El conocimiento de la historia de las hablas andaluzas es la mejor y más necesaria base filológica para comprender la historia del español de América en sus años fundacionales. Los textos andaluces y americanos hacen patentes los lazos históricos entre las hablas andaluzas y el español que se difundió y se asentó en América. Estudiar el viaje y el tornaviaje de la impronta léxica andaluza y americana es una tarea esencial de investigación dialectológica y lexicográfica, histórica y sincrónica, para conocer la implantación, la expansión y la pervivencia o no de este léxico.
En el prólogo a su obra Andaluz y español de América: historia de un parentesco lingüístico, Juan Antonio Frago relata la creación de una asignatura denominada «Español de América» en la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla en el curso 1986-1987:
(...) los aprendices de filólogo hispalenses pudieron entrar en contacto con la realidad lingüística americana, y todavía recuerdo con nostalgia las visitas iniciáticas que anualmente alumnos y profesor hacíamos al Archivo General de Indias, en las cuales algunas vocaciones americanistas acabarían despertándose.
(Frago, 1994: 9)
La mía, mi vocación americanista, lo hizo entonces y ha marcado mi carrera y, en cierto modo, mi vida, que me llevó a vivir a La Española, la tierra que oyó por primera vez hablar el español en América y donde se dieron los primeros pasos para la conformación de la personalidad extraordinaria y fecunda del español americano para nuestra lengua común.
La historia del español en las tres orillas del Atlántico, España, Canarias y América se construye con vinculaciones estrechas a partir de finales del siglo XV y sus circunstancias no son en absoluto autónomas. Su estudio, por tanto, debe tener siempre presente estos lazos lingüísticos que dan forma en el devenir histórico y también en el presente a la lengua española. No debemos olvidar que si la península era el punto de partida, al que se suman las Canarias como escala y nueva salida,
(...) durante tres largos siglos los continuos flujos de viajeros hicieron de vasos culturalmente comunicantes entre las dos orillas del Atlántico, junto a otros factores de relación intercontinental en varias direcciones actuantes.
(Frago,1994: 9)
Superado el modelo de interpretación del origen del español americano planteado por Henríquez Ureña y Alonso, la investigación se asienta en la consideración de la evidente base meridional en la constitución del español de América en su etapa fundacional y en la cuantificación y valoración de esa base (Granda,1990: 229). Los índices demográficos (Boyd-Bowman,1977) constatan el porcentaje destacado de la población andaluza en la emigración española a América en el siglo XVI: por encima del 35 % de andaluces, con presencia destacada de sevillanos (58 %) y onubenses (20 %), frente a un 17 % de extremeños, la mayor aportación junto a la andaluza. Debió ser, por tanto, mayoritaria la aportación dialectal andaluza en la constitución de ese español criollizado que es la base del español americano, a la que debe sumarse el papel de la intermediación dialectal canaria en la difusión del componente andaluz y la irradiación del occidentalismo y del lusismo en la realidad dialectal del español de América (Frago,2000: 338). Andalucía y Canarias le dieron forma a la realidad americana a través de sus pobladores, de su forma de ver el mundo, y de su lengua, porque «los mismos vientos arrastraron muy diversas naves» (Alvar,1990: 84).
El conocimiento del desarrollo histórico de las hablas andaluzas y de sus rasgos propios, tanto en lo fonético como en los aspectos gramaticales y léxicos, se ha convertido en la mejor base filológica y más necesaria para comprender la historia del español de América en sus años fundacionales. La investigación en textos andaluces y americanos hace patentes los lazos históricos entre las hablas andaluzas y el español que se difundió y se asentó en América. Gracias a los estudios de Lapesa (1964 y 1985, por ejemplo) y, especialmente, a la minuciosidad y acuciosidad de la labor filológica basada en el expurgo documental de Frago se han anticipado las dataciones peninsulares andaluzas de fenómenos fonéticos que se creían surgidos de manera independiente en ambas orillas del Atlántico, o incluso con posterioridad en tierras andaluzas. En la misma línea, la investigación documental asegura que en el momento en el que se produce el descubrimiento y primera colonización de América ya tenían vigencia muchas de las peculiaridades léxicas del andaluz (Frago,1990: 164). La profundización en la historia de la formación del léxico andaluz es esencial para conocer el grado y la extensión de su aporte al léxico americano.
Que la diferenciación diatópica se extendía al plano léxico ya lo destacó en 1535 Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua:
Si me avéis de preguntar de las diversidades que ay en el hablar castellano entre unas tierras y otras, será nunca acabar, porque (...) cada provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras de dezir (...).
Las condiciones poblacionales, migratorias e históricas que actúan para el trasvase y la implantación de los rasgos fonéticos andaluces empujan el traslado de voces consideradas andaluzas, aunque las influencias léxicas no tuvieron la misma generalización y la proporción de andalucismos léxicos es pequeña en relación con el caudal léxico general del español, a lo que se suma que no todos los andalucismos se trasplantaron y se aclimataron en América (Frago, 1990: 160). Sin embargo, la importancia de la impronta léxica andaluza la reconoce ya lexicográficamente desde la orilla americana Antonio de Alcedo en 1789 en su Vocabulario de las voces provinciales de América, obra que puede considerarse inaugural de la lexicografía del español en América, donde se apunta el origen andaluz de parte del léxico registrado.
Determinar el alcance y la historia de la diferenciación léxica andaluza y, de ahí, su influjo en el léxico americano, puede hacerse solo a partir de fuentes documentales que reflejen adecuadamente variedad sociocultural y temática, más allá de obras literarias o especializadas en la lengua, siempre más apegadas a la norma uniformadora (Frago, 1990: 154-158). Deslindar el origen regional de las palabras usuales en América «es algo que sin remedio trasciende de la descripción sincrónica y entra de lleno en la historia» (Frago, 2003: 293).
En un fenómeno inevitablemente ligado al devenir histórico es esencial el análisis a partir de los textos (Franco, 1990: 240) que nos permiten extraer conclusiones válidas sobre las concomitancias léxicas entre Andalucía y América, «para matizar las evidentes conexiones y no ocultar las discordancias» (Buesa, 1990: 282). Los testimonios literarios o cronísticos, que ofrecen una visión parcial, a menudo mediatizada por la perspectiva purista o personal, deben ceder su preeminencia ante documentos más humildes, como cartas de particulares o documentos notariales y judiciales, que nos pueden dar cuenta veraz de la diversidad diatópica y diastrática del léxico trasplantado a los territorios americanos. Únicamente la dialectología histórica y comparada entre distintas variedades regionales, con especial atención al léxico, permitirá valorar con fiabilidad filológica la influencia léxica andaluza en América.
En la inmensa y compleja orilla americana se avanza notablemente en el conocimiento léxico, —origen, difusión geográfica o estratificación social—. La perspectiva histórica y las fuentes textuales son esenciales para la caracterización de una voz como americanismo, léxico o semántico. Si exceptuamos los préstamos de otras lenguas, especialmente trascendentes los indoamericanismos y, en menor medida, los afroamericanismos; y las voces creadas gracias a mecanismos de composición y derivación, la investigación histórica del léxico americano «exige la referencia comparativa frente al español de España, respecto del cual se habrá verificado una diferenciación» (Frago, 2003: 293), ya sea por la extensión territorial americana, general o parcial, de regionalismos peninsulares, por la conservación de voces que desaparecieron, perdieron vigencia o restringieron su extensión en España, o por la generación de nuevos sentidos americanos de voces patrimoniales españolas.
Cabe aquí insistir en la importancia y la necesidad indiscutible de dos esfuerzos filológicos y lexicográficos esenciales para la historia del español de América. En primer lugar, el Tesoro lexicográfico del español en América, dirigido por los doctores Corbella y Fajardo, de la Universidad de La Laguna; y, por supuesto, el Diccionario histórico de la lengua española, por el que abogamos tantos y que tiene particular trascendencia para la historia del léxico americano:
Es decir, si el español de España está necesitado de un diccionario histórico, tanto más lo precisa su derivación americana, o que sus materiales enriquezcan en adecuada medida y con meditado planteamiento lingüístico un diccionario histórico general de nuestra lengua.
(Frago, 2003: 294)
Si la lexicografía americana ha recorrido un largo camino y tiene por delante todavía un larguísimo trecho, nada comparable al que queda por desbrozar en la lexicografía histórica americanista.
Metodológicamente, el registro y análisis del léxico americano que se emprenda desde una perspectiva sincrónica debe tener muy presente los resultados del abordaje histórico y, especialmente, de los datos extraídos de la documentación textual; solo con la combinación de ambas perspectivas podrán extraerse conclusiones productivas.
Un somero repaso de algunas de las afinidades léxicas entre Andalucía y América que se mantienen en el uso actual puede dar idea de la complejidad de la tarea. Desde la perspectiva sincrónica pueden rastrearse las rutas léxicas históricas de donde parten estas coincidencias. El rigor metodológico exige que estos usos léxicos compartidos sincrónicamente se rastreen no solo en la lexicografía contemporánea e histórica, general y restringida geográficamente, sino en la realidad diacrónica y sincrónica en textos y corpus. Sirva como ejemplo un conjunto de voces cuya ascendencia andaluza ha sido documentada y que perviven en el español americano.
En La lozana andaluza Francisco Delicado menciona como propia del andaluz alfajor, que se documenta ampliamente en América para designar una extraordinaria variedad de dulces. En la misma novela se documenta la voz boronía, para la que se postula el carácter andaluz (Frago, 1990: 162), y que se conserva en Puerto Rico referida al ‘guisado a base de chayote, huevo, jamón, calabaza, tomate y otros productos, todo troceado en pequeños pedazos’, también conocido como alburaniya, y de ahí ‘cualquier cosa hecha añicos’ (DA, 2010, en línea).
Cohollo muestra su raíz andaluza en la adopción de la variante fonética andaluza frente a la tradicional: cohollo por cogollo (Frago, 1994: 127). En el español dominicano y centroamericano se documenta esta palabra con su variante ortográfica cojollo, que reproduce la pronunciación dialectal, con los sentidos de ‘parte alta de la copa de un árbol’ y ‘conjunto de hojas rectas y nuevas sobre la copa de la palma’ (DA, 2010). En el español dominicano se usa formando parte de la locución adjetiva del cojollito ‘(referido a persona), que disfruta de una posición social destacada’ y en la locución verbal estar hasta el cojollito para referirse a ‘estar hasta la coronilla, estar cansado y harto’ (DED, 2013). La voz puya muestra, como la anterior, la impronta fonética andaluza frente a la tradicional púa. En Nicaragua, República Dominicana, Puerto Rico, Colombia y Venezuela se registra con la acepción ‘objeto o parte de un objeto de punta afilada’; y de ahí la ‘punta metálica del trompo’ en Nicaragua, Bolivia y la República Dominicana. De amplia difusión americana es el derivado puyar(se) con el sentido de ‘pinchar con un objeto punzante’, y más específico de uso en Guatemala, Honduras y la República Dominicana ‘poner una inyección’, entre otros sentidos derivados. El adjetivo puyudo se refiere en Honduras, El Salvador, Venezuela y la República Dominicana a un objeto ‘puntiagudo’ (DA: 2010).
Bartolomé de las Casas en 1566 describe el trabajo en las minas de los indígenas de la Española mediante «ciertas como macetas o vasos de barro llenos de agujeros, como suelen ser los albahaqueros en España, por donde, cuando los riegan, se destila el agua», y medio siglo después Cervantes en su Rinconete y Cortadillo (c. 1613) describe el patio de Monipodio donde había «una estera de enea, y en el medio, un tiesto, que en Sevilla llaman maceta, de albahaca», referencia cervantina que muestra cómo a comienzos del XVII todavía maceta no estaba generalizada en el uso peninsular (Frago, 1990: 159).
Frago (1994: 125-128) documenta en protocolos notariales malagueños y sevillanos de finales del siglo XV andalucismos como chinchorro, de uso casi general en América, para designar un ‘arte de pesca que consiste en una malla de arrastre’ y, de ahí, una ‘hamaca tejida en forma de red’ (DA, 2010). En 1650, fray Jacinto de Carvajal en su Descubrimiento del río Apure usa chinchorro como sinónimo de hamaca: «algunas naciones de indios (...) se aprovechan para llamar el sueño de algunas hamacas o chinchorros (...)». En protocolos notariales sevillanos de finales del cuatrocientos se registra el andalucismo bramadero (Frago,1994: 125), que sigue muy extendido en el español de América con el mismo sentido de ‘poste para amarrar el ganado que se desea domar, herrar, curar o sacrificar’ (DA, 2010). El mozarabismo búcaro de los documentos antiguos se refiere a un ‘tipo de arcilla que se extraía en España y Portugal y en las Indias’ y a la ‘vasija que con ella se elaboraba’ (Frago, 1994: 114), de las que las fabricadas en América eran muy apreciadas: «La palabra viajó de España a América, seguramente con mucho apoyo andaluz, y de allí regresó con el aura del exotismo» (Frago,1994: 155).
Los viajes de las palabras reflejan los de aquellos individuos y pueblos que las decían a través de los territorios peninsulares, canarios y la vastedad de las tierras americanas. Nos cuentan de repoblación, de emigración, de contacto poblacional y geográfico, de relaciones comerciales y administrativas, pues todas ellas matizan, transforman y enriquecen la historia del léxico. Los rasgos léxicos del andaluz están vinculados a una «portentosa» complejidad, por geografía, historia, conquista y repoblación (Alvar, 2004: 255). Los occidentalismos que se implantaron en Andalucía y que le aportan carácter a su diferencialidad léxica levantan un eco de «viejas colonizaciones medievales y de una continuada influencia portuguesa» en el andaluz (Frago,1990: 163); la migración andaluza de las primeras décadas del XVI, y la que persistió más adelante, los acarreó hasta América. No siempre podemos deslindar las influencias occidentales, portuguesas, andaluzas y canarias en el léxico americano, porque todas ellas fueron migrando y superponiéndose. Sin duda la presencia en el léxico andaluz de occidentalismos y lusismos facilitó su implantación en el léxico canario y este se sumó a la influencia andaluza en su implantación, extensión y productividad léxica y semántica en el español americano.
Entre estos occidentalismos para los que es posible aducir una implantación andaluza anterior al trasvase americano encontramos estero, en cuyo trasvase y difusión general americana tuvo, sin duda, un papel destacado la presencia andaluza, como en el de tantos otros occidentalismos léxicos, papel apoyado entre otros, en el componente migratorio extremeño o canario (Frago, 2010: 189). Los occidentalismos carozo y corozo, referidos al ‘corazón de la mazorca’, pasaron a designar, en el occidente peninsular y en muchos países americanos, ‘cada una de las partes más o menos duras de frutas’ (DLE 23.6 en línea) y en el Caribe insular y continental ‘varias palmeras y su fruto’ (DA, 2010).
Se aboga por la vía andaluza de penetración en América del occidentalismo rancho, que ya se refería a una ‘vivienda rural’ en Andalucía al menos muy a principios del XVI (Frago y Franco, 2001: 231), acepción desarrollada a partir de la marinera ‘lugar determinado en las embarcaciones donde se aloja a los individuos de la dotación’ (DLE 23.6 en línea). Con el sentido de ‘vivienda pobre, generalmente con techo de paja, que se construye en zonas rurales o fuera de poblado’ es general en América (DA, 2010). En el español dominicano rancho es ‘hacienda ganadera’ y también ‘vivienda precaria’. En esta variedad también existen los derivados rancheta ‘ramada o cobertizo’ y, compartido con Cuba, ranchón ‘construcción rústica de cierta extensión de madera techada de ramas’ (DED, 2010). Se registra la documentación andaluza occidental (Alvar, 2004: 238-239) de lama ‘cieno blando, suelto y pegajoso, que se halla en el fondo del mar o de los ríos, y en el de los recipientes o lugares en donde hay o ha habido agua largo tiempo’ (DLE 23.6 en línea). En amplias zonas del español americano lama se refiere además al ‘musgo’ y al ‘moho que se cría en las superficies metálicas’ (DA, 2010).
El DLE y el Vocabulario andaluz de Alcalá Venceslada (VA) registran el uso del occidentalismo soberado en Andalucía para designar el ‘desván, lugar entablado para colocar o almacenar cosas’. El DA indica las marcas diatópicas de la República Dominicana y algunas zonas de Ecuador y Colombia. Juan de Castellanos, natural de Alanís, en la provincia de Sevilla, canta en sus Elegías de varones ilustres de Indias en 1589: «En alto tiene hecho soberado, /y por sus manos cama donde se echa». En la misma estrofa incluye el poeta sevillano el indigenismo taíno barbacoa, que en Malaret y Morínigo se considera sinónimo de soberado en Santo Domingo, con el sentido que mantiene en el español dominicano ‘camastro hecho de tablas’ (DED, 2010): «Alguna vez también hemos hallado/en árbor alto barbacoa hecha».
Occidentalismo, con impronta andaluza y canaria, es el mozarabismo trapiche, que en el español de América sigue vivo para referirse al ‘molino para procesar la caña de azúcar’ y por extensión al ‘conjunto de las instalaciones y máquinas donde se procesa la caña de azúcar’; y especializado en otras áreas mineras, como Bolivia, Chile o Argentina, para designar al ‘molino de mineral’ (DA, 2010).
Entre las voces para las que el VA y el DLE coinciden en atribuir un uso andaluz y cuyo uso americano está documentado con extensión variable, tanto en este diccionario como en el DA, encontramos empella, con la acepción ‘manteca de cerdo’, compartida entre Andalucía, el Caribe insular y México, y que genera en el Caribe el sentido ‘pliegue de grasa que se acumula sobre todo en la cintura’ (DA, 2010). Traste, en el sentido de 'trasto, utensilio casero', tiene una amplia difusión en el Caribe insular y continental. Fray Pedro Simón en 1627 nos cuenta en la Primera parte de las noticias historiales de tierra firma en las Indias Occidentales que «el dormir de los indios es entre ollas y otros trastes de cocina». La acepción andaluza de agujeta para designar el ‘alfiler largo usado para sujetar el sombrero femenino’ (VA,1951) se mantiene en el español venezolano y dominicano; además ha desarrollado en América el significado de ‘aguja de tejer o de hacer punto’ (DLE 23.6 en línea).
Andancia, marcada geográficamente como andaluza con el sentido ‘acción y efecto de andar, de ir de un lado a otro’ (DLE 23.6 en línea), se usa con el mismo significado en la República Dominicana, México y Panamá. La acepción de embonar registrada como de uso andaluz por el VA y el DLE ‘empalmar o unir algo con otra cosa’ se documenta en México, Cuba, Ecuador, Perú o la República Dominicana; se registra además con el sentido de ‘encajar, ajustarse, caer bien una cosa, como el sombrero, la ropa o el calzado’ (DA, 2010). Dormida, en el sentido de ‘lugar donde se pernocta', que registran el VA y el DLE con marca diatópica andaluza, se documenta también en América, aunque con pérdida de vigencia. El Inca Garcilaso de la Vega, ejemplo de viaje y tornaviaje americano, escribió en 1604 en sus Comentarios reales:
Assí entraron en una venta o dormitorio pequeño que esta siete, o ocho leguas al medio día desta ciudad, que oy llaman Pacarec Tampu, que quiere dezir venta o dormida que amanezce. Pusole este nombre el Inca porque salio de aquella dormida al tiempo que amanescía.
Estilar, con el sentido de ‘destilar’ o ‘rezumar’ lo registra el VA y con el mismo sentido lo incluye el DLE, con marca de desusado en Andalucía y Salamanca, y muy extendido en el español americano. La protagonista de La lozana andaluza de Francisco Delicado nos habla en 1528 de un líquido que «(...) es un licor para la cara, que (...) agora se acabó de estilar (...)». En documentos administrativos de la Capitanía general de Chile de 1653 se documenta una «piedra de estilar» (Chile, año 1653, documento administrativo, CORDIAM); en el Cautiverio feliz de Francisco Núñez de Pineda se encuentra en 1673 «(...) ¿los montes no estilan de sus ramas la dulsura, y los serros y collados despiden leche y miel con abundancia (...)?».
DLE y VA registran futre como de uso andaluz para referirse a la ‘persona vestida con atildamiento’. El mismo sentido lo encontramos en la República Dominicana, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Bolivia y Ecuador. El chileno Alberto Blest lo incluye en su novela Martín Rivas en 1862 para referirse a un joven que huye de los vendedores y al que tachan de tener «traza de futre pobre». Mudada, con la acepción de ‘mudanza de casa o de lugar’ se registra en el DLE como uso andaluz y cuasi general en América, mientras que el VA lo localiza como sevillano. Pedro de Aguado la usa en este sentido en 1573 en su Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada «(...) por entender que a todos les estava bien la mudada del pueblo, vinieron en ello (...)».
Con el sentido de ‘colgar, suspender algo o a alguien sin que llegue al suelo’ el DLE marca guindar como canario, antillano y extendido por gran parte de Centroamérica; el VA incluye su uso andaluz con el mismo sentido. En el español dominicano el DED documenta su gran productividad en derivados como arreguindarse, con el mismo sentido, o desguindarse ‘bajar de un sitio alto’; también en locuciones verbales como guindar los guantes o guindar los tenis ‘morirse’.
Entre las coincidencias léxicas andaluzas y americanas hay algunas voces registradas en el VA y que, en distinto grado y con distinta difusión, se encuentran en el español de América. Por ejemplo, este diccionario registra conduce para designar el ‘documento que se expide para el libre transporte de mercancías’. El DA incluye la acepción ‘documento en el que se hace constar la mercancía que se entrega’ para el Caribe insular, que corrobora el DED para el español dominicano. El VA registra la acepción andaluza de ahilar ‘salir de rondón’. El DED registra esta voz, con las variantes ortográficas ahilar/ajilar, que reflejan el fonetismo meridional, con el sentido de ‘irse, marcharse de prisa’.
Amachorrarse, con el sentido de ‘tener la menopausia’ se registra en el VA, un uso andaluz que no registra el DLE. En el español dominicano, puertorriqueño, nicaragüense y mexicano se usa con la acepción de ‘volverse estéril un animal o una planta' (DA, 2010). Traspuntearse se registra en el VA con la acepción ‘enemistarse, enfriarse una relación de amistad’. En el español dominicano traspuntado significa ‘malhumorado, enfadado’ y estar traspuntado se refiere a ‘tener mala relación con alguien’ (DED, 2013).
Las abundantes afinidades léxicas andaluzas y americanas son patentes en la pervivencia de voces patrimoniales que han ido desapareciendo con el tiempo en la península o permanecen en ella vivas solo regionalmente; esas que tradicionalmente se describen como arcaísmos, consideración que debe abandonarse, puesto que esta calificación «es impropia para palabras vivas que hoy se siguen diciendo en Andalucía y en otros territorios de España e Hispanoamérica» (Buesa, 1990: 277). Pero también es patente el carácter innovador del español de América, precisamente en el aprovechamiento de los recursos de la composición y la derivación para la creación léxica y en el surgimiento de nuevas acepciones para palabras patrimoniales, mediado por las circunstancias poblacionales, históricas y culturales de las distintas áreas americanas. A este fondo patrimonial se suman las palabras procedentes de las lenguas indígenas, generales o no, y con diversa presencia condicionada por factores históricos y de contacto lingüístico, y, en menor medida, por razones históricas y culturales, la influencia africana surgida de la trata esclavista.
Precisamente los indoamericanismos evidencian el reflejo que todo lo americano tuvo en la vida andaluza como consecuencia de un intenso trajín de ida y vuelta, que estableció vínculos que acercaron a Andalucía los productos y las realidades americanas y con ellas sus nombres. Los indoamericanismos en las hablas andaluzas son «capítulos últimos de viejas peripecias indianas» (Frago, 1994: 139) El médico y botánico sevillano Nicolás Monardes se propuso desde 1565 tratar de los nuevos productos indianos y su posible aplicación medicinal considerando que su labor se veía favorecida por su residencia sevillana:
Y como en esta ciudad de Seuilla, que es puerto y escala de todas las Indias Occidentales, sepamos dellas más que otra parte de toda España, por venir todas las cosas primero a ella, do con mejor relación y con mayor experiencia se saben.
Entre los indoamericanismos afincados en el medio andaluz, especialmente occidental, ya en el XVII se documentan, entre otros, el caribe caoba; los taínos carey, ceiba y nagua/enagua; o, del nahualt, cacao, chocolate, jícara y aguacate (Frago, 1994: 142-144). Los préstamos prehispánicos viajan también a bordo de las cartas de los emigrados a Indias. Hernando de Cantillana le escribe a Sevilla a su mujer, Magdalena de Cárdenas, detallándole unas mercancías que le envía, con las que viaja también una palabra taína: «(...) mas vn amaca chiquita y vn papagayo grande (...)» (Fernández, 2009: 71).
Es indiscutible que «las fuentes lexicográficas sirven, junto con las citas de obras literarias, como índices de acceso y difusión de estas voces» (Ariza, 2011: 11). Elio Antonio de Lebrija fue el responsable de que por primera vez un indigenismo americano apareciera registrado en un diccionario de la lengua española. Entre las entradas de su Vocabulario español latino encontramos la palabra canoa. Lebrija estaba al tanto de la existencia de estas nuevas palabras en el español y su registro da idea del grado de implantación que este vocabulario prehispánico iba adquiriendo en el uso.
Las creaciones literarias también se hacen eco de los préstamos prehispánicos que se iban imbricando en la lengua española. En Juan de Castellanos podemos leer innumerables términos prehispánicos antillanos (destacados en cursiva): taínos (guama, yuca, maíz, hamaca, bohío, mamey); caribes (auyama, corí, anón, macana); arahuacos (batata, cazabe, manatí, guayaba); y algunos de origen antillano, pero cuya lengua madre no se ha podido determinar (guaraquinaje, pitahaya, guanábana, guare).
El bohío taíno se mantiene con su primigenia aspiración en el bujío ‘vivienda pobre y pequeña’ incluido por Alcalá Venceslada en su Vocabulario Andaluz. En este mismo diccionario se registra el guayabo ‘jovencita’. Muy presentes siguen en Andalucía las taínas naguas o enaguas, ya sea como ‘falda bajera’ o como ‘ropa o falda de la mesa de camilla’. El cordobés Luis de Góngora utiliza la voz taína enaguas en este romance jocoso y de picante doble sentido:
Al guardainfante perdono
y me meto en las enaguas,
por açercarme a la fuente
que al mediodía se halla.
Frago analiza la antigüedad del arraigo andaluz del tainismo huracán reflejada en el mantenimiento de la aspiración /h-/ originaria en algunos resultados registrados por el Atlas lingüístico y etnográfico de Andalucía (ALEA) (Alvar, 1963). Del mismo ALEA destaca la presencia del préstamo quechua cancha para referirse a la ‘cuesta de un monte’ en los pueblos gaditanos de Facinas y Jimena de la Frontera (Frago, 1994: 139).
Alcalá Venceslada registra el caribe caoba para referirse en el habla de Cádiz al ‘hombre haragán o descuidado’; la canoa como el ‘vagón minero’ en la zona onubense de Riotinto; batato, batata, ‘persona gruesa y de baja estatura’ y ‘hombre rústico’. En el español dominicano se registra para esta voz el sentido de ‘persona incompetente, estúpida’ y el adjetivo abatatado para referirse a la persona ‘torpe, poco inteligente’ y ‘gruesa, pequeña y de modales toscos’ (DED, 2013). Recoge también el VA la voz caribe macana ‘en el comercio, objeto pasado de moda o deteriorado, cuya venta es difícil’. Esta palabra se documenta en texto notarial sevillano de 1510 para dar testimonio del contenido de una caja en la que, entre otras cosas se encontraron «seys jarros de barro de las Yndias, dos hamacas» y «una macana» (Frago,1994: 147). Si el trasvase es importante, lo es más aún el proceso de adaptación del léxico a la nueva realidad humana y cultural. Este proceso se observa desde temprano en la generación de nuevas acepciones para las palabras patrimoniales en América y para los indoamericanismos en España.
El léxico conserva y refleja vestigios de las relaciones que se establecen entre distintos territorios. La impronta andaluza en la realidad léxica americana es innegable; también es innegable la impronta léxica americana gracias al tornaviaje. Tenemos pendiente una tarea esencial de investigación dialectológica y lexicográfica, histórica y sincrónica, que nos oriente en la documentación americana desde los lejanos años fundacionales y que persiga con afán la documentación textual de la implantación, la expansión, la derivación, la ampliación semántica y la pervivencia o no de este léxico. Si de historia se trata, de la historia de la interdependencia humana de ambas orillas, y con ella de su flujo y reflujo léxico, de sus viajes y tornaviajes, el valiosísimo acervo documental andaluz e indiano, también los documentos más humildes, tienen que convertirse en el fundamento para el conocimiento cabal del léxico andaluz e hispanoamericano, para rastrear la historia y el alcance de la implantación de los indoamericanismos entre los hablantes, es decir, «la real dimensión social de cada préstamo» (Frago,1994: 152).
María Vaquero, lingüista zamorana, puertorriqueña de adopción, escribió que el léxico antillano
(...) ha fundido todas las sangres en la sabia del tronco patrimonial. Su originalidad responde el mestizaje de una voz robusta que sabe hacer suyos todos los ecos.
(Vaquero, 1996: 67)
Esos ecos que llegaron a Antonio de Lebrija, quien vio la luz cerca del Guadalquivir y entrelazó su vida con las palabras y las palabras con el conocimiento, y nos legó a los hablantes de español un diccionario en el que se podía intuir lo que la lengua española llegaría a ser a partir de ese momento histórico en el que se fue tejiendo, con nudos marineros, la red de palabras, de tierras, de gentes y de tiempos en la que se ha convertido la lengua española.