Sin duda, hablar y escribir español es un hecho integral panhispánico. En efecto, es innegable que existe, así sea en un nivel general bastante abstracto, un español panhispánico o español general, que es la lengua materna de casi 500 millones de hispanohablantes, que pueden comunicarse sin demasiadas dificultades a uno y otro lado del Atlántico y, en el continente americano, desde México hasta la tierra del Fuego, además de en buena parte de los Estados Unidos. Es innegable, asimismo, que los casi 500 millones de hispanohablantes compartimos decenas de miles de vocablos y cientos de patrones gramaticales. Ese vocabulario y esa gramática comunes hacen posible la convivencia y permiten comprendernos unos a otros, con mínimas dificultades, a uno y otro lado del Atlántico y en este continente, sin solución de continuidad, desde el río Bravo hasta la tierra del Fuego. Es innegable, también, que hablar una sola lengua nos hace compartir una visión de mundo subyacente, ciertos modos comunes de vida, y así sea en un nivel abstracto, ciertos modos comunes de enfrentarnos a la vida y de tomar decisiones.
Pero es innegable también, sin embargo, que no existe tal cosa como un español único, sino que la lengua española tiene tal diversidad dialectal —fónica, gramatical, discursiva y mucho mayor aún, como es lógico, léxica—, que es casi imposible hablar del español a secas, sin restricciones o acotamientos calificativos, sean geográficos, sean sociales o de ambos tipos.
La paradoja o contradicción es clara: sí es posible hablar de una sola lengua española, pero no es posible hablar de una sola lengua española. En esta paradoja o contradicción vive la lengua española. Indudablemente, en ella vive la mayoría de las lenguas.
Reconocer, conciliar y respetar esta paradoja es un avance y un reto para quienes tenemos como profesión el estudio y cuidado de la lengua española misma. Sin duda, tomar conciencia de ella es ayudar a crear lazos más fuertes entre los hablantes, es ayudar a hacer mejores herramientas para generar mejor conocimiento dialectal, es ayudar a gestar identidad y respeto hacia la otredad, y es, por lo tanto, ayudar a otorgar la seguridad que va de la mano de saber quiénes somos, seguridad que, en gran medida, viene dada por el uso del patrimonio intangible, que es la lengua.
Abordaré tres aspectos de manera muy breve en el tiempo del que dispongo, para dar lugar al diálogo y a la reflexión. 1. ¿Qué tenemos ya?, esto es, los hechos. 2. ¿Qué falta?, es decir, los retos. 3. Algunas soluciones para que los retos se conviertan en realidades.
Contamos ya con bastantes logros desde dos perspectivas: i) una que podríamos denominar abstracta o de conciencia colectiva panhispánica, y ii) otra de herramientas y hechos específicos y concretos que respaldan aquellos hilos abstractos sociales colectivos, que configuran, tensan o unen e identifican el mundo hispanohablante actual. Atendamos primero tres diversos ángulos de la perspectiva abstracta, para atender después los resultados y avances concretos.
Las razones de tal policentrismo y multinormatividad son, a mi parecer, bastante claras. Tres al menos. Primera, los hechos históricos, físicos y sociales: a) enormes distancias geográficas, y las distancias generan diferenciación dialectal; b) intrincada geografía de montañas, océanos y ríos que generan fronteras lingüísticas naturales; c) tiempo para hacer travesías y establecer nuevas comunicaciones, y sabido es que el tiempo genera también diferenciación dialectal; d) las independencias americanas de inicios del siglo xix, que aislaron y volvieron más lentos o nulos los flujos migratorios; e) complejas migraciones españolas y europeas a Hispanoamérica a partir de inicios del siglo xx, y f) complejas migraciones a España desde Hispanoamérica y desde otras partes de Europa a partir de los años 80 del siglo pasado. Segunda, una gran densidad demográfica actual de Hispanoamérica, una gran complejidad étnica y una gran y muy heterogénea complejidad social. Estos tres ángulos generan una altísima complejidad en la conformación de núcleos de convivencia, generan policentrismo, demandan reconocimiento del otro y generan normas y subnormas lingüísticas guiadas por criterios no siempre similares. Tercera, la generación de medios de comunicación radicados no exclusivamente en las capitales de los respectivos países y la rapidez y fluidez de comunicación actualmente, que genera centros múltiples y simultáneos de difusión cultural, científica e informativa en general.
Pues bien, muchas instituciones dedicadas a la lengua y a la cultura, en América y en España, han centrado buena parte de sus esfuerzos y objetivos en estudiar la lengua española, crear herramientas para sedimentar y establecer sus diferentes normas y enseñarlas y difundirlas, porque existe una plena conciencia de lo arriba señalado: que estudiar, conocer y difundir mejor la lengua española es un asunto de seguridad, es, al mismo tiempo, dejar emerger las identidades y, con ello, otorgar mejor calidad de vida a sus hablantes, además de entender mejor y respetar al otro. En suma, el control de la lengua da seguridad y genera identidad.
El Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (en línea, s. v. identidad) define identidad, en sus acepciones 2 y 3, como, respectivamente, el «Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás» y «Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás». Una manera inequívoca de conocer el conjunto de rasgos propios de una colectividad es observar cómo se expresa y mediante qué rutinas o hábitos lingüísticos lo hace. Una manera inequívoca de otorgar identidad y seguridad es, sin duda, analizar bien, clasificar los hechos de lengua y gramática, describirlos en su unicidad y multiplicidad y crear las herramientas necesarias para respaldar dos sutiles ejes tan importantes como seguridad e identidad.
Como es bien sabido en la sociolingüística, una sociedad bilingüe puede establecer una relación de consenso en el empleo de dos lenguas o puede establecer una relación de conflicto en el uso de ambas. En el primer caso, consenso, las dos lenguas están en pie de igualdad para adquirir mejor calidad de vida, subir en el escalafón social o generar reconocimiento social a través de su empleo. En el segundo caso, conflicto, una de las lenguas desbanca a la otra en el uso para lograr el anhelo de mejor calidad de vida. Este bilingüismo es enriquecedor porque crea mestizajes ricos pero genera tensiones y desigualdades que habrá que cuidar, estudiar e intentar equilibrar. Las instituciones de la lengua pueden analizar, describir, denunciar y proponer, pero en este tercer aspecto son los poderes reales del Gobierno, los económicos y los educativos, los que tienen la última palabra para reequilibrar la relación de fuerzas entre las dos lenguas en cuestión, crear conciencia de valor y poder lingüístico y generar verdaderas sociedades de consenso y no de conflicto. Por ejemplo, adelanto ya un reto: ¿cómo ascender en el escalafón social con náhuatl y no solo con español en México, o con quechua en Perú y en Ecuador, o con español y no solo con inglés en los Estados Unidos?
Estas nuevas herramientas son «nuevas», no porque antes no hubiera gramáticas, diccionarios u ortografías, sino porque por primera vez en la vida de la lengua española se reconoce explícitamente en esas herramientas el policentrismo y multinormatividad de la lengua española, se reconocen en ellas las diferentes identidades y visiones de mundo subyacentes a los diversos usos lingüísticos, y no se juzgan ni se califican los usos de los otros. Falta mucho por hacer en este último punto, pero es mucho más lo ganado. Y es también un hecho inédito en esta década inicial del siglo xxi que una buena parte de esas iniciativas de otorgar visibilidad a la multinormatividad de la lengua española vengan de los propios países americanos, vengan de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), el organismo que vincula a todas las Academias de todos los países que tienen el español como lengua materna o de uso, y vengan del Instituto Cervantes desde sus muchas sedes, lazos y convenios con instituciones de educación superior en muchos países.
Listaré esas herramientas fundamentales porque nos dan una clara idea de la extensa base que ahora nos permite conocernos mejor. No es una lista exhaustiva, pero sí es representativa.
Pionero de estos corpus fue el proyecto del Programa Interamericano de Lingüística y Enseñanza de Idiomas (PILEI) de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina (ALFAL), que recogió en los años 1966 a 1981 las hablas culta y popular de las principales ciudades hispanohablantes (Buenos Aires, Caracas, La Paz, Madrid, México, Sevilla), proyecto que hizo posible empezar a describir el español oral a partir de una fuerte base empírica y a tratar la oralidad en pie de igualdad con la prestigiosa y tradicional lengua escrita.
No son pocos los retos para otorgar identidad y seguridad a los millones de hispanohablantes en sus usos lingüísticos, dentro de los numerosos ámbitos policéntricos y multinormativos de la lengua española actual. No son pocos los retos para hacer herramientas mejores en sus descripciones, más incluyentes en las estructuras que describan y menos calificativas en sus valoraciones de usos no conocidos o no estándares. No son pocos los retos para crear condiciones de igualdad y situaciones comunicativas y sociales de consenso y no de conflicto en áreas de bilingüismo. No son pocos los retos para hacer del español una lengua con cuyo uso adecuado y exitoso —en el sentido técnico de Keller de «éxito comunicativo» ([1990] 1994)— se genere mejor calidad de vida para centenas de millones de personas.
El más grande reto, sin duda, es mantener la integridad de la lengua española y respetar las muy diferentes identidades lingüísticas y visiones de mundo ancladas y vehiculadas en esa multinormatividad y policentrismo lingüísticos. Este último gran reto está en el diálogo a su vez con dos hechos consustanciales a la naturaleza de cualquier lengua y de cualquier comunidad lingüística, que siempre entran en tensión nunca equilibrada. Veamos.
Consustancial a la estructura gramatical es que esta es ajena, neutra o indiferente a asuntos de calidad, es decir, en la gramática no existen ni buenas ni malas estructuras, ni mejores ni peores construcciones, todas están presentes por algo y todas operan a la perfección en tanto que los hablantes logran comunicarse exitosamente con ellas. La prueba de ese éxito comunicativo es que el oyente-interlocutor responde y reacciona de manera adecuada a lo que quiere o solicita el hablante. Es decir, las voces correcto o incorrecto no caben en la gramática, solo le son pertinentes gramatical o agramatical. Por otro lado, consustancial a los hablantes es el sentido y la búsqueda de corrección lingüística, en tanto que somos seres insertos en la sociedad, en convivencia social cotidiana, y nos importa, y mucho, la valoración que el otro haga de nosotros, de ahí que preguntas importantes y frecuentes en todo hablante sean: ¿qué está mejor dicho?, ¿cómo suena mejor? Podría resumirse la razón de la preocupación de los hablantes por la calidad lingüística con la paráfrasis de un conocido refrán: «Dime cómo hablas y te diré quién eres», ya que el modo de hablar es una variable importante en el «diagnóstico» que el otro hace de nosotros.
La pregunta en términos de calidad no es gratuita ni banal, porque bajo ella subyacen dos objetivos sociales inherentes al hablar: ser aceptado el hablante en su grupo, esto es, ser uno más del grupo, a la vez que sobresalir del grupo, esto es, parecer diferente, más original, más brillante, etcétera. Ambos objetivos son complementarios en cualquier hablante, sea cual sea su nivel social y educativo.
En suma, la neutralidad de la estructura gramatical y la búsqueda de corrección lingüística son dos aspectos, contrapuestos pero reales, de la lengua y de sus hablantes, y los dos se enfrentan y crean una verdadera tensión —tensión imperceptible las más de las veces— en el funcionamiento lingüístico diario. Tal tensión se agudiza cuando se incorporan la variación social y la variación dialectal, y se agudiza aún más si en la sincronía quedan residuos del acontecer diacrónico de una determinada forma o construcción, porque estos residuos hacen más evidente la variación y ponen de manifiesto la multinormatividad en las posibilidades y preferencias de elección.
Me limitaré, por razones de espacio, a consignar los cuatro retos que considero centrales y a señalar una posible solución a cada uno de ellos:
Hemos planteado tres aspectos de naturaleza social abstracta que suponen avances importantes en el reconocimiento del carácter integral de la lengua española y en su simultánea multinormatividad. Dos hechos que parecen contradictorios pero no lo son. Hemos listado las numerosas y útiles herramientas que se han hecho en este siglo para analizar y describir mejor esa multinormatividad. Hemos insistido en que realizar una política lingüística adecuada es un asunto de seguridad e identidad. Finalmente, hemos identificado cuatro retos, centrales a nuestro modo de ver, y algunas soluciones para avanzar en el camino del diálogo, del reconocimiento del otro y del respeto al otro y para llevar a cabo nuevos trabajos en pie de igualdad.