La noción de americanismo está ligada a una visión eurocéntrica hispano-castellana. El nacimiento de las voces así rotuladas se remonta a los días en que las necesidades de comunicación de los conquistadores españoles los llevaron a adoptar unidades léxicas pertenecientes a las lenguas de un continente adánico y edénico —desplegado como un calidoscopio ante sus plantas—, que hacían referencia a realidades inexistentes en España y, por lo mismo, sin nominar en lengua castellana. Pasando el tiempo, y a medida de que se consolidaba la colonización, la lengua de los extranjeros experimentaría procesos de modificación interna para dar lugar a nuevas palabras, palabras vírgenes de uso o revestidas con nuevos ropajes sobre el cuerpo enjuto de las anteriores.
El concepto de americanismo tiene, además, distintas acepciones. Por una parte, según un enfoque histórico-genético, designa «el rasgo (palabra) procedente de América»1, aludiendo a su origen o lugar de donde proviene. Así, penetraron en el cauce de la lengua española —a partir de la palabra canoa, la primera registrada en un repertorio lexicográfico (Nebrija, 1494?)— los llamados indigenismos, africanismos, americanismos endohispánicos y extranjerismos, en distintos momentos del acontecer histórico de Hispanoamérica. A través de estas vertientes desembocaron por múltiples afluentes en la mar de la lengua común, no centenares sino miles de voces, sin que hasta hoy se haya hecho el registro histórico, completo y documentado, de este proceso enriquecedor de nuestro idioma.
Otro criterio se refiere al uso diferencial. Según ese juicio, «americanismo es cualquier rasgo lingüístico usual en América y no en España […]».2 Éste es un criterio fundamental —como sostiene J. J. Montes— para realizar estudios e investigaciones sincrónico-descriptivos.
La mayor parte de los vocabularios y diccionarios de americanismos generales, regionales o por países ha configurado la nomenclatura de sus repertorios sin distinguir entre estos dos criterios, registrando vocablos histórico-genéticos y diferenciales del español americano. Pero no ha aplicado el criterio diferencial de manera consistente, porque incluye en su macroestructura no pocas voces que también se conocen y usan en la Península3.
Por cierto, para aplicar rigurosamente la oposición diferencial americano-hispana («se usa en»/«no se usa en») existen numerosas dificultades. Primero, los diccionarios de la lengua general, elaborados en la cuna del idioma, han seguido —con alguna excepción— las pautas y la orientación del Diccionario Académico (DRAE), normativo y prescriptivo por declaración de principios. Mas los diccionarios de este tipo, necesariamente selectivos en lo que atañe al léxico y representantes por antonomasia de la norma culta, no son el mejor término de referencia. Felizmente, ahora, contamos con algunos aportes bibliográficos recientes que nos permiten cumplir mejor el cotejo de unidades léxicas. Anotamos, de la bibliografía en curso: Diccionario general e ilustrado de la lengua española VOX, ed. de 1987, dirigido por Manuel Alvar Ezquerra; Diccionario de uso del español actual, 1.ª ed. 1997, dirigido por Concepción Maldonado González y asesorado por Humberto Hernández Hernández; Diccionario Salamanca de la lengua española, 1996, dirigido por Juan Gutiérrez Cuadrado; y, sobre todo, el excelente Diccionario del Español Actual, 1999, de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos.
En segundo lugar, no existen todavía corpora de textos hispanos e hispanoamericanos que puedan ser contrastados metódica, sistemática y eficientemente para establecer las diferencias de dos subconjuntos léxicos del español, a pesar de que se realizan esfuerzos para crear bases de datos que permitan sustentar este tipo de trabajos, como el proyecto Corpus de referencia del español actual (CREA), de la Real Academia Española, que se ha propuesto crear un fondo de 200 millones de palabras.
Desde luego, el recurso más idóneo para establecer el uso diferencial de dos variedades geográficas ha sido empleado por algunos lexicógrafos oriundos de la Hispania castellana, que hicieron pasar por el tamiz de su propia conciencia lingüística las voces americanas que iban encontrando al paso de su peregrinar por estas tierras, estableciendo diferencias semánticas y, en algunos casos, funcionales. Aunque con algunas limitaciones, pero con provecho, este recurso fue utilizado, entre otros, por Daniel Granada en el Vocabulario rioplatense razonado4 y por Ciro Bayo en el Vocabulario de provincialismos argentinos y bolivianos5.
El «Proyecto de Augsburgo», dirigido por los Profesores Günther Haensch y Reinhold Werner, ha recurrido a informantes peninsulares para que establezcan las diferencias entre el español de España, por una parte, y el español de Colombia, de Argentina, del Uruguay, de Cuba y de Bolivia, por otra, con el propósito de producir una serie de diccionarios contrastivos del español de América. Español de América - Español de España.
Naturalmente, como ninguno de estos recursos invalida a los demás, es posible echar mano de todos, usándolos complementariamente para sacar el mayor provecho de cada uno ellos.
Por último, hay que dejar taxativamente sentado que un diccionario diferencial no es necesariamente contrastivo, aunque el repertorio léxico haya sido seleccionado por contrastación. La contrastividad hace referencia a los rasgos diferenciales que resultan de la confrontación de dos subconjuntos léxicos, proporcionando información explícita sobre los tópicos en los que se producen las diferencias de una lengua con respecto a la otra y viceversa, las que pueden manifestarse en torno a las categorías verbales, al registro de lengua, a la extensión y a la frecuencia, a los valores de uso y a los regímenes verbales, entre otros6.
En rigor, como lo han puesto de relieve algunos lingüistas hispanoamericanos e hispanistas foráneos, la lexicografía diferencial, la del español de América se entiende, está lejos del nivel de excelencia que hoy se exige a un producto calificado en el campo de la elaboración de diccionarios7. Menos mal que algunas empresas lexicográficas iniciadas en el último cuarto del siglo próximo pasado han abierto una ruta no sólo llena de esperanzas y expectativas, sino de frutos maduros y sazonados. Entre las empresas de mayor aliento e importancia cabe volver a mencionar —en esta misma línea— el «Proyecto de Augsburgo».
Al menos, ha quedado atrás la perspectiva decimonónica de reunir repertorios léxicos con americanismos histórico-genéticos más los que fueron considerados marginales, agrupados por un -ismo, de claras connotaciones peyorativas, con el que se signaban los provincianismos, neologismos, vulgarismos, barbarismos, solepcismos y otras voces calificadas de corruptas. Tal perspectiva se ha sustituido por otra en la que sencillamente se describe el vocabulario de una variedad de lengua —de un subconjunto léxico, para ser más precisos— según criterios básicos de lingüística sincrónica. Desde esta perspectiva —en palabras del profesor Montes: «Quizá tenga (haya tenido) algún sentido hablar de vulgarismo del español coloquial americano cuando la única norma modélica era la peninsular; pero en la sincronía actual, cuando se acepta la pluralidad de normas cultas con igualdad axiológica, cada país decide lo que es culto o inculto en su modalidad idiomática»8.
Y lo expuesto con respecto a los americanismos cabe decir, mutatis mutandis, de los bolivianismos y de los vocabularios y lexicones a ellos referidos. También para Bolivia ha llegado la hora de la actualización, de la modernización de sus productos lexicográficos. Baste citar el Diccionario de Bolivia (ya redactado y en proceso de revisión) de la serie Diccionarios contrastivos del español de América, que forman parte del «Proyecto de Augsburgo»; o el Diccionario ejemplificado e ilustrado de bolivianismos (en elaboración) que —entre otros—, forma parte de los proyectos del Instituto Boliviano de Lexicografía.
Los bolivianismos se originaron de modo análogo a los americanismos en general. En su producción intervinieron los mismos factores —más o menos acentuados o atenuados— que operaron en otras latitudes de América. Por esta razón, podemos ajustarnos a un esquema ya propuesto9 para sistematizar el tratamiento de este tema. Según la fuente de procedencia y el punto desde el cual una voz penetró en el español, ésta puede ser calificada como: indigenismo (de alguna de las lenguas nativas), africanismo (de alguna lengua africana), endohispanismo (con elementos propios del español) y extranjerismo (de otras lenguas extranjeras).
Sin tomar en cuenta los bolivianismos histórico-genéticos (que son ya acervo de la lengua general), la mayor parte de las voces de procedencia indígena en Bolivia vienen de las lenguas andinas, quechua y aymara, y, en menor medida, de otras lenguas de la región amazónica, como guaraní, chiquitano, guarayo, etc.
en los materiales recogidos para elaborar un Nuevo Diccionario de Bolivianismos registramos 2152 quechuismos y 1324 aymarismos. Si tomamos en cuenta que la cosecha no es exhaustiva y que muchos artículos tienen varias acepciones, esos números aumentan significativamente.
La explicación hay que buscarla, naturalmente, en la sociolingüística. Bolivia es un conglomerado de naciones (algunas originarias, si por tales entendemos a las que existían antes de la llegada de los españoles) que poseen su propia lengua de comunicación, pero que conviven, desde la conquista del Perú, en permanente contacto con el castellano. En virtud de este contacto se produce una continua trasferencia de elementos de L1 (lengua nativa) a L2 (castellano boliviano) y a la inversa. Para el propósito de este trabajo, sólo nos interesa el tránsito de los elementos léxicos de L1 a L2.
En el plano de las hipótesis, suponemos que las interferencias léxicas se dan a través de los hablantes bilingües, pero sobre todo de los que tienen L1 como lengua materna.
El fenómeno no tendría nada de particular (lo mismo ocurre en otros países donde existen lenguas indígenas), pero cobra relevancia por sus características cuantitativas y cualitativas. El porcentaje de indigenismos en el castellano de Bolivia es ciertamente elevado (13,14 % para el quechua; 8,09 % para el aymara) y su uso muy frecuente en la lengua coloquial. Además, ha penetrado en la lengua escrita, particularmente en la literatura y en el periodismo. La capacidad de movilidad de los indigenismos es tal que también han pasado a engrosar el número de xenismos que forman parte del Coba, sociolecto de la delincuencia boliviana. De 1792 entradas que registramos para este argot, 138 (7,70 %) provienen de las lenguas nativas: 56 del aymara y 77 del quechua10.
Es evidente que donde más abundan los préstamos de las lenguas nativas es en las obras que pertenecen a las corrientes indianista, indigenista y costumbrista de la literatura boliviana, mas su uso no está tampoco ausente en obras que no se adscriben a estas corrientes. Tampoco se limita al género narrativo, se extiende a los géneros lírico y dramático. En un trabajo reciente, «¿No es suficiente el castellano? Razones y sinrazones del uso de los idiomas indígenas en la literatura boliviana», Gladys Dávalos hizo una encuesta a 16 escritores (7 de ellos académicos) para indagar, mediante un cuestionario de 14 preguntas, si emplean indigenismos en sus obras, con qué frecuencia, de qué idioma, si lo hacen consciente o inconscientemente y sobre las razones que los inducen a ese empleo. Las respuestas señalan que 13 autores usan estos términos; 12 de manera muy frecuente. Y las razones, aunque diversas, pueden agruparse en las siguientes: por tradición, porque trasuntan nuestra realidad, porque poseen más eficacia expresiva, porque reflejan el modo de hablar de la gente, porque son intraducibles y porque se ajustan a recursos estilísticos de la narración. En estas respuestas se advierte que ya pesa la tradición y el uso consuetudinario, por una parte, y, por otra, que con estos recursos estilísticos —los indigenismos— los escritores pueden reflejar más fielmente la realidad social y cultural circundante, en un lenguaje más expresivo y cargado de color local11.
El trabajo de Gladys Dávalos es una muestra representativa. En la tarea de elaborar un diccionario ejemplificado de bolivianismos, vaciamos 94 obras literarias y obtuvimos 10 000 ejemplos, aproximadamente. De éstas, 24 tienen el título relacionado con la temática indianista-indigenista y todas las obras, en mayor o menor número, contienen voces de procedencia indígena. Veamos algunas muestras. En Animalversiones, del humorista Jorge Mansilla Torres (Coco Manto), un pequeño libro de 106 páginas, encontramos 374 bolivianismos, 67 indigenismos: 44 del aymara, 15 del quechua y 8 comunes a ambas lenguas. La novela Altiplano, de Raúl Botelho Gosálvez, tiene muchos aymarismos, y las novelas de Jesús Lara están cargadas de quechuismos. La novela Manchay Puytu, de Néstor Taboada Terán, es un caso peculiar. El autor translitera oraciones en quechua, y los personajes sostienen un monólogo constante en esta lengua porque desarrollan su pensamiento en este idioma. El narrador es quien lo va trasmitiendo, simultáneamente, en castellano.
Estas voces se presentan también, sobre todo, en artículos que, habitualmente, versan sobre temas políticos y sociales, criticando las costumbres de algunos sectores de la población, mas no están exentos de este tipo de palabras los editoriales, subeditoriales y las notas que forman parte central del periódico: noticias, crónicas, entrevistas, etc. Cabe la mención de dos series de artículos breves recogidos de periódicos de La Paz. En 238 piezas de la columna «Palabra suelta», del académico Raúl Rivadeneira Prada, hallamos 1312 ejemplos de uso, contextualizados. De ellos, muchos son indigenismos. En 42 artículos de corte humorístico, «La noticia de perfil», de Alfonso Prudencio Claure (Paulovich), también miembro de la corporación académica, encontramos varios centenares de ejemplos contextualizados, un alto porcentaje tiene origen en alguna lengua nativa. En el libro Cuán verde era mi tía, recopilación de artículos periodísticos del mismo autor, encontramos 476 bolivianismos, de los cuales 74 son indigenismos: 21 aymarismos; 28 quechuimos; 21 palabras comunes al aymara y al quechua; 4 de otras lenguas12.
El empleo de palabras de origen indígena no es reciente. El Vocabulario de provincialismos argentinos y bolivianos (1906), de Ciro Bayo —ya citado—, contiene materiales recogidos hace más de un siglo (1892-1897) e incluye 257 indigenismos: 26 palabras del aymara; 184 del quechua; 31 del guaraní; 9 del chiquitano; 4 del tacana, una del guarayo, otra del mojeño y otra del tupí.
En cuanto a su extensión, son pocos los indigenismos que se conocen y emplean en todo el territorio nacional. Sólo algunas palabras con referentes en la flora, en la fauna, en los instrumentos musicales y bailes autóctonos y en la culinaria popular, como, por ejemplo, llajua ‘salsa de tomate y locoto (un tipo de ají picante) molidos con la que se acompaña las comidas’; y otras del léxico general, como wawa ‘niño de pecho o de poca edad’; yapa ‘pequeña cantidad de un producto, generalmente el mismo que se vende, que el vendedor obsequia al comprador con el fin de ganarlo como cliente’ o sorojche ‘mal de montaña debido a la elevada altura con relación al nivel del mar, que ocasiona el enrarecimiento del aire, dificultando la respiración y provocando asfixia, mareos y dolores de cabeza’.
Las palabras que tienen étimos aymaras y quechuas ocupan la zona andina centro y sudoccidental. En la región altiplánica, que comprende los departamentos de La Paz, parte de Oruro y de Potosí, predominan los aymarismos; mientras que en los valles de Cochabamba y en los valles centrales del sur, Chuquisaca, Tarija y parte de Potosí, son mucho más los quechuismos. También se hallan al norte de La Paz y en gran parte de Oruro. Muchas palabras que provienen del aymara y del quechua están presentes en el habla de los collas (paceños, orureños, cochabambinos, potosinos y chuquisaqueños); sobre todo quechuismos en el de los chapacos (tarijeños); y voces que provienen de las lenguas amazónicas en el habla de los cambas bolivianos (cruceños, benianos y pandinos).13
Cabe apuntar que en estas zonas o regiones los indigenismos no se concentran en la franja periférica del vocabulario —el de la fauna, flora y términos de la llamada cultura específica—, sino que abarcan un vocabulario mucho más amplio, el que se refiere a las actividades de una comunidad en permanente dinámica. Consúltese una pequeña muestra de palabras que tienen etimología aymara, quechua o aymara/quechua, que usan sobre todo los collas; otra, con palabras que emplean los cambas y, finalmente, otra muestra de vocablos empleados por los chapacos. Cfr. Anexo.
Los africanismos que se usan en Bolivia son muy pocos. Sólo los que han trascendido las fronteras, del Río Bravo a Tierra del Fuego, y pertenecen a la lengua común de los hispanoamericanos. Provienen de los centros donde se reunieron los contingentes más numerosos de hombres que se trajeron del África en condición de esclavos durante la época colonial. Entre estas palabras están banano, guineo, macumba, marimba, quilombo, etc.
Capítulo aparte merecen los extranjerismos: palabras, giros, modismos que provienen de alguna lengua extranjera. Ciertamente, los más importantes y numerosos son hoy los de procedencia anglicana, los anglicismos. Si bien se emplean en todos los dominios de la lengua española, a uno y otro lado del Atlántico, en cada espacio de la geografía lingüística adoptan diversa fisonomía y los modos de uso difieren también.
Un extranjerismo puede integrarse a una lengua como un préstamo o como un calco. En el primer caso, el proceso de naturalización puede ser mayor o menor. Es menor si la palabra extraña se adopta casi sin modificaciones, tal como viene de la lengua donante. Es lo que ocurre con la mayor parte de los anglicismos que los bolivianos hemos incorporado al uso. En general, la escritura no sufre ningún cambio y sólo se advierten las diferencias en la pronunciación, que es la propia de un hablante no nativo. En cambio, en la región castellana de la Península, los cambios que se producen en la forma escrita —por el esfuerzo de diaintegración a la lengua receptora, fundada en razones de una política de corte academicista— determinan la forma de pronunciación. Así, por ejemplo, la palabra cassette (fr. e ing.) se debe escribir y pronunciar casete en España (Academia); whiskey o whisky se convierte en güisqui, pijama (que se pronuncia [phižama]) en España [pixáma], mientras que en Bolivia se escriben como en la lengua de origen y se pronuncian tratando de reproducir los rasgos más característicos del préstamo adoptado. Y no estamos tomando en cuenta las diferencias de género: casete f. en España; m. en Bolivia.
En cuanto a los calcos, éstos pueden ser semánticos, morfosintácticos y fonéticos. Los primeros producto del cambio o desplazamiento del significado o por intervención de los cognados o falsos amigos; los segundos, en virtud de la adaptación a las estructuras de la lengua receptora y los últimos por influencia de las realizaciones fónicas de los hablantes.
En Anglicismos en Bolivia, el académico Raúl Rivadeneira Prada ha reunido un repertorio de 605 voces inglesas usuales en los medios de comunicación, en la publicidad y en el habla coloquial de los bolivianos. La fuente principal —según el autor— son 1500 números de varios periódicos del país, publicados en el período 1997-1999; 400 emisiones informativas de televisión; avisos comerciales y publicitarios de periódicos, libros, guías, carteles, letreros, rótulos callejeros, de vitrinas y escaparates, de propaganda radial y televisiva, de carteles cinematográficos, cartas gastronómicas, programas de radio y TV, relatos y comentarios deportivos y otras fuentes.14
Nadie puede poner hoy en duda la necesidad que tienen las lenguas de recurrir a los xenismos, sobre todo en un mundo globalizado en el que el desarrollo y empuje de las ciencias y de la técnica son cada vez más avasalladores, y en el que la brecha entre los países desarrollados y los países emergentes (pase el eufemismo) se hace mayor. Los beneficios de la cibernética y de la cibernáutica alcanzan a casi todos los sectores de la población en los países del primer mundo, mientras que sólo un sector privilegiado de ella tiene acceso a estos beneficios en los del tercer mundo.
Pero cada comunidad puede ponerle o no ponerle cortapisas a la tendencia a incorporar tecnicismos, según existan o no existan políticas lingüísticas de protección a la lengua. «Si una lengua carece de un término, es legítimo que lo tome a préstamo de otra y lo adopte —como sostiene Rivadeneira Prada— ya sea íntegramente, en su forma oral y escrita, o adaptándola a su naturaleza gráfica y fonética, esto en razón del genio y carácter de cada lengua. El criterio rector de préstamos o adopciones tendrá que conciliarse con la eficiencia comunicativa, pues un idioma es, fundamentalmente, un instrumento de comunicación».15 Y cabe añadir: son saludables el cuidado y la vigilancia sobre la lengua materna siempre que se ejerciten de manera equilibrada entre el purismo y la tolerancia extrema. Por esto es loable el esfuerzo de la Asociación de Academias Hispanoamericanas y la Real Academia Española de elaborar un Diccionario normativo de dudas, que debería ocuparse también del tema de la incorporación de los xenismos en la lengua de comunicación general buscando sabias soluciones para tener un denominador común más homogéneo.
La mayoría de los anglicismos recogidos por Rivadeneira son préstamos; pero también se dan algunos calcos fonéticos, como hot dog [xádok], lady’s nigth [léidisnait], happy birthday [xápiberde], etc.
Por cierto, existen otros veneros de donde manan voces que se emplean en el habla de los bolivianos. Es lo que ocurre con los vocablos que vienen de las jergas y sociolectos. Sólo vamos a mencionar una fuente: la que procede del Coba, argot de la delincuencia boliviana. Las palabras de este lenguaje críptico fueron recogidas en un librito por Víctor Hugo Viscarra16.
Con el propósito de establecer en qué medida las voces de este sociolecto de la delincuencia paceña pasan al lenguaje popular, primero, y al coloquial, después, realizamos una prolija investigación mediante encuestas dirigidas a informantes de distintas edades. Los resultados determinaron que de un total de 2015 palabras del Coba, 475 eran conocidas y empleadas con cierta frecuencia por los informantes; un porcentaje del 23,57 %.Unos años más tarde confirmamos los resultados. Establecimos que de 1927 entradas de una segunda edición aumentada del libro de Viscarra,17 726, 37,67 %, corresponden a otro nivel diastrático del castellano boliviano: son parte del léxico coloquial paceño.
A pesar del carácter esotérico y críptico de este argot, muchas voces propias del mismo pasan, por medio del uso frecuente en ese nivel a otros estratos de habla, a causa de la movilidad de los intermediarios de estos grupos sociales marginales, sobre todo, de los albertos, rebusques, reducidores y viscachas (‘compradores habituales de objetos robados’), de los alcachofas, alcauciles, alkas, alkaseltzer, cafés, cafetines, canfinfleros y corchos (‘alcahuetes y soplones’), de sus minas firmes, fuleras y peseteras (‘prostitutas’) y de otros personajes de ese mundo sórdido.
Las jergas de los militares, de los estudiantes, de los contrabandistas, de los narcotraficantes y drogadictos y muchos otros subconjuntos de campos léxicos pertenecientes a profesiones y especialidades nutren también el repertorio de bolivianismos, pero no podemos destinarles aquí espacio para examinarlos.
La mayoría de los diccionarios diferenciales del español de América registran unidades que apuntan a realidades del mundo americano que son ciertamente exóticas para los extranjeros no hispanoamericanos, pero faltan, en esos repertorios, las palabras que encierran conceptos muy usuales en la vida de relación comunitaria, en la administración pública, como brevet ‘permiso de conducir’, casilla ‘apartado’, corte ‘tribunal de justicia’, estampilla ‘sello de correo’, timbre ‘sello postal o de transacción’, y otras muchas frecuentes en la comunicación cotidiana, como afiche ‘cartel’, afrecho ‘salvado’, alegar ‘discutir’, ‘protestar’, almuerzo ‘comida’, altoparlante ‘altavoz’, apurarse ‘darse prisa’, arribar ‘llegar [a una población] en algún medio de transporte’, aviso ‘anuncio comercial’, bajío ‘terreno en depresión, generalmente anegado’, baño ‘servicio higiénico’, bolígrafo ‘instrumento que sirve para escribir con tinta seca’, botar ‘tirar, echar’, bulto ‘cartapacio’, cachucha ‘gorra con visera’, carátula ‘portada de una revista’, carpa ‘tienda de campaña’, ceviche ‘pescado crudo picado y macerado en jugo de limón’, chofer ‘conductor de un vehículo público’, colgador ‘percha para la ropa’, comida ‘cena’, copar ‘llenar’, ‘ocupar’, cuadra ‘distancia entre dos calles’, durazno ‘melocotón', durmiente ‘traviesa de una vía férrea’, encomienda ‘paquete postal’, frutilla ‘fresón’', mimeografiar ‘sacar multicopias’, neumático ‘cámara de la rueda de un automóvil’, papa ‘patata’, pararse ‘ponerse de pie’, pasto ‘césped’, ‘hierba que come el ganado’, pollera ‘falda de tela gruesa, ampulosa y fruncida, que es parte esencial de la vestimenta de las mujeres del pueblo llamadas cholas’, quebrada ‘arroyo’, receso ‘vacación judicial o parlamentaria’, represa ‘dique’, saco ‘chaqueta’, sesionar ‘tener varias personas una junta o reunión’, tina ‘bañera’, vocero ‘portavoz’, etc. Estas y muchas otras palabras, referidas a conceptos que representan voces de uso frecuente, se emplean en Bolivia y en dos o más países de Hispanoamérica.
Pero centenares, miles, de otras voces sólo se emplean en Bolivia, ya sea en todo el país, en alguna de región, en algunos departamentos o sólo en uno de ellos. ¿Cuáles son los motivos que han dado lugar a estas palabras recogidas en un diccionario de más de 15 000 entradas y tres veces más de acepciones?18
No ha duda, la primera motivación para la creación de nuevos términos en una lengua está dada por las necesidades de comunicación. Como el léxico es, felizmente, un sistema abierto, la incorporación de palabras nuevas se realiza sin mayor violencia para el sistema, aunque se produzcan reacondicionamientos en los campos léxicos y semánticos donde aquéllas se hacen presentes.
En la historia del español de América, los indigenismos penetraron porque no existían en el castellano las palabras para designar las nuevas realidades. Cada nueva palabra habrá sido un gesto repetido, y el rosario de gestos, la adopción de nuevos conceptos que paulatinamente se incorporaban a la lengua. El último de los cronistas hispanos del xix nos dice: «La verdad es que en aquellos países (los hispanoamericanos) hay neologismos que debieran tomar carta de naturaleza en España, vivificados por la propaganda eficaz de escritores y oradores, como va sucediendo con no pocas voces cubanas. Declaro paladinamente que no conozco en castellano palabras que expresen con más propiedad la idea que representan, como empamparse, blanquear, barrajar, apunarse y tantas otras, para cuyo significado remito a este Vocabulario. Tampoco hay en castellano palabras equivalentes á yapa, soborno, jacú, etc. Estos y otros vocablos nuevos, formados de raíces castellanas, debieran servir para aumentar el caudal de nuestro idioma»19.
Por la misma razón, entraron y siguen entrando en la lengua los neologismos que proceden de las ciencias y de la tecnología, los términos referidos a los electrodomésticos, el cinematógrafo, los medios de comunicación, los instrumentos, herramientas y utensilios, los aparatos electrónicos, la cibernética, etc. que vienen de los países desarrollados envueltos en el ropaje de nuevos xenismos con su fonética y escritura extrañas a nuestra lengua.
Por cierto, no todos los xenismos —indigenismos o extranjerismos— son necesarios, pero el hecho es que transcienden sus límites temporales, geográficos y sociales y se insertan en el cuerpo vivo de otras lenguas, y aparecen en diversos estratos de las mismas, en labios del pueblo llano o en obras literarias. Ya vimos que los autores de estas obras aducen varias razones que determinan el uso de indigenismos en sus producciones. También en la cultura popular es posible hallar explicaciones sobre este fenómeno. El poligloto y notable aymarista Nicolás Fernández Naranjo afirma que «el pueblo, para quien el castellano es una lengua imperial, foránea, segunda, vuelve por instinto a las lenguas primordiales —el aymara y el quechua—, para expresar lo más íntimo de su sentir. En efecto, el pueblo boliviano —añade— habla español, sin vivirlo; en cambio vive las lenguas autóctonas, y éstas responden vital y profundamente a las necesidades vitales de su pensamiento, de su pasión, de su emoción y de su expresión; las saborea. Sin saberlo, halla en las lenguas aborígenes mayores, mejores y más naturales recursos de expresión»20.
Esto significa que las motivaciones hay que buscarlas en razones psico-sociales y culturales. Las primeras fincadas en los sentimientos y las emociones, en el pathos de la conciencia colectiva, íntimamente ligada a las influencias del sustrato y los ancestros; y las segundas, unidas al devenir histórico, político y cultural de los grupos humanos que comparten un espacio geográfico.
Desde otro ángulo, las palabras que emplea una comunidad lingüística son, en gran medida, motivadas. En este sentido, la motivación es el condicionamiento «para la denominación de la realidad lingüística o extralingüística», tal como la entiende J. J. Montes en un trabajo pionero sobre el tema.21 Y las motivaciones cambian con el tiempo y con las circunstancias, porque las palabras son arbitrarias sólo en el sistema (a nivel de la langue), pero, en general, las que se dan en el habla (a nivel de la parole) pueden revelar, al análisis del usuario común, su estructura gramatical y sus componentes semánticos. A nivel del habla, la motivación es siempre relativa: no sólo está sujeta a una diacronía, sino, además, a una diatopía y a una diastratía.
Motivación y creación léxicas son dos conceptos que se corresponden plenamente. Toda vez que el hablante da una denominación a una realidad óntica lo hace en un acto de creación o de recreación encabalgada en elementos lingüísticos pre-existentes, en el marco de una tradición cultural y de unas circunstancias espacio-temporales y sociales que condicionan tanto el acto de creación como la propia criatura.
La motivación puede reducirse a dos clases:
Al margen de estos procedimientos de creación léxica, existen otros —más o menos marginales— que están fuertemente motivados, como el de las onomatopeyas y el fonosimbolismo. La formación de palabras que se fundan en la imitación o representación de sonidos que se dan en la realidad extralingüística es un mecanismo muy extendido en la generación del léxico en las lenguas andinas (ver Muestra 3.ª); en tanto que el segundo, aunque también se presenta en el habla, se ha ejercitado sobre todo en la expresión poética de algunas corrientes literarias.
Los cambios léxicos cuando no son absolutos —es decir préstamos— pueden afectar a la forma de manera total o parcial. En el primer caso, estamos ante la presencia de cambios producidos por procedimientos metafóricos, del tipo calucha, churuno, jone, maceta, mollera, poro, tari, tutuma, chulupera ‘cabeza’; y, en el segundo, ante derivaciones de una raíz por aglutinación de sufijos de valor equivalente, como cuanto decimos ablandada, ablande ‘acción de ablandar un material o un objeto’ por ablandamiento; abrochada ‘acción de abrochar’ por abrochadura o abrochamiento; acarreada ‘acción de acarrear o transportar algo’ por acarreo, sólo para dar un botón de muestra; o por figuras metonímicas del tipo [cerveza] fría, helada, rubia, en las que el significado total pasa a uno de sus elementos sintagmáticos (generalmente un adjetivo que adquiere categoría nominal); o por metátesis de sus elementos constitutivos, como en germa ‘mujer’, micasa ‘camisa’, frecuentes en las jergas.
Otro procedimiento que se da eventualmente es el de la reduplicación léxica total o parcial, como se puede apreciar en estos ejemplos:
muyo-muyo [ai., qu. muyu ‘vuelta’] ‘mareo repentino que sufre una persona a causa del cansancio u otra circunstancia’
nina-nina [ai., qu. nina ‘fuego’] ‘hombre que tiene relaciones amorosas con varias mujeres al mismo tiempo', ‘nombre de varias especies de himenópteros, de hasta 5 cm de largo, de color amarillo o naranja brillante con bandas transversales negras o azules metálicas’, ‘persona, generalmente un niño, traviesa e inquieta’, ‘persona que tiene el cabello rojizo'
pasa-pasa ‘persona que cambia de partido político movida por intereses personales y no por convicción política’
También desempeña la función de crear nuevos sustantivos genéricos o colectivos o de otro tipo:
cala cala [ai. qala ‘piedra’] > cala-cala ‘lugar pedregoso’
ranga-ranga ‘guiso preparado con panza de vacuno’
rasca-rasca ‘escozor en la piel que se caracteriza por la aparición de muchos granos o ronchas’
cabe hacer notar que algunos de los procedimientos, procesos y mecanismos a los que la lengua recurre para la creación de nuevas palabras son propios de las lenguas nativas del área andina. Esto se advierte particularmente en la adopción de estructuras gramaticales de estas lenguas que pasaron al castellano boliviano, sobre todo a nivel popular y coloquial. Un buen ejemplo de esta afirmación es la construcción habitual de los sintagmas sust. + sust. y adj. + sust. que se dan en aymara y en quechua, en los que el primer elemento es determinador y el segundo determinado, y la función de aquél es siempre adjetival, lo que difiere del tipo de construcción en castellano, lengua en la que el adjetivo va normalmente después del sustantivo y la inversión del orden tiene más bien connotaciones estilísticas. Al influjo de las lenguas nativas, se construyen muchos compuestos del tipo sust. o adj. + sust., y no sólo cuando los formantes tienen étimos aymaras o quechuas, como ocurre, sobre todo, en la caracterización física y psíquica de las personas mediante apodos y epítetos. Es un procedimiento muy productivo (ver Muestra 4.ª).
El estudio de la motivación y creación léxicas de los bolivianismos demanda por fuerza mucho mayor tiempo y espacio que el invertido en este pequeño trabajo. La sistematización del universo de datos contenidos en miles de acepciones y usos diversos tendría cabida sólo en un grueso volumen. Aquí ofrecemos una pequeña muestra de la riqueza que encierra el vocabulario diferencial (con referencia al español peninsular) de una comunidad de hablantes, la boliviana. Al impulso de multitud de factores, que se pueden resumir en plurilingüismo y multiculturalidad, el léxico de esta comunidad experimenta numerosas transformaciones y cambios que son el mejor testimonio de que es un habla viva, proteica, multiforme, como pródigo es el mundo natural y diverso el mundo cultural en el que se desenvuelven los hombres y mujeres que los habitan.