El propósito de esta presentación es reflexionar en torno al contexto en el cual América Latina se ha enfrentado al proceso de expansión de la lengua y cómo ese contexto configura una encrucijada de participación o marginación, dada la multiplicidad de variables que es preciso que intervengan.
Se pretende ofrecer una mirada desde algunos actores que han sido tradicionalmente responsables de que ocurra o no dicho proceso expansivo, entre ellos citaremos a los sectores político, educativo y económico; examinaremos las principales preocupaciones y acciones hasta ahora emprendidas por cada uno, trataremos de detectar la huella dejada por esas acciones y reconoceremos el escenario en que estos sectores se han movido y la relación existente entre el movimiento expansivo de la lengua y la dinámica general de los procesos de internacionalización en los países latinoamericanos.
Conviene entonces esta reflexión a toda la comunidad hispanohablante, y le conviene porque detrás de esta expansión aparecen oportunidades compartidas por toda Latinoamérica en los planos cultural y económico que podrían ser aprovechables por muchos agentes sociales, bien sea que cada país adelante esfuerzos independientes o porque se creen mecanismos de cooperación que permitan diseñar estrategias concertadas de promoción de nuestra lengua y de los fenómenos inherentes a ella, en espacios geográficos de los cuales hemos permanecido relativamente distanciados o en aquellas culturas que solo conocen una faceta de nuestra realidad: la que se deriva del subdesarrollo económico.
Se trata entonces de entender que tenemos una oportunidad compartida, no hay exclusividad en el derecho de participación, es más bien un asunto de voluntad y claridad respecto a los niveles de relación que pretendemos para nuestros países con la comunidad internacional.
Los últimos años han traído para los países de habla hispana una creciente conciencia respecto al potencial de nuestra lengua como «Activo Exportable», un activo común a nuestras naciones pero no suficientemente aprovechado como herramienta para la internacionalización de nuestra cultura y para el posicionamiento de nuestros países en un escenario en el cual seamos vistos por la comunidad internacional como oferentes de un valioso patrimonio y no solo como demandantes de destinos que permitan a nuestros ciudadanos, por la vía de la inmigración, generar mejores condiciones de vida.
Si realizamos un inventario de las reflexiones que han generado esta nueva conciencia sobre el valor de expandir nuestra lengua más allá de sus fronteras tradicionales, obtendríamos una síntesis de lo que sabemos hasta ahora sobre el fenómeno creciente de la «internacionalización de nuestra lengua».
Esta síntesis recoge los esfuerzos multilaterales para el crecimiento del español y contiene, entre otros, los siguientes aspectos:
Al revisar un buen número de los artículos escritos sobre estos temas, podemos entender que contamos con un diagnóstico interesante, pero incompleto, falta mucha información sobre las acciones adelantadas en los países latinoamericanos.
No obstante, este diagnóstico, con todo y con lo parcial que puede resultar, permite formular preguntas sobre el futuro deseado y sobre las acciones de corto y medio plazo que deben emprender los principales actores sociales responsables del aprovechamiento de este rico patrimonio cultural.
Cabe preguntarse a quién corresponde el liderazgo respecto a la tarea de dibujar ese futuro deseable en el proceso de expansión de nuestra lengua, dado que se trata de aprovechar una oportunidad que es compartida por diversos sectores: el político, el económico, el educativo. Ninguno de ellos, en ninguno de nuestros países, puede asumir individualmente la tarea de internacionalizar una lengua y la cultura asociada a ella, pero es claro que desde cada sector pueden adelantarse estrategias que generen una fuerza combinada para lograr un impacto más profundo.
Echemos una mirada a la huella dejada, hasta ahora, por estos actores:
La mayoría de los países latinoamericanos carecen de una política lingüística proyectada hacia un contexto internacional o, dicho de otra manera, las políticas de lengua extranjera han sido formuladas pensando en dotar a los ciudadanos nacionales de herramientas lingüísticas para interactuar con el exterior en el plano de las relaciones laborales, gestión del conocimiento, aprovechamiento tecnológico o intercambio comercial, es decir, han sido creadas con el espíritu de preparar a sus ciudadanos para emigrar o para transferir de fuera hacia dentro lo que se encuentre «aprovechable», pero muy lejos están estas políticas de haber propiciado estrategias de acercamiento de esas otras culturas a la propia, quiero decir, hemos creado y mantenido políticas lingüísticas que nos invisibilizan.
Estas políticas están enseñando a nuestros ciudadanos a acercarse al mundo, pero no están contribuyendo mucho para que el mundo se acerque a nosotros, con las consecuencias evidentes que se desprenden de esta situación en los planos político, económico y cultural.
Los Estados latinoamericanos, a través de sus ministerios de educación, cultura y relaciones exteriores, tienen toda la estructura requerida para generar proyectos que, al expandir nuestra lengua a otras sociedades, permitan crear un efecto multiplicador de bienestar para nuestras economías por la vía de la ampliación de oportunidades para todas las industrias asociadas a la lengua española: enseñanza, publicaciones, cine, televisión, Internet, turismo académico y diversas manifestaciones artísticas, por señalar solo algunas.
Urge entonces un compromiso político que incluya en la agenda internacional la apertura de espacios de promoción de nuestra cultura a través de planes de divulgación de nuestra lengua; entendemos que nuestros Estados tienen suficiente tema de preocupación con solo pensar en los niveles de analfabetismo que todavía padecen muchos de nuestros ciudadanos, que cohabitamos con otros problemas delicados como los bajos niveles de competencia en lengua materna de muchos de nuestros habitantes y adicionalmente queda todavía la preocupación por las diversas etnias que viven en condiciones de exclusión dentro de su propio territorio, porque el desconocimiento del español los mantiene marginados e imposibilitados para relacionarse en condiciones de igualdad. Sin embargo, aunque estas preocupaciones sean enormes, no se puede esquivar la mirada a una oportunidad que encierra un fuerte potencial.
Hasta ahora la Universidad latinoamericana ha tenido un papel débil en la reflexión respecto a la expansión de nuestra lengua y de nuestra cultura más allá de las propias fronteras. También ha sido débil su intervención en la materialización de acciones concretas que le permitan realizar avances al respecto y esto es así aun en el desarrollo de la tarea que le resulta más obvia: los programas de enseñanza de español como lengua extranjera. Existen excepciones, por supuesto, en países como México, Argentina y Costa Rica, por citar algunos, en los cuales existen universidades que tienen programas muy fortalecidos y logran atender a un número considerable de estudiantes extranjeros cada año, pero en muchos otros países apenas se está iniciando la tarea de consolidar este tipo de experiencias.
Los expertos en las diversas áreas de la lengua, dentro de las universidades, han podido adelantar esfuerzos notables en su entorno más próximo, pero estos expertos no han tenido gran incidencia en políticas de Estado o en las estrategias de internacionalización de sus instituciones, en lo que respecta a la expansión del español y al aprovechamiento de este proceso como oportunidad para el desarrollo de sus propias organizaciones y para beneficio de su país.
Son varios los factores que han incidido para que la gran mayoría de nuestras universidades no hayan adelantado propuestas fuertes en este horizonte. Es clara la tarea prioritaria de lograr elevar las competencias de nuestros estudiantes en su lengua materna, pero además existen razones de contexto; por mucho tiempo respondimos en consonancia con los modelos económicos dominantes en la región, es decir, modelos económicos cerrados; esto, de muchas formas, impidió a las universidades crear estrategias de internacionalización para la incorporación de dinámicas de intercambio cultural con nuestros pares en otras latitudes en un sentido bilateral, ya que el proceso de intercambio y cooperación internacional se limitaba a la movilidad académica o a la incorporación de contenidos programáticos, fundamentalmente en una sola dirección: de fuera hacia dentro.
Especialmente durante la última década, la Universidad latinoamericana ha comenzado a recibir el impacto de las dinámicas de apertura y globalización de la economía; en este escenario, la Universidad ha empezado a interrogarse respecto a las oportunidades y amenazas que llegan a ella en virtud de esos fenómenos económicos e iniciado su cuestionamiento sobre el papel que debe desempeñar. Comienza entonces a reconsiderar su posición y a identificar oportunidades de proyección en un contexto internacional.
La Universidad debe asumir su responsabilidad, como institución que alberga el conocimiento, de liderar el posicionamiento de nuestra lengua y de las culturas asociadas a ella. Debe hacer visibles, para otros sectores de la economía y de la sociedad en general, las invaluables oportunidades que se desprenden de esta expansión cultural. Por supuesto que también le corresponde el papel de crear las sinergias que permitan adelantar investigaciones, propuestas y proyectos que convoquen diversos sectores en torno al mismo propósito, ya que a fin de cuentas será la sociedad en su conjunto la que podrá recibir los beneficios resultantes.
Ante esta coyuntura, los desarrollos que logre realizar sobre la lengua constituirán un valioso patrimonio que puede ser aprovechado no solo en el incremento de programas de español para extranjeros, sino también en algunos aspectos de la producción académica que se asocian a estas actividades, tales como la formación de profesores de español como lengua extranjera, la producción de diversos materiales académicos, el desarrollo de investigaciones, la creación de programas y proyectos para la divulgación de nuestra cultura en países no hispanohablantes.
Estudios recientes han empezado a revelar relaciones más amplias de lo previsto entre la economía y la lengua española; estos estudios pueden ayudar a dar un salto cualitativo en la transformación del paradigma que mantenía una aparente distancia entre estos dos territorios.
Hay proyectos que por su envergadura requieren aliados estratégicos. La obra expansiva de la lengua pasa por la configuración de alianzas entre diversos sectores: a los entes estatales les corresponde la voluntad política; el conocimiento y la experiencia académica corresponden al sector educativo, y el cómo materializar acciones puede ser un aporte importante del sector económico.
¿Qué ofrece entonces el entorno económico que pueda ser empleado por la Universidad y por los Estados latinoamericanos en función del aprovechamiento de la riqueza que hay en la lengua? Citemos algunos de esos aportes:
El estudio dirigido por el doctor José Luis García, patrocinado por Telefónica de España, sobre El valor económico del español o el trabajo de Rita Cancino sobre El español como empresa multinacional dan un ejemplo muy interesante para los países latinoamericanos sobre la manera como España ha entendido el potencial que tiene la industria de la lengua y su fuerte impacto en la economía de ese país por la vía de la producción editorial, la docencia de español como lengua extranjera, la producción artística y cultural y el desarrollo de investigaciones, procesos que a su vez inciden en la formación de capital humano de alto nivel y en la generación de un beneficio económico que, según datos del Instituto Cervantes, rodea el 15 % del producto interno bruto español.
Otro caso digno de estudiar es el británico, en el cual la articulación es perfecta. Observemos el circuito económico y cultural que logran consolidar:
He aquí una evidencia de cómo transformar el problema de expandir la lengua en una excelente oportunidad para el desarrollo cultural y económico.
A cada uno de nuestros países le cabe entonces la tarea de evaluarse respecto a los esfuerzos nacionales e internacionales que puede adelantar. En este sentido valoramos profundamente la experiencia iberoamericana surgida a partir del sistema internacional para la Certificación de la Lengua Española (SICELE), liderado por el Instituto Cervantes y la UNAM; este proyecto está generando un aporte sin precedentes para nuestra lengua: crear comunidad académica entre muchas universidades de América Latina y España, gracias a esto se están formando redes nacionales e internacionales para reflexionar sobre el tema e identificar necesidades de las cuales podrán surgir proyectos comunes, no solo en materia de evaluación, sino en muchas otras líneas asociadas al proceso expansivo del español.
A manera de reflexión preguntémonos si estamos preparados para afrontar el reto, si estamos abonando un terreno propicio para el aprovechamiento de esta oportunidad. Es evidente la urgencia de crear proyectos intersectoriales en los que el Estado, la Universidad y la economía produzcan respuestas integrales. El Estado: generando políticas apropiadas y haciendo una adecuada promoción de los países latinoamericanos en otras latitudes; la Universidad: generando programas y proyectos de muy alto interés y la sociedad en su conjunto y gestionando las propuestas que permitan acoger a los extranjeros y que lleven a otros contextos las iniciativas académicas y culturales que se produzcan, y el sector económico: aportando su experiencia, capacidad de negociación, infraestructura y demás recursos necesarios para la ejecución de proyectos.
Es el momento perfecto para elegir si nos comprometemos con propuestas que nos traerán altos beneficios o si continuamos al margen de la oportunidad, permitiendo que quienes tengan una visión más amplia sean beneficiarios exclusivos de ella.
Una conciencia, recién descubierta, de la oportunidad que entraña la expansión de nuestra lengua.