La preocupación que sienten los investigadores de habla hispana es grande cuando experimentan la creciente invasión de términos derivados del inglés en sus textos científicos y se sienten preocupados dado que no están en condiciones de enfrentarse al problema por ellos mismos. Este problema ha sido ya debatido por otros en múltiples textos y bajo variados contextos (1-3, 5, 6, 10, 11, 13, 15, 17). La ciencia crece vertiginosamente, los métodos empleados para la adquisición del nuevo conocimiento son diferentes y, por consiguiente, el uso de calcos, neologismos y anglicismos parecería necesario para describirlos, ya que sería casi imposible estar al día con las traducciones consignadas en los diccionarios de la lengua española (4, 9, 10, 12, 14, 16). No obstante, y contando con la riqueza y la precisión del vocabulario español, se deberían hacer esfuerzos para conseguir acuerdos que permitan modificar esta penosa situación.
El predominio actual del inglés en la comunicación del saber científico le ha dado a este idioma su actual supremacía, la que ha resultado muy eficaz para garantizar la difusión mundial de la información y los avances científicos (3, 6, 13). Existen, por consiguiente, muchos argumentos en favor de la existencia de una lengua común que sirva como instrumento compartido para la ciencia, la investigación y la innovación. Sin duda, en estos momentos, es el inglés el idioma que desempeña esta función (13).
Fuera de las revistas y los libros impresos, se cuenta hoy con ese increíble medio de comunicación que es la Internet, la que se ha convertido en vehículo indispensable para la difusión de la investigación científica (1, 2, 6, 13, 15). El número de publicaciones que se difunde por este medio electrónico es enorme y es igualmente grande su aceptación; por ello, los buscadores se han convertido en la enciclopedia universal. Por medio de Google, por ejemplo, se encuentra información instantánea extraída a partir de miles de millones de páginas electrónicas existentes en esta red, lo que hace que las visitas a tal portal excedan toda consideración (2, 3, 6). Indiscutiblemente, las comunicaciones se modernizan y agilizan día a día, pero traen peligros de consideración para el buen uso del idioma.
Los textos escritos y las páginas electrónicas de la Internet usan, cada vez con más frecuencia, términos derivados, copiados o adaptados del inglés. Para esta sesión y dado el poco tiempo de que se dispondrá, será necesario dejar a un lado problemas tan grandes como los anglicismos de sintaxis y morfológicos, tales como los adjetivos calificativos antepuestos al sustantivo, los adverbios terminados en -mente y el abuso del gerundio (10, 11, 15, 17), para concentrarnos en los términos y las expresiones que estamos «adoptando» en nuestra escritura científica. En efecto, deberíamos ser capaces de lograr que nuestro idioma fuera competitivo y accesible para investigadores y divulgadores hispanohablantes para evitar la disgregación de nuestra terminología, que solo puede traernos perjuicios a largo plazo, como comunidad (5, 6).
En los países latinoamericanos, a excepción de Brasil, los investigadores científicos, así como los profesionales biomédicos y los estudiantes de posgrado que deben certificar sus estudios con la presentación de una tesis, deben escribir en español el resultado de sus estudios experimentales, clínicos o de índole diversa. Al hacerlo, sin embargo, se enfrentan con una dificultad mayor, a saber, decidir sobre la forma como se deben transcribir los términos que, por costumbre o por novedad, han sido presentados por primera vez en inglés.
Estos son algunos casos que suelen encontrarse al escribir en español textos científicos. Véanse las siguientes tablas 1 y 2.
Los anteriores ejemplos, aunque pocos, indican que la lengua española es dinámica y que debemos estar preparados para cambios de importancia en el futuro. Mas como no se les aclara a los profesionales biomédicos si tienen que traducir o no las siglas inglesas y ante la falta de una postura clara y unitaria, cada profesional opta por la solución que cree más conveniente, y mientras unos mantienen las originales, otros se dedican a traducirlas a su manera (1-3, 5-9, 13, 15, 17).
Ciertamente no siempre se trata de asuntos tan conocidos por todo el mundo como el sida o el ADN (en inglés AIDS o DNA, respectivamente), sino que normalmente los conceptos que se manejan y que son de uso restringido de los científicos de ciertas áreas deberían ser suficientemente claros para que otros especialistas intentaran acercarse a ellos (17).
De acuerdo con Gutiérrez-Rodilla (6), cuando se trata de temas lingüísticos, es necesario remitirse a la Real Academia Española, cuyo diccionario es considerado con respeto por todos los hispanohablantes. Por ello, se estima que solo lo que está incluido en él existe realmente.
Existen varias soluciones posibles, ninguna de ellas fácil. Se podría, por ejemplo, instruir en forma más o menos obligatoria a estudiantes y profesionales de la biomedicina en temas relacionados con el buen uso del español en sus trabajos escritos. Para el caso, podrían ofrecerse talleres, como ya se hace en ciertos centros de investigación (7), que reciban una calificación académica para que, en esta forma, tales profesionales aprendan el valor y la necesidad de un español bien escrito.
Igualmente, las universidades y los centros de investigación de prestigio deberían darle especial importancia a la calidad de las publicaciones en español que allí se produzcan y establecer una oficina de revisión y consultoría.Sería posible, a la par, la creación de estímulos anuales para los grupos cuyos informes científicos publicados en español hayan hecho el mejor uso del idioma. ¡Cuántas tesis podrían premiarse en esta forma para dar ejemplo del cuidado en el manejo de nuestra lengua!
También sería aconsejable que la Real Academia Española y la Asociación de Academias tuviera consultores especializados en las terminologías científicas de manera que se produjeran con regularidad informes de avance sobre las nuevas palabras ya aceptadas y las que todavía se encuentran en estudio. Tales informes podrían ser divulgados periódicamente a través de los portales de la Academia y del Instituto Cervantes. Igualmente, se debería impulsar la consulta de las redes electrónicas ya existentes que cuidan del idioma, tales como la de Saladrigas y Claros (16) y la página del idioma español (http://www.el-castellano.com/), así como la del propio Instituto Cervantes (http://cvc.cervantes.es) para auspiciar así su labor pionera. En esta forma se pondría en marcha un movimiento en pro de un mejor uso de nuestra lengua para beneficio de todos los investigadores y científicos de habla hispana.
El inglés es reconocido tácitamente como el idioma de la literatura científica (6, 13). Puesto que los mayores descubrimientos y avances científicos se logran en países como Estados Unidos e Inglaterra, y otros más que son bilingües desde tiempo atrás, este hecho no podrá cambiarse fácilmente. Por ello, las nuevas generaciones de profesionales e investigadores para quienes el español es el idioma materno, deberán estar preparados para manejar con propiedad y corrección la introducción de términos ingleses en sus textos, para no causar más daños a un idioma tan bello, rico y flexible como es el nuestro.
Para finalizar, se podrían recordar las palabras del periodista Álex Grijelmo al hablar de los conquistadores en el Nuevo Mundo:
Vemos, pues, que el español jamás estuvo cerrado a la incorporación de palabras, generalmente imprescindibles para nombrar realidades con que se tropezaban los hablantes de cada siglo. No cabía sino supeditarse porque las ideas no encontraban ropaje adecuado con las palabras del español (5).
Abramos, entonces, un paréntesis para acoger aquellos términos que designan sistemas y métodos de avanzada que requieren ser nombrados de novo. Creemos, si es el caso, nuestras propias palabras, pero conservando el tono y la tradición de nuestra lengua española.