Lenguas, nacionalismo e interculturalidad política: perspectivas del español en Estados Unidos Richard Bueno Hudson
Instituto Cervantes de Nueva York (Estados Unidos)

Imprimir

Para poder entender esta concatenación de conceptos, procedamos a desglosarlos y recurramos a los diccionarios para contextualizarlos a posteriori en el entorno de los Estados Unidos de América.

Lengua

Lengua (DLE): del lat. lingua.

1. f. Sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana y que cuenta generalmente con escritura.

2. f. Sistema lingüístico considerado en su estructura.

Resulta muy difícil contabilizar el número de lenguas que existe en el mundo, o incluso saber qué cuenta como lengua (Crystal, 2002), pero en un país como los Estados Unidos de América (en adelante, Estados Unidos), donde no existe una lengua oficial a nivel federal; donde, según el Censo de los Estados Unidos, el inglés es la lengua predominante con un uso del 80,38 % (MLA, 2019), seguida por el español con 12,19 % y el chino con un 0,58%; y donde coexisten más de 350 lenguas, esto no es una excepción.

A diferencia del español hablado en otros países del mundo hispanohablante, en Estados Unidos el español se halla en un contexto menos favorable para su vitalidad y crecimiento. Vive inmerso en un contexto hegemónico anglohablante y corre un mayor peligro de disgregación de un tronco común o incluso de la desaparición debido al desplazamiento lingüístico hacia el inglés.

Del mismo modo que las lenguas presentan variedades a lo largo de los tiempos, también lo hacen las ideologías y las identidades de sus hablantes, especialmente en un mapa multicultural, plurilingüístico y panétnico como el de Estados Unidos, donde, a pesar de que la comunidad hispanohablante supera los 60 millones, en términos lingüísticos, culturales e ideológicos es necesario comprender cómo la historia ha ido forjando unas características identitarias propias exclusivas a este país. Esto es especialmente relevante en un país donde el número de hablantes de español y su conexión identitaria hacen que defienda su variedad de español como propia y que muestren puntos de vista críticos ante la posición de algunos países hispanohablantes ante su uso del español.

Conviene recordar que, con la excepción de Nuevo México y Puerto Rico, el español no es lengua oficial en Estados Unidos, a pesar de la altísima proporción de hispanohablantes en el país. Hemos de recordar que tampoco es el inglés la lengua oficial a nivel federal. Ahora bien, entre los hispanohablantes, que conviven en un entorno angloparlante en su mayoría, se interrelacionan los que hablan español como lengua materna, como segunda lengua, como lengua extranjera y como lengua de herencia, convirtiendo a los hispanos en la primera minoría lingüística de los Estados Unidos Se estima que, en 2060, Estados Unidos será el segundo país hispanohablante del mundo, tras México, ya que el 27,5 % de la población estadounidense será de origen hispano (Instituto Cervantes, 2020).

Nacionalismo

Nacionalismo (DLE): De nacional e -ismo.

1. m. Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia.

2. m. Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado.

El nacionalismo defiende la unión de Estado y nación (entendiendo la nación como base del Estado) y los rasgos comunes entre los individuos que la habitan (idioma, cultura, costumbres, tradiciones)»

(Enciclopedia Concepto, 2023)

Esta definición suscita una primera pregunta: ¿cómo es esto posible en un país como Estados Unidos?

Con una superficie de 9.147.593 km, la república federal presidencialista de Estados Unidos es el cuarto país más extenso del planeta. Según los últimos datos de la Oficina del Censo de los Estados Unidos (2023), el país cuenta con una población de 334.531.827 habitantes. Este hecho lo convierte en el tercer país más poblado del mundo, después de China y de la India.

La arquitectura administrativo-jurídico-política de Estados Unidos es casi tan compleja como la diversidad interna de su población. La composición étnica —conformada por un 75,1 % de blancos, un 14,1 % de negros o afroamericanos, un 6,8 % de asiáticos y un 1,7 % de amerindios—, unida a su variedad de confesiones religiosas1, al número de lenguas hablado en el país (350) y la autonomía de los estados federados a la hora de legislar hacen que no sea fácil pensar que los Estados Unidos son, además de un país, 50 estados y un distrito federal.

En este punto nos encontramos con el primer reto: la unión lengua y estado.

Las formas en las que el lenguaje, en concreto el español en Estados Unidos, está vinculado a las identidades sociales, a la cultura y al poder se ven afectadas por suposiciones en el imaginario colectivo que atribuyen al español unas características que afectan a su posicionamiento jerárquico en un entorno hegemónicamente dominado por una cultura mayoritaria blanca, anglo y protestante donde el inglés ejerce de lengua dominante, y con él, la cultura que lo respalda.

Es aquí donde entramos en el terreno de ideologías lingüísticas, que se pueden definir como «las ideas sobre la estructura y el uso del lenguaje» (Errington, 2000); como «representaciones, ya sean explícitas o implícitas, que construyen la intersección del lenguaje y los seres humanos en un mundo social» (Woolard, 1998); o como «el sistema cultural de ideas sobre las relaciones sociales y lingüísticas, junto con su carga de intereses morales y políticos» (Irvine, 1989), entre otras.

Una de estas ejemplificaciones sobre ideología lingüística que se refiere al español en Estados Unidos es la idea de equiparación entre lengua y nación, lo cual deja entrever que la presencia de múltiples lenguas podría ser causa de división. En Estados Unidos existe una aceptación generalizada de la ideología de una lengua/una nación, y de la hegemonía del inglés.

Esta visión equiparadora de lengua y nación tiende a conferir a la lengua un papel protagonista en la construcción de la identidad nacional. Ante este planteamiento, el monolingüismo parece promover la unidad nacional y el multilingüismo parece dividir dicha unidad. La tendencia en Estados Unidos es considerar el monolingüismo como la norma y dejar entrever que el apoyo a las lenguas minoritarias puede suponer un obstáculo para la adquisición de la lengua mayoritaria, el inglés.

Interculturalidad

Interculturalidad (DLE)

1. f. Cualidad de intercultural (que concierne a la relación entre culturas).

Interculturalidad (Wikipedia)

1. La interculturalidad es el proceso de comunicación e interacción entre personas o grupos con identidades de culturas específicas diferentes, donde no se permite que las ideas y acciones de una persona o grupo cultural esté por encima del otro, favoreciendo en todo momento el diálogo, la concertación y, con ello, la integración y convivencia enriquecida entre culturas.

Político, ca (DLE) del lat. politĭcus, y este del gr. πολιτικός politikós; la forma f., del gr. πολιτική politikḗ.

1. f. Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados.

Aunque el concepto de interculturalidad apunta a describir la interacción entre varias culturas de un modo horizontal y sinérgico, es difícil mantener ese equilibrio a la hora de conjugar conceptos como lengua, nación e interculturalidad política.

La visión de una lengua/una nación y la idea de que el monolingüismo es la norma inciden directamente en las políticas lingüísticas relacionadas con los sistemas educativos, sanitarios, políticos, jurídicos y otros factores de apoyo social por parte de los organismos oficiales a favor de las comunidades minoritarias de una sociedad.

Tratar de buscar un equilibrio entre los diferentes componentes que conforman el país no es fácil, especialmente cuando se mezclan intereses políticos, sociales, económicos, étnico raciales o lingüísticos. Esto hace inevitable que cada uno de los protagonistas en este escenario busque su espacio en una jerarquía de prioridades nacionales que hace peligrar la existencia de los demás.

Para lograr ese equilibrio y esa sinergia los estamentos políticos y sociales han de ser consecuentes y ofrecer un consistente apoyo institucional, es decir, políticas encaminadas a robustecer la vitalidad de las lenguas y las culturas minoritarias a través de programas educativos, de la presencia en los medios de comunicación y en redes sociales, de la oferta de servicios religiosos, de salud pública o jurídicos, y de programas de mantenimiento lingüístico y de autoafirmación de identidad étnico-racial, entre otros. Políticas impulsadas por las autoridades encaminadas a fomentar la apreciación de los valores étnico-raciales y lingüísticos y eliminar la estigmatización existente sobre aspectos lingüísticos, sociales y culturales que tanto mina la autoestima de los propios miembros de la comunidad lingüística y social. Aquí podríamos incluir valoraciones de las propias comunidades minoritarias, que no necesariamente son siempre positivas, así como las de la sociedad en general.

Inmigración y su percepción por la comunidad receptora

La posición de la sociedad ante la inmigración es difícil de unificar, especialmente en un país tan marcado por la inmigración a lo largo de su historia como es Estados Unidos. Un país que ha tenido que ir abordando a golpe de directrices políticas una gestión de la inmigración que, en algunos casos, ha surtido el efecto contrario al intencionado, pero que ha generado en la opinión pública discursos muy vehementes sobre la inmigración y los inmigrantes.

Como se ha visto a lo largo de los tiempos, las circunstancias políticas, económicas o sociales pueden cambiar el papel de los protagonistas que conforman la historia. Un país puede ser receptor de emigrantes en una época de su historia y generador de emigrantes en otra. Sirva como ejemplo el caso de España, que pasó de ser un país de emigración —hacia América en el siglo XV; hacia todo el mundo, en el marco del exilio republicano y la Guerra Civil en el siglo XX; y principalmente a Europa durante los años 1970 y 1980— a, hoy en día, ser un país receptor de inmigrantes procedentes especialmente de África, Asia y Latinoamérica.

Los factores de empuje migratorio desde un país (guerras, inestabilidad política, religiosa, ideológica, racial, desastres naturales, crisis económicas, etc.) o los de atracción hacia otro país (bonanza económica, oferta de empleo, acceso a los sistemas de bienestar social, tolerancia religiosa, identitaria, racial o ideológica, entre otros) pueden producir en los habitantes del país receptor una percepción subjetiva no muy positiva sobre los inmigrantes, que se puede relacionar con cuestiones de jerarquía y de hegemonía lingüística, étnico-racial y social. Pero, esa estigmatización no tiene por qué estar anclada en el tiempo de modo inmutable, puede cambiar con el paso del tiempo.

Por ejemplo, la Revolución mexicana (1910-1920) produjo una oleada migratoria de mexicanos especialmente hacia el centro y el suroeste de Estados Unidos, y la escasez de mano de obra agrícola a raíz de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) contribuyó a que el gobierno norteamericano diseñara el programa «bracero», invitando a trabajadores mexicanos, generalmente de áreas rurales, a trabajar como trabajadores temporales. Sin embargo, esta necesidad de mano de obra aumentaba o disminuía con el vaivén de los cambios políticos y económicos: la Gran Depresión (1930-1942), la prohibición de la inmigración japonesa (Ley de Inmigración de 1924), etc. Estos cambios contribuían a la modificación en la percepción de los habitantes norteamericanos acerca de una población que sigue emigrando a los Estados Unidos (Lipski, 2016)

Esta percepción negativa hacia los inmigrantes que se ha visto aflorar en muchos miembros de comunidades receptoras de inmigración tiende a estar basada en sus diferencias económicas, religiosas, culturales, etc., y no es difícil que la idea «una diferente manera de hablar conlleva una diferente manera de pensar» pueda suscitar sentimientos negativos como los que se perciben en el comentario de Donald Trump hacia Jeb Bush en «We speak Spanish, here!», la política del «English Only!, la eliminación del español en la página web de la Casa Blanca, o en tantos otros ejemplos de opresión política sobre lenguas originarias o cooficiales a lo largo de la historia en diferentes países del mundo.

Estas diferencias lingüísticas pueden indirectamente ayudar a producir posiciones o sentimientos jerárquico-hegemónicos por parte de las comunidades receptoras. No olvidemos que, entre los índices para establecer jerarquías lingüísticas y clasificar lenguas en índice de importancia están los puramente demográficos, pero también otros que trascienden cuestiones lingüísticas y demográficos.

Estigmatización de la inmigración

Una comunidad receptora de inmigrantes a gran escala es susceptible de tratar de buscar argumentos que sustenten su rechazo hacia la comunidad entrante, y es fácil que esas razones se vayan integrando en el discurso público hasta consolidarse como «verdades universales», que pueden afectar negativamente a la comunidad que se integra en su entorno.

Por ejemplo, cuando en Estados Unidos se relaciona «hispanohablante» con «inmigrante», a sabiendas de que el American Community Survey de 2017 explica que, solamente el 47 % de hispanohablantes y el 38 % de Latinx son inmigrantes en Estados Unidos; o cuando el discurso público esgrime con ligereza la equiparación entre «inmigrantes» con «ilegales»; o se establece sin fundamento alguno que el inmigrante no habla o no quiere aprender inglés, y por tanto no se quiere asimilar (Leeman y Fuller, 2019). Estas simplificaciones empujan a la opinión pública a forjarse una visión monolítica de las grandes comunidades, sin tener en cuenta toda la variación interna que en ellas existe.

Percepción de la opinión pública sobre la lengua

Cuando los medios de comunicación se refieren en Estados Unidos a los latinos, o al «voto latino», ya de por sí están creando una realidad panétnica inexistente, que no tiene en cuenta la interseccionalidad étnico-racial, y que es ciega a las características individuales del macro grupo hispano, es decir, ignora las características definitorias de los diferentes individuos que conforman, las categorías de Latino, Hispano o Latinx. En este caso, las características diferenciadoras existentes entre ellos, como son las ideológicas, culturales, religiosas, familiares, educativas, étnico-raciales, económicas, de origen nacional, de estatus, etc. Estas generalizaciones panétnicas utilizan en muchos casos el idioma como hilo conductor, como vínculo de unión, cuando los estudios muestran que el hecho de hablar español en el caso que nos ocupa no se considera una marca de identidad latina. Todo esto pone en entredicho una vez más que lengua e identidad no tienen que ir de la mano.

Estos sentimientos antagónicos que afloran en una comunidad receptora sobre lo que perciben como nuevo, desconocido, extraño, aquello que no se adapta al sistema preestablecido, no solo promueven un afán por expulsar, enfrentar o asimilar a los extranjeros, sino que pueden llegar a cambiar las ideologías políticas y las identidades nacionalistas de la comunidad receptora.

A pesar de que Estados Unidos hace alarde de tener como seña de identidad la multiculturalidad, el multilingüismo, la tolerancia y el respeto hacia cualquier creencia en base a que es la propia esencia de su ADN, no siempre se ha visto capacitada para dar cabida a las diferencias culturales entre los ciudadanos estadounidenses y los llegados del exterior. Como afirmaba Trump sobre la asimilación, «(...) no hablan inglés y no se asimilan, y eso no funciona» (MSNBC, 2015). Llevado esto a un caso concreto, en 1929, una de las tantas consecuencias que trajo consigo el comienzo de la Gran Depresión en Estados Unidos fueron las deportaciones de población inmigrante. Estas supuestas «repatriaciones», según el entonces presidente Herbert Hoover, tenían como objetivo mantener «los empleos estadounidenses para estadounidenses de verdad».

A lo largo de la historia se han producido encendidos debates sobre la necesidad de asimilación o no asimilación de los extranjeros hacia la cultura y la lengua del país receptor. Sin embargo, es difícil de entender, cuando Estados Unidos es tan diversa, que no existe realmente un modelo único a seguir en el país, ni siquiera para los propios estadounidenses. Por esta razón, los debates de tolerancia e identidad son tan frecuentes como difíciles de resolver. Esto ha producido en muchos casos el deseo, por parte de un gran número de hispanohablantes, de recurrir al inglés con el fin de integrarse al colectivo receptor, contribuyendo al desplazamiento lingüístico del español al inglés.

Por tanto, si tratáramos de condensar todos estos conceptos (lengua, nacionalismo e interculturalidad política) solamente podríamos hacerlo bajo la tutela de la comprensión, la tolerancia, el respeto, la generosidad, la aceptación, la inclusión y el diálogo en pie de igualdad, entre culturas, sociedades y personas.

Bibliografía

  • CRYSTAL, D. (2002), The English Language. A Guided Tour of the Language. Londres: Penguin Books
  • Enciclopedia Concepto (2023). Disponible en: https://concepto.de/nacionalismo/.
  • Errington, J. (2000), «Ideology», Journal of Linguistic Anthropology, 9 (1-2), pp. 115-117.
  • INSTITUTO CERVANTES (2020), «El español: una lengua viva. Informe 2020», en VV. AA., El español en el mundo 2020. Anuario del Instituto Cervantes. Madrid: Instituto Cervantes y Bala Perdida Editorial S. L.. pp. 17-111.
  • Instituto Cervantes (2022), «El español: una lengua viva. Informe 2022», en VV. AA., El español en el mundo 2022. Anuario del Instituto Cervantes. Madrid: Instituto Cervantes y McGraw Hill, pp. 23-131.
  • — (2020), «El español: una lengua viva. Informe 2020», en VV. AA., El español en el mundo 2020. Anuario del Instituto Cervantes. Madrid: Instituto Cervantes y Bala Perdida Editorial S. L. pp. 17-111.
  • Irvine, J. T. (1989), «When talk isn’t cheap: Language and political economy», American Ethnologist, 16 (2), pp. 248-267.
  • Leeman J. y Fuller, J. M. (2021), Hablar español en Estados Unidos: la sociopolítica del lenguaje. Multilingual Matters.
  • Lipski, J. M. (2016), «El español en Estados Unidos: lo que es y lo que no es», ponencia en el VI CILE. Disponible en: https://www.asale.org/sites/default/files/Lipski-CILE_VII.pdf.
  • Ministerio de Educación y Formación Profesional (MEFP) (2020), El mundo estudia español 2020. Disponible en: https://www.educacionyfp.gob.es/mc/redele/el-mundo-estudia-espa-ol/2020.html.
  • Modern Language Association (MLA) (2019), «Enrollments in Languages Other Than English in United States Institutions of Higher Education, Summer 2016 and Fall 2016: Final Report». Disponible en: https://www.mla.org/content/download/110154/file/2016Enrollments-Final-Report.pdf.
  • MSNBC (2015), «Donald Trump discusses his recent criticisms of Jeb Bush speaking Spanish while on the campaign trail». Disponible en: https://www.msnbc.com/morning-joe/watch/trump—you-have-to-speak-english-519425091725.
  • OFICINA DEL CENSO DE LOS ESTADOS UNIDOS (2020). Disponible en: https://www.census.gov/popclock/.
  • — (2023), «The Hispanic Population in the United States: 2019». Disponible en: https://www.census.gov/data/tables/2019/demo/hispanic-origin/2019-cps.html.
  • — (2010), «Knowledge of Official Languages and Mother Tongue». Disponible en: https://www.census.gov/2010census/data/.
  • — (2007), «American Community Survey». Disponible en: http://www.census.gov/acs/.
  • RAE Y ASALE (2014), Diccionario de la lengua española, 23.ª ed. Madrid: Espasa Calpe. Actualizada en línea en 2018. Disponible en: https://dle.rae.es/.
  • Woolard, K.A. (1998), «Language ideology as a field of inquiry», en B. B. Schieffelin, K.A. Woolard y P.V. Kroskrity (eds.), Language Ideologies: Practice and Theory. Oxford: Oxfrod University Press, pp. 3-47.

Notas

  • 1. Protestantes, 46,5 %; católicos, 20,8 %; judíos, 1,9 %; mormones, 1,6 %; budistas, 0,7 %; musulmanes, 0,6 %; cristianos (otros), 0,4 %; sin especificar, 1,8 %; no adscritos a ninguna religión, 20,8 %; ninguna, 4 %, Fuentes: Oficina del Censo de los Estados Unidos, CIA World Factbook y United Nations Development Programme (MEFP, 2020) Volver