Julio Borrego Nieto

La norma policéntrica del español Julio Borrego Nieto
Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Salamanca (España)

1. Declaración de objetivos

El profesor Moreno de Alba, coordinador del panel La norma policéntrica del español, al que pertenece esta ponencia, resumía así sus contenidos en la comunicación personal remitida a los participantes:

Hace siglos el español contaba con pocas normas verdaderamente influyentes. Hoy, por el contrario, el desarrollo demográfico y de todo tipo de las grandes ciudades del mundo hispánico explica que nuestra lengua, sin perder su unidad esencial, disponga de numerosas normas prestigiosas, de diferentes núcleos de difusión lingüística. A ello se debe que ahora el trabajo de las academias de la lengua tenga una orientación verdaderamente panhispánica. Las medidas que se están tomando favorecen simultáneamente la unidad de la lengua y el respeto a las normas regionales. El resultado es alentador: hay una clara tendencia a la unidad de la lengua, sin que se pierdan las diferencias no esenciales de carácter regional. Estas no le restan unidad sino, mejor, le añaden riqueza.

Pues bien, el objetivo de esta colaboración es tratar de mostrar, con un ejemplo práctico y, en mi opinión, muy representativo, cómo, en efecto, las situaciones de máxima convergencia producen un español culto aceptado por todos, pero en el que no llegan a eliminarse los rasgos indicadores de la procedencia del hablante.

2. La importancia social de las normas lingüísticas

Numerosas anécdotas de la vida cotidiana muestran la plena vigencia sociológica que sigue teniendo la cuestión de las «normas lingüísticas». Citaré varias a modo de ilustración. La primera se refiere a una cadena de supermercados que rechazó a una aspirante a empleada por ser, en palabras de quien la entrevistó, «repipi y con acento andaluz»; la segunda es la carta a un diario español (El País,15/07/2002) de un hablante canario que señala: «Siempre me había sentido orgulloso al hablar con mi acento canario cuando estoy fuera y, sobre todo, cuando trabajo en Madrid. Decían que era muy dulce y transmitía serenidad. Pero ayer una señorita del 1003 [número de información telefónica] se burló de él»; la tercera tiene que ver con mi experiencia personal: durante una estancia en Cádiz (España) observé que las emisoras de radio de la ciudad no tenían locutores con acento local ni aun meridional; la cuarta son las risas con que se acogió en un programa de radio el que en una película mexicana Jesucristo se dirigiera a sus discípulos con el vocativo «ustedes, mis cuates». Estas anécdotas, además de revelar, como acabo de señalar, la importancia social de las normas lingüísticas, contienen juicios de valor que podrían llevar a plantearnos preguntas como estas: ¿es que para «hablar bien» el español es necesario ceñirse a lo que se suele llamar, para entendernos, norma «castellana» o «peninsular norteña»? ¿Es que los hispanoamericanos, por ejemplo, por más cultos que sean o por más que se esfuercen, siempre hablarán «mal» el español si no renuncian a las peculiaridades de su zona?

Las anécdotas antes mencionadas muestran que muchos de los profanos siguen pensando que sí. Pero, lo que es más llamativo, Guillermo Guitarte (1991) ha trazado un panorama en que queda patente cómo muchas autoridades lingüísticas de este y del otro lado del Atlántico pensaron también que sí al menos hasta bien avanzado el xix. Hoy, tras vicisitudes diversas, se ha entrado (al menos entre los lingüistas: no está tan claro que suceda así entre los profanos, como muestran las anécdotas anteriores) en lo que Guitarte llama un proceso de «convergencia», que consiste en reconocer la existencia de más de una «norma culta» aceptable mientras se busca una «norma hispánica ideal» que las unifique. El maestro Juan Manuel Lope Blanch se ocupó del tema obsesivamente hasta las vísperas de su último aliento y a la misma idea apunta Moreno de Alba en las palabras mencionadas en la introducción de la presente ponencia.

No voy a entrar ahora en las característica de esa «norma ideal», si es que existe, y mucho menos en qué fenómenos la constituirían. Tampoco en el estatuto de las «otras normas» y en el carácter probablemente escalar de los fenómenos que las integran. Me interesa más ahora el proceso de la «convergencia» en sí mismo, esa forma de actuar en virtud de la cual los hablantes cultos tratan de alcanzar una forma de expresión común que se parezca al «estándar» tal como lo definen trabajos clásicos: variedad que tiende a ser única, inmutable y omnipresente, que se basa en los registros formales de la lengua escrita, que cuenta con guardianes personales e institucionales que la regulan y la defienden y que trata de borrar con su presencia cualquier marca que delate la procedencia del hablante, identificándolo, simplemente, como «hablante culto de español». En concreto me interesa dilucidar hasta qué punto el hablante llega realmente a esto y hasta qué punto mantiene (inconscientemente o por convicción) las características que delatan su procedencia.

3. A lo abstracto por lo concreto: análisis de dos textos representativos

En lo que sigue me propongo cubrir los objetivos mencionados recurriendo al análisis de muestras de habla emitidas en alguna situación que, por sus elementos constitutivos, favorezca la máxima convergencia. He elegido los discursos que pronunciaron los entonces presidentes de Argentina (Fernando de la Rúa) y México (Vicente Fox) en la ceremonia de inauguración del II Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en la ciudad española de Valladolid. Había otros presidentes presentes, pero no pronunciaron discurso alguno en la ceremonia (así ocurrió con los de España, Colombia o Guinea Ecuatorial. Sí hablaron, en cambio, el rey de España y ponentes no políticos de profesión: Mario Vargas Llosa, Miguel León Portilla y Camilo José Cela. Los discursos de estos últimos no se analizarán pormenorizadamente, pero sí me referiré a detalles de alguno de ellos.

He elegido los textos citados porque corresponden a hablantes que se supone cultos y de alto nivel social, pero que no son lingüistas ni filólogos. Es cierto que muy probablemente los presidentes no hayan escrito los discursos o estos hayan sido supervisados por otros, pero, en cualquier caso, son, en última instancia, responsables de ellos, están conformes con su configuración y, desde luego, son ellos quienes les prestan la voz y, por tanto, la pronunciación concreta en que serán oídos. Es esta una cuestión sobre la que se vuelve en otra parte del texto. Los he elegido americanos y no españoles porque, siendo yo hablante de la variedad peninsular norteña, tengo intuiciones sobre lo que en ellos me resulta diferencial, mientras que no puedo juzgar lo que en el discurso de Cela, por ejemplo, a ellos les parece peculiar y chocante. Por lo demás, se trata de textos elaborados (en el sentido técnico que tiene la palabra por ejemplo en Borrego, 2002), concretamente de textos escritos leídos, emitidos en una ceremonia solemne y máximamente sujeta a reglas, con interlocutores de alto estatus social y cultural, la mayoría de ellos profesionales de la lengua y con voluntad, expresamente manifestada antes, durante y después del evento, de máxima convergencia.

4. La convergencia léxica y sintáctica

La pregunta concreta es, por tanto, hasta qué punto, dadas las características de la situación, nuestros dos presidentes se expresan en un español «común» impermeable a su origen, o bien, dándole la vuelta a la moneda, hasta qué punto podemos seguir «adivinando» su procedencia por la forma de expresarse. En definitiva, se trata de dilucidar, en el equilibrio convergencia/identidad, cuál de los dos polos pesa más. Si recurrimos al texto escrito, la convergencia es prácticamente total: en el terreno léxico, y como usuario español, solo me han llamado la atención dos expresiones, ambas incluidas en el discurso de De la Rúa: protagónico («al idioma español pertenece un rol protagónico en el mundo actual») y aporte («Nuestra lengua ha hecho sus aportes concretos al entendimiento de los pueblos»; «Un aporte fundamental lo hacemos mediante el programa de difusión del pensamiento argentino en el exterior»; «Nada puede ser más propicio a la cultura argentina que recibir en nuestra casa a quienes la nutren con sus propios aportes»). Antes de seguir adelante, conviene recordar la necesidad de mostrarse precavido ante las intuiciones individuales de lo que es peculiar. Un prestigioso colega, autor de trabajos importantes y muy experto en variedades hispánicas, escribe en uno de sus artículos: «las palabras que se escuchan en la radio y la televisión internacional pertenecen, casi en su totalidad, al español general: son voces no marcadas como mesa, pan, también, o como todas las que he utilizado para escribir este trabajo» [subrayado mío]. Pues bien, en ese trabajo hay unas cuantas que a un español, al menos a un español de Castilla, le suenan ajenas: en punto de las seis de la tarde, estación [de radio], negocios (por tiendas), rentar, conductores de programas, noticieros, contribuciones (por impuestos), cuando estaba adentro tomando agua fresca, amén de ciertos regímenes verbales como jugar dominó o escuchar radio. Bien es verdad que estos peligros acechan mucho más cuando se juzga lo diferencial de la propia variedad que cuando se hace lo propio con la ajena, pero, aun así, intenté obtener datos objetivos de uso sobre las dos piezas léxicas citadas arriba: protagónico y aporte. Protagónico no aparece en la última edición del DRAE, aunque tampoco en el Diccionario del español de Argentina (Haensch y Werner [dirs.], 2000); en el CREA el mayor número de ocurrencias en el momento de la consulta() se documentaba en Chile (27,99 %), el segundo más alto en Argentina (18,51 %), y España solo proporcionaba un modesto 3,38 % (pese a su bastante mayor aportación al corpus), que se reduce a 0 si lo que buscamos es la expresión entera rol protagónico: ninguno de los 83 casos se da en España; de nuevo está a la cabeza Chile (42,68 %), mientras que Argentina ocupa el tercer lugar con un 13,41 %. En buena parte, pues, parece confirmarse mi intuición en este caso, aunque no tanto en el de aportes: pese a que yo, en ese contexto, diría claramente aportaciones, el DRAE recoge la palabra sin marca, y mis compatriotas han contribuido al CREA con el 15,09 % de los casos, el segundo país, eso sí, tras Argentina: 24,9 %. De todos modos, sí hay, incluso en este segundo caso, preferencias léxicas bien visibles, puesto que las apariciones de aportación/aportaciones corresponden en un 85,09 % a España y en un 0,45 % a Argentina. En cuanto al discurso de Vicente Fox, solo destaca el uso de escuchar por oír,en modo alguno ajeno a los hablantes españoles, pero especialmente usado en América, según el Diccionario Panhispánico de dudas (s. v. escuchar). Quizá también merezca la pena mencionar el caso de maestro, que si se refiere, como creo, a profesores en general, remite más a Hispanoamérica que a la España actual (cfr. Salvador 1987: 228).

Termino este apartado léxico con un curioso apunte sobre la denominación del idioma común al que se dedicaba el congreso. Camilo José Cela, que, pese a su declaración de principios («No usemos la lengua para la guerra, y menos para la guerra de las lenguas»), hace un discurso claramente agresivo, es el único que se refiere expresamente al asunto: «¿Por qué algunos españoles, con excesiva frecuencia se avergüenzan de hablar en español y de llamarlo por su nombre, prefiriendo decirle castellano, que no es sino el generoso español que se habla en Castilla?». Siguiendo el espíritu y el nombre del congreso, los participantes en la inauguración convergen en la dirección de Cela: aparte de expresiones como «nuestra lengua», «nuestro idioma», «la lengua común», o usan solo español, lengua española o emplean castellano en el sentido restringido que apunta Cela (León Portilla). Las excepciones se dan precisamente en las dos personalidades que estamos analizando, pero sobre todo en Vicente Fox. Es verdad que De la Rúa empieza su discurso diciendo aquello de que «al idioma castellano pertenece un rol protagónico», pero en todas las restantes ocasiones (nueve) es español/española lo que usa. El presidente mexicano, en cambio, emplea sistemáticamente castellano, al principio en su sentido restringido («Hace poco más de mil años, a juzgar por los más antiguos testimonios escritos de los que se tenga noticia, nació la lengua castellana en esta región de la Península Ibérica…»), pero al final con intención clara de referirse al idioma común moderno («Con el castellano podemos atravesar veinte fronteras…»; «El castellano ha sido declarado en Brasil lengua de enseñanza…», «El país en el que la lengua castellana cuenta con mayor número de hablantes es México»). Gregorio Salvador (1987) comenta así un uso semejante en el escritor argentino Ernesto Sábato: «Incluso en Argentina, que ha sido el país americano más recalcitrante en mantener la denominación lengua castellana, creo que se empieza a producir el cambio hacia la preferencia por lengua española y, en el caso concreto que comentamos, el reiterado uso de lengua castellana de Sábato responde más bien a un uso propio de su generación, un uso aprendido en esas aulas del colegio secundario de La Plata» (p. 229). Lo curioso es que aquí lo use un presidente leyendo un discurso institucional, supuestamente bien meditado y redactado seguramente por otros. Es más, es muy posible que lo leído no coincida con los usos espontáneos del presidente, como parece revelar la siguiente anécdota: en un momento del discurso, se incluye el párrafo «Y como si esto fuera poco, los mexicanos y mexicanas que por diversas razones han emigrado a los Estados Unidos en general siguen manteniendo viva su lengua primigenia», pero, aproximadamente un minuto después, el redactor del discurso le coloca de nuevo el mismo párrafo; él parece reparar en ello y, al llegar a «…manteniendo viva su lengua…», se desconcierta, se para y termina el párrafo por su cuenta añadiendo «española». Con lo que, al sustituir el vocablo original «primigenia» por el improvisado «española», termina por utilizar este término justamente la única vez en que parece atenerse a sus usos espontáneos. ¿Se trata de elecciones casuales carentes de significación o es una persistencia de viejos ecos? Yo aquí me limitaré a dejar constancia de los datos.

En cuanto a la sintaxis, prácticamente nada siento como ajeno a mis usos. Sí está ausente de ellos el imperfecto de subjuntivo con puro valor de pasado (como en la frase de De la Rúa «cuando en Zacatecas comenzaran estos magníficos encuentros…»), pero bastantes de mis compatriotas lo escriben (y, en algunos contextos, lo dicen) porque lo consideran elegante. Ni siquiera se detectan valores claramente distintos a los de España en el indefinido y el pretérito perfecto, que aparecen en los contextos que las gramáticas españolas harían prever. Tampoco se detectan presuntas dislocaciones en la consecutio temporum, ni la duplicación mediante pronombres átonos de acusativo del objeto directo nominal, ni adverbializaciones de adjetivos que suenen a particularismos, ni variaciones más o menos locales en los regímenes proposicionales, ni el se los digo o se los demando cuando ese los refleja en realidad la pluralidad referencial de se, ni usos «extraños» (para un oído español) de algunas preposiciones o conjunciones… Fenómenos todos ellos recogidos por los estudiosos, incluso de boca de hablantes cultos, en los países que ahora nos ocupan.

Así pues, y como se ha dicho muchas veces, máxima convergencia en las variedades más formales de la lengua escrita. Cabría plantearse si esa convergencia se ha logrado simplemente buscando lo común o si se ha llegado incluso a sustituir lo propio por lo ajeno. Pero los hablantes mexicanos y argentinos a los que les he dado a leer el texto no han encontrado prácticamente nada que les suene a extraño. Más tarde volveré sobre la cuestión.

5. La potencia caracterizadora de la fonética

Dado que, como ya quedó insinuado más arriba, estos discursos no suelen ser escritos por la persona que los pronuncia (en el caso de Vicente Fox ello queda confirmado, entre otros indicios como el ya mencionado arriba, por la conversión, al leer, de Jorge Luis Borges en José Luis Borgues), es en la fonética donde tendremos que buscar los posibles indicios de mayor individualización. Y al llegar aquí me veo obligado a confesar una renuncia paradójica: no voy a hablar de la entonación, pese a que ella misma bastaría, muy probablemente, para que muchos hablantes de español identificaran de inmediato la procedencia de nuestros dos lectores. Pero la verdad es que no estoy en condiciones (en parte por culpa mía, en parte por la insuficiencia de los estudios) de racionalizar adecuadamente esas intuiciones.

Vayamos, pues, con los rasgos segmentales. El comportamiento del fonema /s/ puede ser un buen comienzo, dada su capacidad discriminadora. Nuestros dos presidentes lo emplean cuando leen la letra z o la c + e, i, es decir, son seseantes, lo cual excluye de inmediato, como es sabido, su procedencia peninsular norteña, hecho avalado, además, porque tal fonema no se realiza, como el castellano, poniendo el ápice de la lengua en los alvéolos y dejando esa concavidad que le da su timbre especial. Este solo rasgo, pues, bastaría para diferenciar a Fox y De la Rúa de Cela, por ejemplo, aunque no para desechar su condición de andaluces o canarios. Sí serviría para ello, en cambio, el mismo fonema si atendemos a su pronunciación en final de sílaba. Aunque con las excepciones pertinentes (suele aducirse entre ellas lo que ocurre en la isla de El Hierro, aunque las cosas parecen estar cambiando drásticamente: véase Pérez Martín, 2003), la norma culta difundida por las principales ciudades de Andalucía y del archipiélago ofrece grados avanzados de debilitamiento de -s en esa posición, ya se manifieste tal debilitamiento en aspiración o en pérdida, con influencias diversas en las vocales precedentes y en las consonantes siguientes. Fox, por el contrario, no solo no debilita el fonema, sino que lo realiza con especial tensión y alargamiento. En cuanto a De la Rúa, el debilitamiento ciertamente se produce, pero está en estadios menos avanzados que en las hablas españolas citadas: ofrece aspiración (sin influencia en los sonidos contiguos) casi de forma sistemática ante consonante, forme esta parte de la misma palabra o de palabras contiguas (kahteyáno, kompartímoh totálménte), pero casi nunca si a -s le sigue vocal (konkrétos-al-entendimiénto) o pausa (de loh balóres / intérnos-e ihtórikos/). Por otra parte, la desaparición total de -s es muy rara, aunque ofrece algún ejemplo (mexóreh módo de…). Pautas estas, por cierto, que corresponden a las descritas para el español de Buenos Aires, donde la aspiración preconsonántica es mejor aceptada que la prevocálica, la prepausal y la desaparición (Lipski, 1996: 191; Donni de Mirande, 1992: 402-403), si bien estas tres últimas han de darse, incluso entre las clases superiores cultas, con más profusión de la que refleja un texto leído en una situación de formalidad muy elevada.

El poder diferenciador de esta -s implosiva, al ser más cuantitativo que cualitativo (el debilitamiento se da en Andalucía y en Canarias, pero en grado distinto), debe ser reforzado por algún otro rasgo. Pueden servir al respecto las realizaciones de /x/, que en las regiones españolas citadas son claramente más débiles (aspiradas) que las castellanas y también más débiles que las de Fox y De la Rúa. Hay que señalar, no obstante, que las de estos a un oído castellano también le suenan debilitadas, con tendencia a acentuar este carácter en algunos vocablos, como por ejemplo Argentina, México y los gentilicios correspondientes. De todos modos, la debilidad de /x/ es mayor en el presidente argentino y encuentro en el mexicano indicios de ese cierto carácter palatal ante las vocales -e, -i, señalado a veces para el fonema en boca de los hablantes de México.

No suena tampoco a andaluza ni a canaria la tensión que en general muestra la –d final de sílaba en los dos presidentes, que he llegado a veces a transcribir casi como [t], sin que esa tensión adquiera el carácter descaradamente interdental de la -d del presidente castellano-leonés Herrera en el discurso de clausura del congreso. También ayuda a descartar que discursos como estos puedan pertenecer a hablantes de la España meridional la estabilidad de los grupos cultos, perfectamente conservados en Fox (transmigrar, eγstremada, constituyen, eγstraordinario, institutos, eγsplorado; la única excepción es espansión) y apenas alterados por aspiraciones en De la Rúa (convihsión, ehclusión, irreduγtible, ehpresión, cohtruir, aγsión, ehtender, ehtranjeros, ehteriores, inteleγtuales; pero perpehtiva, esenario). Por otra parte, si los discursos pertenecieran a hablantes de las regiones españolas citadas, seguramente aparecerían casos de [ŋ] (aunque este alófono velar no sea general en ellas), a la vez que resulta más americana que española la acusada tendencia antihiática claramente visible en la pronunciación de intelectuales, contribuir, planteado, crear, incluir, ampliando, actual y línea (que suena casi linia) por parte de De la Rúa. Curiosamente, dado que se considera peculiaridad nacional, no tengo ejemplos de Fox.

En cambio, y como era de esperar, no tienen en este caso carácter diferenciador entre las zonas que estamos considerando (Andalucía y Canarias por un lado frente Argentina y México por otro) ni la conservación de la -d- intervocálica (seguramente mucho más caediza en el mediodía español, pero no en un discurso leído), ni el yeísmo (igualmente presente, con islotes de distinción, en todas ellas). En cuanto a las confusiones -l/-r, totalmente ausentes de los dos discursos, parecen estarlo también de la pronunciación actual media de Argentina y México, pero no faltan en el español canario, aunque se dan en escasa medida y son, en cambio, especialmente frecuentes en Andalucía, si bien su mayor desprestigio social podría hacer que se filtraran en situaciones como la aquí estudiada. Seguramente algo parecido sucederá con el marcado carácter fricativo que muestra en las hablas meridionales españolas el fonema palatal sordo escrito ch.

Así pues, en el aspecto fonético, el más personal de los discursos, la intensa convergencia no anula, ni mucho menos, la individualidad lingüística de los disertantes. Se diferencian claramente de otros colegas suyos de micrófono, como el rey Juan Carlos o Cela, y quedan ubicados, sin ningún género de dudas, en alguna de las variedades americanas del español.

Pero cabe todavía precisar más: los discursos de ambos distan mucho de ser idénticos entre sí (y no me refiero ahora, claro está, al contenido). A los matices diferenciales ya señalados de pasada al comentar lo común hay que añadir precisiones y unir ahora otros. De nuevo el potencial distinguidor de /s/ hace que volvamos sobre este fonema.

Las eses de Fox, independientemente de su punto y su modalidad de articulación exactos, son más largas y más tensas que las de De la Rúa y, lo que resulta más significativo, lo son en todas las posiciones. Frente a la aspiración, ya comentada, de muchas implosivas por parte del argentino, que emparenta su habla con, entre otras, las caribeñas y las meridionales españolas, no hay ni rastro del fenómeno en la modalidad de Fox, cuya expresión se parece en esto a las zonas andinas de Bolivia, Chile, Ecuador, Perú, etcétera. Ello ha permitido a unos (como Lipski, 1996: 300) hablar de la «prominencia especial» del fonema en el habla mexicana (central) y a otros (como Canfield, 1988: 76) de variedades con preferencia por las consonantes (como la de México), frente a variedades con preferencia por las vocales. Y, ciertamente, tanto las vocales tónicas de Fox como las de De la Rúa son largas, pero mientras ello no afecta de manera decisiva a las átonas en el argentino, sí se produce un notorio contraste en el mexicano, que casi llega a pronunciar plán’ta (por planeta) y Méh’co. Sea ello debido o no a la prominencia de la /s/ como a veces se ha señalado (Vaquero, 1996: 16), lo cierto es que la altiplacinie mexicana comparte ambos rasgos con, en palabras de Canfield, toda la zona de los Andes, desde Colombia hasta Bolivia.

Seguramente fruto de la debilitación vocálica es también el cierre de las átonas, perceptible, por ejemplo, en siñores, en las finales de segundo, mundo, que se oyen casi como úes abiertas, y en el graes de León Portilla mencionado en nota. Nada semejante tengo anotado en el discurso de De la Rúa, cuyo intenso acento en las tónicas, con el consiguiente alargamiento, no parece repercutir ni en la duración ni en el timbre de las átonas. La variedad del ex presidente argentino es de las que Canfield consideraría favorecedoras de las consonantes.

Así pues, un solo rasgo, con posibles derivaciones en otro, nos ha permitido dejar a los dos políticos pacíficamente alineados en dos bandos distintos dentro del mismo frente común. Sería ilustrativo comprobar hasta qué punto su posición encaja con una conocida propuesta de Raúl Ávila, quien, al ocuparse del español utilizado en los medios de comunicación, señala que la pronunciación de sus locutores se acomoda a tres variantes principales, que se pueden desdoblar en seis. Lo más interesante de la propuesta es que esos seis patrones generales pueden caracterizarse atendiendo básicamente a la pronunciación de tres fonemas: /s/, /l/ y /x/. Él ejemplifica con la pronunciación de la frase Las luces brillan a lo lejos, del modo siguiente:

a1[las lúses bríyan a lo éxos]
a2[las lúses bríyan a lo léhos]
b1[lah lúseh bríyan a lo léhos]
b2[lah lúseh brížan a lo léxos]
b3[lah lúseh bríyan a lo léxos]
[las lúqes bríyan a lo léxos]

El discurso de Fox responde al patrón a1 que, efectivamente, cabe relacionar, según Ávila, con el habla culta de la ciudad de México. El patrón propio de Buenos Aires es, de acuerdo con el mismo autor, b2, que se diferencia de a1 en la aspiración de -s y, sobre todo, en la articulación rehilada de los sonidos en que confluyen λ/y, con frecuencia ensordecida en [š]. Pues bien, De la Rúa sí aspira -s y sí es yeísta, pero su sonido palatal no es rehilado, aunque sí quizás más africado que el de Fox, que pronuncia la fricativa [y]. Podríamos pensar que la formalidad de la situación ha filtrado este rasgo o que ha sido eliminado porque, al ser una peculiaridad llamativa, atenta gravemente contra la convergencia. Pero la formalidad difícilmente anularía un rasgo que «representa el estándar de prestigio y que se asocia con el español de Argentina en todo el mundo» (Lipski, 1996:192), y no sé si la convergencia echaría abajo este rasgo mientras deja en pie otro muy llamativo: el político argentino pronuncia una erre múltiple ostensiblemente asibilada, y ello de forma casi sistemática. La explicación más verosímil, pues, parece que ha de buscarse por otros caminos: la norma bonaerense es efectivamente una norma de prestigio en expansión, pero no es la única norma, ni siquiera la única norma culta del país: «Mayoritariamente por Cuyo, el centro, noroeste y nordeste de la Argentina» (Donni de Mirande, 1992: 389) se extiende una articulación asibilada de la vibrante múltiple que no parece estar desprestigiada ni ausente de los estratos cultos. La biografía de De la Rúa permite comprobar su origen cordobés y, por tanto, no bonaerense. Debido a ello, su patrón se parece más al b3 de arriba, el de Santiago de Chile, que al b2, el de Buenos Aires. En cambio, no he detectado o no he detectado claramente la asibilación de tr, descrita también para la zona, y sí solamente una pequeña africación en la palabra anfitriones.

El resto de las peculiaridades que tengo anotadas no tienen que ver con la dialectología, sino con la sociolingüística. La primera solo se da en Fox, y es la pronunciación labiodental de la v en determinadas palabras. Como, salvo en ciertas zonas fronterizas, es este un rasgo ajeno al español (o al menos al español actual), hay que atribuirlo al «habla amanerada» (Canfield, 1962: 69), a erradas prescripciones escolares o quizá al énfasis, dado que aparece sobre todo en la palabra viva. La segunda de las peculiaridades no marca la procedencia de los discursantes, sino su oficio, puesto que se trata de un (mal) hábito de muchos políticos, periodistas y personajes públicos: son las dislocaciones que llevan a marcar con dos o más acentos de parecida intensidad las palabras largas (cónvivénsia, de réhpondér, la pótensialidád, irrénunciábleménte, vérsatilidá, cásteyáno, córrompérse, rómanséro, pérvivénsia, éxtraordinário, etcétera), a cambiar el acento de lugar (plán’ta por planeta) o a darles un acento a las palabras átonas como preposiciones, artículos, posesivos, pronombres átonos (cón la léngua, lós valóres, lós españóles, nuéhtro entusiáhmo, entendiéndolás, disiéndolés…). Propio del léxico político y peridístico creo que es también el verbo evidenciar, que De la Rúa usa dos veces.

6. Conclusiones

El juego de unidad y diversidad entre las varias normas del español se nos ha mostrado, pues, con toda claridad en el análisis de los textos elegidos: ni una situación máximamente propicia (por los participantes, por el tipo de evento, por las circunstancias físicas del texto y de la elocución, por los propósitos) puede anular determinadas características de dos hablantes cultos que no tienen la filología por profesión, hasta el punto de que es posible arriesgar cuál es su procedencia geográfica casi exacta e incluso cuál es su dedicación. Lo cual no impide que se dé en su discurso un notable grado de convergencia con las otras normas hispanas, convergencia que para planos de la lengua no relacionados con la fonética es casi total en la situación descrita. Esta convergencia, a diferencia de lo que ocurre con ciertos productos de consumo masivo como telenovelas o películas (Llorente Pinto, 2002), no se consigue a través de un llamado «español neutro» (construcción artificial no identificable con ninguna región y que incluye elementos de varias de ellas), sino a base de renunciar a un buen número de rasgos propios para potenciar los comunes. De hecho, los hablantes argentinos o mexicanos a los que he consultado no encuentran en los discursos de De la Rúa y Fox respectivamente nada que les resulte extraño desde el punto de vista diatópico, y lo mismo le ocurre a un hablante español con las intervenciones del rey Juan Carlos o de Camilo José Cela. La de este, de todos modos, se caracteriza por mostrar la menor «voluntad de convergencia» de todas las analizadas, y esto en varios planos: 1) En primer lugar en el del contenido, puesto que es el único agresivamente reivindicativo (en concreto, de los términos español e hispanoamericano) en una situación más bien protocolaria. 2) En segundo lugar por el estilo, que, en palabras de uno de mis informantes, «suena a retórica antigua». Pero este juicio, injustamente negativo, viene inducido sin duda por la elaboración literaria del discurso de Cela, muy superior, naturalmente, a los convencionales de los personajes políticos. 3) En tercer lugar porque, frente a lo que nos ocurre a los hablantes españoles cuando leemos (no cuando escuchamos) los textos de De la Rúa, de Fox y de León Portilla, el de Cela tiene más particularismos, «suena más» a España a quien no es de este país que el del rey, por ejemplo. Mis informantes señalan, entre otros rasgos, la aparición de la segunda persona del plural (aunque sea en usos especiales), los tratamientos en general (con mención expresa del don/doña) y algunas expresiones que, en efecto, el CREA documenta preferentemente en España (poner coto, hace no mucho —por no hace mucho—, candelero —«suena antiguo, de nuestros abuelos inmigrantes»—), y aun exclusivamente en España (así ocurre con rifeño y con la expresión ni entro ni salgo). Ya sabemos, de todas formas, que la «convergencia» no fue nunca el fuerte de nuestro escritor.

Bibliografía

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