El planteamiento tradicional sobre la norma lingüística, presentado formalmente por el profesor Eugenio Coseriu y desarrollado en un gran número de publicaciones lingüísticas, ha aportado a los estudios sobre la lengua española un valioso acervo bibliográfico que nos permite comprender y valorar su importancia para el conocimiento pleno de la dinámica de las comunidades lingüísticas que hablan nuestra lengua.
Estos estudios han alcanzado una mayor profundidad en los campos de la dialectología y la sociolingüística, sin dejar de lado los estudios en lexicografía y semántica y fonética contrastivas hispánicas.
Es así como don José Joaquín Montes Giraldo nos ha brindado una definición de norma lingüística que puede servirnos para iniciar esta ponencia:
Podríamos, pues, definir la norma lingüística como la convención tradicionalizada, incluida en el sistema de reglas que hacen y mantienen la cohesión de una comunidad humana.1
Esta definición se complementa por parte del autor con una clasificación particular:
Podríamos añadir que otros lingüistas defienden un concepto de norma centrado en el análisis de las constantes y frente a las desviaciones en el uso cotidiano del habla propia de una comunidad lingüística dada.
Unido a estas consideraciones sobre la norma conviene reconocer el concepto asociado de conciencia lingüística, acotado por Humberto López Morales:
La elección de una forma lingüística prestigiosa A (por ejemplo el formante –ste como marca de persona verbal tú del indefinido: comiste), frente a otra estigmatizada B (-stes, comistes) implica al menos dos circunstancias; una es de inventario: conocimiento de la existencia de ambas variantes; la otra apunta directamente a la conciencia sociolingüística, al saber que la comunidad prefiere una a la otra, generalmente por ser la que caracteriza a los sociolectos altos del espectro.3
Cabe señalar que muchos estudiosos de la lengua coinciden en afirmar que, a diferencia de la norma interna de las lenguas, que establece su propia lógica normativa gramatical, la norma social idiomática está firmemente unida a motivaciones culturales, políticas, militares y económicas que determinan el prestigio de una modalidad de habla usada frente a otra.
Se evidencia, así, una separación entre los estudios propiamente lingüísticos de la norma y los estudios llamados extralingüísticos de la norma. Se sigue así el principio de respeto por la distinción entre lingüística interna y externa planteada en los fundamentos de la lingüística por Ferdinand de Saussure.
Manuel Alvar lo ha mencionado al afirmar:
Estamos una vez más en la consideración de una lingüística interna que debe desentenderse de los elementos externos; con otras palabras: debemos considerar el sistema que vamos a estudiar y no contemplar otros razonamientos que sean exteriores a él, o, al menos, tendremos que proceder así si lo que aspiramos a crear es el instrumento más ampliamente válido para la comunidad que necesita de él.4
Sin embargo, gran parte de la dinámica de la norma lingüística se debe explicar en espacios extralingüísticos tales como la política, la fuerza militar o el índice demográfico y económico que determinan en última instancia cuál dialecto tiene más prestigio que otro, cuál variedad se considera de mayor valor que otra en contextos lingüísticos heterogéneos, marcados históricamente y geográficamente dispersos.
En el caso particular de la norma lingüística hispánica, no podemos olvidar la historia que se inició desde la reconquista del territorio español frente a la invasión árabe y el encuentro del sistema lingüístico español con los de las lenguas amerindias, punto de partida para establecer la norma castellana en territorio ibérico, en el primer caso, y la norma española en América, en el segundo, como origen de la consolidación de la norma lingüística hispana en todos los territorios que hoy ocupa la comunidad de hispanohablantes.
La conquista en América determinó, por muchos años, que la norma española peninsular resultara favorecida frente a normas criollas que iniciaban su andar a finales de la colonia en varios puntos del Nuevo Continente.
Con la independencia americana surge un istmo temporal entre la norma del español europeo y las normas nacientes de la América hispana, momento en que la sabia orientación de don Andrés Bello y de otros ilustres pensadores iberoamericanos abogó por la unidad de la lengua española en nuestros territorios.
Con la creación de las academias correspondientes en América, se inicia un espacio favorable al encuentro lingüístico entre la antigua metrópoli y las antiguas colonias que consolidaron, en principio, un ambiente de respeto por la tradición española; baste recordar la ejemplificación de los dos primeros tomos del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Española de Rufino José Cuervo o los trabajos de didáctica de la lengua guiados por patrones españoles que marcaron los estudios normativos del idioma a finales del siglo xix y principios del xx.
Con la creación de la Asociación de Academias de la Lengua Española se dio comienzo a una nueva etapa de diálogo y entendimiento de los acuerdos y diferencias entre la norma española europea y la americana, hecho que recientemente ha permitido valiosos procesos de colaboración entre las Academias de la lengua española tendientes a recuperar y afianzar el espíritu panhispánico heredado de don Andrés Bello y recogido por académicos españoles de la talla de don Dámaso Alonso.
Esta descripción, incompleta y sumaria, de la evolución de la norma hispánica, refleja cómo los estudios sobre ella comprometen un componente histórico, entiéndase económico, étnico, social, cultural, político y militar, que determina en la conciencia lingüística de los hablantes cuál será la norma de prestigio que se considerará válida entre dos o más opciones de representación idiomática de la realidad.
No podemos olvidar que el estamento educativo, en primer lugar, y los medios de comunicación, más recientemente, cumplen un papel fundamental en la consolidación de la norma lingüística propia de nuestros países y que la presencia de segundas lenguas de prestigio económico o comercial pueden influir en la selección de formas léxicas, gramaticales y, en última instancia, de uso preferencial por parte de los hablantes del idioma español.
En este escenario podemos observar cómo tanto los estudios dialectológicos como los de sociolingüística aplicada han logrado presentar una visión de conjunto sobre el estado actual de la norma lingüística del español, siguiendo el modelo tradicional de investigación, heredero de la ciencia racionalista y de los métodos estructurales depurados en cada una de las escuelas que han conformado este modelo de estudios del lenguaje y de las lenguas.
El propósito principal de esta ponencia está orientado hacia el planteamiento relacionado con la posibilidad de aplicar algunas ideas de la teoría de la complejidad y de la teoría del caos al estudio de la norma lingüística y proponer un posible acercamiento metodológico que facilite la investigación interdisciplinaria de este fenómeno, mecanismo que permita una explicación alternativa de la justificación de una norma policéntrica del español.
Definimos un sistema complejo como:
Un conjunto de elementos interrelacionados, de cualquier clase, por ejemplo, conceptos (como el sistema numérico), objetos, (como un sistema telefónico o el cuerpo humano) o personas (como en una sociedad). El conjunto de elementos tiene las tres características siguientes:
La lengua puede ser considerada como un tipo de sistema complejo, ya que estas propiedades están presentes en su realización y en la dinámica entre los niveles de construcción de una lengua tanto en el plano de contenido como en el de la expresión; además, podemos señalar que la lengua es un sistema dinámico, ya que su estado no es estático e inmutable, sino cambiante e histórico.
De igual manera, la lengua posee características propias de los seres vivos, al ser un sistema que emerge de la complejidad cerebral y del proceso evolutivo de los seres humanos, algunas de las cuales son:
La lengua española refleja, en su historia tanto reciente como antigua, que las cualidades anteriores son propias de su identidad como sistema, hecho que permite aplicar un nivel de modelización que supere el tradicional enfoque estático sucesivo con el que se ejemplifica la evolución de los sonidos, los morfemas, las oraciones y, recientemente, las estructuras discursivas de la lengua.
Al identificar a la lengua española como un sistema complejo, podemos integrar lengua, norma y habla bajo un mismo lenguaje científico y de análisis. Es así cómo la lengua y el habla se corresponden con los planos virtual y real del sistema, mientras que la norma se convierte en el elemento dinamizador de las constantes del sistema lingüístico, similar a los atractores de un sistema complejo; mecanismo que permite conservar la interrelación entre los hablantes del idioma a través del tiempo y en un amplio espacio geográfico común.
En cuanto a la teoría del caos, podemos observar también ciertas características que posee la lengua y que permiten valorar su comportamiento.
En primer lugar se debe reconocer que en los sistemas caóticos hay cuestiones posibles, probables e imposibles o improbables; por ejemplo, es altamente probable que después de un determinante surja una estructura nominal en español, y que es muy improbable el uso secuencial de cincuenta verbos seguidos como predicado de una oración, como también es altamente improbable que en zonas de uso del pronombre usted como norma de tratamiento se privilegie de manera intempestiva una norma distinta de contacto, sin que medien otras condiciones restrictivas o permisivas del sistema.
En segundo lugar, al observar el comportamiento real de los hablantes de una lengua, podemos advertir el carácter irreversible de sus producciones de habla: incluso cuando un hablante expresa su deseo de corregir lo dicho, ya no puede volver al estado inicial para comenzar de nuevo, sino que debe reconocer que lo corregido equivale a una nueva etapa de enunciación distinta de la primera.
La lengua, a su vez, se caracteriza por su inestabilidad dinámica, solo nos puede ofrecer equilibrios parciales que dan la apariencia de estabilidad, característica que entra en concordancia con el equilibrio dinámico mencionado con anterioridad.
En cuarto lugar, es notorio observar la cualidad de autoorganización que poseen los sistemas lingüísticos reales: a pesar del aparente caos de la producción de habla individual, la norma media culta refleja un indicador de prestigio al cual convergen los hablantes de manera sinérgica para favorecer la comunicabilidad entre los hablantes y la estabilidad de los procesos de almacenamiento y distribución cultural mediados por la palabra.
Funciona así la norma como un atractor que determina los patrones posibles de prestigio. Los atractores «muestran los comportamientos posibles para un sistema, luego de que el mismo haya estado funcionando durante un cierto tiempo».6
Al asumir una analogía entre la lengua y los sistemas complejos dinámicos y caóticos, podemos ofrecer una mirada distinta para observar el comportamiento de las lenguas, como también un llamado a superar el esquema estructural fragmentado, lineal y estático en el que hemos estado trabajando durante el siglo xx y proponer un tránsito a un enfoque más sistémico que eslabone su andar con el pasado y precise nuevas herramientas de análisis para fenómenos que el modelo estructural no haya podido resolver plenamente.
Conviene agregar algunas consideraciones sobre la complejidad aplicada a las lenguas, para permitir el paso a su análisis somero en la lengua española y principalmente en la norma que la rige.
Al enfocar la norma lingüística desde la perspectiva de la teoría de la complejidad y la teoría del caos, se asume una postura frente al modelo de ciencia clásico que pregona el orden, el determinismo, la regularidad, la legalidad, la estabilidad y la previsibilidad de la naturaleza.
Asimismo, se busca incorporar la irreversibilidad y la no linealidad como constituyentes de la realidad lingüística, en particular en su realización. Este hecho se manifiesta en el habla, cargada con la temporalidad y con el despliegue lingüístico guiado por un modelo probabilístico de sus producciones.
Al enfocar el estudio de la lengua en un marco conceptual complejo y vinculado con los procesos caóticos generadores de orden, debemos revisar nuestra taxonomía de objetos de estudio propios de la lingüística, frente a aquellos que se han considerado como extralingüísticos, con el ánimo de establecer vasos comunicantes que, sin perder rigor ni el objetivo científico de análisis, nos permitan estudiar con mayor precisión fenómenos de frontera como el prestigio, la norma o la conciencia lingüística de los hablantes.
En consecuencia, nos es dado afirmar que la norma lingüística debe ser objeto de vigilancia permanente, dado el carácter cambiante de la lengua, pero a su vez debe abogar por la identificación de constantes o patrones lingüísticos que señalen el camino vital de las lenguas, en concordancia con los factores no lingüísticos que determinan su comportamiento, tales como cambios de política, dominios regionales o demográficos, o apoyos militares, políticos o económicos a ciertas normas impuestas de prestigio.
Bajo una óptica interdisciplinaria que supere los feudos disciplinares de la lingüística, podemos sostener que existen espacios o campos de investigación donde la interdisciplinariedad es indispensable, y uno de ellos es la norma lingüística.
Si este elemento no fuera tan importante para la supervivencia y la comprensión de la dinámica de las lenguas, podríamos considerarlo como un ejercicio de análisis de antropólogos, políticos y escritores, para la mejora de sus competencias interpretativas profesionales.
La aplicación de la teoría de la complejidad en ciencias sociales puede servirnos de apoyo para lograr un acercamiento al estudio del español como sistema complejo y dinámico.
En el estudio de la sociedad se encuentran elementos comunes con la lengua que nos permiten asimilar algunas de sus características al estudio del idioma. Por ejemplo, se plantea que la complejidad no es una mera «sumatoria de variables», ya que un sistema complejo puede presentar un número reducido de variables y, sin embargo, presentar propiedades emergentes de alta complejidad derivadas de la combinación de estos factores en entornos dinámicos y altamente propicios a dicha combinación. Pensemos en el desarrollo de los sistemas fonéticos que se generaron a raíz del encuentro entre el español y el quechua en los Andes de América y estaremos en presencia de dos sistemas fónicos que desde la conquista hasta hoy se influyen mutuamente y crean un tipo de sistema fonético que identifica esta zona de habla hispana con propiedades únicas y sistémicas en cuanto a curva melódica, selección vocálica y tendencias morfológicas.
De igual forma, encontramos que el estudio complejo de los sistemas sociales resalta la propiedad de aquellos de «representar una situación intermedia entre un estado ordenado y otro totalmente desordenado», imagen propia de los sistemas que están regidos por las leyes de entropía (tendencia al caos) y neguentropía (tendencia al orden) en desequilibrio constante. En este sentido encontramos una propuesta que encaja con las concepciones establecidas en las definiciones de la norma lingüística, ya que, en última instancia, la búsqueda de la unidad de la lengua y los actores que concurren para su logro (sistema educativo, sistema político, sistema cultural —Academias, escritores, medios de comunicación—, sistema militar o de poder, etcétera) se orientan hacia una tendencia neguentrópica que favorece el orden y la estabilidad del sistema lingüístico del español en todos los territorios de influencia.
Por el contrario, la regionalización, el uso laxo del idioma, la respuesta distinta en cada país en relación con neologismos o la incorporación de tecnolectos y formas gramaticales de otras lenguas en contacto se orientan hacia el polo entrópico de la evolución de las lenguas, hecho que puede generar dialectos tan disímiles de la norma que se podrían convertir en nuevos idiomas si los factores de poder así lo consideraran en el futuro.
En relación con este último punto, es importante insistir en que los dialectos per seno son un factor de desintegración idiomática, ya que, por ejemplo, el uso de fórmulas de tratamiento distintas en España y América, que representan variantes posibles del desarrollo de la matriz de tratamiento básica de la lengua, no desintegran, sino enriquecen, el panorama de consolidación del sistema hispánico. En tal sentido, el uso constante de formas gramaticales del inglés tales como el presente continuo con el sentido de presente simple y el uso de sentidos preposicionales del inglés con valores ajenos al sistema hispánico erosionan, en algunos casos, la estructura interna del sistema idiomático español.
Por ello, es fundamental tener en cuenta que un programa de enseñanza de una lengua extranjera que propicie desde los estamentos educativos y de poder cultural un aura de prestigio de la segunda lengua sobre la lengua nativa (en este caso, el español) o que, imprudentemente, establezca su aprendizaje como prioridad sobre el desarrollo de la lengua propia, no solo es un factor de desestabilización del sistema, sino que puede conducir al sentimiento de «vergüenza de lo propio y exaltación de lo foráneo», fenómeno que puede ser más peligroso que la introducción de léxico o formas de otro idioma, que no resultan tan contraproducentes en sistemas altamente protegidos como es el caso del español.
En concordancia con el punto anterior, es interesante observar otra característica de los sistemas complejos que puede ser observada en las lenguas, su autoorganización. Esta propiedad implica que «no importa cuanto se modifiquen las magnitudes escalares de un sistema físico, biológico o social, siempre el comportamiento del mismo mostrará la misma pauta autoorganizativa».7
Si observamos las matrices sintácticas y fonéticas de la lengua española desde esta perspectiva, podremos colegir que el subsistema del paradigma verbal español, o las matrices de construcción morfológica y los sistemas de combinación en fonética articulatoria o de estructura fonológica de nuestro idioma, evidencia esta estructura escalar que favorece la creatividad y el despliegue infinito de las formas fonéticas, morfológicas y sintácticas del idioma, sin que se necesite de un aprendizaje nuevo para cada forma original que creen los hispanohablantes.
Esta propiedad podría explicar, en muchos casos, la aparente velocidad en la adquisición de la lengua propia apelando a modelos matriciales de incorporación sistémica antes que a la imitación infinita de formas preestablecidas, y cómo, aunque el niño recibe una ambientación poco uniforme de su idioma, es capaz de operar con los moldes del idioma y con sus reglas autoorganizativas antes que con copias notariales del habla de su entorno.
La estructura reticular del idioma, similar a otras formas reticulares tales como el metabolismo celular, los vínculos interpersonales o las conexiones neuronales de nuestro cerebro, es un ejemplo de un sistema que se adapta a condiciones catastróficas para otros sistemas rígidos y evidencia la plasticidad de la lengua, capaz de desechar formas que no considera útiles para su momento histórico, de incorporar nuevo vocabulario y sentidos nuevos a vocabulario viejo y de acomodar sus subsistemas fonético, morfológico y sintáctico a espacios de lingua franca,de manera temporal y con fines particulares tales como las relaciones diplomáticas o comerciales fruto del contacto con lenguas o dialectos extraños a su geografía.
La modelación basada en agentes, que ha sido aplicada a la creación de modelos de sociedades artificiales, se define como
(…) modelos de simulación con soporte computacional que intentan emular a través de sistemas basados en agentes, procesos que se dan en la realidad. Esto quiere decir que no tiene como fin igualarlos o explicarlos sino que el propósito del desarrollo de este tipo de enfoques es echar luz sobre el posible funcionamiento de fenómenos que el investigador considere que pueden ser tratados desde una perspectiva compleja. Es decir, es una herramienta más que, con el conocimiento técnico suficiente y la exploración adecuada se convertiría en un instrumento de valioso provecho para las ciencias sociales en general.8
La propuesta planteada en este documento reconoce el avance que ha significado para los estudios dialectológicos y de sociolingüística el concepto de norma lingüística y sus correlatos, tales como prestigio, conciencia lingüística y similares.
Sin embargo, y dado el carácter abierto del tema hacia ámbitos como el desarrollo de las sociedades, el dinamismo del poder político, económico, cultural y social y el «capricho» con que los hablantes determinan su andar de reconocimiento público de la norma que consideran prestigiosa nos llevan a pensar que, si nos apropiamos de ciertos mecanismos de interpretación de los sistemas complejos, podremos, sin romper con la tradición investigativa en los campos de la investigación lingüística antes mencionados, mejorar nuestra capacidad de comprensión de ciertos fenómenos a los cuales los métodos clásicos de la ciencia racional no son capaces de abarcar con la perspectiva dinámica y de flujo de orden y caos que caracteriza el habla humana.
C. Reynoso, citado en este texto de Jorge E. Micelli y colegas, afirma «Emergencia implica lo contra intuitivo», ya que es definida como
(…) un patrón de conducta que resulta del procesamiento de información por parte de las celdas individuales y surge cuando cierto número de agentes designados para comportarse de determinada manera, se involucra en interacciones locales con otros agentes, formando patrones globales de procesamiento de información que pueden percibirse cuando se observa a un nivel macroscópico.9
Podemos señalar, entonces, que la norma lingüística es una propiedad emergente de los sistemas lingüísticos donde sus agentes están representados individual y colectivamente por los hablantes y por las comunidades lingüísticas que conforman.
Resulta por lo menos atractivo observar cómo se determinan los elementos de un modelo basado en agentes:
Los Agentes en sí mismos, quienes poseen estados internos y reglas de conducta. Estos estados internos pueden ser fijos o cambiantes. Las reglas de conducta pueden referirse a la interacción entre los Agentes o entre los Agentes y el Entorno, toda Sociedad Artificial posee alguna clase de contexto, que funciona como medio sobre el que los Agentes operan y con el que interactúan. Por último están las reglas, que se aplican a los Agentes entre sí, a la interacción de los Agentes con el medioambiente y al propio medioambiente.
(Axtelli Epstein, 1996: 6).10
Podemos realizar una lectura intertextual de lo dicho anteriormente con este documento de Manuel Seco que resalta la complejidad de los sentidos asociados con la norma:
Las múltiples variedades locales y regionales —no solo de España, sino en cada uno de los países de lengua española—. Los distintos niveles de lengua y los distintos de habla dan una imagen multicolor del idioma, muy distinta de la uniformada que suelen presentar las gramáticas. Tal imagen responde a la realidad, y desconocerla o infravalorarla es tener una idea mutilada de la lengua. Sin duda, toda esta riqueza de variantes y matices geográficos, sociales o individuales, al mismo tiempo que son indicios de vida, denotan una tendencia a la diversificación. Pero esa tendencia está frenada y suficientemente compensada por una opuesta tendencia a la unidad, que está en el sentimiento general de los hablantes —consciente o inconscientemente— de que es necesario conservar la comprensión mutua dentro de la comunidad mediante un sistema uniforme de comunicación.
Si la lengua es de todos; si nadie, ni la Academia, ni gramáticos, la gobiernan, ¿cómo se mantiene su unidad? Ya hemos dicho que el instinto general de conservar el medio de comunicación con los demás, la necesidad de toda sociedad, es lo que frena y contrarresta la tendencia natural a la diversidad en el hablar. Este instinto es el que establece las normas que rigen el habla de cada comunidad.
Cada grupo humano, por pequeño que sea, tiene su norma lingüística. Los habitantes de una aldea se burlan de los de la aldea vecina porque hablan «peor que ellos», es decir, porque no siguen su propia norma; y el paisano que, después de haber vivido años en la capital, vuelve a la aldea, tiene que recuperar su lenguaje local por miedo de resultar ridículo o afectado, esto es, a quedar fuera de la norma. En el pueblo de al lado, la norma será distinta. Pero, naturalmente, la comunicación no solo es necesaria entre las personas dentro de cada aldea, sino de una aldea a otra, de una ciudad a otra, de una región a otra. Y entonces se hace necesario limar diferencias, seleccionar lo que todos entienden y aceptan. Esta necesidad es la creadora de la lengua común, la lengua idealmente exenta de particularismos locales (…) Como es al nivel culto de la lengua al que se asocia generalmente el criterio de corrección, resulta que la norma de la lengua común se basa ampliamente en la forma escrita del nivel culto.11
Esta propuesta de incorporar algunas ideas de la teoría de la complejidad y de la teoría del caos para entender el dinamismo de la norma lingüística implica un cambio de mentalidad en el concepto de ciencia aplicado a los estudios del lenguaje, en correlación con tendencias similares en otras ciencias y disciplinas contemporáneas que han dado este paso con anterioridad. Esta proposición se concentra en un campo específico de los estudios de la lengua española, el de la norma lingüística, sin embargo, al modificar la imagen de la lengua de sistema estático y compartimentalizado por un sistema dinámico y complejo, debemos aceptar, en principio, que el estudio de la norma es un campo interdisciplinario enfocado hacia la comprensión de las dinámicas del habla en comunidades lingüísticas insertas en comunidades sociales y culturales complejas, en permanente desequilibrio creativo y desarrolladoras de sistemas simbólicos abiertos, disipativos y complejos, en conflicto permanente entre la entropía y la neguentropía de sus conductas históricas y estructurales orientadas a la creación de ese equilibrio dinámico que permite mantener la unidad en la diversidad.