Palabras para el posacuerdo. Repertorios del español y las lenguas habladas en Colombia Carmen Millán de Benavides
Directora del Instituto Caro y Cuervo (Bogotá, Colombia)

El Instituto Caro y Cuervo (ICC) fue creado en 1942. Sus orígenes se remontan a la creación del Ateneo Nacional de Altos Estudios que comenzó su trabajo en 1940. La labor del equipo exiguo de aquel entonces consistió en continuar, hasta dar término, a las que se consideraban empresas culturales centrales para la consolidación de nación que buscaban los gobiernos liberales de Alfonso López Pumarejo (1934-1938) y Eduardo Santos (1938-1942): la Expedición botánica y el Diccionario de construcción y régimen de Rufino José Cuervo (1844-1911).

Los dos mandatarios mencionados contaron con un equipo que hizo posibles tareas como la reforma educativa, la consolidación de la Universidad Nacional de Colombia y la apertura de la Biblioteca Nacional de Colombia en su nuevo edificio, lugar en el cual comenzaría a funcionar el ICC.

Crear un instituto, como el ICC, para terminar un diccionario que en palabras de Fernando Lázaro Carreter es «La máxima obra gramatical y sintáctica de la lengua castellana… [su mayor monumento]» deja ver la centralidad puesta en la lengua como aglutinadora de la nación colombiana. Al actuar aún bajo el régimen de la Constitución de 1886, ni los mandatarios mencionados, ni los del régimen conservador y la dictadura que luego les siguieron, podían considerar como sujetos políticos a personas distintas de los varones blancos hispanoparlantes .1

El periodo que siguió al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (1903-1948), ministro liberal bajo cuya administración se creó el ICC, ha sido denominado por la historiografía colombiana La Violencia, con mayúscula. A partir de ella tenemos diversas categorizaciones de nuestros conflictos internos que se volvieron objeto de las ciencias sociales y de una disciplina conocida como «violentología».

En 1991, para cerrar un proceso de negociación de paz con el grupo insurgente M-19 y atender el reclamo del movimiento llamado Séptima Papeleta, se convocó una Asamblea Nacional Constituyente que cambió la carta política colombiana. La Constitución de 1991 (CN), que fue el producto de las deliberaciones de esta asamblea, hizo también de la lengua uno de los principios articuladores de la nación. Debería haber dicho, más bien, de «las lenguas», y aquí un asunto central para comprender el papel del español y las perspectivas de futuro, tema al que nos han invitado en este panel.

El artículo 7.º de la CN señala: «El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana». En su artículo 10.º la CN reitera lo que para el ICC ha sido su tarea misional a partir de entonces: «El castellano es el idioma oficial de Colombia. Las lenguas y dialectos de los grupos étnicos son también oficiales en sus territorios. La enseñanza que se imparta en las comunidades con tradiciones lingüísticas propias será bilingüe».

En la actualidad, nuestra tarea tiene que ver con «[L]a salvaguarda de la memoria y la identidad nacional, expresada en la lengua y la literatura y con el estímulo y fomento a la investigación del patrimonio lingüístico y literario colombiano».2 Ese patrimonio lingüístico está conformado por el español, sesenta y cinco lenguas indígenas, dos lenguas criollas (palenquero y sanandresano), la lengua romaní de la comunidad gitana y la lengua de señas colombiana. ¡Cuántas formas de ser bilingües tenemos!

Regreso a la historia del ICC para señalar que, ad portas de unos acuerdos que permitirán poner fin al conflicto armado con las FARC, la guerrilla más antigua de América Latina, qué otra cosa sino la lengua puede impulsar nuestra tarea. Debería haber dicho —de nuevo— «las lenguas».

Conscientes del papel que el campo simbólico tendrá en el periodo por venir en nuestro país, quienes hacemos investigación en la lingüística y la literatura, vemos en las lenguas una herramienta para tramitar nuestros desacuerdos sin acudir a la violencia. Quizá los recientes estudios sobre la economía del español no nos interpelen tanto como la posibilidad de emplear el español y las demás lenguas de nuestro país para devolver el poder de nombrar paisajes, pueblos, formas de vivir, la memoria de los padres y los abuelos a quienes han padecido la violencia y a sus descendientes. Y hacerlo en español o en otras lenguas que se hablan en nuestro territorio. Presentaré algunas acciones para el español con perspectiva de futuro, que han sido emprendidas por el ICC: la Maestría en Español como Lengua Extranjera y como Segunda Lengua (ELE-ESL), el Diccionario de colombianismos, el proyecto Atlas Sociolingüístico del Español de Colombia en Espacios Urbanos de Restablecimiento Poblacional (ASLEC-EURP) y el proyecto «Palabras de Reencuentro. Decires para el Posconflicto».

La Maestría en Español como Segunda Lengua, que se iniciará en agosto de 2016, se ocupará de hacer del español segunda lengua para indígenas y personas que se comunican a través de la lengua de señas colombiana. Trabajamos en buscar oportunidades para que indígenas de nuestro país, y ojalá de América Latina, puedan matricularse en la maestría, y ya contamos con un convenio que nos permitirá tener alumnado de la comunidad sorda.

El Diccionario de colombianismos, que a partir de 2015 y hasta 2017 entregará 10.000 expresiones, generará un repertorio que, apelando a la lengua viva, motive la conversación en familia y el uso de decires llenos de creatividad. En 1993 escribía José Joaquín Montes refiriéndose al Diccionario de colombianismos de Haensch y Werner: «En general, como ha sido común en la lexicografía hispanoamericana, simplemente se confrontaban usos constatados en una región con una determinada obra, generalmente el Diccionario de la Real Academia Española y se graduaba como colombianismo… o simplemente se rotulaba como barbarismo lo que no aparecía en tal obra».3 El proyecto actual cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura de Colombia y va acompañado de una campaña para que en escuelas y bibliotecas públicas se conozcan algunas de las entradas del diccionario que se imprimirá en 2017 y se pondrá a disposición en la red en 2019.

El proyecto Atlas Sociolingüístico del Español de Colombia en Espacios Urbanos de Restablecimiento Poblacional (ASLEC-EURP), ha venido recogiendo, a través de herramientas diseñadas para la recolección de corpus orales, historias de vida de personas desplazadas por el conflicto, que se han asentado en las periferias urbanas de dos ciudades receptoras de estos migrantes internos: Bogotá y Medellín, las dos ciudades con mayor población en Colombia. El análisis de estas narrativas generará espacios de reconocimiento y reconstrucción de la memoria histórica que surge de los procesos de desplazamiento interno forzado en Colombia. El proyecto cuenta con material recolectado en Ciudad Bolívar, en Bogotá y, con un acuerdo de cooperación con la Casa Museo de la Memoria de Medellín.

Finalmente, el proyecto «Palabras de Reencuentro. Decires para el Posconflicto» parte de los hallazgos compilados en el Atlas lingüístico-etnográfico de Colombia (ALEC). En 1954 se iniciaron los trabajos preparatorios del ALEC, que se publicaría a partir de 1984, una vez terminada la expedición lingüística.4 El ALEC buscó dar cuenta de la realidad lingüística y etnográfica de la cultura popular colombiana. A partir de la aplicación de cuestionarios hechos en 264 localidades del país, con informantes entre los 40 y los 60 años, se construyeron cerca de 1500 mapas y láminas, texto, fotografías (cerca de 18.000) y se recopilaron cerca de 200 horas de conversación que dan cuenta de la distribución geográfica de los dialectos del español y de la vida campesina en Colombia.

La magnitud del ALEC ha venido siendo dimensionada por los investigadores de relevo generacional del ICC, muchos de ellos alumnos de José Joaquín Montes, Luis Flórez, María Luisa de Montes, Jenny Figueroa y demás miembros del equipo ALEC. Ellos se han propuesto poner a disposición del público en general y de la comunidad académica en particular lo que hemos llamado un ALEC para el siglo xxi. Como ejemplo del impacto que este repertorio investigativo ha generado en todas las áreas del ICC señalo la presencia del ALEC en el Instituto Cervantes, con ocasión de la apertura de la delegación del ICC en Madrid. La exposición «Palabras de maíz y de café» fue nuestra propuesta, visitada por casi 3000 personas, entre octubre y diciembre de 2014.

El gesto de reconocimiento que apreciamos en cientos de personas que llegaron a Madrid desplazadas por la violencia en nuestro país, y a quienes contactamos gracias al trabajo de investigación Fiestas patrias fuera de la patria que desde el Instituto PENSAR de la Pontificia Universidad Javeriana adelantamos desde 2010, es el gesto de reconocimiento y pertenencia que busca la intervención «Palabras de reencuentro. Decires para el posconflicto».

En una primera fase, el proyecto busca acompañar a los pobladores de nueve municipios en los que actualmente se lleva a cabo el programa Acción Integral contra Minas Antipersonal (AICMA).

A través de tres tipos de talleres, buscamos nuevos repertorios lexicográficos para que dialoguen con los consignados en el ALEC, en un ejercicio de memoria lingüística. Mediante los talleres «Definámonos en casa», que buscará documentar el léxico de la cotidianidad en municipios en transición al posconflicto; «En familia», que permitirá producir textos en los que se describan las experiencias de los jóvenes en relación con su familia y su hogar, y «Reconocer mi territorio», que buscará identificar las percepciones de los habitantes sobre su municipio poniéndolas en diálogo con los registros sonoros y fotográficos del ALEC, buscamos llegar a diversos grupos poblacionales rurales.

La centralidad de la palabra es la afirmación que se nos impone en lo que las universidades colombianas llaman post acuerdo, refiriéndose al documento que se firme en La Habana entre las FARC y el gobierno colombiano. En español, o en cualquiera de las lenguas que se hablan en el territorio nacional, la palabra debe usarse con responsabilidad «frente al rostro del otro» como nos ha enseñado Emmanuel Lévinas.5 El trabajo de encontrar a los demás desde una ética de la palabra, que reconozca al otro como igual y no que simplemente se lo tolere, es uno de los trabajos que debemos emprender todos los colombianos. Ese trabajo puede empezar en pequeño, recuperando la palabra «proteger», ya casi desaparecida entre el lenguaje bélico que reina en los medios de comunicación y en el lenguaje de la política, que prefiere el verbo «blindar» y, con responsabilidad frente al rostro del otro, preguntar: «¿Me expliqué?», y no «¿Me entendió?».

Notas

  • 1. Debe recordarse que para las colombianas el derecho al voto llegó en 1957, cuando se las convocó para votar el plebiscito que ratificaría los pactos de Sitges y Benidorm, que establecían lo que Colombia conoció como Frente Nacional, mediante el cual se acordaba la alternancia en el poder de los dos partidos tradicionales y se buscaba detener la hemorragia desatada por la lucha partidista desde 1948.Volver
  • 2. Decreto 1749 de 2003. Considerandos.Volver
  • 3. Montes, José Joaquín. «Presentación». Nuevo diccionario de americanismos. Tomo I Nuevo diccionario de Colombianismos. Haensch, Günther; Werner, Reinhold. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1993.Volver
  • 4. Buesa Oliver, Tomás; Luis Flórez (1954). El Atlas lingüístico-etnográfico de Colombia (ALEC). Thesaurus, tomo x, núm. 1, 2, 3, 4.Volver
  • 5. Lévinas, Emmanuel (1999). Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad. Salamanca: Sígueme.Volver