El contacto es omnipresente en la realidad sociolingüística de México, con múltiples situaciones propiciadas por la existencia de varios cientos de lenguas originarias y de miles de enclaves poblacionales. En esta presentación se ofrece un muy breve panorama del contacto lingüístico, se menciona —entre los procesos lingüísticos— el caso del léxico y el papel que pudiera tener una Academia de la Lengua, como la mexicana. Se subraya la necesidad de trabajar con comunidades y se recuerda la pugna entre los diversos estatus sociohistóricos de las lenguas, para terminar con unas conclusiones esenciales.
Contacto lingüístico; préstamos léxicos; lenguas indígenas; español en México; papel de las academias.
Según Ethnologue (Eberhard, Simons y Fennig 2022), hay en México hoy día 284 lenguas indígenas2. Multiplicada esta cifra por los enclaves poblacionales específicos, que pueden ser muy numerosos en el caso de algunas lenguas (INALI, 2009), cabe pensar que el estudio del contacto tiene potencial para abordarse, literalmente, en miles de situaciones distintas y para millones de personas. Por supuesto, solo se ha estudiado un pequeño conjunto de casos, por lo que las consecuencias que pueden extraerse son limitadas. Hay, sin embargo, un número suficiente de connivencias para establecer ciertas semejanzas y regularidades, por provisionales que sean, en lo que toca a los datos del presente... más arriesgado todavía es establecer ciertas inferencias sobre lo que pudo ocurrir en el pasado (Martín Butragueño, en prensa).
La información censal solo permite hacerse una idea general del bilingüismo en México. Es verdad que ha servido para realizar observaciones a lo largo del tiempo (Cifuentes y Moctezuma, 2005; Solís y Alcántara 2022), pero de ninguna manera ofrece datos finos sobre los grados de dominio de las lenguas. Haría falta un diagnóstico amplio del bilingüismo, por ejemplo, por medio del instrumento diseñado por Guerrero Galván (2016), tomando una muestra sistemática a lo largo del país, para hacerse una idea más clara de la situación, lo que abonaría al estudio de estos casos y también al diseño de políticas públicas. Lo que sí es un hecho es que la población hablante de lenguas originarias es, en su gran mayoría, hablante también de español: según elInstituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2021: 8), en un conjunto de 126.014.024 de habitantes del país en 2020, el 6,14 % de la población mexicana de 3 años en adelante es hablante de una lengua originaria y, dentro de este grupo, solo el 11,76 % no se caracterizan también como hispanohablantes. La proporción de bilingües es incluso mayor en zonas urbanas, casi universal (Martín Butragueño, 2010: 1031; Martínez Casas, 2014). Más allá de las cifras generales, existen situaciones muy diversas, como muestran Guerrero Galván y Torres Sánchez (2021), que han avanzado en la dirección de crear una taxonomía de las situaciones de contacto, al comparar la estructuración del habitus en tres comunidades distintas, con presencia, respectivamente, del otomí, el chichimeca jonaz y el tepehuano del sureste.
Por supuesto, el contacto lingüístico experimentado por el español no abarca solo el referido a las lenguas originarias, por amplio que sea, sino que tiene también un campo muy fértil en las lenguas inmigrantes, que cuentan también historias sumamente interesantes. Reig Alamillo (2022) repasa varias de estas situaciones, con especial atención a las comunidades judía, italiana, japonesa y estadounidense. No menos llamativo es el estudio del contacto dialectal, que comparte muchas propiedades lingüísticas y sociales con el contacto entre lenguas (Trudgill, 1986; Martín Butragueño, 2022a y 2022b); para México, Soler Arechalde (2022) resume los casos más llamativos, sea por movimientos dentro del país, sea por las llegadas desde otros países hispánicos.
Pellicer (2021b) recuerda con claridad la diferencia entre el bilingüismo estable y el bilingüismo efímero, que lleva al desplazamiento de la lengua:
El bilingüismo que resulta del contacto prolongado de dos lenguas no es por sí mismo desfavorable al desarrollo de una comunicación multilingüe fructífera y estable. No obstante, cuando este contacto se acompaña de desigualdad social y discriminación lingüística da lugar a un bilingüismo efímero que termina por inclinar la balanza hacia la lengua de Estado.
El bilingüismo está, muchas veces, estructurado en relaciones diglósicas (Zimmermann, 2010), si bien existen algunos casos de bilingüismo incipiente, como ha mostrado Torres Sánchez (2018) para los tepehuanos del sureste. Hay también comunidades que entraban en la categoría de bilingüismo incipiente hace algunas décadas, como los huaves de Oaxaca (Diebold, 1961), y que muestran hoy un bilingüismo bastante más avanzado (Aguilar Ruiz, 2019: 20-22, especialmente). También es cierto que existe en muchos lados una notoria estratificación por edad en cuanto al mantenimiento o no de la lengua originaria, como ocurre entre los otomíes de San Andrés Cuexcontitlán, siguiendo a Avelino (2022).
El contacto necesita de estudio sistemático, como ya se está llevando a cabo en bastantes casos (Soler Arechalde y Serrano, 2020, Palacios y Sánchez Paraíso, 2021; Sánchez Moreano y Blestel, 2021, etc.). Precisamente uno de los problemas del pasado era el carácter coyuntural de algunas investigaciones. Aunque varias de ellas no carecían de interés, si los datos de contacto son circunstanciales, subproductos de otra investigación, parecía ello un reflejo de su falta de lugar en el reparto de los estudios entre indoamericanismo e hispanismo. Esta sistematicidad es necesaria porque es la realidad cotidiana de millones de personas: no basta con centrarse en la vitalidad o en el desplazamiento de las lenguas originarias, como si fueran entes autónomos, sino que para entender la naturaleza de los hechos debe tomarse como unidad de trabajo las comunidades lingüísticas específicas y comprender la dinámica social de los individuos y los subgrupos sociales que las conforman (Torres Sánchez, 2023b).
Como lingüistas, nos interesa determinar los rasgos exactos del contacto, no solo establecer sus vías generales y sus causas sociales. Por razones operativas entendibles, sin embargo, buena parte de los estudios tienden a mostrarnos una realidad parcial, volcada hacia una de las lenguas y no hacia la situación completa.
No es posible realizar ahora un recuento de los fenómenos relacionados con el contacto entre el español y las lenguas originarias, si bien puede remitirse, por ejemplo, a la síntesis de Torres Sánchez (2023a). Cabe solo recordar que el contacto puede afectar a cualquier aspecto lingüístico, sean los segmentos fónicos (Rosado Robledo, 2011; Michnowicz y Kagan, 2016, etc.), la prosodia (Olivar Espinosa, 2020; Uth, 2019; o Michnowicz y Hyler, 2020, por ejemplo), la morfosintaxis (Torres Sánchez, 2023a, 451-452) o diversas cuestiones discursivas y políticas (Pellicer, 2021a).
La dimensión léxica del contacto es conocida desde antiguo, y es una de las más evidentes para los hablantes, pero no por ello deja de haber numerosas cuestiones pendientes3. El problema es muchas veces afrontado desde una perspectiva filológica, de filiación de formas, mientras que las aproximaciones basadas en el contacto mismo suelen ser menos frecuentes (Martín Butragueño y Torres Sánchez, 2021: 547 y 555-556). Uno de los alegatos más célebres es el planteado por Lope Blanch en su estudio sobre la vitalidad del léxico indígena de 1969 (véanse especialmente las pp. 87-90 de la edición de 2021), al recordar la idea de Morínigo (1964) acerca de la supuesta sobrerrepresentación de los indoamericanismos en ciertos diccionarios, y al poner como ejemplo de partida, en el caso mexicano, el diccionario de Robelo (1904). Tal planteamiento ha tenido secuelas posteriores. Quizá una de las críticas más notorias sea la presente en algunos pasajes del Diccionario del náhuatl en el español de México, coordinado por Carlos Montemayor (2017 [2007]: 422-437). Todas estas discusiones merecen, sin duda, mayor análisis, tanto en los datos disponibles como en las interpretaciones realizadas a partir de ellos (Martín Butragueño 2021: 30-35 y 53-54).
Dos trabajos recientes, con metodologías bastante comparables, son el de Palacios Cuahtecontzi y Franco Trujillo (en prensa) sobre la ciudad de Puebla y el de Lastra y Martín Butragueño (en prensa) sobre la Ciudad de México, en ambos casos examinando los indoamericanismos a partir de 108 entrevistas urbanas. A riesgo de simplificar, puede decirse que los dos trabajos mostraron bastantes coincidencias entre sí. Por otra parte, la pesquisa de la Ciudad de México esboza una comparación preliminar con los datos de Lope Blanch (1979 [1969]), de la que resulta un parecido general entre los resultados de ambas investigaciones, al tiempo que un conjunto de divergencias, que sugieren que las limitaciones en la documentación de casos no son un problema menor para evaluar la vigencia de los indoamericanismos. Véase el ejemplo siguiente:
a) Coincidencias: chapulín, ahuehuete, oyamel, acocil, papazul, guare, etc.
b) Solo en Lope Blanch: chicloso, achichincle, cacle, chilmole, cuescomate, atemole, etc.
c) Solo en Lastra y Martín Butragueño: acamaya, apapachador, apaxtle, ayatero, desquelitar, metlapil, etc.
Fuente: Lastra y Martín Butragueño (en prensa: cuadros 3, 4 y 5).
Otro aspecto de interés es la evaluación de los préstamos del español en ciertas variedades de lenguas originarias. Es conocido el caso de Hill y Hill (1977), que llegaron a hablar de relexificación en el náhuatl de Tlaxcala (Muntzel, 2010: 975). Otro ejemplo, más reciente, lo proporciona Avelino (2022: 286), que encuentra, para el otomí de San Andrés Cuexcontitlán y Jiquipilco el Viejo, tasas de 22,83 % de préstamos del español. Llama también la atención la investigación que está llevando a cabo Morett Álvarez (en preparación), sobre la presencia de préstamos recientes del náhuatl al español, en convivencia con las formas originales en náhuatl, en una comunidad de bilingüismo incipiente, Achupil, en La Huasteca veracruzana, lo que permite atisbar en vivo los procesos de transferencia que llevan a cabo los hablantes y la relevancia de la dimensión local en contraste con los procesos de difusión comarcal, regional y nacional.
Es claro que, si queremos entender las razones del préstamo léxico y los caminos seguidos por este, necesitaremos fijarnos en situaciones diferenciadas, rurales y urbanas, desde el español y desde diversas lenguas originarias, antes de poder aventurar opiniones sobre la vitalidad o la vigencia del préstamo léxico en situaciones de contacto actuales o pretéritas.
Desde una perspectiva más documental y filológica, algunos momentos han sido más estudiados (Martínez Baracs, 2022). Por ejemplo, en 1980 apareció el libro de Mejías sobre los indigenismos presentes en el español americano del s. XVII. Un estudio relevante y reciente es el de Ramírez Luengo (en prensa; véase especialmente §3.1 y §3.5) para el s. XVIII. Sin duda, estas investigaciones, junto a otras sobre el español contemporáneo, permitirán, por ejemplo, una mejor inscripción del contacto léxico en las construcciones lexicográficas. Así, la Academia Mexicana de la Lengua (AML) incluye en los objetivos presentes en sus estatutos el estudio del español y las lenguas indígenas:
Artículo 2. La Academia tiene por objeto el análisis, el estudio y la difusión de laA lengua española en todos sus ámbitos, con particular atención a los modos y características de su expresión oral y escrita en México, así como a sus relaciones e intercambios lingüísticos con las lenguas originarias de México.
(AML, 2018)
Es decir, el estudio del contacto lingüístico, de las variedades de contacto, de los préstamos indígenas y de los hispanismos en las lenguas originarias, la difusión del español y la comprensión de los conflictos lingüísticos, entre otros temas, no serían ajenos a las labores trazadas por la propia Academia Mexicana. Esto es muy relevante, pero no creo que se pueda decir que, al menos hasta ahora, se haya hecho mucho al respecto, en especial si hablamos, específicamente, del «contacto lingüístico» como tal, en sentido descriptivo o aplicado. Sí ha habido, ciertamente, publicaciones de carácter histórico, e incluso publicaciones de orden lingüístico sobre las lenguas indígenas, pero seguramente quepa decir que lo elaborado hasta ahora sobre el contacto en la Academia ha sido, en general, disperso. Es verdad, desde luego, que la manera más específica en que se ha llevado a cabo el propósito de considerar el contacto lingüístico ha sido la presencia de indomexicanismos en distintos diccionarios. Las listas iniciales de comentarios a la obra que conocemos como el Diccionario de la lengua española (DLE) (RAE-ASALE, 2022), enviadas a Madrid a partir de 1877 (AML 1877-c. 1883), apenas pasados dos años desde la fundación de la AML en 1875, ya ofrecían este tipo de materiales, como se puede observar en los a continuación.
a) acal
1. m. Es el mexicano acalli, compuesto de atl «agua» y calli, «casa»; casa del agua ó sobre el agua. - Nombre que los mexicanos daban á la embarcacion que en lengua de las islas se llama canoa. V. CANOA. Es voz ya desusada. - MOTOLINÍA, Historia de los Indios de Nueva España, trat. III, cap. 10. Lo más del trato y camino de los Indios en aquella tierra, es por acallis ó barcas por el agua. Acalli en esta lengua quiere decir, «casa hecha sobre agua».
b) ajolote
1. m. (Proteus mexicanus, Llave - Siredon Humboldti, Duméril). Del mexicano atl, agua, y xolotl nombre de un dios que se transformó varias veces. Véase SAHAGUN, Historia General de las cosas de la Nueva España, lib. 7, cap. 2 - Animal acuático, que pertenece al órden de los batracianos. Vive en el valle de México y en otros lugares de la República. En circunstancias especiales pierde sus agallas, y se transforma en animal terrestre. Su carne se usa como alimento y como medicina.
c) azteca
1. adj. (De Aztlan, lugar de donde comenzó la peregrinacion de estas gentes). Nombre con que se designa una tribu de la familia nahoa, que vino á establecerse en el actual sitio de la ciudad de México, y conquistó despues muchas tierras, en especial á oriente y sur, hasta formar el poderoso imperio mexicano.
2. m. El idioma de los aztecas, llamado tambien nahuatl ó mexicano.
Fuente: «1877 AM-lista-1 MX» para (a); «1877 AM-lista-2 MX» para (b); y «1877 AM-lista-3 MX» para (c). Se trata de diversos archivos de AML (1877-c. 1883), parte, a su vez, de TLEAM-México (2021).
Debe aclararse, sin embargo, que las listas de AML (1877-c. 1883) no incluyen nada más indigenismos, ni tampoco mexicanismos; a reserva de un estudio detallado, las observaciones exponen, ya desde esa época, todo tipo de comentarios sobre voces de uso antiguo o moderno, mexicanas y generales, préstamos y neologismos.
Por otro lado, una parte relevante de lo que se va incorporando al proyecto en curso del Tesoro lexicográfico del español en América - México (TLEAM-México, 2021), realizado entre El Colegio de México y la AML, consiste en indomexicanismos. En el ejemplo 2 se anotaron algunos casos procedentes de las listas enviadas por la AML (1877-c. 1883) para la revisión del Diccionario académico. A su vez, en el ejemplo 3 se mencionan casos procedentes de otros autores decimonónicos4.
a) tencuas
1. Labios desbordados o bordes lastimados. Metafóricamente se dice en mexicano Tencuauitl, hombre de mala boca.
2. Se llaman Tencuas comúnmente los que nacen con un labio roto o los que han quedado así por alguna herida o golpe.
quiere decir, «casa hecha sobre agua».b) suchil
Xochitl flor. Usase por ramillete, y como terminacion de los nombres de flores exquisitas, á las que en mexicano se les afiade xochitl.
c) cenzontle
Cenzontli: cuatrocientos. Es la magnífica ave canora de América, que imita, embelleciendo, cuanto ruido llega á sus oídos, Mimus polyglottus, Scl. El nombre mexicano es abreviatura de centzontlatole que significa cuatrocientas voces.
Fuente: «1842 Fernández de Lizardi-2 MX» para (a); «1872 Mendoza MX» para (b); «1886 Sánchez MX» para (3c), todo ello parte, a su vez, de TLEAM-México (2021).
Fernández de Lizardi (1842) y, en especial, Mendoza (1872) y Sánchez (1886) son buenos ejemplos —entre otros— de colecciones en las que los préstamos indígenas al español adquieren un papel protagónico, lo cual, finalmente, se refleja en la construcción de un tesoro. En todo caso, TLEAM-México no tiene tampoco, como tal, el propósito de documentar el contacto, aun cuando los lexicones que suma lo reflejen en diversos grados.
Bastantes indomexicanismos hay también, desde luego, en obras colaborativas como el Diccionario de americanismos de la ASALE (2010) y en los diccionarios de mexicanismos publicados por la AML. Así, hojeando el Diccionario de mexicanismos. Propios y compartidos de esta Academia, publicado en 2022, saltan en seguida a la vista registros como los siguientes:
a) Chapulín, chapulinear, chapulineo, chapulinero, chapulinismo.
b) Chaquistal, chaquiste, chaquistero.
c) Chayo, chayotada, chayote, chayotear, chayotero.
d) Chinampa, chinampear, chinampero.
Fuente: AML (2022).
Es claro, viendo los términos en el ejemplo 4, que muchos de los casos forman estelas derivativas bastante amplias, lo que desde luego avala la integración de estos préstamos en el español, más allá de su adaptación fonológica. Sin duda, un análisis detallado de este nuevo Diccionario de mexicanismos arrojaría bastantes luces sobre el empleo de este cuerpo léxico en las hablas actuales, especialmente en las del centro del país. Sin embargo, ni en este ni en otros diccionarios hay, como tal, un propósito explícito de representar el contacto lingüístico, sino un objetivo filológico y documental, aunque indudablemente válido en sí mismo5.
También es notoria la presencia de indomexicanismos, especialmente nahuatlismos, en las ediciones del Diccionario escolar de la Academia Mexicana. Existe el testimonio6 de que la propia Secretaría de Educación Pública solicitó en el pasado la ampliación y marcación del registro de mexicanismos y americanismos. Como sea, un rápido repaso a la letra A de la tercera edición, en preparación en este momento, muestra una amplia presencia de indomexicanismos, como se ve a continuación:
Acamaya, achichincle, acocil, ahuehuete, ahular, ajolote, amate, anacahuite, apapachar, apapacho, atole, ayate, azteca, etc.
Fuente: AML (en preparación, s. v.).
Más allá de que esté sobradamente justificado incluir estas voces en un diccionario escolar, es claro también que otorgan identidad y un sentido de apropiación hacia el español hablado en México.
A fecha de 29 de enero de 2023, Enclave (RAE, 2023) anota para el DLE (RAE-ASALE, 2022), por ejemplo, 799 acepciones asociadas a un lema procedente del náhuatl, de las cuales 307 llevan, además, una marca geográfica correspondiente a México. Entre los nahuatlismos de uso marcado para México —sea exclusivo o compartido con otros países—, se encuentran algunos hoy quizá bastante conocidos, como los que aparecen en el apartado a) del ejemplo 6, mientras que otros, los que aparecen en el apartado b), probablemente, no lo son tanto.
a) achichincle, achiote, amate, apantle, atole, ayate, cacahuacintle, calpulli, camote, cempasúchil, guacal, etc.
b) Acholole, amanal, amoyote, cacalote, calpixque, cayahual, cuajicote, hoatzin, etc.
Fuente: RAE (2023).
Es probable que la AML haya tenido un papel relevante para afianzar esta presencia, pues, como se ha dicho, ya desde fines del XIX se enviaban fichas sobre muy diversos aspectos, incluidos los indomexicanimos. Dividir el listado de nahuatlismos mexicanos en dos listas esconde, en realidad, buena parte del problema, pues la escisión propuesta es subjetiva, si bien refrendada por algunas personas. El método ideado por Lope Blanch(1979), consistente en establecer un cuestionario después de la pesquisa en textos, método seguido en mayor o menor grado por muy diferentes investigaciones posteriores (Martín Butragueño y Torres Sánchez, 2021: 552-554) encierra muy diversos problemas, pues los resultados dependen en gran medida del perfil de la persona a quien se le pregunte, sobre lo que también reflexionan Lastra y Martín Butragueño (en prensa) al sugerir que, en vez de hablar de «vitalidad», debería hablarse de «actualidad» y «actualización» de los préstamos indoamericanos —si bien el razonamiento es extrapolable a otros tipos de préstamo y a otros cuerpos léxicos—, en la medida en que su aparición y su densidad de aparición puede ser muy variable según las personas, los contextos de producción socioeconómica y los temas de los que se esté hablando. Los indomexicanismos no tendrían que comportarse como un grupo léxico en un sentido sociolingüístico, pues solo algunos de ellos son fácilmente reconocidos como tales. Al estratificar socialmente los resultados de Lastra y Martín Butragueño (en prensa), resulta, sin embargo, que, en lo que toca a la producción en entrevistas urbanas de Ciudad de México (Martín Butragueño en preparación), sí parece existir cierto ordenamiento en el uso, pues las personas de estudios bajos los documentaron en mayor medida (48,1 %) que las de estudios medios (29,3 %) y las de estudios altos (22,6 %); hay también diferencias por edad y por sexo, pero todo apunta a que estas no son estadísticamente significativas 7.
Al menos una parte del léxico indomexicano suele tener valor emblemático. No es raro que los libros de texto escolares incluyan colecciones de préstamos, que apuntalan los rasgos propios del español mexicano. Un aspecto interesante es que este valor identitario no se limita al léxico común, sino que se extiende a la toponimia y la antroponimia. Como ha señalado Yolanda Lastra (comunicación personal; véase también Lastra y Martín Butragueño, en prensa), se convive con el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, y todos tenemos conocidos que se llaman Citlalli o Cuauhtémoc, y estas realidades no son ajenas a la construcción sociolingüística de la identidad, por lo que deberíamos estudiar su papel simbólico más detenidamente.
Es necesario tener una visión teórica que de sentido a los fenómenos específicos de contacto. Tal perspectiva debe incluir dimensiones sociales, sociolingüísticas y lingüísticas. En el caso de México parece relevante partir de una amplia perspectiva de la historia sociolingüística del territorio (Barriga Villanueva y Martín Butragueño, 2010-2022), pues sin ella no es posible entender las disímiles situaciones en zonas urbanas y rurales, en el norte y en el sur del país, o el papel de la escuela y de la educación bilingüe, entre un largo etcétera.
Otra cuestión no menos crucial son los aspectos identitarios, cuestión que debe verse tanto en el nivel local de las comunidades actuales —una buena lectura es Aguilar Gil (2020)—, como en el nivel nacional, en la medida en que se considera el contacto una fuente muy relevante para caracterizar las variedades nacionales, especialmente en el nivel léxico (AML, 2022).
Se ha escrito bastante sobre las políticas lingüísticas en México, relacionadas siempre con el contacto de una u otra manera (Flores Farfán, 2009; Muñoz Cruz, 2010; Pellicer, 2010 y 2021a; Hamel, 2013; Barriga Villanueva, 2022; Morett Álvarez, 2022). Parece imposible resumir ahora tales políticas, más allá de la reflexión acerca de la distancia que suele mediar entre los procesos de planeación —sean estos convincentes o no— y su ejecución específica. Para evaluar someramente estas acciones podría apelarse al análisis de la normalización social y la estandarización lingüística (Uribe-Villegas, 1976¸ Amorós Negre, 2008, Giral Latorre y Nagore Laín, 2019, etc.) en diversos casos. Parecería conveniente cruzar estas dos grandes dimensiones con comunidades ordenadas por taxonomías de situación de contacto, en un sentido análogo al del mencionado trabajo de Guerrero Galván y Torres Sánchez (2021). Otro referente relevante es Pérez Báez (2022), a propósito de una encuesta sobre revitalización lingüística de carácter internacional. No menos trascendental es el hecho de que las condiciones socioeconómicas generales terminan teniendo, a fin de cuentas, un peso decisivo (Avelino Sierra, 2022).
Como sea, es claro que deben redoblarse esfuerzos para concretar el objetivo de conocer y valorar el contacto entre el español y las lenguas indígenas, ponderando las raíces históricas del contacto, dignificándolo en su sincronía y dándole una mejor representación en corpus documentales, gramáticas y diccionarios, al tiempo que se evitan los procesos de folclorización, aun cuando en ocasiones pueda tratarse de acciones bienintencionadas.
¿Qué nos dice todo esto sobre el español? En otros lugares (Martín Butragueño, 2018 y 2023, en prensa), he sugerido que una multitud de hechos sociolingüísticos dependen del estatus general de las lenguas. Así, el español ha tenido un estatus colonial en el pasado en México y en otros lugares, y es ahora, simultáneamente, poscolonial, nacional y patrimonial, entre otras dimensiones en pugna. En lo que toca al contacto lingüístico de esta lengua con las lenguas originarias indomexicanas, este no puede entenderse sin considerar la dimensión poscolonial que el español tiene en algunos casos: las estructuras dominadoras y desplazadoras de los siglos pretéritos siguen presentes en bastantes casos e impiden una convivencia plenamente satisfactoria para todas las partes sociales y lingüísticas implicadas (Barriga Villanueva y Martín Butragueño, 2022: especialmente 3.344-3.345). Deben evitarse así las nociones monolíticas sobre la lengua europea, pues cuando hablamos de español de México o en México, al igual que ocurre en otros lugares, debe tenerse en cuenta que conviven varias condiciones de apropiación y de imposición que son vividas de maneras muy diferentes por distintos grupos de hablantes en varias situaciones lingüísticas.
Cabe subrayar al menos cuatro observaciones principales, aun admitiendo la complejidad de las situaciones de contacto en México. Son las siguientes: