Las cicatrices del exilio: Suárez Picallo en ChileXosé Luis Axeitos

El día 13 de agosto de 1939 arribaba a Valparaíso el Winnipeg, un carguero de 5031 toneladas propiedad de la compañía France Navigation. En esta ocasión, fletado por el poeta Pablo Neruda, sus bodegas traían un cargamento muy especial, una masa variada de gente, más de dos mil trescientas personas,1 hombres mujeres y niños, algunos nacidos durante la travesía, dispuestos a seguir defendiendo los valores cívicos y las libertades que defendía la República Española de 1931-1936. Esta orientación ética y moral está nítidamente marcada en el exilio desde el primer momento tal como podemos comprobar leyendo las notas de la humilde revista que se hacía a bordo del Sinaia, otra esperanza navegante, camino de México.2 En sus páginas podemos toparnos con recomendaciones como esta:

No olvidemos esta consigna básica: moralidad, honradez, fidelidad a nuestros principios democráticos y, sobre todo, no olvidarse de que un día retornaremos a nuestra Patria, y que esas conductas de hoy serán páginas imborrables en los anales de la República…

Debemos salir airosos de la prueba. Nuestro papel es difícil… No el del emigrante que sobra en un pueblo, sino el del ciudadano que lleva consigo a un pueblo.

Con razón Neruda se refiere a la heroica singladura del Winnipeg como su mejor y más imborrable poema. Sirvan, pues, estas mis primeras palabras como homenaje al poema más humano del poeta del que no podemos excluir al pueblo chileno que tan generosa acogida brindó a quienes buscaban con ansiedad una patria de adopción.

Después de los fatídicos campos de concentración en Francia, los refugiados españoles contemplaron su penoso destierro como un viaje de esperanza verbalizado en un nombre de barco. Son momentos difíciles pero estaban paliados por la creencia de un pronto regreso a España. Tal fe no falta en ningún exiliado y será uno de los llegados en el barco que poetizó Neruda el que lo exprese epistolarmente:

Te supongo contento, como estamos todos, con los últimos hechos de la guerra. La entrada de EE. UU. y el fracaso seguro de los japoneses, sobre el más que seguro de los alemanes en la URSS, acorta los plazos de nuestro regreso a España en medida considerable. Partir esta vez, al contrario que en la famosa y cursi frase, será revivir un mucho ¡está uno tan desecho, tan jodido!

Esta carta del musicólogo y crítico Vicente Salas Viu, fechada en Santiago de Chile el 15 de diciembre de 1941 y dirigida a Rafael Dieste, exiliado gallego en Buenos Aires, refleja perfectamente el estado esperanzado del exilio republicano ante el inminente desenlace de la segunda guerra mundial.

Como todos sabemos, el final de la guerra europea constituyó, lejos de posibilitar el regreso de los exiliados, supuso un reforzamiento del franquismo. Unha serie de circunstancias políticas que se suceden a partir de 1946 provocan un clima de desaliento e desasosiego entre los exiliados: en primer lugar, el desmoronamiento de la guerrilla antifascista, que constituía un faro de esperanza para cuantos concebían la patria coma un espacio xeográfico liberado.

Y ya antes, tenían los exiliados constancia del deterioro del gobierno republicano en el exilio, víctima de las luchas entre prietistas y negrinistas, incapaces de crear un frente sólido de defensa de los valores republicanos y democráticos.

Los acontecimientos políticos, después de la decisión de la Asamblea de las Naciónes Unidas de derogar en 1950 la cláusula de condena a España de 1946, no hace más que confirmar la pervivencia de la dictadura; como colofón, la aceptación de España en la Unesco en 1952, la firma del Concordato con el Vaticano en 1953 e en este mismo año el Acuerdo Militar con EE. UU. convierten a Franco en aliado de las grandes potencias occidentales.

Estas circunstancias reducen el exilio a unha resistencia ética y moral donde el debate generalizado sobre el regreso llega a marcar unha línea separadora muy preocupante.

En las obras literarias y epistolarios empiezan, en este preciso momento, a sucederse las metáforas del desarraigo y de la instalación existencial en ese columpio incesante del exilio, de los barcos desmantelados en medio de la tormenta, de astros solitarios en la noche de la vida, las horas desoladas, los viajes hacia ninguna parte, peregrinos sin fe, seres errantes, sin retorno e á deriva…, donde muchas veces no no es posible diferenciar las realidades históricas y las figuras literarias. De tal modo que no es lo mismo contemplar a un poeta en el exilio que leer su poesía del exilio.

La experiencia del exilio, a la que con tanta frecuencia se ha asomado la sociedad española a lo largo de la historia —expulsión de judíos, moriscos, hugonotes, humanistas, ilustrados, liberales, etc.— debiera evitar cualquier intento de simplificación del problema del exilio, siempre vinculado a las luchas por la libertad.

De todos es conocido, en efecto, que cuando hoy hablamos de exilio en España acostumbramos a referirnos exclusivamente a la expulsión de los republicanos españoles —nacionalistas, socialistas, comunistas, anarquistas, liberales— en 1939, cuando en realidad la palabra tiene un significado mucho más amplio y debería extenderse a otras expulsiones históricas tan ilustrativas del carácter excluyente sobre el que se cimentó el estado español.

Una breve reflexión es suficiente para que nos demos cuenta del reduccionismo con el que solemos abordar el tema del discurso exílico al enmarcarlo en un espacio temporal concreto y en una circunstancia histórica precisa y limitada. No debe ser ajena a esta localización histórica restrictiva el hecho de ser el exilio de 1939 el más numeroso y masivo de nuestra historia, más de medio millón de personas, que podríamos multiplicar si lo ampliamos a otros países europeos. Con razón la revista De Mar a Mar haciéndose eco de este desarraigo masivo se expresaba en estos términos:

Toda una muchedumbre, en verdad, vive hoy en un «planeta sin visado». Toda una muchedumbre sabe de una angustia particular de nuestro tiempo cuál es la carencia de «papeles». Toda una muchedumbre, sin Estado que la garantice, vive hoy, anecdóticamente, la esencia de ese «Proceso» en el cual el inculpado no sabe a ciencia cierta de qué se le inculpa y ve su mundo reducido a ese de las ventanillas burocráticas de las que depende a veces el destino, cuando no la vida… Ese es el mundo de los refugiados políticos.3

(n.º 6, mayo de 1943, p. 33)

Otras muchas precisiones conceptuales —la diferencia entre emigrados, exiliados, refugiados, desterrados, etc.— nos ayudarían asimismo a evitar simplificaciones a la hora de referirnos a este sentimiento de ausencia compartido por todos estos términos. No obstante, instalados ya en Chile, quisiera retomar la estela —el >ronsel como dirían en mi tierra, Galicia— del Winnipeg para encarnar muchos de los sentimientos del exilio republicano en una persona que hizo de este país su segunda patria. Nos referimos a Ramón Suárez Picallo4, que durante los dieciséis años que permaneció en Chile colaboró en los diarios La Opinión (1941-1942), La Hora (1942-1951 y El Sur (1954-1956), de Concepción, órgano del partido radical, cuyo presidente D. Pedro Aguirre Cerda guarda cierto paralelismo con el presidente mexicano Lázaro Cárdenas si atendemos a la generosa acogida dispensada a los refugiados españoles.

Una selección de los miles de artículos que publicó durante su estancia en Chile nos acaba de llegar a Galicia en una cuidada edición del Consello da Cultura Galega, de la mano de Edmundo Moure Rojas y Carmen Norambuena Carrasco. En ellos, por supuesto, están presentes la moralidad, honradez y fidelidad a los principios democráticos, norte y guía de los exiliados republicanos. En ellos siempre asoma, sutilmente, una crítica inteligente. Porque bajo la apariencia de «una cita con la saudade», lema típìcamente migratorio, se escondía un denso programa de culturalización y dignificación, se dio entrada en el escenario de la cultura gallega a artistas e intelectuales postergados por sus ideas políticas o por sus audacias creativas. Y lo que es más importante, siempre estuvo presente la labor cultural del exilio en una época en la que el silencio sobre el mismo era total en la mayor parte de los países.

Parece obvio resaltar que entre estas noticias periodísticas, marcadas por la actualidad siempre se perfila un aire de protesta y se enarbolan obras, acontecimientos y autores que todavía hoy forman parte de la simbología y de la mitología antifranquista. Tal es el caso del asesinato de García Lorca, la obra de Picasso, el teatro de Valle Inclán o la muerte de Miguel Hernández.

Los primeros artículos de Suárez Picallo, los titulados Winnipeg o Gratitud, Neruda, son un homenaje a las libertades y a la solidaridad del pueblo chileno por la acogida recibida. Una gratitud expresada por exiliados de todas las ideologías y procedencias: el dramaturgo José Ricardo Morales, Arturo Soria, los gallegos hermanos Pita o Eduardo Blanco Amor durante su estancia en el país. Especialmente significativas son las palabras de Mariano Rawicz al respecto:

Bastará con mencionar que hallé en este país una cordial acogida, trabajo, buenas amistades y un ambiente propicio y estimulante para recuperarme de mis heridas, fundar un hogar y vivir libremente.5

Al mismo tiempo no renuncia el periodista en mostrar el orgullo personal por el comportamiento y honradez de los exiliados llegados en el barco de la esperanza.

Un buen número de artículos, los dedicados a Castelao, a Basilio Álvarez, al Día de Galicia, a Rosalía de Castro, al himno gallego y a Pondal, a las fiestas populares gallegas, están destinados a reivindicar su identidad política, vinculada al nacionalismo gallego. En ellos apenas si asoma una actitud nostálgica, más o menos conformista, teñida siempre de ansias de revancha contra los causantes de la expulsión. Por este motivo otro grupo de artículos rememora situaciones de la España franquista o de personajes relevantes de la misma, como Eugenio Montes o Santiago Montero Díaz, para resaltar sus contradicciones y falta de principios. Como contraposición, protagonizan otros muchos artículos figuras relevantes del exilio o de la política, como Pablo Iglesias, Azaña o Negrín.

Especial relevancia y emotividad guardan los trabajos de naturaleza elegíaca dedicados a aquellas personas que mueren lejos y tienen que ser enterradas en tierra ajena. Es el caso de los artículos dedicados a Basilio Álvarez, Castelao o Julián Besteiro. Este sentimiento de temor a la muerte en tierras lejanas, muy característico del exiliado, llevó al propio Picallo a manifestar su deseo de ser enterrado en el cementerio familiar de su parroquia natal en Vixoi (Sada-Coruña), deseo que se realizó hace escasamente dos años cuando fueron repatriados sus restos mortales desde Buenos Aires.

Hasta 1945 dedicó nuestro periodista un buen número de artículos a los acontecimientos de la guerra mundial, seguida por el exilio con la esperanza del regreso a su país.

La sección periodística de Suárez Picallo bajo la denominación genérica más frecuente de «La feria del mundo», universalista y cosmopolita por su contenido, no quiso renunciar a la protesta y a la denuncia. Fue, en este sentido, un peldaño más de la poética «entre la espada y la paloma» que tantas veces fue evocada por nuestros exiliados.

Lo que no consiguió nunca Suárez Picallo, como el resto de los miles de exiliados repartidos por el mundo, fue regresar a su país. Ni siquiera los que volvieron físicamente a pisar tierra española consiguieron volver definitivamente porque ya tenían numerosas raíces en los países de acogida. Es el drama existencial de los desterrados.

Notas

  • 1. Ovidio Oltra Alonso, presidente de la Agrupación «Winnipeg en un magnífico artículo titulado «Vivencia personal del exilio republicano en Chile» (Actas de La Cultura del exilio republicano español de 1939 Volumen II, Madrid, Uned, 2003, pp. 603-606, cita a numerosas personas llegadas de España en el Winnipeg y que lograron renombre profesional y comercial en Chile. Volver
  • 2. Existe edición facsímil de esta publicación a cargo de Fondo de Cultura Económica, 1999. Volver
  • 3. De Mar a Mar (n.º 6, mayo de 1943, p. 33), publicada en Buenos Aires. Volver
  • 4. Ramón Suárez Picallo (Sada-A Coruña, 1894-Buenos Aires, 1964) emigró muy joven a Buenos Aires donde participó activamente en el mundo societario de la emigración y en círculos sindicalistas. Regresará a Galicia en los años de la República siendo Diputado en las Cortes Constituyentes y en las elecciones del 36. Estudia bachillerato e cursa la carrera de Derecho en la Universidad de Santiago llegando a ejercer la abogacía en A Coruña en un bufete compartido con Luís Seoane. Tras la guerra civil, después de una breve estancia en Francia y EE. UU., residirá en Chile y Buenos Aires. Volver
  • 5. Mariano Rawicz, Confesonario de papel, IVAM, Valencia, 1997, p. 453. Volver