Imaginándose en inglés, imaginándose en españolMelanie Taylor Herrera
Escritora y profesora de música

Mi nombre es Melanie Isabel Taylor Herrera, mitad en inglés y mitad en español y como todo nombre, cuenta una historia. La mitad en inglés cuenta la historia de miles de hombres y mujeres que, desde mediados del siglo xix hasta inicios del siglo xx, se aventuran a irse de sus hogares en las islas del Caribe, Trinidad y Tobago, Barbados, Jamaica, Granada, entre otros, a buscar trabajo en una empresa que parecía imposible: partir un país sumamente angosto en dos. Este país era Panamá. La construcción del canal de Panamá y, con anterioridad, del ferrocarril transístmico, atrajo a miles de trabajadores de las más diversas partes del mundo pero los más numerosos fueron estos trabajadores afrocaribeños, particularmente de Barbados. De Europa, el país que más trabajadores aportó fue España.

Durante esos días llovía torrencialmente y, regularmente, nos obligaban a trabajar bajo la lluvia para poder cumplir con las 8 horas reglamentarias de trabajo. En realidad, nuestra situación era una especie de semiesclavitud y no había a quién recurrir. Teníamos que aceptar nuestra situación, porque si no corríamos el peligro de perderlo todo. En la mayoría de los casos, la comida estaba mal preparada, casi cruda, y muchos nos vimos obligados a resolver de manera propia nuestra alimentación. La ropa representaba otro problema ya que no había ni lavanderías, ni mujeres. Teníamos que hacerlo nosotros mismos. Teníamos que bañarnos, lavar nuestras ropas y beber el agua del mismo río. Agua que también utilizábamos para cocinar. Los caballos y el ganado, todos usábamos la misma agua. Tuvimos que confrontar el problema de la malaria. Con médicos y enfermeras poco entrenados, muchos obreros murieron desde temprano. Otros se volvían sordos, por el uso excesivo de la quinina, que era lo que nos daban de beber en caso de enfermedad. Tanto fue el problema que, al quedar sordos, los obreros entonces dejaban de escuchar el ruido y el silbido del tren, y terminaron muertos arrollados en la vía. Había muchos que le tenían tanto temor a esos doctores que, al enfermarse, preferían ocultarse y buscar sus propios remedios. A veces eran descubiertos, golpeados salvajemente, e incluso llevados a prisión, ya que la regla era estar en el trabajo o en el hospital. No había lugar para la vagancia, nadie podría ser sorprendido deambulando en horas de trabajo. Y después de las 9 de la noche, no podía existir ninguna vela encendida en los campamentos de trabajo.1

Pero, ¿cómo estos hombres y mujeres (y sus descendientes) que pensaban, soñaban y narraban en inglés cambiarían paulatinamente a pensar, soñar y narrar en español? ¿O en ambos idiomas? Porque para la Panamá hispana, católica y mestiza, estos hombres y mujeres altivamente negros, que hablaban inglés, eran protestantes y cantaban calipso o tocaban jazz, no eran parte del imaginario nacional. Sin embargo, la música, la danza, la gastronomía y la escritura lograrían en muchos casos sobrepasar la barrera cultural e insertar tantas maneras de ser del afroantillano en la manera de ser del panameño.

El calipso

El calipso es un género musical cuyos orígenes están en Trinidad y Tobago pero se extendió por todo el Caribe. La ciudad de Colón, en el lado Atlántico de Panamá, en los años 50 era un centro efervescente donde llegaban artistas tanto del Caribe como de Estados Unidos. Los calypsonians panameños como Lord Cobra, Lord Panama, entre otros, gozaron de fama internacional. Incluso el famoso calypsonian de Trinidad y Tobago, Mighty Sparrow, llegó a visitar numerosas veces el país. De la fusión del calipso con otros géneros, entre ellos la salsa, surgirían los famosos combos nacionales, que tuvieron gran éxito entre los años sesenta y ochenta. Entre esos combos tenemos The Beachers, Los Mozambiques y Bush y su nuevo sonido.

La escritura

Aunque suele enfatizarse el rol de la gastronomía y de la música como formas de expresión del afroantillano en Panamá, es importante rescatar cómo mucho escritores panameños de ascendencia afroantillana hallaron en la literatura y, en particular, en la poesía una manera de procesar las vicisitudes de integrarse a una nación hispana, a «bautizarse» como panameños, a aceptar que no había regreso a las Antillas, que este era el destino final.

Aunt May, de Gerardo Maloney

Todas las noches
Mientras que ustedes
Se recogieron en cenas y en reuniones
Proyectos y despedidas
Aunt May… rezó
Regresar algún día
Al lugar de donde había venido
Todos los días
Mientras ustedes
Firmaron chequeras
Verificaron cuentas
Comprobaron claves
Y la dicha de cien por hora
Aunt May… recorrió el tiempo
Buscando acercarse… más y más
Al soñado camino.
Todos los años cuando se llegaba al último día
Y se registraban en alegría
Los triunfos y conquistas
Y volaban cien palomas hacia la tierra prometida
Aunt May… lloraba en silencio
Su tierra cada vez más lejana
Now we know
We came to stay

Nota final. Lectura del cuento de José de Jesús Martínez, «El boxeador y el calypsonian», de su libro Cuentos para rodar. Panamá, 1975.

El boxeador y el calypsonian

Había una vez un boxeador que se llamaba Sugar Baby y un calypsonian que se llamaba Lord Delicious. Lord Delicious no cantaba bien, pero se llamaba Lord Delicious. La gente decía: «Lord Delicious, canta esto. Lord Delicious, canta esto otro». A la gente le gustaba decirle a Lord Delicious: «Lord Delicious». Les daba hambre y sed decirlo, y un poquito de tristeza. Era muy sabroso escupir después de decir Lord Delicious.

Sugar Baby no boxeaba bien. Siempre le sangraba la nariz y le rompían las orejas, pero se llamaba Sugar Baby. La gente decía: «Pobrecito Sugar Baby. Van a matar a Sugar Baby». Era dulce ver a Sugar Baby tendido inconsciente sobre la lona del ring. Se sentía uno bueno, caritativo, tierno, cuando uno decía: «Pobrecito Sugar Baby».

Un día Sugar Baby y Lord Delicious murieron. A la salida de la vida, un funcionario viejo, cansado y masticando chicle, les pidió sus cosas. Sugar Baby y Lord Delicious dieron sus cosas. Eran pocas. Pero Sugar Baby había escondido sus guantes y Lord Delicious su ukalele. Y el funcionario le dijo a Sugar Baby: «Señor, deme sus guantes». Y Sugar Baby se los dio. Y le dijo a Lord Delicious: «Señor, deme su ukalele». Y Lord Delicious se lo dio. Entonces el funcionario dijo: «Señores, denme su nombre». Lord Delicious no quiso dar su nombre. Sugar Baby tampoco. Dijeron: «No». El funcionario dijo: «Ustedes ya no van a firmar contratos, ni cartas, ni nada. A ustedes ya nos los van a llamar. Ustedes están muertos». «Señores, denme su nombre». Sugar Baby y Lord Delicious dijeron: «No». El funcionario entonces abrió una gaveta llena de nombres y se los mostró: Conde Duque de Olivares, Sir Walter Raleigh; Madrigal de las Altas Torres, Alarico el Ostrogodo. Y les dijo: «Denme su nombre también». Lord Delicious y Sugar Baby dijeron: «No». Entonces el funcionario se puso bravo y llamó a Dios. Y Dios vino y preguntó: ¿Qué les pasa a estos negros? El funcionario dijo: «No quieren dar su nombre». Entonces dijo Lord Delicious: «A usted sí, Dios». Y Sugar Baby dijo: «A usted sí se lo damos, Dios». «Son nombres muy bellos», dijo Lord Delicious. Y añadió: «Yo me llamo Lord Delicious». «Y yo, Sugar Baby», dijo Sugar Baby. Y Dios dijo al funcionario: «Déjales el nombre. No importa». Y Dios se fue, pensando en otra cosa.

Notas

  • 1. Tomado del libro de Gerardo Maloney (Panamá 1989), El canal de Panamá y los trabajadores antillanos. Panamá 1920. Cronología de una lucha.Volver