Desde su publicación a inicios del siglo XVII, los Comentarios reales del Inca Garcilaso fueron leídos con mucho interés y admiración; y su veracidad fue, a veces, puesta en tela de juicio. El más antiguo y apasionado impugnador del Inca fue Fernando de Montesinos, quien lo acusó de que «hablaba de memoria» y de que recogía patrañas y falsedades. El resentimiento de Montesinos hacia el Inca se habría debido al poco caso que Garcilaso hizo de los tiempos preincaicos1. En las páginas que siguen, propongo que la interpretación de Montesinos fue muy personal, que adquiere sentido cuando se analiza en relación con el contexto histórico y las aspiraciones personales del autor: hacerse de un lugar entre los escritores de la gesta española en los Andes.
Montesinos era oriundo de Osuna. Pasó al Perú en la comitiva del virrey Conde de Chinchón en 1628; pero no llegó con el mandatario a Lima, pues se quedó en Trujillo, donde se desempeñó como secretario del obispo Carlos Marcelo Corne y rector del seminario diocesano. Posteriormente se trasladó a Potosí, donde fue cura y minero; y en Arica y otros lugares fue visitador eclesiástico; e incursionó en las selvas próximas a Tarma. Y en Lima fungió de capellán de la iglesia de Nuestra Señora de las Cabezas y asistió al Auto de Fe celebrado por la Inquisición en enero de 1639. En 1643 estaba en Pasto. Regresó a España, donde murió hacia 16512.
A su regreso a la península, Montesinos redactó su monumental Ophir de España, compuesta de dos partes: la primera o Memorias historiales, de tres libros, y la segunda, Anales del Perú, de dos libros. Ambas obras son complementarias, como lo muestran las citas a sus Anales en las Memorias historiales y viceversa. El primer libro de la primera parte está dedicado a demostrar que el Perú fue la tierra de Ophir mencionada en la Biblia. El libro segundo trata de la historia del poblamiento de los Andes por los descendientes de Ophir y la llegada de otros pobladores de Armenia, quienes dieron origen a una monarquía en el Cuzco. La capaccuna que ofrece Montesinos es excepcionalmente extensa en términos políticos y temporales: 104 gobernantes a lo largo de 4.500 años. Narra las conquistas, las prácticas sociales, el establecimiento de instituciones (chasquis, acllahuasis, puentes, calendario, etc.) y la perturbadora llegada de gigantes a la costa norte. El libro tercero sustenta los justos títulos de los reyes de España al dominio de América.
Los Anales del Perú son un recuento cronológico de los hechos sucedidos en América, y en particular en el virreinato peruano, entre 1498 y 1642. Apariciones milagrosas, ataques de piratas, hallazgos de yacimientos mineros, fenómenos naturales y multitud de otros eventos, de algunos de los cuales el autor fue testigo, son registrados.
El Ophir de España fue compuesto a partir de la consulta de un amplio elenco de fuentes manuscritas e impresas, y de testimonios orales.
¿Qué llevó a Montesinos a escribir su monumental obra? En su dedicatoria a Felipe IV, manifiesta que América «es el tesoro de Dios que reservó su poder para el desempeño de sus obras»3. El monarca español tiene un dominio legítimo del Nuevo Continente no por el derecho de conquista, sino por un designio providencial. El contexto histórico en el que escribió Montesinos nos da una clave para entender el origen y sentido del Ophir de España. La España de las primeras décadas del siglo XVII, ha escrito Jesús Paniagua Pérez, pasaba por una etapa de crisis manifestada en una multiplicidad de problemas políticos, sociales, económicos… La obra de Montesinos, pues, habría que inscribirla en una serie de escritos encomiásticos póstumos de la grandeza española, en declive, pero que muchos españoles no reconocían, recurriendo a tópicos como el de la nación elegida por Dios, defensora y propagadora de la cristiandad, azote de herejes, sostiene Paniagua Pérez4.
Otra razón no menos poderosa para empuñar la pluma fue la de hacerse de un lugar entre los historiadores de Indias. Cuando Montesinos escribió su obra, eran varias las historias impresas que circulaban sobre América, en general, y los Andes, en particular. Montesinos consultó esta nutrida bibliografía para componer su Ophir de España. Mas en un afán de afirmar su reputación como historiador veraz y riguroso, en uno de los capítulos iniciales del del Ophir de España, expuso su parecer o «censura» de las obras de diversos cronistas de Indias. Su propósito era evidenciar los «yerros» de los autores que le antecedieron:
Uno de los capítulos más necesarios en este libro es este, porque si bien el descubrimiento y hallazgo de las Indias es obra tan grande […] ha sido desgraciada en los cronistas, pues, movidos de particulares respetos o de la omisión, han hablado o callado sus materias según su parecer.
(Montesinos, 2018: 234)
El único de los autores que queda a salvo es Cieza de León, cuya Crónica del Perú califica de ser un libro «curiosísimo y muy ajustado de que puede dar verdadera razón, porque yo caminé dende los chichos hasta Cartagena por tierra, y este autor hizo el mismo viaje dende Cartagena hasta Potosí. Y reconocí por los sitios, edificios, ríos, costumbres de los indios, fundaciones de ciudades, que habló con propiedad en sus descripciones»5. Pero guardó sus mejores dardos para Garcilaso. ¿Por qué?
En el elenco de autores sobre historia americana consultados por Montesinos, Garcilaso era el único que ofrecía una extensa y acabada narración de la historia de los Andes antes de la llegada de los españoles. En la inquina del licenciado hacia el escritor mestizo pesaron sus prejuicios hacia la población nativa, manifiestos repetidas veces a lo largo del Ophir de España. Pero los cuestionamientos más severos de Montesinos tienen que ver con el quehacer historiográfico del Inca. Le acusa de fingir muchos sucesos, de no contrastar lo que dijeron otros autores y de aceptar todo. Critica que justifique su conocimiento sobre los incas sobre la base de su ascendencia familiar y lugar de origen, lo que equivaldría a que él dijese «a mí se me debe crédito en lo que escribo de Europa porque soy natural de Sevilla»6. Es claro que Montesinos, a diferencia del Inca, consultó diversos archivos, algo de lo cual se enorgullecía y pone de manifiesto en diversas partes de su obra.
El más extenso cuestionamiento a la obra del Inca se encuentra al inicio del Ophir del Perú. Montesinos escribe que, estando Garcilaso en Sevilla, «por ser amigo de introducirse, le pareció buen medio la comunicación» con el jesuita Juan de Pineda y el historiador y erudito Bernardo de Aldrete. El primero se hallaba preparando unos comentarios sobre el Libro de Job y el segundo, su obra Varias antigüedades de España, África y otras provincias. Interesados ambos en indagar sobre el territorio de Ophir, acudieron al Inca, quien «por fundar su talento formó de repente esta patraña». He aquí la «patraña» o relato tal como la consigna Montesinos.
En 1516 o 1516, Vasco Núñez de Balboa envió un navío, para el reconocimiento de la costa al sur de Panamá y descubrió un indio en la desembocadura de un río, «de muchos que por toda aquella tierra entran en la mar, que estaba pescando»7. Los españoles,
(…) para cogerlo echaron en tierra, lejos de donde el indio estaba, cuatro españoles grandes correderos y nadadores. Hecha esta diligencia pasaron el navío por delante del indio para que pusiese los ojos en él y se descuidase de la celada que le dejaban armada. El indio, viendo en la mar una cosa tan extraña como era navegar un navío a todas velas, se quedó abobado mirándolo, conque pudieron llegar los cuatro hombres y habiéndolo cogido y llevado al navío le preguntaron por señas qué tierra era aquella; y el indio a toda prisa respondió Berú y añadió Pelú, y que esto fue como si dijera, si me preguntas cómo me llamo, yo me digo Berú; y si me preguntáis a dónde estaba digo que estaba en el río, porque el nombre Pelú en lengua de aquella provincia es nombre apelativo y significa río en común, y de aquí nombraron los españoles a aquella Pirú, mudando la B en P y en Pelú la L en R, etc.
(Montesinos, 2018: 223)
Y añade Montesinos que Garcilaso con el propósito que le creyesen «dijo que lo sabía muy bien, como indio que lo había mamado en la leche y traía origen de los incas». Pero a continuación, precisa «Lo que yo he leído en sus Comentarios es que rehusaba hablar como indio, por el poco crédito que tienen, y así dice que se huelga más referir lo que los españoles dicen por hablar como español y no como indio»8.
La versión dada por Inca acerca del origen del nombre Perú, le ofreció a Montesinos una excelente oportunidad para refutarla sobre la base de su conocimiento de las fuentes impresas y su experiencia en tierras americanas. Los argumentos en contra de lo escrito por el Inca son tres. En primer lugar, el relato del indio en el río es «fingido y supuesto, y se convence de la misma narrativa de Garcilaso», porque refiere que sucedió en 1515 o 1516, y por entonces Vasco Núñez de Balboa no contaba con navíos; «y unas maderas y lo fabricado se pudrió todo»9. Y en 1517, habiendo hecho dos bergantines, no le dio tiempo a usar de ellos, porque murió. En segundo lugar, la navegación del navío desde Panamá en dirección al sur es «imposible, porque no corre más del viento sur, que da de proa, y así es fuerza hacer la navegación al Pirú de una y otra vuelta, que es a la mar y a la tierra, cosa muy penosa y prolija». Y añade «Y siendo así no fue posible hacer con el navío lo que dice Garcilaso»10 . En tercer lugar, el relato es «ridículo», porque que desde un navío se aviste a un hombre en la boca del río, entre árboles, y que el indio no haya visto el navío es «chanza» y «mayor el apartarse lejos el navío, echar la barca a la mar, saltar en ella cuatro hombres, ponerse en celada, volver a ponerse delante del indio, verlo ahora, embobarse en mirarlo, salir los españoles y cogerlo, en que por lo menos se gastarían ocho horas». Y concluye «que este indio las estuviese pescando solo, sin ver nada, es sueño»11 . Montesinos sostiene, sustentado en las obras del poeta Diego de Dávalos y Figueroa y el cronista Alonso de Herrera, que «la noticia de la tierra del Pirú la tuvieron los castellanos el año de 1511 en el Darién»12 .
Montesinos cuestiona el conocimiento del Inca de la lengua hablada por el indio Birú. «Le preguntamos que cómo lo supo o pudo saber, pues para solo averiguar este punto era necesaria la vida de dos hombres», debido a la existencia de una enorme cantidad de lenguas nativas, «especialmente en el paraje, que sería la barbaridad de los indios para entenderlos, lo incomunicable de los caminos y ríos para averiguarlas». Y agrega que «pues es cierto que dende el Cuzco a la tierra de los Barbacoas no solo antiguamente pero ahora hay la misma comunicación que Sevilla tiene con Trapisonda». Su testimonio, argumenta Montesinos, se funda en sus quince años de residencia en el Perú, «y de haber venido mil quinientas leguas por la misma tierra de que hablamos hasta Cartagena, tomando noticias para darlas ciertas de lo que escribo». Y sentencia, una vez más, en tono burlón: «Con este argumento me comunica a mí Garcilaso, y no con decir que es indio, por el mal crédito que estos tienen»13.
Uno de los episodios más controvertidos de la conquista fue la captura del inca Atahualpa en Cajamarca. Aunque Montesinos había leído a Francisco de Xerez y Garcilaso para documentarse sobre dicho evento, no los sigue y no oculta su mala opinión del Inca Atahualpa. Así escribió que este último «no sosegaba en Caxamarca con ser tan pocos los españoles, que el tirano se amedrenta de las sombras»14. Las sombras en cuestión parecen ser los vaticinios negativos de los cuales era muy consciente Atahualpa y que Garcilaso refiere en detalle. Más adelante, declara que Hernando de Soto y Hernando Pizarro al ser preguntados por Pizarro acerca de su embajada con el Inca, le manifestaron lo siguiente: «Señor, él es indio como los demás y rehúsa vernos en su tierra, como todos». Entonces, prosigue nuestro cronista que Pizarro impaciente por saber más interrogó a Felipillo, quien le respondió «que no le parecía bien algunas aciones que le avía visto, que se recatasen dél y de su gente». Y añade, cuestionando la autoridad del escritor cuzqueño:
Garcilaso, el mestizo, fingió mil quimeras contra el pobre de Phelipe, porque decía la verdad y era fiel a los castellanos, solo para escusar la pusilanimidad del inca, pareciéndole que con echarle la culpa a Phelipe y decir que el Inca hallaba cumplida la profecía de su padre de que los viracochas le avían de quitar el reino, sepultaba el valor de los castellanos. La verdad es la que escribo, sin otra atención que a ella.
(Montesinos, 1906: 75)
La crítica de Montesinos resulta infundada, ya que en realidad Garcilaso exculpa a Felipillo de las acusaciones que le levantaron otros historiadores, y afirma que sus errores se debieron a su escasa competencia en la lengua española y la inexistencia en la lengua quechua de vocablos castellanos. Acierta, sí, Montesinos en explicar el razonamiento de Garcilaso: el imperio cayó no tanto por el poderío y las armas de los conquistadores, como por un designio divino.
En su narración, Montesinos no pierde la ocasión de enmendar al Inca. Cuenta como Pizarro convocó a sus capitanes para resolver como debían proceder con Atahualpa:
(…) y se resolvieron todos en que el padre fray Vicente de Valverde le hiciese formalmente la protestación que para este efecto traía del emperador, por cuio mandato la hizo aquel famoso jurisconsulto Juan Lopes de Palacios Rubios, como se dijo en la Primera parte, libro III, capítulo 6; con que queda convenido el error de Garcilaso (Segunda parte, Lib. I, cap. 23), que dice fue más seca la oración que hizo fray Vicente al Inga que la que antes había hecho Hernando de Soto, pues toda fue una, y uno mesmo el intérprete; y que mientras la hacía, estubiesen los soldados a punto, porque el suceso diría la execución; a que se halló presente el padre fray Vicente.
(Montesinos, 1906: 71)
Montesinos repara en otros eventos acaecidos después de la conquista. Así, por ejemplo, al referirse a la actuación de Pedro de Candia en la batalla de Chupas, sostiene que Vaca de Castro hizo capitán de artillería a Martín de Florencia, vecino del Cuzco, en reemplazo de Candia, quien murió por «sequas de don Diego de Almagro y aver aiudado a todos los delitos y al ir contra el estandarte real». Y añade «así lo dice el título para que se vea la patraña del Inca Garcilaso, que dice que disparaba la artillería por alto por aver grangeado la gracia de Vaca de Castro»15. Una vez más atribuye al Inca lo que no ha escrito, porque este tan solo señala que estando ausentes de la escena los dos principales personajes que lo habían agraviado: Francisco y Hernando Pizarro, Candia decidió «reduzirse al servicio de su magestad». Y de esta manera mandó un recado secreto a Vaca de Castro «de que no temiese la artillería, que él la tenía a su cargo y haría de manera que no recibiese della daño alguno, como lo hizo». Y sentencia, «Pedro de Candia no gozó de su pretensión», es decir, de que se le reconocieran sus «méritos» como conquistador del imperio inca, pues murió en el campo de batalla16. Garcilaso no sostiene que Candia disparó la artillería de forma errada y menos que logró atraer la atención del gobernador.
La crítica de Montesinos a la obra del Inca se suma a otras acerca de las obras de los más representativos cronistas de Indias: Cieza, Herrera, Zárate, Gómara, El Palentino, entre otros. No se trata de algo gratuito. El objetivo de Montesinos al emitir sus opiniones parece claro: acreditarse como autoridad en historia americana, en particular de la historia indígena. De allí ese constante afán por declarar sus fuentes bibliográficas y dar testimonio de sus pesquisas en archivos. Mas ¿qué pudo buscar Montesinos con la composición del Ophir? En primer lugar, como muchos, seguramente hacerse de un lugar en la república de las letras del imperio español. No en vano tenía prevista la impresión de su obra, lo que le daría mayor difusión. En segundo lugar, constituirse en defensor de la monarquía española. La composición del libro a inicios de la década de 1640 no es una mera coincidencia dado el complejo contexto histórico por el cual atravesaba la monarquía hispánica: en 1640 se habían producido la independencia de Portugal y la revuelta de Cataluña. Montesinos apeló a las Escrituras y la historia para sostener los justos títulos de España al dominio de América. El fin último de la obra de Montesinos pudo guardar relación con su afán de hacerse conocido en los círculos de poder para lograr algo que realmente ansiaba: una promoción eclesiástica. Es conocido que al final de su existencia solicitará, sin éxito, un beneficio en Lima o en México. En tal sentido, Ophir de España representa un interesante discurso ideológico e histórico, que adquiere sentido en su contexto histórico, y un testimonio de la cultura literaria y de las pretensiones personales de su autor.