Es bien sabido que el romance es la variedad hispánica de la balada, un género de poesía narrativa de origen medieval que ha pervivido hasta época contemporánea. Existen baladas en muchas culturas y lenguas europeas, pero el romance responde a unas características métricas específicas: normalmente está compuesto por versos octosílabos con rima asonante en los versos pares, quedando sueltos los impares; aunque en las ediciones modernas los romances suelen editarse en versos dieciseisílabos con cesura, monorrimos en asonante, en recuerdo del verso largo de la métrica castellana, de donde al parecer proviene la métrica romancística.
En esta mesa abordamos cuestiones relativas al romancero, en especial a las relaciones, concomitancias y diferencias entre el romancero peninsular y el americano. Algunos de los aspectos que merece la pena tener en cuenta son los siguientes:
Aunque surgido en la península ibérica en la baja Edad Media (se supone que los romances más antiguos conservados se compusieron en el siglo xiv), el romancero ha pervivido hasta la actualidad en la tradición oral de distintas zonas de la península ibérica, prácticamente en toda América (del norte, del sur y en las islas del Caribe), en las islas atlánticas (Canarias, Azores) y entre los judíos sefardíes del Mediterráneo oriental y de Marruecos.
Esa amplia difusión geográfica lleva aparejada la diversidad lingüística. Existen romances en distintas variedades del castellano y del catalán, en gallego, en portugués (de Portugal y de Brasil) y en el judeoespañol oriental y en el de Marruecos. Esta mesa presta atención sobre todo al romancero en lengua española, tanto en sus variedades peninsulares como insulares y americanas.
A esa diversidad lingüística se une la diversidad temática. Desde sus orígenes hasta hoy, el romance ha sido un molde narrativo en el que se han ido vertiendo multitud de relatos: episodios épicos, hechos históricos, narraciones caballerescas, relatos hagiográficos, pasajes bíblicos, mitos y leyendas, cuentos folklóricos, historias ejemplares. A lo largo del tiempo, esas narraciones en verso han sido reinterpretadas y adaptadas a contextos históricos y culturales muy diversos y han sido objeto de distintas lecturas, usos e interpretaciones.
Aunque la mayoría de los romances responden al esquema de versos octosílabos con rima en los pares, sobre esa base formal se han ido creando múltiples variedades. Existen romances —sobre todo, antiguos— en versos hexasílabos; en el siglo XVI se extendió la moda de los romances glosados, en los que sobre cada verso se desarrollaba una estrofa a la que el verso del romance servía de pie forzado. E incluso sobre el molde octosilábico han surgido variedades: romances narrativos o dialogados, romances con estribillo, otros con formulaciones paralelísticas, recreaciones de romances en forma de villancico (principalmente en los siglos xv y XVI), de décima o de corrido (especialmente en América).
La difusión se ha producido por dos vías: la oral y la escrita. Como en el caso de otras baladas, el romancero fue en su origen un género de transmisión oral, que se recitaba o se cantaba.
A finales del siglo XV y principios del XVI los géneros de poesía tradicional atrajeron la atención de los poetas y músicos cortesanos, que recrearon o imitaron romances y canciones populares en sus propias creaciones musicales y literarias; de ahí que encontremos romances en cancioneros cortesanos de la época.
Pero el gran auge de la difusión escrita del romancero se produjo con la generalización de la imprenta en el siglo XVI; desde principios de ese siglo empezaron a publicarse pliegos sueltos que contenían romances, pero la gran difusión impresa se produjo a partir de mediados del siglo XVI, en que se imprimieron libros —la mayoría de ellos, de pequeño formato, el equivalente de entonces a nuestros actuales libros de bolsillo— compuestos exclusivamente por romances, agrupados bajo títulos como Cancionero de romances o Silva de romances. Precisamente en los últimos veinte años han proliferado los estudios sobre el romancero impreso, bastante desatendido hasta ahora porque, por influencia de Ramón Menéndez Pidal y su escuela, la mayoría de los estudios «clásicos» sobre el romancero se centraron en la tradición oral.
Los Cancioneros y Silvas de romances contribuyeron a difundir el romancero en todos los estratos sociales, especialmente entre las clases urbanas, y con el tiempo sirvieron de acicate para el surgimiento del romancero nuevo que se desarrolló a partir de la década de 1580 y en el que poetas cultos (como Góngora o Lope de Vega) compusieron romances nuevos en los que reutilizaron y recrearon motivos, recursos lingüísticos y estilísticos y procedimientos del romancero viejo y tradicional, aunque con nuevos temas y una nueva sensibilidad poética.
Aunque, paralelamente, el romancero siguió transmitiéndose oralmente (recitado y, sobre todo, cantado) hasta época contemporánea. El proceso de transmisión oral, además, supone una continua recreación de los textos romancísticos, preservados en la memoria y transmitidos oralmente de generación en generación. En ese proceso de transmisión oral se opera una selección de temas, de manera que pervivieron en el tiempo los romances que tenían alguna función social, bien por su lectura moral o por su uso vinculado a determinadas ocasiones (rituales del ciclo vital o religioso, festividades, labores agrícolas o artesanales, costumbres tradicionales).
Desde el siglo XX el romancero ha sufrido un proceso de regresión en la medida en la que han cambiado los modos de vida y han desaparecido las actividades tradicionales a las que estaba vinculado su uso. Pero también los romances se han revitalizado y recreado, alimentando nuevos géneros de poesía popular, como la décima o el corrido, tan vigentes hasta hoy en América.
Todo esto puede ponerse en conexión con las relaciones e interinfluencias entre el romancero y otros géneros tradicionales: la balada paneuropea (hay romances que desarrollan los mismos temas folklóricos que otras baladas francesas, italianas, alemanas, nórdicas o balcánicas); el cuento (algunos temas son comunes al romancero y al cuento popular); la décima, que en su origen fue una estrofa culta y en Canarias y en varios países de América se ha convertido en un género de poesía popular repentizada; el corrido mexicano; las canciones navideñas, ya que hay romances que se cantan con motivo de la Navidad en España y en América; la lírica popular, que intercambia con el romancero algunos motivos y elementos; las canciones infantiles; o, en Andalucía, el cante flamenco.
La pervivencia del romancero en la tradición oral hasta nuestros días y sus relaciones con otros géneros se explican en gran medida por la función que el romancero ha tenido en las sociedades de España y América.
De los muchos —centenares, quizás miles— de romances que se han compuesto a lo largo de la historia del género y que se han difundido oralmente o por escrito, han pervivido los que tenían una función en la sociedad que los utilizaba.
Esa función podía ser didáctica, presentando ejemplos morales con respecto a conflictos sociales o familiares (el adulterio, el incesto, las relaciones intrafamiliares problemáticas, la seducción, las relaciones amorosas entre individuos de distintas clases sociales, etc.). O una función ritual, unida a prácticas o celebraciones religiosas (como oración, como canto navideño en España y América, en las romerías de Canarias, etc.) o del ciclo vital (como canto de bodas, como endecha, como canto de cortejo, etc.); o como canto infantil (canciones de corro o para acompañar determinados juegos); o utilizados en determinadas actividades agrícolas o artesanales o de relaciones sociales en el ámbito rural (romances de siega o de arada, veladas nocturnas como las esfollazas y los filandones del noroeste de la península ibérica). En esos casos, los romances han evolucionado para adaptarse a usos distintos y entornos sociales muy diversos.
Especial atención se presta en esta sesión al romancero andaluz y al americano: sus características, sus paralelos y divergencias, sus interacciones, las peculiaridades de la tradición romancística a un lado o a otro del Atlántico. Elementos que demuestran la vitalidad y variedad del romancero en América y el vigor de la tradición andaluza, que ha llegado a influir poderosamente en otras tradiciones romancísticas; por ejemplo, las llamadas versiones vulgatas (es decir, ‘divulgadas’) de romances, surgidas en Andalucía desde finales del siglo XIX y principios del XX, que se han extendido por toda la península ibérica y por América, llegando incluso a desplazar variantes autóctonas.
Mención especial merecen los usos y la función del romancero en la comunidad gitana, singularmente en la de Cádiz, de gran personalidad y originalidad.
Otro tema digno de atención es la problemática de las ediciones de textos romancísticos, tanto los procedentes de documentos escritos (pliegos sueltos, colecciones de romances, manuscritos de todas las épocas) como los recogidos de la tradición oral en encuestas de campo desde finales del siglo XIX hasta hoy. ¿Qué problemas y dificultades plantean esas ediciones de textos? ¿Puede darse el mismo tratamiento a los textos escritos que a los procedentes de la tradición oral? ¿A qué público deben dirigirse las modernas ediciones del romancero?
Todos los participantes en la mesa tienen experiencia como editores de romances, tanto de antologías como de corpus concretos, y aportan su experiencia a este debate.
Por último, no se puede olvidar el potencial didáctico del romancero.
Se sabe que desde el siglo XVI se han utilizado pliegos sueltos (bastantes de los cuales contenían romances) como material para aprender a leer.
Por influencia de Ramón Menéndez Pidal y de su familia, en el Instituto Escuela (un centro educativo fundado en Madrid en 1918, inspirado en las ideas de la Institución Libre de Enseñanza) el romancero se utilizó como base de proyectos didácticos, sobre todo representaciones teatrales y musicales realizadas por los alumnos, práctica que continuó después de la Guerra Civil en el Colegio Estudio, una de cuyas fundadoras fue Jimena Menéndez Pidal.
Antes y después de la Guerra, los maestros y maestras contribuyeron, en España y América, a la recolección de romances entre sus alumnos, aportando así romances y versiones a las colecciones académicas y contribuyendo a poner en valor el romancero entre los educandos.
Aun hoy, algunas iniciativas siguen usando el romancero como instrumento didáctico en la enseñanza primaria y secundaria.
Ofrecemos a continuación, sin ánimo de exhaustividad, una selección de referencias bibliográficas que hemos tenido en cuenta para la redacción de esta comunicación y pueden resultar útiles para quienes deseen ampliar conocimientos sobre los temas de esta mesa.