La vida de José María Arguedas (1911-1969) puede definirse como la de un escritor que concibió la creación de un lenguaje literario como una vía de salvación social. Para él, la lengua literaria era en realidad un sistema de aglutinación cultural, un espacio ideal para el encuentro de sociedades distintas. Fue uno de los pocos escritores del siglo xx que no creyó solo en la creación literaria como una expresión individual, sino también como una forma de redención para una sociedad. En la misión a la que entregó su vida, la lengua fue el vehículo que eligió para llevar a cabo su gran objetivo: el de la utopía de la integración.
Este dramático objetivo, el de la integración de las distintas culturas que componen el mosaico peruano, es inseparable del drama de su vida.
Nacido en la localidad de Andahuaylas, una zona bilingüe de la sierra sur del Perú, Arguedas vivió como propio el conflicto entre dos lenguas. La muerte de su madre cuando tenía apenas dos años fue la primera señal de una vida que se le presentó desde el comienzo llena de pérdidas y sacrificios. Su padre, abogado, se volvió a casar con una mujer que trajo sus propios hijos a la relación. El padre de Arguedas se ausentaba durante largas temporadas de la casa, pues debía trabajar en otras ciudades y poblados. La infancia de Arguedas transcurrió por lo tanto en casa de su madrastra y de sus hermanastros, en la localidad de San Juan de Lucanas. En muchos testimonios sobre su infancia, Arguedas iba a recordar los maltratos de los hermanastros (uno de los cuales lo obligó a presenciar un acto sexual brutal). En ocasiones, los hermanastros lo obligaban a salir de la casa para pasar parte de la noche a la intemperie. Era allí donde lo recibían los peones de la casa, indios quechua-hablantes, que, en sus palabras, compensaban con su calor, su música y sus relatos las humillaciones que sufría de los miembros de su familia política. Luego, en 1926, Arguedas hizo parte de su educación secundaria en la localidad costeña de Ica, en cuyo colegio fue marginado por su condición de indio. Aun así logró destacar en los estudios, empeñado en demostrarle a los profesores su capacidad. En 1931, después de una infancia itinerante, empezó sus estudios en la Universidad de San Marcos en Lima, donde encontró a algunos amigos que serían suyos para toda la vida.
Su infancia, como la del Inca Garcilaso, transcurrió por lo tanto en escenarios distintos, marcados por la coexistencia del español y el quechua. Fue este mundo dividido, fracturado, compuesto por idiomas que representaban culturas distintas, el que se convirtió en protagonista de su obra.
Su primer libro de relatos, Agua, aparece en 1935 en Lima.1 En 1941 iba a aparecer Yawar fiesta.2 Hablante natural de ambos idiomas, Arguedas se enfrentó, antes de escribir estos libros, a un dilema. ¿Debía escribirlos en castellano o en quechua? Escribir en quechua era elegir un idioma que apenas tenía una literatura escrita y que lo condenaría a un público minoritario. Aunque su opción fue escribir en castellano, eligió un idioma mixto, es decir, un castellano andino, lleno de formas quechuas. Al crear este idioma literario, su ambición fue la de representar para un gran público hispano hablante un mundo que no había sido representado en ningún lenguaje: el del hombre y el de la cultura andinas. Su idioma literario fue el resultado de la creación estética de un castellano quechuizado. Era por lo tanto un instrumento adecuado a la realidad mixta que buscaba representar. Se trataba de un castellano en el que, por confesión de Arguedas, quería lograr que de vez en cuando apareciera el destello del «genio kechwa».
A propósito de lo anterior, creo que en la obra de Arguedas confluyen tres grandes temas que funcionan como premisas de su narrativa.
En novelas como Los Ríos Profundos y Todas las sangres abundan pasajes descriptivos de elementos de la cultura andina. En todos ellos, Arguedas sigue una concepción del lenguaje como un documento fidedigno de la realidad. En este sentido, su idea del lenguaje literario es que se trata del mejor vehículo para la representación precisa del mundo.
Como ha señalado bien Abelardo Oquendo,3 la literatura como ficción no era la idea que regía su concepción estética. Su interés era representar lo más fielmente posible una realidad natural, social y cultural. Le interesaba describir con precisión la geografía, la fauna, las canciones y los vestidos y trajes de sus personajes. Para él, la literatura era el mejor modo de reflejar una zona olvidada del mundo real. El interés literario del Arguedas escritor y artista no está separado por lo tanto del interés del antropólogo y del etnólogo. Su estética es inseparable de una ética de la representación justa.
Una prueba dramática de ello es su participación en una mesa redonda realizada en 1965, con motivo de la aparición de su novela Todas las sangres. A lo largo de esa reunión el sociólogo francés Henri Favre y otros, le reprocharon que el mundo andino que aparece en Todas las sangres no existe. Afirmaron, por lo tanto, que sus novelas presentan un mundo falso, es decir, un invento.4 Esto que a muchos novelistas modernos les hubiera parecido natural tratándose de una obra de ficción, a Arguedas le pareció una acusación (y lo era para sus interlocutores). Cuando oyó decir en esa mesa que sus novelas no reflejaban la realidad del mundo andino, contestó con una frase que aún muchos peruanos recuerdan: «Entonces he vivido en vano». Esa misma noche afirmó que si Todas las sangres era negativo para el país, entonces «no tengo ya nada que hacer en este mundo».
Arguedas pretendía reproducir con exactitud la flora, la fauna y las canciones del mundo andino porque sentía que su misión era representarlas con la mayor precisión posible a un universo de lectores que las desconocían. Al hablar del árbol de tara o el pisonay, al referirse a la letra de los huaynos que reproduce en sus novelas o al referirse a la ubicación de los pueblos, es extremadamente preciso. Sus descripciones están llenas de datos y referencias geográficas y culturales. Reproduce poemas y letras de canciones. En este sentido, pues, Arguedas es un autor documental que cree en el lenguaje literario como el vehículo más fiel y eficaz de expresión de la realidad.
Sin embargo, en alternancia y convivencia con este espíritu documental, su narrativa tiene otro nivel en el que sacraliza e idealiza ese mundo natural y social en pasajes de gran intensidad poética. En las novelas de Arguedas se suceden descripciones celebratorias que expresan su profundo sentido de la adoración por el universo no solo cultural sino también natural de los Andes. Me permito aquí citar un pasaje del capítulo dos de Los Ríos Profundos, que presenta la aparición de una estrella y que creo que es uno de los más hermosos de su obra:
Ya debía amanecer. Habíamos llegado a la región de los lambras, de los molles y de los árboles de tara. Bruscamente, del abra en que nace el torrente, salió una luz que nos iluminó por la espalda. Era una estrella más luminosa y helada que la luna. Cuando cayó la luz en la quebrada, las hojas de los lambras brillaron como la nieve; los árboles y las yerbas parecían témpanos rígidos; el aire mismo adquirió una especie de sólida transparencia. Mi corazón latía como dentro de una cavidad luminosa. Con luz desonocida, la estrella siguió creciendo; el camino de tierra blanca no era visible sino a lo lejos. Corrí hasta llegar junto a mi padre; él tenía el rostro agachado; su caballo negro también tenía brillo, y su sombra caminaba como una mancha semioscura. Era como si hubiéramos entrado en un campo de agua que reflejara el brillo de un mundo nevado «¿Lucero grande werak´ocha, lucero grande?», llamándonos, nos alcanzó el peón; sentía la misma exaltación ante su luz repentina.5
Este pasaje parte de una visión integradora de la relación entre el hombre y la naturaleza. Para Arguedas, una característica de la visión andina es la de la fusión del hombre con el mundo natural o la idea del ser humano como un ente sumergido en un cosmos natural del que es solo una pequeña parte. Esta visión, que contrasta con la visión occidental del hombre enfrentado a la naturaleza, es la base de una noción del lenguaje literario como una fuente de revelación de lo sagrado, lo misterioso, lo mágico. En este sentido el lenguaje no es solo un documento, sino también una revelación de la sacralidad esencial del mundo andino, el espacio de una fusión esencial del hombre con la naturaleza. Su lenguaje no solo es documental, sino también de revelación.
Quizá la contribución más decisiva de Arguedas a la narrativa haya sido la creación de una lengua castellana poblada de formas quechuas. Este idioma literario, creado por él, es un sistema en el que se encuentran y se concilian los rasgos de dos idiomas históricamente enfrentados. En muchas de sus declaraciones, Arguedas declaró que el castellano tradicional no le servía. Necesitaba de un instrumento lingüístico nuevo, adecuado a las necesidades expresivas de ese universo del que quería escribir.
En su libro Arguedas o la utopía de la lengua,6 el lingüista peruano Alberto Escobar señala muchas de las apariciones de formas de la sintaxis y la semántica quechua en las novelas y los relatos de Arguedas. Quiero recordar aquí tan solo algunas de las que Escobar señala:
En el primer libro de Arguedas, Agua (1935), Escobar cita:
Los ejemplos podrían continuar. En todos ellos vemos la presencia de la sintaxis y la semántica quechua en una narrativa castellana. Al incorporar estas formas en su castellano, Arguedas no solo estaba creando un lenguaje literario nuevo. Estaba también usando la lengua literaria más adecuada para describir su universo. No era un idioma impostado, pero sí un idioma imaginario, pues Arguedas recuerda que los hablantes indígenas que toma como modelos eran quechua-hablantes.7 Era también la lengua de una utopía, la de dos idiomas que se funden en uno, la de dos culturas que se encuentran en un idioma. Su lengua era la expresión de la búsqueda de una utopía social, un paraíso. Pero era también el testimonio lingüístico de un hombre que había vivido y vivía en ambas culturas. Hay que recordar que ante una pregunta en una entrevista, Arguedas reconoció que en él había mucho de sus personajes indígenas, Rendón Willka y el niño de Agua, pero también algo del patrón, don Bruno.8
Documento, revelación, integración. Fidelidad, sacralización, reconciliación. Los tres niveles de la narrativa de Arguedas abarcan un espectro amplio. Pero lo que lo hace un gran escritor no es obviamente la complejidad de su búsqueda, sino la calidad de su poesía. El brillo de esa estrella en el cielo, en el territorio lambra, nos sigue iluminando a todos quienes hemos tenido la fortuna de leer Los Ríos Profundos.
En 1969, el suicidio de Arguedas ocupó las páginas de los diarios como la noticia de la muerte de un escritor. En 2004, el cadáver del escritor fue desenterrado de un cementerio limeño, secuestrado y llevado a Andahuaylas, por un grupo de pobladores de su tierra natal. Durante varios días toda la población de Andahuaylas desfiló frente al ataúd. Los niños de los colegios de la ciudad recitaron páginas de sus libros. Los pobladores cantaron junto a su estatua. En ese momento no era solo un escritor a quien veneraban los andahuaylinos. Era un santo o, para ser más exactos, un héroe cultural. Era el que había imaginado un mundo mejor para todos ellos. Había buscado un idioma distinto, un idioma que los integrara al mundo manteniendo su identidad quechua. Era uno de los suyos, y también de los nuestros.