Sin ninguna duda es en los manuscritos originales donde la lengua de autores de pasados siglos se manifiesta con mayor fidelidad, en amplitud lingüística, que depende de la extensión y variedad temática de estos, por supuesto más que en la letra impresa, en esta cuestión dependiente de cómo la edición se llevó a cabo y sobre qué texto manuscrito, autógrafo o copia. El ideal comparativo es que se cuente con el original del autor y con el texto impreso, en prínceps a ser posible, lo que no siempre ocurre, o al menos con autógrafos de otra índole —epistolario, compromisos contractuales o testamentarios y de erudición...— de suficiente entidad. En el caso de la obra de Cervantes por desgracia es muy corto el corpus manuscrito salido de su pluma hasta ahora conocido, en su mayor parte relacionado con su actividad en Andalucía de comisario real para la saca de productos agrícolas, principalmente cereales y aceite, para el aprovisionamiento «de los galeones de España».1 Son textos por lo general breves, algunos de pocas líneas, cuyo contenido dificulta cualquier posibilidad de contraste estilístico con su producción literaria, apenas esta secuencia de tres coordinadas en tensión significativa creciente, con la última desarrollada mediante la subordinación, recurso frecuente en el Quijote: «De encerrar quinientas fanegas de trigo que estauan en vn patio descubierto para hazer un ensaye y llouió y fue menester recogello con presteza y tomé jente que ayudase, de más de la que serbía en la molienda, seys reales» (2).
La ortografía cervantina no tiene mucho de particular, en realidad nada que no aparezca en otros manuscritos de la época e incluso muy posteriores. En efecto, su tendencia a no puntuar la i latina, aunque esta letra en él ni mucho menos siempre carezca de punto, tal vez tenga que ver con sus años de aprendizaje en un siglo que conoció la expansión de una costumbre ortográfica relativamente reciente: a finales del xv ni siquiera en documentos reales en letra libraria se puntuaban regularmente las íes latinas. De manera que su maestro de primeras letras bien pudo ser anticuado en esto, debiéndose tener en cuenta asimismo que en los distintos manuscritos de Cervantes hay notables diferencias en las frecuencias de íes con y sin punto.2 Semejantemente, el muy ocasional empleo de la puntuación ortográfica encuentra numerosas correspondencias coetáneas,3 y al menos hasta finales del siglo xviii se hallan cartas con escasa y anticuada puntuación, así las del gaditano Rafael de Orozco, representante en América y en la Corte de una gran casa comercial gaditana, con solo el punto y final de párrafo y algunos dos puntos (:) de vario valor sintáctico, mientras que sus amanuenses y los de otros hombres de negocios tenían mejor caligrafía, y puntuación ortográfica más puesta al día: eran menos cultos que sus señores, pero habían sido educados para ese menester, como los que en el Siglo de Oro debieron seguir las pautas de los manuales de escribientes (Frago 2015b: 81-83). Ahora bien, la letra de Cervantes es de fácil lectura, que tampoco entorpece la ausencia de punto sobre la i en bastantes casos.
La ortografía alfabética de Cervantes no choca con la corriente en la manuscritura de su tiempo porque ponga la y vocálica a comienzo de palabra (Yndias, ynterim, yré) y tras otra vocal, se trate de diptongo (azeyte, reyno, seys, treynta) o de hiato (creydo, proueydas); ni porque alterne b y v (bizcochero-vizcochero), c y z (condució, conduzió), o j y g (jente, gente), menos aún por su empleo de la v vocálica (vn) y de la u consonántica (conuirtió, deue, hauía).4 Ni siquiera porque de manera muy ocasional escriba Enrrique (9), grafía que hasta entrado el siglo xix se conoce y en este mismo onomástico a finales del xviii. Mucho menos porque con gran frecuencia ponga n ante b y p (conponiendo, cunplir, nonbrados), en mayor número de casos que aquellos en los que escribe m.5
Sin duda se ha exagerado al hablar de la letra y de la mala ortografía del gran autor, que no llaman la atención si se las compara con las de muchos de sus contemporáneos cultos que no fueron formados para el oficio de amanuenses y de escribanos públicos, o para ostentar elevados cargos en la administración civil y eclesiástica. Incluso puede afirmarse que, en lo que es ortografía alfabética, lo escrito por Cervantes es de mayor modernidad lingüística, o realismo fonético, en algún importante aspecto grafémico que el texto prínceps de su universal novela. Efectivamente, en lo que concierne al reajuste consonántico, Cervantes prescinde de la doble ese entre vocales, como muchos grandes notarios del xv y el mismo redactor del contrato matrimonial de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, o más tarde Teresa de Jesús y, en América, fray Juan de Córdoba, como ejemplos señeros, pues desde mucho antes solo existía un fonema /s/, como contundentemente reconoció Mateo Alemán en su denuncia del uso de tres signos gráficos para una sola pronunciación, al tiempo que abominaba de la ese alta, sin embargo mantenida por la imprenta, también en la del Quijote. De suerte, pues, que cuando el editor de textos literarios del Siglo de Oro decide modernizar sus grafías no puede afirmar, sin más, que el sistema consonántico antiguo estaba en crisis, como en ediciones del Quijote se ha dicho, y en otras publicaciones recientes también, máxime cuando se está tocando una cuestión crucial de la historia del español, no siendo preciso entrar en ese terreno lingüístico. El sistema fonológico medieval había cambiado, tanto en el grupo de las sibilantes como en la oposición de las labiales sonoras, en el siglo xvii no había más que una /b/ en español, pero se mantuvieron durante siglos las grafías correspondientes a los sonidos evolucionados, con diversos grados de fidelidad a los viejos cánones escriturarios, variable fidelidad que no era de orden lingüístico, sino cultural.6
Asimismo debe quedar claro de una vez que en la variación mesmo-mismo no hay vacilación de timbre vocálico, como no pocos continúan pretendiendo, entre otras cosas porque las vocales tónicas muy difícilmente lo alteran, sino que es cuestión de la multisecular coexistencia de dos soluciones evolutivas, preferida la primera (mesmo) en la Edad Media, única que Nebrija acoge, aún exclusiva en Covarrubias y de la que Correas todavía advierte que «algunos… dizen mismo, misma»; la segunda desde hacía algunas décadas estaba introduciéndose en el habla culta. Tampoco suponían vulgarismos vocálicos escrebir y recebir, resultantes de la disimilación i… í > e… í y dominantes en la lengua escrita medieval. El caso de mill se ha querido plantear desde un punto de vista fonético, lo que desde hace años he rechazado, cuando en castellano siempre ha sido inviable un fonema palatal final de palabra; por influjo de la lengua escrita forense y notarial el latinismo mille apocopado, que Nebrija repudiaba, se mantuvo con frecuencia variable casi hasta el siglo xix en textos del género y, mientras en el Quijote no tiene ningún registro, Cervantes lo emplea en algunos manuscritos con la connotación del estilo del escribano de oficio, opinión que también es de Juan Gil (2015: 141). Finalmente, sus autógrafos ofrecen dos lapsus que difícilmente pueden indicar la influencia del andaluz en él: «y esta relación doy por mandado de los señores contadores, puesto que tengo dada otras a que en todo me refiero» (8), y un certificación (5) anotado por Ruiz García (2015: 78) como «palabra corregida», pero cuya c inicial claramente se ve superpuesta a una s. En cambio, donde se transcribe «seys reale» (2), la comparación con otros registros de la misma forma en este documento deja claro que debe leerse reales.
No hay que buscarlas en la cuestión ortográfica, tampoco las discordancias, porque no se conoce el original manuscrito, ni a ciencia cierta se sabe si la prínceps se imprimió sobre la copia de un amanuense profesional, y porque manuscritura e imprenta seguían cánones distintos, de manera que era normal que donde a mano se había puesto constantemente -s- intervocálica, o cunple y nonbrados, el impresor se decidiera por la -ss- en los casos etimológicos, y por m ante p y b. De hecho, el documento (12), petición de privilegio para la edición de 1605, cuya autoría, salvo la firma, Rico (Bouza y Rico 2009: 27-30) atribuye a Francisco de Robles, librero y editor del Quijote, ortográficamente en muy poco difiere de cualquier original cervantino con sus conponer, conpuesto, inprimir, con sus v por b (receviré, travajo), así como en puntuación, y fonéticamente con su letura y el tradicional receviré, o el auxiliar de haber en presente sin h (e conpuesto). Y en el original de Robles en este artículo reproducido también se da la coincidencia en lo que a puntuación concierne, así como en el uso de las mayúsculas y en el exclusivo empleo de una sola ese entre vocales (lo mismo presente, presentó, que pasado, pasó), igual en sus reçevir, reçevida, y un vulgar enterpuniendo.
Los autógrafos apenas ofrecen dos casos de alteración de timbre vocálico: convertió alternante con convirtió (6), y compliré que Ruiz García (2015: 87) anota «corregido» en cumpliré (7), con numerosos ejemplos del correcto cumplir; en el Quijote no se halla ninguno de estos desvíos. Del antihiatismo está el ejemplo de tray ‘trae’ (1), fenómeno del cual en la prínceps se ha suprimido toda muestra gráfica de una solución fonética que se halla en otras obras de Cervantes y de distintos autores de la época, desde luego no en la frecuencia con que en cartas populares de emigrados a Indias se encuentra. Pero en el caso de la sinéresis de provedor la cuestión es evidente: en el Quijote no hay más que proveedor (2 casos), mientras que su autor en los autógrafos únicamente pone provedor, con 2 muestras en (5), 7 en (6) y las mismas en (11), siendo que los escribanos de los documentos 7 y 8 constantemente escriben proveedor. Por otro lado, en (10) se lee «escribí a vuestra Magestad los días pasados lo que haui hecho», y la falta de la a final del auxiliar a mi parecer se debe a un antihiato fonosintáctico, sinalefa mediante.
En cuanto a grupos consonánticos, correción está en (1), con 3 testimonios en el Quijote y ninguno de corrección. El documento (4) presenta 4 setiembre, 3 otubre y 3 octubre; el (11) 3 otubre y 3 octubre, y en conjunto estos datos demuestran que en Cervantes aún se mantenía con gran vigor la tradicional tendencia, mucho más acusada en Juan de Valdés, a la simplificación de los nexos consonánticos latinizantes. En el Quijote los dos prólogos ofrecen un claro predominio del latinismo consonántico (conceptos, doctores, efecto, facción, etc.), en tanto que en el texto novelesco se alterna con su reducción (acidente, conflito, dotos, eceto, etc.), en diversas frecuencias, por ejemplo 6 doctrina / 0 dotrina, 20 ignorante / 0 inorante, pero 6 letura / 0 lectura, 10 casos con la raíz de acetar / 4 con la de aceptar. En líneas generales, y salvada la enorme distancia numérica en registros manuscritos e impresos, parece que en el Quijote se favoreció algo más a las variantes cultas; téngase en cuenta que se trata de una obra literaria y no de los escritos propios de un comisario de abastos, pero en conjunto en la novela se advierte una cierta concordancia entre la antigua tradición castellana y la tendencia cultista, sin gran diferencia con el mismo aspecto lingüístico de los autógrafos. En esta cuestión Cervantes se muestra menos conservador que Correas y menos latinizante que Covarrubias, debiéndose considerar que el otubre de su «Dedicatoria al Conde de Lemos» está en la «Tasa» y «Fe de erratas» de 1615, corretor en el «Privilegio» de esta edición y en el de 1604.
En el aspecto gramatical destaca el empleo único de trujo en los manuscritos, con 12 ejemplos en (4), de manera coincidente con el texto del Quijote, donde hay 14 trujo y 34 registros de la conjugación de traer con radical truj-, con un solo trajo en «y trajo del copete mi cordura» del soneto Don Belianís de Grecia a don Quijote de la Mancha, siendo relevante esta fidelidad de la imprenta a lo manuscrito por el autor, porque si es cierto que esta forma verbal en otras obras literarias de entonces así se halla, no lo es menos que trajo estaba imponiéndose: entre 1570 y 1620 el CORDE acopia 694 testimonios de trujo y 1081 de trajo. Los dos testimonios de infinitivo con enclítico de tercera persona aparecen con palatalización, «fue menester recogello» (2), «para podellas juntar» (3), y en el Quijote poderlo-podello alternan con bastante frecuencia, aunque con marcada diferencia entre los dos prólogos.
En la fonosintaxis de la copulativa y Cervantes responde al uso más tradicional en los autógrafos: y iré (10), «y hizo conduzir», «y hize mi quenta» (11). En el Quijote es muy frecuente la secuencia típica de los manuscritos, aunque existen muchas de la variación «diversas e innumerables» (I, 18), «atravesarla toda e ir a salir al Viso» (I, 23), y las disparidades numéricas entre registros autógrafos e impresos no permite certificar que en la letra de molde se hubiera modificado un uso cervantino conocido con seguridad solo por los antedichos tres testimonios. Lo seguro, en cambio, es que el postulado de Covarrubias de que e ante (h)í solo se daba cuando se escribía «con algún primor», citado a propósito de un y hice del mencionado soneto (Edición Rico 2015: I, 27), no era el de los cervantinos manuscritos, ni del Quijote, donde el tipo y hijo es harto frecuente. En cambio ese «primor» del verso sí pudo condicionar que en él el de Alcalá pusiera trajo.
Por último, los manuscritos atestiguan quien singular y plural, con este valor solo en «lo hizo conduzir… a poder de Pedro de la Siega y de Manuel de Ribera, a quien se hauía de entregar para hazerse vizcocho» (5); en el Quijote ningún quienes y 4 quiénes. Y un registro de la construcción ya + S + V, «porque ya él hauía tomado la cuenta» (11), coincidente con un uso muy predominante en la novela. Efectivamente, del adverbio ya con pronombre de primera persona antepuesto al verbo hay 17 construcciones, y nada más que una es «que yo ya estoy satisfecho» (I, 50), las restantes del tipo «que ya yo os conozco», «ya yo hubiera castigado tu sandez», etcétera, siendo también claramente dominante esta combinación con él-ella, «ya ella le tenía cumplido» (I, 51), pero con algunos ejemplos como «él ya tenía noticia» (II, 58), «ella ya se maravillaba» (I, 34).
En cuanto a las antiguas variantes escrebir-escribir, la primera no se halla en los autógrafos, escribí se reitera en el documento (10), y en el Quijote hay 6 escrebir / 163 escribir en su conjugación. El verbo recibir mantiene la i átona de su lexema: recibir (1), recibí (4), recibiré (9), rescibían (11), además del sustantivo tomado de su pretérito simple, «de quien yo tengo recibí» (11), y se conserva su antigua disimilación en rescebir (4), receuido (6), rescebido (11); en el Quijote 106 recebir / 98 recibir. Hay 4 mesmo en los autógrafos (4, 5, 11), y 1 mismo (2), mientras en el Quijote se encuentran 222 mesmo / 177 mismo, proporción muy distinta a la que los originales arrojan. De ansí hay 4 muestras autógrafas (1, 4, 5), otras tantas de así (2, 5, 11), siendo completamente distintas sus imputaciones en la novela, con 62 ansí / 1065 así.
Por el cotejo de los datos que arroja el análisis de los autógrafos con los que en el Quijote les corresponden, y siempre con la salvedad de sus diferentes extensiones, se evidencia la concordancia en lo que indican las frecuencias de trujo y de la secuencia ya + S + V, que es casi total en cuanto a escribir, con un cierto equilibrio en los respectivos registros de recebir-recibir. La diferencia es palmaria en lo que concierne al antihiatismo cervantino, quizá lo más popular de estos manuscritos, que en el Quijote desaparece, advirtiéndose en el corpus novelístico un extraordinario mejoramiento normativo en lo que hace a su preferencia por así sobre ansí, y, aunque no con tal rotundidad, también en su realce de la variante mismo. Una cierta elevación normativa se aprecia asimismo en beneficio de los grupos consonánticos cultos, con pervivencia de una alta frecuencia de su simplificación, pero recuérdese que correción es en el manuscrito y así son los tres testimonios de esta voz en el impreso. Y respecto del fonosintáctico y hice, también hay un giro en el texto literario, aunque no radical, pues el sello autógrafo mantiene mucha presencia en la obra salida de la imprenta.
Que el manuscrito convertió sea convirtió en sus dos casos del Quijote, apenas tiene valor comparativo, pues la novela ofrece muchos más ejemplos de alteración en vocales átonas, algunos todavía aceptados en la lengua culta, tal vez imputables al autor, que argumentalmente se sirve de la variación lingüística en el plano de la diversidad sociocultural, y otros quizá posibles errores de imprenta. Pero junto al inicial compliré, rectificado cumpliré, las dos muestras indican que el vulgarismo muy poco afectaba a la lengua de Cervantes, teniendo en cuenta este atisbado prurito corrector, que se refuerza por su enmienda de sertificación e incluso por la rectificación ortográfica en saqó (5), con una c superpuesta a la q que Ruiz García nota (2015: 78), grafía enmendada de la que sin embargo hay no pocos testimonios en la manuscritura de la época, aun siendo más corriente en este contexto fónico la c. El único quien plural autográfico viene a coincidir con la total ausencia de quienes en el Quijote, donde hay 621 quien para singular y plural, y 4 quiénes que requieren análisis textual y perspectiva histórica.
Hasta ahora se comprueba que Cervantes en sus autógrafos, donde trata de asuntos nada literarios y seguramente con poca comodidad, se muestra usuario de un modelo culto, con apenas algún acercamiento a lo popular (antihiatismo), que tampoco era del todo ajeno a los buenos autores, y un repetido condució: «docientas y sesenta y quatro arrobas que conduzió de la dicha ciudad de Ézija a la de Seuilla», «arrobas de azeyte que condució del pago de los Madroñales…» (4: 1v, 2r). La analogía con el tema de presente en lugar del etimológico pretérito fuerte condujo se convertiría en crudo vulgarismo, y a pesar de que esta forma tiene los precedentes de Gonzalo Fernández de Oviedo y de Timoneda en El Patrañuelo (CORDE), parece que un cierto carácter vulgar sí se da en sus registros cervantinos.
El anterior enfoque comparativo demuestra que algunos usos vistos en sus autógrafos se corrigen en el Quijote, uno de ellos el triple empleo de alquilé (2), que se hace alquiler 4 veces en la novela, y parece probable fuera fruto más de la imprenta que del autor, aunque Cervantes tenía sobrada capacidad para elevar selectivamente su registro idiomático adaptándolo a la creación literaria; también para ajustarlo a la expresión apropiada a cada una de sus facetas temáticas, y aun para variarlo en el transcurso del extenso relato novelesco, cuestión esta que se aprecia entre los prólogos de 1605 y de 1615. Efectivamente, como ya he señalado (2015a: 153, 171-172), estas dos piezas experimentan el más rotundo giro estilístico y lingüístico, añadida la marca retórica y de erudición propia de prefacios y dedicatorias renacentistas, donde, por ejemplo, no se produce la pérdida de la /-d/ ni en el imperativo ni en sustantivos. Y los dos prólogos muestran un abrumador predominio de las voces con grupo consonántico latino sin reducir, pero mientras en el primero hay 9 formas del tipo hacerle y 4 del de buscalle, en el segundo todo es conocerle, escurecerle, etc. Se diría, pues, que al escribir el de 1605 Cervantes respecto de este concreto punto se situaba en un estilo llano, que se haría más recurrente a lo largo de la novela, parcialmente acorde con el que en sus autógrafos manifiesta y con la opinión de Correas, para quien amarle y amalle «es tan usado de una manera como de otra», y que en el de 1615 adopta una línea más purista, coincidente con la que Valdés mucho antes había propuesto y que no tardaría en triunfar. Del interrogativo quién hay 271 atestiguaciones para singular y plural y un solo quiénes en boca de don Quijote en 1605 (I, 30), pero 3 en el texto de 1615 (II, 22, 27, 58), rasgo de mayor modernidad, por consiguiente, pues para Correas a quién «ia le dan i se usa otro plural quiénes, formado en es por la rregla común; i es propio, mas no tan usado ni antiguo», y Lapesa (1980: 397-398) recuerda que el nuevo plural quienes le «parecía aún poco elegante a Ambrosio de Salazar, en 1622».7
Es un hecho que los cultos tardaron en aceptar una innovación de origen popular que se difundía lentamente, algo parecido a lo que con la pérdida de la /-d-/ en los esdrújulos verbales sucedía, y con toda evidencia se manifiesta esto en nuestra literatura clásica, Quijote incluido, no obstante que Torquemada hacia 1552 junto a amaríades, enseñaríades, leeríades empleara amaríais, enseñaríais, leeríais o estuvieseis, y no era un personaje inculto precisamente, que en el Avellaneda se registren los innovadores dejaseis, entraseis, habíais, negarais, podríais, tuvierais, aun manteniéndose en lo demás las formas tradicionales, e incluso que en el mismo autógrafo graciano del Héroe se lea fuéradeys, pensáuadeys, datos que en anteriores estudios aduzco (2005: 175; 2015a: 159). No es extraño, pues, que en cartas dadas en América por emigrados andaluces, que Ruiz Fernández (2002) transcribió sobre originales del Archivo General de Indias, esta innovación aparezca: rresebiríays (1577), trajéredeis, viniéredeis (1579), «lo que para el camino vbierei menester» (1583).8
Si esto es así, y que Correas, aun defendiendo a ultranza el uso tradicional, reconoce que entre iletrados «en algunas tierras» era común decir veníadeis, viniéradeis y que incluso en verso podían poder amavais, quisierais, temíais, etc., añadiendo «adviértase porque avrá ocasión en que se halle escrito», parece en principio extraño que Cervantes sistemáticamente obviara un uso que ya no era solo popular, aunque él era capaz de tocar magistralmente todos los registros sociolingüísticos de su tiempo y de adaptarse al canon literario, en buena medida el de la imprenta. Sería mera hipótesis que el editor o el impresor pudieran haber condicionado el sistemático empleo del uso antiguo, sin resquicio para la correspondiente innovación; pero sospechoso es el drástico vuelco de las frecuencias de mesmo y mismo de los autógrafos en el Quijote.
El de Alcalá, atento al lenguaje en sus dimensiones sociocultural y dialectal, se refirió al «puro, el propio, el elegante y claro», recibido de la alta cuna y de una selecta educación, así como del trato con los buenos hablantes. De modo que, ante una ocasión de discreto discurso sanchesco, don Quijote pudo decir: «Nunca te he oído hablar, Sancho, tan elegante como ahora, por donde vengo a conocer ser verdad el refrán que tú algunas veces sueles decir: No con quien naces, sino con quien paces». Un lenguaje, pues, basado en reconocidos modelos del bien hablar y escribir que podía adquirir hasta el «nacido en Majalahonda». En definitiva, un uso derivado de la selección de la lengua y relacionado con su devenir evolutivo, el que en la Poética horaciana «es árbitro, ley y norma del habla».
Siendo el uso asentado entre los hablantes la verdadera «norma» en la época de Cervantes, es natural que hubiera varios modelos idiomáticos según clases sociales y grados de formación escolar y cultural, y que el pueblo llano también tuviera el suyo, no escrito pero determinado por su común uso. Y los cultos su propia norma, no uniforme, porque no hay segmento culto de plena uniformidad; pero incluso en los autores más cultos se descubre variación interna en su lengua escrita y diferencias entre ellos, inevitables en la diversidad diatópica, lo que no menoscaba la grandeza del modelo clásico. No pocas de aquellas variantes en buena medida se debían a pervivencias de viejas alternancias, a las que se sumaban otras de reciente aparición, y la gramática de Correas es testimonio válido de una situación de tendencias encontradas sobre un fondo normativo unitario, que se iban decantando hacia su simplificación. El análisis del Quijote descubre aspectos de este proceso y de que Cervantes, moviéndose entre la tradición y la innovación sin estridencias, maneja con maestría la lengua culta de su tiempo, adobándola con el matiz popular, y su soberbio dominio del lenguaje le permite construir con un asendereado hideputo puto, desde mucho antes en el refranero, la extraordinaria escena de pragmatismo semántico que sigue al encomio que Sancho hace de la reciedumbre de Sanchica («… y tiene una fuerza de un ganapán»), y a la provocadora exclamación del escudero del Caballero del Bosque: «¡Oh hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca!» (II, 13). O el genial coloquio entre Sancho y la dueña Dolorida, igualmente revestido de suprema comicidad, en el que ridiculiza el profuso empleo del sufijo –ísimo del que algunos se servían con pretensión cultista (II, 38).
Los humanistas gustaban de aprovechar la variación lingüística como argumento literario, y así lo hicieron ya Juan del Encina, Lucas Fernández y Torres Naharro en el cómputo silábico y en la consonancia con los dobletes do-doy, estó-estoy, etc., y con los coexistentes decirlo-decillo, la solución palatalizada notoriamente preferida en la rima, y lo mismo haría Garcilaso de la Vega, igual que con gran agudeza se servirían de la variedad dialectal en el léxico Mateo Alemán y Baltasar Gracián, junto a otras variantes del español del Siglo de Oro con aplicación literaria que en otra parte comento (2002: 426-436). Cervantes muy presente tiene las posibilidades que la riqueza y complejidad del lenguaje de su tiempo le ofrecían para lo que Rosenblat (1995: 205-242) llamó «juego con los distintos niveles del habla», entre los que estaba la coexistencia del arcaísmo con la innovación.
En el castellano medieval los nombres de ríos se resistieron a llevar artículo determinado, sobre todo en sintagmas preposicionales, pues su misma determinación se consideraba suficiente, y el hecho gramatical penetró en el español clásico. Cervantes, como los demás autores de la época, pone artículo cuando hay aposición o adjetivación: el Tajo dorado, el dorado Tajo (I, 23; II, 48), el río Tajo (Prólogo I), el divino Genil, el olivífero Betis, el tortuoso Guadiana (I, 18), «llegaron... al río Ebro» (II, 29), no en «los que en Pisuerga se bañan» (I, 18), «los más bravos toros que cría Jarama» (II, 58). Pero lo mismo que en verso seleccionó un trajo que no tiene presencia en la prosa del Quijote (sí en cambio trujo), para el octosílabo del romance de Altisidora (II, 44) combinó lo más tradicional con la novedad:
Por esto será famosa
desde Henares a Jarama,
desde el Tajo a Manzanares,
desde Pisuerga hasta Arlanza.
En un congreso que tiene lugar en Puerto Rico, y con una primera sesión plenaria dedicada al Quijote, no parece mala ocasión para poner de relieve algunas huellas que en tierras americanas dejó, haciéndose en ellas propia encarnadura cultural. Los ecos de la universal novela en América han sido muchos y de diversos tonos, que resuenan en El Baratillo de México y en la obra de Fernández de Lizardi, con su significativo soneto «Aquí, pluma, te cuelgo de esta estaca» (Frago 2016). Y la proyección quijotesca allende el Atlántico pudo llegar hasta con el raro latinismo adminícula, con el que Sancho calificaba la muerte que pretendía causarle el médico Pedro Recio de Agüero (Álvarez de Miranda 2009: 131). Pero aquí me limitaré a fijarme en aspectos relacionados con los dos grandes personajes cervantinos, y con la imaginaria ínsula Barataria, centrados en la época de la Independencia.
En la América de la aventura fantástica, del mito y la leyenda, de delirios utópicos coronados de tantos fracasos, y del ansia de libertad, el Quijote sin duda era el modelo literario que más convenía a las ensoñaciones indianas, pero asimismo al crudo choque entre la fantasía y el idealismo con la realidad. Y en el periodo que va de mediados del siglo xviii al final de la dependencia continental de España, probablemente fue el episodio baratario ideado por Cervantes el que mejor cuadraba a ese contraste. Todavía en 1752 el jesuita almeriense Murillo Velarde reproducía antiguas empresas de Dorados y Cíbolas en el fracaso colonizador de la alta California, debido a «la fantástica y perniciosa idea de las islas Rica de Oro y Rica de Plata, que son a modo de la Barataria de Sancho Panza», y en 1811 el bogotano Agustín Gutiérrez Moreno en carta a su hermano le advierte que la fragmentación independentista «revienta la mina y vuelan los proyectos de soberanías sanchopancinas». Sin embargo, la Barataria literaria, en la que se desvanecía un imposible gobierno de Sancho Panza, se hizo realidad en la Barataria americana, aún hoy existente, fundada hacia 1780 cerca de Nueva Orleans para asentamiento de colonos canarios por Bernardo de Gálvez, conquistador de Pensacola y luego virrey de Nueva España (Frago 2015a: 58-59).
Notable también es que en una Gazeta de La Havana, puesta en verso en 1770, su anónimo autor, previendo el fracaso de un proyecto de nueva población, lo compare con la mera apariencia que supuso el gobierno sanchesco, como él confiesa «retaso de erudición» que había ganado por «aver leydo»:
Señorío de la ciudad barataria.
Como no veo que se presentan pobladores para la fundasión de la nueva ciudad de San Juan de Jaruco, sin embargo de haver ya s. m. servídose expedir sus correspondientes despachos al Fiscal de Real Hacienda, declarándole su título tan suspirado vaxo la denominasión de Conde de su nombre, voy creyendo que en quanto al señorío será aparente como el govierno de Sancho de la Ynsula Barataria. Be v. m. si es bueno haver leydo, pues sin violencia me ocurrió un retaso de erudición, que he tocado por incidencia desentrañada de la célebre historia que compuso Servantes para perpetuar el nombre del valeroso manchego.9
El lugar señalado en la Conclusión, «Administración General de Rentas de La Havana y octubre 3 de 1770», los temas tratados y la manera de referirlos hacen pensar en un redactor civil, sin duda criollo, miembro de la administración colonial, que ya en el Prólogo se muestra lector y deudor de la novela cervantina: «De histórico no tengo más tintura que la que me ha prestado Quixote en sus delirantes cavallerías y Panza en sus jocosas sandeses».
La cita habanera sobre la «ciudad barataria» indica que el Quijote estaba muy presente en los círculos cultos de Cuba, lo que corrobora la presencia del nombre de su autor en la onomástica urbana, pues en plano de La Habana de 1783 las únicas vías públicas que nominalmente se señalan en el barrio extramuros de Jesús y María eran entonces la Calzada de San Luis Gonzaga y el Paseo de Servantes.10 El prodigioso relato novelesco era de obligada lectura entre los ilustrados novohispanos, lo sabemos, y don Quijote motivo de ensueños e imaginaciones varias; en una de ellas el ardoroso cura insurgente José Manuel Correa se veía identificado con el Caballero de la Triste Figura, según documenta Van Young (2006: 516-517).
Ahora bien, es Sancho el personaje que domina el imaginario popular, por la misma vis cómica de su pintura cervantina y sobre todo por la grotesca representación de su figura en mascaradas como las que tuvieron lugar en Perú los años 1607 y 1621, o el célebre desfile quijotesco que hubo por las calles de México el domingo 24 de enero de 1621, festejos callejeros con habitual participación estudiantil y que tan del gusto de los americanos fueron, de lo que son alusivos los callejones dieciochescos de la Danza y del Titiritero, sin contar con los que se hicieron de ambiente palaciego.11 De todo ello resultaría el dieciochesco Diálogo de don Quijote y su escudero «en las riberas de México», con un Sancho militantemente reivindicativo y antigachupín,12 y quizá lo más extraordinario del caso es que su nombre ya estuviera en padrones y planos de la ciudad de México a finales del siglo de la Ilustración.
Efectivamente, en la enumeración de las casas de la capital virreinal novohispana con los nombres de todas sus calles, hecha hacia 1790, se menciona la de Sancho Panza, entre la de Las Moras y la de La Pulquería de Tepechichilco, y cerca de la nombrada de La Lagunilla,13 y en plano de la misma ciudad, levantado en 1793, aparecen el Callejón de Sancho Panza y la Plaza de Sancho Panza, en la que estaba sita la Pulquería de Sancho Panza.14 En disposición oficial dada en México el 3 de abril de 1753 por la que «quedan calificados por sitios legítimos para la bebida del pulque blanco las siguientes pulquerías», se refiere 34 establecimientos con sus nombres, entre ellos el de Tumba Burros, pero ninguno con el rótulo sanchesco.15 Finalmente, en minuciosa relación planimétrica de c. 1765, realizada para ordenar el impuesto que debía costear el empedrado de las calles, se anota el «Callejón de Sancho Panza, que da buelta por la azequia del Puente de la Misericordia asta la salida de la Calzada de la Concepción», en el «costado de la pulquería nombrada Sancho Panza».16
Conocido es el especial ambiente que rodeaba las pulquerías, algunas de rótulos tan expresivos como Los Cantaritos, Tumba Burros, o la de Los Loquitos que menciona Fernández de Lizardi, de modo que la existencia de la llamada Sancho Panza, junto al nombre escuderil que jalonó la misma manzana de su ubicación, demuestra que los ecos del Quijote habían llegado a todos los estratos de la población, desde su asidua lectura en los ambientes cultivados, por el ejercicio escolar, o desde vejámenes universitarios y representaciones teatrales en conventos femeninos, donde las figuras de don Quijote y Sancho tuvieron alguna mención, como la que se celebró en el de San Jerónimo el año 1756, o por multitudinarias mascaradas callejeras. Es como si la generosa semilla del Quijote que en 1605 hizo la Carrera de Ultramar hubiera encontrado en América terreno abonado para su vigoroso arraigo y perenne fructificación.