Parte del futuro de las lenguas ya está hace tiempo en el ciberespacio, «esa turbulenta zona de tránsitos de signos vectorizados», como lo llamó Pierre Levy en su libro ¿Qué es lo virtual?
Es indudable también que una lengua como el español ha conquistado territorios nuevos, no solamente físicos, sino, sobre todo, simbólicos. Una de sus ubicaciones más dinámicas es en la producción, la circulación y el consumo de bienes culturales, es decir, en lo que Max Horkheimer y Teodoro Adorno denominaron, en 1948, las industrias culturales.
Sea a través del cine o de la música, de la televisión o de las nuevas tecnologías, el español ha conseguido circular a través de otros circuitos que no formaban parte de sus medios tradicionales de difusión. Solo que ahora lo hace a través de productos de la creación, que transitan, como los signos de Levy, por cadenas productivas, mercados nacionales y mundiales, sistemas de comercialización y una gran variedad de soportes tecnológicos. Los idiomas, que permanecían circunscritos a límites territoriales muy precisos, expandidos originariamente por los procesos de conquista y de colonización de los grandes imperios, empezaron a extenderse, mucho más libremente, cuando las tecnologías permitieron una comunicación rápida, masiva y accesible.
En un informe reciente de la Unión Internacional de las Telecomunicaciones, 1 se dice que las comunicaciones son cada vez más digitales, más móviles y más anchas. La humanidad gastó 125 años para llegar a 1000 millones de líneas telefónicas fijas, pero tan solo 21 para completar 1000 millones de líneas de telefonía móvil y tres para acumular 1000 millones de líneas más.
La unión de la microelectrónica y las telecomunicaciones permitió que los idiomas circularan de una forma asombrosa por un ciberespacio, que rápidamente se convirtió en un territorio multilingüe, aunque dominado por la hegemonía del inglés.
En el principio fue el cine, pero después llegaron la radio, la televisión e Internet, cada uno con creaciones cifradas en sus propios lenguajes, que dejaron atrás las grafías de la escritura tradicional, sus lógicas más preciadas, para expresarse en imágenes, sonidos, datos y construcciones digitales. La enciclopedia se volvió mucho más compleja y los diccionarios, más flexibles.
Al industrializarse los procesos de producción del cine, los libros o la música, la cultura se unió de manera formidable con la economía, un matrimonio que aún escandaliza y que no se agota en la asimilación de los bienes culturales a las mercancías. Mucho más allá de su aporte al producto interior bruto, a las exportaciones, a las importaciones o a la generación de empleo, las industrias culturales son piezas clave de la identidad y la cohesión social, de la diversidad cultural y la interculturalidad. Son parte, como escribió Carlos Fuentes, de «nuestros modos de ser y nuestros maneras de soñar».
Basta revisar el tamaño actual de las industrias creativas en el mundo para comprender hasta dónde ha llegado la economía de los signos y cuáles son los alcances de sus productos. La expansión de los idiomas, que durante siglos se hizo a través del dominio territorial, poco a poco fue pasando a manos de los comerciantes y, después, a las industrias creativas (primero los libros y más tarde la televisión o el cine) y los flujos electrónicos de la información.
El español ya tenía hermosos precedentes en los jarchas y los cantares de gesta, en las endechas y los cantos de juglares, goliardos y cazurros. El español se hablaba y se cantaba, recorría los caminos llevando noticias, participaba en los festejos y en las celebraciones populares. También se incorporó a la tradición iconográfica católica, que elaboró vitrales, cuadros y estatuas en las iglesias para que fuesen historias del Antiguo y el Nuevo Testamento, narraciones visuales para provocar en los fieles la piedad y el recogimiento, la oración y las lecciones morales. El teatro, como sabemos, saltó de los altares al atrio y del atrio a la calle, representado en voces y actores de los autos sacramentales, el poder evocador de la imaginación bíblica.
Solo que ahora las representaciones y las narraciones contemporáneas transitan por las pantallas de la televisión, los DVD y los CD, y tecnologías que cada día se reemplazan en una especie de ritual de la innovación y la obsolescencia.
A medida que crecía la importancia económica de las industrias creativas, se hacían más poderosos los procesos de producción y se aumentaba el volumen y la rapidez de su distribución, que dejó de ser local para convertirse en global. Las canciones de los intérpretes en español se escuchan por igual en Singapur y en Lima, mientras que nuestras películas se abren paso, en medio del gran predominio de la cinematografía norteamericana y nuestras telenovelas, que llevan las narraciones del melodrama, a decenas de países en el mundo.
Sin embargo, hay un elemento decisivo estimulado por el avance tecnológico: la convergencia entre medios. En el ciberespacio se transita por plataformas en que se encuentran datos con imágenes, textos escritos con sonidos y una pequeña pantalla de ordenador concentra mundos disímiles que el navegante está obligado a descifrar. La cultura, escribió hace años Clifford Geerts, es un documento público, borroso, que merece ser descifrado. 2
En un estudio sobre encuestas nacionales de consumo cultural en seis países de América Latina,3 me encontré con una especie de configuración geológica en que es fácil distinguir estratos diferenciados, como si fuesen la memoria de diversas épocas. Por una parte está lo que llamé la mediatización de la cultura, es decir, el acceso mayoritario de los latinoamericanos a los bienes culturales que circulan a través de la televisión, la radio y la música.
En mi opinión, la reina del consumo cultural latinoamericano es la música, plural, diversa y unida a la escucha o al baile; a la vez autóctona, pero también extranjera, que unifica los gustos de diferentes sectores sociales, pero que los diferencia.
Abajo, en otro sector de esta geología de lo simbólico, está el acceso a museos, cine, salas de exposición, conciertos de música clásica o teatro. Es la formación simbólica que reúne las expresiones de la culta, a las que tienen mucho menos acceso los latinoamericanos. Y en el centro, jalonada por la cultura masiva y la cultura culta, se encuentra la lectura, perpleja y dubitativa entre los cantos de sirena de lo masivo, que le recuerdan que en sus territorios habitan los niños y los jóvenes y que tiene que vérselas con la frivolidad y los lamentos de desgracia de la cultura culta, que le reclama a la lectura su fidelidad sin fisuras al proyecto ilustrado. Desde niños hemos aprendido que «cultos» no son los que bailan, sino los que leen.
Los vehículos tradicionales de la lengua, que han sido fundamentalmente la lectura y la escritura, viven hoy un profundo reordenamiento cultural, en el que no solamente aparecen otros lenguajes y otros soportes físicos y electrónicos, sino, sobre todo, otros referentes culturales, sociales y de la sensibilidad. Lo que está sucediendo no es simplemente una explosión de la oferta mediática o de las tecnologías, sino una serie de transformaciones de las prácticas sociales, las formas de relación y los contextos culturales, que están haciendo variar dramáticamente los caminos y las estrategias que asumen lenguas como el español.
Todo ello lo he comprobado en un estudio reciente sobre Hábitos de lectura y consumo de libros en Colombia,4 en el que pude comparar las interpretaciones que hice en el año 2000 de la lectura en Internet con lo que sucedió apenas cinco años después en el país.
Mientras se desplomaba la lectura de libros y se mantenían imperturbables los porcentajes de lectura de periódicos y revistas, la única lectura que creció fue la lectura en Internet. Se necesitaría medio siglo para que los periódicos y las revistas, con los actuales índices de crecimiento de su lectura, pudieran alcanzar el avance que tuvo la lectura en Internet en solo cinco años.
También encontré que la lectura en Internet, que diferencia claramente a los jóvenes de los adultos, a los ricos de los pobres y a los que tienen más estudios de los que poseen menos, tiene cinco objetivos fundamentales: el funcional, es decir, servir de apoyo al trabajo y a la educación, el entretenimiento, el encuentro (a través del chat y el correo electrónico), la actualización y la lectura de revistas y periódicos.
Mientras que la lectura tradicional se mueve en una brecha inmensa entre la lectura por deber y la lectura por placer, la lectura en el ciberespacio logró en muy poco tiempo acercarlas. Esto explica en parte su triunfo.
Pero lo más interesante es que pude constatar que la lectura en Internet, a diferencia de lo que piensan muchos, no expulsa a la lectura tradicional, sino que la complementa. Son los que más leen, los que más van a bibliotecas, los que compran más libros y los que tienen en sus casas más libros los que también leen más en Internet. El asunto es aún más fuerte: los niños que obtuvieron los mejores desempeños en las pruebas de lenguaje en Bogotá fueron también los que más navegan en el ciberespacio.
Lo que ratifica que el dominio de una lengua depende en buena medida de la comprensión de un mundo, de la capacidad de apertura a otros conocimientos y otras experiencias y de las relaciones múltiples que seamos capaces de establecer con otros signos.
Hay, entonces, un potencial inmenso del español asociado a las nuevas tecnologías, que son, a su vez, un punto de encuentro con los jóvenes, garantes hacia el futuro de la pervivencia activa del idioma.
Y la llamo activa, porque las prácticas comunicativas y de escritura en español, como sucede también en los otros idiomas, se modifican cuando se trata de escrituras virtuales. Seguramente, las abreviaciones y los neologismos que utilizan los niños y los jóvenes cuando chatean les producen pánico a los puristas, que ven otro signo de destrucción donde se dan procesos muy interesantes de modificación de las prácticas comunicativas habituales, como sucede también y ha sucedido siempre en el habla popular, las jergas, las mezclas lingüísticas o la aparición de nuevas palabras en contextos heterodoxos.
Hijos de la escritura, pero también del teléfono y de la televisión, los niños y los jóvenes hacen unas mezclas que transforman el proceso comunicativo. En el diálogo normal, inclusive en la lectura personal o en la conversación telefónica, el ritmo es acompasado, pero rápido. En cambio, en la escritura, si no se tiene un absoluto dominio de la digitación, la comunicación en tiempo real transcurriría normalmente, de manera tan lenta y fracturada que podría dar al traste con la comunicación. Por eso, hay una economía del tiempo que se garantiza con un cambio en las lógicas comunicativas para adaptarlas al nuevo diálogo virtual. También hay una economía producida por las limitaciones espaciales de la pequeña pantalla de un teléfono móvil, que obligan a retornar a las contracciones de los telegramas de antaño, de manera aún más sintética.
Asomarse a una página de Messenger, en la que conversan niños y jóvenes, es entrar a un mundo en que la fonética le cede el paso a composiciones sígnicas para facilitar la comprensión en un nuevo medio, sin renunciar a la lengua. Hace es hac; gracias, grax; por se reemplaza por el signo x, nada se abrevia en nd y la k recobra todo su valor fonético para decir k-sa. Los niños que crean este extraño diccionario son los mismos que hablan con propiedad, responden perfectamente las pruebas de comprensión de lectura o leen con emoción.5
La expansión del español en el ciberespacio está unida al crecimiento de las tecnologías.
Por cada 100 habitantes del planeta, 15,7 son usuarios de Internet, lo que significa que por lo menos 1000 millones de personas están, de algún modo, conectadas a la red. En ese panorama, la penetración de Internet en Norteamérica es la más alta del mundo, con un 68,8 %, mientras que en Europa es del 36 % y en América Latina y el Caribe, del 14 %. Aunque Asia posee una de las penetraciones más bajas, tiene la cantidad más grande de usuarios de Internet, 364 millones, seguida de Europa, con 292 millones, y Norteamérica, con 227 millones. A marzo de 2003, había 80 millones de usuarios en América Latina. Las posibilidades de crecimiento son indudables. El continente tiene 540 millones de personas. Según datos de 2005, Chile está en el primer lugar de usuarios de Internet, seguido de Argentina, Uruguay y Perú. Las conexiones a banda ancha se estiman, para 2005, en 209 millones; la participación de Norteamérica es del 25 %, mientras que la de América Latina es tan solo del 3 %.
El número de usuarios por medio de conexión en Colombia ha crecido muy significativamente según estadísticas de la Comisión de Regulación de las Telecomunicaciones.6 En diciembre del año 2000 había 873 000 usuarios, que para diciembre de 2005, eran 4 739 000, es decir, en los cinco años transcurridos entre la primera y la segunda encuesta de lectura, el número de usuarios de Internet se multiplicó por cinco.
Durante los últimos cinco años, el incremento de usuarios de Internet en América Latina fue equivalente al 302 %, alcanzó los 72,8 millones de usuarios, es decir, un 13,5 de penetración regional. Colombia es el sexto país en el continente en usuarios de la Internet. Sin embargo, con un 4,9 %, su número de usuarios es aún bajo, ya que su población es el 8,4 % de la región. En el país, como en América latina, se aprecia una tendencia a sustituir los servicios conmutados por el acceso a banda ancha, cuyos porcentajes aún son bajos, comparados con otros países como Brasil, Argentina, México o Chile. En 2005, Internet creció un 151 % en acceso a través de banda ancha, pasando de 127 113 a 318 683 suscriptores;7 en diciembre de 2005, Colombia tenía 687 637 suscriptores de Internet, lo cual significa un incremento del 23,5 %, respecto a junio de 2005.
Según datos del Banco Mundial, el acceso a Internet en Colombia se pasó de 21 a 84 usuarios del año 2000 al año 2004, mientras que en posesión de computadores personales, el cambio fue de 32 a 41 por mil, en el mismo periodo de tiempo.
Las proyecciones que hizo la asociación de empresas de telecomunicaciones de la comunidad andina en su estudio La banda ancha en la comunidad andina. Tecnología, normativa y mercado indican que, para el periodo 2006-2010, el número de usuarios y suscriptores de Internet en la región andina crecerá a un ritmo anual promedio de 33 % y 31 % respectivamente. «De esta forma —dicen— los índices de penetración de uso y de acceso, crecerán cerca de 4 veces respecto a sus niveles actuales, de 11 % a 42 % (uso) y de 1,7 % a 6,1 % (acceso)». 8
Una gran parte de Internet está poblada de páginas y portales en inglés y aún es muy bajo el porcentaje de sitios en español. Entre agosto de 1998 y marzo de 2005, la relación entre páginas en español y páginas en inglés pasó de 3,37 páginas en español, por 100 en inglés, a 10,23 en español por 100 en inglés, por debajo de las páginas en alemán (15) y en francés (11), ligeramente más altas. Sin embargo, es preocupante la tendencia que se ha estabilizado en los últimos años, después de haber repuntado en años anteriores.
El dominio del ciberespacio no es simplemente un problema de las lenguas. Por el contrario, la prevalencia de un idioma tiene ver con las hegemonías económicas, políticas y tecnológicas. También, por supuesto, con la expansión (que de mano de esas hegemonías) se logre en los territorios físicos y sobre todo en el mapa cognitivo y simbólico de un mundo que tiende a ser global.
La presencia del español en el ciberespacio crecerá por su articulación con las industrias creativas y por tanto con la economía de la cultura. Pero, sobre todo, con la generación de conocimientos, con la capacidad de adentrarse en los debates de los grandes temas mundiales, con los avances de sus diásporas, con su participación en la producción científica y con su incidencia en el arte y en los productos de la imaginación.