Es un privilegio poder intervenir en esta sesión del IV Congreso Internacional de la Lengua Española dedicada a la terminología del español, en un marco incomparable como el que nos ofrece la ciudad de Cartagena de Indias, y poder mostrarles los avances de la terminología española, pero aun lo es más poder reflexionar ante ustedes y con ustedes sobre las posibilidades de organizar la terminología del español en su conjunto, una tarea pendiente que a mi modesto parecer deberíamos acometer cuanto antes si deseamos que la lengua española en su conjunto y todas y cada una de sus variedades avancen armónicamente en la elaboración de recursos aptos y adecuados para expresar y comunicar sobre temas de especialidad.
Consciente pues de la responsabilidad asociada a esta tarea y de la envergadura que supone llevarla a cabo, me dispongo a explicarles un proyecto en curso, pero aún en sus inicios, como es el proyecto TERMINESP, con el convencimiento de que sabrán darle la importancia que pueda merecer y de que querrán contribuir con su cooperación a su desarrollo.
Sin embargo, antes de entrar en el proyecto, me gustaría presentar brevemente algunas ideas que justifican la necesidad de organizar la terminología de las lenguas de cultura y presentarles muy someramente algunas iniciativas anteriores similares a la actual que surgieron en unos momentos en que quizás el contexto no era idóneo para poder captar su importancia. Hoy estoy segura de que estamos en el momento oportuno para llevar a cabo una iniciativa de este tipo, por cuanto tanto las características sociales y profesionales reclaman a voces su necesidad, como el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación permiten. Para finalizar, trataré de evaluar las posibilidades que tiene llevar a cabo un proyecto como el que propondré. Y espero de ustedes un juicio crítico, pero constructivo, sobre la viabilidad de dicho proyecto para dar respuesta al interrogante del título de esta intervención: ¿se trata de una utopía o de una posibilidad organizar la terminología del español en su conjunto?
No quiero empezar mi intervención sin subrayar el papel que tuvieron en su momento dos figuras clave en la terminología del español: Amelia de Irazazábal Nerpell, profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y creadora del grupo TermEsp, y Ángel Martín Municio, catedrático de Bioquímica de la Universidad Complutense de Madrid, que fue subdirector de la Real Academia Española y presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Los dos, desde su respectivos contextos de actuación, lucharon por transmitir el interés estratégico de la terminología en español y llevaron a cabo iniciativas prácticas en el ámbito de la terminología y el discurso de especialidad y en las tecnologías lingüísticas, entonces pioneras en España. No consiguieron que las instituciones del momento consideraran el tema como un tema estratégico para la modernización de la lengua española, pero sembraron en nosotros un interés que hoy se manifiesta de nuevo en esta exposición.
A lo largo de la segunda mitad del siglo xx fueron varias y de diferente tipo las iniciativas que surgieron como intento de organizar la terminología de la lengua española peninsular. Ninguna de ellas consiguió en su momento alcanzar la meta final que se proponía, pero todas ellas han contribuido a crear en el espacio iberoamericano la idea de que la terminología es necesaria en la denominada sociedad del conocimiento y estratégica para la visibilización internacional y el futuro de las lenguas naturales.
Una primera iniciativa llevada a cabo para organizar de manera sistemática la terminología de la lengua española la constituyó el proyecto FITRO (Fonds International des Terminologies Romanes). En el año 1970, los organismos franceses y españoles de investigación, el CNRS y el CSIC respectivamente, se reunieron en Barcelona y acordaron constituir un fondo terminológico de ambas lenguas y ponerlo en común. Este acuerdo se abrió en 1972 en Florencia a organismos italianos, rumanos y portugueses.
En España, a partir de la reunión de Florencia, los esfuerzos se concentraron en lograr una organización terminológica que tuviese su apoyo en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y en otros organismos interesados en actividades similares. Y fruto de esta primera iniciativa nació la idea de HISPANOTERM, dirigido por Manuel Criado de Val y ubicado en el CSIC español. El trabajo terminológico de HISPANOTERM no ha sido nunca conocido.
Posteriormente, el CSIC, en el año 1978, crea la Unidad Estructural de Investigación de Terminología en el Instituto de Miguel de Cervantes y, en el año 1981, dentro de la programación general del CSIC, se aprueba el Programa de Investigación «Estudio y Coordinación de la Terminología Científico-técnica Española». Este programa, que contaba con 18 investigadores, asesores científicos y lingüísticos de los glosarios que se empezaron a desarrollar en el ICYT, organiza en Madrid en cooperación con HISPANOTERM e INFOTERM, en noviembre de 1983, el primer seminario sobre terminología celebrado en España.
En este seminario ya se puso de manifiesto la necesidad de contar con una información rápida y eficaz en materia de terminología científico-técnica en lengua española, no solo con miras a las necesidades internas, sino también para una indispensable colaboración con Latinoamérica. Subrayemos, pues, que esta declaración es el antecedente más claro del tema del que aquí trata este panel.
En 1985 aparecen en España los dos primeros núcleos activos que empiezan a desarrollar trabajos en el campo de la terminología. Por un lado se crea TermEsp, grupo de científicos procedente del área de la Información y Documentación Científica del CSIC, que cuenta con la asesoría permanente de los institutos del CSIC, como culminación de los esfuerzos llevados a cabo en el Instituto de Información y Documentación en Ciencia y Tecnología (ICYT), para la consecución de la normalización de la lengua científica española. Por otro lado nace TERMCAT, el centro oficial de terminología catalana, bajo el patrocinio de la Generalitat de Cataluña y del Institut d’Estudis Catalans (IEC), que desde su inicio cuenta con personal especializado en terminología y documentación y con la colaboración de múltiples asesores técnicos y científicos de gran relieve.
En 1986 nace el centro de terminología vasco EuskalTerm, con objetivos similares a los otros grupos citados, y que también pronto se suma a la preocupación por la formación de especialistas en terminología y la coordinación terminológica dentro de una política general de la lengua. Y bastantes años más tarde, en 1997, TERMIGAL, (Servicio de Terminoloxía Galega), gracias a un convenio entre la Real Academia Galega y el Centro Ramón Piñeiro para la Investigación en Humanidades.
Hoy, sin embargo, estamos ya en una fase nueva, fase que en nuestra opinión se inició con la creación de la Asociación Española de Terminología (AETER).
La Asociación Española de Terminología (AETER) es una asociación de ámbito nacional, sin ánimo de lucro, cuyos objetivos principales son desarrollar y promover la terminología como disciplina, estimular la elaboración de recursos terminológicos necesarios y difundir los recursos existentes. Fue creada el año 1997 en Madrid por iniciativa de personas e instituciones interesadas en el estudio de la terminología y los lenguajes de especialidad y en la elaboración y la consulta de recursos terminológicos en español y en las demás lenguas de España. Actualmente, AETER ocupa la Secretaría del Comité 191 de AENOR (CT-37 ISO).
Son miembros de AETER personas a título individual e instituciones muy diversas, entre las que se cuentan la Real Academia de Ciencias Exactas Físicas y Naturales y la Real Academia Española, departamentos e institutos de distintas universidades, la Asociación Española de Normalización y Certificación (AENOR), el Centro de Información y Documentación (CINDOC) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), los centros de terminología de otras lenguas de España, TERMCAT, UZEI y TERMIGAL, y diversas entidades privadas del ámbito de las industrias de la lengua española
No sería justo silenciar el papel que Ángel Martín Municio desempeñó en la consideración de la terminología en España y en la constitución de AETER, básicamente desde su puesto de presidente de la Real Academia de Ciencias Físicas, Exactas y Naturales y vicepresidente de la Real Academia Española. La publicación del Vocabulario científico y técnico (1983, 1992, 1996) y del Diccionario esencial de las ciencias (1999) puso en el mercado una cantidad considerable de unidades terminológicas establecidas por consenso entre académicos. El inicio de creación en la RAE de un corpus científico-técnico mostró explícitamente que la Academia por vez primera se interesaba por los lenguajes de especialidad y la terminología en español.
Durante sus primeros años, AETER solo se ocupó de organizarse y de convocar jornadas anuales para promover el interés por la terminología y favorecer el intercambio entre las personas y los organismos interesados en el tema terminológico, pero a partir del año 2005 AETER inició una etapa nueva con el lanzamiento del proyecto TERMINESP, del que hablaremos a continuación.
No cabe duda de que la terminología es uno de los factores clave en las lenguas que se consideran lenguas de cultura y pieza indispensable de cualquier lengua. Esta afirmación tan rotundamente expresada, que hoy en día sería ampliamente aceptada por lingüistas y filólogos, habría sido puesta cuando menos en tela de juicio hace unas décadas. La razón esencial era la concepción misma de la terminología como conjunto de términos o unidades usadas en los ámbitos de especialidad para expresar de un modo preciso, conciso, sistemático y uniforme los conceptos propios de las materias científicas y técnicas, muy lejos de los signos de la lengua.
Varias son las claves que permiten explicar esta concepción de la terminología al margen de las lenguas:
La primera radica en asumir que puede existir un vocabulario completamente controlado en la comunicación científico-técnica, del mismo modo que en los siglos precedentes se acuñaron las nomenclaturas de base latina para denominar internacionalmente las especies naturales, las partes del cuerpo humano o los elementos químicos y sus combinaciones.
La segunda clave que explica por qué se ha concebido durante tanto tiempo la terminología al margen de las lenguas yace en la creencia de que en la comunicación científica solo participan los especialistas y en consecuencia se deben acortar al máximo las distancias lingüísticas que los separan. Suele afirmarse que dos especialistas de distinta lengua, pero de una misma materia, pueden comprenderse con relativa facilidad. En coherencia con esta afirmación, las normas internacionales sobre creación de términos (ISO DIS 860: 1993-International Harmonization of concepts and terms) aconsejan favorecer los mecanismos de derivación y composición mediante formantes grecolatinos.
Y una tercera clave procede del origen de la terminología como disciplina autónoma. Eugen Wüster (Wieselburg 1898–Viena 1997), al que se considera el fundador en Europa de la terminología, en tanto que disciplina, concibió una teoría alejada de los supuestos del lenguaje, por cuanto la lingüística estructural dominante en la época no le permitía explicar la idiosincrasia de los términos especializados con relación a las palabras del léxico común de las lenguas.
Esta concepción alingüística de la terminología ha sido progresivamente puesta en tela de juicio en las últimas tres décadas, ya sea por los enormes cambios políticos, sociales, económicos y tecnológicos que se han producido (cambios que para historiadores y antropólogos hacen pensar en un cambio de civilización) como por los cambios epistemológicos producidos en las ciencias del lenguaje, del conocimiento y de la comunicación.
Hoy todo el mundo reconoce que la terminología es también una parte de las lenguas particulares y un factor clave, como decíamos al inicio, no solo para la comunicación profesional, sino también para la afirmación internacional de toda lengua de cultura en una sociedad moderna.
La situación de la ciencia, controlada en su producción y su difusión por los propios científicos hasta la primera mitad del siglo xx, ha cambiado totalmente desde hace ya bastantes décadas. La democratización de la enseñanza y, por encima de todo, el poder adquirido por los medios de comunicación en la difusión de la información de todo tipo, ha desbordado el escenario anterior, de manera que hoy en día el papel predominante en la difusión de los avances científicos y técnicos se concentra en manos de los medios de comunicación de masas, ya sea directamente, ya sea a través de los resúmenes de prensa que han creado las revistas científicas de prestigio y de los que los periodistas extraen la información. En este escenario, una buena parte de la terminología científica y técnica ha dejado de ser de conocimiento restringido a los especialistas y controlada exclusivamente por ellos, y ha pasado a ser de dominio bastante común, por lo menos como conocimiento pasivo (se conoce la denominación de un término y se sabe someramente a qué se refiere, pero no se sabe exactamente qué significa).
Pero la transferencia de los conocimientos especializados no se limita a esquemas de comunicación entre expertos o de expertos a gran público a través de los profesionales de los medios de comunicación, sino que se extiende además a los ámbitos de la enseñanza de las especialidades, a la traducción e interpretación y a la enseñanza de lenguas para propósitos profesionales o específicos. Podemos comprobar que cada vez es mayor la exigencia de profesionalización especializada en el mundo laboral y por lo tanto cada vez son más numerosos los programas de estudios especializados que los organismos públicos y privados, académicos y laborales lanzan al mercado y en los que incluyen directa o indirectamente la terminología.
Con la internacionalización de los intercambios económicos, culturales y tecnológicos, se ha puesto sobre la mesa la necesidad de gestionar situaciones de plurilingüismo para asegurar la calidad de la comunicación. Estas situaciones han afectado a la terminología en dos aspectos: por un lado se ha intensificado el interés por conocer lenguas distintas y poder expresarse en ellas, aunque solo sea con un fin puramente funcional en situaciones de trabajo; por otro lado, se ha multiplicado la necesidad de disponer de mediadores interlingüísticos (traductores e intérpretes) bien formados, capaces de asegurar la literalidad, pero también la eficacia, del discurso especializado. La creación en España de más de veinte programas universitarios de grado para la formación de traductores, ya sea a través de facultades de traducción o a través de portales más amplios, es una consecuencia directa de esta necesidad.
Finalmente, la explosión de la globalización a gran escala, que conduce inevitablemente a una uniformización cultural y lingüística, ha hecho despertar el deseo de los países de conservar sus especificidades.
Si asumimos que las lenguas de cultura deben disponer de recursos terminológicos para poder expresar los conocimientos científico-técnicos desde su genuinidad, parece evidente que todas ellas deben disponer de recursos terminológicos propios para representar y comunicar los conocimientos científico-técnicos. Una lengua sin terminología no es una lengua apta para expresar y comunicar la ciencia y la técnica. Una lengua sin terminología ve reducidas sus posibilidades de uso en las situaciones de especialidad temática, con lo que progresivamente va a ser sustituida en estos ámbitos por otra lengua más apta para estos usos. Una lengua sin producción terminológica abierta total e irreflexivamente al préstamo en áreas del saber tan importantes como las científico-técnicas y en ámbitos de acción tan relevantes como los profesionales pierde poco a poco su iniciativa en el mercado internacional de las lenguas.
Muchos de quienes defienden la utilización exclusiva del inglés en los ámbitos especializados se basan precisamente en el hecho de que el inglés ya posee los términos necesarios para expresar los conocimientos científicos y técnicos, por cuanto una gran parte de estos conocimientos han sido creados en países de habla inglesa. Sin embargo, aceptar esta posición significa reducir los ámbitos de uso de las demás lenguas, es decir, distribuir las lenguas por ámbitos de uso de forma que una lengua sea utilizada en todos ellos mientras que las demás solamente en algunos. No cabe duda de que con una decisión así se crea una situación de diglosia voluntaria que a medio plazo reduciría los ámbitos de uso de las lenguas y a la larga justificaría su sustitución y su abandono.
Pero defender que todas las lenguas deben disponer de recursos terminológicos propios abre la puerta a la cuestión de qué se entiende por propios, ya que no podemos dejar de lado que la terminología se acuña de manera natural en el discurso original de los especialistas y una denominación aparece por primera vez en el contexto en el que un conocimiento ha sido producido. Ello nos lleva a preguntarnos si las lenguas de las sociedades que no innovan en conocimiento ni en aplicaciones deben ser necesariamente subsidiarias de la terminología acuñada en las de los países científica y técnicamente innovadores, porque allí donde se crea conocimiento nuevo se producen espontáneamente términos para denominarlo.
Las lenguas que se utilizan en todos los ámbitos comunicativos suelen disponer de terminología específica en todos estos ámbitos. Pero hay lenguas que, a pesar de que se consideran útiles en cualquier ámbito de comunicación, no poseen términos producidos de manera natural en el discurso especializado, y por lo tanto deben crear terminología. Toda lengua considerada lengua de cultura necesita disponer de recursos terminológicos propios y no depender de los recursos acuñados en otra lengua.
Este no sería el caso de la lengua española en su conjunto. Sin duda alguna el español se utiliza efectivamente en todos los ámbitos científico-técnicos y profesionales, pero no siempre su terminología es fruto de la aceptación consciente de quienes la utilizan.
Es obvio que una lengua moderna, no únicamente apta, sino susceptible de ser usada en todo tipo de situación comunicativa, tiene que disponer de recursos terminológicos propios para poder cubrir la pluralidad de los escenarios de comunicación.
El conocimiento especializado y la tecnología crecen y se diversifican a un ritmo imparable en la época actual. La entrada de numerosos países en la sociedad del conocimiento requiere necesariamente una actualización permanente de los recursos para expresar los conceptos de los ámbitos de nuevo conocimiento. Por esta razón, los términos, que son las unidades lingüísticas que más prototípicamente condensan los conceptos especializados, deben ser permanentemente actualizados tanto en lo que se refiere a nuevas unidades de denominación como a resemantización de las unidades cuyo contenido cambia con gran rapidez.
El trabajo terminológico permanente es pues necesario para mantener una lengua actualizada para los usos especializados.
España es, como se sabe, un país plurilingüe. Entre las autonomías reconocidas por la Constitución española tres de ellas (Cataluña, Galicia y el País Vasco o Euskadi) son comunidades autónomas históricas con lenguas distintas a la lengua castellana, denominada comúnmente española en el exterior. La lengua catalana es la lengua propia de Cataluña,2 la gallega de Galicia y el euskera del País Vasco.
Cabe subrayar además que la lengua española es la lengua oficial de la gran mayoría de países de América, constituyendo una comunidad de más de 300 millones de hablantes.
Las comunidades autónomas de lengua distinta al español disponen todas ellas de políticas lingüísticas reguladas por sus respectivos estatutos de autonomía. En virtud de estas políticas han creado organismos para la promoción de sus lenguas y han adoptado planes de normalización de las lenguas propias que se proyectan tanto sobre la creación y la actualización de recursos lingüísticos diversificados sobre todos los temas como campañas de impulso del uso de sus lenguas en todo tipo de situación de comunicación. Estas políticas lingüísticas son totalmente explícitas y, con algunas excepciones, bien aceptadas en las comunidades respectivas. Entre los diferentes organismos administrativos responsables de los planes de normalización lingüística, se han creado centros oficiales de terminología que coordinan el trabajo terminológico y se encargan de la fijación de las formas normalizadas problemáticas o polémicas. Su modo de organización es variado. En el Centro de Terminología de Cataluña, por ejemplo, participan la Administración y la Academia de la lengua. Esta última preside el denominado Consell Supervisor, que corresponde a la Comisión de Normalización de la terminología.
Para el español existen en España algunos organismos interesados por el crecimiento armónico y genuino de la terminología española, unido a la precisión conceptual vehiculada por cada unidad terminológica. El ejemplo más significativo, como ya hemos mencionado, es el de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Existen también organismos específicos para la terminología, creados al margen de las instituciones académicas y administrativas españolas, pero sin embargo piezas relevantes en el progreso de las actividades terminológicas en España e Iberoamérica. La Red Iberoamericana de Terminología (RITERM), creada en 1988 en el I Simposio Iberoamericano de Terminología celebrado en la Universidad Simón Bolívar de Caracas, ha desempeñado el papel de coordinador de las actividades terminológicas realizadas por grupos de las universidades españolas e iberoamericanas convocando puntualmente un simposio bianual de gran concurrencia. Desde 1999 existe asimismo la Asociación Española de Terminología, cuya creación impulsó también Ángel Martín Municio desde la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Y también existe la Red Panlatina de Terminología REALITER, creada en París en 1990 para promover la armonización de la neología terminológica de las lenguas románicas. En el seno de REALITER se ha creado en Roma en 2003 una red de Observatorios de Neología en la que participan centros de todas las lenguas románicas y de sus variedades.
Pero, sin embargo, la organización de la terminología de la lengua española contrasta considerablemente con la organización que en España tiene la terminología de las lenguas catalana, gallega y vasca, cuyos Gobiernos autonómicos han creado, por razones fáciles de explicar, centros de coordinación del trabajo terminológico, instituciones de coordinación de la neología y canales de normalización de los términos nuevos o innecesariamente diversificados.
España no dispone hasta hoy de una política lingüística explícita, si bien en los últimos tiempos la Real Academia Española ha impulsado y puesto en circulación una política panhispánica, término usado para referirse a los esfuerzos que está llevando a cabo para contribuir a un consenso que asegure la unidad de la lengua española respetando su diversidad geográfica.
La lengua española no dispone tampoco de un centro de terminología ni de organismo alguno que se ocupe oficialmente de su normalización. Las dos ediciones del Vocabulario Científico y Técnico de la Real Academia de Ciencias Físicas, Exactas y Naturales han actuado como el único polo oficial de referencia. La Asociación Española de Normalización (AENOR) difunde términos fijados en las Normas UNE, procedentes de la traducción de las Normas ISO, con lo que acuña terminología normalizada sin que medie autoridad lingüística alguna.
Y la Asociación Española de Terminología (AETER) intenta impulsar con muchas dificultades y desde una situación de precariedad de medios un debate entre los organismos implicados en la terminología española de manera que se consensúe un modelo de organización de la terminología para el español teniendo en cuenta su gran diversidad geográfica.
Con el propósito de implementar un sistema de acceso y distribución en línea de los datos terminológicos del español, elaborados por muchos organismos, instituciones, empresas y particulares, de crear una comisión lingüística para la terminología del español que estableciera los criterios que deben orientar la creación, la adaptación y la adopción de nuevos términos, AETER lanzó en 2005 el proyecto TERMINESP.
TERMINESP parte de la constatación de una necesidad social y del análisis de la situación de otras lenguas de España3 y del mundo. Parece obvia la necesidad manifestada repetidamente por algunos colectivos profesionales, fundamentalmente traductores y redactores técnicos, que utilizan la lengua española en su trabajo de disponer de un acceso a datos terminológicos del español que ofrezcan garantías de calidad, ya sea porque han sido validados por instituciones reconocidas, ya sea porque hayan sido producidos por organismos competentes. De hecho se trata de evitar que la terminología española de referencia sea proporcionada por buscadores de Internet que ofrecen a los usuarios datos sin filtro de calidad alguno.
Integraron la comisión promotora de TERMINESP:
En su conjunto, el proyecto TERMINESP es solo un proyecto de trabajo que a largo plazo se ha propuesto:
Como podemos apreciar, unos objetivos demasiado ambiciosos para una asociación tan débil. Pero aun así, TERMINESP existe y ha empezado a avanzar y a producir algunos resultados.
En la primera etapa, TERMINESP ha previsto únicamente desarrollar el proyecto sobre el español de España, y, una vez organizado y evaluado el modelo, integrar en él a las autonomías de lengua no española y a los países hispanófonos de América Latina.
Para este camino, aspiramos a obtener la implicación de la Real Academia Española (RAE), a través de la Asociación de Academias, y de la Red Iberoamericana de Terminología (RITERM), a través de las asociaciones nacionales de terminología.
El desarrollo del TERMINESP se ha dividido en tres etapas:
Estamos ahora aún en la primera etapa, la de organizar la terminología del español en España. En esta primera fase, que es la que actualmente se está desarrollando bajo la dirección de la Junta directiva de AETER, pero que espera contar con personal técnico destinado al proyecto, se propone esencialmente:
Organizar una plataforma de distribución de datos terminológicos y facilitar el acceso a la terminología española disponible.
Organizar el proceso de sanción de la terminología del español.
Establecer criterios lingüísticos para la terminología.
Para cubrir estos tres objetivos, TERMINESP se ha organizado en tres módulos:
Veamos con mayor detalle a continuación cada uno de estos módulos y el trabajo que en cada uno de ellos se ha llevado a cabo.
La plataforma pública de acceso a la terminología del español, que debe permitir consultar en línea las bases de datos de algunos organismos e incorporar fondos terminológicos de otras organizaciones o nueva terminología procedente de nuevos proyectos, se organiza en tres submódulos:
Esta plataforma se propone ofrecer de entrada la terminología contenida en las Normas UNE de AENOR, el acceso directo a la terminología española del nuevo banco de datos terminológicos de la Comunidad Europea (IATE),4 que agrupa la terminología recopilada en la Comisión Europea, en el Parlamento Europeo y en el Consejo de Europa y a las bases de universidades y otros organismos que lo ofrezcan.
En estos momentos, el trabajo de TERMINESP relativo a esta etapa del proyecto se encuentra en el siguiente estado:
A partir de aquí, y para dar un paso adelante en el proyecto, habría que:
Está previsto organizar el sistema de sanción de la terminología del español en forma de foros virtuales o listas de discusión, tantos como ámbitos de conocimiento o de actividad se establezcan, y, por supuesto con un moderador. Este moderador actuará como el responsable en cada foro de vehicular a la base de datos de TERMINESP o a la Comisión Lingüística de la Terminología del Español (COLTE), de la que hablaremos a continuación, los resultados de la discusión de casos terminológicos.
El trabajo sobre este módulo está aún por estrenar.
Como hemos afirmado al inicio de este texto, la terminología, además de ser tema de competencia de especialistas, es también tema de trabajo de lingüistas. Los términos son unidades lingüísticas que forman parte de las lenguas particulares y comparten espacio con el resto de unidades del léxico de cada lengua. Desde este punto de vista las unidades terminológicas son competencia también de los organismos que se ocupan de establecer las formas de la lengua.
Siguiendo esta línea, TERMINESP previó desde el inicio la creación de una comisión de máximo nivel que se ocupara de establecer los criterios de creación de los términos nuevos y participara en la fijación de las unidades terminológicas de referencia en caso de discusión y falta de acuerdo entre los especialistas de cada ámbito o bien en casos de insatisfacción por la entrada masiva de términos tomados en préstamo a otras lenguas.
A este fin, en diciembre de 2005 se creó la Comisión Lingüística de la terminología (COLTE), presidida por la RAE, para establecer los criterios de adopción y adaptación de préstamos terminológicos, establecer los recursos prioritarios para la creación de nuevos términos y discutir los casos especialmente problemáticos para buscarles una solución.
COLTE está integrada por representantes de universidades, Servicios lingüísticos de medios de comunicación y agencias de prensa, del Instituto Cervantes, de AETER y del Departamento de español de la Dirección General de la Traducción de la CE (que representa el resto de los organismos lingüísticos de la CE).
En abril de 2005 cuando se lanzó el proyecto en una reunión celebrada en Madrid convocada por los traductores de español de la CE decíamos públicamente que era de esperar que a finales de 2006 la primera versión de la plataforma de acceso a los datos, y el plan de trabajo de COLTE fueran ya una realidad. No podemos decir que hayamos cumplido este propósito totalmente, aunque sí de manera parcial, lo cual no es baladí si tenemos en cuenta la precariedad de recursos humanos estables con que todo el trabajo se ha llevado a cabo. Y aunque hemos avanzado, parece fuera de duda que para llevar adelante de manera sistemática un proyecto de esta envergadura hay que contar con personas que puedan dedicar su atención a él, ya sea a través de una comisión de servicios o de contratación de personal nuevo. Es evidente que si continuamos en esta situación TERMINESP avanzará muy despacio.
Sin restar importancia a lo que acabamos de decir sobre qué sería necesario para llevar adelante el proyecto TERMINESP y no contar con ello, otros pasos se han dado, además de los anteriores, en la línea de articular la terminología española de ambos lados del océano. En el X Simposio de la Red Iberoamericana de Terminología (RITERM), celebrado en la ciudad de Montevideo los días 7 a 10 de noviembre de 2006, se convocó una reunión de los miembros de RITERM de habla española con el objetivo de presentarles el proyecto TERMINESP y acordar las primeras bases de organización de la terminología en su conjunto. A pesar de tratarse de una reunión no representativa, por el hecho de que los asistentes habían asistido al simposio o bien en nombre de su institución profesional o bien en nombre propio, pudimos constatar que todos ellos estaban sumamente motivados para impulsar la organización de la terminología del español en su conjunto y que estaban decididos a emprender acciones en sus respectivos países en este sentido.
Tres fueron los puntos que, sobre la base de nuestra propuesta, les parecieron indispensables:
En la reunión únicamente se pusieron sobre la mesa las necesidades y los deseos de cada cual, pero para avanzar habría que precisar las estrategias más adecuadas para cubrirlos y sobre todo impulsar al máximo la implicación institucional.
Sería de desear que la Asociación de Academias de la Lengua Española, que tan buenos resultados ha ofrecido desde que se asumió la política del panhispanismo, fuera el máximo organismo que impulsara este proyecto, por lo menos a nivel lingüístico, y promoviera en los organismos políticos el interés de la terminología como un elemento indispensable de la modernización permanente de la lengua española.
La Real Academia Española, que ahora ya ha dado el primer paso en la puesta en marcha de la comisión lingüística de la terminología del español de España, podría impulsar la creación de comisiones en la Academia correspondiente de cada país hispanohablante, simplemente recomendando participar en este proyecto de organización de la terminología del español, tomar la iniciativa en la constitución de una red de «coltes» para armonizar los criterios de actualización del léxico en las distintas variedades hispánicas, y además promover formalmente a nivel político la organización institucional de la terminología española.
Y RITERM, por su parte, podría actuar de catalizador de la gestión de TERMINESP impulsando, incluso financieramente, la constitución de asociaciones nacionales, dinamizando el trabajo de los responsables de cada uno de los módulos de trabajo en cada país de América Latina y actuando de puente con los gestores del proyecto TERMINESP en España.
El tiempo dirá si en los países de habla española existe la convicción de que una lengua de cultura que desee participar como tal en la sociedad del conocimiento y la información requiere poseer terminología propia actualizada. El tiempo mostrará cuán importante es para las lenguas fomentar en los profesionales de la lengua española, y en la sociedad hispanohablante, el ejercicio de crear, formar, adaptar o adoptar unidades léxicas para los ámbitos científico-técnicos y profesionales de modo consciente y voluntario. El vigor interno de las lenguas, con independencia del número de sus hablantes, se muestra en la creación léxica espontánea por parte de sus miembros.
La terminología del español ha sido hasta ahora un tema olvidado por las instituciones. AETER desea con el proyecto TERMINESP impulsar una nueva situación, pero sabemos cuán frágil es la base con la que TERMINESP se está llevando a cabo. Por esto, en este panel tan adecuado, pedimos ayuda a las instituciones académicas y administrativas aquí presentes para lograr convertir el deseo de organizar conjuntamente la terminología de la lengua española en una realidad.