Nuestra intervención, que se inscribe bajo la doble premisa de este congreso «El español, instrumento de integración iberoamericana» y «El español, lengua de comunicación universal», se dividirá en dos partes; la primera tratará sobre la posibilidad o factibilidad de lograr la unidad terminológica del español preservando la diversidad lingüística de las distintas variedades geolectales de nuestra lengua; la segunda, inscrita en el marco de la política de defensa y promoción del patrimonio de la lengua española y la salvaguardia de nuestra identidad lingüística, versará sobre el actual estatus sociopolítico del español y su vitalidad interna como lengua de comunicación universal, a través de la utilización de sus recursos de neologización, frente a la invasión indiscriminada de la neología léxica foránea.
Pasemos a unas consideraciones previas.
La terminología, como disciplina que concierne a la recopilación, descripción, tratamiento y presentación de los términos especializados en una o más lenguas, y cuyas dos grandes funciones son la representación del conocimiento especializado y la transferencia de ese conocimiento en condiciones de precisión, concisión y sistematicidad, es una materia inter y transdisciplinaria integrada por fundamentos procedentes de las ciencias del lenguaje, de las ciencias de la cognición, de las ciencias sociales y de las ciencias de la comunicación. Por ende, la terminología constituye el campo de acción y de investigación de todos aquellos profesionales que trabajan en parcelas del conocimiento afines tales como terminólogos, lexicólogos, lingüistas, traductores, documentalistas, comunicadores, planificadores lingüísticos e investigadores y especialistas en disciplinas científico-técnicas que hacen de la actividad terminológica su objeto de estudio y de trabajo.
En nuestro tiempo, el avance exponencial de ciencias, técnicas y tecnologías vehiculadas por el efecto de la globalización ha incidido grandemente en la generación de nuevas formas de difusión del conocimiento, nuevas ideas y reformulaciones de conceptos y nuevos productos lingüísticos, cuyo permanente surgimiento provoca constantes rupturas en los mapas del conocimiento vigentes y cuya rápida transferencia, asimilación y socialización se realiza precisamente a través del reconocimiento de esos nuevos conceptos y sus denominaciones terminológicas, factor clave del desarrollo social, político y económico de las naciones.
Los fenómenos globalizados que ha provocado el nuevo orden económico internacional en un mundo cada vez más interrelacionado y la acelerada internacionalización de la cultura con su progresiva permeabilidad respecto a lo que ocurre más allá de las fronteras nacionales y del léxico vernáculo aparejan la tarea de aprehensión, comprensión y armonización de productos, conceptos y términos a través del factor lenguaje, fiel reflejo de la totalidad de la cultura. Pero al fenómeno homogeneizador de la globalización se contrapone la diversificación localista y/o regionalizadora de rasgos idiomáticos propios y especificidades culturales.
¿Cómo analizar y resolver esta problemática desde el enfoque terminológico de lograr la unidad en la diversidad, aun dentro de una misma lengua? ¿Cómo articular dialécticamente estas dos tendencias antagónicas, entre la búsqueda de una comunicación universal más eficaz y la necesidad de asegurar simultáneamente el respeto por las identidades nacionales o regionales?
Corresponde a la terminología, a través de sus dos funciones sistemáticas de representación del pensamiento y de transmisión del conocimiento especializado, proveer los fundamentos teórico-prácticos necesarios tanto para la comunicación universal como para la afirmación identitaria en una sociedad mundial plurilingüística y multicultural. Cabe a sus especialistas, los terminológos, en equipos de trabajo multidisciplinarios integrados con lexicólogos, lingüistas, traductores, documentalistas, comunicadores, especialistas y expertos de las distintas áreas del saber, la instrumentación de tal cometido.
Al respecto, la Declaración de Bruselas por una Cooperación Terminológica Internacional, de 15 de junio de 2002, expresamente favorece en una de sus cláusulas el diálogo entre países de una misma lengua con normas lingüísticas diferentes, de manera que se armonicen la creación neológica y la normalización terminológica considerando las diferentes variedades de una misma lengua y aplicando los principios de la localización sin olvidar la necesidad de la intercomprensión. Dispone asimismo garantizar la formación de los especialistas en lo que respecta a los principios y métodos de la terminología y apoyar en lo posible la participación activa de estos especialistas en las actividades terminológicas internacionales.
Los siguientes son los procedimientos metodológicos de que se valen la terminología y la investigación terminológica para la búsqueda de consensos en la consecución de la unidad/uniformización terminológica: 1) concordancia o equivalencia, 2) armonización, 3) compatibilización, 4) normalización o estandarización.
Analizaremos rápidamente cada uno de estos procesos que pueden darse separadamente o conjunta y sucesivamente en la elaboración de constructos terminológicos.
En las instancias de compatibilización terminológica, los terminólogos son conscientes del problema de los conceptos en las distintas culturas, porque a pesar de que los intercambios internacionales se uniformizan y caen las barreras físicas, las lenguas con sus variantes siguen ofreciendo una barrera natural, dado que designan la realidad en forma distinta incluso dentro de un mismo idioma, como es el caso del español. A menudo un término aparece en un banco terminológico con un equivalente que podría denominarse universal; sin embargo, a los usuarios de otras culturas ese equivalente puede no resultarle familiar ni natural, ya que emplean dicho término en un contexto diferente o designan esa misma realidad con otro significante.
Con frecuencia, en el plano de la comunicación interlingüística, supone una etapa posterior a la armonización intralingüística.
La normalización, cuyo objeto principal es ordenar el uso, consiste en el proceso por el cual, entre términos que refieren a una misma noción, se elige el que se considera que debe ser usado preferentemente o con exclusión de otros términos concurrentes, en una o más lenguas.
Antes de proceder a ilustrar estos procedimientos metodológicos con ejemplos extraídos de nuestra experiencia personal en la integración de proyectos terminológicos multidisciplinarios, cabe una precisión acerca de la propiedad o adecuación de la normalización como único proceso regulador y paradigmático de la uniformización terminológica.
¿En qué circunstancias es adecuado y válido el procedimiento de normalización terminológica en oposición al de armonización terminológica?
Según la Teoría General de la Terminología (TGT) de E. Wüster, fundador de la terminología moderna en la década de los sesenta, la normalización de las unidades terminológicas tenía por objeto asegurar la univocidad de la comunicación profesional, fundamentalmente en el plano internacional, a los efectos de la desambiguación en la comunicación científica y técnica entre especialistas. A tal efecto, en determinados ámbitos de aplicación tales como contextos prescriptivos fuertemente estructurados y en situaciones que reclaman un alto grado de precisión, tanto en la comunicación especializada mono o plurilingüe, es pertinente y válido recurrir a una terminología normalizada.
Mas en escenarios de comunicación especializada natural, de base social, dentro de un marco comunicativo plural, las formas normalizadas son solo una de las variedades de la expresión especializada, y en estos casos la noción de adecuación de las formas denominativas pasa a tener un papel más relevante que la de corrección o normalización. Así, en contraposición a la teoría reduccionista de Wüster, María Teresa Cabré ha puesto de manifiesto la contradicción que supone la estricta observancia de los principios de univocidad y monosemia de los términos sin distinción de diferentes situaciones de comunicación.
La Teoría General de la Comunicación (TGC) de Cabré, a la que nos adherimos, en el marco de la comunicación natural, contempla la variación conceptual y denominativa y asume la condición de adecuación de las unidades terminológicas, teniendo en cuenta la dimensión textual y discursiva de los términos, pues las situaciones de comunicación especializada exigen recursos terminológicos adecuados según su temática, su abordaje y su nivel de especialidad.
(Siguen ejemplos documentados de los cuatro antemencionados procesos metodológicos en la formación de constructos terminológicos).
La neología, concebida como una actividad de creación de nuevas denominaciones o nuevas propuestas denominativas destinadas a cubrir un vacío o laguna terminológica en un léxico especializado, es evidentemente necesaria en los dominios de especialidad donde el surgimiento de nuevos conceptos requiere una actividad neológica permanente.
Mas la llamada neología léxica no se ciñe exclusivamente al plano lingüístico (empleo de los recursos del sistema para denominar las novedades), sino que abarca necesariamente el cultural (reflejo de la evolución y desarrollo técnico y cultural de una sociedad) y el político (capacidad y aptitud de una lengua para proveer a las necesidades expresivas y comunicativas de sus hablantes, lo que asegura su pervivencia como lengua de cultura).
A este respecto, el estatus político de una lengua de cultura se refleja en su capacidad de actualización de las necesidades denominativas de sus hablantes a través de la frecuencia de uso y la generalización de sus procesos y recursos de neologización.
La lengua española posee, por cierto, los mecanismos idóneos y los recursos lexicogenéticos adecuados para la transferencia de la neología foránea que nos llega en arrollador aluvión por emergencias denominativas en el campo científico-técnico, vehiculadas a través de la lengua inglesa, interlingua de nuestro tiempo.
La adopción y la proliferación indiscriminada de neología léxica foránea, fundamentalmente a través del ingreso masivo de préstamos crudos, presentan una doble desventaja: por un lado, empobrecimiento lexical y, por otro, falta de credibilidad en la propia lengua con el consiguiente desconocimiento o distanciamiento de sus genuinos recursos lexicogenéticos. Pues es un hecho que, a través de la importación léxica indiscriminada, y, en especial, de los neologismos o neotérminos crudos, se crea y se alimenta una dependencia frente a las sociedades tecnológicamente de vanguardia.
En este contexto, ¿cómo concienciar o sensibilizar a los hablantes cuya lengua nativa es el español, frente al peligro de la contaminación, si no hibridación, de su propia lengua?
¿Cómo preservar tanto la unidad lingüística como la unidad terminológica del español ante los factores desestabilizantes y fragmentadores del sistema?
Solo mediante la adopción de una política de planificación lingüística y de normalización terminológica que proponga, en la búsqueda de equivalencias para los neotérminos, vías y procedimientos de adaptación léxica al español, ya sea mediante operaciones de traducción, adopción de expresiones de la lengua extranjera (préstamos preferentemente adaptados a los moldes morfofonológicos de la lengua española), adaptación semántica (calcos) o bien creación de nuevas expresiones y nuevos significados con medios vernáculos, conforme a criterios de corrección o propiedad lingüísticas.
No se trata de «dramatizar» el préstamo o neologismo de cuño foráneo que demuestra que la lengua está viva y es obra de todos los que la hablan, pues uno de los procesos de su actualización y su revitalización consiste precisamente en la incorporación de voces nuevas emergentes de necesidades denominativas, como lo demuestra la introducción de voces nuevas o neologismos a lo largo de la historia de la lengua española desde sus orígenes. Pero debe tenerse en cuenta que el préstamo es por naturaleza desestabilizador, pues se pasa del enriquecimiento lexical a la colonización lexical según el parámetro del número de préstamos. Su frecuencia conduce indefectiblemente al monolingüismo funcional de la lengua dominante, frente al empobrecimiento, el estancamiento y la progresiva falta de credibilidad de la lengua propia.
Un factor que hay que tener en cuenta en la implementación de políticas de normalización terminológica es que la misma globalización que potencia el fenómeno de invasión de neología extranjera, que normalmente acompaña la introducción de nuevas tecnologías, es de hecho la misma que vehicula, difunde e impone la existencia y la accesibilidad de nuevas herramientas virtuales que facilitan y agilizan la comunicación de la información y la difusión del conocimiento.
Así, la gran ventaja de la infraestructura digital a disposición de los terminólogos, integrada por programas informáticos, aulas, observatorios y consultorios virtuales, correo electrónico, sitios y páginas web, bases y bancos de datos terminológicos y foros de discusión en línea, entre otros, favorece la común reflexión y la consecución de consensos en tiempo real.
Abogamos, pues, por una política de normalización neológica generalizada en el ámbito hispanohablante que observe un sano equilibrio entre la normalización prescriptiva, avalada por la defensa del casticismo dogmático que vanamente tiende a prescindir de la dinámica vital del uso lingüístico, y la libertad creadora y espontánea de los hablantes, defendida en el otro extremo por los liberales de la lingüística, al punto de ignorar los parámetros de corrección en aras del mero entendimiento.
En su ensayo titulado Deontología y Ética del Lenguaje, Eugenio Coseriu desgrana, con su proverbial rigor analítico y su precisión conceptual, las actitudes antitéticas en cuanto a los criterios de corrección y ejemplaridad idiomática representados por liberales y puristas respectivamente, y refuta la posición de los aun más liberales que rechazan toda sujeción a la norma y sostienen que el lenguaje es actividad libre. Para Coseriu, estos últimos equivocadamente entienden la libertad idiomática como arbitrio, no como libertad, y considera su actitud antidemocrática por cuanto no observan la dimensión deóntica del deber ser de la lengua, ignorando que el respeto por dicha dimensión deóntica representa la ética del hablante, la ética respecto al hablar. Pues, dice el maestro, la lengua corresponde, en cada caso, al ser histórico de cada hablante; no le es impuesta sino, que le pertenece, y por tanto hablar de acuerdo con la tradición de la comunidad es un deber del hablante, precisamente porque es un deber consigo mismo, un compromiso consigo mismo, con su propio ser histórico.
Consecuentemente, debe entenderse que toda política de planificación lingüística y de normalización terminológica y neológica (de carácter orientador y no prescriptivo), con vistas a la unidad terminológica del español, debe ir necesariamente acompañada de la implantación de políticas educativas en todos los niveles de enseñanza oficial de cada país hispanohablante que propugnen la consolidación afectiva y ética de sus hablantes para con su propia lengua y aboguen por la defensa y salvaguardia del rico patrimonio lingüístico y cultural de la lengua española del que somos legatarios, concienciándonos de trasmitirlo a nuestros descendientes innovado, renovado y enriquecido con voces nuevas, pero siempre fiel a sus marcas identitarias.
Solo así nos habremos ganado el derecho de proclamar con orgullo: «Somos hispanohablantes».