Una traducción, que al fin será una versión entre las muchas posibles de don Quijote de la Mancha a la lengua guaraní del Paraguay, es una quijotada. Y sobre todo si el traslado es hacia una lengua originaria de América, la cual sin duda ha de presentar distancias y desajustes no solo lingüísticos, sino culturales.
Parte de esta aventura viene acrecida por el hecho de que hay varias lenguas guaraníes. ¿A qué lengua guaraní del Paraguay, pues? De la lengua guaraní hablada en el Paraguay existen en la actualidad cinco dialectos que se identifican con otras tantas etnias o grupos sociolingüísticos: el mbyá, el avá(-chiripá), el paĩ tavyterã, el guaraní occidental y el guaraní paraguayo.
Ahora bien, aun el mismo guaraní paraguayo presenta variedades según sea rural o urbano, pero aún en Asunción y Gran Asunción, así como en algunas ciudades de mayor población, las personas de la penúltima generación provienen del campo: campesinos sin campo.
Voy a dejar de lado las distinciones de coloración y matices que se mantienen en los usos de la lengua de esos migrantes de última hora. La ciudad los ha cocinado en una misma olla, difuminando olores y gustos.
Hay un concepto, no muy exacto por cierto, que ha sido aplicado y es asumido por la mayoría de la población, de que el habla del pueblo es hoy un jopara, a la manera de una comida mixta y mezclada de arroz con porotos o frijoles, un guarañol. No creo que se la pueda llamar lengua mestiza, pues continúan en ella bien separables los elementos de una y otra lengua castellana y guaraní, aunque haya dicho de ella Marcos Morínigo, con irónica exageración, que es castellano con palabras guaraní y guaraní con palabras castellanas.1
Esta especie de «tercera lengua», sin embargo, no es de ahora, y como tal fue ya definida como algarabía, jerigonza y desconcertado lenguaje en siglo xviii; era la propia de Asunción, donde todos hablaban guaraní, pero nadie rezaba ni escribía en esa lengua.2 Pero hay quien sostiene que este guaraní de tradición oral, de la casa, del campo y de la calle, es el auténtico guaraní del Paraguay de hoy.
Pero hay más. Frente a un guaraní exclusivamente oral, previo a la colonia, tomó posición paralela y tímidamente el guaraní escrito, del cual hay testimonios desde 1583, con publicaciones desde 1607. Y así como del guaraní oral solo se puede hablar por conjeturas y razonamientos imaginarios, del escrito se tiene un corpus de miles de páginas en libros impresos y en manuscritos todavía inéditos.3 En esa literatura se puede establecer una división de origen, cuyo resultado revierte sobre todo en el estilo; hay una literatura en guaraní que no es solo la producida por traductores foráneos, como serían algún franciscano y los jesuitas, sino por los mismos indios guaraníes capacitados para escribir textos religiosos; pero por otra parte hay una literatura guaraní que es expresión por escrito de un pensar y sentir guaraní, sea cual fuere el grado de conversión espiritual y de transculturación recibida en las misiones a través de la normalización de la escritura.
Delante de este cuadro, en qué clase de guaraní trasladar la vida prodigiosa del hidalgo don Quijote de la Mancha. Era axioma entre los jesuitas del Paraguay que «la lengua que hablardes os hará parecer uno de ellos». ¿Se puede pretender, pues, un Kihóte guarani más allá de un Quijote en guaraní?
Desde un punto de vista teórico, se abre un abanico de posibilidades que bien puede parangonarse con los diversos desvaríos de los gramáticos del Elogio de la locura.
[Un tal gramático] sería feliz, dice, si pudiera vivir hasta haber claramente establecido cómo se han de distinguir las ocho partes de la oración, cosa que nadie entre los griegos y los latinos ha logrado hacer de manera definitiva. Como si fuera caso de guerra el que se confunda una conjunción con un adverbio. Y como hay tantas gramáticas como gramáticos, o, por mejor decir, más, pues solo mi querido Aldo ha dado más de cinco diferentes… ¿Cómo preferís que se llame a esto, estulticia o locura? Poco importa...4
Según mi propia experiencia, que viene de 1956, la sola cuestión del alfabeto está estancada en aquel punto. Se cuentan más de 65 normas de ortografía. Pero en cuanto a la misma lengua hablada, hemos inventado mil formas de guaraní, más nombradas que habladas; habría un guaraní indígena, otro clásico y aun jesuítico, eternal o temporal, científico, gramatical, puro, sin mezcla, paraguayo, mezclado y yopará, oral, escritural, rural, urbano, escolar, cotidiano, popular, oficial, y en fin, un guaraní, guaraní, siendo este el más hablado y el menos definido.
La Academia de Lengua Guaraní, de reciente creación, tiene la virtud de haber agrupado a representantes de todas estas formas y tendencias. Parece que ya han conseguido establecer un alfabeto que podría ser normativo y normalizado.
Nuestro Kihóte, en llegando al Paraguay, se encontró en esa selva lingüística en la cual cada uno ha hecho camino al andar o se ha perdido en laberínticos vericuetos.
Pero en su loca determinación optaron, él a fuer de caballero lector de muchos libros de caballerías y práctico en varios lenguajes de corte, y Sancho, fiel al sentido común, prefirieron ser correctos y hacerse inteligibles.
Pero habrá problemas casi sin solución a los que hay que resignarse. Quiérase o no, este Kihóte escrito en papel no se hará ver en la plaza ni en la cancha de fútbol. Entra en el ambiente restricto de la lectura, lo que quiere decir de los que saben leer y quieren leer en guaraní, que no son tantos. Por un golpe de suerte —y de propaganda— podrá ser lanzado al aire a través de alguna radio que tenga un locutor ducho en este menester.
Pero don Quijote no cejó y se hizo de escuderos cuya lengua materna es el guaraní rural y al mismo tiempo conocen el arte de traducir. No se fio del todo de los hoy llamados lingüistas, pero confió en algún licenciado amigo.
Su audacia llegó a querer adoptar la fonética del guaraní en los nombres que él había vivido a lo castellano y convenció a sus intérpretes paraguayos a escribirlos en ortografía guaraní, novedad para muchos imperdonable: Dulcinea se escribiría, pues, Ndurusinea, Sancho Panza sería Sãcho Pãsa y el mismo se firmaría Kihóte, para hacerse más guaraní. ¿Después de todo no lo han hecho así los traductores a idiomas, como el árabe, el ruso o el japonés, entre tantos y tantos otros?
Cuando le pareció oportuno acudió a algunos arcaísmos, propios de aquella época en que él mismo fue inventado por mano escritural de don Miguel de Cervantes, allá por los años de 1605 y 1615.
Cuando supo, en esa aventura de volverlo al guaraní ya en el siglo xxi, que en Madrid el padre Antonio Ruiz de Montoya había publicado en 1639 el Tesoro de la lengua guaraní, compuesto en plena selva por los años en que Miguel de Cervantes escribía su segunda parte del Quijote, quiso consultarlo; lo buscó y lo encontró. De él se atrevió a resucitar algunas de sus palabras, aunque los compañeros paraguayos le advirtieron que ellos mismos ya no las usaban hoy, y ni siquiera les sonaban; a ello respondió que si fuera necesario las podía aclarar con notas en castellano.
Sintió no haber llegado antes al Paraguay, pues habría encontrado un guaraní más en consonancia con su propio mundo y tiempo. Conquistadores y colonos del primer siglo paraguayo, que habían llegado a estas tierras en 1537, habrán hablado aquel castellano que fue registrado por don Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, o española, de 1611. Mucho en común había entre este Tesoro y el de Montoya, que hurgaba en la masa hablada por hombres del mismo tiempo, volviéndose notable lenguaraz transitando entre dos culturas muy diferentes. Montoya había sido hombre puente, en un país que él sentía «felizmente condenado al bilingüismo», como diría Camilo José Cela. Su Catecismo de la lengua guaraní es la primera y la única obra explícitamente bilingüe del tiempo colonial en el Paraguay. Empresa comparable había enfrentado un tal jesuita de nombre José Serrano, al traducir el texto de Eusebio Nieremberg, De la diferencia entre lo temporal y lo eterno, cuya primera edición era de 1640, pero sirviéndose de la edición castellana de Amberes, ilustrada por Bouttats, en 1684. No solo por la lengua, sino también gracias a la creatividad de los grabados salidos de la imaginación guaraní y trabajados por manos indígenas: la edición impresa en las Doctrinas, o Pueblos guaraní jesuíticos de 1705, se tornaría doblemente guaraní, un auténtico libro pintado con rasgos conceptuales de ese momento colonial de dos culturas en contacto.
El Paraguay, incluso el español, era casi del todo monolingüe, si bien con una marcada tendencia diglósica en la que la lengua menos hablada, el castellano, quería retener para sí los privilegios de variedad culta y oficial, a pesar de que solo los funcionarios la escribieran. Al Kihóte de hoy no se le escapaba esta falsa complejidad. El Paraguay ha vivido desde la colonia en estado de incómoda traducción al no querer aceptar nunca su monolingüismo indígena.
En su sensata locura, el Kihóte estaba convencido que no es necesario sacrificar toda una vida pasada y lengua anterior en aras de un supuesto y cambiante hoy.
Así pues, llegando en ese inicio del siglo xxi y no en otro, y a pesar del uso deplorable y descuidado de la lengua guaraní en su uso cotidiano, el Kihóte no renuncia a su hablar caballeresco y se le nota un deje y prurito de lengua bien hablada y de buen gusto. A los mismos traductores les pedirá que usen palabras que consten en diccionarios actuales, como el de Antonio Guasch, uno de los más aceptados entre los modernos y de hecho el más plagiado por los diccionaristas de la segunda mitad del siglo xx.
El Kihóte quiere ser paraguayo de este tiempo. En resumidas cuentas el Kihóte habla guaraní que es lengua española del Paraguay, que ya lo fue de españoles peninsulares, criollos y mestizos, que por su vida familiar tiraban mucho a indio, si bien sus abuelos se lo recriminaban.
Al parecer la lectura nunca fue asunto de afición ni afección en el Paraguay. La lectura de textos en guaraní, menos; tampoco se los encuentra fácilmente. Así es más bien raro encontrar quien sepa leer la lengua guaraní; hay quien sabe pero no quiere, hay quien ni sabe ni quiere; y están los que no quieren, y no quieren que otros lean.
¿Qué hacer para hacerse escuchar de quienes no saben leer su lengua, o no quieren, y sin embargo se enorgullecen de ver al Kihóte hablando la lengua oficial del país? Tal vez entrarles por las ilustraciones. El paisaje de este Kihóte guarani es paraguayo, los «castillos» e iglesias son los edificios emblemáticos de nuestras calles; palmeras y lapachos suplen robles y alcornoques. En la rueda de amigos no se bebe vino, sino mate y tereré. La sutil inconsciencia de los sueños aparecerá habitada por los fantasmas de la mitología guaraní y criolla. La boda de Camacho se celebra con un asado a la estaca con medio kilo de carne vacuna por persona, y todo amenizado por el infaltable dúo de arpistas. Como si estuviera en la Mancha natal, o hubiera llegado a Zaragoza o a Barcelona, el Kihóte guaraní acude al palacio de Gobierno, pasa por delante de la Casa de la Independencia, se topa con la catedral o visita un palacete de un adinerado empresario. Se asoma a las famosas ruinas jesuíticas como a castillos encantados, utopías de pies en el suelo que un día han de volver, quién sabe si por el camino de esta amada lengua. Con su lanza que deshace entuertos y confusiones está dispuesto a que se escriban hechos memorables, «como se hoy otra vez entonces fuera».5
Pero a propósito de traducción, como ya lo dijo el cura en el escrutinio de los libros de don Quijote, «por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán [esos traductores] al punto que ellos tienen en su primer nacimiento»6