Horacio C. Reggini

La lengua española en la ciencia Horacio C. Reggini
Miembro de la Academia Argentina de Letras, de la Academia Nacional de Educación y de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (Argentina)

El lenguaje descriptivo del pensamiento1

Cuando, en 1982, publiqué mi libro Alas para la mente, sobre el lenguaje Logo, Hilario Fernández Long escribió un prólogo que comienza de esta manera:

Alrededor del año 1770, el relojero suizo Pierre Jacquet-Droz construyó tres androides (la horrible palabra robot [proveniente del término checo robota, que significa ‘servidumbre’ o ‘trabajador forzoso’], no había sido aún inventada por Kapek) que maravillaron a la Europa de esa época.

Eran dos niños y una mujer activados por complejos mecanismos de relojería. Uno de ellos escribía mensajes con la mano derecha, mientras que la izquierda movía el papel y su mirada seguía los movimientos. El otro hacía dibujos y la mujer tocaba un órgano, imitando con el pecho el ritmo de la respiración y moviendo la cabeza.

La idea de autómatas con figura humana no era nueva. Varios milenios antes, confirmando la regla de que «todo es más viejo de lo que se cree», Vulcano ya había construido dos androides femeninos de oro macizo, que le ayudaban a caminar con sus malformados pies, según nos cuenta Homero en la Ilíada, al describir la visita que hizo la diosa Tetis al taller automatizado de Vulcano, a fin de pedirle una nueva armadura para su hijo Aquiles.

Más allá de lo maravillosas que resultaran ambas, para Fernández Long había una diferencia abismal entre las criaturas del relojero y las del dios griego: la manera de comunicarse.

Para indicarle al niño escritor de Jacquet-Droz que modificara su mensaje, era necesario cambiar su «programa», lo cual requería seis horas de trabajo de un experto relojero. En cambio, a los autómatas de Vulcano, no había más que hablarles. (…) En cuanto a sus dos «enfermeras» de oro, «había inteligencia en su mente y con la boca hablaban», según el texto homérico».2

A este tema de la comunicación entre el hombre y sus autómatas se refieren los lenguajes de las computadoras. Siguiendo las ideas de Marvin Minsky y Seymour Papert, y agregando las mías propias, me dediqué intensamente, a partir de 1980, al campo de las computadoras en la educación y, con más generalidad, al de las computadoras al servicio del espíritu, proponiendo la utilización de lenguajes adecuados y, especialmente, el uso de nuevas modalidades, de nuevos estilos. 3 Tenía el convencimiento de que las computadoras podían ser empleadas por las personas para aprender, jugar, explorar y experimentar la alegría del descubrimiento y de la creación que caracteriza tanto a la investigación científica como a la artística. El enfoque seguido se apoyó en el lenguaje Logo, desarrollado en el Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachussets. Mi argumento principal giró alrededor de la idea de que la práctica con Logo podía hacer comprender que la computación no era meramente un producto tecnológico, más bien tenía que ver con la descripción de los hechos y de los fenómenos de la mente y de la naturaleza, y la manera como esos hechos y fenómenos se producen. Me lamentaba entonces de tener que llamar a la computación con ese nombre, tan pesado como apabullante; más bien pensaba que debería llamarse la ciencia de las descripciones y de los lenguajes aplicados. Ocurre que un lenguaje conveniente de computación, además de proporcionar un medio de control de una computadora, ofrece un poderoso lenguaje descriptivo del pensamiento.

El lenguaje Logo estaba preparado sin incómodos tecnicismos, circunstancia que fastidiaba a algunos expertos en el área de la computación, acostumbrados a una semántica especializada. Las terminologías y las convenciones establecidas en muchas áreas del saber tornan a menudo algo abstracta y lejana a la realidad, y son, frecuentemente, fortalezas sin ventanas que imposibilitan a los inexpertos penetrar en ellas. Son trampas también para los entendidos, ya que les impiden ver su mundo desde puntos de vista innovadores.

Una parte del vocabulario del lenguaje Logo está dedicada a proporcionar medios simples para el tratamiento de problemas geométricos. Los dibujos se describen como si fuesen realizados por una «tortuga» que al desplazarse en la pantalla deja un rastro o huella, y objetiva así nuestras ideas acerca de cómo efectuar un dibujo. Esta ingeniosa metáfora ha conspirado contra la modalidad Logo y dado pie a que algunos ridiculizaran su aplicación.

Las órdenes adelante (avanzar) y atrás (retroceder) mueven respectivamente la tortuga en las direcciones correspondientes. Se las llama órdenes primitivas, ya que forman parte del lenguaje básico. Ídem las primitivas de giro derecha e izquierda, que cambian la orientación angular sin modificar la posición de la tortuga.

Podemos guiar a la tortuga en un itinerario deseado sobre la pantalla escribiendo órdenes unas tras otras y observando, consecuentemente, el dibujo que el rastro de la tortuga va dejando. Pero las palabras más interesantes son las personales que cada uno inventa, a partir de las primitivas del lenguaje o de otras que uno ya ha definido. Las palabras en Logo son órdenes: impulsan a la tortuga a hacer algo. Inventar nuevas palabras significa, entonces, inventar nuevas acciones.

Un procedimiento o programa en Logo es, internamente, un conjunto estricto de órdenes que la computadora debe cumplir. Externamente, un procedimiento activado por una palabra es similar a una orden básica u otra ya definida, que produce, por ejemplo, un dibujo en la pantalla. Una cosa es el proceso interno de definición del procedimiento; otra, el producto externo como resultado de la ejecución del procedimiento.

La tecnología y la gramática

A veces, el uso de la tecnología requiere soslayar algunas reglas de la gramática vigente. Tal es el caso del infinitivo en el lenguaje Logo, que yo creí conveniente utilizar, a fin de alcanzar una manera de expresión uniforme para toda Hispanoamérica, aunque lo correcto hubiera sido emplear el modo imperativo.

En la década del ochenta realicé varias traducciones al castellano del lenguaje Logo para las máquinas Texas TI-99, Texas-PC y MSX siguiendo la nomenclatura de mi libro de 1982, Alas para la mente.

Utilicé entonces vocablos de uso habitual y corriente en el mundo de habla hispana. En las versiones volcadas del inglés, elegí el infinitivo para los verbos por las razones siguientes.

En Logo, las órdenes se dirigen a una tortuga virtual que aparece en la pantalla. Uno le habla metafóricamente a ella, es decir, a la computadora o a Logo, como si fuera un ser viviente. Lo importante no es la tortuga o la computadora, sino lo que nosotros podemos lograr que ella haga y nuestra reflexión sobre la forma de lograrlo.

La forma impersonal del infinitivo permite acomodarse a una audiencia más amplia, ya que evitamos la diferenciación entre el uso familiar del «tú» y el empleo del «usted», que se estila en el trato más formal. Además, el tratamiento del infinitivo, como forma impersonal, es común a todos los países de habla hispana, y permite dejar de lado los regionalismos de algunas formas personales, como por ejemplo el uso del «vos» en los países del Río de la Plata.

El infinitivo permite también resolver los problemas que se plantean en algunos casos debido a los accidentes verbales de número y tiempo. Por ejemplo, hablar a más de una entidad Logo (verbigracia el caso de tortugas múltiples) exigiría el empleo de la forma plural de los verbos si no se empleara el modo infinitivo.

Buen uso del español en la ciencia

La lengua es la constructora de la estructura de la ciencia, que no puede desarrollarse ni expandirse sin su concurso. El lenguaje científico se identifica por su léxico. Sus vocablos deben ser específicos y unívocos. Estos términos especializados resultan herméticos y de difícil comprensión para el público que no pertenece al ámbito de la ciencia o de la técnica. A los nuevos descubrimientos y desarrollos tecnológicos se les asignan nuevos nombres, y entonces aparecen a menudo los neologismos. Si ya se torna complicada la interpretación de los conceptos que desconocemos por no estar instruidos en la materia respectiva o porque las palabras se han inventado recientemente, cuando los vocablos empleados son importados de otras lenguas, la situación empeora. En los países de habla hispana no debería ser así, si tenemos en cuenta que el vocabulario científico español procede en su gran mayoría del latín y el griego. Sin embargo, hoy el imaginario colectivo suele asociar a la ciencia con el habla inglesa, dado el abuso de anglicismos en el ámbito científico y tecnológico. A diferencia de lo que ocurría con los inventos de hace un siglo, que eran denominados con voces provenientes de las lenguas clásicas, en la actualidad, la mayoría de los términos que suelen aparecer en un texto científico o técnico surgen en habla inglesa. Numerosas nociones nos llegan en idioma extranjero y deberían preferentemente encontrar equivalencias en la propia lengua. Aquí, el trabajo en la divulgación científica, ya sea de investigadores, periodistas o traductores, es de suma importancia, ya que debe lograr la comprensión del público en general sin aligerar o trivializar los contenidos científicos. El conocimiento del idioma y su saber y su habilidad en el ámbito de las letras resultan entonces fundamentales. Deben tener en cuenta, además, las características del habla de la sociedad receptora. Es primordial, a su vez, que los textos de divulgación sean atractivos, amenos y de fácil comprensión. El uso del lenguaje debe ser correcto y cada vocablo técnico utilizado debe estar bien expresado, dentro de un contexto que facilite la correcta interpretación. Es errónea la presunta contradicción o equivocado antagonismo entre el científico que crea saber en su laboratorio y el divulgador que da a conocer la ciencia al gran público. Desde una perspectiva sociocultural, es importante sostener que la tarea de divulgación puede garantizar que una cantidad numerosa de ciudadanos «reciba un poco de lo que constituye el honor del espíritu humano y que no se mantenga al margen de la aventura de la especie»; 4 que «la brecha en el acceso a los conocimientos profundiza, y tiende a perpetuar, la brecha social», y que «los fosos que cavan las desigualdades debilitan la capacidad de los ciudadanos y se erigen como amenaza a la democracia». 5 Lo estrictamente científico y lo que puede denominarse divulgación no son excluyentes. Creo que hay que ofrecer aliento a los que están enrolados en la batalla por una buena historia y una buena ciencia para todos. 6

Responsabilidad por la conservación y la evolución del idioma

Muchas veces se encuentra dificultad al intentar traducir los vocablos que provienen de otras lenguas o crear un neologismo que corresponda a un nuevo concepto. Cuando el término ya está muy difundido en su lengua original (generalmente en inglés), hay que alcanzar un acuerdo entre los usuarios de habla hispana. Frente a ello, algunos optan por mantener el vocablo en su idioma de origen sin traducirlo al español. Esta situación se incrementó enormemente con la expansión de Internet y el léxico de la informática. 7 Desafortunadamente, pocos se preocupan por reivindicar el empleo de correctas palabras en español y abandonar las foráneas, en su mayoría inglesas. Esta actitud tiene algo de anglófila y de cierta soberbia frente al que no maneja el inglés y reviste verdadera ignorancia sobre las amplias posibilidades del español.

En la Argentina, la dirección en la red del sitio oficial de la Presidencia de la Nación es presidencia.gov.ar. Se utiliza la extensión .gov (proveniente de la palabra inglesa government) para identificar su naturaleza gubernamental, en lugar de la designación más correcta .gob, abreviatura de la palabra española gobierno. Si bien el término .gov es utilizado en varios países de habla hispana dada la preeminencia del idioma inglés en Internet, no existe razón esencial tecnológica o convención internacional que impidan la elección de .gob. México, Guatemala, Panamá, Perú, El Salvador, Nicaragua y Uruguay son algunos ejemplos de países que usan la extensión .gob en español para sus sitios presidenciales.

Creo que el uso de las palabras requiere, hoy más que nunca, de la reflexión adecuada; y la tecnología puede y debe ser utilizada sabia y armoniosamente para velar por ellas.8 No cabe duda de que los nuevos medios enriquecen la cultura al extender la distribución de la información. Pero, para que ello sea genuinamente así, uno de los primeros requisitos es la preservación de nuestro acervo cultural y, fundamentalmente, de nuestra lengua.9 Pocos toman la iniciativa en este esfuerzo por su evolución. La comunidad científica debe asumir la protección del idioma, así como los lingüistas, traductores, periodistas, dirigentes, docentes y académicos de todas las ramas de la cultura. Es necesario que adquiramos conciencia de que la sana conservación y el desarrollo de nuestro idioma es responsabilidad de toda la sociedad.

Importancia de la ciencia en español

Existen varios ejemplos de la relevancia que se le ha concedido desde siempre a la ciencia en español. Quisiera recordar en este trabajo, por ejemplo, la traducción a la lengua española de los seis libros primeros de la Geometría de Euclides, realizada por Rodrigo de Zamorano (1542-1620, Valladolid-Sevilla), astrólogo y matemático, catedrático de Cosmografía de la Casa de Contratación de Sevilla y cosmógrafo de Felipe II. La obra tiene un prólogo que contiene una historia de la geometría e interesantes comentarios insertos a lo largo del texto de Euclides. Zamorano fue autor de diversas obras, entre las que descuellan el Compendio del Arte de Navegar, que fue traducido al inglés en 1610, y Cronología y repertorio de la razón de los tiempos (Sevilla, 1594), en la que pone en práctica los procedimientos para ejecutar las labores agrícolas de acuerdo con la observación de los movimientos de los astros. A Euclides se refirieron también, por esos años, Pedro Ambrosio Onderiz, con Perspectiva y Especularia de Euclides10 y Luis Carducchi, con su libro Elementos Geométricos de Euclides Megarense,11 ambos volúmenes disponibles en la Biblioteca Nacional de Madrid. En todas estas obras históricas se alude a la lengua española (entonces castellano romance o lengua vulgar) y a su importancia para la difusión de la ciencia y, sobre todo, de la tecnología, dado que el latín, encerrado en la endogamia universitaria de entonces, no difundía los conocimientos técnicos necesarios en ese panorama cambiante que fue la transición del siglo xvi al xvii.

Reproduzco aquí algunos fragmentos que he seleccionado por la oportunidad de sus comentarios, que son aplicables también al momento actual:

(…) auiades traduzido los seys libros primeros de la geometria de Euclides en nuestra lengua española porque hauian sido muy deseados de muchas gentes por la gran utilidad que trayan assi a los que siguen las mathematicas como a todos los artifices, y que en traduzirle no solo auiades passado muchos trabajos en que materia tan dificil y obscura, estuuiesse clara en nuestra lengua, pero a la republica se le habia hecho no pequeño beneficio por la necesidad que desta obra se tenia (…).

Por lo qual siendo esta scientia tan antigua, necessaria y noble, procuré de comunicarla a todos para que se puedan universalmente aprovechar della en todas las artes y scientias. (…) Pareciendome mejor el prouecho que los unos hazia que no la murmuracion que por fuerza tengo que sufrir de los demas, que les parece, que el andar las scientias en lengua vulfar es hazerlas Mechánicas, no mirando que los authores que al principio los escribieron, los dexaron scriptos en lengua que entonces era tan vulgar como ahora lo es la nuestra, y que no buscaron otras agenas en que escribir porque su intencion fue mas de aprouechar a todos que no de encubrir a nadie la scientia (…) (sic) 12

Otro libro singular digno de citar es el de Juan de Herrera, el gran arquitecto de El Escorial, titulado Institvcion de la Academia Real de Mathematica (Madrid, 1584), obra breve y curiosa, escrita en castellano antiguo, que trata de la Institución (Constitución o Reglamento) de la Academia Real de Matemática, verdadera escuela de ciencia e ingeniería, fundada por Felipe II en 1584, en la que se enseñaba en castellano y donde había un responsable encargado de traducir a esta lengua las principales obras clásicas. En el texto de Herrera se describen de manera clara las muy diversas habilidades y artes que podían y debían beneficiarse del saber matemático de la época. Aquí, algunos párrafos:

(…) Ha sido su Magestad seruido, q en su Corte aya vuna lectió publica de Mathematicas, trayendo para ello personas eminétes q las leá y enseñe publica y graciosaméte, a todos los q las quisieré oyr. Y con esto, por medio de su liberalidad, y magnificécia real sus subditos, se habilité, y ennoblezca enestas facultades, y é sus reynos aya sin esperarlos de otros. (…) Para que assi como por beneficio y merced de Dios en estos Reynos los naturales dellos florecen en Christiandad, armas, y letras diuinas y humanas, no careciendo destas Artes salgá en las demas, mas perfectos y emi (fol. 3v) nentes: pues las sciencias todas como las virtudes se ayudan y fauorecen juntas, por el vinculo, y conexion que entre si tienen: De donde los Griegos llamaron el curso de todas ellas Encyclopedia, que quiere dezir circulo de disciplinas (…).Y finalmente para que los hijos de los nobles que en la Corte, y palacio de su Magestad se crian, y se instruyen, en el lenguaje y trato cortesano, tengan entretanto que salen a la guerra, y cargos del gouierno occupacion loable y virtuosa, en que gastar el tiempo honradamente, sin q porfalta de conuersacion larga, y de gusto ayan de dar en entretenimientos derramados y otras falas que siguen a la mocedad desocupada, y los que vuieren de seguir las letras vayan ya principiados en las disciplinas Mathematicas q abrén la entrada y puerta a todas las demas sciencias (fol. 4v) por su grande certitud y mucha euidencia, donde tomaron el nombre de Mathematicas, o disciplinas q todo es uno, y manifiesta el metodo verdadero y orden de saber, disponiendo el entendimiéto para que leuantados sobre las cosas materiales y sensibles, suba a la contemplacion de las sobrenaturales y intelligibles». (sic)13

Desinterés por la ciencia

No puede hablarse de la importancia y de la utilización de la ciencia sin analizar las condiciones en que actualmente se desenvuelve.

En la inauguración, en 1947, de su Instituto de Investigaciones Bioquímicas Fundación Campomar, el premio nobel argentino Luis Federico Leloir dijo:

(…) es poco común llegar a comprender cuáles son los pasos necesarios para que la ciencia avance. Todos valoran la enorme influencia que esta tiene sobre la necesidad moderna, pero son escasos los que dirigen sus esfuerzos hacia el progreso científico. Esta falta de interés es debida en gran parte al hecho de que los resultados de la investigación aparecen lentamente y bajo formas poco espectaculares. A veces se requieren muchos años antes de que un descubrimiento se manifieste en forma que pueda ser apreciada por el gran público.14

George Steiner, quien valora el mundo científico-tecnológico y las grandes preguntas sobre el misterio de la vida y del universo, ha dicho que los grandes científicos se expresan siempre con cierta modestia porque no pueden fabricar un engaño: «En el campo científico, el que comete un bluff es eliminado de inmediato». Recuerda también que nos toca a todos comprender la ciencia, y afirma: «Hoy no se puede hablar de hombres y mujeres de cultura, en el sentido general de la palabra cultura, si no conocen la ciencia».15

Casi todos los gobernantes de los diversos países proclaman su interés en el desarrollo de la ciencia, pero son pocos los que concretan sus declaraciones en hechos genuinos.

Existe actualmente cierto desinterés o descreimiento hacia la ciencia. Algunas causas son externas al sistema científico, que este no puede, per se, remediar: la penuria socioeconómica de los investigadores; la competencia ruinosa de la a-cultura visual en la televisión, que ha convertido casi todo en espectáculo; la invasión seudocultural de carácter globalizador en forma de diversiones y máquinas de consumo masivo; la generalizada frivolidad que nos habla e impulsa en idioma extranjero hacia nuevos productos y costumbres, etcétera.

El discurso cautivo de la ciencia

La ciencia se enfrenta con un problema mayor que amenaza con hipotecar su futuro: la ultraespecialización. La velocísima multiplicación de las ramas del saber parece hacer cada vez más difícil una visión de conjunto de los conocimientos y los resultados adquiridos.

Y esto sucede en todas las lenguas y en la mayoría de las áreas o reductos científicos. El lenguaje de cada parcela del saber tiende a ser hermético, cerrado, como si sus culturas no deseasen interferencias de ninguna índole y su saber se tratase de un tesoro propio inalcanzable para otros semejantes. Y para ello se lo construye a menudo de manera críptica, oscura, con toda una serie de vocablos que denotan generalmente una escuela, tendencia o moda dominante del momento dado.

Desafortunadamente, en algunos casos, la atención de los investigadores se ha concentrado con frecuencia más en los aspectos científicos que en los humanos. Es así como los investigadores jóvenes se sienten con frecuencia algo incómodos cuando se los aleja de temas pertenecientes a la práctica de una determinada especialización excluyente.

Como corolario, podría decirse que la ciencia pareciera estar dominada, en diversas ocasiones, por creencias o paradigmas sociales que le imponen barreras, prejuicios o vínculos tanto intelectuales como prácticos.

El científico portugués João Magueijo, doctorado en Cambridge University y actualmente en el Perimeter Institute of Theoretical Physics en Canadá, ha escrito el libro Más rápido que la velocidad de la luz: Historia de una especulación científica,16 en el que cuenta cómo ha desarrollado una teoría según la cual la velocidad de la luz es variable, lo que contradice la teoría de la relatividad de Albert Einstein, que sostiene que es constante.

Magueijo hace en su libro una aguda crítica a la comunidad científica internacional al explicar cuán difícil es la aceptación de una idea nueva dentro de un determinado círculo científico establecido. Argumenta que los científicos, a veces, tienden a esconder el proceso humano que lleva a producir una idea nueva, y que en el fondo son muy irracionales. Insiste en que el núcleo de científicos que domina y lidera un campo del saber trata habitualmente de suprimir o no dejar nacer ideas nuevas. Esta circunstancia le aconteció a Isaac Newton con su mecánica, que derribó creencias medievales, y también a Galileo, con los profesores de la Universidad de Pisa. Ídem a Einstein, en los primeros años de divulgación de sus pensamientos originales. Producir ciencia tiene, sin duda, sus complicaciones.17

Intelectualmente, la ciencia se mira solo como el estudio y la aplicación de las ciencias exactas, físicas y naturales, aunque todos deberíamos ser más conscientes de que es cada vez más difícil separarla de los numerosos factores complejos e interrelacionados que conforman la sociedad moderna.

Desde el punto de vista práctico, la ciencia se ve fuertemente circunscrita e influenciada también por los Gobiernos y las empresas. Podría decirse que el ejercicio de la ciencia es cautivo de determinantes sociológicos que selectivamente se apropian del conocimiento científico y definen tanto los estudios y problemas a que deben aplicarse los científicos como las posibles estrategias aceptables.

Resulta así que muchas universidades preparan a sus científicos descuidando sus propios intereses y, a veces, también los intereses de la gente en general. Esas circunstancias han restringido y maniatado el discurso de los científicos, y hacen difícil una reflexión crítica de su responsabilidad. Al decir «discurso» de la ciencia, me refiero a toda una manera de hablar y escribir acerca de la ciencia que engloba supuestos y prejuicios que la rodean socialmente. Este «discurso» tiene la fuerza de una realidad que da nombres e interpretaciones a lo que se alude. Lo que califica como «real» y «verdadero» determina finalmente qué se incluye y qué se excluye. Es por ello que, sin un «discurso» amplio y abierto, la ciencia no puede alcanzar una renovación y regeneración sanas. Simplemente carece, entonces, de las herramientas lingüísticas para llevarlas a cabo.

La falacia de la ciencia como bien de consumo

Quisiera referirme también a una falacia que coloca a la ciencia como bien de consumo. Hoy pareciera que no se puede hacer ciencia escudándose principalmente en las esencias de la ciencia básica, con pocos instrumentos, espacios pequeños, problemas sencillos elegidos con cuidado y laborados rigurosamente, etcétera, sino solo con presupuestos gigantescos, numeroso personal y consideraciones mercantilistas.

Rige en muchos lados una confusa, agraviante y compulsiva jubilación de los mejores investigadores. Mujeres y hombres, alrededor de los sesenta años, muchos con excelente salud y en plenitud de espíritu, son expulsados del sistema, inclusive de funciones donde el reemplazo puede ser azaroso o imposible. Se da así una diáspora de los buenos hacia otros horizontes ajenos a la ciencia.

Las instituciones de investigación se equiparan en algunos países con empresas que venden servicios (en este caso, servicios científicos) y convierten la ciencia en un bien de consumo. No debe objetarse la acción positiva de la privatización, pero es vital procurar no medrar sobre las ruinas de la ciencia pública a cargo del Estado en algunos casos. Los directivos de las instituciones científicas del Estado no pueden andar cazando mecenas continuamente. Al parecer, subyace en boga la idea de que el conocimiento puede producirse, comprarse, venderse, administrarse y evaluarse con los parámetros empresarios de calidad y excelencia.

La antigua dirección humanista reaparece como la única posible. Humanismo significa lo propio del ser humano, y nada de cuanto le atañe le debe ser ajeno, inclusive la tecnología moderna y el desarrollo del conocimiento desinteresado, que a la larga llega a ser el más útil de los conocimientos.

Comunicación y unión de los saberes

En nuestros días, la comunicación entre los desatinadamente denominados científicos y humanistas es escasa. Pocos son los que perciben la riqueza que aporta el intercambio entre ambos. Rechazan la oportunidad de ver el mundo a través de la óptica del otro y repiten sordos sus parciales concepciones sobre la vida.

No es casual que las universidades lleven en su nombre la significación de universalidad. Los académicos, los profesores y las autoridades deben recordar esta idea de educar en un conocimiento abarcativo, amplio, universal y, en ese sentido, el estudio y la sana práctica de la lengua desempeñan un papel central.

Adalberto Barbosa me dedicó unas cálidas palabras el año pasado, durante un acto público. Considero oportuno citar un párrafo de su discurso en el que se refiere al papel del ingeniero.

Todo ingeniero que merezca ese título es un hombre de ingenio, de pensamiento y de acción; un nexo entre la utopía y las crudas realidades; un conductor de máquinas y de hombres; un estratega y también un táctico; un transformador de la materia y hasta del paisaje; es un hombre de números pero, fundamentalmente, un generador de ideas y un aportante de soluciones. Por todo eso, un ingeniero no puede no ser un espontáneo maestro: lo es en la profesión y lo es en la vida.18

Siendo decano de la Facultad de Ciencias Fisicomatemáticas e Ingeniería de la Universidad Católica Argentina, tuve la iniciativa, que se concretó en el año 2004, de incorporar en la carrera de Ingeniería la exigencia de dominar el español. A partir de entonces, en el primer año de esta carrera, los alumnos deben rendir un examen de idoneidad en castellano, donde se evalúa la capacidad de comprensión de textos, la redacción, la ortografía y el uso de los verbos. 19

Siempre que me refiero al buen uso del idioma que debe hacer el hombre de ciencia y a la práctica de la unión de los saberes, viene a mi memoria un ejemplo notable: el argentino Eduardo Ladislao Holmberg (1852-1937), de quien dije en mi charla de incorporación a la Academia Argentina de Letras que «trajo a Buenos Aires un eco de los grandes debates científicos de Europa». Holmberg «difundió las teorías de Darwin y despertó el interés por temas generalmente reservados a círculos restringidos». Con su sabiduría y su elocuente retórica, «convertía un estudio sobre las arañas de Misiones o los peces de Tandil en un asunto ameno». Este hombre de ciencias «sentía especial interés por la filosofía y gusto por los clásicos de la literatura. Al tiempo que clasificaba especies de fauna y flora, disertaba acerca de problemas políticos y morales».20 Además de dedicarse a la investigación y la docencia en el área de las ciencias, era un frecuente escritor de cuentos, novelas y poemas, y poseía una gran habilidad para convertir explicaciones de temas difíciles en agradables relatos, que facilitaban la comprensión sin dejar de ser precisos en lo técnico.

Otro ejemplo que hay que rememorar es el eminente matemático español Julio Rey Pastor, nacido en Logroño en 1888 y fallecido en Buenos Aires en 1962. Rey Pastor ingresó en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en 1920 y en la Real Academia Española de la Lengua el 1 de abril de 1954, cuando leyó su discurso de incorporación titulado «Álgebra del lenguaje».

La relevancia de Rey Pastor proviene no solo del hecho de haber sido uno de los matemáticos españoles más importantes sino también de ser uno de los pensadores españoles de la generación del 14 (a la que, entre otros, pertenecieron Ortega y Gasset, Blas Cabrera, Gregorio Marañón y Juan Negrín) que, movida por el espíritu regeneracionista, incidió de forma muy notable en la renovación científica española, tanto en investigación y docencia como en organización de instituciones científicas, ocupándose también de historia, filosofía y epistemología de la ciencia.21

Rey Pastor fue, además de catedrático en España, un asiduo profesor en universidades argentinas y latinoamericanas, que aprendieron la matemática moderna con sus conferencias y libros en sus numerosas visitas anuales a partir de 1917. Escribió junto a Ernesto García Camarero, otro destacado español (quien contribuyó a la introducción de la informática en Hispanoamérica), un valioso tratado de cartografía.22

Es de desear hoy que los cultores de la ciencia, las instituciones de mayor nivel académico y los más eximios pensadores y creadores del conocimiento aúnen ideas y concilien esfuerzos, aprovechando especialmente estos generosos congresos, a fin de que la lengua española construya sabiamente la ciencia.

Notas

  • 1. Fernández Long, Hilario: «Prólogo», en Reggini, Horacio C.: Alas para la mente. Logo: Un lenguaje de computadoras y un estilo de pensar, ob. cit., p. 9.Volver
  • 2. Ver mi conferencia de incorporación a la Academia Nacional de Educación «Educación y tecnología», 3 de julio de 2000, publicada en Anales de la Academia, boletín 44, Buenos Aires, septiembre 2000. Texto reproducido en el libro La educación en debate. Crisis y cambios, 1997-2004, de la Academia Nacional de Educación, y en Reggini, Horacio C.: El futuro no es más lo que era, Buenos Aires: Educa, 2005, pp. 247-259. También sobre este tema: «Educación, ciencia y técnica», boletín 50 de la Academia Nacional de Educación, Buenos Aires, marzo de 2002. Texto de la comunicación que leí en la sesión de la Academia Nacional de Educación el 1 de octubre de 2001. Reproducido en los Anales de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, n.º 53, 2001; y en Reggini, Horacio C.: El futuro no es más lo que era, ob. cit., pp. 274-283.Volver
  • 3. Palabras del biólogo Jean Rostand, citadas por Gregorio Caro Figueroa en su editorial titulado «Lo vulgar y el divulgar» en la revista Todo es Historia, n.º 470, septiembre de 2006.Volver
  • 4. Caro Figueroa, Gregorio A.: «Lo vulgar y el divulgar», cit. en 4.Volver
  • 5. Ver «Múltiples coincidencias», carta de lectores publicada en Todo es Historia, n.º 472, noviembre de 2006, en la que me referí al editorial de Caro Figueroa «Lo vulgar y el divulgar» (cit. en 4 y 5).Volver
  • 6. Ver la conferencia «La necesidad de un uso auténtico y adecuado de la tecnología en los medios de comunicación, análisis crítico de la denominada sociedad de la información y el conocimiento. Repercusión sociocultural de Internet», que pronuncié el 14 de noviembre de 2000 en elEncuentro Internacional «Periódicos en Español», sobre la lengua, las nuevas tecnologías y los medios de comunicación, San Millán de la Cogolla, España. También mi nota periodística «Contra el fundamentalismo digital», en el diario La Rioja, Logroño, España, 15 de noviembre de 2000.Volver
  • 7. Sobre este tema: «Tecnología, palabra y reflexión», revista Telos, n.º 50, julio-septiembre 1997, Madrid: Fundesco. Texto de la conferencia quepronuncié el 8 de abril de 1997 en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española: «La Lengua y los Medios de Comunicación», Zacatecas, México. Ver también Parini, Alejandro y Alicia María Zorrilla (coordinadores): Lengua y Sociedad, Buenos Aires: Editorial Áncora, 2006.Volver
  • 8. Ver «Internet y Gobierno», carta de lectores en la que propongo abandonar el uso de «.gov» y adoptar «.gob». Publicada en el diario La Nación, 2 de marzo de 2000. Texto también reproducido en el Boletín de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, n.º 11, diciembre 2000, y en Reggini, Horacio C.: El futuro no es más lo que era, Buenos Aires: Educa, 2005, p. 35. También artículo «De prosaica castellana», en Academia Argentina de Letras: III Congreso Internacional de la Lengua Española, Buenos Aires, 2006, sección II «Identidad y lenguaje en la creación literaria», pp. 223-228..Volver
  • 9. Onderiz, Pedro Ambrosio: Perspectiva y Especularia de Euclides, 1585.Volver
  • 10. Cardvchi, Lvis (traducido y comentado por): Elementos Geometricos de Evclides Philosopho Megarense svs seys Primeros Libros, 1637.Volver
  • 11. Cardvchi, Lvis (traducido y comentado por): Elementos Geometricos de Evclides Philosopho Megarense svs seys Primeros Libros, 1637.Volver
  • 12. Çamorano, Rodrigo: Los seys libros primeros de la Geometria de Evclides, traduzidos en lengua Española, Sevilla, 1576, 122 folios.Volver
  • 13. Herrera, Iuan de: Institvcion de la Academia Real de Mathematica, Madrid, 1584.Volver
  • 14. El 23 de noviembre de 2006 dicté una conferencia en la Academia Argentina de Letras en homenaje a Luis Federico Leloir. La cita está tomada de Nachón, Carlos A.: Luis Federico Leloir. Premio Nobel de Química 1970 (Ensayo de una biografía), Buenos Aires, 2000, p. 22.Volver
  • 15. Ver «George Steiner: los tres desafíos de la humanidad», entrevista a George Steiner publicada en el diario La Nación, 3 de septiembre de 2006, suplemento «Cultura», p. 1.Volver
  • 16. Magueijo, João: Más rápido que la velocidad de la luz. Hacia una especulación científica, México: Fondo de Cultura Económica, 2006.Volver
  • 17. Ver Bär, Nora: «João Magueijo, ¿héroe o hereje?», entrevista publicada en la sección «Ciencia/Salud» del diario La Nación, 12 de noviembre de 2006, p. 22.Volver
  • 18. Palabras de Adalberto Barbosa al hacerme entrega del premio a la Personalidad del Año en el rubro Ingeniería, el 28 de junio de 2006, en la Fiesta de los Lauros del Rotary Club de Buenos Aires. Parte del texto fue reproducido en la Revista Rotary, año 71, n.º 2408/2409/2410, abril/mayo/junio 2006.Volver
  • 19. Sobre esta reforma se publicó una nota en el diario La Nación el domingo 5 de septiembre de 2004, en la página 10 del suplemento «Universidades & Posgrados».Volver
  • 20. Ver Reggini, Horacio C.: Eduardo Ladislao Holmberg y la Academia. Vida y obra, Buenos Aires: Galápagos, 2007. Texto del discurso de incorporación a la Academia Argentina de Letras publicado en el Boletín, t. LXXI, n.º 285/286, mayo-agosto 2006.Volver
  • 21. Cfr. García Camarero, Ernesto: «Julio Rey Pastor en el Ateneo de Madrid», en Ateneo Científico Literario y Artístico: Ateneístas Ilustres, Madrid, 2004, pp. 571-582.Volver
  • 22. Rey Pastor, Julio: La cartografía mallorquina, Madrid: Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia, Instituto Luis Vives, CSIC, 1960, 207 pp. Con la colaboración de Ernesto García Camarero.Volver