¿Cuáles son los indigenismos que deberían presentarse en un diccionario general? Discutiré esta pregunta basándome en los distintos estudios que se han hecho en relación con la vitalidad del léxico indígena en diversas variedades de español. Asimismo, en lo que respecta a los diccionarios bilingües, comentaré, por un lado, los tipos de bilingüismo presentes en distintas comunidades y, por el otro lado, cómo estas características sociolingüísticas deberían determinar la composición de un diccionario bilingüe.
Sin lugar a duda, las investigaciones dentro de las áreas que relacionan el lenguaje con la sociedad sociología del lenguaje, sociolingüística, etnografía de —la comunicación, antropología lingüística— han mostrado la necesidad de ver la lengua en su contexto de uso y, sobre todo, centrar el estudio en la comunidad y/o en el hablante mismo y no únicamente en las estructuras lingüísticas (Otheguy, 2021; Palacios, 2021; Torres, en prensa). Es decir, «el lenguaje se piensa como un ámbito de la vida social susceptible de ser objeto de la acción política» (Del Valle, 2014: 90) y, por lo tanto, todo elemento de éste debe de ser analizado en su contexto social, o, como lo expresa Del Valle (2014: 93):
(...) el valor de un enunciado no es[tá] sólo en la dimensión referencial si no en su capacidad para señalar elementos del contexto de la enunciación, indicar identidades sociales y construir relaciones entre los interlocutores.
Bajo estas premisas, en esta comunicación se plantea hacer una reflexión en torno a la función social y política de los diccionarios en espacios multilingües, particularmente en situaciones de contacto español-lenguas originarias de México. De tal suerte que, en la primera sección se discutirá cómo y bajo qué posibles criterios es factible determinar cuáles indigenismos podrían formar parte de un diccionario general de la lengua española, basándose en la noción de un conocimiento compartido. La segunda sección, se centra en los diccionarios bilingües español-lenguas originarias y, sobre todo, se enfoca en los diferentes tipos de comunidades bilingües en México y en cómo esta realidad sociolingüística debería tomarse en cuenta para la composición de un diccionario.
A finales del siglo XV debido al proceso de expansión de la corona española en territorio antillano se dio inicio al establecimiento de situaciones de contacto entre el español y las lenguas originarias como el taíno y a la necesidad de nombrar nuevas realidades dando paso al uso de préstamos léxicos como canoa, cacique, maguey, maíz, por mencionar algunos. Este patrón se repitió en el avance de la Corona en tierra firme, creando situaciones de contacto entre el español y lenguas como el maya, náhuatl, otomí, etcétera. Especialistas como Lockhart (1999), Guerrero (2013) y Parodi (2010) suelen dividir el contacto lingüístico entre el español y las lenguas originarias de lo que hoy se conoce como México en tres etapas. Lockhart (1999: 606-607) para el náhuatl, sugiere que en los inicios del contacto, de 1519 a 1550, no se tiene registro de efectos propios del contacto lingüístico, pues esto comienza en la segunda etapa, que abarca de 1545 a 1650, en la que aparecen los primeros préstamos de sustantivos, pero el resto de las estructuras lingüísticas no tienen cambios como producto de la influencia de la lengua española. Dicha influencia se hace notoria, sobre todo, en la última etapa, de 1650 a 1800, en la que el autor refiere que se encuentran diversos fenómenos relacionados con el aumento del bilingüismo. Por su parte, Guerrero (2013: 32), para el otomí, hace una división similar y sugiere que, de 1519 a 1538, existe poco contacto con el español, ya que este se inicia entre 1538 y 1650 en donde se registran algunos fenómenos como préstamos léxicos con adaptaciones fonológicas, calcos sintácticos del español o neologismos, por mencionar algunos. Al igual que en el náhuatl (Lockhart 1999), es en la tercera etapa, de 1650 a 1850, en la que se advierten un mayor número de fenómenos del contacto tales como la simplificación de formas gramaticales, el préstamo de preposiciones e, incluso, el uso de un español local con influencia del otomí. Finalmente, Parodi (2010: 289-291) plantea que en una etapa inicial se generan signos biculturales y la incorporación de préstamos léxico. En una segunda etapa, considerada por la autora como intensa, se genera un mayor número de bilingües y situaciones diglósicas, además de que se difunde el náhuatl como una lengua general. En la tercera etapa, considerada como de residuo, los efectos del contacto se reducen y en algunos casos estos solo se mantienen como huellas que evidencian un contacto previo tales como el léxico de origen náhuatl como pepenar (recoger) y chiquihuite (tipo de canasto) en el español mexicano.
Como se puede apreciar en lo párrafos anteriores, el empleo de préstamos léxicos, ya sea de origen hispano en las lenguas originarias o viceversa, es una de las características de las etapas intermedias del contacto y, en algunas situaciones en las que los hablantes han dejado de hablar la lengua originaria, estos ítems léxicos son una huella irrefutable de su existencia. Dado este contexto sociohistórico que se inició en el siglo xv y que se mantiene hasta nuestros días resulta ineludible que al describir el español se exponga la influencia de las lenguas originarias de América sobre éste. Particularmente, en lo que refiere al léxico, al plantear un diccionario general se advierte la necesidad de incluir voces de las lenguas originarias, pues como lo expone Lauria (2015: s/p):
La elaboración de un diccionario monolingüe es un acto glotopolítico en dos sentidos. Por un lado, porque implica tomar decisiones en torno a una serie de cuestiones tales como la unidad o fragmentación de la lengua, la variación, la norma, el uso, la prescripción, la descripción, el cambio lingüístico, el purismo, la corrupción idiomática, los neologismos, el contacto de lenguas, los indigenismos, los extranjerismos, los préstamos, los calcos, los barbarismos, los arcaísmos, la lengua culta o literaria, y la lengua popular. Y por otro, porque revelan continuidades con fenómenos que pertenecen al ámbito político de la coyuntura histórica en la que se insertan. Los diccionarios constituyen, por ende, discursos donde se asoman y se esconden sistemas lingüístico-político-ideológicos.
Lo anterior nos lleva a preguntarnos cómo determinar cuáles indigenismos deben aparecer en un diccionario general, teniendo como punto de partida el conocimiento compartido. Una primera vía sería comparar obras lexicográficas de distintas variedades de español e integrar aquellos con una alta frecuencia de aparición. En la investigación realizada por Martín Butragueño y Torres Sánchez (2022: 549) se muestra una tabla resumen en la que comparan la presencia de léxico indígena en diferentes variedades de español —San José de Costa Rica, Santiago de Chile y Cuba—, además del Diccionario de la Lengua Española. La tabla exhibe que la distribución en cuanto a origen y cantidad de los préstamos léxicos de lenguas originarias se concentran en lenguas como el náhuatl (o mexicano), maya, quechua, arahuaco o mapuche, sin importar la distribución geográfica del diccionario. Esto no sorprende, pues se tratan de lenguas que históricamente han tenido un papel político predominante en sus respectivas regiones y con las cuales se dieron los contactos iniciales. Por lo tanto, sería factible suponer que estos ítems léxicos representarían un conocimiento compartido panhispánico. Sin embargo, habría que preguntarse si, su alta frecuencia sólo se debe a que provienen de lenguas con un papel importante en el proceso de colonización, o bien, sí es debido a que los trabajos lexicográficos se han centrado en ciudades capitales o principales, y no se han extendido a comunidades rurales o bilingües y, por lo tanto, los usos particulares que hacen los hablantes de estas regiones quedan fuera de esta selección y registro.
Un segundo mecanismo que podría servir para determinar qué tipos de indigenismos deben registrarse en un diccionario general de la lengua española sería tomar en cuenta los estudios en los que se analiza la vitalidad de estos ítems, pensando que serían los de alta vitalidad los que reflejan este conocimiento compartido. Un ejemplo paradigmático es el estudio realizado por Lope Blanch (1979 [1969]: 23-34) para la Ciudad de México, en el que determina tanto el conocimiento activo como pasivo de voces pertenecientes a lenguas originarias, a partir de análisis de datos reales. En cuanto al conocimiento activo, el autor advierte que los indigenismos son solamente el 0,47 % (21.934) del corpus total y, si se dejan fuera vocabulario como topónimos y gentilicios, este porcentaje desciende drásticamente a solo un 0,07 % (3.380). Por su parte, en relación con el conocimiento pasivo de estos ítems léxicos, el autor los clasifica a partir de encuestas realizadas a 100 colaboradores en seis tipos: i) voces de conocimiento absolutamente general, ii) voces también generalmente conocidas, pero sin la firmeza y seguridad de las anteriores; iii) voces de reconocimiento medio; iv) voces poco conocidas; v) voces prácticamente desconocidas y vi) voces desconocidas. Nuevamente, se podría pensar que los indigenismos que deberían de registrarse en un diccionario general de la lengua española serían los que pertenecen a los primeros dos grupos, que, al menos para la Ciudad de México, corresponderían a no más de 200 ítems. Esto, nuevamente trae a cuenta la discusión del centralismo en estos tipos de estudios, pues lo encontrado por Lope Blanch representa el uso de los indigenismos en espacios urbanos en los que no se mantiene un contacto sincrónico con las lenguas originarias, como sí pasa en las diferentes comunidades bilingües. Incluso, habría que resaltar que lo aquí expuesto sólo refleja la Ciudad de México, pues investigaciones como las de Torres Sánchez (2014) y Rosado (2012) advierten resultados distintos en ciudades como Guadalajara y Mérida (véase Martín Butragueño y Torres Sánchez, 2022).
Las dos vías expuestas en los párrafos anteriores nos permiten reflexionar sobre el origen de los datos que se podrían tomar en cuenta para determinar los indigenismos compartidos, o bien, los que tendrían que registrarse en un diccionario general de la lengua española1. Si retomamos la cita de Lauria (2015: s/p), la autora expone que los diccionarios
(...) revelan continuidades con fenómenos que pertenecen al ámbito político de la coyuntura histórica en la que se insertan. Los diccionarios constituyen, por ende, discursos donde se asoman y se esconden sistemas lingüístico-político-ideológicos.
Habría que pensar, pues, en la coyuntura histórica actual en la que, por un lado, se hace un discurso a favor de preservar la diversidad lingüística existente en el mundo, pero por otro, son cada vez más las lenguas originarias en riesgo de desaparecer. Ante esta coyuntura, ¿no sería necesario voltear a ver qué es lo que sucede en las comunidades bilingües?, valorar también el español empleado en ellas y tomarlo en cuenta para hacer el registro de indigenismos presentes en el español y, por lo tanto, en un diccionario general de la lengua española.
Como se expuso en la sección anterior, en las últimas décadas los discursos de los diferentes actores políticos se han enfocado en abogar por el respeto y el mantenimiento de la diversidad lingüística, mientras que los miembros de comunidades originarias señalan que cada día existe un mayor desplazamiento de ellas frente a las lenguas hegemónicas (Aguilar, 2020). En México, instituciones como el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, a partir del Catálogo de Lenguas Nacionales (INALI, 2009), advierten la presencia de 364 variedades lingüísticas agrupadas en 11 familias y todas ellas en riesgo de desaparecer. Bajo este panorama es importante reflexionar cuál es el papel que juegan los diccionarios bilingües, es decir, ¿cuál es su función? y ¿para quiénes están dirigidos?
La tradición de hacer diccionarios bilingües en el continente americano inicia en la época colonial con el trabajo de los lingüistas misioneros quienes diseñaron un corpus de instrumentos de descripción morfológica, léxica y sintáctica, conocida como la trilogía catequística (Smith Stark, 2010: 452) y que estaba compuesta por las Artes o Gramáticas, los Vocabularios y las Doctrinas. Dichas obras estaban dirigidas hacia los propios misioneros, pues su función principal era el apoyo para el aprendizaje de las lenguas originarias, si bien tenían una finalidad aplicada, no necesariamente se partía de un interés por la documentación cultural émica, sino para predicar e implantar nuevos modelos culturales.
El primer diccionario escrito para una lengua indígena fue el Vocabulario en lengua castellana y mexicana de Alonso de Molina impreso en 1555. Con él se inauguró la tradición de diccionarios bilingües que se mantiene hasta nuestros días y que pueden clasificarse en tres tipos: i) los que se caracterizan por tener un autor exógeno, es decir, un investigador externo de la comunidad de habla (Echegoyen y Voigtlander, 2007); ii) los elaborados por autores mixtos en los que los investigadores externos realizan la obra en conjunto de miembros de la comunidad (Hekking et al., 2010); iii) los que han sido escritos por un autor endógeno, hablante nativo de la lengua originaria que, generalmente, tiene una formación como profesor bilingüe (Bernal, 1996).
Autoras como Bartholomew y Schoenhals (1985), de manera general, exhiben que los objetivos de los diccionarios bilingües son, tanto el registro de vocabulario de la lengua originaria, como la documentación de esta lengua así como una herramienta para la investigación académica (p. 3-4); y agregan que estos diccionarios tendrían siete funciones: i) proveer a las lenguas de prestigio; ii) su uso como auxiliar en el aprendizaje del español como L2; iii) mejorar el crecimiento intelectual del individuo; iv) contribuir a la educación bilingüe y bicultural; v) usarlo de ayuda para los hablantes de la lengua hegemónica interesados en aprender la lengua originaria; vi) utilizarlo para la estandarización lingüística; vii) el registro de raíces culturales (p. 257-259). Bajo estas características el diccionario bilingüe estaría dirigido y tendría funciones hacia a ambos grupos. Sin embargo, si bien son claras las funciones del diccionario bilingüe, también es necesario anclar su elaboración a un contexto sociolingüístico específico, pues, al menos para México, la diversidad lingüística no sólo está reflejada en el número de lenguas que se hablan, sino en el tipo de comunidades bilingües existentes.
Estudios como el realizado por Guerrero y Torres Sánchez (2021) advierten una clasificación de tipos de comunidades a partir de los usos de las lenguas en distintos espacios —casa, fiestas, iglesia, clínica, escuela— a partir del concepto de habitus lingüístico propuesto por Bourdieu (2002). Así, en esta investigación los autores observan que para la comunidad o’dam (tepehuano del sureste) de Santa María de Ocotán (Durango, México), los espacios de uso en los diferentes ámbitos privilegian los empleos bilingües —tepehuano y español— y no existen ámbitos en los que el español haya ganado terreno y sea la única lengua de uso, lo que podría interpretarse como una comunidad con un grado alto o moderado de vitalidad de la lengua originaria (p. 105). En contraste, la comunidad otomí de El Espíritu (Hidalgo, México) solo emplea la lengua originaria en contextos rituales y, sobre todo, por los grupos etarios mayores. Para El Espíritu, se observó que la mayoría de los contextos de uso favorecen al español y que la lengua originaria no tienen un espacio de uso en la que sea la única lengua seleccionada, pues siempre aparece en conjunto con el español (p. 99). Así, ante dos contextos sociolingüísticos opuestos cabría la pregunta: ¿qué diseño de diccionario tendría más sentido para estas comunidades?
Si se parte de la comunidad tepehuana de Santa María de Ocotán, en la que la lengua originaria se encuentra con una vitalidad alta o moderada, podría pensarse que un diccionario monolingüe en o’dam tendría una mejor función para el mantenimiento de esta lengua. Sobre todo si, como se observa en el trabajo realizado por Torres Sánchez (2018: 101-102), el empleo del español aumenta en las generaciones más jóvenes, siendo ellos los que tomarán la decisión sobre el futuro de esta lengua. Por lo que, un diccionario monolingüe favorecería el estatus de la lengua originaria, crearía nuevos espacios de uso y fomentaría la existencia de una comunidad textual (Guerrero, 2013). Por su parte, para la comunidad otomí de El Espíritu, con un claro desplazamiento de la lengua originaria, se esperaría que un diccionario bilingüe español-otomí tuviera un mejor aprovechamiento, pues como ya lo expusieron Bartholomew y Schoenhals (1985), esta obra no sólo documentaría el vocabulario del otomí de la zona, sino que, también, sería una herramienta para la enseñanza de la lengua originaria como L2.
No obstante, si bien el caracterizar a las realidades sociolingüísticas comunitarias serviría para pensar qué diccionario tendría un mayor sentido en las diferentes comunidades bilingües, la realidad es otra. La ausencia de una tradición monolingüe en lengua originaria, se debe, en parte, a que actualmente no existen comunidades textuales que puedan utilizarlo, como sí pasó entre los siglos XVI y XVIII. De igual forma, en lo que respecta a los diccionarios bilingües lengua originaria-español-lengua originaria, la ausencia de esta comunidad textual trae como consecuencia que estos tengan un uso limitado al ámbito académico. Esto conlleva que, para la planificacación lingüística, no se tome en cuenta el tipo de bilingüismo comunitario y se asuma una supuesta homogeneidad dentro de las comunidades originarias.
Los diccionarios, a lo largo de la historia, han sido un instrumento para la normalización y estandarización de las lenguas. Un ejemplo de esto sería lo expuesto por Smith Stark (2010: 470-471) para las lenguas originarias en lo que era la Nueva España, pues la elaboración de gramáticas y diccionarios no sólo tenían como objetivo el llevar a buen fin la evangelización de los pueblos originarios, sino que, también, sirvieron como modelos para la normalización y estandarización de estas lenguas.
Con esto en mente, considero importante repensar el papel que tienen los diccionarios en los espacios multilingües y multiculturales, pues como se mencionó en las secciones anteriores es necesario anclarlos en contextos sociohistóricos particulares. En la actualidad, donde imperan los discursos a favor de la diversidad lingüística en el mundo y la resistencia y defensa de los pueblos originarios por mantener su lengua materna, los diccionarios deberían tener una participación central en visibilizar esta diversidad. Así, en los tópicos que nos atañen aquí con respecto a qué indigenismos deben de estar presentes en un diccionario general de la lengua española, considero que es necesario ampliar los estudios lexicográficos a zonas que han sido poco estudiadas —ciudades principales, comunidades rurales y comunidades bilingües— y, sobre todo, a variedades de español que han sido minorizadas como el español hablado por bilingües lengua originaria y español. Por su parte, en relación con los diccionarios bilingües, la tarea es doble, pues por un lado se deben de describir las diferentes realidades sociolingüísticas existentes, para así poder determinar qué tipo de diccionario tendría una mayor utilidad para los miembros de la comunidad, y por otro se requiere que se den los contextos necesarios para la formación de nuevas comunidades textuales para que el uso de diccionarios —bilingües español-lengua originaria y/o monolingües lengua originaria— no permee sólo el ámbito académico.