En México las grandes líneas de evolución de la lengua española desde sus orígenes hasta el comienzo de la emancipación de 1810 pueden dividirse en tres grandes etapas: la inicial o externa, la de internalización y la de expansión. Éstas, sin ser divisiones categóricas, se correlacionan con hechos culturales significativos que no sólo influyeron en el uso y la difusión de las lenguas de México, sino en la creación de una nueva identidad nacional que afloraría con la independencia, durante el siglo xix.
La etapa inicial corresponde a los primeros momentos de la colonización y del contacto de españoles e indígenas. Cabe ubicarla simbólicamente entre 1519, año en que Hernán Cortés y sus huestes arribaron a la Nueva España, y 1552, un año antes de que se inaugurara la universidad de México.
Tras la experiencia inicial en las islas del Caribe, los conquistadores y primeros pobladores se encontraron en un mundo nuevo y complejo cuyas realidades tuvieron que entender y explicar por medio de su lengua. En efecto, en Tierra Firme se continuó el proceso de «indianización» iniciado en las islas. Éste consistió en la adaptación cultural y lingüística por parte de los españoles al medio americano, a «Las Indias», la cual es paralela a la «hispanización» o adopción de elementos lingüísticos y culturales europeos por parte de los indígenas americanos, particularmente los nahuas en el caso de México. Durante este período inicial se incorporaron los primeros préstamos de las lenguas amerindias al español para aludir a las realidades del mundo indígena. Son conocidos los vocablos ají, cacique y canoa de las lenguas antillanas, que documenta Cristóbal Colón1 y las voces cacao, tamal y tomate del náhuatl que aparecen en Hernán Cortés y en otras fuentes novohispanas2. Casi simultáneamente y de manera paralela se integraron los primeros préstamos del español a las lenguas indígenas. En el náhuatl se utilizaron xila, procedente de silla, para ‘silla de montar’, hicox, derivado de higos, para esta fruta y caxtil procedente de la voz Castilla para referirse al ‘gallo’ y al topónimo ‘Castilla’.3
Además de utilizar préstamos, durante este período los españoles trasladados al Nuevo Mundo frecuentemente cambiaron los vocablos patrimoniales del español extendiendo su significado a fin de adaptarlo a referentes distintos de los originales europeos, creando de esta manera lo que he propuesto llamar signos biculturales.4 Entre éstos cabe mencionar la pera para aludir al aguacate, sin que la pera haya cancelado su significado original. Lo mismo sucedió con la gallina para referirse al guajolote o pavo sin que se perdiera el significado ‘gallina’. La cereza se usó para el capulín, sin eliminar la acepción de ‘cereza europea’ y el tigre se empleó para designar el jaguar sin descartar el sentido ‘tigre’. La lengua se indianiza de una manera sutil, casi imperceptible.5 Estas palabras requieren en cada caso de una explicación, pues de otro modo, las diferencias semánticas y culturales pueden diluirse y permanecer en la penumbra, como ha sucedido en otros estudios .6 Cabe añadir que con frecuencia los signos biculturales van acompañados de la frase «de la tierra» y otras similares que a veces, aunque no siempre, eliminan la ambigüedad. Bernal Díaz del Castillo alude al pécari como puerco de la tierra: «había manadas de puercos de la tierra, que tienen sobre el espinazo el ombligo» (VIII: 86) y Molina (1992: 29) define el epazote como «yerba buena de esta Nueva España». La experiencia en Las Indias cambió a los españoles trasladados al Nuevo Mundo de tal manera que se sentían y se consideraban distintos de los peninsulares. En América se distinguían los baqueanos o experimentados de los recién llegados chapetones o gachupines.7 En la Península, ya en 1540, los españoles peninsulares llamaron indianos peruleros a Cortés, a Bernal Díaz del Castillo y a Pizarro cuando éstos fueron a España al entierro de la reina haciendo despliegue de las riquezas adquiridas en Las Indias.8
Al final del primer período, en 1536, se inició un cambio importante para las lenguas y la cultura de México al fundarse el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, el cual se dedicó a la educación superior de indígenas nobles, como continuación del Calmecac prehispánico.9 En el Colegio de Tlatelolco se enseñaba gramática latina, retórica, filosofía, música y medicina mexicana. Sólo se empleaban el latín y el náhuatl como lenguas de instrucción. De esta manera quedó claro que el idioma académico de prestigio en la Nueva España fue, como en Europa, el neolatín. En este colegio no sólo se tradujeron obras clásicas y litúrgicas del latín al náhuatl, sino que se escribieron textos en latín como la Rethorica Christiana del mestizo Diego Valadés y el Libellibus Medicinalibus de los indígenas Martín de la Cruz y Juan Badiano. Además, el náhuatl no sólo se transliteró usando el alfabeto latino, sino que los alumnos fueron informantes de sus profesores, los frailes Bernardino de Sahagún, Andrés de Olmos y Alonso de Molina, por sólo mencionar algunos. Éstos perfeccionaron en el Colegio sus gramáticas, vocabularios y tratados sobre cultura náhuatl. Varios de sus textos están escritos en la lengua indígena10 o son bilingües.
La segunda etapa o período de internalización cabe iniciarla simbólicamente con la fundación de la Real y Pontificia Universidad de México en 1553 y terminarla en 1769, un año antes de las medidas absolutistas de castellanización tomadas por Carlos III. La fundación de la Universidad de México, que tuvo los mismos privilegios y franquicias que la Universidad de Salamanca, confirma la aceptación institucional, lingüística y cultural de los novohispanos como entidad étnica en ambos lados del Atlántico. Al igual que en el Colegio de Tlatelolco, la lengua de instrucción de la universidad fue el latín. Igualmente se tenía en la universidad especial cuidado en la enseñanza del náhuatl y otras lenguas indígenas.
Hay evidencia de que durante el siglo xvi en la Nueva España convivieron hablantes de las distintas variantes del español, tales como el andaluz, el castellano viejo y la norma toledana, los cuales dieron origen a la formación de una koiné o habla nivelada con características de estas tres variantes. En la koiné novohispana, entre otras particularidades, cabe mencionar que:
En la sociedad virreinal la koiné novohispana no sólo se generalizaba cada vez más entre los hablantes, sino que coexistía en situación de multiglosia con las lenguas vernáculas, sobre todo con el náhuatl —que era lengua general— y con el neolatín, lengua de cultura por excelencia en los círculos académicos más selectos. Las otras variantes del español, que han dejado huellas de su existencia en las voces que las lenguas indígenas tomaron prestadas del español,12 desaparecían paulatinamente.
Cada lengua tenía, en efecto, prestigio y ocupaba un lugar definido en la escala social. En 1604 Bernardo de Balbuena (1992: 8) señaló en su Grandeza mexicana que en la capital del virreinato había «clérigos, frailes, hombres y mujeres / de diversa color y profesiones, / de vario estado y varios pareceres; / diferentes en lenguas y naciones, / en propósitos, fines y deseos / y aun a veces en leyes y opiniones».
Para fines del siglo xvii los criollos, como Sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora, al igual que los mestizos como Fernando de Alva Ixtlilxóchitl y los indígenas estaban plenamente identificados con la situación novohispana multilingüe y pluricultural. Ello explica que en 1680 el virrey marqués de La Laguna fuera recibíd.o en la ciudad de México con dos extraordinarios arcos triunfales ideados uno, por Carlos de Sigüenza y Góngora y otro, por Sor Juana Inés de la Cruz. En el primer arco, su autor, Carlos de Sigüenza y Góngora, en un acto de exaltación patriótica, como resultado del proceso de indianización, al cual ya me he referido, no sólo elevó de rango a los cronistas de Indias al citarlos junto con los autores greco-latinos, sino que basándose en la tradición náhuatl prehispánica le propuso al virrey seguir como modelo de conducta en su gobierno a los antiguos reyes aztecas, pues no veía «la necesidad de mendigar [modelos ajenos] en las fábulas [clásicas]».13 En el segundo arco, en cambio, Sor Juana Inés de la Cruz hizo despliegue de sabiduría al equiparar al marqués de La Laguna con el dios Neptuno en una compleja alegoría con más de trescientos jeroglíficos y emblemas en neolatín y castellano engarzados con poemas compuestos por ella misma en la lengua clásica y en español.14 En la ciudad de Tlatelolco —parada obligada de todos los virreyes— los indígenas festejaron al mismo virrey edificando arcos triunfales con flores nativas y plumas de aves finas, complementados con bailes y cantos aborígenes en náhuatl15.
A fines del siglo xvii el español usado por los criollos y los mestizos novohispanos letrados era exclusivamente la koiné americana a la que me referí al principio de este apartado, pues ésta ya se había convertido en la norma. Tanto Sor Juana Inés de la Cruz como Carlos de Sigüenza y Góngora compusieron poemas cuya rima evidencia seseo, uno de los rasgos más relevantes del español de Las Indias. Sor Juana rima interesas con bellezas en su famoso soneto «En perseguirme mundo que interesas» y Sigüenza rima confiessan con enderesan en un epigrama incluido en el arco triunfal mencionado.16 Más evidencia procede de las lenguas indígenas de California, cuyos hispanismos reflejan el español de la segunda mitad del siglo xviii, época en que los franciscanos fundaron las primeras misiones en los confines del virreinato nonohispano. En estas lenguas hay evidencia de la velarización de /š/ en /x/ en voces como [xaβón] <jabón>, y de seseo y yeísmo en palabras como [síya] <silla>, [seβóya] <cebolla> y [lúnes] <lunes>. No hay ejemplos que reflejen la presencia del castellano viejo como sucede en el náhuatl del centro de México que cuenta con vocablos como el ya mencionado [šíla] < [śílja] empleado para la ‘silla de montar’.17
Además del español, los criollos, los mestizos, los negros y los indígenas eran hablantes del náhuatl, desde aproximadamente la segunda mitad del siglo xvi18 hasta la segunda mitad del siglo xviii. Durante esta etapa el náhuatl convivió con el español y el latín como lengua de prestigio o lengua alta, frente a las otras lenguas indígenas de la Nueva España. El náhuatl fue una de las lenguas más escritas y más habladas durante este período por todos los grupos étnicos novohispanos, los cuales eran bilingües en mayor o menor medida en esta época de la historia de la Nueva España. Por un lado se cultivó el náhuatl elevado en los textos escritos por individuos ilustrados, ya fueran españoles, criollos, mestizos o indígenas. Un ejemplo de esto es el mestizo Bartolomé de Alva Ixtlilxóchitl, quien tradujo a Lope y a Calderón al náhuatl.19 Por otro lado, existió un náhuatl menos cuidado, con préstamos del español en cartas y documentos legales o en la lengua hablada, sobre todo como lengua franca, entre los indígenas de distintos grupos y entre los hablantes de español de las ciudades que estaban en contacto con los indígenas en muchos contextos, tales como las casas y otros sitios de trabajo, donde los indígenas prestaban sus servicios.20
Cabe iniciar simbólicamente esta etapa en 1770, año en que Carlos III, influido por el arzobispo Antonio Lorenzana, promulgó, junto con otras medidas absolutistas, edictos a favor de una política de imposición del castellano en detrimento de las lenguas indígenas.21 No obstante que su finalidad era centralizar el poder y evitar abusos a los indígenas, el efecto de estas medidas y otras similares tomadas a lo largo del tiempo circunscribieron el empleo de las lenguas indígenas a su uso exclusivo entre los distintos grupos étnicos aborígenes más alejados de las ciudades. Los cambios propuestos por el rey tardaron en adoptarse porque hubo resistencia.22 Pero las reales cédulas reflejaban un cambio de actitud importante que se ligaba con la situación política del mundo en esa época. Las ideas de la ilustración, la independencia de Estados Unidos (1775-1783), la revolución francesa (1789-1799) y la presencia de Napoleón en España (1808) motivaron que México y otros territorios americanos se declararan libres de la soberanía política de España. Los primeros levantamientos comenzaron en 1810, pero la independencia se consumó en 1821 terminando la rivalidad entre los criollos americanos y los peninsulares. Los cambios poblacionales derivados de las sublevaciones y el mestizaje ocasionaron la expansión del español, más que la escuela. Por ello, el bilingüismo entre el español y las lenguas indígenas, sobre todo con el náhuatl, que había sido lengua general antes y después de la llegada de los españoles, desapareció paulatinamente.23 Pero la cultura derivada de la fusión de costumbres indígenas y españolas se mantuvo presente con predominio de unas u otras en los diferentes estratos y regiones de la sociedad mexicana desde la colonia hasta nuestros días. Las lenguas indígenas dejaron sus huellas a modo de residuo en algunos préstamos léxicos en la antigua koiné, que a fines del siglo xviii se había convertido en el español mexicano y ya comenzaba a diferenciarse en las distintas regiones. Para el siglo xix, por ejemplo, el Periquillo Sarniento, primera obra nacional, escrita en 1816 por José Joaquín Fernández de Lizardi, refleja el español mexicano popular de la ciudad de México, derivado de la antigua koiné. La novela contiene suficientes préstamos como para que el primer editor haya incluido un pequeño vocabulario de «voces provinciales de origen mexicano», que son sobre todo nahuatlismos como chichigua ‘nana’, chiquigüite ‘canasta’ y guajolote ‘pavo’, ‘persona torpe’, entre otros. Además, cuando el autor reproduce la escritura del pueblo, refleja el seseo en Cebilla por <Sevilla>, el yeísmo en estanquiyo por <estanquillo> y la eliminación de hiatos en rial por <real>. Fernández de Lizardi retrata en su obra caracteres nacionales mexicanos como el «pelado», «el catrín» o el «lépero» y critica la oligarquía e instituciones como los hospitales, las prisiones y los monasterios novohispanos.
La trayectoria histórico-cultural del contacto de las distintas lenguas en la Nueva España se tradujo en el predominio de la lengua española, el arrinconamiento del latín y la disminución del contacto entre hablantes de castellano y de lenguas indígenas. Ello dio como resultado que las lenguas indoamericanas se marginaran en las zonas rurales y se convirtieran, especialmente el náhuatl, en residuo cultural y lingüístico del español mexicano, sobre todo después de la independencia24 y de la revolución de 1910. A pesar de las grandes diferencias numéricas entre hablantes de lenguas indígenas y de español,25 y de la gran expansión de este último, las primeras siguen teniendo una notable relevancia simbólica en la cultura mexicana, debido a que la identidad de los mexicanos se autodefine como pueblo plurilingüe y pluricultural, de gran mestizaje étnico, mismo que ha conformado lo que el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla ha llamado el «México profundo».