En el campo de la sociolingüística y en el de la política lingüística, el caso paraguayo se ha vuelto paradigmático. ¿Cómo puede una lengua indígena haberse mantenido en un país de América Latina como lengua nacional e incluso oficial en un Estado moderno, no indígena? ¿Cómo se ha mantenido hasta la actualidad un alto grado de monolingüismo en esa lengua?
Ahora bien, las explicaciones histórico-sociales convencionales que suelen darse, cuando son examinadas críticamente, se muestran poco convincentes e incluso falsas.
Ha perturbado y sigue perturbando la comprensión sociolingüística del Paraguay aquel principio ideológico de una supuesta condición bilingüe inicial, a partir de un invocado mestizaje generalizado. Según este presupuesto, todos los países de América Latina deberían ser bilingües al contar todos ellos con amplio mestizaje. Es cierto que en el Paraguay el mestizaje estuvo de hecho limitado a la pequeña población de tres ciudades de «españoles», en las cuales se dio la paradoja de que, por falta de una consistente y expresiva comunidad de hablantes en castellano, el guaraní dominó las relaciones sociales entre los miembros de una sociedad que se decía española pero que de hecho hablaba solo guaraní. No es del todo incongruente decir que el guaraní es la «lengua española» del Paraguay, esto es, la lengua (también) de los españoles del Paraguay. El mestizo, por supuesto, podía y era a veces bilingüe, pero no por ser mestizo. Como hubo y hay indígenas, no mestizos, que son bilingües. Cuando dije que «no hay ningún fundamento lingüístico para suponer que los mestizos serán bilingües» (Melià, 2004: 270), no creí necesario explicitar que lo entiendo según el enunciado ya antiguo de Einar Haugen (1973: 79) de que en «el lenguaje no hay genes» y por tanto el uso de dos o más lenguas, así como el abandono de un lengua, es cuestión de aprendizaje o falta de él. Así, los mestizos inmersos en una sociedad monolingüe serán monolingües, en lengua indígena o española. Al mismo tiempo podrán ser bilingües, si se dan las condiciones sociolingüísticas para ello, como lo serán también los indígenas y los españoles del mismo ámbito. «Que el aprendizaje es la clave de todo el problema lingüístico resulta tan obvio, que casi es una perogrullada» (ibídem).
Si configuramos tres situaciones (principios de la colonia —1537-1609—, tiempo de las misiones jesuíticas —1610-1768— y periodo independiente —1811-1870—) nos encontramos con un mapa lingüístico bastante diversificado en cada uno de estos escenarios. Pero los tres se definen por un elemento común, que es la permanencia de la lengua guaraní como lengua propia del Paraguay, si bien hablada en diversas variedades. Estas situaciones no son sucesivas, sino concomitantes, aunque la lengua guaraní jesuítica prácticamente se reduce al tiempo de las dichas misiones.
El padre José Cardiel expone la situación hacia 1758 en un texto clásico, repetidamente citado:
El lenguaje o jerigonza que a los principios sabían no es otra cosa que un agregado de solecismos y barbarismos de la lengua guaraní y castellano, como se usa en toda la gobernación del Paraguay y en la jurisdicción de las Corrientes. En una y otra ciudad, los más saben castellano, pero en las villas y en todas las poblaciones del campo, chacras y estancias no se habla ni se sabe por lo común, especialmente entre las mujeres, más que esta lengua tan corrupta… me fue necesario aprender esta tan adulterada lengua para darme a entender, porque la propia guaraní no la entendían, y menos el castellano; y así les predicaba en su desconcertado lenguaje. Y para que se vea lo que voy diciendo, pondré un ejemplo: esta oración: «Ea, pues, cumplid los mandamientos de la ley de Dios, porque si no los cumplís, os condenaréis al infierno», se dice en la propia lengua guaraní: «Eneique pemboaie Tupa ñande quaita, pemboaie eÿramo, nia añaretame iquaipyramo peicomburune», etc. Y, ¿cómo dicen los españoles del Paraguay y Corrientes? «Neipe cumpli que los mandamientos de la ley de Dios, porque pecumplí ei ramo, peñecondenane a los infiernos». Lo mismo que si en latín dijeran: «Eia ergo, cumplite los mandamientos de la ley de Dios, porque si non cumpliveritis, vos condemnaveritis a los infiernos». ¿Quién sino el que sabe una y otra lengua castellana y latina, podrá entender esta algarabía?
(Cardiel 1900: 392-393).
Probablemente el ejemplo de lenguaje satirizado por Cardiel no es transcripción de un uso real de la lengua, sino su caricatura, que sin embargo no carece de pertinencia.
Otros textos de la misma época, el mismo Cardiel (1747), Martín Dobrizhoffer ([1784] 1967 I: 149-150) y Joseph Manuel Peramàs ([1793] 2004),1 dan cuenta de que el cuadro lingüístico del Paraguay refleja dos procesos muy diferentes, de tal manera que podía decirse que había por los menos dos lenguas guaraníes coloniales, siendo una de ellas una especie de «tercera lengua». Como mezcla, tiene ingredientes cuantificables, pero también formas y fórmulas de composición dispares. Harald Thun, a la lengua señalada por Cardiel, le da una localización tipológica, que la situaría en una vaga zona intermediaria, cuya sola determinación clara es la posición entre el castellano y el guaraní (Thun, 2005: 317). Sobre qué sea esta «tercera lengua», que ahora llamamos guaraní paraguayo, los análisis son varios y las conclusiones diversas, si bien cabe decir que para el sentimiento lingüístico paraguayo sigue siendo lengua guaraní, aunque «mezclada» y eventualmente mal hablada. Desde por lo menos 1972, especialmente en un trabajo de 1975, he intentado analizar ese cuadro, que tuve el atrevimiento de titular guarañol.
El guaraní estuvo, en efecto, expuesto a dos colonialidades diferentes, que no se distinguen propiamente por el hecho de estar una formada mayoritariamente por mestizos y españoles y la otra, llamada misionera o jesuítica, por indígenas guaraníes. Se trata más bien de grados de diglosia, relacionados dialécticamente con dos tipos de sociedad, que poco a poco utilizan repertorios lexicográficos propios y de manera especial acceden a grados de normatividad vigentes en cada una de esas sociedades y a las formas de reproducción lingüística y aprendizaje.
Contrariamente a la explicación habitual de que el bilingüismo en el Paraguay se debe al mestizaje, Dobrizhoffer hablaba de una especie de «tercera lengua» porque se ha formado una «tercera sociedad». Si se tiene en cuenta que uno de los criterios que distinguen una lengua de otra es su ininteligibilidad recíproca, no habría objeción en decir que efectivamente se estaba formando un nuevo modo de hablar que ya no aseguraba la mutua inteligencia entre la sociedad colonial criolla, la sociedad colonial misionera y las sociedades indígenas también de lengua guaraní, si bien muchas de las estructuras gramaticales fundamentales seguían comunes.
En los pueblos misioneros, la lengua guaraní fue trabajada mediante procedimientos de técnica lingüística tales como la escritura (que supone una reducción fonológica previa), la gramática (arte de coherencia y constancia) y los diccionarios, que después de todo contribuían a una estandarización de significados, aun manteniendo especificidades semánticas según usos y formas de decir locales o temáticos. Surge así una literatura, para su tiempo notable por la cantidad de documentos producidos y en una pequeña parte conservados y por su calidad y corrección. Hay mucho de literatura típicamente religiosa (catecismos y sermonarios), pero también escritos de carácter político e histórico.
Ese trabajo «misionero» se inscribía, de hecho, en un contexto bilingüe, pues sus primeros destinatarios eran los religiosos que querían aprender la lengua guaraní, pero la tarea se extendió también al campo de la comunicación y de la creación de un nuevo lenguaje que al cabo de un siglo se distinguía profundamente del guaraní de españoles y mestizos.
El guaraní del Paraguay criollo (delimitado incluso geográficamente hasta la salida de los jesuitas) se reproducía de manera improvisada y natural (si es que cabe naturaleza en la lengua), sin estar regido por ninguna normatividad ni estandarización. El citado Cardiel, adelantándose a lo que después ha sido definido como diglosia, apunta a rasgos particulares de ese hablar: lengua no escrita ni literaria, no formal ni oficial, pero general, usual y coloquial. Los colonos paraguayos «nunca escriben cosa alguna en la lengua del indio, aun los que saben escribir, como ni nunca rezan en ella, sino en castellano» (Cardiel, 1900: 389).
¿Hasta qué punto se reproduce hasta hoy ese estado de cosas?
La «formalidad» en las lenguas es importante, y se puede decir que el guaraní de las Misiones jesuíticas, que representaba la gran mayoría de la población de la región del Río de la Plata, alcanzó en su época un alto grado de normatividad y estandarización que no se ha vuelto a dar. Con las salvedades del caso, se puede decir que el guaraní fue la lengua «oficial» de ese «Estado dentro del Estado» que eran las misiones jesuíticas. De entrada hay que admitir que el guaraní llamado jesuítico ha desparecido, aunque muchas de sus estructuras fundamentales y su léxico comunes a casi todas las variedades de guaraní son todavía reconocibles y pertinentes. En otros términos, los estudios gramaticales y lexicográficos a partir de la literatura jesuítica son relevantes, útiles, pertinentes y muy necesarios. ¿Hay que mirar con nostalgia esos tiempos de relativa pureza lingüística y oficialidad real de una lengua indígena, tiempos que no volverán?
Respecto al guaraní paraguayo, que ha seguido otro curso, los análisis que sobre su situación se hagan son siempre oportunos. Observar su vitalidad y detectar sus dolencias es importante cuando se trata de planificar una política lingüística (Melià, 2004).
¿Qué es el guaraní en el Paraguay de hoy? Una respuesta con base en la demografía lingüística ofrece una orientación. Las cifras fueron ya publicadas en el Anuario del Instituto Cervantes 2005 (Melià, 2005).
Entre 1682 y 1848 se puede aceptar el cuadro que ofrece Juan C. Garavaglia (1983: 201).
1682 | 1761 | 1799 | 1846 | |
población considerada indígena | 30 323 | 52 647 | 32 018 | 1200 |
---|---|---|---|---|
población no indígena | 7208 | 32 531 | 76 052 | 237 662 |
población total | 85 178 | 32 531 | 108 070 | 238 862 |
Estas cifras muestran a las claras que se iban operando fenómenos socio-cuturales por los que la población se definía poco a poco como no indígena y prescindía de sus componentes raciales (ver Garavaglia, 1983: 204-211).
Con la expulsión de los jesuitas en 1768 se inicia rápidamente un fenómeno de españolización que no trae consigo la castellanización, pues la población criolla española también habla guaraní, pero sí la pérdida de un referente de lengua estandarizado y «gramatical» que se mantenía en las misiones jesuíticas.
La distribución lingüística de los hablantes en el Paraguay, a partir de datos provenientes del Censo de Población y Vivienda de 2002, de la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos, la presenta Carlos Carrera (2004: 44) de este modo:
Pueblos indígenas | 87 099 | 1,8 % |
---|---|---|
Guaraní parlantes | 1 399 220 | 27 % |
Guaraní bilingües | 1 721 200 | 33,0 % |
Castellano bilingües | 1 721 200 | 26,0 % |
Castellano parlantes | 411 780 | 8,0 % |
Idioma portugués | 122 520 | 2,4 % |
Idioma alemán | 36 200 | 0,7 % |
Idioma japonés | 3210 | 0,1 % |
Idioma coreano | 2810 | 0,1 % |
Otros idiomas no indígenas | 3960 | 0,1 % |
En cuanto al grado de bilingüismo en los hogares, se tiene el siguiente cuadro:
Guaraní | 3 120 420 | 60 % |
---|---|---|
Bilingüe (guaraní-castellano) | 3 052 010 | 59 % |
Bilingüe (castellano-guaraní) | 1 330 810 | 26 % |
Castellano | 411 780 | 8 % |
Ahora bien, esta tipología lingüística configura al mismo tiempo una tipología cultural, que a su vez se traduce en otros aspectos de la vida: actividad económica, pobreza, hábitat y vivienda, migración, educación, salud y supervivencia, creencias religiosas, situación de la mujer y desarrollo humano en general, pues la lengua es expresión y reflejo de toda la vida y del modo de ser de la sociedad.
El idioma del hogar según área urbana y rural, teniendo en cuenta que la predominancia de un idioma no excluye el otro, presenta unas proporciones un tanto diferentes, pero dentro de parámetros similares (Paraguay, 2003: 30-31).
País | Urbana | Rural | ||||
---|---|---|---|---|---|---|
Total | 1 117 398 | 659 174 | 458 224 | |||
Guaraní | 661 589 | 59,2 % | 282 677 | 42,9 % | 378 912 | 82,7 % |
Castellano | 398 741 | 35,7 % | 360 310 | 54,7 % | 38 431 | 8,4 % |
Otro | 56 858 | 5,1 % | 16 058 | 2,4 % | 40 800 | 8,9 % |
El hecho de que el país se haya tornado más urbano (no necesariamente más civilizado) en el último decenio sin duda afecta al desarrollo de las lenguas.
Los elevados índices de monolingüismo guaraní en las áreas rurales, que también se da en algunas ciudades del interior del país y en determinados barrios de la capital, hace tiempo tendrían que haber llamado la atención de los políticos y los planificadores de la lengua. No ha sucedido tal.
Es probable que el próximo censo, cuando se haga hacia el año 2010, arroje todavía cifras muy semejantes, lo que no querrá decir que el cuadro lingüístico no haya cambiado notablemente y aun de forma radical. Los censos, realizados por operadores no calificados en lingüística, esperan apenas respuestas cuantitativas, que no miden ni el grado de conocimiento y uso de la lengua ni el tipo de lengua hablada.
El cuadro lingüístico del Paraguay se está transformando. Hay una creciente fuga de la gente del campo hacia las ciudades cuyo centro urbano se desenvuelve en castellano.
Pues bien, los medios de comunicación (diarios, revistas y televisión), que siempre estuvieron castellanizados, no están cambiando su política, ni aun por razones económicas, porque se encuentran con el problema de la falta de manejo de un guaraní que también debería ser moderno. Solo algunas radios que atienden a la población rural siguen usando habitualmente el guaraní.
En la actualidad, tal vez la cuestión más pertinente sería una valiente política de bilingüismo a partir del monolingüismo. Es la política que siguen la mayoría de los países y las naciones en los cuales se ha hecho necesaria una segunda lengua. La lista de sociedades monolingües, cuyos miembros también hablan una segunda y tercera lengua, son numerosos. Es la situación general en África y en Asia, pero también en Europa. La llamada condición bilingüe de una sociedad no es generalmente la perspectiva más adecuada para promover una correcta política lingüística, que no debería ser de sustitución.
A su vez, esta cuestión supone que se tiene más o menos claro qué tipo de lengua es la propia del Paraguay.
Hay que reconocer que la castellanización está en el horizonte de la población en general, en especial la rural. La opción ineludible parece ser el bilingüismo. Pero en realidad el camino que se está siguiendo conduce más bien a la sustitución del guaraní por el castellano; el guaraní está en crisis.
El castellano sigue una línea ascendente de afianzamiento y expansión. Tiene a favor que su normatividad y la estandarización a la que se adapta en su tarea de comunicación ya le vienen dadas desde fuera, aunque hay que confesar que hay un castellano paraguayo, del que a veces nos llegan dudosas muestras a través de la literatura, que se mueve en un campo de arenas movedizas que mal aseguran el equilibrio, esto es, la capacidad de una comunicación coherente más allá de ciertas convenciones coloquiales.
El guaraní se encuentra en una situación más difícil. Se echó a perder el gran esfuerzo gramatical y lexicográfico de los siglos xvii y xviii y los intentos de los siglos xx y xxi para conseguir normalización y normatividad han carecido de un grupo de lingüistas significativo, aunque haya nombres relevantes en el campo gramatical y lexicográfico. En el caso de que se formara una Academia de la lengua, persisten las aprensiones sobre la capacidad de sus eventuales miembros.
Presentar el bilingüismo del Paraguay como derivación de un hecho histórico primordial de la vida colonial (lo mestizo) es una lectura sesgada de la realidad. El bilingüismo no es lo propio y específico del Paraguay. No se puede confundir lo que fue (raíz y tradición) con lo que se quiere ser (proyecto actual de futuro). Lo que define la identidad de la paraguaya y del paraguayo ¿es el bilingüismo o es el guaraní? Ciertamente este planteamiento está lejos de ser entendido, de ser aceptado y asumido. Ahora bien, se puede ser bilingüe y tener como propia una sola lengua. De hecho la mayoría de los bilingües en el mundo aprendieron una segunda lengua sin abandonar la propia.
Hay políticas que proponen un bilingüismo de transición mediante el cual se encamina al hablante a sustituir su propia lengua por otra, en un movimiento orientado hacia otro monolingüismo. En este proceso estarían amplios sectores de la sociedad paraguaya actual.
Desde la Reforma Educativa de 1993 se plantearon estrategias para la atención de la educación bilingüe. Una de ellas atendía a la necesidad de llevar el guaraní a la escuela. Unas 500 escuelas adoptaron la modalidad bilingüe. La alfabetización se realizaba en guaraní y la lengua castellana era introducida gradual y progresivamente, manteniendo siempre la primera. Los resultados fueron altamente satisfactorios: mayor comunicación, mayor alegría en los alumnos, mejor y más rápido aprendizaje.
Sin embargo, los problemas surgieron desde los docentes, poco o mal preparados y a veces incluso contrarios al programa y a su espíritu.
Desde hace años, esa educación formal está librada a equipos de educación cuya competencia puede ser seriamente puesta en duda.
Esa triste experiencia ha mostrado que una lengua no puede ser separada de la comunidad lingüística en la cual tiene sus hablantes. Se había creado una lengua «escolar» que ni siquiera respetaba la índole de la lengua. La lengua sin la lengua; esto es, sin cultura, sin tradición, sin memoria y, por lo tanto, sin futuro. Los textos usados son traducciones, malas traducciones, en las cuales se ha buscado más la correspondencia de palabras que la comunicación de conjunto. Es castellano con palabras guaraníes, que tampoco lleva a entender el castellano.
Es cierto que con el castellano sucede lo mismo. Para las poblaciones hablantes del guaraní no se puede partir de la falsa base de que ya son bilingües por haber nacido en un país que «constitucionalmente» se dice bilingüe. Sin un mínimo de gramática guaraní es poco menos que imposible que se aprenda medianamente una segunda lengua. El aprendizaje de otra lengua pide una cierta percepción de que se trata de sistemas diferentes. Un gramática mínima del guaraní sería, creemos, el primer paso para el aprendizaje del castellano.
El hecho de que, según la Constitución Nacional de 1992, se reconozcan dos lenguas oficiales (el castellano y el guaraní) no ha traído consigo el deber de hablarlas y de hacer uso de ellas en las instancias oficiales; y en la práctica ni siquiera el derecho de poder usarlas. En otras palabras, el guaraní no es lengua de trabajo en el ámbito oficial.
Un hecho reciente ha provocado una crisis al respecto. Propuesta como lengua del Mercosur desde hace tiempo (¿una década?), al fin, en la reunión de los ministros de Relaciones Exteriores, en diciembre de 2006, no ha sido reconocida como lengua oficial, a pesar de serlo de un Estado miembro, y menos como «idioma de trabajo». Aparte de los sentimientos de frustración y despecho muy comprensibles por parte de ciertos ciudadanos, la resolución es bastante coherente con los hechos, ya que el mismo Estado paraguayo no usa la lengua guaraní como «idioma de trabajo» y es solo oficial en intención virtual. El guaraní no es lengua del Mercosur; tendrá que serlo. Y esto supone un desarrollo específico en determinados campos lexicográficos, pero sobre todo en la creación de un discurso apropiado para la expresión de realidades políticas y sociales nuevas para las cuales se carece casi enteramente de antecedentes. Políticos, funcionarios y lingüistas tienen una tarea enorme por delante. No parece, sin embargo, que haya condiciones para cumplirla. Y esas condiciones son en buena parte ideológicas y psicológicas.
La cuestión es cómo promover a una oficialidad real una lengua que durante siglos ha sido marginada del Estado e incluso ha tenido al Estado en su contra, a pesar de declaraciones verbales insustanciales. Para ser lengua oficial tiene que ser efectivamente lengua de trabajo en todas las instancias del Estado, y esto no se improvisa. Un trabajo lingüístico en este sentido está por hacer.
El Estado tiene la obligación, según la Constitución, de asegurar el deber y el derecho de la sociedad paraguaya para que pueda optar, no solo por el castellano, sino también por el guaraní con toda libertad, según sus necesidades, según sus conveniencias y aun por puro gusto (o mejor, por buen gusto). Solo así se dejaría de dudar de sus intenciones y de su capacidad en un punto esencial.
El caso del Paraguay es de importancia ejemplar para la planificación lingüística, porque la mayoría de las lenguas indígenas se ve confrontada con el mismo problema de mayor o menor grado.
(Zimmermann, 2002).
La deforestación lingüística que tanto ha afectado al guaraní llega también al castellano, que también está en difíciles condiciones para afirmarse. Hay un tipo de globalización que solo difunde la no lengua, pobre y esmirriada, incapaz de un discurso sostenido. Y un pueblo sin lengua difícilmente aprende bien otra lengua. El futuro del castellano en el Paraguay está en el guaraní.