El español dominicano y los indoantillanismos: integración y pervivencia María José Rincón González
Academia Dominicana de la Lengua / Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía (República Dominicana)

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Resumen

Los préstamos indígenas prehispánicos fueron tempranos en el español dominicano. La investigación de los indigenismos en el español dominicano nace a finales del XIX de su consideración como rasgo identitario esencial de la dominicanidad y se convierte en el origen de la lexicografía dominicana. Conocer su proceso de implantación y, en su caso, de generalización, así como su pervivencia y difusión en el español hablado en el Caribe, es esencial para caracterizar las variedades antillanas de la lengua española.

La lengua española guarda pequeños tesoros cargados de historia y de presente que las lenguas antillanas prehispánicas le han legado a su caudal léxico. La complejidad de la realidad lingüística americana a la llegada de la lengua española y de su proceso de contacto constituye un patrimonio histórico y cultural de valor incalculable, no solo para la propia historia de las lenguas originarias americanas, sino para la historia de la lengua española, y, de mayor importancia aún, para el presente y el futuro del español en América.

Las Antillas son el escenario del primer encuentro entre lenguas de una y otra orilla del Atlántico, entre el español y las lenguas de las familias arahuaca y caribe. Sus palabras son las primeras en tomarse prestadas y las que antes se consolidan en el español que empieza a hablarse en América. La impronta léxica de las lenguas indoantillanas en el español del Caribe se extiende en algunos casos al español americano e, incluso, se convierten en las primeras palabras en atravesar el mar en un viaje de vuelta con destino a la lengua española que se habla en España y las primeras en dejar una huella americana en otras lenguas europeas.

La vida de las lenguas indígenas de las Antillas Mayores se extingue junto a la de sus hablantes y ya a mediados del XVI se certifica su práctica desaparición. Esto supone que las voces indoantillanas registradas en la documentación colonial y las finalmente incorporadas en la lengua española son las únicas huellas históricas que nos quedan de ellas.

Esta realidad histórica, sumada al desinterés por la redacción de obras que describieran estas lenguas, de obras catequísticas para sus hablantes y de la pérdida de un casi legendario vocabulario del taíno compuesto por fray Domingo de Vico, obliga a estudiarlas a partir de los testimonios parciales y teñidos por el español, que ya nacía americano, de los documentos coloniales, que apenas dejan margen a su interpretación lingüística (Frago y Franco, 2003: 145), pero que se convierten en la fuente primordial de datos, aunque no exclusiva, sobre las lenguas prehispánicas del archipiélago antillano; textos administrativos, históricos, geográficos o naturalistas que, al hilo de la descripción del Nuevo Mundo, se refieren también a su realidad lingüística, a veces de forma incidental y rudimentaria, a veces con verdadera perspicacia filológica, para convertirse en una valiosa aproximación al panorama lingüístico del Caribe insular, aunque no llegue a corresponder con la complejidad plurilingüe del espacio antillano prehispánico, con contactos e influencias constantes entre hablantes de distintos grupos étnicos (Jansen, 2015a: 18).

La lengua española se vio obligada a estar a la altura de la histórica irrupción de la realidad americana, un primer contacto que perdura en una relación prolongada con una realidad geográfica, natural y humana desconocida para ella hasta entonces. El dominio del nuevo medio se logra y se representa también a través de las palabras. Nuevas palabras y nuevas acepciones de las palabras de siempre son la respuesta de la lengua española a la necesidad de nombrar, y con ellas se desarrolla desde la etapa fundacional la personalidad léxica propia del español americano: «desplazada la lengua de su mundo, ha necesitado ambientarse y adaptarse a su tierra de adopción» (Alvar, 1972: 52). Los mecanismos lingüísticos se activan, desde la adaptación de lo propio a la adopción de lo ajeno; incluso la combinación de ambas soluciones, como en los dobletes de términos patrimoniales e indoantillanismos que acaban convertidos en sinónimos con distintas distribuciones sociales y geográficas: palo santo y guayacán taíno, picaflor o zumbador y colibrí caribe.

El conocimiento de las lenguas antillanas prehispánicas y de su historia es esencial para la descripción del componente léxico indígena de las variedades del español en el Caribe; en el caso del español dominicano, resulta de una relevancia indiscutible tanto para trazar su historia léxica como para su adecuada descripción sincrónica.

El reconocimiento de la variedad dominicana del español da sus primeros pasos en el último tercio del siglo XIX precisamente gracias al estudio de las huellas de los indigenismos antillanos y, en menor medida, de los afronegrismos. La diferencialidad léxica se aprecia en esta fase en las palabras cuyo origen no era patrimonial castellano. Para ellos se deja de lado la tradicional voluntad correctora y el purismo que, sin embargo, es patente respecto a la diferenciación semántica o a la creación léxica dominicana a partir del componente patrimonial.

En la República Dominicana la lucha por la creación de una república independiente de Haití y de España refleja las grandes líneas del pensamiento hispanoamericano del siglo XIX. La formación de un Estado y de una identidad nacional representa para la recién nacida República Dominicana un esfuerzo por definir y delimitar unas características que la diferenciaran tanto de Haití como de la metrópoli peninsular. La asunción de la lengua como rasgo identitario esencial de la dominicanidad, aún presente en la cultura dominicana, se intensifica en el proceso de la Independencia precisamente por convertirse en un valor cultural diferenciador del francés y del criollo haitiano. Con este impulso, el pasado prehispánico indígena, ligado inexorablemente en el español dominicano a la lengua española, se redescubre y se revaloriza.

En el caso del español dominicano estudiar la historia del léxico prehispánico se vincula de manera extraordinaria con la investigación de la historia de la lexicografía dominicana, puesto que, el nacimiento de esta disciplina está estrechamente ligado a los esfuerzos por registrar los indoantillanismos, al hilo de la revalorización del pasado prehispánico que toma fuerza en el XIX. A pesar de sus carencias técnicas y metodológicas, destaca la existencia y número de estas producciones como ilustradoras del valor otorgado al componente indígena «como punto de referencia identitario en los discursos metalingüísticos antillanos» (Jansen, 2015b: 76).

Esta línea indigenista de registro lexicográfico nace en la República Dominicana en 1876 con el «Catálogo de los nombres propios del idioma haitiano que quedan en uso, enriquecido con la nomenclatura de las voces cuyo significado se recuerda por tradición», glosario incluido en las Memorias para la historia de Quisqueya, publicado por el historiador dominicano José Gabriel García. A este se suma el vocabulario, otro ejemplo de esta interesante lexicografía escondida, que aparece en Quisqueyanismo, obra publicada en 1900 por el historiador Rodolfo Domingo Cambiaso, que continúa en la misma línea con su Pequeño diccionario de palabras indo-antillanas de 1916. Alba (2004: 169) postula que muchos de estos términos registrados a partir de fuentes documentales podrían corresponder a indigenismos olvidados en el uso y revividos por la misma literatura indigenista dominicana de Félix María del Monte, José Joaquín Pérez y Gastón F. Deligne.

Con el aporte del magisterio filológico de Henríquez Ureña en su obra Para la historia de los indigenismos (1938), dedicada al legado lingüístico indígena, este protagonismo indigenista en la lexicografía dominicana se asienta con las Palabras indíjenas de la isla de Santo Domingo, obra de Emiliano Tejera con adiciones de su hijo Emilio, publicada por primera vez en Santo Domingo en forma de libro en 1935. De las afirmaciones de Emilio Tejera en la introducción se calibra la trascendencia histórica y cultural que otorga al léxico indígena, que, desde tierras antillanas, pasó a formar parte de la lengua española no solo en América sino en Europa:

(…) quiso el destino que muchas de sus palabras, además de las que se incorporaron al español de Santo Domingo, se esparcieran por toda la América hispánica. (…) Muchas de esas voces (…) llegaron hasta España, de tal modo, que los millones de habitantes de las tierras donde señorea el noble idioma de Castilla pronuncian cada día las mismas palabras que usaban hace siglos los primitivos moradores de esta isla.

(Tejera Penson,1935: VIII-IX)

El análisis metalexicográfico de su lemario, a pesar de sus evidentes deficiencias de método, aporta información relevante, tanto para los documentados por Tejera en fuentes escritas como, con relevancia especial, para los que se registraban en uso en el español dominicano en el momento de la redacción de la obra:

Para preparar este trabajo me he servido principalmente de las palabras indíjenas que mi padre copió en el curso de sus lecturas, i de las recojidas por él entre las que todavía se usan en Santo Domingo.

(Tejera Penson, 1935: V)

Estas voces copiadas en el curso de las lecturas, voces cuyo uso quedó limitado a los textos históricos que los registraron en época colonial, acarrean la dificultad de su lematización. Tejera lo hace conservando la misma forma en que aparecen en las fuentes históricas que maneja, sin que pueda determinarse con certeza el grado de su inevitable hispanización. Las variantes gráficas se suceden, producto de la caracterización lingüística e histórica propia de este léxico. A esta variación gráfica, posiblemente relacionada con fenómenos fonéticos de las mismas lenguas indígenas de origen, se añade que, al tratarse de voces adaptadas desde una lengua que no estaba dotada de escritura, en su representación gráfica castellana experimentaron los fenómenos fonéticos y gráficos que estaban teniendo lugar en la lengua española durante la etapa inicial del español americano, lengua de redacción de las fuentes. Mártir de Anglería pudo ser testigo de la llegada a España de los primeros indígenas americanos y en sus Décadas del Nuevo Mundo leemos sobre la transcripción de las palabras prehispánicas antillanas:

Así, abrazándose el uno al otro, Colón mandó darse a la vela para volver a España, trayéndose consigo diez hombres de aquellos, por los cuales se vio que se podía escribir sin dificultad la lengua de todas aquellas islas con nuestras letras latinas.

(Mártir de Anglería, 1511-1550: 9-10)

En el caso del registro de palabras vigentes en el español dominicano a esta transcripción y adaptación histórica se suman los rasgos propios de la variedad dialectal –seseo, aspiración, yeísmo, etc.– desarrollados desde la misma etapa fundacional y mantenidos hasta la sincronía del diccionario que los registra. Esta complejidad gráfica y fonética del indoantillanismo se manifiesta en los primeros diccionarios que los registran en la ausencia de homogeneidad macro y microestructural en el tratamiento de las variantes, que muestra en muchos casos la incomprensión de determinados fenómenos gráficos y fonéticos, y que ocasiona con frecuencia la consideración como palabras independientes de variantes gráficas o fonéticas de la misma palabra.

La lexicografía dominicana, tardía en relación con las producciones diccionarísticas del entorno antillano, se caracteriza por fundamentarse en la obra personal de lexicógrafos improvisados, aficionados con muy distintos grados de dominio lingüístico o especialistas en otras disciplinas, que adolecen de carencia de rigor metodológico lexicográfico. Aunque sus obras, los glosarios y diccionarios de indigenismos prehispánicos, aúnan «junto al dato riguroso y el análisis adecuado, el subjetivismo y la improvisación» (López Morales, 1980: 87), su análisis debe realizarse sin renunciar a la comprensión del diccionario en su condición de producto lexicográfico histórico, anclado en unas circunstancias históricas, sociales y bibliográficas concretas. Su aporte es esencial para la comprensión del proceso de concienciación sobre la diversidad léxica dominicana nacido en el último tercio del XIX y de los vínculos de esta variedad dialectal con otras variedades antillanas y caribeñas.

La lexicografía precientífica contribuye con valores interesantes relacionados con la historia de la lengua, desde el registro de un término a la datación de su uso, desde apuntes sobre su alcance geográfico hasta indicaciones sobre su valoración social. Solo un estudio metalexicográfico riguroso, desde una perspectiva crítica, puede evaluar y catalogar estos datos, más aún en el caso de los indigenismos, que suman a su dificultad de fijación etimológica y documental la ausencia de una historia de su difusión geográfica y social. El conocimiento del registro lexicográfico de este léxico puede ayudar a dibujar su historia, aportar datos relevantes para valorarla diacrónica y sincrónicamente en su justa medida, y para calibrar el alcance de su pervivencia.

La lexicografía del indigenismo, con sus luces y sus sombras, contribuyó al reconocimiento y la valoración de la diferenciación léxica dominicana y supuso un impulso para su investigación y registro, aunque fuera de forma y con resultados rudimentarios. Al contrario que lo que sucedía con las voces de raigambre indígena, el interés por la expresión criolla de raíces hispánicas es más tardío y aparece siempre imbricado con el criterio purista de censura de todo lo que se aleje de una idea de lo español peninsular, establecido siempre como punto de referencia normativo. Muestra germinal de este interés y de esta actitud es el Diccionario de criollismos publicado por Rafael Brito en 1930 con la intención de registrar usos y peculiaridades del español hablado en la región del Cibao, tradicionalmente considerada, por sus características geográficas e históricas, como generadora de «singularidades de forma y de significado» (Henríquez Ureña,1940: 38).

El interés por el registro de las voces prehispánicas se mantiene a lo largo del siglo XX; lo demuestra Emilio Tejera con la publicación en 1977, como continuación y ampliación de la obra de su padre, de los dos volúmenes de Indigenismos. El ejemplo más reciente de lexicografía indigenista es Voces de Bohío. Vocabulario de la cultura taína, de Rafael García Bidó, publicada en 2010 por el Archivo General de la Nación.

Está aún por hacerse el registro, deslinde y seguimiento histórico del léxico indoamericano en el español dominicano. Para llevarlo a cabo resulta imprescindible aunar conocimientos filológicos de las lenguas indoantillanas, de historia y de dialectología de la lengua española para el expurgo documental y para el análisis adecuado de los datos obtenidos. El estudio de las fuentes documentales no puede circunscribirse a las obras cronísticas y literarias, que aportan «testimonios parciales y teñidos por la lengua española» (Frago García y Franco Figueroa, 2003: 145); a estas deben añadirse las fuentes lexicográficas, vocabularios y diccionarios, que «sirven, junto con las citas de obras literarias, como índices de acceso y difusión de estas voces» (Ariza, 2011: 11); y, especialmente, debe prestarse mayor atención a fuentes documentales americanas más humildes como las cartas y los repertorios notariales, sin perder de vista que cada tipología textual aporta datos diferentes que deben ser evaluados y valorados con la metodología adecuada.

Desde una perspectiva diacrónica, estas fuentes darán cuenta del proceso de implantación del préstamo indoantillano y de la progresiva desaparición del recurso a la explicación parafrástica y al doblete sinonímico que acompañan en las primeras menciones al indigenismo, como forma de facilitar la comprensión de unos vocablos hasta entonces desconocidos en español y con los que los destinatarios de los primeros documentos indianos no estaban familiarizados. Cristóbal Colón describe en el Diario de su primer viaje unas embarcaciones particulares de los indios: «(…) halló una caleta, en que vido cinco muy grandes almadías que los indios llaman canoas, como fustas, muy hermosas, labradas». El tainismo canoa, que resultaba incomprensible para quien leyera el texto, se acompaña de los sinónimos parciales almadía, palabra de origen árabe hispano para designar una ‘nave de remo de una sola pieza’, y fusta, ‘buque ligero de remos y con uno o dos palos, que se empleaba con frecuencia en exploraciones’ (DLE, 23.6 en línea). Se registran (Arango, 1992: 56) en este primer diario los tainismos bohío, yuca, hamaca, cacique, caribeo maíz.

Si no se tiene a mano una palabra que pueda considerarse sinónima, aunque sea de forma parcial, el cronista incluye el préstamo indígena y le añade una explicación destinada a aclarar su significado. Así lo hace Gonzalo Fernández de Oviedo cuando incluye la voz taína hamaca:

E como en aquella tierralos christianos acostumbran andar mucho al campo está esto muy provado, y luego que hallan hobos cuelgan debaxo d'ellos sus hamacas o camas para dormir.

En las cartas de las gentes de a pie entre la orilla americana y la española unas pocas palabras antillanas de origen taíno o caribe, perfectamente adaptadas, son la prueba de que el español ya nunca volvería a ser el que era antes de su llegada a América. Casi la mitad de los indigenismos encontrados en el corpus de Cartas de particulares en Indias del siglo XVI , publicado por Fernández Alcaide,

(…) son palabras muy bien asimiladas de origen taíno o caribe (cacique, caimán, canoa, hamaca, maíz). De esta manera, se confirma otra convicción bien asentada entre los estudiosos sobre la importancia de la primera etapa de colonización en el proceso de la formación de la variante americana del español (…).

(Grützmacher, 2016: 258)

Hernando de Cantillana le escribe a Sevilla a su mujer, Magdalena de Cárdenas, detallándole que le envía junto con la carta «(…) vn amaca chiquita y vn papagayo grande (…)» (Fernández Alcaide, 2009: 71 del corpus). Alonso de Herrojo le cuenta a su mujer, Teresa González, vecina del pueblo pacense de Reina, que un accidente le ha impedido regresar a España: «(…) esto muy maltratado y coxo q no puedo caminar q a misa me llevan cargado en una hamaca quatro o çinco hombres (…)» (Fernández Alcaide, 2009: 97 del corpus). Un clérigo apellidado Quirós describe el transporte de ropa a bordo de canoas:

(…) de manera q la ropa q hemos desembarcado (…) la han de lleuar los indios acuestas estas dos leguas y despues se ha de tornar a embarcar en canoas qes harto trabajo (…)

o los aprestos para el bautizo del hijo de un cacique:

(…) teniendo el cacique (…) vn hijo de tres años muy enfermo (…) a hecho instancia q se le fuessen a baptizar (…).

(Fernández Alcaide, 2009: 895 y 896 del corpus)

Indicios de su implantación lo da la progresiva desaparición de explicaciones y sinónimos hispánicos.

Ninguno de los que escriben las cartas se entretiene en aclarar el significado de los indigenismos; bien porque ya eran conocidos por sus destinatarios, bien porque los utilizan sin darse apenas cuenta. Fray Pedro Simón explica cómo los nuevos vocablos tomados de los indios americanos se usan

(…) tan de ordinario que ya los han hecho tan Españolizados, que no nos podemos entender acá sin ellos, ni declararnos en las historias sin introducirlos.

(Simón, 1627: 51)

Dominar, y aprovechar, el nuevo medio antillano pasaba por buscar la forma de contarlo. El léxico patrimonial y su adaptación se quedan cortos para referir una nueva realidad difícil de nombrar sin recurrir a la adopción de términos indígenas. Para describir las llanuras extensas y poco arboladas el español acude a la sabana caribe; el tainismo manigua se adopta para designar el terreno poblado de una vegetación espesa, mientras que el taíno conuco describe una nueva forma de plantación agrícola. El cayo arahuaco nombra las islas arenosas del mar Caribe. Si el mar lo pueblan el manatí, caribe o arahuaco, y el taíno carey, el dajao, que comparte su origen taíno, nada los cursos de agua dulce. El monte no sería el mismo sin la hicotea y el guabá taínos o la hutía arahuaca; mucho menos sin la pequeña luz del cocuyo caribe, el azote del jején y el comején arahuacos o sin la comezón de la nigua taína, mientras desde el cielo los otean el totí y el guaraguao caribes. Si de alimentación se trata, los caribes auyama y jobo; los taínos ají, maní, guanábana, hicaco o mamey; y la guayaba arahuaca, aunque no hayan traspasado la frontera léxica del español general, siguen vivos en variedades dialectales insulares caribeñas. El proceso enriquecedor del caudal léxico del idioma es imparable; los hablantes necesitan una lengua que responda a sus necesidades y la lengua se adapta a ellas inexorablemente.

Las nuevas palabras ya están estrechamente ligadas a su manera de hablar español. Y es precisamente esta ligazón la que las hace entrar en los diccionarios. Un repaso por cuatro de estas obras puede dar idea del grado y la datación del trasvase de estos préstamos al español general. A Elio Antonio de Nebrija le debe el español, entre tantas otras cosas, el registro del primer indigenismo americano en un diccionario de la lengua española: encontramos canoa entre las entradas de su Vocabulario español latino en 1495 (¿?). Los indigenismos antillanos prehispánicos, siguiendo el camino abierto por Nebrija, empezaron pronto a incluirse en los diccionarios como entradas castellanas: en el Vocabulista arávigo en letra castellana de fray Pedro de Alcalá, impreso en Granada en 1505, o en el Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana, publicado en Sevilla en 1570 por Cristóbal de las Casas. El gramático y lexicógrafo Richard Percival publica en 1591 la Bibliothecae hispanicae pars altera. Containing a Dictionarie in Spanish, English and Latine, un diccionario trilingüe (español, inglés, latín), que considera muy útil para el aprendizaje de la lengua española, en el que se registran como plenamente incorporadas a la lengua española las voces taínas ají y hamaca y las caribes bejuco y cacique.

En 1611 Sebastián de Covarrubias incluye entre las entradas del primer diccionario monolingüe del español, el Tesoro de la lengua castellana o española,trece indigenismos americanos, entre los que se encuentran los antillanismos prehispánicos taínos caimán, canoa, hamaca, huracán, maíz y tuna, y el caribe cacique.

Fray Pedro Simón añadió en 1627 a sus Noticias historiales de la conquista de Tierra Firme en las Indias Occidentales una «Tabla para la inteligencia de algunos vocablos desta Historia». El paso de Simón por Santo Domingo en 1607 hace que su recopilación, cargada de voces indígenas con amplias descripciones, sea muy valiosa para la historia del español dominicano. Está pendiente el estudio del papel de los religiosos en la difusión de los indigenismos antillanos prehispánicos puesto que ellos

(…) fueron quienes más estrecho contacto mantuvieron con los pueblos indígenas y los que mejor conocieron la geografía indiana por los frecuentes cambios en sus destinos misioneros.

(Frago García, 1992: 5)

El expurgo con criterios filológicos de los textos es solo el punto de partida para la necesaria profundización en el estudio diacrónico de esta parcela léxica y para la determinación cierta del origen indoantillano de estas voces, a la que podrá ayudar la aplicación combinada de los tres criterios que Jansen (2015b: 79-83) propone para los tainismos: a) un criterio distribucional, determinado por la aparición de la palabra en textos cronísticos redactados en las Antillas hasta la primera mitad del siglo XVI, o, para las palabras no documentadas textualmente, por su presencia en el uso actual concentrada en una o varias de las islas del Caribe; b) un criterio fonético, que compara la compatibilidad de la fonética de la palabra con el inventario de fonemas de estas lenguas; y c) un criterio comparativo, que analiza si la palabra posee cognados en el lokono o en el caribe insular.

Determinada su etimología con cierto grado de rigor metodológico, queda estudiar su historia, la biografía de cada palabra desde su adopción hasta su adaptación parcial o plena, su difusión geográfica y social en el español general o en alguna de sus variedades diatópicas, y, por descontado, su evolución semántica a lo largo del tiempo.

Una prueba innegable del grado de integración de los indoantillanismos es el nivel de mimetismo con la lengua española, sobre ellos actúan los mismos procedimientos de creación léxica que sobre las palabras patrimoniales, adquieren nuevas acepciones o entran a formar parte de locuciones y frases hechas. El sustantivo caribe cacique pasó de designar al ‘gobernante o jefe de una comunidad o pueblo de indios’, que era su sentido en lengua caribe, y el primero que tuvo en la lengua española cuando se adoptó, a designar a la ‘persona que en una colectividad o grupo ejerce un poder abusivo’; de un origen local a un uso general. Ha generado el femenino cacica, morfológicamente español, y los derivados cacicazgo ‘condición de cacique, ‘territorio en el que manda un cacique’; cacicatura ‘autoridad o poder del cacique de un pueblo o comarca’; cacicada ‘acción arbitraria propia de un cacique o de quien se comporta de igual modo’; caciquear ‘intervenir en asuntos usando indebidamente autoridad, valimiento o influencia’; o caciquil ‘perteneciente o relativo al cacique de un pueblo o comarca’ (DLE, 23.6 en línea). Sobre la base léxica hamaca el español ha creado los derivados hamaqueada ‘zarandeo que se da a una persona’; hamacar o hamaquear ‘mecer, dar impulso a alguien que se encuentra en una hamaca o columpio’, ‘mover algo o a alguien de un lado a otro, balancearlo’. La voz caribe macana ‘garrote grueso y corto de madera’ ha sumado a esta acepción etimológica los sentidos coloquiales de ‘fuerza física’ o ‘pene’, además de los derivados macanear ‘golpear a alguien, especialmente con una macana’, ‘controlar, dirigir a alguien’; macanazo ‘golpe fuerte’; y macaneo ‘acción y efecto de macanear’ (DED, 2013).

Los ejemplos de productividad y vigencia no pueden ocultar el hecho de que casi la mitad del inventario de indigenismos registrado por Henríquez Ureña en 1938 ha desaparecido del habla dominicana actual, lo que demuestra su tendencia a la mortandad léxica (Alba, 2004: 175). No hay duda de que la frecuencia de uso y la pervivencia del léxico de origen indoantillano en el español dominicano se ve mediatizada por su pertenencia mayoritaria a los campos léxicos de la flora y la fauna (Alba, 2004: 175). La urbanización progresiva de la sociedad dominicana repercute en el uso y el progresivo abandono de un componente léxico tan relacionado con el entorno natural y rural.

Trazar esta biografía es de una relevancia insoslayable tanto para conocer la historia léxica de las variedades del español habladas en el Caribe –Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana–, como para su adecuada descripción sincrónica. Estas palabras son «testimonios de la agitada historia del español americano» (Jansen, 2015b: 95); profundizar en su investigación y en la de las redes léxicas que establecen con otras palabras vinculará su historia con su presente y dará cuenta de cómo han cambiado las sociedades que las usan o que han dejado de hacerlo. Como afirmó la lingüista puertorriqueña María Vaquero (1996: 66), «el léxico indígena es testimonio vivo de la raíz y memoria americanas».

Las palabras de las lenguas prehispánicas de las Antillas que se injertaron en el español simbolizan la transformación de la lengua española en América. Pertenecen a todos los hispanohablantes, que hace siglos que dejaron de sentirlas como préstamos. Su recorrido vital –porque las palabras viven, cambian, crecen, mueren e, incluso, llegan a resucitar– las ha ido impregnando de matices que evocan tiempos, tierras y gentes que ya no están, y, también, las ha preparado para el futuro. Son parte del legado histórico de nuestra lengua y del legado que su presente dejará como patrimonio a los que vengan.

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