Siempre he tenido problemas con la frase que muchos repetimos en ocasiones convenientes: «las palabras se las lleva el viento». Para mí, el viento las transporta, nunca se las lleva. Quizás las ondas del sonido emitido al enunciar una palabra sí vuele por los aires. Pero las palabras en sí y sus contenidos retumban de la mano con sus significados en el oído de quien les preste atención. Por eso, al momento de asumir el camino artístico junto a mis colegas que aún me acompañan en el viaje de la música y la poesía, tuvimos que definirnos en cuanto a nuestra relación con los sonidos y los contenidos de la palabra.
El proyecto musical más importante del que formo parte, la banda de reggae Cultura Profética, está influido profundamente por la cultura jamaiquina anglohablante. Dada la ausencia o el desconocimiento de referentes del género que cultivamos en el momento de emprender el camino, hacer reggae en español nos enfrentó con una exploración semiconsciente de cómo interpretar en nuestro idioma vernáculo este ritmo nacido y desarrollado en la lengua inglesa. Y al estar sumado a esto nuestra realidad puertorriqueña como colonia de los Estados Unidos y el entorno político y sociocultural de la isla, inmediatamente se planteó un conflicto: ¿español o inglés? La respuesta nos fue obvia: en Puerto Rico hablamos, pensamos y sentimos en español. Sin embargo, fue un momento decisivo que no estuvo exento de una necesaria evaluación profunda que aún continúa. Y es este proceso, precisamente, lo que creo que tiene sentido compartir aquí con todos.
El tiempo nos ha dejado claro que nuestra relación musical con la palabra es una pequeña parte del macrocosmos de la poesía hispanoamericana, afrocaribeña y puertorriqueña. La lengua española tiene su propia música. Pero esta lengua, filtrada por la cadencia y la experiencia puertorriqueña, suena de una manera específica: suena a lo que somos, suena a nuestra identidad. Pienso que aportamos más al universo de la lengua española si no forzamos una pronunciación diferente a la coloquial. Cantar con los rasgos lingüísticos de la manera en la que hablamos en la calle de nuestra isla siempre ha sido nuestra naturaleza, y opino que las diferencias culturales que transmiten las maneras diversas de pronunciar un mismo idioma enriquecen el paladar de nuestras sociedades globalizadas. Cuando las melodías hacen justicia a los sonidos naturales de las diversas pronunciaciones, los puentes culturales se establecen disfrazados de canciones y nos acercamos más (junto a nuestras diferencias) como una cultura internacional.
De la mano de la música, nuestras expresiones y sus modalidades al pronunciar nos fueron identificando desde el ombligo isleño de Puerto Rico, orgánicamente, hacia el mundo exterior, cada vez más amplio. Pero este mundo exterior ha estado claramente definido (y hasta cierto punto, limitado) por el idioma español. No es casualidad que los países, ciudades y comunidades que hemos visitado son, en su totalidad, excepto dos conciertos en Brasil, de habla hispana. Cabe señalar que el único país europeo donde nos hemos presentado es España, e incluso, cuando visitamos los Estados Unidos, es el público hispanoamericano en su mayoría quien asiste a nuestros conciertos. Este viaje que ha dado nuestra poética por los países que comparten la lengua española se ha nutrido de las experiencias ajenas, de las conversaciones, los espacios y las culturas que le han acompañado. Y es así que, gracias a la unidad lingüística de Hispanoamérica y las vivencias socioculturales de los países que la componen, los contenidos de nuestras canciones se han universalizado.
Teniendo en cuenta que la poesía es consumida de manera masiva a través de la música popular, e influenciados por los sueños y la esperanza, nos hemos relacionado desde la sinceridad con los contenidos de las palabras en nuestras canciones. Nuestra palabra no es liviana. Pesa. La palabra pudiera entorpecer los crecimientos humanos, pero también los puede disparar exponencialmente hacia procesos muy profundos de liberación. Así que abrazamos una poética fiel a nuestros deseos de crecimiento individual y colectivo. Y de la misma manera que el viento transporta las palabras, la música tiene la capacidad de ser un vehículo que también refuerza o sugiere la potencia con la cual las palabras quieren ser expresadas.
En el proceso de composición, a veces los colores de la música delinean los matices y las intenciones de las palabras. Pero la mayoría de las veces, es la poesía quien dicta todos los contornos melódicos. Creo en respetar a toda costa los flujos sonoros y rítmicos naturales del lenguaje con su modalidades geográficas y culturales. No me gusta cuando al cantar se le cambia la tilde de una palabra para favorecer o encajarla forzosamente a una melodía. Lo considero parte trampa y parte vagancia. Así que las cadencias propias de nuestro español boricua siempre fluirán como planteamiento artístico en los espacios rítmicos y melódicos de nuestras canciones.
Abrazamos el español desde nuestra identidad caribeña y puertorriqueña, con su tumbao, sus anglicismos y neologismos (evitando siempre sus «disparatismos»). Como entiendo que asumirse también es parte esencial del desarrollo artístico, nos asumimos como intérpretes y voceros de las realidades hispanoamericanas, de nuestras vivencias y nuestros sentimientos más universales. La intención siempre será un balance al cual llamamos «la canción que se baila pero que también se piensa». Porque, a fin de cuentas, nunca quisimos que nuestras palabras fueran de esas que, por tanta liviandad, «se las lleve el viento».
(fragmento)
Música y letra por Willy Rodríguez
[…]
Soy la serenidad que lleva a la meditación,
y tú eres ese tan sagrado mantra.
Soy ese juguito'e parcha que te baja la presión,
y siempre que te sube tú me llamas. ¡Ya!
¡Tira la sábana, sal de la cama!
¡Vamos a conquistar toda la casa!
De todo lo que tú acostumbras soy contradicción,
creo que eso es lo que a ti te llama.