El libro español como mercancía y como fermento en la Francia del siglo xviiChristian Péligry
Exdirector de la Biblioteca Mazarina de París

Durante un cuarto de siglo, bajo la férula del cardenal Richelieu y del conde-duque de Olivares que detentaron el poder simultáneamente, los reinos de Luis XIII y de Felipe IV se han afrentado en una lucha sin tregua. De una manera paradójica, España ejerció su influencia más profunda sobre la lengua y la literatura francesas1 cuando empezó precisamente a descaecer desde el punto de vista económico, en el dominio político y en los campos de batalla.2 España, que suscitaba temor y odio fuera de sus fronteras, alimentando por lo tanto libelos satíricos y caricaturas,3 consiguió, al mismo tiempo, infundir un inmenso interés y suma admiración en los numerosos hispanófilos que deseaban aprender la lengua de Cervantes y querían leer en su lengua original o a través de traducciones, imitaciones y adaptaciones, las obras maestras escritas más allá de los Pirineos. La recepción francesa de las producciones intelectuales de España, perceptible a lo largo de la primera mitad del siglo xvii, constituye un fenómeno cultural único en la historia de las relaciones entre ambos países. Pero, a partir de 1670, constatamos un proceso de desafición de los franceses hacia España: a fines de este siglo, como lo ha demostrado Paul Hazard en su Crisis de la consciencia europea,4 el centro de gravedad de Europa se había trasladado del sur hacia el norte.

Dicha curiosidad por las cosas de España engendró un aumento significativo de libros hispánicos que salieron a luz en Francia, bien impresos en latín, en español o traducidos en francés. Todas las encuestas bibliográficas lo atestiguan: tanto la Bibliografía francoespañola (1600-1715)5 de Alejandro Cioranescu como las investigaciones que he podido llevar a cabo sobre la difusión del libro español en París (1598-1661)6 o el estudio que Emmanuel Le Roy Ladurie consagró a los libros en lenguas extranjeras adquiridos por la Biblioteca Nacional de Francia.7 La curva de las gráficas correspondientes revela, durante la primera mitad del siglo xvii, dos picos de intensidad: en 1615, cuando Luis XIII contrajo matrimonio con la infanta Ana de Austria, y cincuenta años más tarde, a consecuencia del casamiento de Luis XIV y de la infanta María Teresa. La reconciliación de ambas coronas puso en movimiento, cada vez, una ola de hispanofilia. La gente podía comprar en París obras publicadas en la lengua de Cervantes: no solo aquellas que los impresores habían dado a luz, sino también aquellas que llegaban del extranjero y que figuraban en los catálogos de los mercaderes.8 Louis de Villac, Siméon Piget, Pierre Du Buisson y alguno que otro librero permitieron al público parisino apreciar en su lengua materna los grandes escritores del Siglo de Oro: novelistas, dramaturgos, poetas, historiadores, moralistas, místicos, sin olvidar los autores pertenecientes a diferentes congregaciones religiosas (dominicos, jesuitas, agustinos o franciscanos). Además los inventarios redactados después de la muerte de los libreros confirman el examen de los catálogos y nos permiten aquilatar más aún la difusión del libro español.9

Los coetáneos de Luis XIII y del joven Luis XIV trataban de estudiar el castellano, que gozaba todavía de un inmenso prestigio; «en Francia, ni varón ni mujer deja de aprender la lengua castellana», afirmaba de manera algo exagerada el autor de Persiles y Sigismunda.10 Parece cierto, sin embargo, que cualquiera tenía que conocer el español, como lo prescribían todos los tratados de civilidad,11 para llegar a ser una persona culta, capaz de lucir en la Corte y en la villa. Muchos profesores habían ejercido su oficio en París y no vacilaban en publicar manuales, gramáticas, diccionarios, ramilletes de proverbios o de diálogos destinados a facilitar el aprendizaje de dicho idioma.12 En aquel batallón de maestros necesitados se hallaban inmigrados oriundos de la península ibérica que, a ejemplo de Ambrosio de Salazar,13 no tardaron mucho en topar con una cohorte de competidores franceses, entre los cuales destaca el famoso César Oudin. Este se afanó durante toda su vida, hizo imprimir en 1611 la Galatea de Cervantes a partir de un volumen que había traído de su reciente viaje a España, y tradujo la primera parte del Quijote, tarea que mereció una retribución de trescientas libras tornesas de parte del monarca.14 La bibliografía de Cioranescu señala por lo menos ochenta y cinco ediciones diferentes de las obras publicadas por César Oudin en el siglo xvii, cuya mitad apareció en vida del autor.

Si España pesaba en las preocupaciones de los franceses y en varios sectores de su vida cotidiana, en su manera de comportarse, de vestirse, de afeitarse, en sus juegos y sus danzas, en el arreglo de sus aposentos, afectó también a su modo de hablar; la lengua francesa se enriqueció entonces de un centenar de neologismos, todavía presentes en nuestros diccionarios: vocablos hispano-romanos, vocablos árabes asimilados por el español, vocablos proporcionados indirectamente por las lenguas de América (náhualt o quechua).15 Por fin sabemos que se utilizaban, en el habla de cada día, en el lenguaje de la calle, sabrosas locuciones proverbiales que se referían a las costumbres españolas y desaparecieron luego más o menos rápidamente: «calentarse a la española», es decir, al sol; «andar a la española», es decir, con gravedad; «tener la cabeza en Castilla», es decir, llena de confusión. Y en 1640, ya decían de una persona que se expresaba poco atinadamente: «habla francés como una vaca española».16

Los traductores merecen una atención particular porque completaron el trabajo de los profesores de lenguas al ensanchar el círculo de los lectores franceses;17 prolongaron la actividad de los libreros al interpretar, a veces sin demora, los volúmenes que estos recibían del extranjero. Naturalizaron, al fin y al cabo, ciertas obras mayores del Siglo de Oro que entraron en la Bibliothèque française de Charles Sorel (1664), como si fueran concebidas y escritas en Francia.18 René Gaultier utilizó una metáfora extraordinaria para ensalzar los méritos del traductor cuando redactó la dedicatoria de los Sermones de Fonseca, en 1613: «Todo el botín de las Indias no resulta suficiente para agotar los tesoros de nuestros hórreos, y con un solo plumazo gozamos de sus frutos espirituales».19 Las obras de santa Teresa fueron de manera reiterada editadas, traducidas y comentadas.20 El Catecismo y la Guía de los pecadores de Fray Luis de Granada alcanzaron el nivel de verdaderos éxitos de librería. No cabe duda de que la Reforma católica, en Francia, ha disfrutado detenidamente las aguas vivas de la fuente española.

Aunque manifestó su preferencia por la lengua y la literatura italianas, con motivo de una riña que le opuso al poeta Vincent Voiture, Jean Chapelain parece ser uno de los mejores hispanistas del siglo xvii;21 quedamos asombrados por la amplitud de sus lecturas. A los veinticuatro y veinticinco años, tradujo las dos partes del Guzmán de Alfarache, y desempeñó luego un papel sobresaliente en el mundo literario de su tiempo. «Organizó el Parnaso como Richelieu el reino», según la frase lapidaria de René Bray.22 El cardenal Richelieu, que apreciaba a Chapelain, fue de toda evidencia el enemigo jurado de España, pero el examen minucioso de su biblioteca nos enseña que no rechazaba en ningún modo la cultura española.23 Acordémonos también de nuestros autores clásicos: Pierre y Thomas Corneille, Le Métel d’Ouville, Rotrou, Scarron, Boisrobert, Molière, han conocido muy bien el filón inagotable de las comedias, de donde han sacado gran cantidad de temas, de personajes o de situaciones. El éxito del Cid, representado por primera vez en el escenario de Le Marais, a principios del mes de enero de 1637, fue inmediato y considerable; aún se instaló durablemente, a lo largo de los años siguientes, hacia 1640-1650, una verdadera moda de la comedia española.24

En otro registro, la novela y la novela corta suscitaron un sinfín de ediciones y de traducciones en París durante el siglo xvii; así que Montemayor, Ginés Pérez de Hita, Mateo Alemán, Cervantes, Quevedo, María de Zayas, Salas Barbadillo, Castillo Solórzano, Pérez de Montalbán y Lope de Vega han divertido generaciones de lectores y nutrido su imaginación.25 El Quijote conoció una difusión muy amplia pues la novela de Cervantes fue sin interrupción leída, editada y adaptada al teatro.26 A partir de 1659, sobre las tablas del Petit-Bourbon y del Palacio Real, la compañía de Molière representó treinta veces una de las comedias compuestas por Guérin de Bouscal: El gobierno de Sancho Panza, en la cual Molière, a horcajadas sobre un burro, se identificaba con Sancho.27 En 1684, los alumnos del Colegio de los Padres de la Doctrina Cristiana, en la ciudad de Tolosa, representaron un intermedio cuyo protagonista era el Caballero de la Triste Figura.28

En conclusión quisiera subrayar que las bibliotecas públicas francesas, herederas de las bibliotecas del Antiguo Régimen, rebosan de obras literarias de autores hispánicos, publicadas tanto en España como en Francia en el siglo xvi como en el siglo xvii.29 Es la prueba de que España ha dejado en nuestro país una huella durable y profunda y que la difusión de la cultura hispánica se verificó temprano, en el momento en que los reinados de Felipe III y de Felipe IV encontraban dificultades políticas y económicas pero atravesaban, al mismo tiempo, en el campo cultural, una fase resplandeciente que mereció con razón el apellido de Siglo de Oro.

Notas

  • 1. Alexandre Cioranescu, Le Masque et le visage: du baroque espagnol au classicisme français, Genève, Droz, 1983, 611 p. Cf. también: L’Âge d’or de l’influence espagnole: la France et l’Espagne à l’époque d’Anne d’Autriche 1615-1666; textes recueillis et publiés par Charles Mazouer, Mont-de-Marsan, Editions Interuniversitaires, 1991, 463 p.Volver
  • 2. Bartolomé Bennassar, Bernard Vincent, Le Temps de l’Espagne, xvie-xviie siècles, París, Hachette, 1999, 285 p.Volver
  • 3. Michel Bareau, L'Univers de la satire anti-espagnole en France, de 1589 à 1660. Thèse pour le Doctorat de Troisième cyle, École Pratique des Hautes Etudes et Université de Paris IV, 1969, 400 p. Simone Bertière, «La Guerre en images: gravures satiriques anti-espagnoles», en L’Âge d’or de l’influence espagnole, obra citada, pp. 147-184.Volver
  • 4. Paul Hazard, La Crise de la conscience européenne, París, Boivin, 1935 1.ª ed.; ed. de nuevo en París, Le livre de poche, 1994.Volver
  • 5. Alejandro Cioranescu, Bibliografía francoespañola (1600-1715), Madrid, Anejos del Boletín de la Real Academia Española, anejo xxxvi, 1977. Bibliografía muy amplia que describe 4.769 ediciones.Volver
  • 6. Christian Péligry, «La pénétration du livre espagnol à Paris dans la première moitié du xviie siècle (1598-1661)», en Positions des thèses…, París, Ecole Nationale des Chartes, 1974, pp. 191-195. Al realizar esta tesis, he podido reunir un corpus bibliográfico de 515 obras de autores españoles impresas en París (aproximadamente mil ejemplares examinados): 103 ed. latinas; 19 trad. del latín; 44 ed. en lengua española; 22 ed. bilingües; 291 trad. del español; 15 trad. del italiano; 1 ed. italiana; 20 indeterminadas (trad. del latín, del español o del italiano).Volver
  • 7. Emmanuel Le Roy Ladurie, Anette Smedley-Weill et André Zysberg, «La Réception des langues étrangères en France: une analyse quantitative pour six langues européennes, d’après les entrées d’ouvrages à la Bibliothèque Nationale de France», en Histoire & Mesure, xvii, 1/2, 2002, pp. 3-46 [en línea]. El autor muestra que los libros españoles adquiridos por la Biblioteca Nacional aumentan de manera muy ostensible desde los albores del siglo xvi: 258 para el período 1481-1551 (o sea 3,7 cada año), 448 de 1551 hasta 1581, 285 de 1582 hasta 1597 y 2.342 de 1598 hasta 1654 (o sea 41,8 cada año). «De 1598 à 1654, le chiffre des entrées venues d’Espagne se situe à 2.342, soit 41,8 [NSA]. Ne nous y trompons pas. L’apparente modestie de ce chiffre correspond pourtant à un véritable maximum de l’influence des lettres espagnoles (au sens large de ce terme) dans le cadre de la culture française, et notamment dans le domaine de la fiction théâtrale, romanesque, etc... L’année du Cid (1636) n’est certes pas la plus fertile en entrées [NSA] venues d’outre-Pyrénées: nous décomptons 26,8 [NSA] cette année-là, soit nettement moins que la moyenne de toute la période en question 1598-1644 (41,8 [NSA]). Et pourtant, dans le moyen terme, voire le long terme semi-séculaire, l’illustre pièce de Corneille demeure emblématique de ces cinquante-sept années».Volver
  • 8. Los catálogos de libreros parisinos de la primera mitad del siglo xvii contienen entre 1 y 5 % de libros hispánicos; sin embargo, los autores españoles alcanzan casi 10 % en el catálogo de Pierre Du Buisson publicado en 1650. Cf. dos estudios complementarios que he publicado sobre la difusión del libro en la feria de San Germán: «Le rôle de la foire Saint-Germain dans la diffusion du livre espagnol (milieu xviie siècle)» en Revue française d’histoire du livre, 3.º trimestre 1976; véase también: «Le Commerce des livres à la foire Saint-Germain (vers 1639-1660)», en Le livre entre le commerce et l’histoire des idées: les catalogues de libraires (xve-xixe siècle), París, École nationale des chartes, 2011, pp. 25-38.Volver
  • 9. Henri-Jean Martin, Livre, pouvoirs et société à Paris au xviie siècle, Genève, Droz, 1999, sobre todo tomo I, pp. 296-303 y 326-330: «la circulation du livre; le rôle de Paris», y pp. 331-361: «les libraires parisiens». En la trastienda del librero Samuel Thiboust, en 1635, descubrimos 50 obras en español y un montón de novelas caballerescas que Ortúñez de Calahorra había editado los años pasados: 50 ejemplares de la primera parte, 113 de la segunda, 440 de la tercera, 555 de las quinta, sexta, séptima y octava partes. La trastienda de Pierre Rocolet, en 1662, almacenaba: 90 gramáticas españolas, 198 ejemplares del Lazarillo de Tormes, un centenar de Guerras civiles de Granada, 130 proverbios españoles y franceses. El inventario de Robert Fouet, en 1642, mencionaba 6.000 volúmenes entre los cuales figuraban los grandes teólogos de la Contrarreforma: Soto, Estella, Toledo, Salazar, Sánchez, Suarez, Rodríguez, Mendoza, La Puente, y… 5 ejemplares del Guzmán de Alfarache.Volver
  • 10. Miguel de Cervantes, «Los Trabajos de Persiles y Sigismunda», en Obras completas, Aguilar, 1964, p. 1667.Volver
  • 11. Cf. Por ejemplo los tratados de François Grenaille, Caillères o Nicolas Faret. Cf. Maurice Magendie, La Politesse mondaine et les théories de l’honnêteté en France au xviie siècle, de 1600 à 1660, París, 1925; obra editada de nuevo en Ginebra, por Slatkine en 1970.Volver
  • 12. Aurore Schoenecker, «Enseigner et apprendre l’espagnol en France au xviie siècle: modélisation du matériau didactico-linguistique par les pratiques sociales et pédagogiques», en Maîtres et élèves de la Renaissance aux Lumières [Actes de la journée d’étude des jeunes chercheurs du C.E.L.L.F., Université Paris IV-Sorbonne, 16 juin 2012], http://www.cellf.paris-sorbonne.fr/ 2012, pp. 14-29.Volver
  • 13. Alfred Morel-Fatio, Ambrosio de Salazar et l’étude de l’espagnol en France sous Louis XIII, París-Toulouse, 1901.Volver
  • 14. Christian Péligry, «César Oudin et l’enseignement de l’espagnol sous Louis XIII», en Deux siècles de relations hispano-françaises, de Commynes à Madame d’Aulnoy, París, l’Harmattan, 1987, pp. 31-43.Volver
  • 15. Pierre Guiraud, Les mots étrangers, París, P.U.F., 1965; Melissa Soria Estévez, Les Hispanismes dans le Petit Robert 2014, Universidad de La Laguna, junio 2015 (Grado en Estudios Francófonos Aplicados). Alejandro Cioranescu, Los hispanismos en el francés clásico, Madrid, Anejos del Boletín de la Real Academia española, anejo xli, 1987.Volver
  • 16. Antoine Oudin, Curiositez françoises, París, Antoine de Sommaville, 1640, passim. Cf. mi artículo: «À propos des Curiositez françaises d’Antoine Oudin», en Bulletin de bibliophile, París, 2005, núm. 2, pp. 363-368.Volver
  • 17. Christian Péligry, «L’Accueil réservé au livre espagnol par les traducteurs parisiens dans la première moitié du xviie siècle (1598-1661)», en Mélanges de la Casa de Velázquez, París, de Boccard, tomo xi, 1975, pp. 163-176.Volver
  • 18. Roger Chartier, La Main de l’auteur et l’esprit de l’imprimeur, xvie-xviiie siècle, París, Gallimard, 2015, p. 84.Volver
  • 19. Cristóbal de Fonseca, Sermons sur les dimanches et festes de l’année, París, Denis de la Noüe, 1613.Volver
  • 20. A lo largo del siglo, se han publicado en Francia sesenta y siete obras (completas o parciales) de Santa Teresa; cuatro traductores trasladaron al francés sus obras completas: Jean de Brétigny, el P. Elisée de Saint-Bernard, el P. Cyprien de la Nativité y Arnaud d’Andilly que eclipsó a los demás a partir de 1670. Pero la lista se enriquece con otros seis traductores que se ocuparon de obras aisladas. Hace falta mencionar también todos los libros consagrados a Santa Teresa: compendios, catecismos, recopilaciones de sus palabras, biografías piadosas como la del jesuita Francisco de Ribera (la «Biblia de las beatas» según de L'Estoile) o la del obispo de Tarazona Diego de Yepes; por lo menos unas treinta ediciones suplementarias. Cf. «Thérèse d’Avila: actes du colloque pour le quatrième centenaire de sa mort, organisé en collaboration avec la Faculté de théologie [par le centre d’études hispaniques] de Louvain la Neuve, le 10 mars 1982», edición de Alphonse Vermeylen. Véase también Henri-Jean Martin, obra citada, tomo i, pp. 132-135. El gran librero Sébastien Huré proponía en su catálogo, publicado en 1654, obras de Santa Teresa, los Sermones de Lanuza, la Suma de Villalobos, la Perfection chrétienne de La Puente, las obras de Luis de Granada, varios tratados de Arias, Salazar, San Ignacio y otros autores hispánicos. En el inventario de Louis Boulanger, muerto en 1658, encontramos 362 ejemplares sin encuadernar del Catecismo de Luis de Granada, que había editado cuatro años antes.Volver
  • 21. Christian Péligry: «Un hispanista francés del siglo xvii: Jean Chapelain (1595-1674)», en Actas del primer coloquio internacional (Madrid, 18 al 20 de diciembre de 1986), Ediciones de la Universidad de Salamanca, Biblioteca Nacional de Madrid, Sociedad Española de Historia del Libro, 1988, pp. 305-316.Volver
  • 22. Chapelain pertenecía a esta generación que se impuso hacia 1630 para asentar el triunfo de la autoridad y de la disciplina. En compañía de Corneille, Descartes, Balzac, Racan, Scudéry y algunos otros, «organizó el Parnaso como Richelieu el reino», dice René Bray, en Formation de la doctrine classique, París, 1966, p. 358. «Hispanista docto» (Morel-Fatio), tuvo una brillante carrera de crítico y su influencia era considerable; murió, el 22 de febrero de 1674, dejando una magnífica biblioteca de 4.500 títulos.Volver
  • 23. Christian Péligry: «Richelieu y la cultura del Siglo de Oro español», en Poder y saber; bibliotecas y bibliofilia en la época del conde-duque de Olivares, Madrid, C.E.E.H., 2011, pp. 142-155.Volver
  • 24. Roger Guichemerre, La Comédie avant Molière 1640-1660; nueva edición aumentada, París, Eurédit, 2009, 526 p.Volver
  • 25. Mi bibliografía de los libros hispánicos impresos en París de 1598 y 1661 se compone de 515 noticias, 18 % de las cuales corresponden a este género.Volver
  • 26. Maurice Bardon, «Don Quichotte» en France au xviie et au xviiie siècle 1605-1815, New-York, B. Franklin, 1971, 2 volúmenes. Traducido en español: El «Quijote» en Francia en los siglos xvii y xviii; estudio introductorio de Françoise Etienvre, Alicante, Universidad, 2010.Volver
  • 27. Christophe Couderc, «Don Quichotte et Sanche sur la scène française (xviie et xviiie siècles)», en Mélanges de la Casa de Velázquez, Nouvelle série 37 (2), 2007, pp. 33-49. Cf. también: Le Registre de La Grange (1658-1685), précédé d’une notice biographique, publié par les soins de la Comédie-française, París, 1876, y Daniel Guérin de Bouscal, Le Gouvernement de Sanche Panza, editado por C.E.J. Caldicott, Genève, Droz, 1981, pp. 9 y 36.Volver
  • 28. Benoît Michel, «Le Collège des jésuites à Toulouse et la vie musicale toulousaine de la fin du xviie siècle», en Plaire et instruire: le spectacle dans les collèges de l’Ancien régime, al cuidado de Anne Piéjus, Rennes, Presses Universitaires, 2007, pp. 271-285.Volver
  • 29. Para darse cuenta concretamente de esta riqueza, basta hojear, cuando tienen el mérito de existir, los catálogos de los fondos hispánicos antiguos de las grandes colecciones públicas: bibliotecas de Rouen (Arlette Doublet), Troyes (Jean-Paul Oddos y Iglesias-Diestre), Toulouse (Élisabeth Coulouma), Aix-en-Provence (Jean-Michel Laspéras), Nancy (Virginie Ott-Schneider), Valenciennes (Marc Zuili), París, Bibliothèque Sainte-Geneviève (Odette Bresson). El catálogo de la Bibliothèque Mazarine (libros hispánicos del siglo xvi) queda, desgraciadamente, todavía sin publicar.Volver