Como es sabido, el español es una lengua en alza en Estados Unidos. Ya no es lengua «extranjera» en este país, sino primera o segunda lengua para muchos. Existen numerosos datos para comprobar que hoy en día hay más hispanohablantes en Estados Unidos que en el país que plantó la semilla de esa lengua en el Nuevo Mundo, España (ver mapa).
Muchas escuelas primarias ofrecen clases bilingües, en las que los alumnos estudian sus asignaturas tanto en inglés como en español (tan solo en la ciudad de Nueva York existen 180 programas bilingües; no todos son de español, naturalmente, pero el español domina). En Utah, un estado sin raíces hispanas, un 9 % de los alumnos estudian dos lenguas; en Oregón, es un 10 %. Hay escuelas monolingües también, donde el uso del inglés, si no está exactamente prohibido, por lo menos se desaconseja. En las escuelas secundarias, es el español la asignatura de lengua más solicitada (algunas escuelas tienen dificultades para encontrar un suficiente número de maestros con los que atender esa demanda). En la gran mayoría de las universidades norteamericanas, el estudio del francés, el alemán y las lenguas clásicas (latín, griego) —las lenguas que hace 20 años dominaban el plan de estudios— desciende precipitadamente, mientras que miles de alumnos no encuentran plazas en las aulas de español por el creciente número de jóvenes que insisten en aprender ese idioma.
Se sabe también que hay un bilingüismo callejero e incluso oficial en muchos estados norteamericanos, como California, Arizona, Texas y Florida, pero se reconoce menos la presencia de lo hispano en Wyoming, Iowa, New Hampshire, Virginia u otros estados que no se encuentran en la frontera entre Estados Unidos y México. Según el New York Times, cada vez más personas anglohablantes ven el biculturalismo y el bilingüismo como una estrategia importante en la nueva economía global (9 octubre 2015).
Pero el inmigrante español y el hispanohablante no siempre han tenido una presencia tan obvia en este país, como el nuevo libro de James D. Fernández y Luis Argeo, >Invisible Immigrants: Spaniards in the US, 1868-1945 (2015), sugiere.
«Invisible immigrants». Pues sí: a pesar de la extraordinaria presencia de los hispanos en Estados Unidos, a pesar del ruido y alto volumen del debate político (con frecuencia xenófobo y racista, hay que decirlo) sobre (es decir, contra) lo hispanohablante en Estados Unidos, la gran mayoría de los estadounidenses simplemente no tiene idea de lo profundamente arraigada que está la lengua española en su país. Mi teoría hoy es bien sencilla:
A pesar de la omnipresencia de la lengua española en el discurso diario en los Estados Unidos, los norteamericanos no la ven, no la perciben y no son conscientes de su existencia. En el tiempo limitado del que dispongo para la exposición de esta tesis solo puedo ofrecer unas líneas generales, dar unos cuantos ejemplos y sugerir varias categorías de este español «invisible» en Estados Unidos.
Muchas empresas ya reconocen la presencia (y la importancia del poder adquisitivo) de la población hispana. Todos hemos tenido esta experiencia: solo hay que llamar a cualquier compañía nacional (o multinacional) para oír el famoso «Para continuar en español, oprima el nueve», lo que habla por sí solo de la gran cantidad de hispanohablantes que usan los servicios o compran productos de dichas empresas.
Hoy en día, en Estados Unidos el español se ve 1) en publicaciones oficiales del gobierno; 2) en el transporte público; 3) en anuncios y páginas web de empresas, bancos y tiendas; 4) en instrucciones para aparatos; 5) en avisos y advertencias de todo tipo; 6) en instituciones educativas y culturales (como universidades, museos, etc.); 7) en establecimientos de hostelería; 8) en el sector de la medicina y la salud, y 9) en productos de consumo.
Algunos ejemplos que ilustran el uso del español en Estados Unidos | |
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En publicaciones oficiales del gobierno | |
En avisos y advertencias | |
En hostelería |
Naturalmente, algunos individuos sí que toman nota de este bilingüismo, y lo rechazan. Hay muchos casos en los que un anglohablante expresa «incomodidad» al tener que «oír» o «sufrir» demasiado español (en un hospital, por ejemplo, o, caso más sorprendente, durante un servicio religioso en una iglesia [Christerson 92]). En un blog de signo derechista («Coston's Complaint») puede leerse (en inglés, claro está) una protesta contra la frecuencia del español en el discurso diario norteamericano (empresas, escuelas, gobierno). El verbo que usa el bloguero para hacer resaltar la presencia del español en, por ejemplo, las señales de tráfico, ya indica su postura ideológica: el español —según él— «esparce desperdicios» (litter) o «ensucia» el país. Luego, amenaza apocalípticamente —imitando una retórica bíblica— que «Nosotros como nación desaparecemos de la Tierra» («We as a nation shall perish from the Earth»). Si continuamos usando el español, el mundo se acabará.
El mundo no se va a acabar. Estamos viviendo un momento importante en la historia de la globalización (Ramazani 35). Las lenguas hoy en día tienden a entremezclarse, dando como resultado una diglosia, o una poliglosia, que nos enriquece a todos. A pesar de la negatividad de los críticos, que ven en este fenómeno una amenaza contra «nuestra» identidad cultural, creo que esa vitalidad es un beneficio, que nuestro mundo es un sitio de oportunidades culturales y económicas, y que asegura un futuro libre y democrático.