Mi contribución se basará en la reedición de los Comentarios Reales (CR) del Inca Garcilaso por Emecé de Buenos Aires en 1943, anotada, corregida y completada con un glosario quechua-español por Ángel Rosenblat (Instituto de Filología de Buenos Aires). Me propongo vincular la enorme contribución del Inca a la globalización del español, con el proyecto político-cultural de Ricardo Rojas (ideólogo del Instituto), dirigido a crear una escuela filológica americana. El glosario realiza un aspecto esencial de aquel proyecto político-cultural, en el marco de un texto de intrínseco voltaje político-ideológico para la historia americana, valor que se recontextualiza inteligentemente en esta edición argentina.
El impacto de los CR del Inca Garcilaso en el enriquecimiento y ampliación del español mediante la incorporación de las voces quichuas y sus equivalencias acompañadas de ricas explicaciones sobre los objetos y relaciones del mundo incaico ha sido reconocido por muchos estudiosos y bellamente presentado en la conclusión del ensayo de Vargas Llosa de (2017: 4-5). El inca, indio y mestizo, hombre universal, hizo del español una lengua general, global, transcontinental. El trabajo lingüístico sobre los vocablos quichuas y su tratamiento en la más exquisita prosa en español, que explican su carácter de hablante nativo, pero también de destacado filólogo-humanista, es una estrategia fundamental para dar a su texto la ansiada autenticidad histórica. Pero, además, su método para la incorporación léxica es por completo novedoso respecto de los lexicógrafos de su tiempo: las voces quichuas se explican, se traducen y comentan «en vivo». A partir de las explicaciones semánticas el Inca Garcilaso escribe páginas y páginas sobre cada dominio de la vida incaica; así la palabra recibe su sentido propio, al ser reintegrada a su contexto vital (Scharlau, 1985; Cerrón Palomino, 1993).
En esta brevísima ponencia me referiré a un texto que –más de tres siglos después– recoge el repertorio de voces quichuas del Inca bajo un formato textual diferente, un instrumento convencional, el «glosario», es decir, un catálogo alfabetizado de las palabras y expresiones incluidas en un texto, seguido de su significado o comentario. Me refiero al glosario de voces quichuas incluido como apéndice en la edición crítica de Ángel Rosenblat de los Comentarios Reales, que fue publicada en Buenos Aires por Emecé en 1943 y que se convirtió en una edición de referencia de posteriores reediciones a lo largo del siglo XX. Cabe preguntarse el porqué y el para qué de este glosario, en principio, tardío de los Comentarios Reales que, hasta dónde sé, no ha llamado la atención ni de la crítica ni de la lingüística.
La edición argentina de 1943 está encabezada por un prólogo que otorga a los CR un alto significado político en la historia americana. Se trata de un texto compuesto por Ricardo Rojas, una figura crucial en la formación del campo intelectual argentino de la primera mitad del siglo XX (Sarlo y Altamirano, 1983). Realizó una obra académica y creativa muy relevante y, sobre todo, propuso una estética nueva y un programa filológico-cultural para Argentina y América Latina, plasmado en su libro Eurindia de 1924, que conjugaba las raíces indígenas con el legado hispánico a partir de la recuperación y estudio del acervo americano. Fue además el ideólogo de distintas instituciones en la Universidad de Buenos Aires, entre ellas el Instituto de Filología, inaugurado en 1923, al que perteneció en distintos momentos de su carrera Ángel Rosenblat –para una semblanza certera y cautivante, ver (Moure, 2004-2005). Este instituto respondía al propósito de Rojas –explicitado en el discurso inaugural– de estudiar la lengua española hablada en la región con sus variedades y rasgos distintivos, como también las lenguas indígenas y los fenómenos de contacto lingüístico:
(…)traer a la ciencia el estudio de las lenguas precolombianas, en el doble problema de sus presuntas genealogías asiáticas y de su aporte a la lengua castellana; tomar de todos los pueblos hispánicos cuantas voces puedan enriquecer un diccionario más amplio que los actuales1; mantener la disciplina gramatical y estética por la educación literaria, como las firmes y pintorescas márgenes encauzan el agua movediza de un río: he aquí la ambición con que declaro fundado el Instituto de Filología cuyo primer planteamiento entrego a la ciencia de Américo Castro, y cuya lenta realización señalo como una alta empresa a la vocación de los jóvenes estudiantes argentinos que se sientan capaces de continuar su obra en lo porvenir.(Rojas, 1923)
El eje de lectura de los CR que vertebra el prólogo de Rojas es fundamentalmente político: allí enlaza explícitamente los CR con la gesta libertaria de José de San Martín, quien tuvo la intención no concretada de publicarlos en 1814, ante la escasez de ejemplares producida por la prohibición de su distribución en América por la cédula real de 1782, luego de la rebelión de Túpac Amaru II. Mediante una eficaz operación discursiva, Rojas nombra a San Martín patrono de la edición argentina, edición que de este modo se convierte simbólicamente en la realización del proyecto trunco de 1814, enmarcado en la gesta independentista americana. La edición argentina se ofrece como «fuente de unidad continental y ofrenda de la cultura argentina al Perú legendario».
El editor, Ángel Rosenblat, estudioso eminente del Instituto de Filología, pertenencia que exhibe la portada del libro, elabora el glosario quichua-español, que sistematiza mediante procedimientos lexicográficos establecidos el caudal léxico quichua incorporado a lo largo de los dos tomos de los CR. Se trata de 440 lemas2 que incluyen también nombres de lugar y de persona. Estos se explican con citas textuales del Inca, a las que se agregan en muchos casos explicaciones adicionales que informan sobre variantes formales en otros autores o sobre la persistencia y la distribución de los usos con sus significados en distintas regiones americanas en el momento de la composición del glosario. Estos agregados a las citas de las explicaciones del Inca se basan en conocimiento y datos propios y en abundantes fuentes históricas y contemporáneas: cronistas, lexicógrafos de los siglos XVI y XVII e investigadores contemporáneos de distintas regiones de América). A continuación, en proyección, el ejemplo del lema çara (maíz), que ofrece variados hipónimos que han perdurado en distintas formas y acepciones en el español americano:
ÇARA. "De los frutos que se crían encima de la tierra tiene el primer lugar el grano que los mexicanos y los barloventanos llaman maíz y los del Perú çara, porque es el pan que ellos tenían. Es de dos maneras: el uno es duro, que llaman muruchu, y el otro tierno y de mucho regalo, que llaman capia; cómenlo en lugar de pan, tostado o cocido en agua simple...Para sus sacrificios solenes... hazían pan de maíz, que llaman çancu, y para su comer... de cuando en cuando, por vía de regalo, hazían el mismo pan, que llaman huminta...; el uno era para sacrificios y el otro para su comer simple” (VIII, cap. IX). El pan de maíz tiene tres nombres: çancu era el de los sacrificios; huminta el de sus fiestas y regalo; tanta, pronunciada la primera silaba en el paladar, es el pan común; la çara tostada llaman camcha: quiere dezir maíz tostado; incluye en sí el nombre adjectivo y el sustantivo; hase de pronunciar con m, porque con la n significa barrio de vezindad o un gran cercado. A la çara cozida llaman muti (y los españoles mote): quiere dezir maíz cozido” (VIII, cap. IX). También I, cap. X; II, cap. XXV; VI, caps. XX y XXIV. [Maíz, del arahuaco de las Antillas, se ha generalizado en todas las regiones del español; el nombre quechua sara se conserva en algunas partes del Perú, y en la provincia argentina de Catamarca, según Lafone Quevedo; en la provincia argentina de San Luis sólo en el compuesto saramiscu, una variedad dulce de maíz (de sara ‘maíz’ + miscu ‘dulce’). En el Ecuador, Perú, y norte de la Argentina y Chile maíz morocho o simplemente morocho ‘maíz de grano duro’ (Middendorf registra en quechua moderno muruchu 'duro, fuerte’). Maíz capia o simplemente capia se llama hoy en Chile, región norte y andina de la Argentina y en parte de Colombia (Popayán) el maíz blando (a veces también la harina de ese maíz o una pasta preparada con ella); en San Luis (Argentina) también capio; de la quechua capia ‘blando* (según Middendorf se dice de las cosas que son duras por naturaleza). Humita es hoy, desde Ecuador hasta Chile y la Argentina, una pasta hecha con choclo rallado, grasa, ají (o azúcar), etc., envuelta en hoja de maíz para cocerla al vapor y con la cual se vende o se sirve; la forma huminta, más rural, subsiste en parte de Chile, en el noroeste y norte de la Argentina (Catamarca, Tucumán), y se ha transformado en humita, sin duda por asimilación a la terminación diminutiva -ita; en algunas partes alterna con tamal, de origen mejicano. Tanta es hoy en el español del Perú el pan de maíz; en quechua moderno es el nombre general del pan. Cancha ‘maíz tostado* en el español del Perú, y se pronuncia igual que cancha‘campo de deportes, etc.*. Mote en el español del Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina es el maíz desgranado y cocido que se emplea como alimento (también, a veces, guisados preparados con mote, y aun con trigo, etc.).](Rosenblat, 1943: 334-335)
El glosario cumple su función principal de catalogar e informar los significados de las voces quichuas contenidas en los Comentarios Reales. Pero, además, el análisis de los artículos permite reconocer funciones textuales adicionales. Por razones de espacio solo comentamos algunas de las principales. Por una parte, el glosario informa sobre las voces que han penetrado en ese momento en el español americano general, por ejemplo, las entradas: chacra, china, choclo, chucho, guasca, mate (mati), palta, pampa, pucará, puma, poroto, quinua, uturuncu, vicuña, vizcacha, yuta o zapallo; o, en zonas más restringidas de América del Sur; sara, saramiscu, mote, caracha-carachiento.
También Rosenblat suele resolver lagunas y dudas que el Inca con honestidad reconoce en su texto; es el caso de cácham (pepino):
Hay otra fruta muy buena, que los españoles llaman pepino, porque se le paresce algo en el talle, pero no el gusto ni en lo saludable que son para los enfermos de calenturas, ni en la buena digestión que tienen; antes son contrarios a los de España; el nombre que los indios les dan se me ha ido de la memoria; aunque fatigándola yo en este passo muchas veces y muchos días, y reprehendiéndola por la mala guarda que ha hecho y haze de muchos vocablos de nuestro lenguaje, me ofresció, por disculparse este nombre cácham, por pepino; no sé si me engaña, confiada que por la distancia del lugar y ausencia de los míos no podré averiguar tan aína el engaño; mis parientes, los indios y mestizos del Cozco y todo el Perú serán juezes desta mi inorancia, y de otras muchas que hallarán en esta mi obra (…).(Inca Garcilaso de la Vega, 1943, VIII, XI)
CÁCHAM 'pepino*: “no sé si [la memoria] me engaña” (VIII, cap. XI). [Middendorf, Wórterbuch des Runa Simi, s. v., registra cáchum como nombre de una fruta parecida al pepino. En 1560, Fr. Domingo de Santo Tomás registra cachón; en 1608, González Holguín da cachun].(Rosenblat, 1943: 310)
Asimismo, brinda datos que permiten comprender fenómenos de variación léxica en las variedades del español actual; por ej. el caso de calabaza / zapallo:
Çapallu. “También hay las calabaças o melones que acá llaman calabaças romanas y en el Perú çapallu; cómenlas cozidas o guisadas” (VIII, Cap. X). [Desde el Ecuador hasta la Argentina y Chile zapallo, nombre de diversas especies de calabazas comestibles].(Rosenblat, 1943: 3134)
Como muestran los ejemplos, Rosenblat no solo sistematiza y comenta el vocabulario quechua incluido discursivamente en los CR, sino que además realiza una actualización, un estudio sincrónico de la persistencia y penetración del quechua en el español de América. De este modo realiza uno de los objetivos del programa filológico pensado por Rojas para el Instituto de Filología, del que es miembro conspicuo. Pero es relevante agregar que ese objetivo con que se creó el instituto persistió y se profundizó en la obra posterior de Rojas. Esto lo muestra con elocuencia una serie de textos de archivo no publicados, más cercanos temporalmente al glosario (1939), estudiados por D. Bentivegna (2019). En ellos, Rojas enuncia un programa para la construcción de un archivo bibliográfico de la lengua quichua, pensado no solo en términos históricos sino también como «archivo del presente», en el que figura el estudio científico de «palabras quichuas incorporadas al castellano, con su historia y textos que las autorizan», así como los topónimos, patronímicos y gentilicios quichuas, los nombres de la fauna y la flora, entre otros temas (Bentivegna, 2019: 87). El glosario de Rosenblat es, a mi criterio, un efecto concreto de aquel texto «fantasmagórico» que captura y vuelve vigente «material lingüístico invalorable en la configuración de una cultura que Rojas piensa como la fusión entre lo europeo y lo americano» (Ibidem: 97).
Rosenblat editor trasciende la obra que anota, dado que no solo ordena y precisa el vocabulario, sino que además captura un estado de lengua posterior; con el glosario construye otro texto (Chartier, 1994) y suma a esta edición ejemplar de los Comentarios Reales un instrumento lexicográfico valioso para el conocimiento de la presencia y evolución de indigenismos en el español americano3. Sin considerar el glosario, Beatriz Colombi (2021) ha analizado inteligentemente este trabajo crítico de Rosenblat: ha demostrado que las diferentes actitudes y decisiones respecto del original combinan fidelidad y modernización y lo que llama el «mosaico ortográfico»4 que resulta de la fusión de criterios editoriales de distintas épocas que, sumados, «dan por resultado una miscelánea de intervenciones datadas sobre el texto». La autora propone que «Rosenblat aspiraba a realizar una edición transhistórica, cuya validez pudiera vencer tanto el anacronismo de la fijación como el desgaste del paso del tiempo». Creo que este efecto transhistórico es el que logra el glosario, en tanto instrumento lingüístico codificado y actualizado al momento de su composición. En el marco de un texto de remarcado voltaje político-ideológico, el glosario consuma un aspecto esencial de proyecto político-cultural de Rojas, estudiar y describir las lenguas indígenas americanas y su impacto en el español. El efecto político-lingüístico es evidente: demostrar científicamente la penetración y consolidación de los vocablos de origen quichua, que no son sino sedimentos portadores de la cultura inca, en el español del siglo XX, un español consecuentemente más rico, transcontinental, general que sirve a la expresión y comunicación de una comunidad más amplia y diversa.