EL INCA GARCILASO DE LA VEGA, ENEMIGO DE FICCIONES1 Marta Ortiz Canseco
Universidad Autónoma de Madrid (España)

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Resumen

En este texto abordaremos la figura del Inca Garcilaso como el lector voraz que fue. Tras una reflexión sobre el «arte de leer», pondremos en contexto su lectura de El cortesano, de Castiglione, y daremos algunos detalles de un muy probable lector del Inca: Miguel de Cervantes, quien sin duda se inspiró en sus ideas sobre los «bárbaros» para retratar a algunos de sus personajes. Veremos así un Renacimiento en el que las ideas dejan de tener autoría y pasan a pertenecer a una comunidad de lectores que se apropia de ellas y las adapta según sus circunstancias.

 

Leemos de muchas maneras y con diversos fines. Leemos en la tranquilidad de la noche, bajo el reflejo de una lamparita; leemos a la luz del día, entrecerrando los ojos para protegerlos del sol; leemos en movimiento, minuciosamente; leemos con desprecio, con prejuicios, con ignorancia, con malicia, con generosidad, con atención; leemos de manera distraída, pasando páginas al azar; leemos para aprender y para desaprender. En el libro que leemos estamos también leyendo otros tantos libros previos, porque

(…) todo libro ha sido engendrado por una larga sucesión de otros libros cuyas portadas quizá no veamos nunca y cuyos autores tal vez nunca conozcamos, pero cuyo eco se encuentra en el que tenemos en las manos.

Manguel (2005: 368)

Hoy leemos libros escritos a lo largo de siglos pasados y la distancia se convierte a veces en amiga, otras en enemiga. No todos los autores revelan sus lecturas y de pocos conservamos sus bibliotecas, aunque esto no impida reconstruir genealogías.

Incluso de aquellos autores cuyas bibliotecas conservamos, como la del Inca Garcilaso de la Vega, podemos deducir lecturas que no se encuentran entre los libros que sabemos que tenía. Los libros van y vienen, se prestan, desaparecen y reaparecen, se regalan, se releen. Ya Durand (1948: 239) señaló la sorprendente ausencia de «los grandes ingenios españoles contemporáneos» en la biblioteca del Inca, sobre todo en lo que respecta a lo estrictamente literario, puesto que sí encontramos otros de índole científica, devota o de curiosidades. El Inca era un gran lector, no hay más que acercarse a él para saberlo: solo con los autores que cita en sus textos podríamos ya reconstruir una gran biblioteca, sin necesidad de acudir a su inventario de bienes para conocer exactamente qué libros tenía. Además, podríamos añadir a todos aquellos autores no citados de manera explícita que están presentes en su obra: los infinitos ecos de sus lecturas, esa larga sucesión de libros que pasaron indudablemente por sus manos. De hecho, esta biblioteca ficticia podría resultar incluso más fiable, dado que, como todo lector o lectora sabe, tener un libro en nuestra biblioteca no necesariamente significa que lo hayamos leído, ni que conozcamos su contenido, ni que recordemos que efectivamente lo tenemos.

Si consideramos que «la invención no es sino un proceso de adaptación creativa» (Burke, 1998: 20), entonces vemos más claros esos ecos. Nadie escribe nunca de la nada, no sería posible. Escribimos bebiendo de otros textos, escribimos con las manos lo que pasó antes por nuestros ojos y oídos. Las grandes obras artísticas no son sino la síntesis de ideas que flotan en el aire, la encarnación de un pensamiento social, colectivo, común. No inventamos desde el vacío, sino que adaptamos de manera creativa las ideas que nos rodean, en las que vivimos. Desde este punto de vista, la lectura sería, entonces, lo que Certeau llama «una producción silenciosa». Cuando leemos, nuestro mundo de lectores se introduce en el lugar del autor.

En este texto me gustaría trazar un puente entre dos figuras fundamentales de la cultura escrita europea de los siglos XVI y XVII, con el Inca Garcilaso como punto de encuentro entre ellos. Se trata por un lado de Baldasarre Castiglione, autor de El Cortesano, y por otro lado de Miguel de Cervantes. Al primero lo destacaré como «lectura» del Inca y al segundo como «lector» del mismo. Así como importan las lecturas del autor cuzqueño, interesa también comprender cómo esa adaptación creativa que realiza de su entorno influye en autores contemporáneos: ¿quiénes fueron los lectores del Inca?

Gracias al inventario de bienes del Inca Garcilaso de la Vega, levantado tras su muerte en 1616 y conservado en el Archivo Provincial de Córdoba, sabemos que en su biblioteca había dos libros titulados El cortesano. En la entrada 164 marcada por la transcripción de Durand (1948: 259-260) leemos «El Cortesano. De Castiglione» y en la 176 «El Cortesano. Dos cuerpos». Es muy probable que el Inca poseyera tanto la versión original en italiano, cuya primera edición es de 1528, como la famosa traducción al castellano que Juan Boscán publicó en 1534.

La difusión de El cortesano original fue enorme: solo entre su aparición y el año 1600 se han documentado 62 ediciones. Es indudable que el Inca leyó a Castiglione y es muy probable que conociera no solo la versión original, sino que poseyera y admirara la célebre traducción de Boscán. Las influencias de esta obra en la propia escritura del mestizo se hacen patentes en el contenido, pero también en la forma, la estética y los objetivos (Ortiz Canseco, 2017a). Como es sabido, la obra se presenta en forma de diálogo en el que se describen y loan tanto ideales que venían de la Antigüedad clásica y del pensamiento medieval, como la urbanidad, la caballerosidad y la cortesía; como aquellos conceptos más propios del Renacimiento: la prudencia, la modestia, el «huir de la afectación», etc.

El cortesano funcionó como referente en las descripciones del reino de los Incas y en las de los caciques de La Florida. El texto de Castiglione constituía en la cultura europea un modelo ejemplar y fue objeto de lo que Burke denomina «imitaciones creadoras»: obras que dejaban atrás el mundo de la corte pero que aplicaban «su mismo método para describir el comportamiento de personas» distintas de los cortesanos (Burke, 1998: 102; y Ortiz Canseco, 2017a). Tanto en La Florida como en los Comentarios reales encontramos personajes que representan el ideal del cortesano, grandes caciques tan valientes, caballerosos y civilizados como cualquier cortesano europeo.

El Inca se apoya en Castiglione (y en tantos otros) para hacer funcionar el discurso dominante en otro registro: el de las sociedades americanas que recién se estaban empezando a conocer. Aquí volvemos a la idea de la lectura no como una actividad pasiva, sino como una incansable producción silenciosa, lo que Certeau (2010: LII) llama la «lógica de la apropiación». El lector se apropia del lugar del autor, lo habita, lo produce y, en algunos casos, reescribe a su vez su propia versión de lo leído. Es así como el Inca, al trasladar esta visión europea del perfecto cortesano (Castiglione) al mundo americano, está de alguna manera subvirtiendo el orden establecido.

De este modo, un cacique indígena se presenta como un cortesano europeo, y cualquiera puede ser virtuoso si actúa con honor y honradez. Esta idea, que el Inca (autor mestizo que vivió desde los veinte años en la región de Córdoba) necesita para justificar su situación en el entorno peninsular, no es una idea propia, pero sí está desarrollada de manera muy particular, adaptada al espacio americano, que no todos los intelectuales europeos conocían, y sustentada de manera teórica y metodológica gracias a sus lecturas.

Al hilo de esta subversión de roles (el hecho de que un cacique indígena pueda ser el perfecto cortesano), me gustaría plantear la siguiente pregunta: ¿leyó el Inca a Miguel de Cervantes? Muy probablemente sí, aunque no haya constancia en su biblioteca. Se podría trazar una genealogía de qué obras de Cervantes conoció el Inca, pero me interesa centrarme más bien en si Cervantes leyó al Inca y cómo se apropió y adaptó a su manera algunas de las propuestas garcilasistas. Veamos un ejemplo.

En su Persiles y Sigismunda, Cervantes ofrece toda una galería de personajes que acompaña a la famosa pareja en sus aventuras. Uno de ellos se presenta como «el bárbaro Antonio», y formará parte del séquito de los enamorados durante gran parte de su viaje, junto a toda su familia de ‘bárbaros’. Cervantes, irónico y jocoso como siempre, decide que estos bárbaros, que vivían asalvajados en una isla del mar del Norte cuando encontraron a los protagonistas, fueran de origen español. El autor, sin dejar nunca de recordar su condición de ‘bárbaros’, los califica sin embargo de ‘discretos’ y corteses, como cuando el bárbaro Antonio se levanta a recibir a una dama «cortésmente, porque no era tan bárbaro que no fuese bien criado» (Cervantes, 1992: II, 200). Este personaje constituye un ejemplo exacto de las ideas defendidas por el Inca: no es bárbaro por defecto el habitante de un país remoto, sino quien actúa como tal. Por eso, en el Persiles, el bárbaro es precisamente un español, que no deja de ser cortés si el contexto lo requiere. Cervantes le da la vuelta al problema sobre la barbarie americana. Su método no es teórico e histórico como el del Inca, sino irónico y directo: en el contexto de la ficción pone sobre la mesa un debate que los cronistas llevan años discutiendo.

Cuando se habla de las fechas en que Cervantes escribió su última obra, es frecuente mencionar la teoría de Schevill y Bonilla (1914), quienes defendieron que los Comentarios reales del Inca Garcilaso, publicados en 1609, influyeron de manera determinante en la redacción de su obra. Esto les permite indicar que los primeros libros del Persiles, en los que mejor se detectan sus huellas, debieron de escribirse con posterioridad a la publicación de los Comentarios. Sin embargo, no se suele mencionar la muy probable influencia que tuvo en Cervantes la lectura de una obra del Inca como La Florida, publicada además unos años antes que los Comentarios, en 1605. Así como el Inca probablemente leyó a Cervantes (a pesar de ser «enemigo de ficciones»2), es muy posible que Cervantes leyera y apreciara el estilo exquisito del Inca y que reconociera en sus ideas sobre «civilización y barbarie» muchos de sus propios pensamientos (Ortiz Canseco, 2017b).

Además, autoras como Carmen Bernand ya señalaron la enorme influencia que el género de la novela bizantina (al que pertenece el Persiles) tuvo en la obra del Inca, en especial en La Florida. Ya Menéndez Pelayo, entre otros críticos de comienzos del siglo XX, habían criticado al Inca por ser más narrador que historiador, en la medida en que escribió sus crónicas de memoria, varias décadas después de haberse ido del Perú. El hecho de que se llamara al Inca mejor narrador que historiador en su momento se hizo con cierto desprecio, como si no respetar un «riguroso» orden histórico pudiera considerarse un defecto, como si fuera posible en todo caso narrar la historia de manera fidedigna, o como si remotamente existiera la posibilidad de no hacerlo de manera subjetiva. Hoy me gustaría reivindicar esa faceta del Inca como narrador, quizá a su pesar, puesto que, como sabemos, pocas son las obras de ficción que encontramos en su biblioteca. Como él mismo afirmó en La Florida, fue por influencia de Pedro Mexía que se convirtió en «enemigo de ficciones»:

(…) porque toda mi vida (sacada la buena poesía) fui enemigo de ficciones, como son libros de caballerías, y otras semejantes, las gracias desto debo dar al ilustre caballero Pedro Mexía de Sevilla, porque con una reprehensión que en la heroica obra de los Césares [Historia imperial y cesárea, 1545] hace, a los que se ocupan en leer y componer los tales libros, me quitó el amor que como muchacho les podía tener, y me hizo aborrecerlos para siempre.

(La Florida del Inca, II, 1ª parte: 27).

Sin embargo, de la novela bizantina Las etiópicas o Teágenes y Cariclea (ca. 360-375 d. C.), uno de los orígenes del género que tuvo tanto éxito en el Renacimiento, el Inca Garcilaso poseía en su biblioteca dos ejemplares. Como vemos, las entradas del inventario numeradas como la 92 y la 124 se corresponden con esta obra. El hecho de que el Inca poseyera dos ejemplares tiene que ver probablemente por su interés por la traducción: recordemos que en 1590 publicó su primera obra, una traducción de la lengua toscana a la castellana de los Diálogos de amor de León Hebreo.

De las características propias de la novela bizantina encontramos en La Florida, por ejemplo, la convergencia de varias tramas, la fragmentación del relato producida por la inclusión de elementos secundarios o ajenos a la trama principal, las constantes digresiones, los saltos temporales, las acciones simultáneas, peripecias, anagnórisis... Otro elemento que a Garcilaso le dará mucho juego en su narración y que recuerda inevitablemente a los relatos exóticos de las novelas bizantinas son los nombres de personajes y lugares. Toda esa gama de caciques, valientes indios luchadores y mujeres poderosas que pueblan sus historias nos llevan a mundos fantásticos como los de Heliodoro y como los que trazará, después, Cervantes.

Recordemos además que la novela bizantina, al contrario que la de caballerías, trata de respetar siempre la verosimilitud, de manera que, aunque rozan lo fantástico, los episodios que se suceden son perfectamente posibles, al igual que en el relato de Garcilaso los lugares son exóticos pero reales. Podríamos decir que la realidad de La Florida (como lo será luego la realidad del imperio de los Incas) ofrece al Inca una materia prima excepcional para desarrollar un relato maravilloso siempre dentro del marco de la verosimilitud. No me cabe duda de que lectores ávidos de la época, como lo fue Cervantes, encontraron en esta narración mucho más que el relato histórico que aparentemente el Inca quiso ofrecer.

El periplo de los amantes Teágenes y Cariclea por tierras extranjeras encuentra ecos en la expedición de los conquistadores que fueron con Hernando de Soto a La Florida. Si en la obra de Heliodoro las aventuras de los amantes que están a merced de la fortuna forman el hilo conductor, en la del Inca Garcilaso serán los conquistadores, a merced del Dios cristiano, quienes protagonicen el viaje y peripecias por tierras ignotas. En ambas obras hallamos escenarios y personajes fabulosos descritos desde el exotismo de la mirada extranjera.

Si el Inca se nutre de Heliodoro, mi opinión es que Cervantes se nutre del Inca. La ficción de los libros de caballería sirve a los cronistas como punto de partida para comprender una realidad totalmente nueva. Después, para narrar las aventuras de los conquistadores, a los cronistas no les basta el género histórico para reflejar una realidad tan radicalmente desconocida. De este modo, la ficción constituye un referente imprescindible para la interpretación de ese mundo misterioso: los cronistas de Indias no podían escribir la «historia» sin acudir necesariamente a la ficción. Estaba naciendo una nueva literatura que ya no podía ser como antes: el Persiles no puede ser una novela bizantina sin más, porque bebe de las crónicas de Indias, y La Florida no es simplemente una crónica histórica, porque necesita el género ficcional para dar vida a los personajes y narrar aventuras más propias de las novelas que de la realidad.

Muchas hemos imaginado al Inca Garcilaso de la Vega leyendo bajo la luz de un candil, en su casa de Montilla (Córdoba), o, por qué no, en la casa de su padre, en Cuzco. Señalando quizá algunos párrafos, levantando la vista para reflexionar sobre alguna idea, agitándose con ciertos contenidos... La obra del autor mestizo revela mucho de sus lecturas o, dicho de otro modo, no hay manera de hablar del Inca sin reconocer, en sus obras, tantas y tantas lecturas que conformaron su pensamiento. Este lector aglutina saberes americanos y europeos, se apropia de unos y otros para adaptar el orden dominante a su imaginario, para interpretarlo y ajustarlo a sus intereses ideológicos. El Inca lee, apunta, levanta la vista, atrapa un pensamiento, escribe. Y está escribiendo uno de los conflictos más potentes que ha recorrido la historia intelectual de América Latina: la del mestizo empapado de cultura europea que trata de leer su propia patria bajo esas premisas culturales. Un conflicto que empieza con el mismo gesto de leer y con el mismo gesto de escribir.

Bibliografía

  • Burke, P. (1998), Los avatares de El cortesano: lecturas e interpretaciones de uno de los libros más influyentes del Renacimiento. Barcelona: Gedisa.
  • Castiglione, B. (2008), El cortesano, trad. de Juan Boscán. Madrid: Alianza.
  • Certeau, M. de (2010), La invención de lo cotidiano. I. Artes de hacer. México D.F.: Universidad Iberoamericana.
  • Cervantes, M. de (1992), Los trabajos de Persiles y Sigismunda, edición de J. B. Avalle-Arce. Madrid: Castalia.
  • Durand, J. (1948), «La biblioteca del Inca», Nueva Revista de Filología Hispánica 2/3, pp. 239-264.
  • Inca Garcilaso de la Vega (2003), La Florida del Inca, edición de Mercedes López-Baralt. Madrid: Espasa.
  • Manguel, A.  (2005), Una historia de la lectura. Madrid: Alianza Editorial.
  • Ortiz Canseco, M. (2017a), «Autorretrato de un cortesano: Juan Boscán, modelo del Inca Garcilaso», Hipogrifo, 5 (2).
  • — (2017b), «La Florida del Inca, novela bizantina», Revista de crítica literaria latinoamericana, 85.
  • — (2017c): «Lecturas y lectores del Inca Garcilaso de la Vega: Vives, Castiglione, Cervantes», en C. Chaparro y J. I. Uzquiza (corrds.), El Inca Garcilaso de la Vega, primer intelectual mestizo. Badajoz: Fundación Academia Europea e Iberoamericana de Yuste, pp. 219-233.
  • Schevill, R. y Bonilla, A. (1914), «Introducción», en Cervantes, M., Persiles y Sigismunda. Madrid: Imprenta de Bernardo Rodríguez, 1914, pp. V-XLVI.

Notas

  • 1. Una versión más extensa de este artículo apareció en Ortiz Canseco (2017c). Volver
  • 2. Lo afirma en La Florida del Inca, II, 1ª parte, cap. 27. Volver