Creo que la ciencia, el trabajo de los científicos, debe contarse como un cuento. Narrarse con las herramientas de la buena literatura. Explicarse correctamente en todo su maravilloso poder. Humanizarse. Traducirse a lo que es relevante para la sociedad. Usarse como un instrumento de seducción, empoderamiento y entretenimiento y, por lo tanto, de mejoría. Y creo en la exploración, la fuerza que hace posibles los más grandes avances de la humanidad.
Obsesionada por vivir los mapas de mi propia cartografía mental, y en busca de ciencia sobre la cual escribir, he recorrido el mundo para entender la tela invisible que une al universo (literalmente, desde las redes de hongos bajo el tapete de una selva hasta la fibra del espacio-tiempo agitada por una onda gravitacional), y hablar con las mentes brillantes que empujan a diario las nuevas fronteras del entendimiento. A través de mis artículos, novelas, poesía y documentales de radio y TV, he querido alcanzar a niños y jóvenes y mujeres y minorías y adultos de todas las miradas. Porque aprender cómo la ciencia moldea nuestra existencia misma y cómo rige nuestra evolución no es un privilegio. Es un derecho social.
La comunicación de la ciencia en España tiene una larga y distinguida tradición desde que Manuel Calvo Hernando fundara las primeras asociaciones de periodismo científico en el país en la década de los sesenta. Hoy en día, si bien no hay un exceso de medios dedicados a la ciencia, si hay ejemplos notables en varias plataformas, incluyendo los blogs y el internet.
Por su parte, durante décadas, América Latina ha estado a la zaga en materia de periodismo científico y comunicación de la ciencia en general. No obstante, en los últimos cinco años la región ha avanzado en su interés por divulgar la ciencia. Hay ejemplos aislados sobresalientes de periodismo científico en muchos países. Revistas inmensamente populares que indican el fuerte interés de un público que sí está hambriento de la ciencia bien contada. Y sin embargo, nuestros periodistas aún necesitan recibir apoyo para especializarse en ciencia, ir a las fuentes originales en su búsqueda de información, hacer periodismo investigativo, y saber que no existen las preguntas tontas. Pero la moneda tiene dos caras, y los científicos a su vez tienen el deber de entender ese otro mundo del periodista bajo presión del tiempo.
Al mismo tiempo, nuestros medios impresos necesitan abrir secciones dedicadas a la ciencia, espacios amplios donde el escritor pueda ahondar en las complejidades de la investigación básica. Y nuestros medios televisados y radiales tendrían que ponerse a pensar creativamente, y a entender que la comunicación de la ciencia puede ser una industria productiva, si tan solo la presentan en las plataformas y formatos que gustan a la gente.
Por encima de todo, escribir sobre ciencia para el público general significa contar historias que mezclen la narrativa y el color con la información y las teorías científicas, sin por ello restar su rigurosidad y exactitud. Significa crear un puente entre ambos mundos, traduciendo e interpretando las valiosas investigaciones en una experiencia de lectura o escucha agradable e inspiradora. Eso con frecuencia significa humanizar —incluso antropomorfizar— la ciencia. En otras palabras, un buen escritor de ciencia no solo debe hacer que el tema sea claro, sino irresistible.
Los seres humanos somos por naturaleza narradores de historias. ¡A todos nos gustan los buenos cuentos! Esta es la forma en que hace milenios comenzamos a compartir nuestra experiencia, reunidos con nuestros hijos alrededor de alguna hoguera prehistórica. Los descubrimientos científicos los hacen personas de carne y hueso. No son cosas que simplemente «pasan». Como lectora, es posible que no se me olvide la imagen de una frase describiendo la mano de un investigador que lleva una ampolleta con un trillón de virus letales, frente a la simple mención de que tal virus está siendo usado en investigaciones.
Aunque a muchos científicos les preocupa convertirse en íconos de la prensa cuando se trata de popularizar la ciencia, abrazar el concepto es algo que se traduce en ganancia para todos. Puesto que pocos entre el público general entienden la ciencia y muchos temen su magnífico poder, es crucial dar a la gente las herramientas para desarrollar el pensamiento científico y crítico. La cura para el miedo y el odio a la ciencia que uno encuentra en grupos tales como tecnófobos o fundamentalistas religiosos es el conocimiento, llevado en historias que capturan y recompensan la atención de una audiencia.
¿Quién debe escribir sobre ciencia? Sencillamente, el que lo hace bien. Escribir sobre ciencia para el público general no significa que un científico deba dejar de escribir artículos técnicos y descriptivos de sus investigaciones. Estos y un artículo en un blog, un periódico o una revista, son dos cosas distintas, con propósitos diferentes. Dentro del mundo anglosajón que inició el movimiento de comunicar la ciencia de esta manera, Isaac Asimov, Stephen Jay Gould, Carl Sagan, Carl Zimmer, Michio Kaku, David Quammen, Steven Pinker, Jared Diamond, David Attenborough, Bill Bryson y Richard Preston son apenas algunos ejemplos de escritores (tanto periodistas como investigadores) sobresalientes que dominaron alguna forma de escritura narrativa de la ciencia. Sus libros (incluyendo los de ciencia ficción), ensayos y artículos han sido fundamentales para hacer que nos enamoremos de algún aspecto particular de la ciencia, o al menos han picado nuestro interés.
Por otra parte, está el muy olvidado mundo y mercado de la escritura científica para chicos y jóvenes. No me refiero a un aburrido texto académico de colegio, o a cuentos de caricaturas para infantes, sino a confeccionar novelas de aventura y adrenalina con todo el poder de una buena trama y las técnicas de desarrollo de personajes de las grandes novelas de ficción. Mi propia experiencia con la colección Juntos en la aventura ha sido extremadamente gratificante ya que mis lectores en Latinoamérica responden activamente al amplio contenido de ciencia en cada libro de 200 y más páginas. Este es un efecto palpable y medible del efecto de la escritura científica narrativa en las generaciones jóvenes.
Finalmente, no podemos darnos el lujo, en Hispanoamérica, de dejar que nuestras sociedades permanezcan ignorantes, desinteresadas o ajenas a los avances científicos a su alrededor. ¿Cómo decide una sociedad si una nueva tecnología es necesaria y beneficiosa para la humanidad? Esta es una pregunta que nos hacemos con frecuencia en la Federación Mundial de Periodistas Científicos, WFSJ. Solo las sociedades bien informadas y educadas pueden entender las consecuencias de los temas científicos, y desarrollar el criterio de apoyarlos o rechazarlos.
Y entonces uno regresa a esa dinámica, a ese «tango de la seducción» entre escritor y lector. Si en biología la complejidad la dan las moléculas, en literatura la confieren las imágenes. Un tango hecho de imágenes en lugar de notas musicales que cuente el cuento de la ciencia.