En esta investigación me interesa la circulación de libros —impresos y manuscritos— a través de su lectura. Nuestra fuente será un autor indígena americano (andino), Felipe Guaman Poma de Ayala, cuyo aprendizaje de la lengua y cultura hispánicas, por ser él autodidacta, dista mucho de la perfección lingüística. Justamente por eso nos revela algo iluminador: la lectura —no la somera sino la detallada y concienzuda— de libros impresos en España y las Indias y de los que no lo fueron. Tomaremos en cuenta sus lecturas del franciscano Luis Jerónimo de Oré y de los dominicos Jerónimo de Loaysa, Domingo de Santo Tomás, Bartolomé de las Casas y Luis de Granada.
Quiciera oýr y ciguir el pareser de hombres doctos ... más que seguir el propio.
(Guaman Poma de Ayala, 2001: 1090)
Cito las palabras de Felipe Guaman Poma de Ayala (c. 1535-c. 1616) en el capítulo de su Nueva corónica y buen gobierno (1615) sobre las ‘crónicas pasadas’. En éste enumera y comenta obras impresas que conoce y que, de vez en cuando, cita. Me interesa contemplar la circulación de libros —impresos y manuscritos— precisamente a través de Guaman Poma porque su lectura es una fuente excepcional: un autor indígena americano (andino) cuyo aprendizaje de la lengua y cultura hispánicas, por ser él autodidacta, dista mucho de la perfección lingüística. Sin embargo, justamente por eso, nos revela algo iluminador: la lectura —no la somera sino la detallada y concienzuda— de libros impresos en España y las Indias y de los que no lo fueron. Por su vacilación lingüística, Guaman Poma depende mucho de las obras que había leído. A la vez, el substrato fonémico y sintáctico de su quechua nativo no le permite manejar el español escrito muy bien. A pesar de encontrarnos hoy en salones presididas por la misma Real Academia Española, citaré las palabras del cronista andino porque éstas rinden el mejor homenaje a la lengua española del cual su autor fue capaz.
Al lado de libros impresos, había libros manuscritos que Guaman Poma también cita; en el caso más notable no menciona el nombre de su autor, fray Bartolomé de las Casas (1484-1566). En 1572 y de acuerdo con el mandato de Felipe II, el virrey del Perú, Francisco de Toledo (1569-1581), ordenó la supresión de los tratados de Las Casas publicados en Sevilla en 1552-1553 porque, como escribió, «los de Chiapa era el corazón de los más frailes de este reino y con que más daño han hecho» (Levillier,1924: 442-462). Medio siglo más tarde, las obras de Las Casas seguían circulando en el virreinato peruano, incluso en manuscrito, y tenían tal resonancia que encontramos en la crónica de Guaman Poma citas directas, sin nombre del autor, del Tratado de las doce dudas de Las Casas de 1564. Aparte de las Casas, fray Luis Jerónimo de Oré (1554-1630) y fray Luis de Granada (1504-1588) figuran en la lista de autores cuyas obras fueron leídas y admiradas por Guaman Poma. A diferencia de su compatriota el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616) en su Comentarios reales de los Incas (1609, 1616), que entra en un diálogo explícito con las fuentes europeas que había leído, Guaman Poma las aprueba o reprueba implícitamente, incorporando sus argumentos en su propia obra como si fueran suyas o rechazándolos tajantemente. Así al tomar como tarea nuestra la identificación de la cosecha libresca a su alcance, hemos tenido que identificar dichos autores y obras escuchando los ecos de sus palabras en el texto guamanpomiano.
Comencemos con el ‘eco’ de la voz que Guaman Poma tomó como suya al decir «quisiera oír el parecer de hombres doctos». En efecto, el modelo es el Símbolo católico indiano del fraile franciscano Luis Jerónimo de Oré publicado en Lima por Antonio Ricardo en 1598 (Oré, 1992: ff. 37-43v). La frase, «quisiera oír el parecer de hombres doctos», es una transcripción directa de la de Oré en su capítulo «Del origen y condiciones particulares de los Indios de Pirú»1. La tuve que pescar leyendo a Oré, porque Guaman Poma no lo cita; la clave para descubrirla me la dio el cronista andino al escribir: «Y escriuió otro libro conficionario, escríuió fray Pedro y Gerónimo d’Uré, padre de la horden de San Francisco» (Guaman Poma, 2001: 1090). Fray Pedro de Oré fue el hermano de fray Luis y, como Guardian y Predicador del convento de nuestro Padre Sant Francisco de Panamá, escribió uno de los testimonios impresos en el Símbolo recomendando su publicación; firmó dicha carta «Fecho en la Concepción del valle de Xauxa, en 8 de Setiembre de 1595 años» (Oré, 1992: 6).
Guaman Poma habrá conocido o a los hermanos Oré o a su padre, a quien llama «el cristianismo Gerónimo d’Uré»; éste fue encomendero del pueblo de Gran Canaria y minero. Vecino de Huamanga desde 1540, fue su corregidor en 1571. Edificó allí el monasterio de Santa Clara, del cual sus cuatro hijas fueron las fundadoras. Los cuatro hijos de Oré tomaron el hábito de la orden de San Francisco (Guaman Poma, 2001: 20, 20n1). El caso de Luis Jerónimo nos interesa especialmente por dos razones: En primer lugar, porque su libro fue publicado en la imprenta limeña durante la segunda década de su existencia en el virreinato peruano. En segundo lugar, porque es evidente que Guaman Poma había leído el Símbolo y por su testimonio, aunque fuera de oídas, que conocía la historia de la familia Oré2.
Uno de los grandes temas de los dominicos fue la restitución, y se destacó en esta área el primer obispo y arzobispo de Lima, Jerónimo de Loaysa. Fue misionero en Cartagena de Indias y, como arzobispo de Lima estableció la primera cátedra de la lengua quechua en la Universidad de San Marcos, y convocó y presidió los dos primeros Sínodos o Concilios Limenses que se ocuparon en fijar los mejores métodos para la evangelización de los pueblos naturales3. Guaman Poma lo alabó por haber legado sus bienes al Hospital limeño de Santa Ana; en efecto, Loaysa había fundado el hospital en 15504. El dibujo guamanpumiano de un arzobispo, ‘segunda persona de su santidad’, habrá sido el retrato inventado por Guaman Poma del mismo Loaysa (Guaman Poma, 2001: 712-713). Sin haber conocido a Loaysa, puede haber conocido su «Avisos breves para confesores» (1560), que se basaba en una guía similar escrita unos años antes por Las Casas (Lohmann Villena, 1966: 52-53).
Guaman Poma testimonia la presencia y el activismo de los dominicos en Huamanga y además comenta sobre personajes y acciones que sólo habría conocido de oídas. Esto apoya nuestras teorías sobre las relaciones que Guaman Poma podría haber tenido con la orden. Según los comentarios de Guaman Poma, su presencia habrá sido impactante. Aunque condenó fuertemente a algunos dominicos por abusivos5, alabó a muchos por ser «grandes cristianos y grandes letrados y predicadores, y lo fueron desde sus antepasados» (Guaman Poma, 2001: 660; énfasis mío). A través de los escritos de ellos, Guaman Poma reunió la cosecha de las obras didácticas y misioneras y el pensamiento teológico-jurídico desarrollado por el padre dominico Francisco de Vitoria y sus colegas en Salamanca y seguido por Las Casas, sus colegas y sus sucesores. En su meditación sobre «los sabios que conponen los libros», el cronista andino nombra a dos de ellos, fray Luis de Granada y fray Domingo de Santo Tomás. Los identifica como «santos doctores alumbrado por el Espíritu Santo que le dio gracia»; del fraile granadino dice que «a uenido en mucho aumento del servicio de Dios» y de Domingo de Santo Tomás, que «escriuió el vocabulario, lengua de los indios, que trabajó tanto sin escrito». Los contrasta con impostores que condena: «Otros que no han escrito el comienzo de las letras, a, b, c, .. y se firma como don Bebiendo y doña Calabaza» (Guaman Poma, 2001: 926).
Domingo de Santo Tomás hizo publicar en Valladolid sus dos obras seminales: su Gramática o arte de la lengua general de los indios del Pirú y su Lexicón o vocabulario de la lengua general del Perú. Por los comentarios que hace, Guaman Poma habrá conocido las dos obras6. También en 1560 Domingo de Santo Tomás y Bartolomé de las Casas escribieron el famoso memorial a Felipe II en defensa de los indios del Perú. Se trata de la contraoferta que los caciques del Perú hicieron a la corona para evitar que el monarca vendiera a los encomenderos los derechos de perpetuidad sobre los indios. En efecto, enfatizaron la declividad de las fortunas de la monarquía española si continuaba la disminución cada vez más grande de la población trabajadora andina causada por su explotación. Pero donde los padres dominicos enfatizaron el declive de la población andina, Guaman Poma vaticinó su desaparición: «Sacra Católica Real Magestad: Digo que en este rrreyno se acauan los indios y se an de acabar. . . . Porque cin los yndios, Vuestra Magestad no vale cosa, porque se acuerde [que] Castilla es Castilla por los yndios» (Guaman Poma, 2001: 982).
La prueba contundente de la circulación de libros manuscritos en el ámbito de los dominicos en Lima y en ciudades como Huamanga se encuentra en las citas directas que Guaman Poma hace del Tratado de las doce dudas de las Casas. Aunque no fue publicado hasta el siglo XIX, hay unas 13 o 14 copias manuscritas del mismo albergadas en distintas bibliotecas y, a partir de 1822, unas cuantas ediciones impresas (Pérez Fernández, 1981: 730-732)7. El hecho es que en el capítulo de las «Conzederaciones» morales, Guaman Poma transcribe línea por línea la prosa de Las Casas reproduciendo así los argumentos del dominico en pro de la soberanía de los señores autóctonos sobre los Andes. Reiteremos brevemente las coincidencias para que sea más inteligible la a veces no muy clara exposición de Guaman Poma.
En el Principio I del Tratado, Las Casas advierte que todos los infieles tienen jurisdicción sobre sus posesiones y territorios, y a ello se añade el ejercicio de su soberanía. Este derecho es prescrito no sólo por la legislación humana, sino también por la ley divina y natural (Casas, 1958: 486). Las Casas cita a San Agustín, quien cita la epístola de San Pablo a los romanos. Se refiere a Romanos 13, versículo 1, en donde el apóstol insiste en que la comunidad cristiana obedezca al monarca, aunque gentil, bajo cuya jurisdicción civil vive. Así, dice Guaman Poma, San Pablo «se llamaua rromano», es decir, seguía las leyes de las autoridades romanas y, de la misma manera, los españoles, siendo extranjeros, debían obedecer a las autoridades autóctonas del Perú. Guaman Poma: «Que aués de conzederar que todo el mundo es de Dios y ancí Castilla es de los españoles y las Yndias es de los yndios y Guenea es de los negros. Que cada déstos son lexítimos propetarios, no tan solamente por la ley, cómo lo escriuió San Pablo que de dies años estaua de pocición y se llamaua rromano, que a razón de los yndios que se qüenta y le dize por la ley y la de llamar estrangeros, y en la lengua de los yndios, mitmac, Castillamanta samoc, que uinieron de Castilla» (Guaman Poma, 2001: 929). Como vemos, la referencia que Guaman Poma hace a San Pablo tiene su origen en el mismo Principio I.
En el Principio II de este Tratado, Las Casas declara que los no-cristianos que vivían entre cristianos eran vasallos de los reyes cristianos, como, por ejemplo, los judíos y moros que vivían en Castilla; así estaban obligados a obedecer las justas leyes de ese reino (Casas, 1958: 488). Por lo tanto, Guaman Poma comenta el Principio II del tratado lascasiano. Advierte: «Que uien puede ser esta ley porque un español al otro español, aunque sea judío o moro, son españoles, que no se entremete a otra nación cino que son españoles de Castilla. La ley de Castilla, que no es de otra generación». Es decir, los españoles en el Perú debían obedecer a las autoridades peruanas.
Guaman Poma cierra su argumento aprovechando otra vez el Principio II, que se puede resumir así: los indios del Nuevo Mundo, como infieles que nunca usurparon los territorios cristianos, poseen sus propios reinos y ejercitan legítimamente su dominio. Cualquier intervención de soberanía extranjera sería una violación de la ley natural (Casas, 1958: 489). A ese principio se referirá Guaman Poma al identificar a los naturales como legítimos propietarios y colocar a los españoles en la categoría de los mitmaq, gente enviada de su etnia de origen a cuidar intereses fuera (Guaman Poma, 2001: 929; Urioste, 1987: 1273): «Y los yndios son propetarios naturales deste rreyno, y los españoles, naturales de España. Acá en este rreyno son estrangeros, mitimays. Cada uno en su rreyno son propetarios lexítimos, poseedores, no por el rrey cino por Dios y por justicia de Dios».
Guaman Poma concluye sus argumentos señalando que «[Dios] hizo el mundo y la tierra, y plantó en ella cada cimiente: el español en Castilla, el yndio en las Yndias»: «Y ancí, aunque le haga merced al padre, al español en las tierras que se conponga con el rrey, no es propetario. Y ací a de tener obedencia al señor prencipales y justicias, propetarios lexítimos de las tierras, que sea señor o señora» (Guaman Poma, 2001: 929). En otras palabras, aunque el rey español haga mercedes y beneficios a sus vasallos que hayan servido sus intereses en estas tierras ajenas, estos vasallos suyos no son propietarios acá, sino foráneos. Nuestro cronista quiere decir que todos los no-andinos (esta categoría incluye a todos los extranjeros igual que a los mestizos, mulatos y negros) están obligados a obedecer las leyes de la tierra en que viven, en este caso, las del Perú autóctono.
Fray Luis de Granada fue el orador religioso y escritor devoto más famoso de los siglos de oro en España y Portugal y bastante bien conocido en las Indias: sus obras aparecen con extraordinaria frecuencia en los inventarios de libros destinados al Nuevo Mundo. Su lectura por Guaman Poma fue documentada por el propio cronista. Los escritos del padre granadino le ofrecían a Guaman Poma una perspectiva comprensiva sobre la experiencia espiritual no-cristiana y una manera relativamente compasiva de juzgar las relaciones entre el mundo cristiano y el no-cristiano. Fue probablemente el autor al que Guaman Poma más admiraba. Es el único autor que Guaman Poma cita como fuente (Guaman Poma, 2001: 369), y hay varios pasajes que se deben al padre granadino —a pesar de que Guaman Poma no lo cite por su nombre— porque estos fragmentos textuales se refieren a conceptos cristianos sobre los que Guaman Poma no se hubiera atrevido a improvisar. Consciente de la importancia del descubrimiento de nuevos territorios y comunidades humanas, fray Luis elaboró su antropología escolástica con estos nuevos horizontes en mente, y su actitud comprensiva con respecto a la humanidad de la era precristiana, así como por los pueblos actuales que no habían ni oído el Evangelio, captó el interés de nuestro lector peruano. Así pues, concluiremos con dos ejemplos granadinos que fueron fundamentales para Guaman Poma: la teoría escolástica del conocimiento del Dios judío-cristiano a través de la razón natural —ésta la emplea Guaman Poma con respecto a los naturales andinos y amerindios— y los males de la codicia y la idolatría —esto con respecto a los españoles y otras gentes colonizadoras.
La doctrina escolástica del conocimiento de la divinidad a través de la razón, explicada por fray Luis, Oré y otros, sería la fuente que Guaman Poma emplea en favor de los antiguos andinos como poseedores de «la sonbrilla del conocimiento de Dios» (la ‘lumbre natural’ de fray Luis de Granada). Igualmente, la presentación por fray Luis de los profetas del Antiguo Testamento como modelos de espiritualidad y de conducta moral da a nuestro autor la oportunidad de concebir a los antiguos andinos de la misma manera. Incluso compara a los profetas bíblicos con los andinos antiguos, los Pacarimoc Runa (literalmente ‘los de la aurora’), diciendo: «Todo su trabajo era adorar a Dios, como el profecta Abacuch, y dezían ací a grandes boses: «Señor, ¿hasta cuándo clamaré y no me oyrás y daré bozes y no me rresponderás? Capac señor, haycacamam caparisac? Mana oyariuanquicho. Cayariptipas mana hay niuanquicho». Con estas palabras adoraua al Criador con la poca sombra que tenía. Y no adorauan a los ýdolos demomios [sic], uacas» (Guaman Poma, 2001: 50]8. De esa manera, inspirándose en la descripción de fray Luis de la búsqueda espiritual del profeta Habacuc, Guaman Poma recrea a los antiguos Pacarimoc Runa y pone en la boca de éstos la oración de Habacuc citada por fray Luis, «¿Hasta cuándo, señor, clamaré y no me oyrás?» Esta oración, a la que Guaman Poma añade una frase al traducirla al quechua, resulta ser una variante de la oración tradicional quechua que, como señala MacCormack (1985: 466] «cierra la brecha entre las diferencias culturales, políticas y religiosas que la Iglesia peruana de los siglos XVI y XVII no logró superar».
Finalmente, tomaremos el ejemplo (exemplum) que fray Luis presenta sobre el mal de la codicia. Esta es la única ocasión en que Guaman Poma nombra al padre granadino como su fuente y es evidente que lo hace con mucha ostentación: «Nos espantéis, cristiano letor, de que la ydúlatra y herronía antigua lo herraron como xentiles yndios antigos herraron el camino uerdadero. Como los españoles tubieron ýdolos, como escriuió el rrebrendo padre fray Luys de Granada, «Que un español gentil tenía su ýdolo de plata, que él lo abía labrado con sus manos y otro español lo abía hurtado. De ello fue llorando a buscar su ýdolo; más lloraua del ýdolo que de la plata. Ací los yndios como bárbaros y gentiles lloraua de sus ýdolos quando se los quebraron en tienpo de la conquista. Y bosotros tenéys ýdolos en buestra hazienda y plata en tododo [sic] el mundo» (Guaman Poma, 2001: 369). La fuente de este relato es el capítulo 18 del Libro de Jueces, recogido por fray Luis en su Memorial de la vida cristiana (1566) bajo el título, «De lo que se pierde por el pecado». Guaman Poma habla sólo de la pérdida de los dioses autóctonos antiguos por el robo, transformando el relato de fray Luis en una reflexión sobre la muerte de los dioses autóctonos con la conquista española a la vez que acusa a los españoles de practicar la «idolatría del metal».
Fray Luis, mientras tanto, había comparado al que pierde su dios de metal con el que pierde al Dios verdadero: «Pues si este mal aventurado lloraba tanto por haberle quitado un dios de metal que él mismo se había fabricado (teniendo por justas y debidas las lágrimas de esta pérdida), ¿qué será razón que sienta un cristiano, pues sabe cierto que todas cuantas veces pecó perdió no al falso dios que él mismo hizo, sino al verdadero Dios que hizo todas las cosas?» (Granada, 1945: 219). De los dos tipos de pérdida que pinta fray Luis, aquella que es consecuencia del robo y la otra causada por el pecado, Guaman Poma asocia el dolor causado por el robo (es decir, la pérdida) de los dioses andinos con los suyos y atribuye el pecado de la codicia a los españoles: el autor peruano recluta la autoridad del padre dominico y la maneja de tal manera que éste resulta ser su cómplice en el ataque a los colonizadores. Entre varios escritores religiosos que conocía, la preferencia de Guaman Poma por fray Luis de Granada se comprende al considerar la frase entre paréntesis que se refiere al dios de metal: «(teniendo por justas y debidas las lágrimas de esta pérdida)». Fray Luis expresa así una benevolencia para el no-cristiano, o el precristiano, que no habría tenido la oportunidad de conocer el Evangelio.
En cambio, Guaman Poma ataca tal falta de tolerancia al comentar los escritos de ciertos frailes misioneros de su personal conocimiento. De uno u otro de estos Guaman Poma escribe, en contraste con la generosidad de fray Luis, «Ni escriuió de los rreys antigos ni de los señores grandes ni de otras cosas, cino todo contra indios gentiles y sus retos y de sus herronías y espantado de ellos como gentiles lo herraron, como los españoles de España fueron gentiles y rromanos tuvieron herronía, ýdulos al Júbeter y al bezerro» (Guaman Poma, 2001: 1090). Es por esto que Guaman Poma aprecia tanto la amplitud de la visión ortodoxa de fray Luis de Granada, que coincide con la suya propia que va más allá de los golpes y abusos de los ‘malos cristianos’, como los llama.
En cuanto a lenguas y circulación de libros durante los virreinatos entre los clásicos mestizos, la obra de Felipe Guaman Poma de Ayala nos ofrece un caso excepcional. Es irónico que sea precisamente su manejo a medias de la lengua española lo que nos ha brindado la posibilidad de identificar sus lecturas, es decir, los libros de su ‘biblioteca’. Y la evidencia de lecturas hechas es uno de los mejores índices para registrar la circulación de libros durante los virreinatos.