Jaime Bernal Leongómez

Terminología y diccionariosJaime Bernal Leongómez
Academia Colombiana de la Lengua

Los problemas terminológicos nunca deberían ser los verdaderamente importantes en gramática, en lingüística o en cualquier otra rama del saber, puesto que, en definitiva, lo que debería interesar al estudioso no es tanto dar nombres a los problemas como comprender los fenómenos que se examinan.

Ignacio Bosque: Las categorías gramaticales

1.Introducción

La lexicógrafa francesa M. Teresa Cabré en su artículo «Terminología y lingüística. La teoría de las puertas» (publicado en la revista Terminologies nouvelles. Terminologie et diversité y vertido al español por Rosanna Folgueré) pretende abandonar por inadecuada la Teoría General de la Terminología (TGT) y proponer en cambio una «teoría de los términos», dado que estos pueden describirse como unidades que de por sí conllevan ya la dualidad forma/contenido.

2. Diccionario de términos filológicos

Pretendo en este breve artículo demostrar que, desde la segunda mitad del siglo xx, en la lexicografía española había ya aparecido en 1953 la primera edición del Diccionario de términos filológicos, de Fernando Lázaro Carreter, antesala de futuros diccionarios de lingüística, obra en la cual ya se emplea el vocablo término, que, pluralizado, conforma un acervo bastante numeroso en el libro de más de 300 páginas publicado por la editorial Gredos con sucesivas ediciones, cada una de las cuales adiciona nuevos vocablos, y reseñado en 1958 por Joan Corominas en Thesaurus, boletín del Instituto Caro y Cuervo. En el prólogo de la primera edición advierte don Fernando:

Hace tiempo que se deja sentir la necesidad de una obra como la que hoy ofrecemos al público. Si hasta ahora no existe en lengua española un trabajo semejante, ello se debe, seguramente, a su enorme dificultad. Si esta no es insalvable, se debe en gran parte a la existencia de algunas obras de terminología extranjeras… y en primer lugar al extraordinario Lexique de la terminologie linguistique, de Jules Marouzeau, publicado en 1934.

Desde esas calendas se sentía la necesidad de encauzar el léxico y fijarle al menos algunas pautas. Continúa Lázaro Carreter:

El problema de la terminología lingüística en España no es más que un aspecto del problema general que tiene planteado la Ciencia del Lenguaje. El recuento de los términos usados unívocamente nos llevaría a un resultado desconsolador: tan solo un escaso número de ellos posee valor general. Términos corrientes encubren frecuentemente conceptos distintos, cuando no contradictorios. A eso debe añadirse que muchos lingüistas, extranjeros sobre todo, escriben en un lenguaje enteramente personal, cuya clave es necesaria para comprenderlos.

Qué pensaría don Fernando si se asomase a esta primera década del siglo xxi y se topase con un universo de diccionarios, lexicones, glosarios y vocabularios de cada una de las ramas en las que se ha bifurcado el ancho mundo del lenguaje: diccionarios de lingüística matemática, de lingüística cognitiva, de análisis del discurso, de pragmática y sociolingüística, de psicolingüística y de gramática tradicional, estructural, generativa y textual, cada una de las cuales produce y maneja su propia terminología. Por supuesto que ya de algún modo lo vivía Lázaro Carreter en su época pues en su libro ya introduce términos de la Fonología de la Escuela de Praga (fonema, fonologización, fonograma, fónico, fonopatema) y de la Glosemántica de la Escuela danesa o de Copenhague (cenema, cenematema, plerema, pleremática, plerematema…).

Vocabulario gramatical

Sesenta y nueve años atrás, es decir, en 1884, apareció publicado en Tunja, Colombia, en la imprenta de Torres hermanos, el Vocabulario gramatical. Apéndice a los textos de Gramática y ortografía, de Diego Mendoza, joven tunjano de 27 años, abogado de la Universidad Nacional, sociólogo, internacionalista, historiador, economista, pedagogo, traductor del inglés y del francés, periodista, rector de la Universidad Republicana y de la Universidad Externado de Colombia, exiliado en España durante la dictadura de Rafael Reyes y, a su regreso, representante a la Cámara, que escribió libros y ensayos sobre variados temas y fue uno de los compatriotas más ilustres en la historia de Colombia.

El lexicón consta de 270 términos desarrollados en las 175 páginas que configuran el libro. No sobra advertir que en la época en la que fue publicada la obra estaba de moda en Europa lo que se conoce como la Filología comparada, aquel momento estelar de los estudios sobre las lenguas cuyas aportaciones habrían de ser fundamentales para el advenimiento de la lingüística, ya en el siglo xx, cuando Ferdinand de Saussure logró hacer de la lingüística una ciencia. Una de ellas, a guisa de ejemplo: en la Escuela de los Neogramáticos, en Leipzig, abrevaron tres filólogos que irían a trazar el rumbo de la lingüística en el siglo xx: F. de Saussure, Leonard Bloomfield y Edward Sapir.

Ahora bien: toda obra de este tipo que se escriba es hija de su época, y el Vocabulario gramatical de Diego Mendoza lo es. Podría ubicarse dentro de lo que se ha dado en llamar la Gramática tradicional, cuyos fundamentos son básicamente la concepción racionalista del lenguaje, merced a

(…) las orientaciones de Platón y Aristóteles sobre la naturaleza del lenguaje, ejemplificada en el trabajo de griegos y romanos, las disquisiciones de los medievales y el acercamiento prescriptivo del siglo xviii.

(J. Bernal, Tres momentos estelares en lingüística, p. 16)

y la prescripción recogida en la definición de gramática: «el arte de hablar y escribir correctamente una lengua». Pero, a la vez, don Diego estaba bien enterado de lo que ocurría con la ciencia del lenguaje en Europa, a finales del siglo xix. Saussure era ya el brillante director de L’école des hautes études en París y hablaba ya del signo lingüístico como de una entidad bifásica conformada por el sonido y el significado.

A continuación, los invito examinar cuatro términos definidos por don Diego. El primero de ellos el vocablo Acepción, reza así: «El sentido en que se da o se recibe una palabra. Cada palabra tiene un sonido y uno o más sentidos» (Diego Mendoza Pérez:Vocabulario gramatical, estudio biográfico, bibliográfico y crítico por Jaime Bernal Leongómez, Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1987, p. 4).

Una de las tareas esenciales de la lingüística es buscar las relaciones que se establecen entre el universo del sonido y el universo del significado. La homonimia y la sinonimia así lo demuestran. Además, la «acepción», semánticamente hablando, permite distinguir entre el significado denotativo o referencial y el connotativo, que se establece gracias precisamente a las acepciones.

El lenguaje, de otra parte, lo definió así don Diego:

Todo lo que sirve para dar a conocer nuestro pensamiento a los demás, es un lenguaje, pero el lenguaje propiamente dicho es el conjunto de sonidos y de signos con los cuales el hombre con conciencia e intención expresa su pensamiento.

El autor tiene muy clara la concepción racionalista del lenguaje y, desde luego, la relación pensamiento-lenguaje.

El Lenguaje articulado consiste en la relación entre las ideas y las palabras. Dada una concepción mental tener un signo hablado que la exprima, es una de las facultades propias del hombre y de las que fundamentalmente lo distinguen de otros animales.

(Recuérdese que, en el siglo xvii, Renato Descartes, en la parte sexta del Discurso del método, afirmó que lo único que distingue al hombre del animal no es su inteligencia, sino su capacidad para el lenguaje). Continúa Mendoza Pérez: «El lenguaje humano se ha multiplicado en infinidad de lenguas… Cada individuo aprende su lengua» (ibídem). En el año de 1884, en el que don Diego publica el Vocabulario Gramatical, la filología comparada ya había desarrollado el método comparativo en la cotejación de las lenguas, en especial las indoeuropeas, la reconstrucción del idioma común, la ley de Grimm y la clasificación de las lenguas, que como se recordará se trabajó de dos maneras: la tipológica, propuesta por Wilhelm Schlegel, basada en el tipo de morfema, que las dividía en aislantes o monosilábicas, aglutinantes o sintéticas y flexivas, y la clasificación genética, que fue desarrollada por Augusto Schleicher, quien diseñó la teoría del árbol familiar, que daba cuenta del modo como estaban emparentadas las lenguas que pueden pertenecer a una misma familia. Las familias lingüísticas fueron entonces la indoeuropea, la camito-semítica, la uraloaltaica, la sino-tibetana y la bantú.

Don Diego estaba muy al tanto de lo que sucedía en el siglo xix en torno a los estudios sobre el lenguaje, y sus definiciones son esclarecedoras y con muy poca prescripción. La definición del lenguaje termina así:

Comprender la relación entre el nombre y la cosa designada por él y entre el nombre y su sonido es operación que el niño aprende muy lentamente.

(ibídem, p. 92)

Adviértase aquí el conocimiento de don Diego en torno al triángulo del significado que venía desarrollándose desde los estudios gramaticales en la Grecia del siglo iv a. C., cuando los estoicos, fundados por Zenón,

(…) se detuvieron con acierto en la consideración de las formas significativas. Para ello desglosaron muy agudamente tres aspectos en el lenguaje: el símbolo o signo denominado semainon, representado por el sonido material, el significado propiamente se llamó semainomenon aquello de lo cual se dice y, por último, el objeto externo nombrado por el signo fue llamado la cosa

(J. Bernal, ibídem, p. 36).

En esas pocas líneas, además, preludia los estudios de la ontogénesis y de la filogénesis, vale decir, el origen y la adquisición del lenguaje.

Por último, la lingüística fue definida así por el abogado tunjano:

Estudio de los elementos constitutivos del lenguaje articulado y de las formas diversas que afectan o pueden afectar esos elementos, o, en otros términos, estudio de la fonética y de estructura de las lenguas. La lingüística es por su naturaleza comparada.

(ibídem).

Adviértase que don Diego habla ya de lingüística 25 años antes de que Saussure la señalara como la ciencia del lenguaje, al dotarla del principio de inmanencia (de «trascendencia», diría más tarde la Escuela de Praga. Dos términos diferentes para un mismo concepto).

Adviértase, finalmente, que a finales del siglo xix y comienzos del xx, la filología comparada viraba ya hacia el cambio lingüístico de la mano de los neogramáticos de Leipzig y atrás quedaban los sueños de la reconstrucción del protolenguaje de Jakob Grimm y Rasmus Rask, entre otros.

Adviértase, finalmente, la definición que de la Gramática ofrece don Diego:

La gramática, en el sentido ordinario de la palabra, es el análisis de las formas del lenguaje, y debe su origen, como todas las otras ciencias, a una necesidad natural y práctica. Dícese natural porque nadie puede pensar sin hablar y práctica porque nadie puede comunicar sus pensamientos sin signos más o menos exactos en la representación de los fenómenos internos.

(ibídem, p. 77)

Decir en los años ochenta del siglo antepasado que «gramática (…) es el análisis de las formas del lenguaje» es tener una visión amplia y científica muy a tono, claro, con las postuladas de los neogramáticos en Alemania. Mendoza Pérez muestra que el análisis de las formas lleva a la búsqueda de la estructura y a la descripción del lenguaje. Esta nueva concepción no es prescriptiva, sino descriptiva, y se adelanta 30 años a la tesis de Saussure que iba a desarrollarse en la escuela estructuralista, tanto en Europa como en los Estados Unidos.

Por último, hay que insistir en los términos natural y práctico. Es natural, está en la naturaleza del hombre pensar y hablar. Y luego la sentencia: el lenguaje (la lengua) es un medio de comunicación.

Las cuatro definiciones anteriores demuestran el profundo conocimiento de Diego Mendoza Pérez en torno del lenguaje. Fue el primer intento en Hispanoamérica de definir los términos de una ciencia que aún no lo era.

3. El Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, de Rufino José Cuervo

Sesenta y siete años antes de la aparición del Diccionario de términos filológicos de Fernando Lázaro Carreter, Rufino José Cuervo, quien ya había escrito al alimón con Miguel Antonio Caro una Gramática latina, dio a la luz en 1886, en París, el primer tomo de una obra sui generis en el mundo. El DCRLC. Siete años más tarde, en 1893, publicó el segundo tomo y desde ese año abandonó definitivamente su continuación.

El primer tomo consta de 922 páginas a doble columna y, el segundo, de 1348, con el mismo formato que el anterior.

Las vicisitudes de cómo y por qué no prosiguió esa admirable labor lexicográfica, única, al menos en el mundo hispano, han sido expuestas en más de una ocasión por filólogos y lexicógrafos. Bástenos por ahora decir que la obra de Cuervo, gestada desde 1871, cuando se editó la Muestra de un diccionario de la lengua castellana con su amigo el filólogo González Manrique, pudo terminarse en 1995 cuando el director del Instituto Caro y Cuervo de esa época, don Ignacio Chaves Cuevas, hizo la presentación oficial de la obra en el palacio presidencial y, luego, en la Real Academia Española en Madrid y en la UNESCO, en París.

La virtud del Diccionario de Cuervo estriba en su carácter sintáctico. En efecto, la construcción y el régimen atañen al componente sintáctico y es el único diccionario en el mundo que se ocupa de la estructura sintáctica de la lengua.

En efecto, si se toma el verbo salir como núcleo de un predicado verbal, y se le añaden las preposiciones, de alguna manera el significado cambia. No es lo mismo salir a Cartagena, que salir hacia Cartagena, salir para Cartagena (para un conocimiento exhaustivo del Diccionario de Cuervo, puede consultarse la obra de Álvaro Porto Dapena, Elementos de lexicografía (El Diccionario de Construcción y Régimen de la lengua castellana).

Quisiera terminar ahora con una cita de Georges Mounin, en la «Introducción» a su obra Diccionario de lingüística:

(…) Así llegamos a otra causa de la proliferación terminológica: la neologitis. Existe, por cierto, una psicología, e incluso una psicopatología del investigador, y es necesario tener conciencia de ella. La convicción de que se ha descubierto algo porque se ha vuelto a bautizar un concepto ya bien elaborado por otro, quizá sea una enfermedad profesional del científico, del científico joven, del candidato a científico. Desde hace medio siglo ha habido mucha gente empeñada en no comprender lo que Saussure dijo claramente acerca del carácter arbitrario del signo. Y, en su lugar, se ha sugerido que el signo no es arbitrario sino colectivo, etc. El par hablante ~ oyente, claro y funcional, (…) dejó de formar parte de la terminología prestigiosa y fue reemplazada por emisor ~ receptor en primera instancia, y luego especialmente por codificador ~ decodificador y remitente ~ destinatario que no agregan nada.

(p. XVI)

Muchas gracias.

Bibliografía

  • Alcaraz Varó, Enrique y Marino Antonio Martínez Linares: Diccionario de lingüística moderna, Barcelona: Ariel, 1997.
  • Bernal Leongómez, Jaime: Tres momentos estelares en lingüística, Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1984.
  • Cabré, María Teresa: «Terminología y lingüística: la teoría de las puertas», Terminologies nouvelles. Terminologie et diversité culturelle, 21, pp. 10-15.
  • Dubois, Jean y otros: Diccionario de lingüística, Madrid: Alianza Editorial, 1973.
  • Lázaro Carreter, Fernando: Diccionario de términos filológicos, Madrid: Gredos, 1968.
  • Lewandwski, Theodor: Diccionario de lingüística, Madrid: Cátedra, 1995.
  • Mendoza Pérez, Diego: Vocabulario gramatical, estudio biográfico, bibliográfico y crítico por Jaime Bernal Leongómez, Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1980.
  • Mounin, Georges: Diccionario de lingüística. Barcelona: Labor, 1971.
  • Porto Dapena, Álvaro: Elementos de lexicografía. El diccionario de Construcción y Régimen de Rufino José Cuervo, Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1980.
  • Vachek, Josef: Diccionario de lingüística de la escuela de Praga, Utrech, 1960.