El diálogo como fundamento de la traducción y el mestizaje como esencia de la traducción. En el trabajo se propone un marco de reflexión en torno a las tres palabras que servirán de pilar al diálogo del panel. Es una invitación a considerar los avances que se hicieron en la materia en el pasado y así inscribir dicho diálogo dentro de una larga y compleja tradición.
El título que enmarca nuestro panel sugiere tres ideas que encierran en sí cierta complejidad: diálogo, mestizaje, traducción. Por lo que sabemos de «diálogo», por ejemplo, es herencia de una palabra y un concepto griegos que han trascendido tiempo y espacio y su sentido se transformó para instaurarse en nuestra lengua. La palabra «diálogo» aparece en castellano a mediados del siglo XV, con un regreso a lo clásico a la par que una restricción de su campo semántico con respecto a su uso en la lengua de origen. Estaba relacionado tanto con colloquium como con dialectica, y, dentro de este campo semántico, el término «coloquio» era un cultismo en el siglo XV. Más adelante, durante los Siglos de Oro, el diálogo se entendió también como conversación y debate (Alvarado Teodorika, 2021: 78-80). El Diccionario de Autoridades exponía una definición muy semejante para «diálogo» e «interlocución» y, según Juan Antonio González Iglesias, este sería casi un calco semántico de aquel1. Como se puede entender, los hilos de nuestro bordado lingüístico son polícromos, o multicolores, si se prefiere.
El concepto de mestizo y de mestizaje, por su parte, ha conocido una historia y un proceso de incorporación distinto en nuestra lengua —Soledad Puértolas presentó un recorrido de la definición del primer término en la solemne sesión inaugural del CILE que se celebró en Cádiz el 27 de marzo de 2023— y se ha empleado sobre todo, con el transcurrir del tiempo, en el campo de la sociología, y aprovechado en el ámbito político para hacer de cierto tipo de individuos fruto de dos culturas distintas no tanto el ejemplo de fusión de ambas, como el ejemplo de no pertenencia a ninguna; no tanto el ejemplo de lo que resulta de la suma, como de lo que resulta de la resta. En el empleo de este término en el terreno lingüístico, podríamos considerar lo que Jacques Joset afirmaba sobre la obra de Alejo Carpentier: el mestizaje cultural se condensa en la lengua. Así entendido, las lenguas son fruto del mestizaje, y es el mestizaje el que las nutre y enriquece.
En lo que a la traducción se refiere, y remontándonos a fechas tempranas en las que contamos con observaciones ilustrativas sobre esta labor, Valentín García Yebra aclaró en su día que Cicerón no puede considerarse como un preceptor de la traducción y no vamos a emplear las palabras que siguen en una línea preceptista, sino incorporarlas en nuestra reflexión en torno al mestizaje lingüístico. Cicerón exponía en De optimo genere oratorum sobre el tratamiento que hizo de textos griegos: «vertí los discursos más famosos, y opuestos entre sí, de los dos oradores áticos más elocuentes, Esquines y Demóstenes; pero no los vertí como intérprete, sino como orador, con las mismas ideas y con sus formas a modo de figuras, pero con palabras acomodadas a nuestro uso. No me pareció necesario volver palabra por palabra, pero conservé todo su estilo y su fuerza»2 (García Yebra, 1979: 139-140). En su De finibus afirma, además: «pienso que se nos debe permitir usar una palabra griega si alguna vez no disponemos de su equivalente latina» (García Yebra, 1979: 148), y en este sentido dicta también Horacio: «Si es necesario mostrar las cosas oscuras por medio de símbolos nuevos y crear palabras que no oyeron los fajados Cetegos, habrá y se dará licencia para usarlas con la debida cautela. Además, las nuevas palabras y las recién acuñadas tendrán crédito si dimanan de fuente griega» (1974: 386). De ahí, quizás, que podamos hoy hablar de un bordado o polícromo o multicolor...
Tenemos ahí vestigios de un mestizaje lingüístico ya en las raíces de nuestra lengua, ya sea para expresar el estilo y la fuerza del griego en el latín, ya sea para usar una palabra griega e incorporarla en el latín, y todo ello evolucionará y se incorporará, a su vez, en el castellano. Además, valga destacar, aunque se sobreentienda, que, para hablar del trasvase en una lengua, me he servido de palabras que fueron a su vez trasvasadas (en este caso del latín al castellano).
Así pues, en este proceso de diálogo enriquecedor entre una lengua y otra, de incorporación y asimilación de términos y estilos de otras lenguas, el aporte de la traducción es innegable, y, en lo que a este término se refiere, permítaseme remontarme nuevamente en el tiempo. Esta vez a los Siglos de Oro, cuando surgió en Europa un interés particular por la traducción de autores antiguos y modernos, un interés que se vio fortalecido, sin duda, por el descubrimiento de nuevas lenguas antes desconocidas, las americanas, que en el nuevo continente serán centro de interés de lo que conocemos hoy como sus primeros vocabularios impresos (pienso, por ejemplo, en el de Alonso Molina, el de fray Domingo de Santo Tomás, el de Diego Gonzáles Holguín o el de Ludovico Bertonio)3.
De hecho, es en la América de finales del siglo XVI (aunque algunas se imprimieron en los primeros años del siglo siguiente) donde Juan de Guzmán compuso su versión de las Geórgicas de Virgilio (Salamanca, 1586); Enrique Garcés Los sonetos y canciones de Francesco Petrarca, el De reino y de la institución del que ha de reinar de Francesco Patrizi, y Los Lusíadas de Camoens (Madrid, 1591); Diego Dávalos y Figueroa los sonetos de Vittoria Colonna en su Miscelánea Austral (Lima, 1602), y Diego Mexía de Fernangil la Primera parte del Parnaso Antártico de obras amatorias (Sevilla, 1608), que en los siglos posteriores conocerá varias ediciones y se canonizará como traducción de las Heroidas de Ovidio.
No es descabellado pensar que, con esta profusión de traducciones hacia el castellano, se incorporaran palabras y formas en la literatura de nuestra lengua como se incorporó, con Petrarca, entre otros, el soneto o el endecasílabo desde el italiano4, o como nació la novela bizantina en español gracias a la traducción de Leucipa y Clitofonte de Aquiles Tacio.
Estas breves calas en el pasado, uno más remoto y otro más fácilmente perceptible en nuestras raíces que mana cálido aún, forman parte de las aguas que riegan futuras composiciones entre dos lenguas y que fluyen entre una y otra orilla. En el panel «El diálogo mestizo de la traducción» se expondrán reflexiones en torno al punto de encuentro de diferentes lenguas (occidentales o propias del continente americano) con el español, pero también en torno al lugar de las variantes dialectales en el proceso de trasladar un texto al español y otras lenguas. Otro de los ejes de reflexión será la oralidad: la oralidad mestiza propia de espacios fronterizos, por un lado, pero también la forma eminentemente oral de lenguas como el quechua, en su proceso receptor de textos trasladados del español. Finalmente, se reflexionará sobre autoría y otredad (¿individuales o comunitarias / colectivas?), y sobre los límites de lo panhispánico en el acto de traducir. Parafraseando a Antoine Berman (1999: 15-17), no se trata de teorizar la traducción tanto como de pensarla en un horizonte filosófico. Veamos, pues, si podemos decir, con Andrea Marcolongo, que traducir es «llevar al lector de la mano, acompañarlo más allá de su manera de pensar a través de una lengua desconocida para desvelar su magia, para quitar el velo al hechizo de las palabras y hacer que se conviertan en realidad sorprendente, en pasión» (Marcolongo, 2017: 11).