Pollo decapitadoGiannina Braschi
Escritora

El mercado quiere apropiarse de la creatividad y convertirla en un producto. Los productos tienen una fecha de caducidad. El mercado quiere que los productos expiren pronto para reemplazarlos con otros productos porque tiene un apetito insaciable por lo nuevo. El mercado no deja de inventarnos nuevos deseos, nuevas necesidades. Necesito esto. Necesito aquello. Necesito. Necesito. Es la necesidad del fumador. Si no te fumas un cigarro ahora mismo, te mueres —cuando la verdad es que te mueres porque sucumbes a la euforia consumista de esa codicia insaciable que nos tiene todo el tiempo afanados en adquirir más y más cosas—. Es el sueño americano —la codicia insaciable— y la triste verdad de la necesidad que nunca se ve satisfecha —porque es roja y sabrosa como el caramelo—, pero no tiene fondos para financiar tal codicia. Y te deja siempre vacía con el estómago lleno. El negocio es la actividad del mercado que no le permite a otras actividades existir —y si les permite existir es porque quiere sacar provecho de ellas y ponerlas bajo su control—. El mercado y la creatividad son dos cosas opuestas. La creatividad busca la vida. Busca el proceso —la fluencia de energía— y la inspiración necesaria para crear una obra que no tenga fecha de expiración. Una gran obra literaria quiere ser un bestseller a través del tiempo. Originalidad es volver al lugar donde tú eras lo que eras... y encontrar una silla ahora vacía. ¿Te gustaría sentarte en ella? No, gracias. Por alguna razón está vacía. Ahí es donde yo tenía el culo. No es donde tengo ahora la cabeza. Las vacas sagradas no dejan de mascar el pasto de siempre y nunca se cansan de posar en público —como el Papa— y, a pesar de la avanzada edad, nunca abdican del trono —pero sí abdican de su arte— y se hacen políticos —gobernados por la visibilidad—. La ubicuidad. Se hacen escritores del mercado, y publican el mismo libro cada pocos años, con la misma estructura, el mismo argumento que diseñan entre bostezos. Ni aunque tosiesen un pensamiento reconocerían los gérmenes de un nuevo comienzo. Y si ya ni siquiera se reconocen en ellos mismos, buscan la audiencia que estaba allí la primera vez con miedo de arriesgar lo que tienen, así que es siempre más de lo mismo y nada nuevo. Los escritores del mercado se han olvidado de la materia prima. Creen que pueden remplazar el tema con el argumento. Pero, ¿dónde se encuentra el tema? El tema que importa es el valor del mercado. Lo que importa es lo trivial, lo banal. No estoy en contra de banalidades ni de trivialidades. Pero no soy un escribano. Me gustan los escribanos porque hacen pompas de jabón —y de ese baño de burbujas salen frescos y limpios—. Pero los escritores del mercado se ven vetados de cualquier distinción honorífica. Los premios se otorgan a más de lo mismo y a nada nuevo. Lo viejo sería bueno si tuviese solera, pero es inodoro y es insípido, es la falta de olor y la falta de sabor del más de lo mismo y del nada nuevo. Es algo anodino que corre en la familia de la envidia, de la democracia —del más de lo mismo y del nada nuevo—. ¿Y qué nos queda ahora? Políticos y predicadores que conjugan el pasado —ordenes pasadas del pasado— y en vez de los grandes pensadores que le cortaron la cabeza a Dios hace mucho tiempo, ahora tenemos pollos decapitados. El presidente, el secretario de estado, el mercader de la bolsa, el predicador, el proveedor, el espía, clientes y gestores, todos pasean por Wall Street como pollos sin cabeza, corren para huir de la bancarrota, se conjuran para fundir la Estatua de la Libertad —y volver a acuñar con ella más centavos de cobre—, para criar más pollos descabezados —y emplumar aún más sus plumeros— con medallas, con diplomas, con bonos y doctorados honoríficos: huevos y más huevos de pollos sin cabeza, pollos pluriempleados, hackers informáticos con plumas que nunca saben adónde se dirigen, al norte, atrás, al este, adelante, al sur, abajo, al oeste, arriba, pero nunca en dirección a casa —(dónde está casa) casa está en la cabeza (pero la cabeza fue guillotinada)— y el nido está lleno de formularios de banco y huevos de pascua con monedas dentro. Pollos decapitados, ¿cómo se crían pollos sin cabeza? Enseñándoles a quebrar la creatividad. Los agotamos a base de conjugar verbos sin descanso:

Yo hago Tú haces Nosotros hacemos
Ellos hacen Él hace Ella hace
       

Todo consiste en hacer. ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Qué puedes hacer por mí? Ráscame la espalda y yo te la rasco a ti. Puedo pilotar un jet. Puedo pedir ensalada. Puedo patinar. Puedo escribir teatro. Me puedo enamorar. Y puedo hacer lo que el nombre nunca pudo: conjugar los verbos y subyugar los temas para volverlos atributos, complementos —plumas en el plumero de un pollo que anda como pollo sin cabeza—. Pregúntame si puedo. Pero nunca me preguntes quién soy. Porque eso sólo puede contestarse siendo. El hacedor no puede ser. El hacedor solo hace. Soy lo que hago. Y si me preguntas «¿quién eres?», parpadearé mis ojos inundados en lágrimas y sentiré lástima por mi falta de ser—y amenazaré con suicidarme pero no tendré ser al que matar—. Estoy atrapada entre dos dilemas psicosomáticos, la que busca la comodidad de dormir entre tus brazos indolentes y gordos y la que le pone los cuernos a tu culo indolente y gordo. Te lo mereces, viejo pedorro, por obligarme a hacer lo que no me gusta sólo para mantenerte. La vida es corta, pero se hace muy larga a veces. Te mereces que me muera y que no te quede nada porque lo has gastado todo. No supiste ganarte el respeto ni la fama ni siquiera el sustento. Mereces quedarte sin nada, te lo has buscado. Yo lo gané, tú la cagaste. Tengo mi cartera tan vacía como mi vida, malgastada por mi marido. Y cuando perdí la cabeza, perdí la soberanía, donde podría haber aprendido a conjugar otros verbos:

— lo que fue
— lo que no fue
— lo que hace sin saber lo que era ya no es lo que es
— y lo que hago nada tiene que ver con lo que soy

Me guiaba el tema que de verdad importaba, pero ahora me veo repitiendo hasta la saciedad la misma conjugación porque maté al sujeto que de verdad importa.

Yo leo Yo grito Yo lloro
Yo hago Yo salto Yo beso
Yo juego Yo rezo Yo cago

Soy, soy, soy... lo que hago cuando hago lo que tengo que hacer. Mi ser no existe, pero cuando hago, llevo mi ser a un estado de frenesí oratorio, y hago lo que siempre tengo que hacer. Siempre cumplo los plazos porque son los plazos de la muerte y nunca evito aquello que tiene plazo para morir. Y ese es mi objetivo. Morir cuando se cumpla el plazo.

Soy boricua a pesar de mi familia y a pesar de mi país. Expreso la paradoja de la mente puertorriqueña —la saco de contexto—, como nativa y como extranjera, y lo digo en español, y lo digo en spanglish, y lo digo en inglés —Independencia, Estado Libre Asociado y Estadidad— desde la posición de nación, colonia y estado —Fu, estadidad, Fa, independencia, ni Fu ni Fa, estado libre asociado—, no como un partido que está partido y es un partido.

Walter Benjamin decía que una vez que el arte empieza a reproducirse este pierde su halo. Mi posición estaría entre crear arte para la «inmensa minoría» de Juan Ramón Jiménez o «para todos y para nadie» de Nietzsche. Y yo tengo que decir que yo no escribo para la inmensa minoría (porque la minoría nunca es inmensa), sino para todos y para nadie. Para las muchedumbres, para los inmigrantes, para los exiliados, para los marginalizados, para los refugiados; y si esta no es una contradicción, utilizando la frase de Juan Ramón Jiménez, uno de mis grandes amores, «la inmensa minoría» —podría ser interpretada de otra forma—, las llamadas minorías, que han sido marginalizadas bajo esta terminología, son la mayoría. Esta es la contradicción del gusano. Han sido vejadas, y oprimidas y llamadas minorías. Pero son inmensas. Son la mayoría a quien no se le ha reconocido su inmensidad —no solo en calidad, sino en cantidad— y cuyo halo está cada vez más grande y más iluminado.

Alguien me dice:

—Debes darte cuenta que limitas tu audiencia cuando escribes en ambas lenguas. Conocer una lengua es conocer una cultura. Y tú no respetas a la una ni a la otra.

—Si yo respetara las lenguas como tú lo haces, no hubiera escrito nada. El muro de Berlín fue derribado. ¿Por qué no puedo hacer lo mismo? Desde la torre de Babel, las lenguas han sido siempre una forma de divorciarnos del resto de la humanidad. La poesía tiene que buscar nuevas formas de romper la distancia. No estoy reduciendo mi audiencia. Por el contrario, voy a tener más audiencia con los mercados comunes, en Europa, en América. Y además, todas las lenguas son dialectos que están hechos para abrir nuevos terrenos. Me siento como Dante, Petrarca y Boccaccio, e incluso me siento como Garcilaso forjando una lengua. Saludo al nuevo siglo, el siglo del nuevo lenguaje de América, y le digo adiós a la retórica separatista y a los atavismos.

Saluda al sol, araña,
no seas rencorosa.
Un beso,
Giannina Braschi