos. Por su parte, entre aquellos que se interesaron, también se podrían subdividir entre los que vieron las lenguas indígenas como algo adyacente, que estaba ahí por fuerza, como por designio y producto de la colonización, y en cuya visión se puede vislumbrar una especie de categorización de las lenguas, siendo la castellana la primera entre todas; luego, las lenguas indígenas, las cuales, a su vez, estaban igualmente jerarquizadas. Como se vio en páginas anteriores, De la Rocha hablaba de «lenguas aborígenes inferiores», con lo cual implícitamente se refería a lenguas aborígenes superiores. Por otro lado, había una cierta aceptación en el incluir palabras de origen indígena en el español, según se desprende del siguiente razonamiento del guatemalecto Antonio Batres Jáuregui (1904: 8):6
No deben repelerse de los diccionarios aquellos numerosos vocablos que usan millones de gentes, para significar objetos o ideas peculiares de una respetable colectividad, por más que no se deriven del latín, del vascuence o del árabe, ya que da lo mismo el abolengo aimará, quechua, cackchiquel o mexicano, para el caso.
El segundo subgrupo de pensadores centroamericanos estaba compuesto por personas que deseaban reivindicar su identidad aborigen y darle el lugar merecido. Este grupo surge a partir de los fundamentos teóricos de la teoría indigenista, así como del nacionalismo americano de fines del siglo xix y principios del xx. Para ellos, el español centroamericano es un castellano forrado de rasgos de origen indígena. Por ejemplo, según el escritor salvadoreño Pedro Geoffroy, el náhuatl es el responsable de que el español salvadoreño no distinga la diferencia ibérica entre la <z> y la <s>, del yeísmo y de que la <j> se pronuncie suavemente; asimismo, este idioma es el responsable de algunas contracciones tales como vapué (vaya pues), puesi (pues sí), vua (voy a), idiay (y de ahí) y otras, así como la gran cantidad de palabras compuestas empleadas en dicho país centroamericano, muchas de las cuales, según el autor, son combinación de náhuat y español (Geoffroy 1987, 16-25). De pensamiento similar son algunos intelectuales nicaragüenses como Mario Cajina (1995), quien acuña el nombre de «españáhuat» al castellano hablado en su país, y Carlos Mántica (1989, 2000), el cual sugiere que hay un «náhuatl oculto» en el quehacer cotidiano lingüístico de los nicaragüenses (Mántica 2000: 36-38).
Por último, los pensadores del siglo xix hacían una clara distinción entre lo que era la filología y la lingüística. De acuerdo con el filólogo venezolano Julio Calcaño (1897: IX), hay una distinción entre lingüística, que es el estudio científico de las lenguas indígenas con ausencia de tradición escrita (o sea, prácticamente todas), y la filología, que estudia las lenguas con tradición escrita, tanto desde el punto de vista histórico como sincrónico; además, dentro del nivel sincrónico se pueden realizar estudios descriptivos y prescriptivos. Esta es la línea teórico-metodológica seguida por los centroamericanos que se interesaron por el estudio de las lenguas aborígenes, como es el caso del costarricense Carlos Gagini, quien en 1891 publicó un artículo bajo el título de «Estudios de lingüística» y cuyo contenido era un análisis comparativo de las lenguas indígenas de Costa Rica.
No en vano se escribieron tantos textos correctivos del español en la Centroamérica del siglo xix, ni se hicieron distinciones tan tajantes entre el español y las lenguas indígenas.
En cuanto al español, aún florecen pensamientos puristas, desprecio por las hablas nacionales o regionales, y los encargados de las políticas lingüísticas continúan anidando la idea de lo pureza del español, dogmático. En una serie de encuestas piloto realizadas en todas las capitales de América Central,7 y cuyo tema se centraba en las actitudes de los centroamericanos hacia su propia habla y hacia el habla de los demás países del área, extraje algunas conclusiones que podrían ilustrar en buena medida las consecuencias que han traído para el istmo las políticas lingüísticas decimonónicas. De dichas encuestas,8 se desprenden, a grandes rasgos, las siguientes observaciones:
Respecto de las lenguas aborígenes, la división decimonónica entre lingüística ‘estudio de las lenguas indígenas’ y filología ‘estudio de la lengua castellana’ pervive en la actualidad traducida en actitudes antagónicas y valorativas hacia dichas lenguas. Por ejemplo, la Constitución Política de Panamá denomina «idioma» al español, pero «lengua» a los idiomas indígenas;12 además, en América Central se habla de «lengua» para referirse al español, pero «dialectos» son las lenguas indígenas (cfr. Quesada Pacheco 2007: 170).
Lo expuesto en la presente ponencia nos da una visión rápida y general de las ideas lingüísticas en América Central durante el siglo xix, así como las consecuencias que se viven en nuestros días a causa de las políticas normativas y prescriptivistas de dicho siglo. El escritor y político salvadoreño José María Peralta Lagos, ya bien entrado el siglo xx, se vanagloriaba de que una gran mayoría de americanos deseaba la unión lingüística, expresada con las siguientes palabras:
Dichosamente somos legión en la América española los que apreciamos la riqueza y hermosura incomparable de la lengua de Castilla, y nos empeñamos por ello en conservarla pura, siendo muchos también los que comprendemos la importancia que para el futuro supone el mantener la unidad de un idioma que es el verbo de veinte naciones. […] Debemos hacer a un lado pretensiones ridículas y someterse en todo lo que al idioma se refiere a la autoridad indiscutible de la Real Academia Española.
(Peralta Lagos 1930: 5, 27).
Con el mismo pensamiento comulgaba el nicaragüense Alfonso Valle, quien afirmaba, en la Introducción a su Diccionario de Nicaraguanismos, que el vocabulario de su país se había corrompido tanto, que, «si Dios no lo remedia, va en camino de rebajarse a un dialecto bárbaro; tales las alteraciones y corrupciones que el vulgo aristocrático y el plebeyo le infieren con inaudito ensañamiento a la hermosa lengua castellana» (Valle 1948: II).
Se puede asegurar que en los albores del siglo xxi existen pensadores quienes solicitan el peso de la Real Academia en materia de política lingüística. Por esta razón, en muchos libros de enseñanza de la lengua materna, aún se insiste en rasgos estándares del español y se obvian los particulares de cada país. Esto pasa, por ejemplo, con el voseo, que brilla por su ausencia, mientras que el tuteo y el vosotros figuran como pronombres obligados en las gramáticas escolares. Lo mismo sucede con la distinción entre canté y he cantado, en cuyos textos se nota el modelo peninsular, no el americano. Por eso sigo con atención las reacciones de los centroamericanos ante la nueva política de la RAE con la reciente publicación de la GRAE, y a manera de hipótesis diré que muchísimos se sentirán profundamente decepcionados y hasta traicionados. La GRAE describe como parte integral del idioma español estructuras que otrora se juzgaban exentas de validez y hasta se miraban con desprecio; vale decir, el voseo, la pluralización del verbo haber (habían, hubieron), sin mencionar todos los rasgos fonéticos que han caracterizado por décadas a los centroamericanos, en cuenta la pronunciación asibilada del grupo tr en Costa Rica y la aspiración de /s/ en casi todo el istmo. En este sentido, la GRAE eleva con absoluto magisterio y desde una perspectiva muchísimo más amplia la aseveración de los filólogos decimonónicos, según la cual había una lengua común a ambos lados del Atlántico. Cierto, y por eso se toman en cuenta hoy en día todas sus manifiestaciones lingüísticas, sean de una parte o de otra del mar Océano.
Por otra parte, continúa la agonía de muchísimas lenguas indígenas centroamericanas. Las políticas educativas en materia de lengua no han favorecido, por lo menos hasta mitad del siglo xx, ni la enseñanza ni la preservación de idiomas minoritarios como el xinca de Guatemala, el pipil de El Salvador, el paya de Honduras, el rama de Nicaragua, el boruca de Costa Rica o el teribe de Panamá, los cuales, de haberse tomado en cuenta su valor, perfectamente habrían sobrevivido los embates de una celosa política unilingüística en el área centroamericana.