Agradezco la honrosa invitación para participar en este panel sobre el uso del español en los organismos internacionales.
Mi intervención se centrará en dos aspectos: la conveniencia de ampliar el uso de nuestra lengua como idioma de trabajo en los organismos internacionales, y la necesidad de contribuir al mejoramiento de ese uso.
Como todos sabemos, ante la ausencia circunstancial de España al momento de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas (España ingresó en la Organización hasta en diciembre de 1955), fue la presencia de los países hispanoamericanos en la Conferencia de San Francisco de 1945, la que influyó en la decisión de redactar la Carta fundacional de la Organización en cinco idiomas: chino, francés, ruso, inglés y español, estableciéndose en el último artículo de la Carta, que todos los textos escritos en estos idiomas «son igualmente auténticos». En su comentario a los artículos de la Carta, el Profesor Jean Paul Jacqué, citado por el diplomático español Eloy Ybáñez Bueno, claramente señala que los idiomas elegidos por la Conferencia de San Francisco para la redacción de la Carta fueron las lenguas de los miembros del Consejo de Seguridad, «a los que se añadió el español, fruto de la importante participación de los Estados Latinoamericanos en la Conferencia de San Francisco».1
Esto significó un gran avance sobre el bilingüismo (inglés y francés), característico de la Sociedad de las Naciones Unidas, antecedente histórico de la Organización, cuya Carta fue redactada en las dos únicas lenguas entonces reconocidas como oficiales: el inglés y el francés.
El año siguiente (1946), la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su primer período de sesiones aprobó su Reglamento Provisional, de conformidad con el cual en todos los Órganos de las Naciones Unidas, con excepción de la Corte Internacional de Justicia, los idiomas oficiales serían los mismos cinco utilizados en la Carta (chino, francés, inglés, ruso y español. El inglés y el francés fueron elegidos como idiomas de trabajo de las Secretarías de los Órganos.
El uso de los idiomas, como lenguas de trabajo de la Asamblea General de las Naciones Unidas, ha experimentado una paulatina ampliación. El español logró la categoría de lengua de trabajo en la Asamblea General en 1948, cuando aún no había ingresado España; el ruso en 1968 y el chino en 1973. Ese mismo año se incorporó también el árabe como lengua oficial y de trabajo de la Asamblea General. Las Conferencias Generales de los organismos del sistema de las Naciones Unidas, siguen estas mismas normas.
En el exhaustivo estudio de Ibáñez Bueno sobre el uso del español en los organismos internacionales, tras hacer un análisis detallado del uso del español en los principales organismos, tanto del sistema de las Naciones Unidas como de otra naturaleza, sea como lengua oficial o como lengua de trabajo, el autor llega a una serie de conclusiones, algunas de las cuales me permito resumir, muy brevemente, a continuación:
Esta es, en líneas gruesas, la situación del uso del español en los organismos internacionales. El reto que se nos presenta, como hispanohablantes, es propiciar un mayor uso del español como lengua de trabajo, principalmente en los foros, seminarios y conferencias especializadas, donde se impone el bilingüísmo inglés-francés, por mucho que se argumenten las limitaciones económicas de los organismos. Debemos insistir, trabajando coordinadamente todos los representantes de los países de lengua española, en la ampliación de su uso, desde luego que estas actividades internacionales, así como la pronta traducción al español de los informes y libros que publican estas organizaciones internacionales, nos facilitaría un mejor acceso a los debates y una mayor incidencia en las resoluciones o recomendaciones que se adopten, así como un mejor aprovechamiento de información valiosa contenida en sus documentos y libros. Las traducciones al español de los libros que editan estos organismos, a veces, demoran varios años.
Como antecedente de este involucramiento de nuestras Academias de la Lengua, podemos citar la moción cubana presentada en XII Congreso Internacional de nuestra Asociación de Academias, en la cual se aboga por la inclusión del español como tercera lengua oficial del Comité Olímpico Internacional.
El español tiene suficientes méritos para lograr esa ampliación. Es un idioma que hablan más de 400 millones de personas que residen en 23 países (incluidos los Estados Unidos y Filipinas). Hasta hace muy pocos años, las estadísticas nos revelaban que el español es la lengua materna del 6 % de la población mundial, frente al 8,9 % de los hablantes de inglés y del 1,8 % de francés. Los países que tienen el español como idioma oficial se encuentran distribuidos en tres continentes: Europa, América y África.
Como afirma don Santiago Mora-Figueroa, Marqués de Tamarón: «la lengua española es una de las más lógicas en la gramática, armónicas en la relación entre sonidos y grafía y ricas en léxico».2 La lengua española tiene una coherencia interna superior a la de otras lenguas de difusión mundial y no obstante su diversidad, que la enriquece, conserva una gran unidad. Las naciones que hablan el español presentan, casi todas ellas un importante crecimiento demográfico.
Es conveniente tener muy claro que el reto del español, como nos lo dice José Luis García Delgado, no es competir con el inglés, sino aspirar a ser la segunda lingua franca del mundo, después del inglés. Otros, como Eloy Ibáñez Bueno, sugieren que sin llegar a ser lingua franca se le conozca como parte de la triada de lenguas vehiculares a nivel internacional (inglés, español y francés), por lo extenso de su difusión geográfica y la cantidad de personas que lo hablan, contrastando con otras lenguas, como el chino y el hindi, que son utilizadas por un mayor número de seres humanos, pero que están concentrados en zonas geográficas y culturales mucho más delimitadas.
En Europa, el español como segunda lengua preferida ha desplazado al francés, alemán e italiano. Hoy día el español mantiene su primacía en la enseñanza de lenguas extranjeras en los Estados Unidos. Un estudio reciente muestra que el número de estudiantes de español dobla, como mínimo, al de estudiantes de francés, que es la segunda lengua extranjera más estudiada. Los lingüistas coinciden en afirmar que el español es la segunda lengua en el mundo, cuyo peso va en aumento y su presencia internacional se extiende. «El español es, como afirma el Marqués de Tamarón, una lengua de primera magnitud, internacional en el sentido estricto del término, filológicamente homogénea, geográficamente compacta, demográficamente en expansión. Por eso atrae».
«El lenguaje, dice Heidegger, es la casa del ser». Fernando Lázaro Carreter, a su vez afirmó: «La lengua es la piel que envuelve el alma de un pueblo». «El idioma es un puente de unión por el que transita el espíritu de la raza, llevando la carga de dolores comunes y de iguales esperanzas», escribió el principal biógrafo de Rubén Darío, el Profesor Edelberto Torres Espinosa.
«La palabra de España, nos dejó dicho el poeta nicaragüense y Director por muchos años de nuestra Academia, don Pablo Antonio Cuadra, llega a América como lazo de comunidad, y se adhiere de tal modo a ella el ideal de homonoia, de convivencia, de diálogo y de comunión, que cuando cae todo, cuando el Imperio español se derrumba por el peso de sus propios errores, lo que subsiste como médula inquebrantable de unidad, lo que mantiene en pie ideales de fraternidad, sentimientos de común destino y sensación de una gran reserva de futuro poder, es la lengua, la comunión de la lengua».
El otro aspecto al cual quiero referirme es el del mejoramiento de uso del español en los organismos internacionales.
Si bien los servicios de traducción de estos organismos suelen ser muy profesionales, y se dan casos de distinguidos escritores incorporados a estos servicios como fue el caso de Julio Cortázar en la UNESCO, no siempre las traducciones son afortunadas y no es raro encontramos con documentos plagados de palabras o frases tomadas casi literalmente del inglés o francés. En los documentos oficiales de estos organismos, principalmente en los proyectos de resoluciones, los términos tienen que ser empleados lo más correctamente posible para evitar equívocos o posibilidades de futuras interpretaciones diferentes de una misma palabra o frase.
Especialmente quiero referirme a los acuerdos adoptados por algunos organismos internaciones sobre el uso no sexista del lenguaje. Así, en la 26.ª reunión de 1991, la Conferencia General de la UNESCO invitó al Director General a «que preste atención a las recomendaciones sobre un uso no sexista del lenguaje, a fin de que los documentos y tribunas de la UNESCO no contribuyan a difundir connotaciones tendenciosas y estereotipadas».
En el contexto de estas preocupaciones y presiones de sectores feministas, el Comité Jurídico de este Organismo examinó las propuestas ofrecidas en un informe por comisiones ad hoc y consideró que «los textos fundamentales no conducían a una discriminación para con la mujer y estimó que esa cuestión era eminentemente política y lingüística».
Por supuesto, nosotros reconocemos los derechos igualitarios de la mujer, la promoción de la «perspectiva de género» y somos muy sensibles a su problemática histórica. Apoyamos, como lo ha hecho la UNESCO, las justas demandas en el campo de la comunicación escrita u oral, pero nos parece conveniente advertir que la aprobación de fórmulas léxicas o sintagmáticas no deben interferir el desarrollo de la lengua a través de sus cauces normales.
Así, es importante considerar el alcance que tiene la expresión «lenguaje sexista» y no debemos confundir género gramatical con sexo de las personas o animales. Con esta claridad de que el género gramatical no designa necesariamente el sexo, recordemos que muchísimos de los referentes a los que apuntan los significantes son asexuados, recordemos: mesa, computadora, libro, puerta, casa, lápiz, etc., tienen género gramatical, masculino o femenino, pero éstos referentes no tienen sexo. El género, en la mayoría de las palabras, lo hemos recibido de las lenguas madres: Latín y Griego, donde el género estaba dado por la estructura de la palabra. Así, las palabras de la primera declinación latina, que por evolución fonética terminaban en ‘a’, en el caso acusativo, eran —salvo excepciones— en su mayoría femeninas y las que por las mismas razones terminaban en ‘o’ después de un largo proceso de evolución fonética eran masculinas, por esto en Español el morfema ‘o’ es característica de género masculino y el morfema ‘a’ es característica de género femenino. Para otras terminaciones en consonantes o en ‘e’ se tuvo en cuenta el género que las palabras tenían en la tercera declinación latina.
Pero veamos lo que la UNESCO ha recomendado:
Entendemos que términos excluyentes de la mujer, al menos así lo perciben las personas que lo demandan, son aquellos casos en los que el género masculino —por convenciones léxicas— representa también al femenino. Ejemplo de esto lo tenemos en expresiones como:
«Los niños (que incluye masculino y femenino) son estudiosos».
«Queridos amigos: yo les propongo…».
«Saludo a los nicaragüenses».
Para ejemplos como estos, la UNESCO recomienda que se diga:
«Las niñas y los niños son estudiosos».
«Queridos amigos y amigas: yo les propongo…».
«Saludo a los y las nicaragüenses».
Aun cuando en estos casos la intención es correcta, y también es correcta la construcción gramatical, el aspecto semántico resulta redundante o, si se quiere, pleonástico.
Otro caso lo plantea la palabra «hombre» en expresiones como:
«En la mente de los hombres…».
En este caso, tradicionalmente se ha entendido que el término `hombres’ es indicador de género humano y por tanto representa al hombre y a la mujer. La UNESCO recomendaría que se diga:
«En la mente de los hombres y las mujeres…».
Lo dicho sobre los casos anteriores es válido para éste.
Nicaragua ha sido ejemplar en este sentido. La mujer se ha calificado y participa al lado de los hombres y a veces en jerarquía mayor que éstos. En las últimas décadas hemos tenido una mujer en la presidencia de la república. Dos mujeres en la jefatura nacional de la policía, y mujeres también en la presidencia de los otros tres poderes del Estado. Llama la atención la participación de la mujer en instituciones que por su naturaleza han estado conformadas sólo por varones. Me refiero al ejército y la policía, donde encontramos mujeres que han hecho una brillante página de vida.
Refiriéndonos a los grados militares que en Nicaragua ostentan muchas mujeres, recomendamos a este Congreso que revise las definiciones y marcas del DRAE, así en casos como:
Otro tanto puede decirse para los lemas: alcaldesa, consulesa y jueza. El uso frecuente y apropiado de estos términos, hace que estas palabras ya no tengan la restricción reservada al coloquio familiar. En este aspecto de títulos y cargos que ostenta la mujer, la práctica y el uso frecuente, no el decreto, han marcado la normalidad de los términos femeninos.
Hago referencia a las formas neutras que la UNESCO ha propuesto para evitar el uso de términos de grado masculino, en vez del femenino, que representan a hombres y mujeres. Así, en expresiones como:
«Los saludo», «los vimos en casa», «los venimos a traer», etc., cuando ‘los’ se refiere a hombres y mujeres, niños y niñas, etc., se recomienda usar ‘les’ como forma neutra. En estos casos, no es posible aceptar la recomendación sin infringir las reglas de la sintaxis, pues ‘les’ se usa cuando este término desempeña la función de objeto indirecto en el enunciado y nunca cuando es objeto directo, como ocurre en el primer caso.
Finalmente, hago referencia, aunque no es recomendación de la UNESCO, a la pretensión de que el signo de arroba ‘@’ sea válido para expresar, simultáneamente ‘los’ y ‘las’. Arroba es un símbolo, no pertenece al abecedario y, por tanto, no es un signo lingüístico de los que conforman el lenguaje articulado, que es el vehículo de la comunicación.
Muchas gracias.