José Manuel Caballero Bonald y América José Jurado Morales
Universidad de Cádiz (España)

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Resumen

La relación de José Manuel Caballero Bonald con América le viene por sangre, pues su padre es cubano. La amistad juvenil con los colombianos Eduardo Cote, Hernando Valencia y Jorge Gaitán, y los nicaragüenses Ernesto Mejía Sánchez y Carlos Martínez Rivas, lo anima a vivir en Bogotá entre 1960 y 1961. Ese contacto hispanoamericano inicial se repite con sucesivas visitas a Cuba, México y otros países. Tantos viajes de ida y vuelta le descubren un modelo literario afín a su sensibilidad, que influye en el resto de su obra, y una realidad social, cultural y natural muy diferente a la europea, que repercute en la configuración de su cosmovisión y el asentamiento de su ideología.

El orgullo del mestizaje

El mestizaje le viene de sangre a José Manuel Caballero Bonald, Premio Cervantes 2012. Es hijo de Julia Bonald, mujer de ascendientes franceses establecidos en Andalucía a finales del siglo XIX, y de Plácido Caballero Ramentol, de origen cubano, nacido en el antiguo Puerto Príncipe, actual Camagüey. Este es hijo de José Caballero Viaña, un militar santanderino, y de Obdulia Ramentol Fabelo, una mujer criolla, hija y nieta de criollos dedicados a la industria del azúcar. Por esto, el escritor, que siempre quiso sentirse cubano, o hispanocubano, dice de su padre:

Él era cubano, de Camagüey, y le gustaba mucho evocar su origen cubano. Su madre, Obdulia Ramentol, era una criolla bastante atractiva y en casa había una foto suya con un fondo de patio colonial y dos niñas negras sentadas a sus pies con cestos de frutas. Esa foto fue siempre para mí como un acicate emocional. Todavía la conservo. Y creo que mirándola empecé a viajar por el Caribe. O sea, que ya adolescente me ponía a imaginar historias donde precisamente lo imaginario iba a ser lo más real.

(Fernández Palacios, 1985)

Se trata de una declaración concisa, pero que revela una información contundente al reconocer que el mestizaje familiar le ha funcionado como dinamo de su imaginación infantil y juvenil, de su vocación a crear historias y de su inclinación a difuminar las lindes de lo imaginario y lo real. Desde pronto queda seducido por las aventuras bélicas del abuelo santanderino, militar en las campañas de la guerra de independencia de Cuba, y por los recuerdos infantiles caribeños de su padre. Realmente, la isla se convierte en un vivero de la imaginación del futuro escritor y en un reducto emocional vinculado a la familia. Por ello, Caballero Bonald hace de Cuba «un referente mítico y el mestizaje, tanto personal como cultural, una enriquecedora aspiración cultural» (Neira, 2015: 18).

En la misma declaración habla de una foto de la abuela criolla, conservada en la casa familiar, que le seduce por el exotismo de su belleza, el patio colonial y las niñas negras. Esa imagen influye en la concepción de su propia identidad. Ciertamente, no llega a conocer a su abuela Obdulia, y, aun así, tan alta es la estima emocional que guarda de ella que le dedica el poema titulado «Mestizaje», del libro Diario de Argónida:

Reluce el mármol veteado
entre la pomarrosa y el laurel
y algo como una suave gasa malva
deja sobre los mates barnices de la tarde
un voluptuoso amago de siesta femenina.

Una mujer de grandes ojos dulces
destaca entre los tórridos difuminos del patio
con un lánguido gesto de intimidada
por la inminencia de la fotografía.

Erguido junto a ella hay un niño
en cuyos tenues brazos zozobra una fragata
y a su lado una negra de pechos presurosos
sostiene una cesta de frutas
que parece ofrecer a algún oculto rondador.

En el fondo del porche
vagamente se enmarca una gran celosía
tras la que se adivina no sé qué excitación
de miradas atentas a la anodina escena.
Es utensilio extraño la memoria.
Evoca ahora lo que no he vivido:
una estirpe de nombres levemente criollos
resonando en las lindes prenatales.
Ésa es la abuela Obulia y ése es mi padre
y ésa es la casa familiar de Camagüey,
a donde yo llegué una tarde crédula
en busca de un ramal de mi autobiografía
y sólo hallé la cerrazón, el vestigio remoto
de un apellido apenas registrado
en las municipales actas de la infidelidad.

También yo estoy allí, huelo a melaza
rancia y a sudor de machetes,
oigo las pulsaciones grasientas del trapiche,
los encrespados filos de la zafra,
siento la floración de un mestizaje
que a mí también me alía con mi propio decoro.

Cuánto pasado hay
en esa omnipresente estampa familiar.
Mientras más envejezco más me queda de vida.

(Caballero Bonald, 2011: 529-530)

El poema alude a la visita que realiza en 1965 a Camagüey, el lugar de nacimiento de su padre, «en busca de un ramal de mi autobiografía», escribe. Para ese viaje en busca de las huellas familiares, lleva una nota entregada por su padre, con los nombres de sus abuelos maternos, Jesús Ramentol y (doña) Bartolomé Fabelo, y de sus padrinos, Plácido González Rojo y Caridad Olivera. La nota rezaba así:

Para contraer matrimonio solicité de mi padrino el certificado de nacimiento, que me fue enviado en mayo de 1923. La dirección que me daba de su domicilio era: Avellaneda, 68. Camagüey. Desde entonces, hace ya de esto más de 42 años, no he vuelto a tener noticias de mis parientes de Cuba. Quizá la presencia de mi hijo Pepe en aquellas tierras, tan inolvidables para mí, pueda servir para llevar a todos mis abrazos y recuerdos y para saber qué tal se encuentran.

(Neira, 2021: 164)

Caballero Bonald no los encuentra, pues, según parece, habían abandonado la isla tras la Revolución y se habían asentado en el exilio de Miami. Se contenta con recorrer los lugares de la infancia de su padre. Aunque el poema anima a realizar otros comentarios vinculados a la identidad del escritor, los acorto destacando la evidencia del orgullo que siente por su genealogía, expresada en dos versos: «siento la floración de un mestizaje / que a mí también me alía con mi propio decoro». Esto es fundamental en su cosmovisión. Caballero Bonald posee conciencia de su mestizaje a lo largo de toda su vida y la asume con honor, orgullo, respeto y reverencia.

Las amistades americanas y la estancia en Colombia

El traslado de Jerez de la Frontera a Madrid de Caballero Bonald en 1952 para trabajar en la I Bienal Hispanoamericana de Arte, bajo la dirección de Leopoldo Panero, supone el fortalecimiento de sus lazos americanos. Tras la bienal ya se establece de modo definitivo en la capital, donde reside un tiempo en el Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe. Aquí, y en la Tertulia Literaria Hispanoamericana, coincide y entabla amistad con varios poetas hispanoamericanos que terminan erigiéndose con los años en la élite cultural de sus países: los colombianos Eduardo Cote Lemus, Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Goelkel; los nicaragüenses Ernesto Mejía Sánchez, Ernesto Cardenal, Carlos Martínez Rivas, José Coronel Urtrecho y Mario Cajina, y el peruano Julio Ramón Ribeyro.

Esas amistades resultan fundamentales en su futuro inmediato. Tras la boda con Pepa Ramis en enero de 1960, se traslada a Bogotá en febrero, donde ejerce como profesor de Literatura Española y Humanidades en la Universidad Nacional de Colombia gracias a la mediación de sus amigos poetas colombianos del colegio mayor, Gaitán y Cote. Allí se relaciona con el grupo organizado en torno a la revista Mito, del que forman parte Jorge Gaitán Durán, Gabriel García Márquez, Eduardo Cote, Hernando Valencia, Pedro Gómez Valderrama y Fernando Charry Lara, entre otros. Precisamente, en las ediciones de Mito aparece en 1961 su antología de poemas El papel del coro, donde reúne, sobre todo, poemas de Las horas muertas y otros nuevos de 1960, que luego pasa a Pliegos de cordel. Es una antología concebida en la inercia de la operación realista propia de esos años. De hecho, entre sus actividades culturales, escribe una página semanal en el suplemento literario del diario liberal El espectador, donde difunde la literatura joven española del realismo y donde reseña obras de exiliados.

Durante la estancia en Colombia realiza viajes diversos por las costas del Caribe y del Pacífico, así como una travesía por el río Magdalena hasta Barranquilla y una inclusión en la selva tropical del Putumayo. De esas experiencias habla extensamente en La costumbre de vivir. También en el prólogo a Selección natural:

Fueron años muy provechosos para mí, quizá por todo eso del contraste y la perspectiva y la expatriación y demás añagazas. Tuve consecuentemente tiempo para todo: para dar clases, para perderme por la selva, para tener un hijo, para navegar por los grandes ríos, para ejercitarme en la vida contemplativa, para escribir mi primera novela y un buen número de poemas y artículos de Selección natural.

(Caballero Bonald, 1983: 26)

Menciona en esta cita dos palabras claves si se contextualizan en el sistema dictatorial que vive España. Habla de contraste y de perspectiva.

Lo primero que aporta la estancia es un contraste enorme entre dos mundos. Descubre una realidad geográfica, etnográfica, cultural, antropológica, climática, humana, y de todo tipo, más rica y plural que la española de la posguerra. A este respecto, le marcan mucho el descubrimiento de la selva en el viaje en barco por el río Magdalena, el aprecio de la variedad de clima entre la sierra y el llano, y el deslumbramiento por el mestizaje exuberante de la costa caribeña.

Lo segundo que le aporta es perspectiva. La distancia kilométrica de América le da una nueva mirada sobre la realidad de España. Observa la vida española en libertad, con una mirada comparativa. Desde fuera valora todo con más justeza. Incluso, la estancia americana le permite conocer a escritores españoles a los que admira, como Rafael Alberti, María Teresa León, Jorge Guillén y Max Aub, lo que redunda en el cambio de perspectiva sobre la España del interior. Justo ese distanciamiento y la vida transatlántica le facultan para redactar la novela Dos días de setiembre, donde presenta una visión crítica de la sociedad española y del mundo bodeguero jerezano. Igualmente, Pliegos de cordel, escrito en su mayor parte en Colombia, aunque publicado tras su regreso a España, representa su mayor aportación poética al realismo crítico y a la denuncia de lo ocurrido en la posguerra franquista. Y lo escribe, como Dos días de setiembre, en América, tirando del hilo de la memoria, en la distancia geográfica, política y sentimental de España.

Aunque Caballero Bonald cuida mucho el lenguaje desde su primer escrito en la edad más tierna, todavía en Dos días de setiembre y Pliegos de cordel el deseo de comunicación con el lector prima sobre la elaboración lingüística. Sin embargo, el contacto directo con las letras y las geografías hispanoamericanas contribuyen a reafirmar algunas de sus constantes lingüísticas. Ya antes del viaje colombiano tiene conciencia de cierta predilección en su creación literaria. Reconoce esto en el prólogo a Selección natural:

Mi producción poética de estos años [los cincuenta] con la que me siento hoy conforme, es, efectivamente, la que se organiza a partir de cierto irracionalismo de fondo en los atributos expresivos. De ahí arranca, creo yo, la más recurrente conducta de toda mi poesía: convertir una experiencia vivida en una experiencia lingüística, usando para ello de esas asociaciones ilógicas que coinciden con lo que se entiende por irracionalismo.

(Caballero Bonald, 1983: 22-23)

Esta declaración referente al medio siglo explica lo que sucede posteriormente. Las experiencias americanas terminan por convertirse en experiencias lingüísticas, pues su tendencia al barroquismo y al irracionalismo encuentra caldo de cultivo y se potencia a partir de sus viajes a Latinoamérica. Primero, en la estancia mencionada en Colombia, y, después, en sus viajes en 1963 y 1964 a Venezuela, Panamá y Curaçao. De modo que, de forma evidente a partir de 1964, inicia un camino de reelaboración de la experiencia vivida a través del lenguaje, en el que la voluntad de estilo queda por encima de la intencionalidad política de años anteriores, y en el que entiende que ética y estética deben ser compatibles y complementarias.

La tesis del policentrismo lingüístico

El contacto con el español hablado en Colombia le lleva a algunas reflexiones lingüísticas. En resumen, termina concluyendo que nadie puede monopolizar el uso del español y que este goza de lozanía en los países latinoamericanos. Hay un pasaje en La costumbre de vivir sobre este asunto muy clarificador:

Uno de los más llamativos aspectos del habla colombiana —o de la diversificación del español en Colombia— es el de su impecable prestigio genealógico. El despliegue del caudal léxico, la vitalidad expresiva, la calidad sintáctica, el uso de voces que a nosotros, los peninsulares, pueden parecernos arcaísmos y no son sino activas persistencias del fondo genital del idioma, constituyen a no dudarlo un acabado ejemplo de preservación y a la vez de readaptación de las herencias lingüísticas comunes, una operación natural donde los respetos no excluyen las desobediencias (...)

La verdad es que todo eso puede quedar sintetizado en las prerrogativas —en los mestizajes— de la lengua como instrumento múltiple de expresión literaria. Comparto en este sentido la tesis del policentrismo defendida por Carlos Fuentes: nadie puede monopolizar el centro rector de esa red de afluencias lingüísticas, pues todos los que hablamos español somos copropietarios de ese bien común. Por supuesto que existen, que no podían por menos de existir, rasgos distintivos, peculiaridades congénitas, pero la pluralidad de normas, la coexistencia de bifurcaciones, tiene aquí el valor inequívoco de una gran casa cuya unidad viene definida por la diversidad de sus habitaciones. Todas las literaturas que se escriben en una misma lengua constituyen, por tanto, un consorcio, una inseparable conjunción de herencias no necesariamente afines. Ni los naturales condicionamientos geopolíticos ni los influjos de los caracteres nacionales, perturban para nada ese operativo estatuto. Las literaturas escritas en lengua española, vengan de donde vengan, pertenecen obviamente a una especie de condominio cultural, aun conservando sus respectivos vínculos con unas fórmulas expresivas prestigiadas por cada tradición propia. Las diferencias que pueden rastrearse —pongo por caso— en el español de Colombia, Cuba o Perú, vienen a ser del mismo orden teórico que las que puedan advertirse entre los distintos usos dialectales del español en Andalucía, Cantabria o Asturias. Cada uno se moviliza, natural y afortunadamente, a partir de sus respectivas particularidades geográficas e históricas.

(Caballero Bonald, 2001: 267-268)

El reencuentro con el linaje y el compromiso político en la primera visita a Cuba

En enero de 1965 participa en Génova en el Congreso Tercer Mundo y Comunidad Mundial, donde conoce a escritores e intelectuales latinoamericanos como el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el mexicano Juan Rulfo, el argentino Ernesto Sábato, los peruanos Ciro Alegría y Adolfo Westphalen, y los cubanos Alejo Carpentier y Juan Marinello. América vuelve a ejercer su influencia sobre él y lo hace saber a sus colegas. Pasa menos de un año para que, por fin, en otoño de 1965, pueda cumplir el deseo de visitar la Cuba de sus ancestros y de los revolucionarios (Neira, 2021). Este viaje esperado resulta tan decisivo en su vida que habla de él incluso en un poema de recuento existencial, titulado «Summa vitae», que encabeza el libro Manual de infractores. Es un deseo nacido tanto de la deuda afectiva con su linaje como de la fascinación por el triunfo de la Revolución en enero de 1959. Los intelectuales europeos de izquierda, entre ellos los españoles antifranquistas, quieren conocer la nueva realidad política cubana de primera mano. A Caballero Bonald le llega la ocasión gracias a la mediación del escritor Juan Marinello, secretario general del Partido Comunista de Cuba y embajador ante la UNESCO. Consigue una invitación del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), que le gestiona una conferencia titulada «Introducción a la novela española contemporánea» en la Casa de las Américas y otra, «Bosquejos de la poesía española contemporánea», en la sede de la Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos (UNEAC).

La visita a Cuba dura tres meses y, además de recorrer los lugares de sus antepasados y rastrear su linaje en Camagüey, como ya dije antes, supone un descubrimiento esencial en la concienciación política de Caballero Bonald, pues llega a conocer los logros en el ámbito de la economía, la educación, la sanidad, la agricultura y la ganadería por parte de los nuevos dirigentes revolucionarios.

Junto a un guía, apellidado Mateo, y al poeta Armando Álvarez Bravo visita La Habana, Santa Clara, Trinidad, Cienfuegos, Camagüey y Santiago. En el recorrido tiene varias vivencias determinantes, según confiesa en sus memorias y según declara en algunas entrevistas de entonces en los periódicos cubanos. Por ejemplo, destaca el paso por Trinidad, donde asiste a una sesión de santería, que le impacta tanto por el componente de mestizaje cultural de esa religión como por la experiencia corporal, cercana al trance, que le supone la ceremonia. También sobresale el encuentro con el Che Guevara, entonces ministro de Industria, en la Ciénaga de Zapata. Este le oye hablar en uno de los observatorios de la ciénaga y reconoce el acento andaluz del jerezano. Hablan durante unos minutos, lo suficiente para que a Caballero Bonald le impacte la personalidad del líder revolucionario. Asimismo, comenta haber asistido a un discurso de Fidel Castro, de quien destaca la habilidad dialéctica y el diálogo humano y fraternal que entabla con el pueblo. Finalmente, en La Habana se trata con Nicolás Guillén y Alejo Carpentier. También se relaciona con Lisandro Otero, Roberto Fernández Retamar, Manuel Álvarez Bravo y César López. Tantos contactos con intelectuales cubanos, o afincados en Cuba, le animan a proyectar la publicación de una antología de poetas cubanos y españoles, pero esta idea no llega a cuajar. En su perjuicio, ese contacto con los intelectuales comunistas y las declaraciones en la prensa llegan, a través de la Embajada de España en La Habana, al Ministerio de Información y Turismo de España, y este le abre un expediente personal.

Al margen de los efectos políticos, hay otro hecho esencial en ese viaje, también vinculado al mestizaje y a la atracción por las pieles morenas, mulatas y negras. En el poema «Mestizaje», que he citado, menciona el exotismo de «una negra de pechos presurosos» que aparece en la foto sosteniendo una cesta de frutas. Y en sus memorias cuenta su obsesión por «yacer con una negra» en el primer viaje a Cuba, ya que no pudo cumplir este deseo en su estancia colombiana (Caballero Bonald, 2001: 432). Todo se resuelve ahora con un encuentro sexual en La Habana con Hortensia, una muchacha negra, actriz en una compañía de teatro costumbrista. Esa experiencia la lleva al poema «Hilo de Ariadna», de Descrédito del héroe, donde se funden tres espacios y tres tiempos: el presente de la escritura en Sanlúcar de Barrameda; las playas caribeñas de la aventura, y el espacio mítico, la playa de Naxos, donde Ariadna, con quien Hortensia se vincula, fue abandonada por Teseo después de ayudarle a salir del laberinto (Tello, 1995). A este hilo, otra experiencia carnal y erótica presenta en «Barranquilla la nuit», del mismo libro de Descrédito del héroe, donde describe la sensualidad y sexualidad de una chica, con uso de léxico y giros latinoamericanos.

En síntesis, este primer viaje a la isla le deja la sensación de que en Cuba hay armonía entre la política y la vida, y le hace pensar que la Revolución cubana podría servir de modelo para luchar y acabar con la dictadura franquista. Y, a la par, el encuentro sexual le reafirma en su convicción de que el mestizaje y la fusión de culturas constituyen uno de los rasgos más ricos de la sociedad cubana. Su consideración remite a cómo el concepto de «transculturización» del antropólogo Fernando Ortiz supone un cimiento fuerte para el desarrollo intelectual de una sociedad.

La segunda visita a Cuba y el distanciamiento de la Revolución

Vuelve a Cuba en noviembre de 1967 y permanece hasta principios de 1968. Llega con Alfonso Sastre, Gabriel Celaya y Amparo Gascón, miembros del Partido Comunista. El viaje tiene como propósito formar parte del jurado de novela del Premio Cirilo Villaverde de la UNEAC, que está presidido en aquella convocatoria por José Lezama Lima. Asimismo, participa en el Congreso Cultural celebrado en La Habana del 4 al 11 de enero de 1968, denominado por el gobierno de Cuba «Año del guerrillero heroico», en homenaje al Che y a los guerrilleros que combaten en países de América y África (Neira, 2014: 297-322; Neira, 2015: 277). Aquí se trata con escritores e intelectuales de izquierdas que muestran su solidaridad con los procesos revolucionarios en países del tercer mundo, especialmente Vietnam. Entre los latinoamericanos están el uruguayo Mario Benedetti, los argentinos Julio Cortázar y Rodolfo Walsh, el colombiano Gabriel García Márquez, el peruano Mario Vargas Llosa, los chilenos Nicanor Parra y Gonzalo Rojas. Ahí se convence, aún más si cabe, del lema de José Martí: ser «cultos para ser libres», es decir, de la necesidad de culturalizar al pueblo para poder acabar con la opresión del poder. También conoce mejor la situación política y bélica de Vietnam, pues este país es el invitado de honor del congreso.

Además, el 2 de enero asiste al desfile y al discurso conmemorativo del IX Aniversario de la Revolución. También escucha un discurso de Fidel Castro. Va al bar del cantante Bola de Nieve, cuyas canciones lo conectan con la educación sentimental y musical de su ascendencia. Y tiene un recuerdo especial para la visita a la casa de José Lezama Lima en la calle Trocadero 162. Si un año antes le había marcado la lectura de su novela Paradiso, ahora queda seducido por la imagen y la charla con el escritor.

De Cuba se vuelve con algunos proyectos y algunas ideas nuevas. Ese viaje da como resultado la antología que prepara bajo el título de Narrativa cubana de la revolución y que sale en noviembre de 1968 en Alianza Editorial, con textos de Alejo Carpentier, Reinaldo Arenas, Lezama Lima, Virgilio Piñera, Guillermo Cabrera Infante, Lisandro Otero, César López, Antón Arrufat o Severo Sarduy.

También ese viaje influye en parte en el abandono de la estética realista y en la búsqueda de la experiencia del lenguaje. A partir de la segunda visita a Cuba asume ya con más certeza que el realismo como mecanismo literario para luchar contra el franquismo ha fracasado. Entonces, renueva su estética con una mayor atención al lenguaje, en consonancia con el contexto político y literario español que ve surgir la llamada Generación del 68 o Generación del lenguaje. Como prueba de ese cambio quedan la novela Ágata ojo de gato y Descrédito del héroe, libro donde critica la realidad con un lenguaje más elaborado, especialmente en el bloque final, titulado «Nuevas situaciones», donde agrupa trece poemas fechados entre 1964 y 1968.

Si hasta a la vuelta del segundo viaje Caballero Bonald está convencido de los beneficios de la Revolución para el pueblo cubano, el caso Padilla en 1971 cambia su apreciación. Como ocurre con otros muchos intelectuales, la deriva totalitaria del régimen cubano le supone el comienzo del distanciamiento con el porvenir de la Revolución. Este pensamiento queda ratificado en su nuevo viaje a Cuba en 1974, momento en que ya claramente se muestra contrario a la situación política del país y comienza a condenar la represión de las libertades. Desde entonces, en varios momentos ha manifestado su oposición a la represión de los disidentes en Cuba.

En fin, en sus memorias muestra la contradicción de sus sentimientos:

Lo que pasa es que he seguido manteniendo con la isla una relación amorosa indeclinable, esa difícil querencia que incluye ciertos particulares rechazos, pero también el firme propósito de refutar los rechazos ajenos.

(Caballero Bonald, 2001: 455)

Vendrían luego otros viajes por Latinoamérica. En 1974 realiza su primer viaje a México, invitado a un homenaje del Gobierno a León Felipe en el sexto aniversario de su muerte. En febrero y marzo de 1979 se desplaza de nuevo México, Venezuela, Perú y Argentina para animar a escritores hispanoamericanos a participar en el Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española previsto y celebrado en Las Palmas de Gran Canaria en junio de 1980. Este mismo 1980 llega a Puerto Rico, invitado por la Universidad Interamericana, y a México, para participar en la Feria del Libro. En 1984 viaja a Ecuador, etc., etc. En fin, hasta el último día de su vida siente un lazo irrompible con América y con su pasado cubano.

Bibliografía

  • Caballero Bonald, José Manuel (2011), Somos el tiempo que nos queda. Obra poética completa. 1952-2009. Barcelona: Seix Barral.
  • — (2001), La costumbre de vivir. Madrid: Alfaguara.
  • — (1983), Selección natural. Madrid: Cátedra.
  • Fernández Palacios, J. (1985), «Con los ojos de ahora» [Entrevista a Caballero Bonald], Fin de Siglo, 9-10.
  • Neira, J. (2021), «Caballero Bonald y la revolución cubana», en Gestión de simulacros. La poesía de José Manuel Caballero Bonald. Barcelona: Calambur, pp. 163-187.
  • — (2015), «José Manuel Caballero Bonald, una poética de la transgresión», en J. M. Caballero Bonald, Descrédito del héroe. Manual de infractores. Madrid: Cátedra, pp. 17-112.
  • Tello, R. (1995), «Entre los hilos de Ariadna o la facilidad del laberinto», Poesía en el campus, 30, pp. 12-15.