Decían los clásicos que la historia es maestra de la vida. En todo caso derrama luz sobre la actualidad, explica situaciones que, desde un simple análisis sincrónico, sorprenden, extrañan. Para entender la situación actual del catalán en convivencia con otra lengua (o con otras lenguas, si tenemos en cuenta la totalidad de su territorio), tenemos que rebobinar el hilo de la historia y zambullirnos en sus avatares.
El contacto empieza en el siglo xv, con la entronización de la casa de Trastámara, que implica la desaparición de la corte catalana; seguirá la pujanza económica y cultural de Castilla, la introducción de virreyes y de órdenes religiosas de esta procedencia, las representaciones teatrales en castellano, etcétera. La victoria de Felipe V en la lucha por el trono español agravará la situación. El monarca suprime la oficialidad del catalán y, más adelante, Carlos III, por la real cédula de Aranjuez (1768), impone el castellano en la enseñanza, los juzgados y la curia diocesana. Los decretos prohibitivos se extenderán sucesivamente a los tribunales (1820), a las notarías (1862), a la toponimia urbana (1863), al teatro (solo obras bilingües) (1867) y al registro civil (1870). Continuaba el uso del catalán como lengua de comunicación social frente al del castellano, lengua de la administración y de la escuela y, consecuentemente, de buena parte de los escritores. De esta forma se crea una dicotomía: el castellano, lengua A, alta, escrita, culta y áulica, frente al catalán, lengua B, baja, coloquial, familiar; aquella, usada por una minoría, a menudo con tropiezos; esta, propia de la mayoría, sumida en el analfabetismo, que a mediados del siglo xix arrojaba estos porcentajes: 92 % en Mallorca, 50 % en Cataluña, 58 % en la ciudad de Valencia). La aristocracia y parte de la burguesía se pasan al castellano («hacía más fino») y cuando Guimerà pronuncia su discurso en catalán en el Ateneu, algunos asistentes abandonan la sala, airados. La lengua propia se convertía, como diría Sergio Salvi, en lingua tagliata, lengua cortada («escapçada», traduce Badía), capitidisminuida, reducida en sus espacios de uso. Pero, mientras tanto, en esta segunda mitad del siglo xix, irrumpe la Renaixença, que implica el renacimiento de las letras catalanas (no muertas del todo en los llamados siglos de decadencia) con la restauración de los Jocs Florals (1859), el nacimiento de los movimientos regionalistas, la aparición de la prensa diaria, la publicación de diccionarios y el florecimiento de autores de primera fila, como Verdaguer. No faltaba una reivindicación del uso del catalán entre una parte de la burguesía y en el marco académico.
Los problemas de la ortografía y del modelo de lengua, tras largos titubeos, se resolverán a principios del siglo xx con la obra de Pompeu Fabra, el codificador de la lengua, en el marco de la Secció Filològica (1911) del Institut d’Estudis Catalans (1907), centrada en el Diccionari ortogràfic (1913), la Gramàtica (1918) y el Diccionari General (1932), obra favorecida en Cataluña por circunstancias políticas (Mancomunitat, 1914-1928; Estatut d’Autonomia, 1932-1939). En este periodo, entrecortado por la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), asistimos a una explosión de manifestaciones culturales en torno a la lengua propia: primer Congrés Internacional de la Llengua Catalana (1906), con asistencia de filólogos extranjeros, trabajos de colecta de materiales y redacción del Diccionari català-valencià-balear, de Alcover y Moll (1928-1962), formación de filólogos en universidades extranjeras, revistas diversas, tanto infantiles (El Patufet) como especializadas, particularmente lingüísticas (BDLC, AORLL, BDC), aparición de libros de áreas temáticas especializadas (Flora de Catalunya, 1913-1917, de J. Cadevall; Diccionari de Medicina, 1936, de M. Corachan), publicación de diarios en catalán (en 1933 había 27), colección de clásicos catalanes (Els Nostres Clàssics, desde 1924), traducción de clásicos griegos y latinos (Fundació Bernat Metge, desde 1924), un atlas lingüístico (el primero de la Península Ibérica) y una gramática histórica, etcétera.
Con el triunfo franquista se anula abruptamente este cultivo tan prometedor de la lengua propia y este reencuentro con la propia identidad. No entraré en detalles de las medidas coercitivas arbitradas, desde el castigo del anillo en las escuelas al que hablara en catalán hasta la postergación a dialecto de la lengua catalana; no es extraño que, en este escenario, un alumno de la Escuela de Periodismo de Barcelona, al preguntársele en un examen «¿Qué es dialecto?», respondiera: «Dialecto es una lengua perseguida por el Gobierno». La demografía crece en 25 años (1951-1975) con 1 700 000 inmigrantes, que llegan con su lengua coincidente con la oficial, y que, a pesar de todo, en gran parte se integrarán, por lo menos en su segunda generación. Como las injusticias no suelen ser eternas, poco a poco se fueron recuperando derechos arrebatados, especialmente después del 60. Es cuando asistimos a la progresiva publicación de libros en catalán, desde los más inofensivos, al impacto de la «Nova Cançó», a la fundación de nuevas editoriales y revistas (Serra d’Or), a la organización de concursos literarios, a la instauración de cátedras universitarias de catalán, a la profusión de emisoras de radio y televisión, al nacimiento de Omnium Cultural, fomentador del uso de la lengua y de actos culturales y a la fundación de la AILLC (1968), que proyecta el estudio científico de la lengua y la literatura a nivel internacional (y a la que seguirán asociaciones similares en Francia, Italia, Alemania y Estados Unidos). Todas estas manifestaciones se acrecientan y refuerzan después de 1975 con el advenimiento de la democracia: nuevo Estatut d’Autonomia (1979), que declara el catalán lengua «propia» y también oficial en Cataluña, junto al castellano, leyes de normalización, enseñanza en catalán, inmersión lingüística, eclosión de nuevos diarios (Avui, El 9 Nou, Punt Diari y El Periódico, editado en castellano, con traducción automática al catalán), aparición de nuevas revistas, despliegue de nuevos centros mediáticos, creación del Termcat (que se ocupa de terminología y su difusión) y de nuevos departamentos de filología catalana, así como de lectorados en muchas universidades extranjeras, actividad editorial en todos los géneros (se publican una media de 4000 títulos al año) y profusión de diccionarios de todo tipo (normativos, enciclopédicos, filológicos, bilingües, inversos, técnicos, de rima, de sinónimos, fraseológicos, etcétera).
La situación actual del catalán es la siguiente:
- Respecto al conocimiento: en 1993, lo entendía un 93,8 % y en 2003 un 97,4 %; lo sabía hablar en 1993 un 68,3 % y en 2003 un 84,7 %; en 1993 lo sabía escribir un 39,9 % y en 2003 un 62,3 %; en 10 años, pues, se registra un progreso notable gracias a la escolarización y a los medios de comunicación;
- Respecto al uso real: en Cataluña, entre adultos, el 53 % usa siempre el catalán y el 34 %, el castellano (enc. 1993); se ha recomendado el bilingüismo pasivo, es decir, hablar en catalán a un interlocutor de habla castellana, para ayudar a familiarizarlo con la lengua, con pocos resultados; desde un punto de vista geográfico, hay ciudades donde se ha perdido de hecho el catalán (Alicante, Perpiñán) y otras donde ha disminuido de modo alarmante (Valencia, Palma) y, en el área de Barcelona, solo el 30 % tiene el catalán como lengua habitual, frente al 50,1 % de Cataluña. La población entre 15 y 29 años es la que menos usa el catalán;
- Respecto al estatus legal, jurídico, el catalán tiene el rango de lengua oficial, junto con el castellano, en las autonomías de Cataluña, de las islas Baleares y de la Comunidad Valenciana (aquí con la denominación de valenciano); es tutelado en l’Alguer, pero sin ninguna norma protectora en las áreas francesa, aragonesa y murciana; existe poca coordinación entre aquellas autonomías (más con las Baleares que con Valencia, donde la terquedad de algunos hace del valenciano una lengua diferente del catalán); un sector particularmente deficitario es el de la justicia;
- En los ámbitos culturales, el teatro catalán se muestra muy activo, mientras que en el cine, la radio y la televisión privada predomina el castellano; algunos empresarios de cadenas cinematográficas, por cuestiones de rentabilidad, apostan más por las versiones en castellano; la televisión autonómica ha gozado de una buena aceptación, si bien últimamente va perdiendo audiencia a causa del impacto de las cadenas de ámbito español;
- Respecto a la escolarización, en enseñanza primaria, los alumnos escolarizados en catalán representan el 56 %, en castellano el 36 % y en ambos idiomas, el 2 %; mientras que en BUP y FP, en catalán (o con más catalán) la cifra baja al 52 %, mientras que en castellano (o con más castellano) sube al 47 %. Por lo que respecta a los usos lingüísticos en el patio, el 36 % de los escolares de escuelas primarias usaban catalán frente al 63 % que usaban el castellano (enc. 1990); se ha ganado el aula, pero se ha perdido el patio;
- En el ámbito universitario, se enseña en catalán en un porcentaje importante: entre el 40 y el 60 % en Cataluña, mucho más bajo en las otras comunidades; es notable el número de universidades de Alemania, Reino Unido, Italia, Francia y Hungría que enseñan el catalán, mientras que es muy bajo el de las universidades españolas;
- En el mundo de la investigación lingüística, entre las empresas más recientes en el campo de la lengua, por su magnitud e importancia, cabe mencionar el Diccionari de la Llengua Catalana, del IEC (ediciones de 1995 y 2007); el Diccionari etimològic i complementari de la llengua catalana y el Onomasticon Cataloniae, de J. Coromines; el Corpus Textual Informatitzat de la Llengua Catalana, del IEC, dirigido por J. Rafel, del que será un resultado el Diccionari Descriptiu de la Llengua Catalana, un curso de redacción, el Atles Lingüístic del Domini Català, que dirijo con Lidia Pons, del que han aparecido tres volúmenes de los nueve previstos, y la Gramàtica del Català Contemporani, dirigida por J. Solà;
- En el ámbito de la normativa académica, además de los diccionarios reseñados anteriormente, quisiera subrayar la importancia de los trabajos del estándar oral (fonético, morfológico, sintáctico y léxico) que, de cara a los medios de comunicación, orientan sobre el ámbito (general o restringido) de palabras y construcciones y el grado de formalidad en la lengua general o en cada dialecto; un puente entre el estándar y las modalidades dialectales que permite sobre todo en áreas periféricas validar formas diatópicas, lo cual ha de contribuir a salvar un patrimonio que, aplicando un modelo lingüístico restrictivo, monocéntrico, sería injustamente cercenado, mutilado; una buena solución al problema del divorcio entre lengua escrita y lengua hablada, surgido años;
- Respecto a la inmigración, en los últimos años globalizadores ha llegado la «nueva inmigración», masiva, multiétnica, heterogénea (latinoamericanos, paquistaníes, subsaharianos, norteafricanos, etcétera), extendida por ciudades y pueblos; en la anterior oleada, una gran parte se había integrado (basta ver los numerosos Pérez, Fernández, Rodríguez, etcétera, o el actual presidente de la Generalitat, José Montilla, que exhiben una catalanidad indiscutible), pero ahora hay que volver a empezar, sin contar con los recursos que harían falta.
Es indudable que el largo contacto con el castellano, por las circunstancias expuestas anteriormente, ha provocado la introducción de diversos castellanismos que ejemplificamos brevemente a continuación:
- Variable geográfica:
- Generales: amo, enxufar, entregar, antes…, algunos llegan al rosellonés;
- Propios de alguna comunidad dialectal: entonces (cat. aleshores), en valenciano, donde se encuentra algún superviviente aragonés, gemecar (cat. gemegar), sinse (cat. sense); golondrina, muletes, en valenciano meridional; quissà en ibicenco; posento, mariposa, duenyo en alguerés;
- Variable cronológica:
- Antiguos: amo, menos, ciego;
- Modernos: rato, tonto; algunos, en desuso en castellano (armilla ‘chaleco’< cast. almilla);
- Variable generacional: en la posguerra eran habituales busson, assiento, barco, sello, que, después del 80, han sido sustituidos por bústia, seient, vaixell y segell, respectivamente;
- Grado de implantación:
- De «habla»: coloquiales: sin embargo, columpio; literarios: prissa, sossiego, divino, portento; lexicográficos: aun, labransa (Figuera), torcecoll (Fabra);
- De «lengua»: a rel de ‘a raíz de’, averiguar, reflexar ‘reflejar’, compta f.;
- Campos conceptuales: escolarización (oceano, equis); indumentaria (ant. tontillo, nube; céfiro); belleza: guapo, hermós, maco;
- Estándar/coloquial: denotativos: lloro, melindro; Fabra: estrella, surra, matxo, que el DIEC ha ampliado (alabar, coça, caldo). En un proceso de recuperación de formas genuinas, el distanciamiento del castellano ha provocado:
- que de dos palabras sinónimas se escoja y se dinamice la más alejada del castellano (visca!/viva! à visca!, tartamut/quec à quec);
- que se caiga en la ultracorrección: targeta à *tarja, cabeça d’alls à * cap d’alls.
Por otro lado, en sentido inverso, tenemos casos de transvase del catalán al castellano:
- Entre castellanohablantes: rachola, plegar;
- Entre catalanohablantes que se expresan en castellano: pedir por ‘preguntar por’, lampista ‘fontanero’, yo de usted ‘en su lugar’, visitarse ‘ir al médico’, parece + subjuntivo, antes no ‘antes que’; catalanohablantes convertidos en castellanoescribientes: faltar de ‘carecer de’, darse la pena ‘tomarse el trabajo’.
Para terminar, el contacto del catalán con el castellano empezó con algunos devaneos y acabó, por las circunstancias expuestas, en un matrimonio probablemente «indisoluble», como ya auguraba en 1881 Milà i Fontanals. No usamos el catalán para fastidiar al Gobierno del Estado o a los castellanohablantes instalados en su territorio. No se puede olvidar que el catalán es la lengua propia y el castellano, la advenediza. Aquella es lengua milenaria, con un pasado cultural brillante y un patrimonio al que sus usuarios se sienten estrechamente adheridos, del que se muestran orgullosos y a los que asiste el derecho natural. En un estado plurilingüe, siendo el catalán lengua propia, ha de recuperar los espacios perdidos contra su voluntad, sin menoscabo del castellano, que debería corregir la asimetría del bilingüismo que se practica: no hay monolingües catalanohablantes y sí monolingües castellanohablantes. Por ello, cuando a un interlocutor que vive en Cataluña y se expresa en castellano se le contesta en catalán, no es para molestarlo, sino para ayudarle a salir de su monolingüismo y a enriquecerlo con el dominio de otra lengua hermana, nacida y crecida en el territorio que lo acogió.
Respecto al futuro del catalán, ciertas estadísticas invitan al optimismo; incluso parece una muestra de su vitalidad su incorporación en diversos modelos de telefonía móvil y el alto número de webs abiertas en Internet. Pero otros hechos invitan al pesimismo, como la pérdida de uso social y el reciente flujo inmigratorio del que un buen número de castellanohablantes continúa con su lengua porque el aprendizaje de la otra exige esfuerzo y porque se puede vivir en Cataluña sin conocer el catalán, que no es una lengua necesaria. Que el castellano esté en peligro en Cataluña es una falacia: su enorme potencia demográfica, cultural y mediática, su proyección internacional, su brillante literatura, su constante presencia ambiental, las raíces históricas de muchos de sus hablantes aseguran su larga vida. Y nadie les pide que, integrándose en la lengua de acogida, se desintegren de la suya, sino que hagan posible, en una España plural y en actitud solidaria, el pleno uso de la lengua propia.
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