Defensa del multilingüismo Arantxa Urretabizkaia Bejarano
Escritora

Dentro de mí dialogan dos idiomas. De vez en cuando se incorpora un tercero y, más esporádicamente, un cuarto, cuando los anteriores no aciertan a expresar exactamente lo que busco. Pero el diálogo fundamental se establece entre dos, el euskera y el castellano.

He dicho diálogo, pero a veces la relación es de enfado, de discusión, en ocasiones se roban palabras o construcciones sintácticas, otras se las regalan o inventan algo al alimón. A veces colaboran, otras compiten. De vez en cuando un cortocircuito hace que salten chispas.

De esas chispas puede surgir el caos y puede surgir la creatividad, la riqueza. Riqueza que, por otro lado, puede venir filtrada por la traducción, en el caso de la literatura. Como decía Elliot, todo escritor pertenece a una tradición y la reescribe, matiza, amplía… gracias a su propia voz, a su mirada.

En mi caso, el euskera ha sido y es mi aliento creativo, la lengua que he elegido para la creación. Aunque el castellano también es mi idioma, nuestro idioma, como dejó dicho y escrito el filólogo y padre de la unificación del euskera, Koldo Mitxelena, el euskera es mi instrumento de trabajo preferente, en constante diálogo no solo en la tradición vasca en la que me incluyo (Gabriel Aresti, Ramon Saizarbitoria, Ibon Sarasola, Atxaga…), sino también con la tradición occidental con la que busco dialogar constantemente (Virginia Woolf, Vita Sackville-West, Yourcenar, Cardinal…).

El euskera fue mi primer idioma, el que se hablaba en casa y en estrechos círculos familiares. Aprendí a hablar en castellano en la calle y luego en la escuela. Eso sí, nuestro padre era muy exigente con el español que entraba en casa, fundamentalmente, a través de la radio.

Corregía en voz alta a los locutores que hablaban mientras cenábamos, le parecía imperdonable que alguien confundiera la pronunciación de la elle con la de la i griega (y), protestaba por los pleonasmos, «subir arriba», «bajar abajo».

También nos corregía a nosotros cuando hablábamos en euskera, sobre todo la aplicación del ergativo. Fue el único vascohablante alfabetizado que conocí en mi infancia y primera juventud. Se había alfabetizado en la cárcel, durante los largos años en que estuvo condenado a muerte por haber sido gudari, soldado en el ejército que defendía la II República.

Hasta bien cumplidos los veinte, el euskera fue para mí un idioma casi exclusivamente oral. Durante toda la infancia tuve un solo cuento escrito en euskera. Había alguno más, pero nunca me llegaron. Además de ese cuento, estaban las hojas de un calendario en forma de taco que presidía la cocina y que cada día incluía en la parte de atrás un refrán o un sencillo chiste.

Por aquellos años no había universidad pública en el País Vasco, la privada era totalmente en castellano y la enseñanza primaria en euskera se hacía en escuelas clandestinas. La calle, la escuela, la iglesia, los medios de comunicación, todo sucedía en castellano. Se prohibió el uso público del euskera, pero muchos vascohablantes optaron por extender esa prohibición al interior de las casas, a la intimidad de las familias, rompiendo así la cadena de transmisión del euskera que se había mantenido durante generaciones.

Toda mi formación desde la escuela infantil a la universidad transcurrió en castellano, sin que jamás se citara ni tan siquiera la existencia de otra lengua en ese mismo territorio, precisamente la lengua con la que aprendí a hablar.

Medio siglo después estos son los datos sobre el conocimiento del euskera en la comunidad autónoma del País Vasco, uno de los territorios del euskera: un 32 % de los habitantes de este territorio son bilingües (600.000 personas). Más de 300.000 bilingües pasivos y 947.000 monolingües.

Por territorios, el más bilingüe es Guipúzcoa. La mitad de los guipuzcoanos de 16 años o más es, cuando menos, bilingüe.

Hay matices en el bilingüismo. Un tercio tiene igual destreza en castellano y en euskera, y en casi la mitad de los bilingües predomina el castellano.

Puede afirmarse que el número de bilingües progresa en la comunidad autónoma vasca y en Navarra, y que decrece en el País Vasco norte.

Es preciso subrayar que prácticamente no hay monolingües en euskera, salvo en la muy primera infancia. Hace décadas que han desaparecido los monolingües en euskera en todas las demás franjas de edad.

Es decir, los vascohablantes somos, cuando menos, bilingües, además del euskera hablamos castellano o francés, según los territorios. Se puede decir que nosotros hemos cumplido nuestra parte y, sin embargo, la sociedad está muy lejos de un bilingüismo equilibrado.

Es preciso tener en cuenta que, a pesar de lo que muchas personas piensan, el bilingüismo, incluso el plurilingüismo, no es excepción en las sociedades humanas, sino regla. En el mundo existen más de 6.000 lenguas y cerca de 200 estados. Todos los estados son plurilingües, más aún en estos tiempos en que las migraciones son un fenómeno cada vez más notorio.

España también es un país multilingüe. Casi la mitad de los españoles vive en una comunidad autónoma con más de una lengua. El artículo 3 de la Constitución española consagra la pluralidad lingüística.

Somos un país muy plural, con pocos partidarios del pluralismo. Algo parecido ocurre con el plurilingüismo, que es percibido por muchas personas como un lastre, como una circunstancia que complica la vida, no que la enriquece.

Recientemente se ha hecho público un manifiesto titulado España plurilingüe. Manifiesto por el reconocimiento y el desarrollo de la pluralidad lingüística de España, firmado y respaldado por personas hablantes de diversas lenguas, algunas de cuyas conclusiones voy a incluir en esta ponencia.

El Manifiesto defiende que el Parlamento promulgue una ley que regule específicamente el plurilingüismo, en virtud del preámbulo y en el marco de los artículos 3 y 46 de la Constitución española, con el objetivo de que millones de ciudadanos se sientan reconocidos en su especificidad y en sus derechos lingüísticos y, a su vez, se preserve un patrimonio inmaterial compartido.

Afirma el Manifiesto que todas las lenguas atañen por igual a todo el país y a todos los ciudadanos, que todas son asunto de todos los gobiernos, y que las lenguas distintas al castellano no son solo de la incumbencia de cada comunidad autónoma, sino algo que debe involucrar a todos los poderes públicos. Todos los poderes públicos deberían contribuir a la defensa y el impulso de todas las lenguas de España.

Sin entrar a repartir responsabilidades, lo cierto es que hay entre nosotros muchas personas que consideran cualquier medida de apoyo o defensa a lenguas que no sean la mayoritaria como un ataque al español. Incluso una ofensa. Pero utilizar una lengua, incluso aprenderla, no significa desaprender otra. Más aún, está demostrado que una persona bilingüe tiene mayor capacidad de aprender una tercera o una cuarta lengua. Hay, incluso, estudios que demuestran que el plurilingüismo es bueno para la salud del cerebro y hasta previene el Alzheimer.

Tampoco es necesario romperse la cabeza para saber cómo actuar ante lenguas que no son el castellano. Basta con cumplir los compromisos asumidos cuando España firmó la Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias y, a partir de ahí, seguir avanzando hacia un plurilingüismo que nos haga a todos y todas más igualitarios, más cercanos a la realidad plurilingüe de España.

Y aquí me ocurre uno de esos cortocircuitos de los que he hablado al principio. Hay una frase que ha cerrado tradicionalmente los discursos públicos en euskera. Ongi esanak aintzat hartu, gaizki esanak barkatu. Podría traducirse de la siguiente manera: Tengan ustedes en consideración aquello que haya expresado convenientemente y perdonen lo que haya sido mal explicado.

Muchas gracias.