Alberto Saldarriaga Roa

La hermandad de las palabras y la identidad de las ciudades en Hispanoamérica Alberto Saldarriaga Roa
Decano de la Facultad de Ciencias Humanas, Arte y Diseño. Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano (Colombia)

España desarrolló en América uno de los proyectos urbanizadores más importantes en la historia de Occidente. A lo largo de trescientos años se fundaron innumerables centros urbanos de diverso tamaño y jerarquía. El resultado de ese proyecto es la red urbana que hoy cubre todo el territorio de la América hispánica y que comprende formaciones tan diferentes como Buenos Aires, La Paz, Lima, Quito, Bogotá, Caracas y Ciudad de México. La lengua española, llegada al tiempo con las primeras fundaciones, hermana esas diferencias y las reúne en ese vasto y heterogéneo complejo cultural conocido como Hispanoamérica…

Martín Heidegger afirmó alguna vez que los humanos «habitamos en el lenguaje». Su afirmación permite pensar que se habita en un universo de palabras materializado en espacios y edificios. No es posible saber qué existió primero, si el hecho construido o la palabra que lo denominó. Esa pregunta ya no es relevante. Existen lenguajes espaciales y verbales desarrollados, con sus correspondientes repertorios a los que se añaden, de vez en cuando, nuevos elementos. Hay necesidad de inventar lo que no existe y darle nombre. De esa manera y desde tiempos inmemoriales, la ciudad, la arquitectura y la lengua se han relacionado constante y dinámicamente. La afirmación de Heidegger, interpretada ligeramente, hace pensar que se habita no solo en el lenguaje como tal, sino en una lengua en particular, en este caso la española.

Una de las dimensiones más interesantes de la presencia de España en América fue el cambio lingüístico que se produjo al implantarse la lengua española en un territorio en el que se hablaban cientos de lenguas distintas. En términos de la construcción de ciudades y edificaciones, arribaron al continente nuevas ideas, nuevas palabras y nuevas formas materiales. La relación inevitable entre el lenguaje de los hechos construidos y la lengua que los sustenta adquirió, en este caso, una dimensión especial por referirse a un cambio en la visión del mundo y en los modos de pensar y hacer ciudades y edificaciones.

Desde entonces la lengua ha sido la guía del pensamiento urbano y de los modos de habitar en Hispanoamérica. Los territorios se han poblado más densamente y las ciudad han aumentado en tamaño y se han diversificado. La fisonomía de los espacios físicos se ha transformado. Las que antaño fueron pequeñas aldeas hoy son ciudades de gran tamaño y complejidad. A lo largo del tiempo nuevas corrientes de pensamiento se han incorporado en la mentalidad hispanoamericana. El espíritu universalizante de la modernidad se ha instalado y ha adquirido, paradójicamente, los matices regionales y locales que caracterizan hoy el mundo hispanoamericano.

La ciudad y la arquitectura son en sí mismas un lenguaje que tiene como espejo la lengua que contiene las palabras que las definen, la describen y las explican. En el ámbito de una lengua, la española en este caso, se encuentran todas las palabras, las reglas y las representaciones que hablan de ciudad y de arquitectura. Es por lo mismo difícil separar los hechos físicos de la lengua que los sustenta. Desde su arribo a América, la lengua española ha sido el vínculo de relación entre todos los procesos culturales sucedidos en el territorio y ha sido el medio de comunicación y entendimiento que permite compartir sus semejanzas y diferencias. La lengua ha establecido una identidad que trasciende las formas y las condiciones de los espacios materiales.

En América habitaban innumerables grupos humanos en el momento de la llegada de España. Todos ellos construían, unos de una manera, otros de otra. Los constructores de las grandes pirámides y de las ciudadelas de piedra adheridas a las montañas desarrollaron elaborados lenguajes arquitectónicos que necesariamente contaron con lenguajes hablados que les permitían pensar sus asentamientos y su arquitectura, describirlos y transmitirlos en forma de ideas, de instrucciones de obra e incluso de maneras de habitarlos. Esas lenguas desaparecieron o se diluyeron en conceptos y palabras en unas nuevas construcciones lingüísticas basadas en la lengua española, las que hoy en día corresponden a las tradiciones culturales que han sobrevivido a lo largo de los siglos y las nuevas formas de vida urbana.

El proyecto urbanizador de España trajo a América una ciudad y una arquitectura diferentes de las existentes en el continente e incluso diferentes de las que se hacían en sus propios territorios. Esas ciudades y esa arquitectura trajeron a su vez nuevos modos de pensar, de hablar y de hacer. El encuentro y la fusión de los asentamientos y de la arquitectura hispánica con las formas autóctonas se llevó a cabo no solo en las obras materiales, sino también en el pensamiento y en el lenguaje. La nueva lengua se impuso a la par con las formas y los espacios. Se constituyó así una manera de mirar, describir y construir el mundo habitable que ha recibido diferentes denominaciones: iberoamericano, hispanoamericano, latinoamericano. La hispanidad no se encuentra entonces, únicamente en la traza de las ciudades y los tipos de edificios, en sus formas o en sus técnicas constructivas. Reside en el habla que las acompaña, en las ideas que contienen y en las estructuras mentales que la definen.

La lengua española que llegó a las costas de América al comenzar el siglo xvi no es la misma que hoy se habla. Como toda lengua, se ha transformado sin perder su esencia. Al expandirse por América, la lengua, al igual que las ciudades y la arquitectura, adquirió innumerables variaciones y matices. La distancia entre España y América distanció el curso de las ideas y los cambios en el lenguaje, que tuvieron así dos escenarios en los cuales desarrollarse. El Humanismo italiano se españolizó y se americanizó casi simultáneamente.

Es interesante pensar en lo que sucedió, en términos lingüísticos, en los primeros años de la presencia española en América. Unos, los nativos, y otros, los recién llegados, debieron intercambiar palabras para entenderse. Todos tuvieron cambios en la manera de mirar el mundo. El problema no fue de intercambio de lenguas, fue de modos de pensar.

El proceso de doblamiento hispánico en América introdujo, como ya se dijo, palabras que denominaron no solo los nuevos asentamientos, sino que también se aplicaron a los existentes. Es así como se llamaron ciudades a lugares como la capital del imperio azteca, Tenochtitlán, o Cusco, capital incaica. Las pirámides y los edificios especiales se llamaron templos y palacios. Las «canchas» incaicas se convirtieron en plazas. Las denominaciones nativas se disolvieron gradualmente o se olvidaron. Hoy los lugares se reconocen con las que fueron palabras nuevas hace siglos.

La lengua española del siglo xvi fue a su vez portadora de la herencia histórica de otras lenguas y, por tanto, trajo a América conceptos cuyas raíces se encuentran en otras geografías y en otros tiempos. Roma y el mundo árabe aportaron nociones de espacio y formas urbanas y arquitectónicas que echaron raíces en el nuevo continente. La etimología de las palabras determina su origen; su aplicación en la ciudad y en la arquitectura lo trascienden.

España desarrolló en América un modelo urbano sencillo y a su vez elaborado. Para ello, y a través de sucesivas ordenanzas, se describió en palabras aquello que debía ser una ciudad, una villa o un pueblo. Muchas edificaciones se basaron en instrucciones escritas, consignadas en contratos de obra en los que se describían con cierta minuciosidad sus dimensiones y características. Fue este un proceso interesante de relación entre los modos de pensar, la palabra y la construcción de las ciudades.

El lenguaje correspondiente a ese orden urbano esperado incluyó innumerables palabras que categorizaron y diferenciaron las fundaciones y sus edificaciones. Una ciudad era distinta de una villa y de un pueblo, cada palabra traía consigo todo un repertorio de requisitos y de situaciones administrativas, religiosas y ciudadanas. Los historiadores colombianos Carlos Martínez Jiménez1 y Jaime Salcedo 2 han tratado ampliamente este tema. Las Ordenanzas fueron un compendio de palabras necesarias como instrucciones o como reglas. La realidad las superó.

Pero, como ya se ha dicho, el asunto no es solo de palabras, es también de conceptos. La calle y la plaza no son solo espacios físicos, son formas de pensar y hacer ciudad, lo mismo que los barrios y las parroquias, las dehesas y los ejidos. El zaguán y el patio definieron la especialidad de edificaciones de diferente escala y finalidad. Los oficios de la construcción tales como la albañilería, la carpintería y la forja se establecieron como parte del complejo lenguaje de las ciudad, Muchas de esas palabras han permanecido, algunas cambiaron de sentido o lo perdieron, pero todas permanecen en los diccionarios como registro de lo que fueron y de lo que son.

En Hispanoamérica la lengua española cumple más de quinientos años en su labor de definir, describir y explicar los hechos construidos. El entrecruzamiento con otras lenguas aportó nuevas palabras y también incidió en el cambio de significado de otras. Mientras en América se fundaban villas, en Italia se construían mansiones campestres con ese mismo nombre. En el siglo xix esa palabra se adoptó para referirse a los palacetes urbanos de la aristocracia y la burguesía construidos en las ciudades de Hispanoamérica. Ciudad es hoy en día muchas cosas, desde inmensas concentraciones de habitantes hasta lugares que conservan ese nombre por tradición. Pero la calle y la plaza, lo mismo que el patio, conservan su sentido.

¿Cuál fue el destino de las lenguas olvidadas y de sus expresiones concretas? En América persisten lenguas que se resisten a desaparecer. Las culturas nativas conservan sus lenguas y, aun cuando han asimilado las formas urbanas y las edificaciones heredadas del pasado hispánico, las denominan de acuerdo con sus propias palabras. Hay, a través de América, innumerables combinaciones lingüísticas en las que se hibridan tanto los espacios como las palabras.

Los fenómenos globalizadores proponen importantes transformaciones ligüísticas. La lengua inglesa tiene hoy en día pretensiones de universalidad en muchos ámbitos. Está asociada a maneras específicas de entender el mundo desde la economía y la política. Cabalgan a su lado formas urbanas y arquitectónicas abstractas, con iguales pretensiones de universalidad. Las lenguas históricas de un lugar se ven abocadas a la necesidad de adaptarse al orden mundial. Esto plantea, de hecho, pluralismos lingüísticos complejos. Se piensa en español y se habla en otras lenguas. En Hispanoamérica el asunto es aún mas complejo. En las comunidades nativas, desde hace siglos, se hablan varias lenguas además de la española, por ejemplo el quechua, el aimara o el maya. En las ciudades y en la arquitectura hay una confusión de lenguajes. La lengua española prosigue en su tarea de hermanar y unificar la diversidad de su mundo.

Notas

  • 1. Martínez, Carlos: Urbanismo en el Nuevo Reino de Granada, Bogotá: Banco de la República, 1967.Volver
  • 2. Salcedo, Jaime: Urbanismo Hispano-Americano. Siglos xvi, xvii y xviii. El modelo urbano aplicado a la América Española, su génesis y su desarrollo teórico y práctico, Bogotá: Centro Editorial Javeriano CEJA, 1966.Volver