Estados Unidos cuenta con más de 39,7 millones de hablantes nativos del español (más del 10 % de la población hispanohablante mundial), además de varios millones de residentes que han aprendido el español como segunda lengua. ¿Cómo se ha calculado esta cifra tan sorprendente? El último censo oficial, del 2000, reconoció la presencia de 35,3 millones de «hispanos» en los Estados Unidos (de una población total de 281,4 millones), de los cuales unos 28,1 millones (79,6 %) indicaban que empleaban el español en casa (sin datos sobre el nivel de proficiencia). Entre los hispanohablantes confesados, un 47,5 % había nacido en EE. UU. y los demás habían nacido en el extranjero. El último estimado oficial de la población de origen hispano en Estados Unidos es de mediados de 2008, y documenta la presencia de unos 46,9 millones de hispanos de una población total de 304,1 millones; estas cifras representan un aumento de 32,9 % de la población hispana desde 2000. Durante el mismo período la población nacional creció en un 8,1 %, lo cual significa que la tasa de crecimiento de la población hispana es 4,1 veces más que el promedio nacional. Hacia finales de enero de 2010, la población de los Estados Unidos se estima en unos 308,6 millones, un aumento de 1,5 % desde 2008. Si extrapolamos un incremento correspondiente de 6,4 % para la población hispana entre 2008 y enero de 2010, llegamos a un estimado de 49,9 millones (16 % de la población nacional), entre los cuales si la misma proporción habla español que en 2000, se encuentran unos 39,7 millones de hispanohablantes de origen hispano en Estados Unidos. Las cifras verdaderas serán más altas, sobre todo en lo que respecta a los inmigrantes que no reúnen los documentos migratorios necesarios para establecer la residencia legal. Algunas personas que responden al censo prefieren no revelar el uso de otras lenguas, por una variedad de motivos, lo cual resulta en cifras subestimadas. También hay que reconocer que la población hispana inmigrada desde el exterior crece más rápidamente que la población hispana nacida dentro de los Estados Unidos; esto significa que el número que hispanoparlantes crece aun más rápidamente que el crecimiento de la población hispana en general. Finalmente, es necesario tener en cuenta que los datos del censo sobre el dominio lingüístico sólo representan personas de por lo menos cinco años de edad. Desde una perspectiva global, de acuerdo a los estimados de las Naciones Unidas Estados Unidos puede estar efectivamente empatado en segundo lugar mundial con la Argentina, España y Colombia en cuanto al número de hablantes nativos del español, siendo superado sólo por México. Y si tenemos en cuenta los millones de personas de origen no hispano que han aprendido el español como segunda lengua por motivo de estudios, trabajo, matrimonio, servicio social u otras razones, Estados Unidos bien puede llevarse la medalla de plata incondicionalmente. A pesar de la impresionante cantidad de hispanohablantes que residen en los Estados Unidos, hasta el momento las investigaciones lingüísticas han enfocado las comunidades de habla hispánicas en Estados Unidos sólo con el «guión», es decir, desde la perspectiva de sus respectivos países de origen. Abundan los trabajos del español «méxicano-americano», «cubano-americano», de los «salvadoreños en los Estados Unidos», del habla de los «Nuyoricans» y así sucesivamente. En otras palabras, el habla de casi 40 millones de personas no se contempla como un fenómeno integral y nacional, a pesar de la presencia de hispanohablantes en todas las regiones del país, sino como un mosaico de enclaves monolíticos llegados como paracaidistas e incomunicados entre sí. A raíz de esta visión de una nación angloparlante salpicada de brotes xenoglósicos, no se ha contemplado la posible existencia de una realidad lingüística pan-estadounidense que sea algo más que la alternancia de códigos español-inglés y una serie de préstamos léxicos del inglés. Esta situación es verdaderamente insólita: en ninguna otra parte del mundo una población de 40 millones de seres humanos que hablan la misma lengua se ve reducida a un colofón lingüístico sin una dialectología propia. ¿A qué se debe la escasez de perspectivas lingüísticas pan-estadounidenses? Veamos algunos aspectos de la presencia de la lengua española en los Estados Unidos en comparación con las comunidades de habla en otras naciones, con el fin de determinar si existen factores extraordinarios que justifiquen la fragmentación clasificatoria.
Regionalización. El español es en efecto una lengua nacional de los Estados Unidos, aunque no goza de reconocimiento oficial, pero al mismo tiempo está concentrado en ciertas regiones geográficas. Esta situación es comparable al estatus del italiano en Suiza, el flamenco en Bélgica, el marathi, bengali y gujarati en la India, el yoruba, el igbo y el hausa en Nigeria, entre otros casos documentados. El confinamiento regional de una lengua no afecta su clasificación dentro de las variedades dialectales de aquella lengua.
Comunidades geográficamente separadas. Los hablantes del español en los Estados Unidos están concentrados en núcleos poblacionales repartidos a lo largo del país y separados por comunidades que no hablan español. Esta configuración es similar a la distribución del quichua en Ecuador, Perú y Bolivia, el francés en Canadá (sobre todo en las provincias centrales) y el reto-romance en Suiza e Italia. Tal vez el caso más extremo sea el español sefardí, que posee una notable unidad dialectal a pesar de su distribución entre varios continentes. En ninguno de estos casos se descarta la posibilidad de incluir las comunidades de habla no contiguas dentro de una misma clasificación dialectal.
Hablantes oriundos de varios países. En el mundo contemporáneo no es frecuente que un país reciba inmigrantes de varias naciones quienes hablan la misma lengua. Además de la inmigración hispanoamericana a los Estados Unidos, podemos mencionar la llegada de inmigrantes de las islas caribeñas de habla inglesa (criolla) a Puerto Rico (sobre todo Santurce, en el área metropolitana de San Juan), de inmigrantes que hablan distintas variedades vernaculares del árabe a España y Francia, y de inmigrantes de habla rusa procedentes de la ex Unión Soviética en varias partes de Europa y Norteamérica. En épocas pasadas llegaron desde varios países europeos millares de judíos hablantes del yiddish a Estados Unidos, Canadá y la Argentina. Si en vez de fronteras nacionales tenemos en cuenta las fronteras entre dialectos muy diversos, podemos mencionar la compenetración de variantes regionales en las grandes ciudades de Gran Bretaña, Francia, Alemania y Rusia, además del inglés estadounidense. En Inglaterra, por ejemplo, han surgido variedades sociolingüísticas del inglés británico entre los grupos que llegan desde Jamaica, la India y Pakistán, que persisten aun entre personas nacidas en el Reino Unido. En el mundo hispanoparlante, basta citar los casos de España, México, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia para demostrar la convivencia de variedades dialectales sumamente distintas entre sí, sin que esta configuración se traiga a colación como factor adverso a la dialectología.
Comunidades de habla divididas entre personas nacidas dentro del país y personas nacidas en el extranjero. Según los datos obtenidos en el último censo poblacional de Estados Unidos, aproximadamente la mitad de los hispanos han nacido dentro del país y la otra mitad proviene de inmigración desde el exterior. Este perfil demográfico es similar al de Cuba en vísperas de la guerra de 1898; casi la mitad de los cubanos habían nacido en España (siendo Galicia y Canarias las dos regiones más destacadas), pero ya existía una variedad cubana del español que no era simplemente un mosaico de los rasgos dialectales de los inmigrantes. Hoy en día la distribución de haitianos en la República Dominicana es similar a la proporción de hispanos nacidos dentro y fuera de los Estados Unidos, y si bien no se ha reconocido todavía una variante dialectal del kreyòl para los haitianos nacidos en la República Dominicana, sí se ha descrito un dialecto haitiano del español, hablado entre haitianos nacidos en Haití y algunos nacidos en tierra dominicana (Ortiz López 1999a, 1999b, 2001 inter alia). Aunque no existen datos confiables, es probable que la distribución demográfica de los braceros jamaicanos (conocidos como cocolos) en la República Dominicana también refleje proporciones semejantes.
Llegada como lengua nueva a nivel nacional. El español llegó y arraigó en un país donde una lengua nacional ya estaba establecida y se empleaba en casi toda la población nacional. Es más usual en estas circunstancias que las lenguas de inmigración desaparezcan después de una o dos generaciones sin llegar a cuajarse en variedades dialectales nuevas; en los Estados Unidos esto ha ocurrido con el italiano, el polaco, el sueco, el checo y muchas otras lenguas que en un momento circulaban dentro de grupos étnicos homogéneos. Cuando se alcanza una masa crítica, sin embargo, las lenguas de inmigración pueden mantenerse por un tiempo indefinido; basta citar los casos del chino, el coreano y el vietnamita en los Estados Unidos, el tagalog en Guam, el finlandés en Suecia y el japonés en Brasil.
Llegada masiva en menos de un siglo. Tal vez la rapidez de la expansión de las comunidades hispanas en Estados Unidos sea el factor más difícil de reconciliar con el postulado de una variedad estadounidense del español que no sea simplemente un mosaico de los dialectos de origen representados entre los inmigrantes. No existe un consenso con respecto al tiempo requerido para la formación de un dialecto nuevo, precisamente porque no se trata de criterios discretos y abruptos sino del potencial de una variación continua que comienza cuando el inmigrante se encuentra por primera vez en un entorno lingüístico distinto. Ya se ha demostrado, por ejemplo, que surgen diferencias microdialectales entre emigrantes que retornan con frecuencia a su región de origen y hablantes que no han salido de la comunidad (p. ej. Matus-Mendoza 1999, 2002, 2004). Por lo tanto no sería sorprendente que emergiesen variantes dialectales nuevas en menos de una generación, siempre que las circunstancias sociodemográficas fueran favorables. No se puede descartar la posibilidad de variantes estadounidenses del español por el simple hecho del poco tiempo transcurrido desde la llegada de los primeros hablantes a las comunidades donde circula la lengua española.
Las consideraciones expuestas hasta ahora revelan que no existen criterios dialectológicos aceptados que justifiquen el rechazo a priori del concepto de un español estadounidense, matizado según parámetros geográficos, socioculturales y étnicos. Si aceptamos por el momento esta posibilidad ¿cuáles serían los rasgos prototípicos hispano-estadounidenses? Primero de todo, debemos rechazar con vehemencia la afirmación de que la verdadera lengua de los hispanos en los Estados Unidos es el «espanglish». En el exterior, es generalizada la opinión que los dialectos hispanonorteamericanos se van convirtiendo en híbridos parcialmente acriollados, siendo el resultado de una comunidad que habla en español a la vez que piensa en inglés. La palabra «espanglish» sugiere una procreación ilegítima, una mezcolanza de español e inglés considerada como enfermedad lingüística de consecuencias mortales para la vitalidad de la lengua española. Existe una fuerte subcorriente ideológica que equipara la compenetración del inglés y el español en los Estados Unidos y la tantas veces criticada postura imperialista de los Estados Unidos frente a las naciones hispanoamericanas. Es raro que este prejuicio se admita abiertamente, pero se nota implícitamente incluso en los trabajos académicos, (p. ej. Tió 1954, 1992). Algunos escritores han creado quimeras lingüísticas que pretenden ser auténticas muestras del habla bilingüe, como las grotescas parodias del periodista puertorriqueño Salvador Tió (p. ej. treepar `subir a un árbol’ cruzando tree `árbol’ y trepar) y la «traducción» del primer capítulo del Quijote al «espanglish» por el escritor mexicano radicado en Estados Unidos, Ilan Stavans (2000, 2002, 2003) (p. ej. «In un placete de La Mancha of which nombre no quiero remembrearme, vivía, not so long ago, uno de esos gentlemen who always tienen una lanza in the rack, una buckler antigua, a skinny caballo y un grayhound para el chase»). Estas parodias no tienen nada que ver con la producción espontánea de los hispanoparlantes bilingües; ni siquiera se aproximan a los textos literarios escritos en un lenguaje legítimamente entretejido. En efecto, estas caricaturas sólo refuerzan los estereotipos negativos y las opiniones equivocadas que contribuyen al rechazo del español estadounidense. Cuando indagamos en las múltiples acepciones de espanglish, resulta que esta palabra tan pintoresca como tramposa puede referirse a por lo menos las siguientes manifestaciones lingüísticas (Lipski 2004, 2007, 2008):
Ninguna de estas manifestaciones difiere de los productos del contacto lingüístico en otros lugares del mundo: los préstamos son frecuentes aun en los primeros roces entre idiomas (p. ej., los americanismos léxicos que entraron al español a raíz de los viajes de Colón), y los calcos y cambios de código son normales entre personas bilingües en todo el mundo y no constituyen una amenaza a la integridad de la lengua española, aunque algunas manifestaciones señalan la erosión gradual y natural de una lengua de inmigrantes después de varias generaciones. El denominador común de los calcos sintácticos es que no violan ninguna regla sintáctica o de selección léxica del español, sino que se injertan fácilmente en el repertorio de modismos y giros sintácticos regionales. Si no se supiera el origen de las expresiones en la lengua inglesa y si no se conocieran las circunstancias difíciles que rodean la incorporación de muchos grupos de inmigrantes hispanoparlantes en los Estados Unidos, no serían motivo de asombro estas expresiones, sino que serían consideradas simples regionalismos de origen desconocido pero pintoresco. Aun en los casos más extremos de compenetración lingüística entre hablantes bilingües se respetan los patrones gramaticales del español así como sus bases fonotácticas. En la mayoría de los casos las restricciones reflejan la necesidad de respetar las reglas gramaticales de cada lengua, siguiendo el orden lineal y la jerarquización sintáctica de las oraciones tanto en inglés como en español. Pueden darse una reducción de las opciones sintácticas que caracterizan el español monolingüe de otros países, tal como ha señalado Silva-Corvalán (1994). En un extenso estudio de las variedades del español habladas en Los Ángeles, California, Silva-Corvalán observa que muchos hablantes bilingües nunca producen oraciones agramaticales en español, pero sí evitan las configuraciones sintácticas que no son compatibles con las construcciones homólogas del inglés. Por ejemplo la inversión sujeto-verbo se practica menos entre los bilingües que dominan el inglés, ya que el inglés requiere el orden S-V-O en el discurso no marcado. Asimismo son menos frecuentes las construcciones pasivas a base del se impersonal y se emplea más la verdadera voz pasiva, ya que el inglés sólo cuenta con construcciones pasivas y no con configuraciones seudopasivas a base de verbos impersonalizados. Al mismo tiempo los fenómenos del habla vestigial poco tienen que ver con el habla cotidiana de las grandes comunidades de hispánico radicadas en Estados Unidos; provienen de una situación muy especial de rápido desplazamiento idiomático al margen de las principales comunidades hispanoparlantes (Lipski 1985, 1986, 1993, 1996; Martínez 1993).
El español desempeña el papel de segunda lengua de facto de los Estados Unidos (a pesar de los esfuerzos—tan feos como ineficaces—de instaurar el inglés como única lengua del país), y millones de norteamericanos de origen no hispano han aprendido el español por razones prácticas: lo necesitan en su trabajo, en sus estudios, en sus relaciones personales, o en el área donde viven. El español empleado como segunda lengua no representa una sola variedad dialectal ni se caracteriza por una serie de rasgos consistentes, ya que representa distintas trayectorias de adquisición individual. Algunas personas han aprendido una variedad regional o un sociolecto del español, mientras que otros emplean un lenguaje que refleja la enseñanza formal. De acuerdo al nivel de proficiencia adquirida, sobresalen huellas de la lengua nativa—el inglés—no sólo en la fonética y las incursiones léxicas, sino también en las bases gramaticales de la lengua española. Desde luego no es justo evaluar la legítima presencia del idioma español en los Estados Unidos a partir de los errores cometidos por hablantes no nativos.
Las observaciones anteriores confirman que no se ha formado una nueva lengua en Estados Unidos, llámese «espanglish», «Tex-Mex» o cualquier otro nombre basado en la miscegenación español-inglés. Al contrario, la convivencia del español y el inglés ha resultado en las mismas consecuencias que observamos en todas las comunidades bilingües del mundo, sin que ni el español ni el inglés pierda su integridad lingüística. Si se deja a un lado toda consideración de los cambios de código, el lenguaje residual empleado por hablantes hispanos que no dominan por completo el español y las aproximaciones al español producidas por aprendices, ¿qué nos queda para definir un español estadounidense?
Perfil según los entornos sociolingüísticos. Tal vez el criterio dialectológico de mayor relevancia en el estudio del español estadounidense sea la estratificación sociolingüística, dentro de cada región donde predomina la lengua español y también a través de todo el territorio nacional. Los primeros estudios descriptivos del español en los Estados Unidos, que remontan a las primeras décadas del siglo xx, enfocaban las variedades rurales habladas por individuos de poca o ninguna formación escolar. Podemos citar los trabajos clásicos de Espinosa (1909, 1911-12, traducidos como Espinosa 1930, 1946) sobre el español de Nuevo México, un territorio que en toda su historia había carecido por completo de un sistema educativo en lengua española. De igual manera, los estudios de Fishman et al. (1975) realizados entre puertorriqueños residentes en Nueva Jersey enfocaban personas de poca formación escolar, en su mayoría de origen rural. Al comparar los datos presentados en estos ensayos y el habla culta de los respectivos países de origen crea la impresión del español estadounidense como un caos de incorrecciones, arcaísmos y rusticismos, que provocan reacciones de risa y aun de lástima entre lectores de habla española. Aunque bien es cierto que han llegado a los Estados Unidos millares de inmigrantes hispanoamericanos que reúnen las condiciones ya expuestas, los patrones sociolingüísticos del español dentro de los Estados Unidos reflejan la presencia de sociolectos urbanos y de mayor relieve socioeconómico. A lo largo de su historia, Estados Unidos ha abrigado centenares de millares de hispanohablantes refugiados de regímenes autoritarios, fugados de zonas de guerra y emigrados por razones que se alejan de la desesperación económica y la marginalidad sociocultural. No olvidemos que José Martí y sus discípulos fomentaban su rebelión anticolonial desde los Estados Unidos; la revolución mexicana fue motivo de emigración masiva de terratenientes y burgueses al suroeste estadounidense y la industria tabacalera de Tampa contaba con una comunidad cubana de clase media, cuya manera de hablar escasamente se distinguía de sus homólogos radicados en Cuba. Los masivos éxodos demográficos que acompañaban la revolución cubana y la insurrección sandinista de Nicaragua fortalecieron los sociolectos profesionales y la difusión del español más allá de los pequeños enclaves de trabajadores agrícolas y barrios urbanos marginados.
Para dar cuenta de la variedad sociolingüística del español estadounidense es necesario ampliar los parámetros de investigación más allá de las capas socioculturales periféricas a la formación de zonas dialectales estables. Así por ejemplo, Sánchez (1983) advertía que lo que figuraba como español «chicano» (de origen mexicano) en varios trabajos descriptivos era en realidad una serie de variantes estigmatizadas que sólo se encontraban entre personas de origen rural y de escasa preparación formal. En realidad, el conjunto de variantes microdialectales derivadas del español mexicano engloba toda la gama de variación que se espera de una población de más de 23,2 millones de hablantes.1 Sucede lo mismo en referencia a las otras comunidades de habla española con vínculos a varias naciones hispanoamericanas: el perfil sociolingüístico no es monolítico sino que refleja un amplio espectro de variación. A pesar de estas consideraciones, muy pocos estudios del español en los Estados Unidos se basan en la estratificación sociolingüística que sería un componente esencial en trabajos realizados en países reconocidos como hispanoparlantes. Por lo tanto podemos afirmar que la investigación de los contornos sociolingüísticos del español estadounidense es de prioridad máxima en la creación de un panorama dialectológico hispano-estadounidense.
Regionalización y nivelación según las grandes concentraciones urbanas. Al igual que sucede en otros países de habla española, los focos de dispersión sociolingüística en los Estados Unidos son los centros urbanos. Debido a las corrientes migratorias históricas, el perfil dialectal varía de acuerdo a la ubicación geográfica de las principales ciudades del país, pero en la mayoría de las áreas urbanas los flujos demográficos han cambiado en las últimas décadas, lo cual produce un impacto en la variación de la lengua española. En las ciudades industriales del noreste, por ejemplo, la presencia hispana tradicional provenía de Puerto Rico, principalmente de áreas rurales. A partir de la década de 1960 se inició una masiva inmigración cubana, que representaba las clases medias de La Habana y otras zonas urbanas, y que se asentaba lejos de las comunidades puertorriqueñas. Posteriormente las corrientes migratorias favorecían colombianos y centroamericanos y en la actualidad el grupo dominante es de origen dominicano, con un fuerte componente mexicano en estrecho contacto vecinal. Esta convivencia de variedades dialectales muy diversas entre sí ya ha dado señales de nivelación (p. ej. Zentella 1990, Otheguy et al. 2007), de manera que es lícito hablar de un español estadounidense neoyorkino, en vez de simplemente referirse a las varias comunidades étnicas de forma aislada. De igual manera, los hispanohablantes de origen mexicano y puertorriqueño en Chicago muestran algunos rasgos nivelados (Ghosh Johnson 2005); sucede lo mismo entre salvadoreños y mexicanos en Houston, Texas (Hernández 2002, 2007) y entre varios grupos hispanos en el norte de California (Rivera-Mills 2000). Aun se pueden detectar características dialectales de los países de origen ancestral entre la mayoría de los hispanos nacidos en Estados Unidos, pero sucedía lo mismo durante varias generaciones en el caso del inglés regional estadounidense, por ejemplo entre los descendientes de irlandeses e italianos en el noreste, entre los descendientes de polacos y suecos en el sector norte-central, y entre descendientes de chinos en la costa occidental del país. Como consecuencia, las variedades urbanas del español pueden reflejar el predominio de una región hispanoamericana (p. ej. San Diego, El Paso, Miami), de dos regiones (Detroit, Chicago) o de muchas (Nueva York, Washington), sin que esto disminuya su carácter de variantes regionales del español estadounidense.
El español en los medios de comunicación social. En Estados Unidos, la lengua española figura prominentemente en la prensa escrita así como en la radio y la televisión, tanto en los medios regionales como a nivel nacional. Entre los casi 40 millones de hispanohablantes nativos en Estados Unidos, es muy probable que la mayoría tenga contacto frecuente con los medios de comunicación social en español, lo cual significa que estos medios representan poderosos vehículos de difusión sociolingüística. Con excepción de los programas locales destinados a una audiencia vernacular, el lenguaje es pulcro y representativo del habla culta, con pocos rasgos dialectales, otro reflejo de la realidad lingüística del español estadounidense.
Producción literaria. La publicación de obras literarias escritas en español comenzó en Estados Unidos tuvo su inicio hacia finales del siglo xix, pero era muy escasa hasta la segunda mitad del xx. A partir de la década de 1970 la producción literaria de los hispano-estadounidenses —en español, inglés y en formato mixto— entró en un período de rápida expansión que continúa hasta el momento. Se fundaron revistas literarias como la Revista Chicano-Riqueña (hoy día The Americas Review) y casas editoriales como Las Américas, Ediciones Universal y la más grande, Arte Público; la creación literaria engloba poesía, teatro, narrativa y ensayo. La población hispano-estadounidense ha producido autores de fama internacional, por ejemplo Rolando Hinojosa (ganador del Premio Casa de las Américas de La Habana), y la literatura hispano-estadounidense ha servido de base para muchas tesis y trabajos de investigación a través del mundo. No hay datos confiables sobre el volumen de la producción literaria en español en los Estados Unidos pero sin duda alguna alcanza los niveles de algunas naciones de habla española.
Aun más voluminosa es la producción musical en lengua española dentro de Estados Unidos, que remonta hasta la invención de los gramófonos. Las canciones de origen mexicano, por ejemplo «Allá en el rancho grande», eran populares aun entre los artistas de habla inglesa en las primeras décadas del siglo xx y hoy en día la música popular hispano-estadounidense en lengua española o mixta goza de fama mundial. La voluminosa producción artística en lengua española fortalece la ubicación de las variedades lingüísticas hispano-estadounidenses dentro de un panorama dialectal de alcance mundial.
El español es aprendido por personas de origen no hispano. Aunque la cantidad de sistemas escolares que emplean el español como lengua de instrucción es muy reducida, el español es la lengua «extranjera» más popular en los programas de educación primaria, secundaria y universitaria, y según los estimados más razonables la cantidad de estadounidenses de origen no hispano que han estudiado algo del español bien puede alcanzar —o aun superar— el número de hablantes nativos. Muchos alumnos no sólo adquieren un dominio adecuado de la lengua sino que la emplean en su vida cotidiana. Otras personas de origen no hispano aprenden el español por medio de la convivencia con personas de habla española o por razones de trabajo o servicio militar. Los materiales didácticos no favorecen variedades nacionales del español (aunque cada profesor puede aportar su perspectiva personal) pero tampoco se pretende negar la existencia de variantes estadounidenses que difieren de los patrones lingüísticos que tipifican el habla de otras naciones. La difusión masiva de la lengua española a través de los programas de educación fortalece su presencia como lengua de alcance nacional a la vez que incrementa el número de usuarios, quienes a su vez matizan el español adquirido como segunda lengua y contribuyen a la formación de variedades estadounidenses híbridas.
En las secciones anteriores hemos puesto de relieve el planteamiento de los Estados Unidos no sólo como una nación donde residen varios millones de personas de habla española, sino como nación hispanohablante de facto. Ha llegado la hora de asignarle a Estados Unidos una casilla propia dentro de la dialectología hispánica, en vez de considerar a los casi 40 millones de hispanohablantes estadounidenses meramente como pasajeros en una enorme balsa que flota sin rumbo. Es notable que los primeros trabajos monográficos sobre variedades estadounidenses del español —los estudios de Aurelio Espinosa sobre el español de Nuevo México— hayan aparecido en la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, junto con trabajos sobre el español en la Argentina, la República Dominicana, Chile, México y América Central.2 En el siglo que ha transcurrido desde la obra de Espinosa el estudio del español en Estados Unidos se ha acompañado de un guión —tanto metafórico como explícitamente expresado— que restringe el debate a la comparación entre los hispanohablantes en Estados Unidos y sus países ancestrales. Aunque en los primeros momentos este guión era en realidad un cordón umbilical que sostenía a una población de inmigrantes desde sus respectivos países de origen, la lengua española en Estados Unidos ha logrado su autonomía lingüística tanto en términos de una masa crítica de hablantes como en su propia naturaleza dialectal. El reconocimiento del español estadounidense como zona dialectológica propia no conlleva un rechazo de los aportes de otras naciones hispanoparlantes; al igual que los vínculos culturales entre España e Hispanoamérica y entre Gran Bretaña y los Estados Unidos, el español estadounidense es producto de la reproducción y diversificación natural de una lengua de inmigración en tierras nuevas. El Número Dos de la hispanofonía mundial reúne todas las condiciones necesarias para librarse del «guión» y colocarse plenamente dentro del marco de la dialectología hispánica mundial.