Juan Antonio Frago Gracia

El Río de la Plata y Chile en la Independencia Juan Antonio Frago Gracia
Universidad de Zaragoza (España)

De la historia externa a la diacronía lingüística

La creación en 1776 del virreinato del Río de la Plata con capitalidad en Buenos Aires supuso el intento de organizar política y administrativamente un territorio de enorme extensión, unos 5 000 000 kms2, que comprendía la Banda Oriental (Uruguay), Argentina, Paraguay y el Alto Perú. Entre estos dominios se daban diferencias de todo tipo, así como numerosas afinidades, entre otras cosas porque también de antiguo habían existido relaciones entre ellos. Del Paraguay con las pampas argentinas por el contacto hallado con el Tucumán en el último tercio del siglo xvi y por la navegación del Paraná con Buenos Aires, además de lo que supusieron antiguas interdependencias jurisdiccionales, hasta que en 1617 la ciudad porteña fue proclamada sede de la gobernación que llevó su nombre, escindida de la gobernación asunceña. Buenos Aires y las demás regiones argentinas también dependían de la Audiencia de Charcas, subordinación que se mantuvo hasta la fundación en 1666 de la Real Audiencia en la ciudad porteña, aunque poco después fue suprimida y la institución no se restablecería hasta bien avanzado el siglo xviii.

Por vía fluvial transitaban mercaderías y personas, aguas abajo y aguas arriba, entre Asunción y Buenos Aires, entre esta ciudad y Potosí, Chuquisaca y el mismo Perú por la Carrera Real. Sin duda los intercambios comerciales en tan vastos dominios favorecieron la interrelación social, por consiguiente también una cierta nivelación lingüística, aunque la uniformidad quedó lejos de alcanzarse, como lo demuestra el hecho de que entre los géneros que anotan a finales del siglo xviii los oficiales del consulado de Buenos Aires es camote el nombre del dulce tubérculo el que en todos los mercados figura, a excepción del asunceño, donde se llama batata.1 El tradicional aislamiento paraguayo a no dudarlo tiene que ver con esta diatopía léxica, pues el término taíno llevado a la región paraguaya por sus primeros colonizadores se conservó sin que lo arrinconara su sinónimo náhuatl, tempranamente trasplantado al Perú, de donde irradió a Chile y a tierras argentinas, pero sin atravesar el valladar chaqueño ni la resistencia del conservadurismo paraguayo.2 Las diferencias necesariamente también tenían que darse, pues, en el caso del Alto Perú, porque hay que contar no sólo con su proximidad al Perú y con su misma pertenencia al virreinato limeño hasta 1766, cuando pasa a depender de Buenos Aires, sino con lo que supusieron su difícil orografía y su demografía, de aplastante predominio indígena.

Ya en pleno conflicto independentista los porteños abanderaron la continuidad de la anterior unidad virreinal rioplatense, designio que acabó en fracaso. Se independizó la Banda Oriental del Uruguay, cuyo dominio enfrentó a argentinos y brasileños; no se logró la adhesión del Paraguay por la férrea resistencia del doctor Francia, y fracasaron los intentos militares argentinos de arrancar del poder realista al Alto Perú. Incluso en la misma Argentina las tensiones, no pocas veces cruentas, entre las distintas Provincias Unidas y entre el interior y Buenos Aires fueron tan tempranas como prolongadas. Había, indudablemente, factores de signo unitario, pero asimismo particularismos locales tendentes a la disgregación, y estas singularidades regionales, junto a los intereses de los distintos grupos con poder político y económico, y a la fuerza provincialmente aglutinadora pero nacionalmente disgregadora, del caudillismo de cada territorio, triunfaron en los periféricos de la patria argentina.3

Las enormes distancias, las malas comunicaciones y la escasez de población favorecían los sentimientos de afirmación regional y por consiguiente el nacimiento de distintas patrias en las anteriores unidades virreinales de toda América, no siempre con plena conciencia de la identidad nacional, pues por ejemplo el guerrillero José Santos Vargas tarda en hacer menciones expresas de Bolivia en su diario de campaña, aunque su corpus abunda en el registro de patria, en un principio de sentido no necesariamente coincidente con el de nación, por ejemplo, «vosotros sois soldados de la patria», «es nuestro general ya y de la patria» (1982: 368)4, pero todavía en el año 1821 presenta al coronel Lanza proclamándose representante del poder supremo bonaerense: «Sabrás, compañero, que yo vengo a tomar residencia de todos los hechos del comandante Chinchilla por el jefe principal de Buenos Aires» (296), y en diciembre de 1817 anotaba lo siguiente:

Dijeron estos cinco en que entre el comandante Fajardo con una escolta y que presida aquella junta: que los pueblos eran los que debían nombrar al jefe que debe gobernar; que para el caso estaban reunidos 20 pueblos, que si no admitiesen, que vean lo que harían, que ellos no hacen más que cumplir con sus deberes y que les hacen a ellos responsables de las resultas que hubiese ante Dios, ante la patria y ante los jefes principales de la superioridad de Buenos Aires.

(202-203).

Ahora bien, estas referencias altoperuanas en relación con Buenos Aires más que de dependencia real son simples expresiones de un nominalismo político histórico. La vida de las comunidades bolivianas discurría de manera notablemente autónoma, mucho más respecto de otras zonas sudamericanas. Significativo resulta que, tras haberse apoderado los guerrilleros del correo que iba de la Paz a Oruro, entran el 28 de marzo de 1819 en el pueblo de Ichoca, donde «se abrieron las comunicaciones, todas las cartas», y el mismo Santos Vargas confiesa: «se descubrió todo el estado en que estaba Lima, Chile y Colombia, primera vez que oímos el nombre de Colombia y el nombre del general Bolívar» (242).

En los umbrales de la independencia el territorio de la futura Argentina, aproximadamente 2 600 000 kms2, estaba habitado por unas cuatrocientas mil personas, aparte de los indios insumisos y de frontera, el 53 por ciento habitantes de las provincias andinas y pobladores de las provincias litorales (Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe), en su mayor parte formadas por una extensísima pampa, que no llegaba a estar colonizada en un 10 por ciento (Lynch 2008: 44, 62), problema que el general San Martín reconoció en toda su crudeza al decir que «la mayoría de nuestro territorio es un desierto sin habitantes» (2009: 227). Efectivamente, las distancias y la despoblación fueron vistas por muchos y en muchas partes como barreras contrarias al triunfo de la revolución independentista y luego a la construcción nacional. El citado historiador inglés señaló lo siguiente: «Los viajes eran largos y lentos. Se tardaba cuatro meses por mar entre Buenos Aires y Acapulco, y el regreso era todavía más lento… Si alguien era lo bastante temerario para viajar desde Buenos Aires a Cartagena por tierra se enfrentaba con un viaje a caballo, mula, carros y transportes fluviales vía Lima, Quito y Bogotá, que le tomaba nueve meses. En lo político, el aislamiento regional ayudó a sofocar la unidad americana y a promover el particularismo» (2008: 30-31), lo cual sin duda sucedió en lo lingüístico por lo que al segundo aspecto concierne. Aunque la dicotomía en cuestión no se planteaba en términos idiomáticos, puesto que se partía de una unidad de lengua que nunca perdió su ser, e incluso los rasgos diferenciadores de todo el español americano frente al europeo estaban echados desde mucho antes de la emancipación, como, según todos los indicios documentales, los de carácter o dimensión regional.

En lo que sigue trataré de concretar estas cuestiones mediante la comparación de una serie de rasgos lingüísticos de documentación boliviana y argentina, cuyos territorios constituyen la mayor parte del dominio correspondiente al virreinato del Río de la Plata, vertebran el eje transoceánico Buenos Aires-Lima (El Callao), pueden ayudar a fijar geográficamente las derivaciones lingüísticas del gran centro de irradiación cultural que fueron los centros neurálgicos del virreinato limeño, así como las propiciadas por una ruta comercial de semejante extensión y tráfico, territorios, el argentino y el altoperuano, que asimismo interesan al historiador del español de América por su contraste poblacional, incluido el factor etnolingüístico.5 Seguirán las referencias al español de Chile en el planteamiento contrastivo con los anteriores datos documentales, para concluir con una síntesis de esta aproximación histórica de ámbito regional, también en relación con otras manifestaciones diatópicas del español de América.

2. El español boliviano en el diario de un guerrillero

El diario de este singular personaje comienza en 1814, cuando contaba dieciocho años de edad y ya se ve inmerso en el turbulento escenario altoperuano, aguerrido luchador del bando independentista y atento actuario de aquellos años de desgarro militar y social. El texto de Vargas es imprescindible para la historia de la conversión del Alto Perú colonial en la Bolivia independiente, y como el inapreciable documento que es ha tenido amplio eco historiográfico. Pero su interés lingüístico no es menor que el histórico, pues en él palpita un español popular riquísimo en matices, coloquialmente vivo, de expresión natural y directa, abundante en todo tipo de referencias idiomáticas.

En el dominio altoperuano el mestizaje, y mestizo era el autor del diario, al tiempo que protagonista de muchos de los hechos que relata, casi inevitablemente conlleva el bilingüismo español-aimara, cuando no el triple dominio del español, del aimara y del quechua, que al parecer fue bagaje lingüístico del progenitor de este autor. Vargas maneja abundante vocabulario quechua y aimara, traduce a la lengua vernácula de cada zona no pocos topónimos y nombres comunes en español,6 así como frases dichas por indígenas en su lengua materna. Entre sus indoamericanismos léxicos están las voces ayllo (31), cancha (17), chacra (117), galpón (125), hilacata (366), huminta (337), ojota (125), pampa (17), papa (125), sayaña (13), tambo (16). En Vargas el vocalismo español parece estar condicionado por el del idioma indoamericano en bilingüismo, en formas como cuesan ‘cosan’, «manda que le cuesan una mortaja» (110), «un sillero descuese el apero o la pajera de ella y sacan los pliegos que llevaba» (36), chuquizuela ‘choquezuela’, «le cortaron la chuquizuela de la rodilla» (111), dispidieron, entrépidamente (36), hirido (138), incindario ‘incendiario’ (22), ispirar ‘espirar’ (36), ricogí (12), siguía (67), y en tantos otros registros del género, así como en agachi, «nadie se agachi ¡carajo!» (148). Esto sin descartar el puro y simple vulgarismo hispánico en alguno de tales testimonios.

En el caso del apellido Siguani ‘Seoane’ (414) se da una suma de fenómenos fonéticos: el cambio de -e en -i por probable cruce en un bilingüe, tal vez asimismo por la alteración de la e átona de la primera sílaba, así como el resultado de la hispánica tendencia al antihiatismo, que convierte el hiato /oa/ en el diptongo /wa/, y el no menos hispánico refuerzo mediante la consonante /g/ de la semiconsonante velar /w-/, como ocurrió con cirgüela o virgüela, formas de gran incidencia en el español andino del siglo xviii. Por cierto que el antihiatismo es de notoria implantación en el habla que en este corpus se refleja, así por la diptongación operada en cohetes, «los demás muchachos de la escuela fuimos a ver y a jugar con cuetes a la orilla de la población» (17), y en la constante epéntesis de la /y/ en el imperfecto de indicativo de los verbos de la segunda y tercera conjugación, verbigracia: caiya (326), leiya (22), oiya (23, 357), traiyan (335), trayía (66), veiya (354). En cuanto al consonantismo, es de carácter vulgar el cambio de /g/ en /b/ que presenta abujero (353), así como la pérdida de la /-g-/ intervocálica en aujerar (63), y la de la dental /-d-/, de signo andalucista o meridional, en un aentro de constante aparición (así 86, 192, 327), que se da en el también corriente entro ‘dentro’, lexicalizado el fenómeno de motivación fonosintáctica o condicionado por la solución aentro: «se ocultan entro el monte» (350). De la misma manera, el antiguo adverbio onde, vulgarmente convertido en ande, es de continuo empleo para el guerrillero boliviano, en numerosas citas como las de «con intención de acogerse ande el señor cura» (18), «pasan ande éste tres de éstos» (21), «allí ande el mismo general» (356). Tradición y vulgarismo hay asimismo en su escrebir (19), reiteradamente empleado en su corpus, pero no sólo rasgo de incultura lingüística, de lo que muchos en exclusividad tachan a esta forma, también a mesmo, en su difusión americana actual. Efectivamente, escrebir y mesmo fueron de uso literario en el Siglo de Oro, y su concurrencia con escribir y mismo a la larga acabó haciendo propias de la norma culta a las segundas variantes y relegando a las hablas campesinas, donde el hecho tradicional más perdura, a las primeras.

Se sabe que Vargas era mestizo, y él mismo da muestras de un sentimiento de inferioridad frente al blanco, por ejemplo en el siguiente pasaje, en el cual distingue el escalón social que separaba a las mujeres de su color de las «españolas» criollas o europeas: «los de Cochabamba habían traído un cañón donde las amarraron a las señoras azotadas, no mestizas ni indias, sino señoras en forma» (35). Pero mestizo no de ambiente urbano y encumbrado, sino rural y de escasos bienes de fortuna, con elemental formación escolar. De ahí, posiblemente, discordancias de género como éstas: «él se lo buscó su ruina» (30), «ya a la señora lo he mandado por delante» (77), «en una quebrada lo escondí mi caja» (125), así como los frecuentísimos casos de pronombres redundantes, entre ellos: «lo quería llevarlo» (48), «conforme iban comiendo, se iban dispersándose» (116), «los iba derrotándolos» (156), «no logrando sus pésimos intentos de pillarlo a Lanza, péscalos, sí, a 14 indios» (354), «lo regresa a Rodríguez» (369). Cuestión de sustrato en el bilingüe podría haber en los primeros ejemplos, no tan clara o determinante en la redundancia pronominal, y simple vulgarismo panhispánico hay en andasen (354) y en el sistemático haiga (5, 15, 288, 337, 366, etc.).

Arcaizantes son otros muchos rasgos del hablar de Vargas representado en su escritura, entre ellos la expresión de la temporalidad con la locución del tipo ahora pocos días (76), la conservación del clásico echar menos, hoy propio del español americano, «recordando bien y volviendo en sí, echa menos el sable que iba a empuñar» (210), o el abundante empleo de la locución conjuntiva temporal de que, registrada en citas como éstas: «de que me presenté allí, me estrechó en sus brazos» (9), «de que me vieron así correr, tres hombres de su caballería vienen atrás de mí» (100). Claro es que junto a la tradición lingüística se dan en Vargas rasgos netamente innovadores, como puede ser la pluralización de impersonales, «en todo el territorio americano habrían millares» (27), «sin tener que comer, asimismo mi familia y otras muchas que habían en aquel dicho cerro» (325), «donde habían tropas de la patria» (356), o la pronominalización verbal, verbigracia defeccionarse, desaparecerse (23), regresarse (376, 384), retrocederse (367).

Desde luego debe insistirse en el hecho de que aun cuando las circunstancias personales de este autor abonan su marcado vulgarismo lingüístico, tal condición no está reñida con la afloración del cultismo, manifiesto en su léxico, así refaccionar, «en tanto extremo arruinó, que hasta el día… no ha podido refaccionarlo todo: como la mitad del pueblo está en escombros» (27), tendencia cultista propia del español americano general, también apreciada en los usos de defeccionar (35), retrogradar (66), seductivo (106), y en tantos registros más de esta clase. Pero no solo es cuestión del vocabulario, pues resulta de timbre libresco la tendencia a la enclisis pronominal tras pausa que este corpus manifiesta, desátase…, escápase (63), encuéntrase…, comunícales (66), incluso a veces en interior de frase, «luego sálese Lanza de Machaca» (321); y están las construcciones de estilo formal como su sobrino de éste (33), «para no cumplir este mi intento» (14), «este su hijo Eusebio emigró al ejército de la patria» (39). Por no hablar de la popularización  de un adjetivo forense como mero,originariamente latinismo propio de jurisperitos: «Don Luis Delgadillo cayó prisionero, y era un mero paisano» (28), «un mero arrestado» (32). Todo esto explicable siendo el Alto Perú «una tierra de licenciados, caudillos, guerrilleros e indios» (Lynch 2009: 71).

3. Del Alto Perú a la pampa argentina

En el texto boliviano se halla con plena vigencia la sufijación de sentido colectivo -ada,en voces como caballada (357), cholada (23), indiada (41), de general implantación en la América española y con amplia documentación anterior a la Independencia. Pero también la innovación semántica que supone tronar ‘fusilar’: «se sublevó ya la provincia del Cusco, donde lo fusiló al coronel Picoaga el capitán general Pumacahua…; se sublevó en contra del rey, y al coronel Picoaga lo tronó no más en el Cusco» (35). Con la acepción ‘matar a tiros’ registra el diccionario académico tronar,como usual en México y El Salvador, si bien su atestiguación altoperuana al menos diacrónicamente ensancha esta geografía léxica.7 Por supuesto en los mismos años el argentino Rosas continuamente echa mano del sufijado caballada (2004: 25, 29, 46), también de peonada, «la peonada de mi hacienda» (23). El caudillo rioplatense resulta tradicional cuando recurre a la construcción de adverbio ya + sujeto (pronombre) + verbo, «ya usted debe hacerse cargo de la intención» (110), predominante en el boliviano Vargas, y cuando trata de sus mercedes a sus ancianos padres, «tengan presente sus mercedes que este carácter lo he heredado de mi adorada madre, y que cuando menos esto debe cederse al amante hijo de sus mercedes» (184), Rivadavia en 1824 aún emplearía la abreviatura Vms. de vuestras mercedes (297), y raya en lo más arcaizante su registro del artículo el como antecedente pronominal del relativo: «¿Cuándo será el día en que los juramentos tengan algo de sagrado? ¿Cuándo el en que las leyes sean respetadas?» (37). Aunque, como no podía dejar de ser, el aspecto lingüísticamente innovador no resulta ajeno a su lengua escrita, sea por el uso del culto retrogradar (36, 37), sea por la fijación que en su texto se da del americanismo riesgoso, «a jornadas penosísimas y riesgosas» (21, 41), sea por el empleo de camarista con nuevo sentido americano, según la Academia ‘miembro de la cámara de apelaciones’ propio de Paraguay y Argentina: «debo manifestarle que, pedido informe al camarista juez de la causa, me ha instruido que, sin embargo que Cabanillas no resulta con mayor delito…» (180). Y por supuesto en su epistolario se reiteran construcciones de estilo formal semejantes a esta tu nueva posesión (66).

En carta de Belgrano a San Martín asimismo aparece el tipo morfosintáctico tradicional «ya usted no es de sí mismo, es de la gran causa» (Lynch 2009: 157), que igualmente se encuentra en misiva del Libertador argentino a O’Higgins: «ya yo preveo el fin de mi carrera pública» (279). El mismo estratega incide en la falta de marcación prepositiva en complementos directos de persona: «para que los enemigos no vuelvan a inquietar estos pacíficos moradores» (89), «no es mala escuela la de mandar ese pueblo» (307), igual que su conmilitón Belgrano: «pues los enemigos nos la han hecho (la guerra) llamándonos herejes y sólo por este medio han atraído las gentes bárbaras a las armas, manifestándoles que atacábamos la religión» (98). Y un joven oficial argentino en relato de correcto, y aun elegante, estilo empleará el haber existencial en plural, que en España mantiene reminiscencias rurales y mayor uso en América, incluso entre individuos de algunas elites: «En la mesa habíamos 25 personas» (224). San Martín mantendría vivo el americanismo tradicional fierro (227), así como usaba términos de nueva raigambre, como maturrango y matucho (100, 128), hachero, «él sólo puede cortar los males, pero con un brazo hachero» (291), y arriesgona, «yo creí que era de mi honor el no retroceder y al fin esta arriesgona me salió bien» (291). Pero también en él era corriente la pronominalización verbal, la adverbialización de adjetivos, el tratamiento de ustedes, relegado el vosotros al estilo más formal, junto a otros rasgos de la diferenciación innovadora del español americano.

4. Apuntes sobre el español de Chile

Cuando San Martín maduraba estrategias en momentos difíciles para la revolución americana en la línea defensiva de Tucumán, escribe en estos términos al general Belgrano, compadeciéndose de sus dificultades militares, pero hallándoles justificación: «Le contemplo a V. en los trabajos de marcha, viendo la miseria de nuestros países y las dificultades que presentan con sus distancias, despoblación y, por consiguiente, falta de recursos para operar con la celeridad que se necesita» (Lynch 2009: 95).

Despoblación, larguísimas distancias y pésimas comunicaciones eran formidables obstáculos que hacían difícil el progreso independentista. El aislamiento de Chile no merece, por sabido, mayor ponderación, como conocida es la proeza que supuso el paso de los Andes del ejército libertador argentino.8 Como en otras regiones americanas sucedía, el dominio chileno se veía aquejado de la escasez de su demografía, algo que el botánico burgalés Hipólito Ruiz en el último tercio del siglo xviii refiere respecto de la provincia de la Concepción: «Dicen los naturales que hai otros varios criaderos de oro, plata, cobre y fierro en este obispado, pero que por falta de gente están abandonados» (2007: 226). Por cierto que el joven científico se ha visto contagiado en su léxico por el americanismo fierro, igual que emplea en sinonimia mazamorra, marinerismo de tierra adentro: «de las raíces de esta planta (liutu) sacan los chilenos un almidón blanquísimo con que hacen delicadas mazamorras o puches blandas y transparentes como jalea» (212). Está también familiarizado con numerosas voces mapuches, entre ellas chavalongo y laque: «los bulbos o cebollas de estas plantas llamadas laques, y que se crían con abundancia en los campos de Chile, se comen asados, cocidos y aun crudos», «el levante llamado puelche que viene de la cordillera es frío y seco en extremo y por tanto perjudicial a la salud, causando parálisis, convulsiones, constipaciones que pasan a tabardillos, que llaman chavalongos» (212, 222). Incluso refiere el sentido figurado y coloquial de alguno, por ejemplo: «Cissus striata V(ulgar) voqui, nombre que también aplican los chilenos a las personas revoltosas y chismosas» (212).

En los mismos años de la guerra por la independencia americana O’Higgins, junto al seseo desde mucho antes generalizado en los hablantes criollos, reiteradamente emplea ivierno, variante arcaizante de invierno,9 y unos años antes sor Dolores Peña y Lillo empleaba el crudo arcaísmo que era maletía ‘dolencia, enfermedad’ («sin maletía de calentura»), aunque su faceta innovadora en materia léxica se manifiesta en el uso que hace del americanismo, así pitar ‘fumar’ y polvillo ‘tabaco’: «me ha dejado la mano isquierda inhábil del todo; aun de pitar polvillo no es capás».

De referencia tradicional es la anteposición del posesivo al sustantivo en vocativos, convertida en rasgo caracterizador del español de América y que constantemente se da en la monja chilena, verbigracia: «y a Dios, mi padre, que le guarde muchos años en su amor», «ve aquí, mi padre, en estos acaesimientos como el presente primero creyera que no había Dios», también la enclisis pronominal a participios: «pero ahora ha conosídome bien y ha dado en otro estremo opuesto al que empesó», igual que el empleo de onde, incluida su variante vulgar ande: «en el calvario, ya crusificado, ande consumó la obra de nuestra redensión», o su uso de la construcción ya + sujeto + verbo: «ya yo conosco que no es para sus embarasos esta molestia», «pues ya yo estaba con cuidado», «ya yo estaba sintiendo la operasión tan divina en mí».

Tampoco son ajenos en sor Dolores los rasgos de innovación gramatical, así la pluralización de impersonales, que en su lengua escrita es sistemática: «que no hubiesen más ofensas», «en él habían mucho sinnúmero de cruses», etc., la frecuente pronominalización verbal: «así que invoco el nombre de Jesús en mi defensa para aquel movimiento y se desaparese todo», o la intensa adverbialización de adjetivos: «harto me tienta el Enemigo a no escribir», «que harto me atormenta el Enemigo sobre este punto». Sin que la mística monja fuese una mujer inculta, algo que niegan su caligrafía, sus muchos registros de cultismos léxicos, o su mismo estilo, cuajado de expresiones propias de la lengua formal, o su estilo abundante en enclisis pronominales a verbos en forma personal tras pausa.

5. A modo de conclusión

Van en lo que precede observaciones documentadas sobre el español americano de los dominios del virreinato del Río de la Plata a finales del periodo colonial, que se suman a las que ya constan en mi libro de 2010, y a las que habrán de añadirse a fin de enmarcar y explicar de la manera más rigurosa y adecuada que sea posible la sincronía lingüística de la Independencia para tan extensa zona de Sudamérica. De hecho, son muchas más las referencias históricas de las cuales ya dispongo, que no caben en ponencia de estas características, y ya en el próximo número del santiaguino BFUCh aparecerá un estudio más extenso monográficamente dedicado al territorio chileno.

De lo que se trataba era de verificar con nuevos datos líneas y argumentos de retrospección histórica que en anteriores investigaciones he seguido, y en cualquier caso los que aquí se contienen no hacen sino confirmar los manejados previamente para este mismo espacio austral, y para cada una de sus partes, en no pocos aspectos asimismo para el conjunto del español americano. En toda esta documentación se descubren dos hilos conductores en el plano lingüístico; por un lado el apego a la tradición, según el cual se mantienen formas y modismos idiomáticos que en el español peninsular se han perdido o se mantienen con densidad diatópica e implicación social mucho menor, resultado principal del factor de la historia externa indiana (rasgos sociológicos, distribución poblacional, distancias y comunicaciones). Por otro lado la tendencia innovadora, imprescindible para que haya verdadero y sensible desarrollo evolutivo, derivada de la idiosincrasia de la sociedad hispanoamericana, alejada de la metrópoli y con sus propios condicionamientos culturales y etnolingüísticos.

Coinciden en lo fundamental los actores del escenario lingüístico considerado, aunque por sus circunstancias personales y baja formación escolar sobresale el vulgarismo idiomático, sobre todo fonético, del guerrillero Vargas. Pero en sus textos asimismo apuntan las peculiaridades regionales y las relaciones entre las diferentes porciones territoriales de todo el dominio antiguamente virreinal. El diccionario académico señala la localización del mapuche laque en Chile y en Bolivia con ligeras variantes semánticas, y Morínigo (1998) atribuye escolero al Perú y a Bolivia, identidad explicable por la duradera dependencia del Alto Perú respecto del virreinato limeño y por la vecindad geográfica, y el vocablo en Vargas está (1982: 16): «siguió educándome, no con aquel amor maternal a que yo estaba acostumbrado, sino más bien con la aspereza de un verdadero escolero antiguo»; y el mismo lexicógrafo anota la coincidencia boliviano-paraguaya de quemazón, que con el sentido de ‘incendio’ se halla igualmente en el corpus del joven guerrillero altoperuano: «el primer incendiario del pueblo de Mohosa, el que empezó las quemazones en todos estos pueblos» (29). La conexión entre el Alto Perú con la inmensidad argentina tiene sobresaliente testimonio en el afroamericanismo bombero ‘explorador, espía’, que documenté en parte militar porteño y que, ampliando su geografía lingüística, asimismo lo tiene como propio el citado luchador de la independencia boliviana: «sabe con certeza el enemigo mediante bomberos que botaban que éstos se encaminan» (354). Como se ve, no hay más camino que el documental para seguir avanzando con una cierta seguridad en la historia del español americano en la encrucijada que la Independencia supuso.

Referencias bibliográficas

  • Frago, Juan Antonio (2010). El español de América en la Independencia, Santiago de Chile: Taurus.
  • Lynch, John (2008). Las revoluciones hispanoamericanas. 1808-1826, Barcelona: Editorial Ariel.
  • Lynch, John (2009). San Martín. Soldado argentino, héroe americano, Barcelona: Crítica.
  • Morínigo, Marcos A. (1998). Nuevo diccionario de americanismos e indigenismos, Buenos Aires: Editorial Claridad.
  • Rosas, Juan Manuel de (2004). Cartas de Juan Manuel de Rosas, I. (1820-1833), Buenos Aires: Editorial Docencia.
  • Ruiz, Hipólito (2007). Relación del viaje hecho a los reinos del Perú y Chile, Madrid: CSIC.
  • Vargas, José Santos (1982). Diario de un comandante de la independencia americana. 1814-1825 (Gunnar Mendoza I., ed.), México: siglo xxi.

Notas

  • 1. El nahuatlismo camote llegó al Perú vía migraciones desde Nueva España por el litoral del Pacífico, para luego pasar a Chile y a tierras argentinas a través del Alto Perú. Seguramente antes de acabar el siglo xvi se había producido esta irradiación léxica, que en el xviii está profusamente documentada en los referidos dominios sudamericanos. El taíno batata indudablemente fue llevado al Paraguay  por sus primeros colonizadores, en proceso similar al que en otras zonas continentales se verificó, y su arraigo en esta área interior parece obedecer a su persistente aislamiento, cuestión que en otra parte por extenso he tratado (2010). Volver
  • 2. Tal aislamiento en buena medida por razones geográficas se explica; pero también hay que contar con aspectos sociológicos, como el derivado del particular mestizaje paraguayo y del componente cultural y apego a la tradición de la elite criolla, sin contar con lo que supuso la organización de las reducciones jesuíticas en relación con una importante parte de la población indígena. El caso es que rasgos tan característicos del castellano medieval, con alguna pervivencia literaria en el español clásico y mayor seguimiento popular, como es el uso de la preposición en con sentido de dirección  (ir en casa) y la negación del tipo ninguno no me quiere,se mantienen con notable vigor en el español del Paraguay. Volver
  • 3. No sólo fracasaron los intentos de anexionarse a las Provincias Unidas del Río de la Plata, luego República Argentina, el Paraguay y el Alto Perú, como una manera de restaurar el dominio del antiguo virreinato rioplatense, según el principio uti possidetis, sino que fueron tempranas, duraderas, y graves, las tensiones entre las distintas provincias argentinas, y entre éstas y Buenos Aires. Situación parecida se dio en los conflictos que enfrentaron a Bolivia y Perú, y el particularismo regional junto al caudillismo de alguna manera explican la ruptura de la gran Colombia bolivariana. No es ni mucho menos cuestión anecdótica que el aristocratismo de las minorías criollas de Bogotá o de Popayán hiciera que los venezolanos llamaran a los colombianos los del Reino, y de ahí reinosos, también por la prosapia que a la sociedad santafereña otorgaba la capitalidad del virreinato de Nueva Granada, o del Reino de Nueva Granada. Volver
  • 4. Las muchas citas que de este texto hago me obligan a referirlas únicamente por la página entre paréntesis. Volver
  • 5. Para próxima ocasión queda una mayor atención documental al español paraguayo. Las referencias que aquí se hacen únicamente tienen intención comparativa, por lo que los hechos constatados tienen de adhesión al todo o a una parte de este marco geográfico, o por lo que de particularismo diatópico significan. Volver
  • 6. Por ejemplo, «abrita o apacheta» (158), cornetas o pututos (136). Volver
  • 7. Todo esto en espera de la geografía lingüística que sobre el particular pueda plantear el académico diccionario de americanismos, de inmediata aparición. Volver
  • 8. Si San Martín se decidió a la difícil aventura del paso de Los Andes es porque la lejanía, la orografía, el poder realista y la postura de una parte de la población frente a las proclamas independentistas le hacían más arriesgado el asalto al Alto Perú. Tras la expulsión del poder español de Chile, que el general argentino preveía mucho menos costosa, la expedición por mar le facilitaría el ataque al corazón del virreinato peruano (Lynch 2009: 95-96, 105-107). Volver
  • 9. Otros textos chilenos coetáneos registran tanto ivierno como invierno, forma esta que había sido usual en Peña y Lillo. Volver