El imbunche es un personaje de un antiguo mito mapuche, recogido luego en la literatura chilena. Este ensayo destaca que ese monstruo ya es importante en la primera novela nacional publicada en 1860. Después, el imbunche reaparece en varios textos, y alcanzará su máximo desarrollo —hasta ahora— en El obsceno pájaro de la noche, novela de José Donoso. El imbunche —tanto el mítico como el literario— es una figura polisémica, muy productiva de significados y símbolos. En este ensayo se comentan algunos nexos entre imbunchaje y mestizaje.
La imagen más poderosa creada por la mitología y la literatura chilenas es un monstruo, el imbunche. Este imbunche es un antiguo mito mapuche, recogido luego por las letras nacionales. Su representación contemporánea más conocida está en la gran novela de José Donoso, El obsceno pájaro de la noche. Sin embargo, es menos sabido que nuestra narrativa nació bajo la sombra de ese monstruo. La imagen torturada del imbunche aparece y se desarrolla en la primera novela chilena, publicada a mediados del siglo XIX.
En la figura monstruosa del imbunche se cruzan algunos de los temas que nos convocan en este congreso: mestizaje, lengua e identidad.
Según el Diccionario de la lengua española, la palabra «imbunche» tiene dos acepciones. La primera, derivada de la tradición popular, designa a un ‘ser maléfico, deforme y contrahecho, que lleva la cara vuelta hacia la espalda y anda sobre una pierna por tener la otra pegada a la nuca’. La segunda acepción de imbunche es más general: ‘Maleficio, hechicería’. Ese diccionario no recoge el verbo «imbunchar», ni el «imbunchismo», conceptos presentes en el habla culta de los chilenos, y correspondientes, me temo, a fenómenos frecuentes en nuestro país.
Como todo mito que se respete el imbunche se resiste a las definiciones simplificadas. La enciclopedia Mitos chilenos, preparada por Sonia Montecino, muestra la complejidad de esa tradición indígena y campesina. Veamos el horroroso procedimiento necesario para crear un imbunche:
[El niño] robado o regalado a los brujos para ser uno de los guardianes de sus cuevas [...] sufre deformaciones y torturas que lo convierten en una mezcla de humano y de animal. En primer lugar, los brujos le quiebran la pierna izquierda y se la adosan a la espalda, por lo que camina dando brincos; luego, le tuercen la cabeza hasta darla vuelta para despistar a los intrusos. [...] se le descoyuntan los huesos de los hombros, caderas y rodillas. [...] El imbunche es criado solo y desnudo en la cueva, y jamás escucha una voz humana, por lo cual crece sin aprender a hablar.
(Montecino, 2015: 348)
Paradójicamente, esas torturas convierten al imbunche en un ser poderoso. Dice Montecino:
De adulto el imbunche es portero de la cueva y nadie puede ingresar a ella sin el ritual de besarle el trasero y hacerle una reverencia en señal de sumisión. [...] A pesar de no hablar, el imbunche participa y en muchas ocasiones arbitra como patriarca en las reuniones de los brujos. [...]. Además de consultor de los brujos, se le atribuye ser instrumento de sus venganzas y maleficios.
(Montecino, op. cit.)
El imbunche invade la primera novela chilena1, Don Guillermo, de José Victorino Lastarria, publicada en Santiago de Chile en 1860. Lastarria, fundador de la Academia Chilena de la Lengua, creó una ficción fantástica y filosófica, una humilde y sarcástica Divina Comedia chilena. Esta comedia infernal recoge el mito indígena, lo desarrolla e interpreta.
El protagonista es un inglés llamado Guillermo que descree de las leyendas chilenas. Empeñado en asistir a una cita erótica nocturna, Guillermo se acerca a la siniestra cueva del Chivato en Valparaíso. ¡Jamás lo hubiera hecho! De la oscuridad asoma un enorme macho cabrío que lo cornea hasta noquearlo y enseguida lo arrastra al interior de la cueva. Al despertar, Guillermo se encuentra en un mundo subterráneo llamado Espelunco, rodeado de brujos que amenazan con imbuncharlo.
Lastarria describe el procedimiento:
Imbunchar se llama coserle al paciente con hilo fuerte y buena aguja todos los agujeros, salidas y entradas de su cuerpo.
(Lastarria, 1885: 104)
En esa primera novela chilena las horribles torturas del mito indígena se reducen a unas costuras. Pero los efectos casi son peores: al sujeto privado
...del uso de esos sentidos se le puede imprimir el carácter e inclinaciones de un buen [habitante de] Espelunco. [...] Cosed a un infeliz mortal todas sus avenidas, todas sus entradas i salidas. Mantenedle así algún tiempo contrariado en todos sus instintos naturales, en todos los usos i costumbres que su organización le imprime, i veréis como su espíritu se agota, su fe se disipa, sus fuerzas se aniquilan.
(Ibidem: 112)
En otras palabras, mediante la costura de sus orificios corporales los brujos de Lastarria someten a su víctima sin darle a cambio ningún poder.
Desde esa primera aparición literaria la silueta del imbunche y sus variaciones afloran a menudo en novelas y ensayos, siempre aumentando su polivalencia semántica. En la novela de Pedro Prado, Alsino (1920), asoma un ser análogo al imbunche, un niño campesino tullido de cuya joroba brotarán unas alas que van a recortarle para evitar que vuele y así exhibirlo como un monstruo de feria. En la novela de Carlos Droguett, Patas de perro (1965), el protagonista es mitad niño, mitad perro y la brutalidad con que todos lo tratan lo deforma aún más2. En Ygdrasil (2005), novela de ciencia ficción punk poblada de monstruos mutilados y mutilantes, escrita por Jorge Baradit, el nombre del protagonista es Imbunche.
El gran cronista Joaquín Edwards Bello acuñó la expresión imbunchismo para describir una flaqueza chilena: «el cultivo del fracaso y de la fealdad» que nos conduciría a «un estado crónico de desolación, de crueldad y de odio»3 (Edwards Bello, 1966: 47). Roberto Hozven notó que el imbunche es reversible: «Su faz es su reverso, se conjuga en voz activa y pasiva: cuando imbunchamos somos imbunchados» (Hozven, 2012: 158). En mi ensayo La muralla enterrada (2001) argumenté que el imbunche es una metáfora de un bloqueo identitario que se expresa en nuestra literatura, en nuestra ciudad capital y en nuestra sociedad: El imbunche es
...aquello que los chilenos declaramos duradero y soñamos grande, y que luego, fieles a nuestros atavismos, vamos mutilando y cortando, pero también zurciendo y parchando
Nuestra fatal tendencia al imbunche. Esta inclinación a cortar las alas de lo que se eleva, derribar la grandeza, mutilar lo que sobresale, y enterrar lo que se asoma.
(Franz, 2001: 18)
La eclosión y consagración del imbunche como ícono literario polisémico ocurrió en la mencionada novela de José Donoso, El obsceno pájaro de la noche (1970). El narrador multiforme de ese libro, el Mudito Peñaloza, acabará imbunchado por las viejas brujas que habitan el vasto caserón donde él es un sirviente mínimo y a la vez poderoso. Donoso describe ese final así:
Me meten adentro del saco. Las cuatro [brujas] se arrodillan alrededor mío y cosen el saco. No veo. Soy ciego. Y otras se acercan con otro saco y me vuelven a meter y me vuelven a coser (...) y siento levantarse alrededor mío otro envoltorio de oscuridad, otra capa de silencio que atenúa las voces que apenas distingo, sordo, ciego, mudo.
(Donoso, 2001: 324)
El sacrificio ritual practicado por las hechiceras jubiladas de la novela donosiana es similar al que, un siglo antes, celebraban las brujas en la ficción de Lastarria.
Las brujas arrebataron [a Guillermo]. Todas preparaban sus agujas, algunas le tiraban sus puntadas i todas se enredaban i estorbaban por coserle las primeras.
(Lastarria, 1885: 114)
Tanto la versión de Lastarria como la de Donoso eliminan las torturas más cruentas aplicadas al imbunche indígena para destacar la costura de sus sentidos. El coser y el tejer, tan ligados a la polisemia de la escritura, marcan el tránsito de este monstruo desde la mitología oral a la literatura escrita.
Donoso le agrega al imbunche varios niveles de costura y de lectura. Ya cosidos sus nueve orificios el cuerpo del Mudito es envuelto en sucesivas capas de trapos igualmente hilvanadas. Así, el imbunche queda obturado, pero también arropado. Se trata de una mutilación horrenda pero deseable. Desde allí dentro el Mudito dice:
... paquetito sin sexo, todo cosido y atado con tiras y cordeles, sacos y más sacos [...] aquí adentro se está caliente, no hay necesidad de moverse, no necesito nada, este paquete soy yo entero, reducido, sin depender de nada ni de nadie, oyéndolas dirigirme sus rogativas, prosternadas, implorándome porque saben que ahora soy poderoso y voy a hacer el milagro.
(Donoso, op. cit.)
El narrador de Donoso acepta su imbunchamiento como un suplicio placentero y placentario que lo vuelve poderoso. Así culmina un largo proceso: el Mudito ya era medio imbunche desde un inicio. La mudez, que cosió su boca, paradójicamente desató sus monólogos interiores. El encierro lo volvió potente. El sirviente ínfimo, juguete de las viejas empleadas asiladas en esa casa de ejercicios espirituales, es también el llavero: el narrador que maneja las llaves de las innumerables puertas en esa mansión laberíntica.
Mediante esas envolturas Donoso también sugiere que su propia novela es un imbunche: los nueve orificios cosidos representan las múltiples tramas bloqueadas por relatos contradictorios que así potencian el conjunto. Todo ello envuelto en capas y más capas de apariencias discursivas y argumentales. El libro mismo es un imbunche, envoltorio de papeles, pequeño y poderoso.
El monstruoso imbunche chileno, desde su mudez recosida pero expresiva, dice bastante sobre el tema central de este congreso, el mestizaje.
El mito indígena ya venía mestizado con relatos europeos cuando fue recogido por misioneros como Bernardo Havestadt en el siglo XVIII. Rodolfo Lenz, en su Diccionario etimológico, comenta:
Parece que la figura mítica mapuche [del imbunche] se ha mezclado con el ogro español4.
(Lenz, s. a.: 412)
Ese mestizaje cultural se acentuó cuando el imbunche se convirtió en figura literaria. Lastarria contrasta a su monstruo con el Calibán de Shakespeare:
El que nace Calivan [sic] i no tiene la virtud de la conformidad, i en lugar de hacerse bueno, cultiva la envidia, i se enardece con el odio i el egoísmo, es un monstruo...
(Lastarria, 1885: 119)
Donoso ha creado además un narrador imbunche. Este escritor monstruoso5 me recuerda el mito del fabulista griego Esopo, que habría sido un esclavo muy feo, deforme y —nótese esta semejanza— inicialmente mudo. Esopo fue sacrificado como víctima propiciatoria por el pueblo de Delfos.
Con su genética literaria híbrida el imbunche es una encarnación del mestizaje latinoamericano. Eugenia Brito sugirió que este monstruo
... nace a partir de la decepción del mestizaje [...] los españoles producen un hijo, o unos hijos, que no quieren ver, que ocultan [...], bajo la nominación de «feos, raros, monstruosos».
(Brito, 2006: 65)
Pero es de presumir que no sólo los padres españoles se decepcionaban, también los parientes indígenas habrán visto a esos vástagos como seres feos y raros. La profunda soledad original del mestizo arranca de ese doble rechazo.
Adriana Valdés, en su estudio seminal sobre el imbunche donosiano, afirmó que este representa «toda una forma de adaptarse a la existencia» (Valdés, 975: 131). Pero esta sería una adaptación autodestructiva, «el medio de ocultar (coser, envolver) la propia carencia de identidad» (ibid.: 137).
Sí, para sobrevivir el mestizo conflictuado se inhibe, se imbuncha. Imbuncharse es un ensimismamiento radical, una respuesta neurótica a la identidad dubitativa que produce el mestizaje. Pero este imbunchamiento acrecienta un viejo rencor hispanoamericano. El sujeto se envuelve en capas de resentimiento rabioso que lo inmovilizan. Eventualmente, esas costuras estallan liberando un torrente de energías destructivas. E inútiles, porque pronto todo volverá a la sordomudez y la parálisis del imbunche. Y el ciclo se reiniciará.
La figura del niño torturado hasta ser deformado y luego escondido en una cueva o en un sótano representa la oculta afrenta del mestizaje. El niño raptado o abandonado a los brujos es el fruto prohibido de un cruce de razas originalmente enemigas. Las torturas son el castigo inmerecido por ese origen bastardo. Las costuras de sus sentidos son otros tantos esfuerzos para impedirle expresar su diferencia. La cueva misma y el sótano representan la relegación de ese conflicto a un subconsciente colectivo. El poder amenazante del imbunche viene de su capacidad para mostrarnos algo que no quisiéramos ver.
La presencia recurrente del imbunche en las letras chilenas inquieta, perturba. Este monstruo, producto de la brujería y de la literatura, nos induce a mirarnos de otra forma. De la palabra latina para monstruo deriva nuestro verbo mostrar. ¿Qué nos muestra el monstruo que creamos?
Joaquín Edwards Bello advirtió que el imbunche y los brujos que lo crean se actualizan constantemente:
La industria gangrenosa de los antepasados brujos [perdura]. Hay brujos fabricantes de invunches [sic] disfrazados de personas modernas. Juegan al cacho y hasta escriben en los diarios. Viajan y llevan portadocumentos. ¡Cuidado!
(Edwards Bello, 1966: 34)
El imbunche se actualiza y viaja, su deformidad abarca más que la sociedad chilena pasada y presente. El imbunchaje se extiende a nuestra «Hispanoamérica del dolor». Este IX Congreso Internacional de la Lengua Española debía celebrarse en la hermosa Arequipa, pero la crónica inestabilidad política peruana imbunchó ese proyecto. Quizás es hora de que otros países de nuestra región tomen prestado este vocablo para describir la inquietante tendencia latinoamericana a frustrar nuestros mejores sueños. Nombrar a nuestros monstruos es un requisito necesario para aplacarlos.