Una lectura un tanto descuidada en el momento de abordar el tópico de la unidad y la diversidad terminológica del español es la concerniente a la responsabilidad terminológica del traductor especializado hispano. En las últimas décadas, la figura del traductor hispano ha ido adquiriendo una importancia capital en la elevación del estatus de su lengua materna. Y ello debido a que este mediador ha empezado a hacerse visible fundamentando la pertinencia de la toma de sus decisiones terminológicas Aplicando los niveles de implicación del traductor en la terminología postulados por María Teresa Cabré (1999), podríamos afirmar que el continuo de intervención va desde la no intervención hasta la intervención comprometida y cooperativa.
Pasaremos de inmediato a describir dos de los problemas terminológicos a los que se enfrenta el traductor hispano. Sin duda, el tópico que le genera mayor incertidumbre al traductor especializado es la sobreoferta terminológica o concurrencia sinonímica, que le impide discriminar adecuadamente la pertinencia de una de cada una de las variantes denominativas ofrecidas por su lengua, incerdidumbre compartida, en algunos casos, por los propios especialistas.
Las causas de la vastedad de la oferta terminológica son diversas. En primer lugar, podemos mencionar a la propia actividad traductora que, por su carácter metatextual, presenta un enorme potencial de reescritura que internacionaliza al texto original y da como resultado la existencia de diversas versiones idiomáticas y variantes dialectales. En segundo lugar, identificamos como causa de la pluralidad la escasa producción especializada hispana, que se caracteriza por una doble dependencia terminológica, la dependencia interlingüística de las lenguas que lideran a nivel mundial la producción científica y tecnológica en determinadas áreas especializadas. Esta dependencia interlingüística va acompañada de otra de tipo intralinguístico atribuible al estatus que ostenta cada uno de los dialectos hispanos en función del volumen de su producción especializada en determinados campos, al poderío editorial y a la actitud que manifiestan los hablantes expertos hacia su propia lengua y dialecto. Para muestra basta un botón, comparemos la producción de obras originales y derivadas especializadas producidas en países como México, Argentina y Colombia con la de otros como Perú, Bolivia y Paraguay.
Producto de la dependencia es la contaminación terminológica a la que los especialistas hispanos no prestan la debida atención amparándose en la primacía del uso como hipercriterio de selección terminológica en la actualidad. ¿Por qué permitir que, en el campo de la informática, el uso prime en casos tan flagrantes como el empleo del verbo deletear, que significa ‘borrar ficheros del disco duro de una computadora (or) u ordenador’ y es un préstamo verbal naturalizado del inglés delete, en vez de borrar o suprimir?
El siglo xxi exige un cambio de paradigma respecto de las decisiones terminológicas en las que deben intervenir autores, editores y, principalmente, mediadores especializados con un rol activo frente a los «decisores» de las inclusiones, exclusiones y vigencias terminológicas. Para lograrlo deberíamos dejar de lado criterios como la norma y el uso para cambiarlos por la «negociación terminológica», donde todos los actores, en especial los nombrados, lleguen a consensos terminológicos en el marco de un proceso de heterorregulación y autorregulación con miras al uso de términos funcionales, transparentes, derivables y proactivos (Luna, 2002).
Es indiscutible que esta pluralidad terminológica procedente de las canteras de la traducción y la producción especializadas dificulta la intercomprensión intradisciplinaria entre especialistas de habla hispana. Sin embargo, cabe preguntarse si la normalización terminológica panhispánica será una panacea para este problema. Los beneficios de la normalización para la lengua hispana son indiscutibles, al igual que la riqueza de su dialectalización, que además es un derecho lingüístico inapelable. Son muchos los autores que consideran inviable este tipo de normalización, en especial en lo tocante a la terminología (Lapesa, 1996; Muñiz, 1998; Lara, 2002; Freixa, 2002).
¿Cómo conciliar estas dos posturas aparentemente antagónicas? Sería acaso más acertado hablar de varias instancias normalizadoras: a, una normalización hispana interdialectal; b, una normalización hispana intradialectal, y c, una normalización hispana subdialectal en función de las necesidades comunicativas y las situaciones comunicativas de los hablantes especializados.
En realidad, el traductor especializado hispano está a caballo entre el respeto por la diversidad y la necesidad de consensuar la terminología para garantizar la inteligibilidad hispana. En su afán por respetar la diversidad terminológica y las particularidades del encargo, el traductor aplicará el método de traducción terminológica dialectal que plasma las preferencias terminológicas de una determinada comunidad hispana para satisfacer la demanda de destinatarios de procedencia hispana homogénea. Por el contrario, cuando se enfrente a un destinatario hispano de naturaleza dialectal heterogénea, aplicará el método de traducción normativa mediante el cual empleará el término normativo, de existir, o, en su defecto, la variante terminológica que resulte satisfactoria para un público hispano heterogéneo (Luna, 2002). El vocablo washer, ‘pieza de acero con el centro perforado para asegurar tuercas’, sería traducido en esta línea de pensamiento por ‘arandela’ para un destinatario hispano amplio y por ‘huacha’ cuando el destinatario sea restringido, específicamente peruano, vocablo que también se usa en el fútbol en la expresión pasar por la huacha para referirse a un ‘pase de pelota entre las piernas’, así como en la expresión coloquial estar huacha (-cho) como sinónimo de ‘estar sin pareja’.
Un segundo reto al que se enfrenta el traductor especializado es el referido a la renovación terminológica, que constituye un arma de doble filo para nuestra lengua. Como todos sabemos, la acuñación de neónimos es justificable para llenar vacíos referenciales célula madre, la reacuñación beneficiosa para resemantizar o reetiquetar conceptos que han operado transformaciones semánticas significativas o han perdido la pretendida neutralidad (cambio del término reactivo retardo mental por el proactivo discapacidad intelectual) y perjudicial cuando se reacuñan términos y conceptos ya existentes a causa de la malentendida exigencia de originalidad científica que hace que confundamos reetiquetación con resignificación (Luna, 2002).
El traductor, más que ningún otro profesional, debe ser capaz de discriminar estos tres tipos de aplicaciones neológicas para poder intervenir de forma adecuada. No podemos dejar de reconocer que la acuñación neonímica en español es limitada y directamente proporcional a la escasez de su producción especializada. Por esta razón, sea que se trate de producciones originales o derivadas, tanto los especialistas como los traductores especializados asumen, en realidad, el rol de reacuñadores de términos creados en una lengua distinta a la suya. Ello explica el elevado nivel de contaminación lingüística al que están expuestos los textos especializados hispanos, en especial en campos de especialidad con mayor influjo foráneo.
Lo que complejiza la labor del traductor especializado hispano es que, en muchas ocasiones, se ve obligado a acuñar nuevos términos que deben armonizar con el comportamiento terminológico del área de conocimiento a la que pertenezcan, so pena de generar ruido terminológico en dicha actividad.
Una solución al problema de la sobreoferta y la renovación terminológica sería el diseño de un proyecto de planificación lingüística hispana en tres niveles:
Diversos autores coinciden en la importancia capital de una planificación traductora especializada para el desarrollo de una determinada comunidad lingüística. En este contexto, se concibe a la planificación traductora como un imperativo económico y democrático, como una actividad de mediación cognitiva que salva a las lenguas del riesgo de la uniformidad y permite democratizar el conocimiento científico y tecnológico (Gravier, 1983; Lilova, 1984 y Neubert, 1985).
En términos generales, la comunidad hispana adolece de políticas de traducción explícitas. Son pocos los países hispanos que planifican implícita o explícitamente su producción traductora. Por lo general, las decisiones traductoras respecto de «lo traducible» se toman en función del destinatario o futuro lector de las traducciones y obedece a las políticas de traducción imperantes en las casas editoriales. Algunos países hispanos se encuentran en situación de subordinación dialectal por ausencia de políticas editorales que apuesten por la publicación de traducciones locales y asumen únicamente el papel de lectores expertos o semiexpertos de traducciones que no cubren sus necesidades comunicativas por contener unidades terminológicas no reconocibles e impuestas.
Cabría poner, por tanto, sobre el tapete la necesidad de una planificación traductora hispana cuyo principal objetivo fuera la realización de traducciones normativas y dialectales aceptables y verosímiles para los hispanohablantes en general. En términos ideales, dicha planificación coadyuvaría a la solución de los problemas ocasionados por los conflictos interdialectales existentes en la comunidad hispana y, por ende, garantizaría la tolerancia y el respeto mutuo por las identidades y alteridades terminológicas hispanas.
Para finalizar nuestra exposición, reflexionaremos sobre la visibilidad del traductor especializado, que debería patentizarse a través de espacios intratextuales valiéndose de dupletas o tripletas terminológicas tales como ordenador/computador/computadora, o extratextuales destinados a explicar sus decisiones terminológicas tales como el prólogo del traductor, las notas del traductor o los glosarios incluidos a manera de anexos, entre otros. Apelamos a los traductores especializados hispanos para que no se limiten a proponer terminología a la carta en función de las necesidades terminológicas de cada encargo de traducción, sino que asuman la responsabilidad lingüística de evaluar y negociar con los usuarios la pertinencia de los términos, al igual que sensibilizarlo para un cambio de actitud lingüística.
Hoy más que nunca, la terminología hispana demanda la presencia de mediadores lingüísticos y hablantes expertos con buenas prácticas terminológicas capaces de realizar intervenciones terminológicas efectivas conducentes a eliminar contaminaciones lingüísticas innecesarias, a acuñar terminología hispana de carácter general, regional o local, según sea el caso, funcional y a salir en defensa de los derechos lingüísticos de los nombrados, diferenciando las denominaciones de los objetos de las referidas a personas que tienen derecho a denominaciones especializadas estéticas, ecológicas y proactivas, y, finalmente, a contribuir con la planificación lingüística del español y de sus propios dialectos armonizando la unidad con el respeto por la diversidad terminológica. En este proyecto estamos comprometidos los miembros de RITERM bajo la batuta de María Teresa Cabré, infatigable formadora y promotora de la terminología hispana.