Trata sobre el acercamiento histórico entre la Academia Venezolana de la Lengua y los aportes de los idiomas originarios del país al español, con mención del único hablante nativo de una lengua indígena (el warao) que ha sido numerario de la institución. Destaca su formación académica como investigador de las culturas amerindias venezolanas (etnonimia y glotonimia). Reflexiona y discute la necesidad de que, desde las academias de la ASALE, exista mayor relación con los idiomas originarios o regionales (de América y España). Propone que, aprovechando la tecnología digital, se amplíe el campo de registro del Diccionario de la lengua española hacia un repertorio «total», de americanismos y españolismos, como lo planteara Menéndez Pidal (1945).
Hubo frailes que llegaron a ser notables escritores en las lenguas de los indios. Y al mismo tiempo indios eminentes —príncipes, nobles, señores, y sus hijos— se educaron en los conventos y fueron también puente de unión entre las dos lenguas y las dos culturas.
(Rosenblat, 1967: 148)
Explícita o implícitamente, todos los autores referidos tienen en común la aspiración de que se conozca el modo como América ha contribuido con el enriquecimiento general del español, principalmente desde la innegable influencia que en ello han ejercido las lenguas originarias. Aluden además a la relación entre el tema que tratan en sus escritos con los contenidos del Diccionario de la lengua española. Buscan exaltar un español americano profundamente influenciado por el contacto con los diversos idiomas autóctonos de Hispanoamérica. En este tiempo, sería interesante conocer cómo ha evolucionado la situación planteada por ellos y ya solo esto implicaría una tarea pendiente de las academias de la lengua, aparte de poner al día el inmenso caudal léxico que el español ha tomado prestado de las lenguas amerindias.
Hemos mencionado las referencias anteriores, debido a que nos interesa plantear aquí la relación entre los propósitos de una Academia que, aunque por motivos más que evidentes focaliza sus intereses en el español, debe convivir con los idiomas indígenas de Hispanoamérica y el resto de las lenguas de la península ibérica. En este caso, nos referiremos concretamente a cuatro aspectos muy específicos: 1. El vínculo entre la Academia Venezolana de la Lengua (AVL) y las lenguas indígenas que se hablan en el territorio nacional; 2. La incorporación como numerario de la AVL de un hablante nativo de una lengua originaria, 3. A modo de ejemplo, plantearemos la relación de contacto entre su lengua materna (el warao) y el español, que adquirió como segundo idioma, 4. Aludiremos finalmente a algunas reflexiones vinculadas con la necesidad de que, desde las academias de la lengua española, nos relacionemos un poco más formal y sistemáticamente con los idiomas originarios o regionales (de América y España), y que aprovechemos la tecnología digital para ampliar el campo de acción del Diccionario de la lengua española.
Nadie pone en duda que la finalidad fundamental de las corporaciones agrupadas en la ASALE se relaciona con la observación y estudio del español propio de cada uno de los países hispanohablantes. La AVL no es la excepción. En el artículo segundo de su actual Estatuto deja muy claro ese propósito: «...estará dedicada al estudio de la lengua española, y muy particularmente de la variedad hablada y escrita en Venezuela; al mantenimiento de su integridad, procurando que su natural evolución no altere su genio ni menoscabe su unidad fundamental» (AVL, 2017: 1). Sin embargo, aunque no haya existido un proyecto formal e institucional respecto de este asunto, desde su fundación, en abril de 1883, la AVL ha mantenido una línea de trabajo indirectamente vinculada con las lenguas indígenas que se hablan en el país, principalmente en los inevitables intercambios léxicos y culturales que suelen generarse entre las lenguas en contacto.
El primer indicio de dicha relación podríamos apreciarlo en el hecho de que, apenas tres años después de fundada nuestra corporación (1883), según reporta don Francisco Javier Pérez (2005), consta en el Resumen de las Actas de la Academia Venezolana que don Julio Calcaño, primer secretario perpetuo de la institución, además de un reporte de venezolanismos que habrían de considerarse para el DRAE, envió a la RAE una síntesis que reunía «...un conjunto de vocabularios de lenguas indígenas venezolanas, como parte de un proyecto de recolección y de exploración lingüística de la geografía nacional...» (Pérez, 2005: 64). Además, independientemente de la dura crítica que a su trabajo le hará posteriormente Lenz (1910) y de la posición extremadamente purista y muchas veces ofensiva que asume en sus consideraciones, hay que decir que Calcaño dedica el capítulo IX de su libro El castellano en Venezuela a un conjunto de «voces americanas» (1897: 531-555).
En relación con el mismo tema, puede mencionarse también el valioso trabajo ya referido de quien fuera uno de los más relevantes miembros de número de la AVL, el médico, naturalista y filólogo don Lisandro Alvarado. Se trata del Glosario de voces indígenas de Venezuela, publicado en 1921 y fuente fundamental para el posterior Diccionario de venezolanismos (1993) coordinado por la lexicógrafa y también numeraria de la AVL, doña María Josefina Tejera (1936-2021). En la introducción de su trabajo, Alvarado especificaba lo siguiente:
«Las voces indígenas incorporadas al español de Venezuela tienen uso frecuente en el lenguaje familiar y aun invaden el estadio de las letras. Algunas de ellas traspasan los límites del país y pueden considerarse como americanismos; y, sea por tal razón o por obra de la fortuna, ha llegado el caso de que unas cuantas hayan sido adoptadas por la Academia Española, dándoles puesto en las ediciones sucesivas del diccionario.
(Alvarado, 2021: 13)
Otra evidencia sobre la relación entre la AVL y las lenguas indígenas venezolanas es que el Boletín de la corporación ha venido reportando sucesivamente informes, artículos, comentarios y reseñas vinculadas con su estudio, su situación en el país y su relación de contacto con el español, publicados por numerarios, entre quienes podemos mencionar a Tulio Chiossone, Cesáreo de Armellada, Rafael Fernández Heres, Alexis Márquez Rodríguez, Luis Quiroga Torrealba, Pedro Juan Krisólogo, José del Rey Fajardo, Francisco Javier Pérez y Horacio Biord Castillo (Rivas Dugarte, García Riera y Biord Castillo, 2013; Salazar, 2015). Esto significa que, en algunos casos, nuestras lenguas originarias han sido fuente de estudio para analizar y explicar la variedad de español que hablamos en Venezuela. No es casual que el actual presidente de la AVL, Horacio Biord Castillo, sea precisamente un reconocido y recurrente investigador de esa encrucijada en que confluyen la etnología, la antropología y la lingüística, con diversos aportes sobre el pasado, las condiciones, la situación actual y la potencialidad de nuestras culturas y lenguas aborígenes (Biord Castillo, 2004, 2014, 2021). En uno de sus más relevantes trabajos sobre este tema manifestó «Somos incomprensibles sin los indios, sin lo indio» (Biord Castillo, 2014: 212).
Se llamaba realmente Jesús María García Gómez, sacerdote capuchino de origen español, nacido en Armellada, provincia de León, en 1908. En Venezuela siempre se le conoció como don Cesáreo de Armellada. Llegó al país en 1933, donde despertó su pasión por las lenguas indígenas locales. Ingresó a la Academia Venezolana de la Lengua en 1978 con un discurso cuyo título y contenido resultaban emblemáticos para el tema que nos ocupa: Las lenguas indígenas y el castellano (Armellada, 1978). Su temática introducía definitivamente, y de manera formal, las lenguas originarias en el ámbito de dicha corporación. Lo evocamos debido a que su presencia en la institución implicaba la posibilidad de los estudios comparatistas entre el español y las lenguas indígenas venezolanas. Dejándonos una vasta obra referente a estos temas, falleció en 1996. Su presencia en la AVL generó una importante consecuencia.
Siendo misionero en el sur de Venezuela, el padre Armellada tuvo noticia de un niño indígena con muchas habilidades para el dominio de la lengua española. Ese niño adoptaría posteriormente el nombre de Pedro Juan Krisólogo Bastard Olivares (1928-2003) y, como acontecimiento inédito en la historia de la AVL, el 17 de marzo de 1998, ingresaría en condición de miembro de número, precisamente en sustitución de su antiguo maestro, don Cesáreo de Armellada, quien lo había traído a Caracas.
Don Pedro era natural de Yawaraco, Santa Rosa del Caño Araguao, Estado Delta Amacuro. Su nombre indígena era Daisidau Tahera, hijo del cacique Dau Tahera («árbol fuerte») y su esposa, Siborot («hermosa»). Permaneció en la misión religiosa de Araguaimujo hasta los doce años. Fue seminarista, sin llegar a recibirse de sacerdote. La prensa que en esos días reseñó el evento de su incorporación lo denominó el «cacique académico». No podía haber mejor calificación para quien se erigía ante la corporación como calificado vocero y testigo directo de la cultura de una buena parte de nuestras etnias indígenas y, más específicamente, resumía sin ninguna duda el amplísimo, diversificado, rico y milenario acervo de la etnia warao.
La justificación de su elección como numerario de la AVL fue más que evidente. Él mismo reconocería haber aprendido el español como segunda lengua, primero apoyado por dos religiosas y después bajo las enseñanzas de fray Cesáreo de Armellada. No faltaron en esta herencia prodigiosa recibida de su antecesor los temas referentes a Geografía e Historia, base fundamental para el logro de su licenciatura en Historia de América, que realizó en la Universidad Complutense de Madrid (1955). Posteriormente obtendría un doctorado en la misma área, bajo la guía del reconocido antropólogo español Dr. Manuel Ballesteros, en el Archivo de Indias de Sevilla (1958). Realizó además cursos especiales de Periodismo y Educación Artística para emprender más tarde y culminar en México una maestría en Antropología Lingüística (Universidad Autónoma de México, 1962).
Producto de su dedicación al estudio de las etnias indígenas venezolanas son, entre otros, los trabajos Vocabulario. Aspecto descriptivo del Barí [1965], Manual Glotológico del idioma Wo’tiheh [1978], Manual Glotológico del idioma Wa-jibi [1978], Manual Glotológico del idioma Panarih [2002], Manual Glotológico del idioma Hapotein [2002], Manual glotológico del idioma warao [2002] y «La nueva nomenclatura del mundo sideral, constelaciones y zodíacos de la Venezuela indígena» [1998]. Todos podrían aportar importante información que permita una comparación de algunos idiomas amerindios hablados en Venezuela con la lengua española, sin descartar, por supuesto, los múltiples trabajos de otros investigadores.
El warao, antes conocido con el glotónimo guaraúno, era la lengua materna de don Pedro Krisólogo. Legalmente, de acuerdo con la Constitución de 1999, artículo 9, comparte con el español y las demás lenguas originarias la condición de lengua oficial:
El idioma oficial es el castellano. Los idiomas indígenas también son de uso oficial para los pueblos indígenas y deben ser respetados en todo el territorio de la República, por constituir patrimonio cultural de la Nación y de la humanidad.
(Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, 1999: 2)
Se trata de un idioma cuyo origen ha sido declarado como incierto por varios investigadores. Respecto de su tronco lingüístico, Biord Castillo (2021: 160) la ubica entre los idiomas originarios de Venezuela «sin clasificar». Romero-Figueroa (2020: 7) considera a la etnia warao «una sociedad culturalmente en peligro». Entre otras causas, alude fundamentalmente a que un proceso de «criollización» podría estar influyendo en la pérdida de la lengua en las generaciones más jóvenes, como lo expresara Mosonyi (2012). El canal lingüístico fundamental de estos hablantes de generaciones recientes termina siendo realmente el español, aunque tampoco eso ha impedido la permanencia de hablantes bilingües y monolingües de warao (Romero-Figueroa, 2020). De una u otra manera, ambas lenguas siguen en contacto permanente y esto debería ser lo importante en el momento en que se emprenda alguna propuesta académica que facilite estudiar esta relación de interdependencia, que igualmente podría extenderse a otros idiomas amerindios del país. Dicha tarea parece prioritaria, por cuanto, como sí las hay en otros países, todavía no existe en Venezuela una academia de lenguas amerindias que pueda asumir esta labor en conjunto con la AVL3.
En cuanto al número de hablantes bilingües warao-español, las cifras de los distintos investigadores y repositorios son diferentes. Tampoco coinciden siempre con las del Instituto Nacional de Estadística, cuyo último censo data de 2011. Sin embargo, lo más relevante es que el warao es la segunda lengua indígena del país, después del wayuu (propia de la zona occidental). De acuerdo con Romero-Figueroa (2020), el número de hablantes, distribuido entre las zonas geográficas venezolanas en que se mueve la etnia —estados Delta Amacuro, Monagas, Sucre y Bolívar— es de 32.075, de los cuales 24.693 son bilingües warao-español, con diferentes niveles de suficiencia. Si quisiéramos continuar el legado de don Pedro Krisólogo, la primera y más importante investigación que se requiere es precisar cuál es en realidad la población warao bilingüe warao-español y monolingüe (español o warao). Se trata de conocer verdaderamente cómo ambas lenguas han interactuado, qué se han prestado de sus sistemas fonéticos, de su morfología y de su léxico y cómo los rasgos de ambas han interactuado, principalmente en las zonas donde verdaderamente se han erigido en lenguas en contacto.
El mejor estímulo para propiciar esa tarea es que el español y el warao tienen algunas similitudes interesantes que podemos destacar. Por ejemplo, frente a los 27 grafemas del español, para la escritura del idioma amerindio se utilizan 18 grafemas, de los cuales cinco son vocálicos (v. Tabla 1) y el esquema oracional básico es sujeto-verbo-objeto4. Su modelo silábico fundamental es (V)C, con dominancia de la secuencia grave o llana y, como en español, el alargamiento vocálico no implica distinción alguna (Romero-Figueroa, 2020). En su forma estándar tampoco tiene actualmente la nasalización de vocales como rasgo distintivo.
Grafemas que representan consonantes |
Grafemas que representan vocales |
<b-d-h-j-k-m-n-p-r-s-t-w-y> |
<a-e-i-o-u> |
He ahí una base inicial para la comparación con la lengua española, en relación con la posibilidad de intercambio de préstamos entre warao y español. Solo a modo de ejemplos, podríamos citar parte de la muestra de 39 vocablos aportada por Romero-Figueroa. Nos limitamos a lo que ese autor califica como «préstamos noveles» (2020: 31-32): formación de palabras en warao para designar realidades «nuevas», es decir, desconocidas en esa lengua (Tabla 2. Omitimos detalles o marcas fonéticas irrelevantes para esta ejemplificación). Esto nos da una idea de la manera como el español va incidiendo en la formación de palabras nuevas, con las incorporaciones fonotácticas requeridas para la adaptación. Un rico material que también debería aportar pistas para que, al menos en las zonas de diglosia, se estudie lo contrario: cuántas voces del warao se han trasladado al español, tarea pendiente para la lingüística venezolana.
español |
warao |
español |
warao |
español |
warao |
---|---|---|---|---|---|
arcabuz | aracabosa | caballo | kawayo | negro | mekoro |
azúcar | sikaro | castaña | kataina | ¡oye! | oi |
bala | bala | deber | erebe | plata | burata (‘dinero’) |
barrer | bere | fiar | biara | plomo | boromo |
bolívar | boriva | gallina | karina | policía | borisia |
café | kabe | Jesucristo | Hesukirito | serrucho | sera |
carta | karata | naranja | naraha | vela (de navegar) | wera |
Fuente: Romero-Figueroa [2020]
Hemos partido de un caso muy puntual, relacionado con la incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua del hablante nativo de una lengua amerindia venezolana. Nos ha servido de ejemplo para proponer que se saque provecho de la iniciativa de las instituciones organizadoras del IX Congreso Internacional de la Lengua Española, en cuanto a incorporar la temática del «mestizaje e interculturalidad» a nuestros debates académicos. En tal sentido, podríamos suponer que, igual que se investiga, por ejemplo, la vinculación o situación de contacto entre el español y otras lenguas (inglés de Estados Unidos y portugués de Brasil, por ejemplo), pensemos desde las academias agrupadas en la ASALE en la factibilidad de que se programe institucional y sistemáticamente el estudio de las relaciones de interconexión entre el español y algunas de las lenguas indígenas de aquellos países donde todavía existan. A esto habría que añadir también la relación entre el español y las otras lenguas regionales de la península ibérica, puesto que estamos hablando de una lengua vehicular común (Garrido, 2010; López García, 2009). Sería un buen comienzo para precisar, por ejemplo, cuántos vocablos indígenas de cada país (o región) forman parte del español americano general y cómo esas lenguas se han alimentado de la nuestra, de qué modo las particularidades del español están incidiendo en ellas y, viceversa, por lo menos en las zonas donde, por distintos motivos, hablantes de español y de lenguas originarias o regionales comparten el espectro lingüístico comunicacional.
Esto implicaría, además, propiciar que, en la medida de lo posible, las Academias incorporen a sus equipos de trabajo, investigadores o hablantes nativos de las lenguas amerindias (o regionales) que demuestren pleno dominio comunicacional del español y formación académica suficiente, como era el caso de don Pedro Krisólogo Bastard. Aparte del rico intercambio que esto pueda significar, sería de mucho apoyo en el momento de estudiar la interrelación, las relaciones de diglosia, si las hubiera, la tendencia seguida por los préstamos interlenguas y la influencia mutua, desde lo meramente léxico hasta lo sintáctico y lo semántico, sin dejar de lado lo fonético, como lo planteaban Lenz (1910) y Rosenblat (1967).
Más allá de las múltiples investigaciones que se hayan realizado por otras instituciones, equipos o individualidades, la relación entre las academias de la lengua (española) y las lenguas originarias de cada país (donde las hay) es un tema por discutir. Parece necesario que cada institución establezca políticas permanentes, más que individuales y circunstanciales, dedicadas a los aportes que las lenguas originarias han hecho al español y viceversa. En tiempos de fortalecimiento de la lingüística de corpus y de la hipertextualidad, carecemos, por ejemplo, de un diccionario general plurihispánico5 que recoja el aporte completo de las lenguas amerindias de cada país al español. Los modelos de Lenz y Alvarado, más aportes como el de Rosenblat y los diferentes diccionarios de americanismos existentes a la fecha, incluido el académico, podrían servir de referencia inicial para esa labor. Debe haber múltiples americanismos que no han sido compilados y que, si se han generalizado en cada lugar, podrían pasar a formar parte del DLE. Se trataría de un repositorio léxico «tesaurizante» (Soldevila Durante, s. a.) que incluyera todo lo referente a los aportes diversos de las lenguas amerindias como parte esencial de lo que don Ramón Menéndez Pidal (2018: 35) aspiraba fuera el «diccionario total», o como dice don Francisco Javier Pérez (2021: 844), «un diccionario de todos para todos». Sería una manera de propiciar y reforzar aún más la relación entre el español europeo y el español americano, tal como lo imaginaron los autores referidos al comienzo de esta ponencia.