Conmemoramos ahora dos acontecimientos literarios y culturales que unen a la comunidad hispanohablante. Uno, por los cuatrocientos años del fallecimiento de Miguel de Cervantes, autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha; y, el otro, el centenario de la muerte de Rubén Darío, gloria de las letras y renovador de las formas en la poesía castellana.
Ante estas circunstancias quiero enaltecer tanto a Cervantes como a Darío a través de uno de los poemas que Darío escribió en homenaje al Quijote y que forma parte de Cantos de vida y esperanza (1905), uno de sus más celebradas creaciones literarias.
Se trata de «Letanía de nuestro señor don Quijote», presentado antes en una velada del Ateneo de Madrid, justamente en un programa en homenaje a Cervantes, tal como da la noticia en nota de pie de página José María Martínez en la publicación de Cátedra (2010) en su condición de editor.
La primera anotación va para la preposición «de» del título que nos llevaría a pensar que la letanía no es la oración del poeta hacia el personaje, sino del personaje que el poeta solo repite y recita.
Letanía, según el DRAE (2014) es la «oración cristiana que se hace invocando a Jesucristo, a la Virgen o a los santos como mediadores, en una enumeración ordenada».
Más allá de esta particularidad del título, cuya preposición induce un sentido de interpretación, la lectura del texto nos lleva a percibir que la intención poética de la composición apunta a una bidireccionalidad que se hace realidad en algunas partes, en las que cambia la posición del poeta unas veces invocando al Quijote y en otras dándole tácitamente la palabra al personaje, dentro de una estructura textual de diálogo implícito.
Si el carácter de «oración cristiana» sirve de guía para entrar en el análisis del poema, Darío acertó plenamente en el tono y el mensaje.
Antes que alegrarse, Darío se apena. Antes que regocijarse, Darío se conmueve, se sobrecoge. Antes de admirarse por los elogios, Darío lo compadece. Más que en el aspecto intelectual de la creación del Quijote, siente el componente sentimental, afectivo.
Para Darío el Quijote, en tanto personaje, no es un ser libresco producto de la imaginación literaria; sino que es un ser santificado, de existencia real, con una personalidad de nobleza desbordante, pletórico de muy buenas intenciones, apasionado de la justicia, inspirado en el amor y que no se queda con todas las virtudes que lo adornan, sino que quiere para los demás un mundo distinto al de la realidad. El Quijote quiere que todos practiquen el bien, y, en sus afanes de hacer imperar ese mundo ideal, sufre reveses y contrastes que conmueve su idealismo y la integridad y dignidad con las que enfrenta sus frustraciones. Las derrotas lo fortalecen y lo hacen persistir en sus ideas con firme e indeclinable voluntad. Esa fortaleza, esa convicción es la que distingue a don Quijote; pero es el rostro que más ternura despierta y gana la identificación sentimental y afectiva de los lectores y el poeta.
Impresionado por esa figura fundamentalmente tierna, profundamente humana y buena, Darío se posesiona de ella y vuelca toda la fibra de su sensibilidad y poderes expresivos en el poema.
Es la visión sentimental y afectiva del Quijote el tema, excluyendo toda referencia a Cervantes, su creador, la monumentalidad de la obra o la maestría en el manejo del lenguaje. En el propio Cantos de vida y esperanza incluye «Un soneto a Cervantes» en el que anima al poema el ángulo de la tristeza y la soledad, pero ya no de Cervantes, sino la de Darío, frente a la cual la obra cervantina le trae el goce, el consuelo, la tranquilidad. Ve a Cervantes como «la vida y la naturaleza» y para él «suspira, ríe y reza». Sabe llamarle «Cristiano y amoroso y caballero» y verle en el fluir de la palabra que «Parla como arroyo cristalino». Remata el texto con una antítesis que unifica el regocijo con la tristeza en los últimos versos que literalmente dicen: «¡[…] Viendo cómo el destino / Hace que regocije al mundo entero / La tristeza inmortal de ser divino!».
De vuelta a la «Letanía de nuestro señor don Quijote» se viene diciendo que tiene rango de tal en tanto tono y mensaje.
Darío ha necesitado 75 versos distribuidos en doce estrofas, de las cuales 10 son sextetos agudos de rigurosa estructura en métrica y rima; 1 estrofa de siete versos (la tercera) y 1 de ocho versos (la décima). La composición interna de la tercera va en dos unidades de 3 y 4 versos, manteniendo la métrica de doce sílabas rítmicas y la rima consonante AAB-CCCB, incluyendo el tercero y el séptimo agudos. Respecto a la décima estrofa comprende, también, dos unidades: la primera de 6 versos entre los que se combina los hexámetros (1, 2, 4, 5, 7 y 8) con los dodecasílabos (3 y 6) con rima aguda entre sí: aaAbbDbd. Este tránsito del dodecasílabo al hexámetro comenzó en la novena estrofa, en la que tienen esta métrica los versos 5 y 6. En cuanto a la modificación del sexteto, es introducida en la tercera estrofa, a la que le agrega un sétimo verso, también dodecasílabo.
Estas licencias formales concurren a entregarnos un tono de plegaria, de santificación de don Quijote al que el poeta invoca su intermediación para que el poeta, incorporado en un conjunto social, sea beneficiario de las gracias reclamadas. En cuanto a la forma, esta técnica empleada ejemplifica su sello modernista, al introducir en un molde convencional del sexteto rupturas formales que abonan y enriquecen su expresividad con aires de naturalidad discursiva.
El contenido muestra tres partes definidas: la salutación, la invocación, las gracias.
Conforman la salutación los primeros 15 versos de las dos primeras estrofas y el terceto de la tercera. En este conjunto Darío glorifica al Quijote sin mencionar su nombre, colmándolo de epítetos y alabanzas. Se dirige a él para merecer ser escuchado. Le dice «Rey de los hidalgos, señor de los tristes»; «Noble peregrino de los peregrinos»; «Caballero errante de los caballeros / Barón de varones, príncipe de fieros / Par entre los pares, maestro, ¡salud!». Con estos apelativos Darío, halagando sus oídos, promueve la atención del Quijote. A él se refiere y lo nomina en frases con calificaciones superlativas logradas en el plano sintáctico relacionando sustantivos: caballero entre caballeros, varón entre varones, par entre los pares.
La invocación se extiende del verso 16 al 31, desplazados entre la segunda mitad de la tercera estrofa hasta la quinta. En este tramo Darío establece el diálogo directo. Lo trata de tú, convocándolo a partir de sus virtudes relacionadas con las circunstancias en que el poeta acude en demanda de su intercesión. Avanza a solicitarle que lo escuche, a pesar de que el Quijote está acostumbrado a elogios y diatribas; halagos y críticas; divinizaciones y condenas. Su rogatoria, sin dejar de ser respetuosa, cordial y amorosa, toma la forma declarativa; y, de las fórmulas innominadas y generales, pasa a individualizar su súplica aludiendo a que él es su admirador que con humildad le ha compuesto el poema. El texto de la quinta estrofa que corona y redondea la invocación literalmente dice:
Escucha, divino Rolando del sueño,
A un enamorado de tu Clavileño,
Y cuyo Pegaso relincha hacia ti;
Escucha los versos de estas letanías,
Hechas con las cosas de todos los días
Y con otras que en lo misterioso vi.
Desde la sexta estrofa hasta la última se extiende el tercer apartado. Aquí está el tema de fondo. Contiene la rogatoria o la parte peticionaria. Los ruegos se orientan hacia la obtención de las gracias o los dones impetrados. Se expresan en menciones sucesivas, encadenándose una petición tras otra en una honda de musicalidad con sonoridades repetidas.
En estas rogatorias ya no exalta las cualidades y virtudes del Quijote, sino que recoge las debilidades que impulsan las peticiones. El peticionante ya no es la individualidad, sino un conjunto de recurrentes amparados en el pronombre nosotros.
Esta tercera parte es la estación en que el monólogo se abre en diálogo de respuesta tácita en silencio. Por eso el poeta, convertido en la primera persona de plural alega directamente las razones por las cuales pide las gracias. El poeta y los demás están «hambrientos de vida», afligidos por diversos males y necesitados de los bienes que deben recibir.
En la octava estrofa el poeta retoma las glorificaciones y pondera al Quijote llamándolo «generoso», «piadoso», «casto», «celeste», impetrándole «Por nos intercede, suplica por nos / Pues casi ya estamos sin sabia, sin brote / Sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote / Sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios».
Las estrofas novena y décima están hechas con las enumeraciones alusivas a las hipocresías, las traiciones, de las cuales necesitan su amparo.
«Letanía de nuestro señor don Quijote» descansa sobre un proceso circular de composición. Darío pone fin al poema con las estrofas iniciales. La segunda pasa a ser la undécima y la primera se convierte en la última.
Darío reinstala el sexteto dodecasílabo completo retornando a la ponderación del personaje y la relación de sus virtudes.
La última, repite la primera con una sola variante: sustituye «Rey de los hidalgos» por «Ora por nosotros» repitiéndola desde «señor de los tristes» literalmente toda.
En la valoración del personaje, Darío incorpora comparaciones con otros personajes literarios: pone como hermano a Segismundo y hace que Hamlet le ofrezca una flor.
«Letanía de nuestro señor don Quijote» no solo es un título, sino un ejemplo cabal de la composición misma por su tono de oración con sus peticiones sucesivas y repetidas y un adecuado texto, cuya lectura ha servido para homenajear a los dos.