Marlen A. Domínguez Hernández

La lengua española en la configuración de las repúblicas hispanoamericanas: el caso del siglo xix Marlen A. Domínguez Hernández

Como un crisol, deja al tigre en la taza y da curso feliz a las águilas y a las palomas

José Martí

Aunque existen opiniones divididas en cuanto a dónde colocar el punto cero del proceso de formación del español de Cuba,1 hay acuerdo, en la segmentación del continuo histórico, en lo que se refiere a destacar el siglo xix como un periodo clave. El convulso acontecer haitiano había favorecido el desarrollo de la industria azucarera, que reclama abundante mano de obra. En consecuencia, crece el número de esclavos subsaharianos, con diversos grados de dominio de la lengua española y de relaciones interétnicas; al tiempo que el cese de la trata estimulará la inmigración de trabajadores libres, portadores de variedades regionales o subestándares hispánicas y de otras procedencias. Tales circunstancias hacen del siglo xix un momento distinto por el mestizaje, la nivelación social, el surgimiento de una clase obrera y el desplazamiento del campo a la ciudad (Torres-Cueva y Loyola 2002: 165 ss.).

Mientras en el ámbito general del español se considera este siglo como el inicio de la etapa moderna (Melis et al. 2007), visto como una transición hacia la ruptura independentista de América (Sánchez Méndez en Bustos 2006: 2339) significará para el ilustrado un nuevo modo de entender la lengua, de relacionarse con ella, y un afán de cambiarla en aras de representar simbólicamente la identidad que se construye. Es en este sentido que podemos hablar de servicio de la reflexión lingüística al proceso emancipador. En Cuba será el momento en que se establecen los rasgos más característicos de la variedad diatópica, y comienzan los estudios del aporte que realiza América a la lengua común.2

Hablar del papel de la lengua española en la configuración de la identidad cubana en el siglo xix significa, entonces, abordar la modernidad ilustrada 3 y plantearse las preguntas que formula Sánchez Méndez para toda la América del período: ¿qué relación existe entre el ilustrado y su modalidad americana de lengua?, ¿qué concepciones lingüísticas subyacen en ella?, ¿cómo se relacionan lengua e identidad?, ¿qué repercusión tiene este pensamiento en las generaciones posteriores?4

Cabe señalar, de inicio, la continua remisión a los contextos culturales y lingüísticos más inmediatos: el hispánico, en que el fenómeno de crecimiento de la conciencia lingüística se puede advertir en la censura5 (Lapesa 1996); y el americano, en que las condicionantes sociales harán surgir, junto con los gérmenes de las repúblicas, nuevas normas prestigiosas en las capitales. En ese proceso algunas formas estigmatizadas adquirirán prestigio como marcas de identidad (Sánchez Méndez en Bustos 2006) y se desarrollarán sentimientos de nacionalismo lingüístico, que convivirán y se contrapondrán con el purismo predominante.

A pesar de que Cuba será, ya a las puertas del siglo xx, de los últimos reductos del dominio peninsular en América, desde mediados del siglo xix se intensifican los gestos independentistas, que tendrán su máxima expresión en la Guerra de 1868, la llamada Guerra Chiquita (1879) y en la Guerra de la Independencia iniciada en 1895.

Sin embargo, en el ámbito lingüístico, este proceso se había iniciado varias décadas antes. Las Memorias de Fray Pedro Espínola y Fray José María Peñalver,6 de 1795, como afirman todos los que se dedican a la historiografía lingüística cubana son, hasta donde tenemos conocimiento hoy, los primeros documentos en que ilustrados de la Isla, religiosos por demás, comentan sus observaciones sobre peculiaridades del español que aquí se empleaba: betacismo, seseo, lateralización de -r, aspiración de -s, pero también consignan las valoraciones de los fenómenos en la época («Este modo grosero de pronunciar es demasiado común, principalmente en nuestra Patria»), las variedades diatópicas, diastráticas y diafásicas que se advierten, esto es, habla urbana, familiar, rural, etc., así como las fuentes de la nominación (voces criollas, patrimoniales resemantizadas o con cambios fónicos, e indoamericanismos).

Se reconoce la influencia del léxico aportado por las lenguas del sur del Sahara y se valida estas voces si se ha producido un proceso de extensión hacia la sociedad blanca. En caso contrario se evalúan negativamente y no se consideran dignas de aparecer en un repertorio de «provincialismos» como el que se propone. Asimismo, se comenta la existencia de palabras patrimoniales modificadas, las cuales debían ser incluidas, aunque marcadas como corruptelas. Estas comprobaciones, así como el reconocimiento explícito de ciertas formas —en la pronunciación, por ejemplo— significan en alguna medida la legitimación de rasgos que apartan el habla cubana de los cauces metropolitanos. A este respecto, Espínola hace una declaración notablemente revolucionaria, cuando considera que pronunciar [x] y [θ] «seria privar á nuestro idióma de su fina aunque varonil entonación»7 (Espínola 1795: 99-100 en Alpízar 1989: 23-24).

El Diccionario provincial de voces cubanas del dominicano Esteban Pichardo, de 1836, en sus sucesivas ediciones en vida del autor (1849, 1862, 1875), es la primera obra mencionada por todos en el proceso de descubrimiento y evaluación decimonónica de la singularidad del vernáculo cubano. La obra de Pichardo recoge entre los «provincialismos cubanos», de un seis hasta un once por ciento de voces «corrompidas» aproximadamente.

Además de esta indicación de impropiedad, los artículos recogen comentarios muy ilustrativos, como en ABARROTAR, verbo marítimo (referencia etimológica y de dominio de uso originario, que explica el proceso de extensión semántica); AHILAR, palabra en la cual se indica la pronunciación aspirada de la ache (ajilar); o ANJÁ., con su indicación sociolectal: Interjección del vulgo ínfimo de la Isla y su marca diatópica: así como en Puerto-Príncipe y Bayamo se dice Angela María: muy bien, perfectamente.

El valor de esta obra como testimonio de una época de gestación del español en Cuba se advierte claramente si observamos que muchos de los usos que allí se anotan persisten como cubanismos y se extendieron a todo el conjunto de la población, pero también son útiles las formas que se perdieron, pues reflejan su dependencia de una situación inmediata, y la repercusión del estigma que recibieron.

Menos comentado, pero igualmente valioso, es el trabajo realizado en las revistas culturales, que tenían una función formadora y difusora, por lo que la mayoría de las inquietudes lingüísticas se veían reflejadas en ellas. Recogían artículos, polémicas y reseñas de libros sobre problemas tan variados como la influencia de las lenguas aborígenes en la formación del español americano, sobre la etimología, derivaciones y usos de las palabras, sobre ortografía, sobre gramáticas que se elaboraban y criticaban, algunos apuntes sobre historia de la lengua, numerosas referencias a nuevas obras y más escasos comentarios sobre aspectos fónicos, entre otros diversos asuntos. Entonces, sería imposible reconstruir el ambiente lingüístico cubano del siglo xix sin mencionar las revistas.

Uno de los rasgos anotados por Pichardo en su Diccionario, para tomar un ejemplo importante, es el voseo, comentado también por Antonio Bachiller en la revista La siempreviva en 1839. Bachiller da cuenta de fenómenos de mucho interés como el habla bozal. En una revista precisamente, en Revista de Cuba, apareció en 1883 el artículo «Desfiguración a que está expuesto el idioma castellano al contacto y mezcla de razas», que había sido un discurso leído en la Sociedad Antropológica de La Habana. Desde su título se refiere al mestizaje, y su impronta en las hablas.

Allí el sabio cubano menciona un artículo anterior en que se ocupa de las modificaciones de la lengua debidas al poco nivel cultural de los hablantes (aproximación sociolectal) y a los rasgos característicos que estas modificaciones adquieren. En este problema a juicio de Bachiller influyen, en consecuencia, elementos que condicionan no solo la aptitud para aprender la lengua, sino también el grado de asimilación de ella que se logra. Los esclavos no recibían una enseñanza sistemática, y es de ahí, y de sus condiciones de vida y relaciones de donde provienen sus características lingüísticas, y no de una incapacidad natural para aprender la lengua correctamente, como se afirmaba desde ciertas posiciones biologicistas. En consecuencia, Bachiller fundamenta peculiaridades bien diferenciadas de entonación, construcción y fonética del negro bozal, mientras que observa en sus descendientes las mismas modificaciones que en los blancos de estratos poco cultos. Con ello se devalúa el factor racial como causa de incapacidad lingüística, y se da peso al educacional y generacional en la variación, postura muy adelantada en una sociedad que ha negado el carácter humano del esclavo negro. También pionera fue su consideración sobre diferencias entre los individuos de raza negra y mestiza según su condición social, que le permite agrupar en un mismo conjunto individuos negros pobres con la generalidad de la gente del pueblo. Con este razonamiento llegamos al convencimiento de que los rasgos que Bachiller llama «alteraciones» están extendidos, por lo cual los criterios devaluativos disminuyen, aunque solo en los más descollantes de los ilustrados, y lentamente.

La situación de la educación cubana en el siglo xix también nos da la medida de cuánto se reflexiona sobre la lengua, qué rasgos nuevos se advierten y cómo son juzgados. Precisamente Bachiller nos informa al respecto a través de Apuntes para una historia de las letras y la instrucción pública en Cuba (1859). De sus páginas se colige que los criollos propugnaban una reforma de la enseñanza, en el sentido de que fuera científica y laica. Tanto en las clases, como en los exámenes de ingreso a los niveles superiores, se produce un flujo y reflujo en cuanto al papel que se da a la lengua latina o castellana.

En el siglo xix se destaca, en la labor de impresión que se iniciaba, la presencia de gramáticas latinas, pero también gramáticas, ortografías y otros textos de lengua castellana como es el caso de los Elementos de la lengua castellana de Manuel Vázquez de la Cadena, revisado por Félix Varela y Justo Vélez; la Gramática y ortografía de la lengua castellana de Antonio Vidal; la presentación de la Ortografía académica por Juan Fernández de Luis, el propio Diccionario de Pichardo, la Gramática y la Prosodia y Ortografía de Juan Justo Reyes, entre otros.8

Juan M. Dihigo en «El movimiento lingüístico en Cuba» refiere la existencia de 49 obras de este tipo, de las cuales se localizan hoy 16, del período comprendido entre 1831 y 1901. Al estudiarlas se observó que los objetivos propuestos son casi en su totalidad meramente didácticos, lo que determina su carácter mayoritariamente normativo y práctico. Casi todas definen la Gramática como disciplina prescriptiva y reguladora, en que unos se refieren solo al «correcto hablar», otros incluyen la escritura y unos terceros atienden al uso como norma y modelo. La fuente predominante es la RAE y alguna otra circunstancialmente —A. Nebrija, A. Bello, V. Salvá— y entre los cubanos funcionan como modelos Esteban Vidal y Joaquín Andrés de Dueñas.

Todas estas gramáticas tienen bien visible la huella de la latina, a la cual tratan de ajustar la realidad de la lengua española y de su variedad cubana, y se encuentran atrasadas respecto del movimiento lingüístico europeo que transitaba ya por caminos menos estrechos. No obstante, la preocupación por producir obras locales para la enseñanza, es indicio de necesidades comunicativas y cognoscitivas nuevas y en alguna medida diferentes.

Los libros de texto que se producen en el siglo xix nos dan mejores indicios en relación con las particularidades del español cubano, y la evaluación que de él tienen los ilustrados. En «Un proyecto de emancipación simbólica: libros de lectura para niños cubanos », Luisa Campuzano aborda el libro de lectura decimonónico cubano —particularmente de la etapa entre 1833 y 1868—, con una perspectiva lingüística y cultural, desde su estructura y su funcionalidad como «el primer mapa lingüístico, económico, moral, geográfico, étnico, cultural, religioso, con el que los nuevos ciudadanos se orientarán» (p. 1), tomando la lengua como elemento de mucho peso en la formación de ciudadanos para una «nación aún no existente».

En este tenor, somete a análisis Testo de lectura graduada para ejercitar el método explicativo (sic) de José de la Luz (1833), Libro de lectura para niños de Manuel Costales Govantes (1846), El librito de los cuentos y las conversaciones, de Cirilo Villaverde (alrededor de 1847) y sobre todo la serie de cuatro libros de lectura de Eusebio Guiteras (1856, 1857, 1858, 1868). Campuzano advierte que mientras en Luz y Costales aparecen algunos cubanismos léxicos, marcados y explicados —es decir, como rarezas—, su estructuración morfosintáctica, particularmente en cuanto a las formas de tratamiento pronominal y verbal, continúa siendo la de la norma española. En cambio Villaverde no marca los cubanismos más que ocasionalmente, y muestra ya la inseguridad del cambio, pues en él alternan la norma antillana y la peninsular en el uso de las formas pronominales y verbales de tratamiento. También se incorporan al texto numerosos diminutivos querenciosos, que podrían tener que ver con el destinatario infantil, o con los hábitos lingüísticos cubanos en formación, o con ambos. Por sus temas («la flora y la fauna cubanas, la familia, la geografía de Cuba y de América, los juegos, la escuela y las costumbres, los fenómenos de la naturaleza y las ciencias» p. 13) y por la subversión tanto lexical como morfosintáctica, los libros de Guiteras son los más revolucionarios de los analizados por Campuzano. A tal punto que la estudiosa refiere un caso en el cual en diez líneas de texto se emplean 7 cubanismos (empinar, papalote, cordel, rabo, cuchilla, frenillo, cabecea), caracterizados, además —según las observaciones que había hecho Pichardo—, por ser usos del occidente de la Isla, con lo cual Guiteras nos da otro dato de diferenciación geolectal. De otra parte, se estabiliza el uso de la forma ustedes para la segunda persona del plural, concordada con verbo de tercera persona del plural, en lo cual ve la analista la «dicotomía público escrito oficial español / privado oral doméstico cubano en que se dividía la vida, y también la lengua, en la Colonia, gobernada y escriturada en los espacios del poder por los representantes de la Corona; pero vivida, hablada, cantada en el ámbito de la cotidianidad por los cubanos» (p. 18).9

Una vertiente muy interesante, un poco diferente a la de los gramáticos, que merecería ser estudiada con detenimiento, en las líneas de desarrollo de los estudios lingüísticos de la segunda mitad del siglo xix es la de la atención que recibe la lengua por parte de los críticos literarios.

La crítica literaria cubana del siglo xix, como se sabe, propiciada por las tertulias de Del Monte en una primera etapa, es una vía que busca la intelectualidad criolla para el desarrollo de su cultura y la consolidación de su identidad. Es por ello que, al resurgir con el fin de la Guerra de los Diez Años, busca modelos europeos no españoles, de corte cientificista y antiescolástico, que no siempre logra alcanzar. Hay, además, un signo que marca a la mayoría de los críticos: su afán independentista (en algunos casos con vacilaciones iniciales o momentáneas) y también el que algunos de ellos realizan su labor intelectual en el exilio, con las consiguientes influencias del entorno.

Entre ellos el tema de la lengua es recurrente. Se enfrentan, con afán descriptivo y didáctico, a nuestra variedad de lengua, pero muchos proponen los modelos consagrados de la tradición hispánica. Aun los que defienden la legitimidad de los desarrollos que el español ha tenido en nuestra tierra insisten en su carácter subordinado, y en consecuencia proponen labores de purificación que permitan mantener la herencia castiza. Es en el sentido de reconocimiento y de descripción que la labor lingüística de estos críticos podría considerarse criolla.

Sin embargo, cabe mencionar algunas voces descollantes en ese concierto. Enrique Piñeyro, con agudeza, trata la lengua como reflejo del carácter de un pueblo y expresión fijada de su personalidad. Rafael María Merchán une, a una reflexión crítica sobre el trabajo de la Real Academia Española, en cuanto a su papel respecto de América, el reclamo de la función de los gobiernos hispanoamericanos que se iban constituyendo en la formulación de políticas lingüísticas en que se incluirían los americanismos con toda legitimidad. Manuel de la Cruz trata una cuestión que interesó a muchos en ese momento: la influencia francesa, y al respecto de los préstamos en general propone una postura cautelosa, en que América, consciente de su fuerza, tomara lo útil para el progreso y desechara lo nocivo. Finalmente, Enrique José Varona trabajó con el concepto de idioma nacional y con el de cubanismo, en que incluye arcaísmos, indoamericanismos, subsaharanismos, formas que en general debían evitarse, aunque no significaran empobrecimiento.

De la percepción de los críticos literarios podemos saltar sin esfuerzo hacia la literatura y sus autores, sobre la base del principio, que expresa Piñeyro y reformulará Martí, de que la existencia de la lengua propia es condición para el valor y la originalidad de la literatura. Sin embargo, como esta puede considerarse una época de oro de nuestras letras, la multiplicidad de proposiciones, autores y tendencias no nos permite ni siquiera una visión panorámica.

Baste mencionar entonces, como ilustración, la primera novela reconocida como hito (Cecilia Valdés, 1839-1882) de la narrativa en el proceso de convertirse en «cubana», la cual no solo por su tema, argumento y ambiente, sino también por características lingüísticas adquiere esta condición. Entre ellas se destaca la presencia de las voces negras, del esclavo de nación, que se describe en una serie de rasgos tales como la invariabilidad de los elementos nominales o verbales, la eliminación del artículo y de algunos transpositores, o la presencia patente del pronombre sujeto.

En general el costumbrismo, a que fue dado el siglo xix, y la novela histórica, para citar solo dos vertientes, se cuentan como fuentes para el conocimiento de las características lingüísticas de la época, y de estratos y tipos no visibles, mudos o mimos del habla culta en otro tipo de obras. La presencia de cubanismos por yuxtaposición, coordinación, traducción, definición, descripción, enumeración10 o mero destaque tipográfico, resalta los procesos de adopción de préstamos o estabilización y socialización de cambios cuando los elementos no tienen ninguna de estas marcas.

La defensa de nuevas poéticas, con variedad de estilos, correspondiente con la variedad de gustos, trae consigo, en el caso de los más subversivos como un Manuel de la Cruz, un manejo más audaz de la lengua.

A través de comentarios metalingüísticos o en el cuerpo mismo de narración, descripción y diálogo, la literatura del xix cubano, en su irreverencia y poliglosia, deja adivinar una lengua manumitida. Ello a pesar de que los autores se guardan muy bien de diferenciarse, y diferenciar a sus narradores, de aquellos sectores marginales a los cuales hacen visibles en sus páginas.

La lengua cumple un papel en el desarrollo del proyecto nacional cubano y entre sus figuras políticas por la evidencia del surgimiento de una variedad diferente a la de España, su legitimación y su uso entre nuestros patriotas; y finalmente, por la teorización sobre ella y su defensa. Se trataba de definir qué significaba independencia en lengua, de modo que se resolviera armónicamente la relación comunidad de origen / diferencia de destino. En ese proceso vulgarismos, africanismos y préstamos indiscriminados suelen verse como amenazas.

Por sus características como político, poeta, novelista, ensayista, crítico y periodista, José Martí podría servir a nuestra intención de resumir el afán lingüístico del siglo xix en Cuba, como consecuencia coherente de la labor cultural que debía acompañar a un proceso emancipador de las mayores consecuencias, no solo para Cuba, sino para toda América Latina, y que funcionaría como basamento teórico y proyecto de futuro de toda la obra de los ilustrados decimonónicos, aun cuando no fueran independentistas.

Según afirma J. Marinello, «como todo en Martí, la cuestión del idioma es una cuestión política, de política hispanoamericana, desde luego» (Marinello 1964: 110) y remite a un ideal de lengua que incluye el «acrisolamiento indispensable» en nuestra tierra, y el «dominio sumo» de la lengua de España; al mismo tiempo que nos enlaza «por su fidelidad a lo común y raigal», a todos los hispanoparlantes del Continente (Marinello 1964: 117).

Se trataba nada menos que de llevar a la lengua de la nación aquella tarea trascendental que se había propuesto Martí para su obra individual: «levantar un idioma a la altura del pueblo» (Marinello 1964: 123).

La manera en que el trabajo con la lengua tendría lugar remite a la búsqueda de sencillez y esencia, y de una nota propia y trascendente. Se impone, de este modo, tomar en cuenta el aporte de América a la lengua común; buscar los modelos en la lengua literaria de los mejores escritores, la precisión en la etimología, la sencillez en el aporte del pueblo, la concisión en el arcaísmo, el neologismo o el préstamo. Martí llama a «beber la lengua en sus fuentes, y no en preceptistas autócratas ni en diccionarios presuntuosos» (Martí 1975, VII: 200).

Por eso la independencia en lengua, para Martí, no significó renuncia a una herencia que no podía negarse sin ingenuidad o sin peligro de anarquía, sino un proceso de subversión espiritual, de nacionalización de la cultura, en que la correspondencia entre forma y expresión, y el trabajo lingüístico de reapropiación creadora del legado hispánico garantizarían el valor del instrumento expresivo para la construcción de la identidad.

No hubo en Cuba la reacción antiespañola que marcó otros esfuerzos independentistas. Antes bien, la sujeción a la normativa centro-norte peninsular fue mostrada como rasgo de valía, de personalidad propia, de abolengo familiar ante una identidad amenazada en el fin de siglo. De otro lado estaría, sin embargo, el curso de la oralidad que relajada, abierta y creativa, llena de humor y sensualidad, iría forjando acentos diferenciados. Deslizándose hacia la lexicografía, la gramática, la crítica, la literatura y hacia medios que adquirían valor legitimador como las revistas, esos acentos harían nacer una conciencia lingüística nueva, sustento de la entidad mestiza de síntesis que es la cultura cubana.

Referencias bibliográficas

  • Alpízar, R. (1989). Apuntes para la historia de la lingüística en Cuba, Editorial Ciencias Sociales, La Habana.
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  • Bachiller, A. (1883) «Desfiguración a que está expuesto el idioma castellano al contacto y mezcla de las razas», Revista de Cuba T. 2 Establecimiento tipográfico Vda. de Soler.
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  • Choy, L.R. (1999). Periodización y orígenes en la historia del español de Cuba, Universitat de Valencia, Tirant lo Blanch, Valencia.
  • Campuzano, L. (2007) «Un proyecto de emancipación simbólica: libros de lectura para niños cubanos», copia mecanografiada.
  • Dihigo, J. M. (1916). El movimiento lingüístico en Cuba, Imprenta El siglo xx, La Habana.
  • Enguita Utrilla, J.M. (1979). «Indoamericanismos léxicos en el «Sumario de la Natural Historia de las Indias», Anuario de Letras, 17, 285-304.
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  • Marinello, J. (1964). Once ensayos martianos, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana.
  • Martí, J. (2001). Obras completas, Centro de Estudios Martianos (Ed. en CD-Rom), La Habana.
  • Melis, Ch. et al. (2006). Signos lingüísticos, N.º 3, enero-junio 2006, Universidad Autónoma Metropolitana, (Unidad Iztapalapa), México, 33-67.
  • Sánchez Méndez, J. (2006). «El español de América en el siglo xix: cinco premisas para su estudio» en J. J. Bustos Tovar y J. L. Girón Alconchel (eds.) Actas del VI Congreso de Historia de la Lengua Española, Universidad Complutense de Madrid, Arco Libros, Madrid, 2337-2353.
  • Torres Cuevas E. y O. Loyola (2002). Historia de Cuba. (1492-1898), Editorial Pueblo y Educación, La Habana.
  • Valdés Bernal, S. (1878). «Inquietudes lingüísticas cubanas sobre el español hablado en Cuba. Siglo xviii» en Anuario L/L N.º 9 1978, 121-142.

Notas

  • 1. En el caso de Cuba, hacia 1689, según Torres Cuevas y Loyola (2002: 83), la población existente ha «nacido mayoritariamente en el país y estaba fuertemente mestizada»; ya se apunta la concentración poblacional en La Habana y comienza a definir sus rasgos el criollo como tipo humano sin vínculos importantes con la Metrópolis, a cuyos nuevos modos de pensar corresponderán nuevos modos de decir, «muchos tomados del acervo indio o negro» (op. cit. 2002: 85), que empezarán a verse en el Espejo de Paciencia. Volver
  • 2. Luis Roberto Choy, sobre la base de dos factores fundamentales: las migraciones y la mayor o menor referencia a la norma centro-norteña peninsular, así como tomando en cuenta —según la etapa— otros aspectos de carácter político o literario, establece una periodización que se basa particularmente en el estudio de Germán de Granda (1994). Choy distingue tres etapas fundamentales: 1. koinización (1492-1762), caracterizada por la confluencia de variedades hispánicas (Choy 1999: 42); 2. estandarización (1763-1898), en que se impone el modelo académico peninsular; 3. independización (esta con fuente en las teorías de Cuervo 1901 y Guitarte 1983), signada por el cese de la hegemonía española. De la mera revisión de los rótulos se advierte que refieren a procesos lingüísticos de nivelación y simplificación, vernacularización y radicalización, y finalmente identificación y supuesta homogeneización. El siglo xix se reparte en dos subetapas: a. africanización 1763-1867 (desatada por la búsqueda de mano de obra debida a la economía de plantación y el incremento de la trata negrera) y b. españolización (1868-1898) (vinculada a las guerras y al incremento de las inmigraciones españolas). Volver
  • 3. En su libro José Martí y la novela de la cultura cubana A. Cairo habla de tres modernidades ilustradas: la primera se extiende de 1790 a 1823, la segunda de 1823 a 1868, y la tercera es la de Martí. Vemos que en todas las etapas se hace énfasis en los proyectos educacionales. En la primera, figuras como el obispo Espada, José Agustín Caballero, F. de Arango y Parreño y Félix Varela coinciden en concebir la cultura, y dentro de ella la educación como elemento del progreso económico, político y social, y por tanto propugnan una enseñanza basada en la ciencias que se estudie en español.
    Se deriva entonces hacia una segunda etapa de reforma educacional, que propone una relación más cercana entre maestro y discípulo y concibe la educación para la libertad, como función descolonizadora en los más avanzados, y allí se menciona las figuras de Luz o Mendive, para desembocar en el programa martiano, que potencia esa función descolonizadora, en una enseñanza laica, científica y experimental en un concepto de cubanía y universalidad. Volver
  • 4. Para llegar a respuestas informativas Sánchez Méndez considera que se debe partir, como premisas, del análisis de los siguientes aspectos: el marco histórico de evolución lingüística, el contacto de lenguas, la reflexión sobre la lengua, la literatura, la influencia de otras lenguas europeas. Volver
  • 5. Las voces relacionadas con el progreso, por ejemplo, que se anotan en los escritores españoles: ciencias positivas, artes, difusión cultural, movimientos políticos (receptividad, acto reflejo, sensualista, fisiológico, higiene, virus) son incluidas también en las obras cubanas. Los recursos de acercamiento a que da lugar la evolución de las técnicas discursivas y el papel que se asigna al registro de la oralidad a partir del desarrollo del periodismo también pueden comprobarse en el ámbito cubano. Volver
  • 6. Para el estudio de las Memorias puede consultarse dos excelentes trabajos: Valdés Bernal 1978 y Alpízar 1989. Volver
  • 7. De modo que cuando esto no ocurre así, como es el caso del yeísmo, que no se menciona en ninguna de las dos Memorias, cabe pensar o bien en una presencia todavía no tan generalizada, en una fuerte estigmatización de la forma, o bien en una extensión tal que no se advierte a este respecto ningún fenómeno diferencial que valga mencionar. Sin embargo, como se observará en los estudios, cabría inclinarse más por la primera hipótesis, pues los testimonios de yeísmo gráfico son por ahora escasos y tardíos. Volver
  • 8. En El movimiento lingüístico en Cuba, publicado en 1916, al hacer su recuento Juan M. Dihigo menciona profusión de importantes autores y obras del siglo xix, tal es el caso de Felipe Poey —sobre ortografía, pronunciación, usos de le, lo y la—, de Enrique José Varona —sobre etimología y léxico en general—, entre muchos gramáticos, ortógrafos y pedagogos. La primera mujer que aparece entre estos nombres es Laura Gallardo Solano, autora de un Compendio de gramática para uso de los niños. Volver
  • 9. En general el artículo de Campuzano aborda cuestiones que atañen a nuestro estudio como las características de la política lingüística y de la acción de las clases altas en cuanto a los modelos lingüísticos de la Cuba decimonónica, y nos dejan ver la informatividad de los libros de lectura como materiales para el conocimiento de la historia lingüística y la datación de sus cambios en consonancia con el contexto sociohistórico y los presupuestos ideológicos. Volver
  • 10. Para analizar cómo se producen los procesos de incrustación de préstamos o adecuación criolla de voces véase Enguita 1979. Volver