Enfoque sociocultural (o cápsula lingüística) de los aportes populares a la lengua en la Costa Atlántica de Honduras durante las décadas 1960-1970 Julio Escoto
Escritor

La mente de una generación es su lenguaje.

John Dos Passos. Three soldiers, 1922.

I. Escenario histórico

La década de 1960 fue para Centroamérica no solo una interesante época de revolución material —se tienden carreteras, se abren aeropuertos civiles y se ensaya un mercado transnacional común—, sino particular y excepcionalmente cultural. Es cuando en los grupos de poder comienza a abrirse paso la aceptación de gobiernos civiles y democráticamente electos, ya que el «mal ejemplo» y modelo de la revolución cubana aconsejan orear a la sociedad y reducir las prácticas autoritarias, así como cuando se demandan centros universitarios regionales, fábricas con proyección internacional de mercado y se extiende la comunicación de la radio y la novedosa televisión a escalas hasta entonces no imaginadas.

La Alianza para el Progreso inserta en el cerrado, casi hermético, medio político centroamericano un conjunto de principios que su doctrina pregona —equidad, civilidad, justicia, Estado benefactor, desarrollo y evolución social— nada desconocidos para los académicos e intelectuales ya que formaban parte de los valores centenariamente propuestos por los próceres y los luchadores por el cambio social, así como, recientemente, por los socialdemócratas y la doctrina social de la Iglesia.

La que asciende a escena es cierta sociedad de postguerra que inicia el relevo y que va a transformar Centroamérica en el plazo de 25 años. Los procesos que se ponen en marcha son múltiples, entre otros el despertar de una población campesina habitualmente abandonada por el Estado y que empieza a reclamar la tierra y a trasladarse a las ciudades, principiando un lento pero ancho éxodo que va a hacer de las urbes modernos polos de desarrollo pero también asiento de subempleados, desempleados, precaristas y lumpen.

Esos procesos alientan que clases no altas tornen suyo el concepto de que solo la educación salva y que por tanto la asistencia del hijo a la escuela se vuelva un imperativo familiar ineludible, norma hasta entonces descuidada; refuerzan una nueva visión donde el trabajo opera como potencial de ascenso en la escala social y no solo como recurso de sobrevivencia; a la vez que se debate la cuestión, por primera vez socializada, de que cada pueblo —el hondureño en esta situación que tratamos— no es homogéneo,1 o identitariamente congruente, sino constituido, articulado con diversas procedencias étnicas y de clase, hasta configurar un mural de fuerzas económicas y políticas que se conjuntan incluso sin saberlo, sin teorizarlo, bajo una deseada búsqueda de identidad en permanente evolución y construcción, naciendo de allí la dificultad de su apresamiento intelectivo y, por tanto, de su definición, explicación y posterior fortalecimiento.

La década de 1960, con su corolario en la de 1970, puede ser titulada en Centroamérica la del despertar. Del mismo modo que el Renacimiento en Europa, a escalas mayores, obviamente, y luego el Siglo de las Luces roturaron en las mentes humanas el negro cielo de creencias supersticiosas y religiosas, el enorme peso de la cadena medieval y la negación del potencial creativo del hombre en todos los ámbitos del conocimiento y la acción universal, así igual en el istmo pueden trazarse tres encendidas iluminaciones de libertad —empleando libertad en cuanto despeje y despojo de lo antiguo para ingresar a lo moderno.

La primera de ellas es obviamente la que culmina en 1821, con la declaración autonómica ante España por parte de las provincias sometidas y que respondió a todo un juego y ejercicio intelectual abordado militantemente durante diez años por quienes fueron posteriormente reconocidos como próceres de la República: Pedro Molina, José Cecilio del Valle, Manuel José Arce, otros, que no solo generaron y difundieron ideas subversivas contra el coloniaje ya entonces tricentenario, sino que inmediatamente de constituirse la república contribuyen a armar una idea del sujeto social democrático y moderno, que va a pujar, como en efecto logró, por la creación de la nación unitaria en todo el territorio ístmico (cinco provincias y luego Estados que pudieron haberse disgregado) y cuyo experimento va a funcionar, más bien que mal, por una década hasta su fragmentación —en 1838 la República Federal de Centroamérica fracasa y se desintegr.2

El segundo particular momento de iluminación comunitaria sucede en la década de 1870, cuando los seguidores de la onda liberal positivista de Comte proporcionan a la sociedad no solo experiencias filosóficas y culturales, sino eminentemente políticas y de sistemas de gobierno —lo que Gudmunsun titula «movimiento liberal de segunda generación»....3 Miguel García Granados (1871-1873) y Justo Rufino Barrios (1875-1885) en Guatemala; Rafael Zaldívar (1876-1885) en El Salvador; Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa en Honduras (1876-1883); Tomás Guardia (1870-1882) en Costa Rica instauran modelos de reforma que van a adelantar el reloj de la biografía histórica en buen puño de horas gracias a sus avanzados intentos de protección social, desempeño intelectual y respeto cívico a muchedumbres hasta entonces consideradas exclusivamente masa y no ciudadanos que tuvieran algo que decir para la construcción democrática. Incluso así, y como afirma Pérez Brignoli, «la adaptación acabó reemplazando a la revolución» deseada por los originales padres.4

El tercer estadio puede ser atribuido, sin riesgo, al momento particular de la resistencia antiimperialista que se gesta (más bien se renueva) en América en el decenio de 1960 y que teniendo como anticipo la repulsa a las dictaduras de los años 40 y 50 evolucionó gracias a la difusión de la experiencia social de la revolución cubana,5 y que luego de procurar conquistas esencialmente militares orienta, destina su esfuerzo a las sociales.6

Es cuando también se impone la política de «sustitución de importaciones» y los gobiernos del istmo invierten cuantiosas sumas en estímulo a la industrialización —ya que el modelo que se escoge es el de producción masiva para agro exportación y no obligadamente para suplir necesidades de consumo interno—.

Todo ello impacta directamente sobre la cultura práctica del día a día. La progresiva penetración de la radiodifusión (ondas Corta y Media), que nace en Centroamérica hacia media década de 1930, contribuye a modificar el panorama mental de los pobladores ya que, de pronto, intuyen ser parte íntegra, aunque no siempre comprendida, de cierta estatidad, esto es, de pertenencia a un intrigante compuesto de identidad que la radio, al declararse estrictamente como local («nacional, autóctona, propia, hondureñista») sugiere.

Las transmisiones de Tegucigalpa tienen impacto contundente en la costa norte, a 300 kilómetros de distancia (excepto por un puerto, que es Amapala, el sur inexistía) ya que hermanan fibras de algo imaginado pero desconocido, que es la sospecha de cierta personalidad común (voces, tesituras, tonos, cortinas, preferencias musicales, seña radial) compartida pero no aún definida. Naciendo la sospecha además de nuevos héroes de lo cotidiano: los locutores a quienes más temprano que tarde se les reconoce acentos y cauda melódica, convirtiéndolos en —suponiéndolos— propios de la «catrachidad».7

Se les supone propios, adicionalmente, por diferencia con semejantes del exterior; la trenza cultural es múltiple, sutil y compleja.

Para inicios de la década de 1960, las emisoras radiales hondureñas son escasas, particularmente las dotadas con potencia electromagnética de alcance extra urbano: HRN «La voz de Honduras» y HRMH5 «La Voz del Junco», la primera capitalina y la segunda sita en ciudad Santa Bárbara, cabecera del departamento occidental del mismo nombre, única por ser de campiña. Suavemente compiten HRP1 «El eco de Honduras», HRQ «Radio Suyapa» y HRVW «La voz de Centroamérica», más de carácter zonal y regional (costa atlántica).

Eso propio se confronta, sin embargo, con fortísimos influjos externos culturales. Sobre el país llueven cada día —particularmente de mañana y tarde, debido a particularidades atmosféricas— las huellas radiofónicas de buena cantidad de emisoras de México (XEW), Cuba (CMQ), Guatemala (TGW) y Belice (el litoral Caribe parla inglés.8)

Los habitantes de San Pedro Sula amanecen por 1965 con tempranos timbres de la «Sinfonía de los juguetes»9 ( L. Mozart), caracterizada desde la YSU de San Salvador, que es un despertador querido y puntual, mientras que al oscurecer son las telenovelas entre gótico y melancólicas de la CMQ cubana, las de Félix B. Caignet,10 que hacen padecer y llorar al angustiado oyente: «Chan Li Po y la Serpiente Roja», «Aladino y la lámpara maravillosa», «El ladrón de Bagdad» y particularmente «El derecho de nacer», cuya primera transmisión data de 1948.

Debe haber sido cuando vocablos de la isla como bohío, guajira, candela, por ejemplo, ingresan para siempre en la lexicología hondureña, si bien José Martí, de quien se dice estuvo en ciudad La Ceiba para dialogar con sus conjurados11 en 1878, raro empleó la última.

II. Escenario cultural

Estamos pues ante un interesante cuadro de influjos múltiples culturales que caen encima de la costa atlántica de Honduras, incapaz, por ausencia, de otras elecciones. El mundo va cambiando y la radio —muy pronto la televisión a escala gris, en 1959— «educan» con su nuevo lenguaje a una población a la que caracteriza un 80 % de analfabetismo. La palabra jamás logró impactos tan graves, las gentes se derriten bajo la sonoridad matutina y nocturna, son códigos con los que no habían experimentado nunca y que por ende son cautivantes.

La percepción del ciudadano medio es casi mágica ante la tecnología: llegan la palabra y cuanto él desconoce de lo técnico: el efecto exclusivista y atrayente del medio, que te obliga a permanecer quieto escuchándolo, asistiendo a su dominante perversión hipnótica; a la cauda de las voces y la gravedad de quien narra la radionovela, honda y profunda, quieta y enérgica, rauda o mansa según iras de amor. Quien escucha sin percibir percibe que existen ciertos paratextos que no logra dominar —ruido, música, fondos, toqueteos sobre lata o madera, percusiones, alientos, galopes, dolor, silencios, pausas— que integran la escena sónica como en gran tablado teatral. Acontecen cosas, algo va a pasar...

En la década de 1960 azotan Centroamérica tres poderosos modificadores culturales. Son la minifalda, la píldora anticonceptiva y el Volkswagen...

Con la primera —la corta pieza de moda (36 centímetros) ideada por Mary Quant—, la mujer adquirió por vez primera el derecho a mostrar la belleza de su cuerpo sin sentimiento de pecado, imposición varonil ni hipocresía. Los machos quedamos tanto sorprendidos como maravillados. El mundo ya nunca fue igual.

Mediante la pastilla anticonceptiva la mujer adquirió por inicial vez la potestad para regular su propia renovación genética. Fuera quedaron las advertencias eclesiales de que hay que tener todos los hijos que Dios manda, que el sexo es pecado y que prevenir embarazos es criminal, conceptos medievales sufridos por nuestras abuelas.

Pero, surge la consulta: ¿y el Volkswagen, qué tiene que ver en esta relación cultural…?

Es que en la Centroamérica del siglo pasado los medios de transporte eran obligadamente de estilo rural: carreta, mula, diligencia. Era escaso el transporte masivo. El caballo fue sustituido, en las ciudades, por la bicicleta y solo muy tardíamente por la motocicleta y el automóvil personal.

Y de pronto arriba al ocaso de la quinta década un vehículo no solo de bajos costo y mantenimiento, enfriado por aire y ligero, sino además con capacidad para trasladar de media a una docena de personas, y la economía se acelera, los tiempos de compromiso se perfeccionan, el circulante adquiere velocidad, la sociabilidad se incrementa ya que las gentes se ven de cerca, apretujados o no, unos junto a otros y se conocen, se citan y comunican, posicionan negocios, se enamoran quizás... Nace la clase media.

El transporte del pueblo nunca fue tan democrático como entonces e incluso —hacen la broma en Tegucigalpa— los buseros aprenden a hablar alemán ya que para comprimir a los viajeros y conseguir más ganancia gritaban: «¡suban, siéntense, estrújense!…»12

III. El complejo Caribe

Se deduce, por tanto, que la lengua debe estar sufriendo, por la época, simultáneos y particulares cambios de intensidad expresiva, y así es.

Términos y modos rurales viajan a la ciudad y se instalan en ella, en ocasiones con su original formato semántico-fonético (significado, pronunciación), en otros variados y, o, modificados. Pero a su vez, en el jugoso intercambio ya milenario de las voces de los hombres, y de sus intenciones, para adaptarse el campesino está obligado a practicar la lengua del amo o patrón citadino y al mismo tiempo a procurar que se acepte la suya, es decir su intrínseco estilo de enunciación y significación. Nacen los idiolectos, tan ricos en individualidad y emotividad según mayores o menores aglutinamientos demográficos.13

Es así como en la costa norte de Honduras, área atlántica, la suma de la migración del campo a la ciudad, la intervención de nuevos actores internacionales particularmente económicos, el influjo que desde los centros políticos locales y el hemisferio norte se expresa en radio y luego en televisión, y muy singularmente la expansión de la cultura bananera, modifican la vida del Caribe como en prácticamente toda Centroamérica —cultura que es un compuesto demasiado complejo para reseñarlo acá, no es este su espacio, pero que comprende en términos globales nuevos modos tecnológicos de administración de empresas, disciplina laboral, metodología de producción, técnica de cultivos, siembra, fertilización y riego, manejo genético de plantas, comercialización, mercadeo, publicidad y transporte, así como importación de insumos pertenecientes a estilos habituales del primer mundo: trigo (Avena Quaker), maíz procesado (Corn Flakes), alcoholes exóticos (whisky y bourbon, ron jamaiquino, ginebra), betún para calzado (Shinola), armas importadas de Hartford, Co. (revólveres Colt, machetes Collins), afeites (Glostora, Colgate), locomoción moderna (automóvil, ferrocarril, avión) e incluso peculiaridades íntimas poco recordadas de entonces (brasieres, blúmeres y condones, así españolizados, por ejemplo)—.14

El Caribe de Honduras es hacia los años de 1960 un conglomerado casi perteneciente al mundo de las cien y una culturas. El pueblo garínagu (plural de garífuna) desterrado de isla San Vicente, Antillas menores, a isla Roatán en 1796, baila su propio ritmo fúnebre, que es la punta y que en 1990 llegó a convertirse en éxito mundial («Sopa de caracol»); los marinos costeños contratados para laborar en los vastos navíos de transporte petrolero procedentes de Texas imponen sobre el litoral e islas su obsesivo ruido de música country; sonidos como calipso, soca, ska, reggae inundan el ambiente; se habla en la costa norte español (local y castizo de españoles migrantes), inglés (norteamericano, británico, beliceño y jamaiquino), francés, alemán y chino por viajeros y residentes foráneos; y un poco de lenguas de pueblos originarios (pech, lenca, tolupán, chortí, misquito, tawahka, sumo, rama) podría ser escuchado si alguien tuviera fino oído para captarlo15...

Con todo, y replicando aquello de que «la lengua es el imperio», es en el ancho entorno de las empresas bananeras donde va a forjarse —inmenso crisol— el sumun de particularidades de lenguaje del Caribe hondureño, tema al que han dedicado intensos esfuerzos de compilación y comprensión valiosos profesionales de América y Europa.16

Sobre tal campo lingüístico existen obras especializadas, por lo que sería repetitivo imitarlas. Baste decir que el objeto de este estudio no consiste en citar lo citable, sino en procurar delimitar en marcos sincrónicos lo que la diacronía de la investigación lingüística aún tarda en precisar y que es el período (década, mejor lustro, ojalá año) en que determinados vocablos empezaron a ser empleados y popularizados.

Para misión tal se ocupa a cien investigadores o alguna memoria privilegiada, que es la mía. Por causas de particularidad genética —venir a la vez de curiosidades étnicas lencas originarias y de españolas, o sea mestizaje—, la palabra dicha incidió en mi experiencia humana con tal ardor histórico que casi puedo recordar la primera vez que la oí —lo que no significa forzosamente que sea su origen sino algún modo de su instrumentación social—.

Y lo primero que descubrí en tales palabras fueron los fuertes componentes de los andamios de la pasión.

Amor y sexo

Para la década de 1960 en los estratos estudiantiles locales —como en los del entero mundo— el lenguaje exhibía pálpitos de amor.

Se decía cuevear cuando un amante había logrado la inédita capacidad de acariciar partes pudendas de la compañera, vocablo grosero y mayoritariamente machista.

Significaba que ambos estaban ya tirando, esto es compartiendo modos de intimidad.

O bien halando, lo que implica la metáfora de un hilo que amantes ambos elaboran.

Y una vez iniciado el idilio pasaban además a amontonarse, es decir abrazarse, hacerse uno, «poner unas cosas sobre otras» (RAE), y podían afirmar que andaban («ya andamos», «andamos juntos»), o sea que eran novios. Personas ajenas podían afirmar lo mismo con una curiosa metáfora gastronómica, esos ya están comiendo.

Enamorar a alguien en esa década era echarle el caballo, expresión sin duda mexicana, tomada de las escenas cinematográficas típicas en que el jinete alza por la cintura a la joven, en la plaza, y la roba. Pero igual se decía le voy a entrar, le estoy entrando a Isabela (por ‘ganarla, conquistarla’), concurrente con la pregunta de alguien acerca de esa misma pretensión: «¿ya te dio entrada?...»

Entre adolescentes varones, cuando se lograba ver las interioridades de alguna malsentada se decía que había enfoque, o entre ellas, al observar la malicia del varón una advertía a la otra «tapate, componete, te están enfocando».

Y obvio que numerosos vocablos habituales pasaron a adquirir nuevos significados: cuero y jamón eran adjetivos para una persona (varón o mujer) físicamente agraciada, pero calzón (igual forro: ‘gran / buen / hermoso’) se refería mayormente a los glúteos femeninos.

Algunas marcas de productos pasaron a la lengua popular por ellas mismas, convirtiéndose en sustantivos: «véndame un sultán / un cadete» (condones Sultan y Opel Kadet).

Mundo bananero

Como se ha señalado, las empresas de plantaciones fruteras ejercieron poderosa influencia cultural sobre el Atlántico de prácticamente toda Centroamérica desde inicios del siglo xx hasta aproximadamente 1970. Varios estudios retratan, desde diversos ángulos científicos y literarios, lo que fue la vida campeña (de campos bananeros) a lo largo de sesenta años, así como el producto social no siempre elogioso o admirable de dichas transnacionales en el istmo. Apodos aún vigentes, como «el pulpo», aplicado a la United Fruit Company («mamita yunai»), dejan ver un obvio signo de desprecio en su reminiscencia.17

El lenguaje «bananero» es abundante y mayormente gestado desde el idioma inglés. El académico de la lengua Atanasio Herranz realizó estudios en profundidad de las formas verbales generadas, o degeneradas, en aquel particular orbe de compañías millonarias y proletariado subalterno,18 quedando sus hallazgos incorporados al Diccionario de americanismos (DA). En fecha reciente Armando García publicó «Los afluentes del río de sangre en los socavones del oro verde. Cultura, identidad y lenguaje», que es un recuento testimonial de sus vivencias infantiles en los campos de banano, donde su padre era draguero (manejaba una draga).

Dado, sin embargo que el influjo de estos generadores lingüísticos estaba más bien disminuyendo desde la década de 1960 a 1970, es sumamente difícil, o arriesgado, atribuir alguno de sus vocablos a tales épocas. Valga decir solamente que muchos de ellos cruzaron la barrera de las generaciones y siguieron siendo empleados muchos años después, tales como el tren pasajero, usado en forma genérica para casi cualquier ferrocarril; ídem el machangay (deformación local de merchant day, o de merchandise); pachulí para calificar cualquier perfume escandaloso o barato; wachimán (watchman), que se siguió usando hasta tan tarde como el año 2010); yarda (yard); chiflar (vigente, por ‘silbar fuerte’: de chifle, whistle of silver… etc.) y chifle como ‘cargador o peine de municiones’; dron (cubeta, tinaja, de drum); sontín (maldecir a alguien, echarle something); cheque (check, vigente, por ‘listo, todo bien, oquey, ocay, pijudo, macanudo’); jafa (de half, mitad del cigarrillo que se pide: «dame la jafa»).

Automóviles y transporte

Es obvio que la generación de términos alusivos a estas materias se incrementó velozmente en las décadas citadas de 1960 y 1970 pues fue cuando los vehículos automotores ingresaron masivamente al país. Y en este campo ocurre una validación interesante, y es que la mayoría de vocablos por entonces generados (adaptados o deformados) prosiguen ejerciendo de metarrelatos y: (1) provienen mayormente del inglés ya que de fábricas anglosajones era su original procedencia, y (2) permanecen intactos o apenas modificados en el presente.

Se ingresa a un taller mecánico, incluso tiendas, y nadie se extraña de escuchar: closh (clutch), maniful (manifold), choque (shock, por ‘accidente’), bómper (bumper), rin (ring), carro (car), yac (jack), panel (ídem), cardán (ídem), o sus hondureñismos manudo (‘conductor novato o inexperto’), gato, gata (por jack), treintero (porque el taxi cobraba en 1960 treinta centavos), cucarachita (Volkswagen), pitoreta (por ‘claxon, corneta’, ídem choreta, no aparece en el Diccionario de la lengua española), andar en el doch (juego entre la vieja marca automovilística Doch y dosh o dos pies, andar a pie, a infantería, a pedal, a calcetín, a camello, a pincel); son competencia del contemporáneo verbo más horrible de la invención popular: restartear, para indicar que se reenciende (restart) una computadora.

Adaptaciones de voces internacionales

Antes era la guerra, hoy la tecnología el gran modificador del vocabulario americano en español. La modernidad introdujo réflex (sistema doble visual fotográfico), riel (carrete para magnetófonos y máquinas composer), yilet o yílet (navajilla para afeitar primitivamente marca Gillette), cótex (Kotex, marca), laman (agua de Lanman, ídem), blúmer (calzón), beibidol (baby doll, vestido de dos piezas para dormir), negliyí (ídem pero exótico, sensual), pantis (monocalzón moderno), pantimedia (medias con calzón), listic (lip stick o tintura de labios), shores (shorts), y de las películas vaqueras de 1960: tikirisi (take it easy, o sea ‘tranquilo, no te muevas») o sharap (shut-up: ‘¡calla!, silencio’). Relacionados con música se impusieron en la época lonpleyin (long playing), caset (cassette), cartucho, otros.

Igual en el período los influjos fueron más allá de vocablos para generar modos expresivos compuestos (frases, oraciones...) tales como calificar a una persona de haragán llamándolo «negrito del batey», ya que este en la melodía popular alega disgustarle el trabajo, por ser castigo de dios; o titular las cárceles y estaciones de policía «rigolas», en remembranza de la famosa canción (1959), con similar título, de Mario de Jesús y Los Melódicos que advertía que en la Rigola (cárcel habanera batistiana) asesinaban presos políticos; «juan charrasqueado» se convirtió en epítome del valiente y desgraciado, mientras que «la cama de piedra» era sinónimo de matrimonio pobre ya que «la mujer que a mí me quiera [aunque sin cama, el infeliz no posee una] me ha de querer de a de veras…».

Y para concluir la década el ajusticiamiento del gobernante Rafael Leonidas Trujillo incorporó al lenguaje ya no solo centroamericano sino continental cierto ícono referente, cual fue «el chivo», apodo del tirano, a quien, tras que lo acribillan los conspiradores, el español Balbino García escribe la pegajosa canción «mataron al chivo / en la carretera» y desde entonces el deseo de acabar con cada chivo latinoamericano, esto es con cada dictador o sátrapa cruel, ya cuenta con su trova.

Modismos

El período es fecundo en idiotismos y regionalismos, si bien otros logran alcance nacional. El origen de algunas de estas polisemias es oscuro, particularmente su doble o nuevo significado. Así, la palabra mate, aparte de cuanto usualmente contiene (sin brillo y bebida sudamericana) califica también una gestualidad exagerada («me hace mates»: ‘gestos, pangadas, musarañas’), en tanto que el cuerpo policial acumula sobrenombres con que lo reconoce la población común y la de germanía: sus agentes son chirizos, la jura, fusepos (por la organización policial FUSEP —Fuerza de Seguridad Pública—), cuilios, chafarotes (militares).

Formas populares de aprobación son en la década chorris, tuanis, chorro, morrocotudo, cheque (de check, inglés) e incluso pijudo (de pija) que adjetiva algo positivo. Y por similitud, aquello que luce muy bueno es que está avión, cañón, de puyón, opuesto a lo irregular, torcido o malo, que es cuando se emplean términos como lumbo, pando, pandeado.

En Figuras de agradable demencia, el cuentista Roberto Castillo cita un vocablo de amplia circulación estudiantil en la década indicada, que es pijie, que era el evento de coscorrones y palmadas dadas a los novatos en los centros educativos o bien a quienes lo merecían por público ridículo: «el acto del pijie se reagrupaba», y que proviniendo lógicamente de pija, en cuanto sexo masculino (no cuña de madera), despertó cierta serie de asociaciones y conjugaciones obsesivas: pijería, pijinear, pijiando, pijín, pijazo, pijeo, pijiar.

Mario Berríos copia en Portal del infierno un uso poco conocido del término pierna dentro de la experiencia militar:

Compañero de esta vida
de esta vida borrachosa
si eres cobarde échate a tierra
porque el cobarde requiere valor.
¡Pierna, pierna, pierna!
¡Pierna, pierna, pierna!
Ya se lo tomó
ya se lo tomó
¡Júa!

Es en tales décadas cuando comienzan a popularizarse los estacionamientos pagados para automóviles y cuando la forma inglesa park se aclimata e impone. Del castellanizado verbo parquear (parquiar) surgen lógicamente parqueado y parquió, entre otros, que implican adicionalmente quedarse dormido profundamente («está en su habitación, bien parqueado»). Similares adaptaciones son bróder (brother), camará (camarada), chero, pana (compañero, amigo) y el famoso refuerzo fáctico «no bufa» (no lo pregona, no fantasea: «es valiente y no bufa»).

Los calificativos personales de época son pintorescos: un niño sucio es que está embijado («embijao», achotado, de achote o Bixa orellana); quizás igual va chuña (descalzo, no tiene que ver con el ave sudamericana homónima) o calzado con chinelas (zapato urbano), y vive de choto (de gratis, mendicando), en tanto que bucloso (adolescente con bucle frontal, estilo Elvis Presley), como payulo (pálido) y musuco (de pelo ensortijado) definen a toda una generación roquera.

Habituales son otros tres términos por entonces: nace y reina el verbo agüevar (de huevo; el Diccionario de hondureñismos (DH), 2005, registra ahuevado únicamente, no con g), que habrá de durar hasta el siglo xxi y que define a alguien muy apenado, incluso deprimido por la vergüenza; se aceptan los salvadoreñismos zapurruco (no registrado en DH) que es despectivo para indicar persona de baja estatura, y, china, por niñera, porque chinea y no por tipicidad étnica.

Monedas y productos

La época es también abundante en denominaciones gastronómicas, tales como raisanbín (rise and bean; úsase similar casado, casamiento, moros); el famoso tapado, vocablo que tras ser un modo de cocina de haciendas (cocimiento bajo tierra y tapado con hojas de plátano) desde 1980 se vuelve presente en todo el país y en restaurantes. En cambio baleada no hace su aparición sino hasta la década de 1970 y con probabilidad comienza en San Pedro Sula.

La cultura culinaria centroamericana ha sido tradicionalmente del maíz, excepto en los enclaves bananeros, donde se introdujo desde temprano la harina de trigo. Con estas empezó la degustación de panqueques y wafles pero asimismo de una tortilla de harina plegada sobre porciones de huevo cocido, queso en polvo, frijoles molidos y al gusto de chile, alimento de bajo costo que hacia el año citado se vendía a obreros en las calles, conocida simplemente como tortilla de harina.

Hasta que, según la leyenda, a una de sus cocineras, la mejor, le balacearon una pierna, al cabo de cuya sanación quedó apodada la Baleada, y de allí el nombre nuevo de su producto (vamos a comer donde la Baleada).

Anglicismos españolizados en las bananeras desde épocas previas, particularmente de monedas, han sido abundantemente reseñados por diversos autores19 y dedicados a la numismática: daime, búfalo, tostón, real, cuis.

Nahualismos

Ha sido en décadas posteriores, sin embargo, que ha venido a conocerse —lo que es como redescubrirlo— que en los sedimentos de la lengua común centroamericana yace un profundo depósito de formas lingüísticas que son empleadas a diario pero de las que, empero, no se reconocía la exacta procedencia.20

Se trata de los nahualismos, voces que existen en el proceso de la comunicación casi como naturales pues responden a culturas de suma antigüedad, integradas ya por lo mismo a la memoria colectiva.21

Lo simpático de este fenómeno lingüístico es su intensa capacidad de sobrevivencia. Según las investigaciones mejor avaladas la migración de pueblos mexicanos hacia el sur del continente, es decir a la actual Centroamérica, aconteció desde alrededor de 600 años después de Cristo, siendo este un éxodo continuo que fue ocupando en formas pasiva o violenta anchos espacios de la geografía del istmo, con concentraciones mayores en el cono norte del mismo.

Fue así como Guatemala y particularmente Honduras y El Salvador se constituyeron en óptimos territorios para acomodar la citada migración mexicana, entendiéndose que es en parte por ello, por el antecedente guerrero de los mismos, que la resistencia indígena a la conquista española fuera tan férrea en estas zonas.

Tras el sometimiento, y al no poder controlar demografías tan dispersas, como tampoco hacerlas producir eficientemente, los castellanos decidieron concentrar al mayor número posible de indígenas en reducciones forzadas, donde mezclaron los diversos pueblos. Poco después, sin embargo, los mexicanos empezaron a escaparse y a integrar sus propios palenques o malocas, hasta lograr algún concordato pacífico con la autoridad real. Por ello muchos sitios poblacionales siguen llamándose «de mexicanos» hasta el presente.

Los nahualismos son, por ende, los primeros y los últimos aportes netamente populares a la lengua, específicamente en la costa atlántica de Honduras, ya que es hasta la década de 1970 cuando los lexicólogos advierten de ellos, gracias a nuevas informaciones y profesionales venidos de México, donde su estudio cubría ya varias décadas. Hoy son parte tan natural de la comunicación humana, tan discreta podría decirse, que parece como si se invisibilizaran de tiempo en tiempo para volver a surgir cada vez más dentro en la conciencia de todos.

Ejemplos de nahualismos o nahuatlismos: cherche, chapudo, cipote, chigüín, chichí, churro, chichote, chira, chirajo

  • Zunteco (del náhuatl tzontl, ‘cabeza’, y ecatl, ‘aire’): especie de avispa negra;
  • Mecate (del náhuatl mecatl): cordel o cuerda de cabuya, cáñamo…
  • Colocho (de colotl, ‘alacrán’): de pelo rizado.
  • Anacahuite (de anacahuitl, ‘árbol de amate’, Cordia boissierii).
  • Achín (de achí, ‘poca cosa’): baratero, vendedor de achinería o baratijas.

Colofón

Se supone que el desarrollo de las sociedades, alentado por los avances tecnológicos y económicos, debe volcarse en mejoras sociales, aunque rara vez se espera que modifique al lenguaje, lo que sin embargo acontece. La presencia de tecnologías novedosas y del enclave bananero en la zona caribeña de Honduras significó una completa revolución en diversos aspectos comunitarios, incluyendo la lengua.

Pero además preparó a una sociedad rural y tradicional —y por ende conservadora y poco propensa a cambios rápidos— para aceptarlos y apropiarse de ellos, lo cual significa que sobre una base atávicamente adquirida —las lenguas indígenas y particularmente los nahualismos—, y luego sobre una segunda capa impuesta, como fue el español, fuerzas culturales modernas (particularmente del idioma inglés) terminaron de conformar lo que podría ser titulado, sin temor a errores, una lengua costeña atlántica singular y dueña (constructora) de sus colectivos lexemas.

La vivencia personal permite testimoniar momentos «críticos» de tal proceso, pues aunque no sea un método ortodoxo practicado por la academia consigue capturas sincrónicas que ayudan a entender la íntima relación entre cultura y palabra en un momento dado.

El caso de la costa norte hondureña es por ende interesante: ratifica una experiencia idiomática ya ocurrida en otros espacios, pero a la vez única por los insumos que participaron en ella. La conclusión es, pues, casi ritual pero necesaria: después de la existencia misma, la lengua continúa siendo el ente vivo más extraordinario del planeta.

Bibliografía

  • Academia Hondureña de la Lengua (2005). Diccionario de hondureñismos (DH) Tegucigalpa: Academia Hondureña de la Lengua.
  • Aguilar Paz, Jesús (1986). «Toponimias y regionalismos de Honduras». Revista Presente, pp.2(16) a 3-11.
  • Amaya Amador, Ramón (1943). Prisión verde. Varias ediciones.
  • Asociación de Academias de la Lengua Española (2010) Diccionario de americanismos (DA). Madrid: AALE.
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Notas

  • 1. Euraque estudia ampliamente este proceso y explica «la mayanización» como constructo de identidad en su obra Conversaciones históricas con el mestizajeVolver
  • 2. Hay numerosos ensayos que tratan este período, entre los que destacan los análisis de García Laguardia.Volver
  • 3. Es cuando van a definirse las fuerzas de poder hegemónico que gobernarán uno u otro Estado en el futuro: conservadores y liberales, fenómeno que Gudmunsun define como «contienda intraclasista».Volver
  • 4. En «Preliminar» de Historia general de Centroamérica… Tomo III.Volver
  • 5. Dícese «se renueva» pues es obvio que existe un pensamiento tradicional de resistencia latinoamericano, de siglos, cuya explicación excede a un trabajo breve como este, pero del que puede conocerse su contextualización en el valiosísimo ensayo de Alicia Ríos (2002).Volver
  • 6. Ver Torres Rivas. La piel de Centroamérica.Volver
  • 7. Marvin Barahona. Honduras en el siglo xx. Una síntesis histórica; y Marcos Carías. De la patria del criollo a la patria compartida.Volver
  • 8. Rene R. Villanueva Sr. Thanks for Choosing Love.Volver
  • 9. Posteriormente interpretada con idéntico estilo por «Orchestra of the Light», de James Light. Volver
  • 10. Félix B. Caignet Solom: Circuito CMQ S. A. emitió El precio de una vida (1944), Ángeles de la calle (1948), Pobre juventud (1957) y La madre de todos (1958) (…) también produjo el programa más popular de Caignet, El derecho de nacer, que contaba la triste historia de Albertico Limonta y Mamá Dolores, y que comenzó a emitirse el 1 de abril de 1948, protagonizado por María Valero y Carlos Badías. (Wikipedia). Volver
  • 11. En Julio de 1878 Martí ingresa a Honduras por occidente (Ocotepeque, frontera con Guatemala) y, tras atravesar el país, parte desde el puerto de Trujillo (Atlántico) un mes después. Ver además Rubén Antúnez C., «Patriotas cubanos en el Departamento de Cortés». Volver
  • 12. Los seis párrafos finales de esta sección son tomados de mi conferencia «Convergencias culturales en la región y con Alemania. 30 años del Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD)». San José, Costa Rica, Mayo 13, 2015. Volver
  • 13. Trabajo pionero en este campo, a fines del siglo xix, es el de Alberto Membreño. Ver: Hondureñismos. Volver
  • 14. El Caribe en general, y en particular el centroamericano, es inmenso y rico. «Durante el pasado equinoccio de Primavera asistí en la ciudad de La Ceiba, litoral atlántico de Honduras, a la inauguración de la Casa de Cultura con que el pintor Julio Vizquerra abría al público una nueva opción de desarrollo intelectual. La Ceiba, a 403 kilómetros de la capital Tegucigalpa, es un puerto de 300.000 habitantes, sumamente alegre, donde se dice que el poeta colombiano Porfirio Barba Jacob concluyó su “Canción a la vida profunda”, donde José Martí conferenció con sus convidados a la revolución, temporalmente residenciados en Honduras —Máximo Gómez, Antonio Maceo, Flor Crombet— antes de emprender la gesta final; en que nació uno de los más vigorosos enclaves de ascendencia árabe asentados en América, y una ciudad que, curiosamente, lleva el nombre del árbol sagrado de los pueblos Mayas (Ceiba pentandra), que ellos consideraban como puente gnóstico entre realidad visible e Inframundo.

    Los actos de inauguración incluyeron la presentación de un exquisito violinista nacional, Fernando Raudales, así como de una pianista salvadoreña y un tenor guatemalteco, quienes debieron competir con el oleaje cercano para hacer oír sus melodías clásicas. Luego el cantautor Guillermo Anderson interpretó diversas composiciones a ritmo de punta y reggae; más tarde ocupó el improvisado escenario un cuadro local de ballet y el acto finalizó con doce bailarinas de raza negra, todas ellas de la tercera edad, que forman el grupo de danzarinas de Sambo Creek, una villa poblada por descendientes de garífunas exportados por los ingleses a la costa de Honduras desde la pequeña isla de San Vicente en 1796.

    En esa cita se hablaba español, inglés, francés y garífuna, y un médico alemán, Siegfried Seibt, conversaba con su nieto instruyéndolo en ese idioma. Los invitados consumían vino francés, ron de Cuba, whisky escocés o cierto ponche en que no debía estar ausente el aguardiente local. Al concluir la velada se descubrió una hermosa fuente de paté de foie que los invitados no vacilaron en acompañar con cazabe, una especie de tortilla costeña mayormente elaborada con pasta de yuca». Escoto, J. Peso del Caribe en la literatura centroamericana actual. Katholische Universität Eichstätt Zentralinstitut für Lateinamerika-Studien, abril, 2002.

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  • 15. «En la costa Caribe llueve música. Desde el alba se encienden las radios y los aparatos de sonido, para despertar al día. A veces por la mañana se oye el son lento de un bolero, cuando amanece triste el alma. Pero usualmente bailan entre las palmeras el merengue y la salsa, y el sol se levanta sobre las brumas del mar al ritmo caliente del reggae.

    Al mediodía los músicos unen soul y calipso, y con sus letras iniciales inventan el soca, para hacer fiestas tempraneras bebiendo coco y ron. Un rato después todo se acelera y se baila parranda de Belice, palo de Mayo de Nicaragua, tamborito de Panamá y vallenato de Colombia, o se desempolva un banjo comprado en Martinica para hacer un poco de biguine, de pop o funk. Las cabezas se mueven, los pies no cesan de toquetear, África llama desde la otra cara del espejo del mar. Un viejo desenvuelve entonces un CD (medio rayado) que adquirió en Aruba y el mar detiene su rumor de marea para escuchar una lengua nueva cocinada en holandés, portugués, inglés, español y algo de francés, el papiamento, que nadie entiende pero todos danzan. Huele a pescado frito, un aroma inquietante que entra por la nariz y se queda en la piel.

    Cae la tarde y alguien recuerda a Nueva Orleans tecleando al saxo varios trozos de jazz. Un ferrocarrilero nacido en Martinica interpreta en criollo algo de zouk, pringado con lamentos de spiritual. El aire trae recuerdo de un dios olvidadizo, de cariños rotos, de amores idos y océanos lejanos, el Caribe es demasiado grande para contenerlo en el corazón.

    A la noche se baila compás y merengue de Haití, tristemente. Pero un trío de músicos garífunas viene por la playa y, antes de arribar, sus tambores rompen la penumbra interpretando punta, el son de fuego que comenzó siendo ritual funerario y que se destila poco a poco a la sangre como un potente licor, hasta el amanecer. Lejos se llenan de luz las islas del Caribe, brillan sus playas húmedas y penínsulas. La costa se hace una maravillosa lluvia de sinfonía tropical». Tomado de Del tiempo y el trópico.

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  • 16. Atanasio Herranz, desde el punto estrictamente científico; Armando García, desde el confesional testimonial, Paca Navas de Miralda, Ramón Amaya Amador (Honduras) y Carlos Luis Fallas (Costa Rica), desde el narrativo novelesco; Carlos Izaguirre, desde el poético conflictivo; Roberto Elvir Zelaya, desde el botánico y forestal; las Memorias de la Fundación Hondureña Agrícola, desde la experimentación en banano y plátano; Saravia, desde la interpretación lingüística… Volver
  • 17. Sobre la «banana republic» han sido escritos cientos de libros y ensayos. Valga recordar a Krehm, W. Democracias y tiranías del Caribe (1984); Lee Woodward, L. Central America. A Nation Divided (1976); McCann, T. Una empresa norteamericana. La tragedia de la United Fruit (1976). Volver
  • 18. Los trabajos de Herranz, tanto investigativos, teóricos como analíticos, son fundamentales en el estudio del castellano en Honduras. Su bibliografía es amplia; al final de este ensayo se citan dos de sus libros más conocidos. Volver
  • 19. Izcoa. Billetes bancarios de honduras (1850-1950); Escoto. «Agregados al vocabulario de Prisión Verde», en Casa del agua. Volver
  • 20. Las primeras menciones a «mexicanismos» (por veces llamados aztequismos) fueron hechas por Aguilar Paz. Ver: «Toponimias y regionalismos de Honduras». Volver
  • 21. «Nahua. ADJ. 1. hist. Se dice del individuo de un antiguo pueblo indio que habitó la altiplanicie mexicana y parte de América Central antes de la conquista de estos países por los españoles, y alcanzó un alto grado de civilización. // 3. Se dice de la lengua principalmente hablada por los indios mexicanos. // 4. Perteneciente o relativo a esta lengua. Gramática náhuatl. Diccionario de la lengua española. Volver